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La subjetividad mediática
Por Agustín J Valle y Juan Manuel Sodo
1. Vivimos en red: perogrullo. Lugar común, tanto por estereotipo como por efectivo
sitio compartido. Mala conclusión pero buena premisa; somos en red. En red social, red
tecnológica, pero también en redes de trata, narco, Link y Banelco, red de comercios
adheridos, red Al Quaeda, red de investigadores, redes de trueque y de comercio justo
en su momento, redes de movimientos autónomos en Egipto, en España, en Grecia; sin
contar las redes más sutiles y no explícitamente reconocidas como tales; e Internet,
claro: red de redes. Las redes se montan sobre nuestras líneas constitutivas -tanto que
nuestras líneas constitutivas son segmentos de redes-, y tironean nuestras partes en
sentidos divergentes, o las alimentan convergiendo. Así es que la subjetividad red puede
llegar a una versión de la multiplicidad tensa, dolorosa, autoexigente. Y así, también, es
que se organizan en las redes dominaciones y resistencias. La vida en su expansión y
en su sometimiento es en red; no meramente por twittear o feisbukear, sino porque la
vida, como conjunto enlazado de actividades productivas, la vida desde su umbral de
supervivencia, es eminentemente conectiva. Vivimos en red significa no que vivimos con
el añadido de unos circuitos tecnológicos que tienen consecuencias subjetivas, sino que
los modos de la cooperación y la inteligencia colectiva tienen a la conectividad como
clave.
8. Sujeto mediático, en red, puede ser un puro punto de pasaje, un puro medio, sin
remanso; operaciones de ahorro de presencia, la mediósfera difunde: las del googleo
permanente (ahorro de experiencia de la duda), las del copypasteo (ahorro de creación),
las del password (saberse dos palabras con las que atravesar una situación sin tocarla,
como por una autopista -por cierto, urbanidad mediática-). Ahorro luego existo; el
rendimiento máximo, ética del capital, pegada históricamente a esta fase de los modos
productivos, donde la presencia corporal cada vez más es obstáculo, carga, olor, mugre.
Se ahorra experiencia para existir más pleno en la temporalidad del instante sometido
sísifamente a sucederse sin cesar. El encuentro abre una duración que existe
oblicuamente, en una suerte de impresente, de presente en sí fugado del imperio de lo
contemporáneo.