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3.

LA EVOLUCIÓN POLÍTICA

3.1 Las corrientes del liberalismo


Al estallar la guerra, y ante la necesidad de recabar apoyos para su causa y la de su hija,
María Cristina llamó al liberal moderado Martínez de la Rosa para formar gobierno. Éste la
convenció de la necesidad de propiciar el aperturismo del régimen. De este modo se amplió
la amnistía, lo que permitió la vuelta del exilio de muchos liberales, y se decretó la libertad
de prensa, aunque limitada. Por otra parte se restauró la Milicia Nacional, lo cual permitió
conseguir un gran número de voluntarios para la guerra.
El gobierno, en manos de los liberales moderados, no fue capaz de dirigir correctamente la
difícil situación de guerra. La falta de recursos económicos, los errores tácticos y las
victorias carlistas hicieron crecer el descontento frente al gobierno, al tiempo que crecía el
apoyo a los liberales progresistas.
En 1835 se iniciaron una serie de revueltas urbanas por todo el país, produciéndose
episodios de anticlericalismo, con el asalto y la quema de conventos, al tiempo que surgían
en distintas ciudades Juntas revolucionarias que redactaron proclamas.
Por un lado se proclamaba la Soberanía Nacional y derechos individuales, pero, por otro
lado, mantenía un poder ejecutivo fuerte en manos del rey, que también tenía competencias
legislativas y derecho a veto y suspensión de las Cortes; establecía unas Cortes
bicamerales, con un Congreso elegido mediante sufragio censitario y un Senado de
designación real.

3.2 El Estatuto Real


El Estatuto Real de 1834, una carta otorgada que regulaba la convocatoria de unas Cortes
de carácter extremadamente conservador y elitista, tanto por su composición (nobleza,
clero, funcionarios, altos cargos del ejército y alta burguesía) como por el modo de elección,
mediante sufragio censitario indirecto. Además, otorgaba a la Corona una amplia capacidad
legislativa y de veto, pudiendo incluso disolver libremente las Cortes.

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