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Universidad de Buenos Aires, FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

IV CO N G R E S O I N T E R N AC I O N A L 06043123
DEPARTAMENTO DE ARTES 5 Copias
ARTES EN CRUCE: CONSTELACIONES DEL SENTIDO
6 al 9 de abril de 2016, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

La función de la muerte en la obra de Alexandr Sokurov


Aleksandr Nikoláyevich Sokúrov, director de cine y guionista ruso, nació
en una aldea siberiana un 14 de junio de 1951. Luego se estableció en San
Petersburgo.

Andrei Tarkovski lo definió así: “Uno de los pocos genios del cine, junto a
Bresson, Mizoguchi, Buñuel, Jean Vigo y Satyajit Ray”.

Algunos consideran a Sokurov el sucesor de Tarkovski. Sokurov reconoce


y admira la relevancia de la obra de Tarkovski, pero prefiere hablar de su
propio estilo. Sí los unió, en cualquier caso, una gran amistad y la
capacidad de los dos para salvaguardar la gran tradición artística rusa del
siglo XIX, a pesar del período de la revolución bolchevique.

Sokurov estudió en la famosa VGIK, la escuela cinematográfica oficial de


la ex URSS. Cuando se graduó a fines de los años ´70, en lugar de realizar
el corto de graduación, filmó un largometraje, La voz solitaria del hombre,
que sería estrenado recién en 1987 en el Festival de Locarno. En esa época,
llevaba realizados una decena de documentales y cuatro filmes de ficción,
de distintas duraciones, y todos ellos fueron prohibidos por la censura
oficial. Durante años Sokurov sufrió la censura del gobierno soviético y sus
primeras películas fueron prohibidas. Como muchos otros realizadores
rusos, él debió esperar la llegada de la Perestroika para ver sus películas
estrenadas.

La obra de Sokurov se extiende desde sus comienzos a fines de los ´70


hasta nuestros días. En ella se alternan películas de ficción con
documentales, largos, cortos y mediometrajes, y películas en blanco y
negro con otras en color. Su filmografía no es fácil para el gran público,
que lo ignora tanto en su propio país como en Occidente.

La presencia de Sokurov en el Festival de Cine de Cannes es regular y eso


lo ayuda. Varias de sus películas se han estrenado allí contribuyendo a la
difícil difusión de su obra.

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En 1978 Sokurov realiza, como dije, su largometraje de graduación La voz
solitaria del hombre, que fue acusado de antisoviético. Basado en la obra
del escritor Andrei Platonov, y estrenado en el Festival de Locarno en
1987, ya en ese primer filme queda claro su interés por la muerte, en este
caso biológica. El protagonista pregunta “¿Y si estoy enfermo, eso quiere
decir que voy a morir?” La muerte omnipresente quita sentido a la vida y
torna la existencia miserable.

En 1983 filma Dolorosa indiferencia, también estrenada en 1987. En ella


expone el autismo destructivo de un banal grupo de burgueses mientras
fuera de su mansión se desenvuelve una feroz guerra, significada por
imágenes de archivo de la Primera Guerra Mundial. En este film el autor
confronta la irracional muerte biológica, representada por las escenas
bélicas, con fuerte carácter documental, y la muerte moral de quienes en la
mansión ocupan su tiempo en actividades que los dejan insatisfechos y con
un insoportable vacío interior. La voladura de la casa al final del relato y la
huida de estos personajes en una improvisada y miserable lancha hacia el
mar, simboliza la inevitable muerte del alma de estas gentes y la miserable
condición humana cuando queda desnuda, sin ropaje u oropeles.

Días de eclipse, de 1988, se desarrolla en un pueblo remoto de


Turkmenistán. Allí, un joven médico atiende a niños y a la vez investiga
por qué puede suceder que en familias creyentes la enfermedad infantil se
atenúa. Si bien hay un trasfondo de ciencia-ficción en este relato, podemos
observar el interés de Sokurov por los fenómenos metafísicos relacionados
con lo religioso. La visita de la ex esposa del médico y el enfrentamiento
entre ambos, revela el conflicto irreconciliable entre la visión materialista y
convencional de la existencia por parte de la mujer y el anhelo del ansia del
ideal en el hombre. La primera, remite a la muerte del alma propia de la
alienación existencial; la segunda, a la capacidad de otorgarle a la simple
materia una trascendencia espiritual. También es claro en este filme el
aspecto moral, uno de los temas centrales del maestro ruso.

En El segundo círculo, de 1990, no sólo refiere la muerte biológica, sino


que profundiza lo terrible de esa muerte a través del deceso del padre del
protagonista. Éste ha llegado a la choza miserable y mugrienta donde vivía
su padre y se enfrenta con la decadencia y degradación del cuerpo y la
muerte, tratada como un simple trámite por la burócrata de la casa de
sepelios. Lo avasallante de este filme es que si bien el hijo quiere enterrar a
su padre dignamente, no se trata de un verdadero amor filial sino del
sentimiento frente al horror de quien tal vez sólo fue su genitor y no su
padre. Siendo tarde para salvar esta situación, el hijo, abrumado y perplejo,
se esmera en darle a su padre una honrosa sepultura. En forma asombrosa,

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el filme expone la inexplicable muerte de un vínculo que en verdad no
existió. La relación del hijo con el cadáver de su padre, omnipresente en
todo el relato, expresa la muerte biológica de una relación puramente
biológica que no ha logrado simbolizarse, por lo cual queda reducida a la
degradación de la materia a la vez que clama por alguna trascendencia. No
obstante, lo relevante de este filme es que expone uno de los temas
centrales de Sokurov, que reaparecerá en su siguiente filmografía: la
muerte o separación de los hijos de sus progenitores.

A propósito, en 1996 filma Madre e Hijo. Esta magna obra, increíble y


sorprendente, le dará fama internacional. La acción de Madre e hijo se
desenvuelve en un remoto paraje campestre. Allí, un joven cuida
tiernamente a su madre enferma, en los momentos previos a su muerte. La
acción exterior es mínima y los tiempos son extremadamente extensos. La
fotografía construye una imagen cósmica con deformaciones de todo tipo
inspiradas en un pintor romántico alemán del siglo XIX que Sokurov ama
incondicionalmente: Caspar David Friedrich. Aquí, a diferencia de El
segundo círculo, el vínculo entre madre e hijo es profundo e indestructible.
Es tan así que al principio del relato hijo y madre comparten los mismos
sueños, una dormida y el otro despierto. Al final del relato, sobre el cadáver
de la madre recién fallecida, el hijo llora profundamente y le pide a la
madre que lo espere porque pronto se volverán a encontrar, en una clara
alusión mística. En este caso, la muerte biológica es superada por una idea
de trascendencia que bordea lo religioso. A la recurrente pregunta
periodística acerca de si él es un autor con intereses religiosos, Sokurov
siempre ha respondido que no le interesa exponer esta temática en forma
directa sino que lo hace indirectamente para evitar la polémica. Tampoco le
interesa expresar los conflictos de sus personajes en términos
psicoanalíticos. Por eso sería absurdo entender esa profunda unión madre e
hijo como un complejo de Edipo de algún grado. Lo que le importa al
realizador es manifestar el misterio de la unión madre-hijo en términos de
una epifanía sobrenatural, justo en el momento en que materialmente deben
separarse, cuando una se va y el otro queda. Es claro que aquí la muerte,
relacionada con un momento central de la existencia, como lo es para el ser
humano separarse de su madre, adquiere una profundidad moral y
metafísica desconcertante e inesperada. Por otra parte, Sokurov definió la
relación madre-hijo como (lo cito) “de amor absoluto e incondicional”.
Más adelante, con Padre e hijo, retomará la problemática de estos vínculos
arquetípicos, en otro sentido, pero en la misma dirección.

La trilogía sobre el poder comprende Moloch (1999), que narra un día en la


vida de Hitler en el refugio alpino; Taurus (2000) sobre Lenin y El Sol

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(2004) sobre el emperador Hirohito. Luego se transformará en una
tetralogía al abordar el Fausto de Goethe en términos del poder.

Moloch (1999) cuenta un día imaginario en la vida de Adolf Hitler y Eva


Braun. Aquí la muerte aparece asociada a la desvalorización más extrema
de la vida. Preocupado por su en principio trilogía sobre el poder, la
temática sobre la muerte trasciende la intimidad de los sentimientos y se
socializa, cobrando fuerza el planteo moral.

Taurus fue realizada en el año 2000. Como dije antes, es su segunda


película de la tetralogía dedicada al crepúsculo de los grandes líderes
mundiales del siglo XX. Esta situación terminal se asocia al final de la
madre en Madre e hijo. En este caso se focaliza en los últimos días de
Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, quien se encuentra confinado y
convaleciente en una casa expropiada por el estado y lamentándose por la
situación de la Unión Soviética. Como el líder soviético había nacido bajo
el signo de Tauro, caracterizado éste por la fuerza, el magnetismo y el
poder de la voz, Sokurov lo toma para presentar a Lenin ante el umbral de
la muerte en la vertiente trágica del toro: el poderoso animal destinado al
sacrificio. Es notable como Sokurov vincula el elemento sacrificial con la
muerte a partir de un signo del Zodíaco. Ello revela una vez más su interés,
manifestado por él mismo (lo cito) “Siempre me sentí atraído por la estética
visual; una estética que se conecta con la espiritualidad y que establece una
cierta moral”.

El El arca rusa, de 2002, presenta a un diplomático francés del siglo XVIII


que se encuentra en un viaje en el tiempo en el Palacio de Invierno de San
Petersburgo, desde los tiempos de Pedro el Grande hasta nuestros días. Su
confusión respecto de la posición de Rusia en Europa lo vincula a una
escena de El espejo de Tarkovski, película que Sokurov admiraba
profundamente. En ella un niño lee una carta de Pushkin en la que el
escritor se lamenta porque la separación de las dos iglesias dejó a Rusia
como un país europeo perdido fuera de Europa. Esta falta de ubicuidad y el
recorrido a través de trescientos años de historia rusa plantean la muerte del
vínculo entre las naciones sólo a causa de la ruptura de lo espiritual, pues
no hay en ella alusiones a fenómenos sociohistóricos o bien políticos que
expliquen esa situación.

En Padre e hijo (2003), como antes lo hiciera en Madre e hijo, el autor


expone la profunda unión entre un padre viudo y solitario y el hijo
adolescente. La temática remite a la arquetípica necesidad de matar al
padre en esa etapa de la vida del hijo para lograr su total independencia.
Como la unión entre los dos es muy fuerte, todo el fin expone el doloroso
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trabajo que cada uno debe hacer para aceptar separarse. Esa ruptura,
finalmente conseguida gracias al esfuerzo de los dos, deja solo al padre y al
hijo libre, pero con un sentimiento de culpa. En el cierre del relato, el hijo
le pregunta al padre si ese sentimiento de dolor que tiene en el pecho lo
sufrirá toda la vida. El padre responde afirmativamente. La separación de
padre e hijo, necesaria pero muy dolorosa, exhibe una vez más la muerte de
un vínculo y añade la culpa universal de la humanidad: matar al padre o tal
vez a Dios.

En la obra de este autor extraordinario, hay una muerte biológica y una


muerte del alma. Pero la muerte, en Sokurov, puede ser también muy
amplia: es la muerte metafísica, pero también la muerte de los vínculos, de
las sociedades, de la moral, de la Fe, entre otras tantas muertes. La muerte
como contenido y tema es el principio constructivo de la magna obra de
Alexandr Sokurov.

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