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Dialect Anthropol

DOI 10.1007/s10624-017-9461-x

Revisitando De eso que llaman Antropología Mexicana


cinco décadas después

Luis Vázquez León 1

# Springer Science+Business Media B.V. 2017

El controvertido libro escrito por Arturo Warman, Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco,
Mercedes Olivera y Enrique Valencia—en ese preciso orden de exposición—fue el resultado
propio de su época y de su circunstancia. Decirlo ahora tiene mucho de truismo porque en las
casi cinco décadas posteriores no hubo un fenómeno comparable de rebeldía. Por lo tanto hay
que brindar mayores elementos internos y externos al fenómeno para entender mejor tanto sus
alcances como sus limitaciones efectivas. Para empezar hablemos de su contexto. Cuando se
publicó, hacían menos de dos años de la masacre estudiantil de 1968 y solo distaba uno más
para que se repitiera en1971. Nuestros maestros no eran ajenos a lo que sucedía. El suyo era un
grupo profesional de etnólogos, compuesto por profesores jóvenes que habían participado en
las marchas de protesta y compartido la ira de una generación de impacientes por el cambio,
algo harto comprensible en un país osificado en el orden político, social, económico y cultural.
Se entiende asimismo que hoy en día exista un amplio consenso que coincide en aducir que ese
movimiento social contribuyó a un avance democratizador nacional. ¿Tuvo este libro colectivo
un efecto equivalente en el seno de la antropología mexicana o fue solo un acontecimiento que
prefigura el auge que protagonizó luego la antropología social académica?
Es bien sabido, a propósito de ese contexto, que la sacudida provocada en 1970 no se
contagió a todos los antropólogos y antropólogas contemporáneos, ya que no todos
pensaron en consonancia con ellos. En ese momento aún dominaba la antropología
unitaria (llamada Btronco común^ en la ENAH e INAH, y Bciencias antropológicas^ en
la UNAM), y no pocos de los miembros del resto de tales Bespecialidades^ desaprobaron
a sus colegas etnólogos proclives al cambio. De hecho, los excluyeron de su tradición
unitaria, y aún hoy los desprecian porque Bno son antropólogos.^ Inclusive, el conjunto
de sucesos ocurridos entre 1970 y 1976 fueron festejados por un grupo de etnólogos
mesoamericanistas como la Bquiebra política de la antropología social en México.^

* Luis Vázquez León


vazquezleonluis@gmail.com

1
CIESAS de Oriente, Av. España 1359, Col. Moderna, CP 44190 Guadalajara, Jalisco, Mexico
L.V. León

Nótese que no se habló de ellos como parte de Bantropología mexicana^ (Medina and
Mora 1983; García 1988). 1 Hablar desde entonces de una misma Bantropología
mexicana^ era inconveniente y no es casual que en el libro se le cuestione para
deslegitimarla. Lo más unitario del mismo, y sin entrar en las gradaciones mexicanistas,
residió en la crítica de Mercedes Olivera a la arqueología del INAH y de Enrique
Valencia a la formación en la ENAH.
Acaso desde entonces nunca ha habido un pensamiento común en y sobre BDe eso que
llaman Antropología Mexicana,^ porque es propio de la profesión Bmexicana^ disgregarse por
las diferencias más mínimas, comenzando por la de sus respectivos campos de socialización.
Hay que precisar además que el centro del conflicto interno en la Bantropología mexicana^ se
aglutinó en torno a Warman, cuando fue destituido siendo profesor de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia, un abuso de poder que los demás rechazaron al renunciar en masa
como protesta. Nadie más los secundo, aunque no faltó simpatía entre los jóvenes estudiantes.
En seguida, que su ensayo BTodos santos y todos difuntos: Crítica histórica de la antropología
mexicana^ abra la contienda no es coincidencia. En él, Warman apela a un estilo irónico feroz
que no vuelve a repetirse en ninguno de sus escritos, al tiempo que es el único que hace
referencias no a la Bantropología mexicana^ per se, sino que expresa juicios de mayor alcance,
como el decir que dados sus fundamentos la antropología está a un paso de negarse a sí misma.
O bien que BLa antropología así definida (por su contradicción universalista y particularista a
la vez) tiene algo de cánibal^ (Warman 1970, 9).2
Otras críticas debieron haber exaltado a Alfonso Caso desde las primeras líneas, no se diga
las de Mercedes Olivera. Más aún, cuando Warman habla de Gamio, tilda a un genérico
Bantropólogo mexicano^ de manipulador de personas Bpor el teórico beneficio de sus propias
víctimas^ (31). Pero a la vez que critica a la Bantropología burocrática Mexicana,^ introduce la
reflexión sobre la cambiante representación del indio bajo el preterismo, el exotismo y el
indigenismo, en un derrotero asaz alejado de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo usada
por Bonfil, la cual retiene su fidelidad nacionalista. Warman habla claridosamente de la
creación y recreación de indios a conveniencia de artistas, arqueólogos, y Betnólogos o
folkloristas^ (35). Pero mientras él mismo se confiesa maniqueo por convicción, sería el
propio director fundador del INAH quien se refirió a él y demás críticos como Bgusanos,^
aunque repuso de inmediato Bperdón, no les vuelvo a llamar gusanos…los vamos a llamar
‘críticos antropólogos’^ (Sodi 1983, 393). Es conveniente agregar que las dos ocasiones en
que han habido brotes de una antropología crítica en México ocurrieron siendo Alfonso Caso
un alto funcionario, primero como director del INAH (1939–1944) y luego del INI (1949–
1970), entre otros destacados nombramientos.3 Raro también es que una institución que
empleaba los antropólogos sociales—etnólogos dispuestos a trabajar como técnicos de la
política indigenista—fuera dirigida por un arqueólogo ajeno a la disciplina, aún si ésta era
rebajada a Btécnica^ subprofesional. Como escribió Warman con agudeza: BLa escasez de

1
Los libros por Medina and García 1983 and García 1988 no incluyen a la antropología social. En el volumen
previo, solo se mencionan temáticas de estudio de la antropología social (estudios regionales, antropología
económica, indigenismo, etc.) que ya no podían ignorarse hacia 1987–1988.
2
A la sazón Warman era ya director de la Escuela de Antropología Social de la UIA, fundada por Felipe Pardinas
y Luis González.
3
El primer momento de la antropología crítica mexicana data de 1909 con Andrés Molina Enríquez; el segundo
momento vino en 1951 con Pedro Armillas y Ángel Palerm, dos exiliados españoles que disintieron de Caso; y el
tercer momento ocurrió en 1970. Solo en el segundo momento estuvo involucrado el pensamiento arqueológico
(Vázquez 1998).
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crítica se explica parcialmente porque cuando ésta surge aparece la repression^ (Warman 1970,
37). Sus palabras no han perdido vigencia.
Que el castigo fuera la regla tácita para tratar a la disidencia y no su excepción no nos
impide apreciar que no había (y no los hay aún hoy) mecanismos autónomos para
garantizar la libertad de expresión. El problema como advirtió Warman era la propia
antropología mexicana dependiente de un Bnacionalismo indigenista,^ con instituciones
y membresía funcionales. Este asunto autocrítico que raya en falseamiento toma un cariz
muy diferente con el siguiente ensayo de Guillermo Bonfil, BDel indigenismo de la
revolución a la antropología crítica.^ Se trata de un escrito bastante más convencional en
comparación, pero que tiene el mérito de anticipar mucho del pensamiento que reaparecerá
en sus textos, aun en su ensayo más influyente, el México profundo: Una civilización
negada (1987). No obstante, aquí sobresale su insistencia en desarrollar una antropología
crítica como campo exclusivo de la antropología social, propuesta con la que cierra su
ensayo, porque es su argumento central. Esa antropología crítica ha de contribuir a la
restauración étnica de las culturas indígenas, la nueva utopía pluricultural, pero sometiendo
a juicio a su propia sociedad y a su propia cultura, las que fungen como el amo en su
dialéctica cultural.
Varias cuestiones se desprenden de estas ideas. A diferencia de Warman, no es del todo
reacio al nacionalismo indigenista. La cultura nacional, así reificada como mónada, puede y
debe admitir a las culturas indígenas, si bien éstas, en su autenticidad y autonomía requeridas,
puedan deslindarse de la Bsociedad global,^ que no es otra sino la nacional. Esa tensión
permanece en su pensamiento posterior, y limita y contiene a su crítica. Solo aquél
indigenismo que pretendía Bextirpar la personalidad étnica del indio^ ha de reformarse si
admite la crítica liberadora. La misma idea se aclaró en otro momento, en que advierte que la
antropología social académica estaba por divorciarse de las tareas gubernamentales, al tiempo
que se quebraba el nacionalismo dentro del aparato estatal (Bonfil 1990). Aseveró luego que
De eso que llaman Antropología Mexicana no proponía una alternativa a la antropología
gubernamental, sino un cambio en el proyecto gubernamental. Se comprende así que hacia
1970 sostenga que el único reproche que debe hacerse a los indigenistas es el haber
abandonado el ejercicio de la crítica. En cierta forma, tras un interregno, esa crítica resurge
en 1987 ya invertida, porque es para advertir que el academicismo de la antropología social
puede resultar contraproducente.
Como se verá más claramente en los ensayos de Nolasco, Olivera y Valencia, sus
respectivas críticas anuncian una especie de antropología de la antropología mucho más
puntual en sus apreciaciones hacia la jaula del indigenismo, de la arqueología y de la
educación profesional. Llama la atención que los tres demostraron experimentar una
trayectoria más académica, aún Olivera, que luego de fungir como directora de la ENAH, se
radicalizó sumándose a la guerrilla en Guatemala, el EZLN y el Bfeminismo indígena.^
Nolasco por su parte mantuvo la exigencia de hallar nuevos sujetos de estudio para la
antropología social, idea que está presente en su ensayo BLa antropología aplicada en México
y su destino final: el indigenismo^ (1970 [1969]). Ya ese momento sugería también un
Bindigenismo de liberación^—estudiando las estructuras de clase, estratificación y poder en
las regiones indígenas—pero asimismo desarrollar temáticas urbanas, agrícolas, educativas, de
la salud, de los conflictos (abarcando los sucesos de 1968), y aún la guerra, todo un tema
premonitorio en ese momento. Fue la primera, creo, en hablar de los Bneoindígenas^ en el
Valle de Puebla, Xochimilco y Milpa Alta, lo mismo que de un indigenismo mesoamericanista,
una acotación significativa. Como quiera que sea, la diversificación acaecida en la
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antropología social académica se sustentaría en sus ideas, si bien las más incómodas quedaron
ignoradas.
Olivera tomó otro derrotero distinto, y que es solo comprensible bajo la tradición unitaria.
En efecto, Olivera se ocupa con mayor amplitud de las Bciencias antropológicas,^ lo que
explica su aseveración de que Bla investigación antropológica en México es deforme, inflex-
ible y envejecida^ (1970 [1969], 98). Desde su atalaya en el Departamento de Investigaciones
Antropológicas del INAH no deja de observar que la etnología y la antropología social están
dispersas, inconexas e instaladas en el individualismo del prestigio personal; y que la
investigación arqueológica está deprimida, carece de teorización y es de plano anti-
evolucionista, estancamiento del que no es ajeno el alejamiento forzado de Pedro Armillas y
de Pedro Carrasco. En su ensayo, Warman exige hacer una revisión crítica del pensamiento
social mexicano. Para Olivera en cambio, se debe encarar un Banálisis antropológico de la
antropología^ (117, cursivas en el original). Por supuesto, bajo una perspectiva crítica.
Finalmente está el abordaje de Enrique Valencia, orientado a BLa formación de nuevos
antropólogos.^ Toma una línea de argumentación muy similar a las de Olivera y Nolasco, que
se ocupa centralmente de la educación de antropólogos en la ENAH, en especial de etnólogos y
arqueólogos. Ya que le preocupa el modo en que se comunican éstas disciplinas científicas,
expresa dudas profundas—sin duda las más graves de todo el libro—desde el momento en que,
inspirado en Mirror for Man de Clyde Kluckhohn (1944), sugiere que nos vemos a nosotros
mismos en el espejo de la cultura, pero en donde reflejamos también nuestro subdesarrollo y
marginalidad. Parte de esa visión triste es identificar al indigenismo y al Bnacionalismo
mesoamericanista^ como causas del estancamiento. Pero no deja de ver también hacia sus
factores internos, como es la dependencia de la ENAH del INAH y su naturaleza tradicional y
particularista. Por ese camino, se cuestiona sobre los servicios requeridos por la sociedad a estos
profesionales, demostrando su creciente devaluación e improductividad. Su duda metódica es
implacable cuando termina inquiriendo Bsi es conveniente para el país y su sistema educativo
mantener la formación de profesionales en una rama de conocimiento que ha demostrado ser tan
improductiva^ (Valencia 1970 [1969], 153).
Esta última cuestión tiene hoy resonancias impensables en los años previos, ya que las
Bciencias antropológicas^ crecieron en escuelas, universidades, profesionales, revistas, libros,
privilegios, etc. Pero cincuenta años después, miembros de la Academia Mexicana de Ciencias
Antropológicas se hacen la misma reflexión, tanto desde la antropología gubernamental como
de académica. Peor aún eso se está cuestionando en el seno mismo del Estado y de la sociedad.
El divorcio no ha concluido; es solo que ya no nos quieren pagar la pensión alimenticia. Claro
que por largo tiempo—los días de una seguridad ontológica basada en la dilapidación de la
renta petrolera—los críticos de la antropología crítica hicieron énfasis en los desempeños
gubernamentales de Warman y de Bonfil. Al primero lo condenaron acremente, hasta convertir
en un insulto llamar a otro colega Bhijo de Warman.^ A Bonfil lo mantienen en un status
ambiguo porque sus ideas han sido reconsideradas por los teóricos y seguidores del
decolonialismo, más al costo de subestimar su nacionalismo para ser globales en sus ideas.
La antropología de la antropología tuvo derroteros menos radicales, como era de esperarse
bajo el auge subsidiado. La duda metódica de Valencia cedió su lugar a un espíritu triunfal y
autocomplaciente de historias oficiales de una red de instituciones en que sus miembros nunca
hablarían de problemas, solo los que de fuera los afectan. Y de verse en un espejo autocrítico
se prefiere mejor ver a los estudiantes y a sus subjetividades individuales con una etnografía
centrada en el actor (Kroz y de Teresa 2012; Peña y Urteaga 2014). Una vez que el futuro
institucional y nuestros empleos están asegurados, qué tanto la antropología mexicana tenga
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Busos sociales^ es una consideración subestimable, pues a lo mucho se le asume como un


asunto del mercado laboral de los estudiantes. Por ello se exige a las nuevas generaciones
imaginar cómo Bofertarse^ en un mundo adverso, si quieren sobrevivir al darwinismo social.
Queda claro que los profesores e investigadores están colocados al margen de una antropología
crítica que persiga, como decía Nolasco, soluciones más allá del Sistema social existente.
Por alguna razón profunda, un grupo de estudiantes de la ENAH publicaron la segunda
edición de De eso que llaman Antropología Mexican (Warman et al. 2002). Quizás no es el
único homenaje que les puede hacer hoy a un grupo tan destacado de antropólogos y
antropólogas. El otro es reinventar la antropología crítica.

References

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García Mora, Carlos, ed. 1988. La antropología en México. Panorama histórico. 5. Las disciplinas
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Kluckhohn, Clyde. 1944. Mirror for Man. New York: Fawcett.
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