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ANA RIVAS GESTAL

REPERTORIO ORQUESTAL I
SAXOFÓN
Curso 2017/2018
Bolero es una obra musical creada por el compositor francés Maurice Ravel en 1928 y
estrenada en la Ópera Garnier de París el 22 de noviembre de ese mismo año. Bolero
compuesto y dedicado a la bailarina Ida Rubinstein, su inmediato éxito y rápida
difusión universal lo convirtieron no solamente en una de las más famosas obras del
compositor, sino también en uno de los exponentes de la música del siglo XX.
Movimiento orquestal inspirado en una danza española, se caracteriza por un ritmo y
un tempo invariables, con una melodía obsesiva —un ostinato— en do mayor,
repetida una y otra vez sin ninguna modificación salvo los efectos orquestales, en un
crescendo que, in extremis, se acaba con una modulación a mi mayor y una coda
estruendosa.
Pese a que Ravel dijo que consideraba la obra como un simple estudio de
orquestación, el Boléro esconde una gran originalidad, y en su versión de concierto ha
llegado a ser una de las obras musicales más interpretadas en todo el mundo, al punto
de que hasta el año 1993 permanecía en el primer lugar de la clasificación mundial de
derechos de la Société des Auteurs, Compositeurs et Éditeurs de Musique (SACEM).

El compositor:
Junto a Debussy, con quien se le suele relacionar
habitualmente, es el gran representante de la
moderna escuela musical francesa. Conocido
universalmente por el Bolero, su catálogo incluye
una serie de obras hasta cierto punto poco
conocidas que hablan de un autor complejo, casi
misterioso, que evitaba cualquier tipo de confesión
en su música. Un autor que concebía su arte como
un precioso artificio, un recinto mágico y ficticio
alejado de la realidad y las preocupaciones
cotidianas.
Nacido en el País Vasco francés, heredó de su padre,
ingeniero suizo, su afición por los artilugios
mecánicos -cuyos ecos no son difíciles de encontrar
en su música- y de su madre, de origen vasco, su atracción por España, fuente de
inspiración de muchas de sus páginas. Aunque inició sus estudios musicales a una edad
relativamente tardía, cuando contaba siete años, siete más tarde, en 1889, fue admitido
en el Conservatorio de París, donde recibió las enseñanzas, entre otros, de Gabriel
Fauré.
Discreto pianista, su interés se centró pronto en la composición, campo en el que dio
muestras de una gran originalidad desde sus primeros trabajos, como la célebre Pavana
para una infanta difunta, si bien en ellos es todavía perceptible la huella de su maestro
Fauré y de músicos como Chabrier y Satie. La audición del Prélude à l'après-midi d'un
faune, de Debussy, marcó sus composiciones inmediatamente posteriores, como el ciclo
de poemas Schéhérazade, aunque pronto se apartó de influencias ajenas y encontró su
propia vía de expresión.
En 1901 se presentó al Gran Premio de Roma, cuya obtención era garantía de la
consagración oficial del ganador. Logró el segundo premio con una cantata titulada
Myrrha, escrita en un estilo que buscaba adaptarse a los gustos conservadores del
jurado y que para nada se correspondía con el que Ravel exploraba en obras como la
pianística Jeux d'eau, en la que arrancaba del registro agudo del piano nuevas
sonoridades. Participó otras tres veces, en 1902, 1903 y 1905, sin conseguir nunca el
preciado galardón. La última de ellas, en la que fue eliminado en las pruebas previas,
provocó un escándalo en la prensa que incluso le costó el cargo al director del
Conservatorio.
Sin necesidad de confirmación oficial alguna, Ravel era ya entonces un músico conocido
y apreciado, sobre todo gracias a su capacidad única para tratar el color instrumental, el
timbre. Una cualidad ésta que se aprecia de manera especial en su producción destinada
a la orquesta, como su Rapsodia española o su paradigmático Bolero, un auténtico
ejercicio de virtuosismo orquestal cuyo interés reside en la forma en que Ravel combina
los diferentes instrumentos, desde el sutil pianissimo del inicio hasta el fortissimo final.
Su música de cámara y la escrita para el piano participa también de estas características.
Se trataba de un personaje complejo: en él convivían dos tendencias contrapuestas y
complementarias: el placer hedonista por el color instrumental y una marcada
tendencia hacia la austeridad que tenía su reflejo más elocuente en su propia vida, que
siempre se desarrolló en soledad, al margen de toda manifestación social, dedicado por
entero a la composición. Sus dos conciertos para piano y orquesta, sombrío el primero
en re menor, luminoso y extrovertido el segundo en Sol mayor, ejemplifican a la
perfección este carácter dual de su personalidad.

La obra:
CONTEXTO:
El año 1928 fue un buen momento para la música contemporánea, ya que vio el
nacimiento de obras maestras como el Cuarteto de cuerda No. 4 de Bartók; el Cuarteto
de cuerda No. 2 de Janáček; el Concierto para clarinete de Nielsen; la Sinfonía No. 3 de
Prokófiev; las Variaciones para orquesta de Schönberg; y La ópera de tres peniques de
Kurt Weill. Otras composiciones relevantes vieron la luz en Rusia, donde Mosólov
finalizaba La fundición de acero y Shostakóvich la ópera La nariz. En la Europa
meridional, Respighi componía en Italia Feste romane, mientras que en España, Joaquín
Turina acababa Evocaciones, opus 46 para piano.
En Francia, Honegger había compuesto Rugby; y Milhaud la ópera Christophe Colomb.
En la temporada parisina, Stravinski estrenó dos nuevos ballets: Apolo Musageta y Le
baiser de la fée (El beso del hada).
Ravel ese año solo había compuesto Le Boléro, una de sus últimas obras escritas antes
de que una extraña enfermedad le condenase al silencio. Al año siguiente, el mundo
sufriría una crisis económica —el crac de 1929— pero eso a Ravel, en el apogeo de su
fama, le afectaría poco, y seguiría componiendo todavía algunas obras importantes,
como el Concierto para la mano izquierda (1929-30), para el pianista manco Paul
Wittgenstein, el Concierto en sol mayor (1929-31) y las tres canciones de Don Quijote y
Dulcinea (1932-33).
CONCEPCIÓN:
La historia del Boléro se remonta a 1927. Ravel, cuya reputación superaba ya las
fronteras de Francia, acababa de terminar su Sonata para violín y piano y había firmado
el contrato más importante de su vida para realizar una gira de conciertos de cuatro
meses en los Estados Unidos y
Canadá. Poco antes de partir, la
empresaria y bailarina rusa Ida
Rubinstein, le encargó que
compusiera un ballet de
carácter español que ella
misma, con cuarenta y dos
años, contaba representar con
su propia compañía, «Les
Ballets Ida Rubinstein».
Ida Rubinstein
Ravel no había compuesto
música para ballet desde Le Valse en 1919 y su último éxito en este campo se remontaba
a 1912 con Ma Mère l'Oye, por lo que aceptó con mucho interés el encargo de
Rubinstein, que además de una reposición de La Valse, incluía componer un ballet
enteramente nuevo. Ravel tenía cincuenta y dos años, estaba en plenitud de facultades
y, desde la muerte de Debussy, era reconocido como el mejor músico francés vivo. Tenía
muchas obligaciones que atender, y para facilitar la tarea, acordó con su colaboradora
que podría orquestar seis piezas extraídas de la suite para piano Iberia del compositor
español Isaac Albéniz, en un proyecto inicialmente bautizado como Fandango. Pero a su
regreso de la gira norteamericana, cuando ya había comenzado el trabajo, fue advertido
de que los derechos de orquestación de Iberia, propiedad de la editorial Max Eschig,
habían sido cedidos en exclusiva a otro compositor español, Enrique Fernández Arbós,
un antiguo discípulo de Albéniz.
Comprendiendo la vergüenza de Ravel, Arbós le propuso, generosamente, la cesión de
sus derechos sobre Iberia, pero Ravel, todavía disgustado, pensó en abandonar el
proyecto.
Ravel pasó unas cortas vacaciones ese verano de 1928 en su ciudad natal de Ciboure.
Fue entonces cuando le vino la idea de elaborar una obra experimental: un ballet para
orquesta que solo utilizaría un tema y un contra-tema repetidos y en el que el único
elemento de variación provendría de los efectos de orquestación que sustentarían un
inmenso crescendo a lo largo de toda la obra.
A la vuelta de las vacaciones, ya en su residencia de “Le Belvédère” (a 30 km de París),
Ravel finalizó rápidamente la pieza, que tituló en un principio, conforme a lo acordado,
Fandango. Sin embargo, para el ritmo de su obra, el fandango le pareció una danza
demasiado rápida, y lo remplazó por un bolero, otra danza tradicional andaluza que sus
viajes a España le habían permitido conocer, cambiando el título y dedicándole la obra
a su estimada amiga Ida Rubinstein.
Poco antes del estreno, Ravel reemprendió su frenético ritmo de viajes. Primero viajó a
Inglaterra, para ser investido «Doctor of Music, honoris causa» por la Universidad de
Oxford, el 23 de octubre, asistiendo y protagonizando varios conciertos en su honor.
Inmediatamente después, viajó a España, para realizar una intensa gira de conciertos de
dieciocho días, en la que actúo con la mezzosoprano Madeleine Grey y el violinista
Claude Lévy. Apareció en nueve ciudades distintas, y en ese viaje aprovechó para visitar
a su gran amigo Manuel de Falla, a quien conocía de sus años parisinos. Aunque su
actuación en Málaga no fue del agrado del público —que incluso abandonó casi por
completo la sala—, su concierto en el desaparecido Coliseo Olympia de Granada del 21
de noviembre tuvo sin embargo un gran éxito, éxito que pudo repetir, tras un rápido
viaje nocturno, al día siguiente, el 22 de noviembre en un concierto celebrado en la
Embajada de Francia en Madrid, en el mismo día que en París se estrenaba el Boléro, la
obra que iba a convertirse en los años siguientes, en una de sus más famosas creaciones.

Los fragmentos orquestales:


A. El solo
Esta pieza se trata de un
experimento de
orquestación de Maurice
Ravel en el que solo
emplea dos temas que
se van intercalando con
un acompañamiento
rítmico básico (el ritmo
de bolero) realizado en
un primer momento por
la caja y que poco se va expandiendo por el resto de instrumento (lo que
pretende el autor es ir aumentando la masa sonora hasta llegar al tutti fortísimo
del final).
Tanto en el caso de saxofón tenor como en el del saxofón soprano, el tema
interpretado es el segundo.
B. Qué le antecede
El primero en intervenir es el saxofón tenor. Justo antes, están interpretando el
primer tema a unísono la trompeta con sordina y la flauta travesera. La base
rítmica ha aumentado su masa sonora incorporando las cuerdas con pizzicato.
Una vez que el saxofón tenor termina su intervención empieza el saxofón
soprano interpretando también el segundo tema. Ahora la base rítmica incluye
a las trompetas con sordina.

C. Qué precede
Como ya he comentado antes, el solo del saxofón tenor con la base rítmica en la
caja y las cuerdas a pizzicato precede al solo del saxofón soprano.
En el caso del saxofón soprano, este precede aún cuarteto a unísono entre dos
flautines, flauta y celesta que tocan el primer tema, en el que se incorporan las
trompas al final del tema para darle un nuevo color.

D. Qué ocurre a la vez


Mientras los saxofones están tocando su solo, la base rítmica se encuentra en las
cuerdas, las trompetas y trompas primeras y en las maderas graves como son el
clarinete bajo y el fagot.

E. Características y dificultades que presenta el solo


La principal característica que encuentro en este solo es que se trata de una
melodía que se va repitiendo a lo largo de la obra y cuyo único acompañamiento
es únicamente una base rítmica armonizada, lo que hace de esta obra una pieza
única.
Las principales dificultades que veo a la hora de interpretar este solo son
principalmente estandarizar la forma de tocarlo, ya que se trata de un tema
repetido hasta la saciedad y que he escuchado varias versiones en la que esto no
se aplica y se rompe por completo la estética de la obra.
Personalmente las dificultades que me he encontrado son el mantener una línea
a través de todo el solo, y la realización del glissando sin estropear la sonoridad
del instrumento.

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