Como sugiere Mirko Lauer, en el conjunto de reflexiones que convoca este
libro, se aprecia el surgimiento de una “exploración de la modernidad” (2003, p.67), una propiedad que se conforma a partir de unos trazos que confunden la semblanza, el devenir histórico y la inclusión biográfica o afectiva. Así, después de configurar un recorrido por la experiencia artística de José María Eguren, Basadre se detiene en la exposición del carácter singular de Valdelomar. Sin embargo, este esbozo tiene una pausa que encuentra detrás del rostro de José García Calderón, escritor enlistado en el ejército francés y muerto en la batalla sangrienta de Verdun, la cualidad de un “viajero impenitente” (Basadre, 2003, p.31) que dejó, para la memoria, unas “Notas sobre la guerra” y unas “Notas sobre la muerte”. Esta representación adquiere, a pesar de su brevedad (apenas unas quince líneas) un énfasis que procura algunas de las condiciones que tendrán un mayor valor en los apartados posteriores. Ese síntoma consiste, de esta manera, en un discurso que, al mismo tiempo que recurre a la manifestación de una crítica, elabora una estructura flexible que permite introducir la mirada personal, una conciencia sensible que se delata, por ejemplo, en la oración que concluye este homenaje: “Por más solo que esté ahora, no lo estará tanto como acá”.
Un procedimiento análogo se identifica, por tanto, cuando Basadre decide
abordar un “Viaje con escalas por la obra de Valdelomar”. Estas instancias se articulan sobre el reconocimiento de un autor que organizó y fundó, en más de un género, el principio de una voz y forma singular de escritura. Pero es en el campo periodístico que Jorge Basadre halla el punto más elevado de la concisa, aunque diversa, producción de Valdelomar. Así, detalla esta naturaleza como el espacio de “plena depuración estética” (2003, p.32), remitiendo a un artificio que sólo tiene unos vínculos, en cuanto a perfeccionamiento, con algunos momentos de su narrativa breve. Esta práctica en el interior del quehacer artístico de Valdelomar, revela, asimismo, la transfiguración de una serie de dinámicas que establecían una diferencia entre la sociedad de su época y la precedente. Por ello, el ámbito que delinea la propagación de una modalidad periodística, connota una primera autonomía del artista con respecto a una situación económica antes determinada por una precaria dimensión editorial. Como indica Jorge Basadre, las “páginas literarias de los diarios aparecieron entonces con regularidad y no estaban clausuradas para las nuevas inquietudes ni para las firmas juveniles” (2003, p.33), prolongando una esfera arraigada en un diálogo crítico y estético. El inicio del cuento criollo con “El Caballero Carmelo” determina, una vez más, ese signo inaugural que propone una amplia serie de las creaciones del escritor de “Belmonte, el trágico”. Precisamente, un estado de fervor caracteriza algunos de los pasajes más importantes de este ensayo, donde la tauromaquia surge bajo el ritmo de un ritual, de un oficio que comunica al hombre con la trascendencia. Pero Jorge Basadre, al distinguir la consolidación de una literatura autóctona en Valdelomar, cuestiona los alcances de su labor que afronta el tema índigena. De este modo, admite la introducción de una mirada infantil que reconstruye, desde un nivel más significativo, las fronteras de una región costeña. Por esta razón, sólo distingue en él “la difusión del amor del por lo peruano, por ser precedente de tendencias nativistas”, unas que aguardan aún una afirmación más rotunda. La confrontación entre López Albújar y Valdelomar perfila, en este contexto, dos campos que evaden, a pesar de sus intentos y expectativas, la aprehensión de una identidad auténtica. Así, Valdelomar termina por representar una conciencia que provee las bases estéticas de la sátira política, del relato maravilloso, del ensayo psicológico y literario, sin embargo, Basadre registra que “fueron muchas las minas que descubrió, de los más variados y ricos productos; pero se contentó con el denuncio, sin ir al usufructo de sus pertenencias”, una ausencia que fue configurada por su inesperada muerte, imposibilitando la visión de este autor dentro de la metamorfosis que implicaría la vanguardia.
El interés de Basadre por la conformación de un “arte nuevo” encuentra, de
modo paradigmático, un emplazamiento decisivo dentro de “Divagaciones sobre literatura reciente”. Un reconocimiento de la circunstancia de que algunos de los autores más importantes de la tradición nacional hayan tenido un desarrollo en un ámbito extranjero define, en este sentido, un carácter que contrasta con un ambiente que imposibilita esta disposición. Ventura García Calderón, Juan Parra del Riego, Alberto Hidalgo, César Vallejo asoman, de esta manera, como figuras que se oponen a una generación que después de Valdelomar no obtuvo en el espacio limeño una repercusión análoga. Por ello, para Jorge Basadre el “arte nuevo” ingreso en la conciencia estética del país con cierto retraso a través de las revistas literarias argentinas, y no por una resonancia surgida desde la fuente del México revolucionario. En esta atmósfera, la preponderancia de una dimensión asentada en el ambiente provinciano destaca a través de Alejandro Peralta y los miembros del grupo Titikaka e, igualmente, “El Norte” con Alcides Spelucín y Antenor Orrego. El vanguardismo poético coincide, de esta forma, con la intensificación de una propuesta indigenista. Sin embargo, Basadre identifica la existencia de dos orientaciones dentro de las fronteras de la metrópoli y el escenario costeño: la tendencia social y una tendencia puramente artística. La constancia de un ambiente poco propicio para el desarrollo de estas experiencias funda, así, una naturaleza compleja, dominada por la hegemonía del totem y tabú. Tres son, por tanto, las aclaraciones más exactas de Jorge Basadre: a) “El arte nuevo, sin dejar de tomar algunos ingredientes de la realidad objetiva, no tiene en ella su linde. A veces la supera, siguiendo ocultas y espontáneas reglas interiores, llegando así a dar a la palabra ‘creación’ su máxima excelsitud”, b) “Absurdo es, en suma, desdeñar el arte nuevo que en Europa ya tiene obras tan perennes como las deja el pasado. Absurdo, igualmente, desdeñar el arte nuevo en América y en el Perú, a pesar de la exuberancia de mediocridad que ha tenido. Tampoco cabe, en cambio, erguir otro totem, otro tabú más”, c) “Dentro de una norma sin normas, integral y amplia pero también exigente y severa, demos la bienvenida a todo lo que amplifique y despierte la sensibilidad. En arte, el politeísmo es una virtud”.
Clarividentes son, asimismo, las reflexiones que Jorge Basadre despliega en
“Anverso y Reverso del Cinema”. En este apartado, articula los rasgos esenciales de una creación que se consolida sobre la estructura de la modernidad y de los procesos que imitan el movimiento de la máquina. De este modo, se afirma que “es la máquina la que caracteriza la civilización desde el siglo XIX. No sólo invade la industria y la sociología, la vida familiar y social, la rotación entre los sexos: repercute también en el arte”. Es, por medio del reconocimiento de este carácter, que Basadre sugiere el dominio del cinema, un elemento que trastoca el tiempo y el espacio, proponiéndose como lenguaje universal que confronta de forma exitosa cualquier tipo de obstáculo. La visión transige, en este sentido, frente a una exploración que puede determinar las propiedades de un ámbito universal o uno microscópico. El cinema se contempla, por tanto, como recurso que “concentra a todas las clases sociales, a todas las edades, a todas las razas”. Su amplia resonancia contrasta, sin embargo, desde el espacio desde el cual se elabora su discurso. Para Basadre, el cinema se opone a la escritura, pues esta última no involucra una dificultad al novelista o poeta desde su recurso técnico. Mientras tanto, la producción de un film sólo es factible por medio de la posesión del capital. El público y los intelectuales se encuentran seducidos, de esta forma, por la imagen de un “centauro formado por el torso industrial y por la cabeza estética”.