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¿Por qué?
Bajar es lo peor es una novela sobre un tema joven escrita por
una joven, con curiosidades e ingenuidades jóvenes. Y esta es
una novela también juvenil, si querés, pero ya no escrita por
una persona joven sino por alguien con mucha más noción del
artificio de la novela.
¿Quiénes?
Bueno, Samanta Schweblin me gusta. Ella es mucho más
técnica que yo. Es un poco más fina. Luciano Lamberti.
Federico Falco, que hace algo medio lyncheano, raro, triste,
oscuro. Me gusta el boliviano Maximiliano Barrientos. Me
parece que hay una corriente por ahí, de raros.
“La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones artificiales, como la que afirma que hay
predominancia de hombres”, señala Mariana Enríquez, una de las autoras más prolíficas y
destacadas de la literatura nacional. Sobre su último libro, Éste era el mar (Random House, 2017),
destaca que se trata de un libro fantástico “más separado de las referencias cotidianas, más desatado
a la imaginación”. La decisión de encarar un género tan singular como el horror en la literatura, la
problemática de la lucha de género dentro del ambiente literario y más, en la siguiente entrevista.
Sobre la autora
Narrar lo desconocido, explorar algo tan cercano como extraño como es el terror y no quedarse dentro de
los límites confortables del realismo son algunos de los rasgos que hacen que la obra de Mariana Enríquez
cobre cada vez más relevancia dentro de la literatura nacional. Con el horror , lo fantástico y lo macabro
puesto en un lugar central de sus historias, la escritora y periodista logró crear su propio universo.
En ese sentido, el último libro de Enríquez, Éste es el mar (Random House, 2017), plantea una historia
singular en el que el rock, el fanatismo y seres fantásticos se mezclan a lo largo de todo el relato, en una
suerte de compleja relación entre fantasía y realidad que hace acordar a algunos clásicos de la literatura
juvenil. Al respecto, Enríquez señala: “no me interesa escapar de los juvenil pero es un juvenil vintage: es
para los jóvenes de hace veinte años”. Además, destaca que dentro de ese género no es necesario utilizar
un lenguaje absolutamente llano, ya que los jóvenes son capaces de leer textos “complejos y bellos”. Ahora
bien, una pregunta queda abierta: ¿cómo introducir el terror en una historia?
— Éste es el mar cuenta una historia fantástica poco común
dentro de la literatura argentina, sobre todo teniendo en cuento los libros de mayor circulación.
¿Cómo nació en vos el interés de encarar esta breve novela?
— La escribí en paralelo a los cuentos de Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en
el fuego, que son cuentos anclados en el realismo donde irrumpe lo sobrenatural o el horror. Son cuentos
anfibios, digamos. Pero a mí me encanta también el fantástico más separado de las referencias cotidianos,
más desatado a la imaginación. Así que la escribí como una especie de alivio y también como otra
posibilidad, porque los cuentos del estilo de los libros mencionados no son lo único que me gusta o me
interesa.
— Si bien por la aparición de seres fantásticos, así como también la centralidad que estrellas de rock
y sus fans tienen en el relato, puede asemejarse a un libro de ficción juvenil, el uso del lenguaje
escapa rápidamente a ese género. ¿Fue una intención a propósito o nunca te interesó escapar a esa
etiqueta de historia juvenil con este libro?
— No me interesa escapar de los juvenil pero es un juvenil vintage: es para los jóvenes de hace veinte
años, creo. También creo que el tema del lenguaje tan plano en la ficción juvenil es un problema: entiendo
que pueda buscarse la sencillez pero no me parece necesario. Los jóvenes son capaces de leer textos
complejos y bellos.
Las chicas especialmente son injustamente maltratadas porque se las considera
superficiales, hormonales, todas críticas bastante misóginas que en muchos casos salieron
del periodismo de rock, tradicionalmente escrito por varones
— En relación con la pregunta anterior, hay momentos del libro con un fuerte contenido poético.
¿Cómo es tu relación con la poesía? ¿Forma parte de tus lecturas?
— Mucho. No escribo ni creo que escribiré poesía pero es una de mis principales influencias. Rimbaud,
Yeats, Eliot, Watanabe, Cisneros, Anne Sexton, Stevie Smith, Warsan Shire, Frank O’Hara, Louise Glück,
Edna St. Vincent Millay… son todos mis influencias. Y muchos más también contemporáneos como los
argentinos Mariano Blatt o Elena Anníbali, por nombrar solamente dos.
(Leer nota relacionada: ¿Qué es la poesía? #8 Mariano Blatt: “La poesía para mí es un hecho
textual”)
— ¿Qué comentarios, tanto de la crítica como de lectores, te llegaron por Éste es el mar?
— No muchos por ahora. Que es distinto y parecido a lo que hago. Que se parece más a mis obsesiones
periodísticas, cosa que es cierta, hace años que cubro periodismo cultural y en ese terreno suelo escribir
sobre mis fetiches.
— Julio Cortázar siempre decía que lo fantástico, para él, no podía distinguirse de lo que la mayoría
de las personas encontraba como “lo normal”. En tu obra sucede algo similar, donde lo fantástico
muchas veces fluye en situaciones cotidianas. ¿De qué manera trabajás ese diálogo?
— Leo literatura fantástica desde siempre y la verdad es que no lo trabajo mucho: para mí es muy natural,
está en mis lecturas. El fantástico, salvo en casos muy particulares, especialmente en creaciones de
mundos, en el fantasy y en cierta ciencia ficción, en general dialoga con lo cotidiano. Lo hace Cortázar,
Felisberto Hernández, Neil Gaiman, M. John Harrison, Robert Aickman, Ray Bradbury, JG Ballard,
Stephen King, casi todos los escritores que me gustan. Es cierto que yo acentúo las cuestiones políticas y
sociales en los cuentos un poco más, pero creo que es un signo de los tiempos y está muy relacionado con
mi propia vida cotidiana.
— Éste es el mar, a pesar de estar narrada dentro de un plano fantástico, también puede ser leído
como una suerte de presente distópico, con críticas veladas al star system del rock, los fanatismos
desmedidos y la hiperconectividad en la que vivimos. ¿Fue una intención desde el comienzo o forma
parte de las múltiples lecturas que un texto puede tener?
— Es una de las múltiples lecturas, pero no hay una intención al menos buscada en ese sentido. Y con las
fans al contrario: es un universo que me fascina, que me parece ha contribuido al fenómeno del rock para
construirlo tanto como los músicos y me parece que, las chicas especialmente, son injustamente
maltratadas porque se las considera superficiales, hormonales, todas críticas bastante misóginas que en
muchos casos salieron del periodismo de rock, tradicionalmente escrito por varones, que solían negar la
dimensión erótica del fenómeno. Además, creo que es un libro que siente nostalgia por el rock, que ya no
es LA cultura juvenil, es una más entre muchas que tienen incluso más relevancia.
— Tanto en Argentina, como en el resto del continente, se viven momentos muy intensos en lo que
a la lucha por la igualdad de género se refiere. En ese sentido, el ambiente literario -como la gran
mayoría- tuvo predominancia de hombres y siempre a la hora de hacer reseñas, antologías o charlas,
hay un desequilibrio. ¿Cómo ves ese aspecto en la actualidad?
— Creo que hay una gran cantidad de mujeres escribiendo, y muy bien, y muchas son muy exitosas. Creo
que el desequilirio pasa más por quiénes son los que arman las charlas y las antologías que por lo que pasa
en la realidad. Se va a equilibrar sola la cuestión. La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones
artificiales, como la que afirma que hay predominancia de hombres. No la hay, es un efecto discursivo de
tanto repetirlo. Los escritores más famosos del mundo son mujeres: Elena Ferrante, JK Rowling, Suzanne
Collins.
La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones artificiales, como la que afirma
que hay predominancia de hombres. No la hay, es un efecto discursivo de tanto repetirlo.
Los escritores más famosos del mundo son mujeres: Elena Ferrante, JK Rowling, Suzanne
Collins.
— En ese mismo sentido, la literatura escrita por mujeres siempre suele estar asociada al lugar
común de “la mirada femenina”. En una entrevista anterior con Alejandra Zina, me comentó que,
charlando con vos, ella pensó que al escribir historias de terror, con presencia de imágenes macabras
y oscuras, podías escapar a ese comentario, pero que no era así. ¿Cómo convivís con ese estereotipo
que se le implanta a la literatura hecha por autoras mujeres?
— No convivo. Me malhumora y me irrita. No creo que exista un ente que pueda ser llamado mirada
femenina. Además tradicionalmente las mujeres escribieron horror y gótico: Mary Shelley, Alejandra
Pizarnik, Daphne Du Maurier, Flannery O’ Conjor, Shirley Jackson, Emily Brönte… Y Emily Brönte, por
ejemplo, escribió a uno de los “héroes” hombres más importantes de la literatura, Heathcliff. Me parece
además una especie de insulto a la imaginación. ¿Acaso los hombres no tienen una mirada femenina?
¿Cómo hacen para escribir mujeres, si no? Es como si fuera exclusivo de un sexo. Un escritor, hombre o
mujer, puede escribir sobre cualquier cosa y desde cualquier mirada.
(Leer nota relacionada: Entrevista a Alejandra Zina: “La literatura, si está viva, está acompañando
lo que pasa”
— Por último, a la hora de escribir, ¿tenés algún tipo de procedimiento o rutina? ¿Qué consejo le
podrías dar a alguien que está dando sus primeros pasos en la literatura?
— No. Trabajo como periodista y docente así que escribo cuando encuentro el tiempo, en general de
mañana. El único consejo para el que quiere empezar a escribir en mi opinión es que lea. Que lea mucho
y todo el tiempo y sin prejuicios.
Creo que es totalmente epidérmica. Está tan cerca y tan enmarcada en lo cotidiano que, si
trabajas conscientemente con elementos que tienen que ver con algún acercamiento al
realismo —y yo creo que los cuentos tienen incluso una estructura y un tono que está
totalmente enmarcado en el realismo—, ahí irrumpe lo que sea: lo sobrenatural, la
violencia, lo que elija en ese momento: algún desdoblamiento de la realidad, alguna
perturbación de ese tipo; pero para mí la violencia es muy cotidiana. Al mismo tiempo es
medio absurdo decir eso teniendo en el mundo tantos lugares donde la violencia es
explícitamente mucho más brutal que acá. Acá, todavía, por más que el argentino rezongue,
hay un espacio relativamente seguro, pero de todos modos hay un pasado de violencia
institucional muy cercano y muy presente. Vos pensá estos días la cuestión de Santiago
Maldonado —que desapareció en Chubut—; cómo rápidamente emerge no sólo esa
historia, sino también los discursos de esa historia, los discursos muy violentos de la gente
que te dice: «El pibe está perdido por ahí», «es un hippie sucio», «está en Nueva York»; es
justamente la misma matriz. Y, por otro lado, la gente que insiste en que es un desaparecido
por el Estado. Después, cotidianamente, en toda gran ciudad vivís de una manera, no sé si
llamarla violenta, pero sí muy dura. La ciudad tiene eso, una cosa de velocidad, brutalidad,
diferencia, supervivencia, que es en sí violenta por la manera en que vivís. Pero tampoco
creo que lo violento sea necesariamente negativo, creo que hay momentos en que tenés que
reaccionar violentamente ante alguna situación o hay situaciones que son violentas y hay
que atravesarlas, vivirlas así porque es la naturaleza de la situación.
Las cosas que perdimos en el fuego es un libro de cuentos realistas atravesados por el
terror, lo sobrenatural, y Este es el mar es una novela fantástica. ¿Cuál fue la
diferencia a la hora de escribir uno y otro libro?
Los cuentos yo los escribí en un período largo de tiempo, no pensados especialmente para
un libro, salvo al final, cuando llegué a tener una cantidad de cuentos que tenían un tono,
un tipo de protagonista, un tipo de escenario, ciertas tensiones, ciertas situaciones, ciertos
manejos de la tensión del relato que eran un poco parecidos. Entonces me dije que eso tenía
un aire de familia que determinaba que esto fuera
Yo tengo una relación superambivalente con eso. Cuando lo pienso políticamente digo que
sí, que todavía hay que reivindicar y rescatar escritoras, porque son realmente buenas y no
están en el lugar que merecen, cuando hay otros escritores para mí menos interesantes y
en lugares muy representativos. En ese sentido, todavía me parece una operación
necesaria. Pero, al mismo tiempo, soy totalmente reacia cuando me invitan a una mesa
femenina, o cuando se piensa en la literatura de mujeres como una literatura de lo íntimo.
Eso es una cosa que me irrita profundamente. Y creo que tiene que ver con una reacción
muy temperamental, de decir: eso es totalmente machista. La mujer hablando sobre lo
pequeño y las pequeñas emociones, la intimidad y el cuerpo: ese es el lugar donde
históricamente estuvieron las mujeres. Pero, al mismo tiempo, hay otra voz que me dice
que falta el relato de eso. Y, además, me parece que en los últimos años hay mucha literatura
sobre eso y me irrita esa idea de que la mujer es buena en eso, porque es lo mismo que decir
que la mujer es buena limpiando la cocina, sólo que trasladado a la literatura. A mí me gusta
Liliana Bodoc, una escritora que se sienta a escribir una épica a lo Juego de tronos, a lo
Tolkien, con dragones, con culturas, con guerreros, contando escenas de guerra con
bestialidad y con un lenguaje totalmente lírico. Y si le tapás el nombre y le ponés Martin
Bodoc te lo compran. Creo que la mujer debe agarrar los géneros inapropiados, los grandes
géneros. Creo que hay un montón de discursos totalmente anquilosados sobre lo que es la
literatura femenina. Frankenstein no es un relato sobre la intimidad, es un tipo que levanta
muertos. Hay otro terreno que se asimila a la escritura femenina, cercano a una literatura
muy fragmentada, en la línea de Clarice Lispector. Yo no soy muy fanática, esa otra
literatura femenina como voluptuosa, sensual, regodeada en el lenguaje, los fluidos y la
animalidad no me gusta políticamente, aunque sí estéticamente; porque es un lugar
tradicional de la mujer: la mujer irracional y desbordada en todo sentido, sexualmente
peligrosa: Lilith; o la mujer en la intimidad, que cuenta su pequeño mundo. Me parece
profundamente machista decir que sólo existen esos dos lugares en la literatura de mujeres.
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Mariana Enríquez
Dice Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) que lo que pasó fue que de pequeña tenía acceso
ilimitado a una biblioteca repleta de libros que eran también libros de terror. Que para ella
siempre fueron más perfectos, terroríficamente hablando, aquellos libros que no pretendían serlo,
pero que no podían evitarlo. Como por ejemplo Jane Eyre, el clásico de Charlotte Brönte, o Cumbres
borrascosas, el clásico de su hermana Emily, o el Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, una
novela gótica "que hoy no hubiera podido escribirse" por resultar demasiado políticamente
incorrecta. "Siempre me gustaron más todos esos libros que los de Lovecraft, que los de Poe.
Porque sugerían el terror, porque te dejaban llegar a él por tu cuenta", dice.
Acaba de publicar una nueva colección de relatos que, en el tiempo, es anterior a la que publicó el
pasado año. Aquella llevaba por título el título de una canción de Low -Las cosas que perdimos en el
fuego- y recibió elogios hasta del mismísimo Dave Eggers, que la comparaba con Roberto Bolaño, y
decía, de ella, que su ficción "nos impacta con la fuerza de un tren de mercancías". La de ahora se
titula Los peligros de fumar en la cama (Anagrama) y como aquella, está formada por un puñado de
relatos, 12 en total, que juegan con el terror y lo cotidiano, que construyen un enorme y
terrorífico castillo en entornos siempre reconocibles y, por ello, doblemente aterradores. El
componente social, dice, está ahí, de forma inevitable, porque todos estos relatos se escriben desde
Argentina, y no hay forma de que el terror real que se vivió durante la dictadura y, sobre todo, la
post-dictadura, no esté presente.
En esta nueva colección de relatos, lo social se impone en 'El carrito', la historia de la maldición de
un mendigo, y se aleja hacia el terreno de lo mitológico - de una mitología, apunta Enríquez, "muy
argentina" - en 'El desentierro de la angelita', y juguetea con la idea del paso - siempre cruel - de la
adolescencia a la edad adulta, previo descubrimiento de la maldad que anida en cada uno de
nosotros, en 'La Virgen de la tosquera'. Está la idea de la familia como algo tóxico en 'El aljibe', y
están los desaparecidos en la historia de fantasmas y ouijas de 'Cuando hablábamos con los
muertos'. Y está incluso Barcelona, como ese supuesto paraíso al que emigraban los
argentinos en los 90, y que por alguna extraña razón "se los quedaba", los "vampirizaba", en
el relato 'Rambla Triste'. Lo que los une es esa irrupción del terror en lo cotidiano, del elemento
fantástico o sobrenatural que convierte un día a día aburrido - como el de la responsable del
archivo de personas desaparecidas de 'Chicos que faltan' - en una auténtica pesadilla.
Pregunta.- Más allá del elemento terrorífico, ¿diría que algo los une? ¿Que hay, entre todos ellos,
una especie de hilo conductor?
Respuesta.- Sí, en este caso el hilo conductor es la adolescencia. Los protagonistas son
adolescentes, tienen esa edad en la que estás, en cierto sentido, enamorado de la muerte. Me
pareció interesante la idea de trabajar desde ahí. También estaba la idea de reformular figuras
tradicionales de la literatura de terror, y hacerlo con, por ejemplo, mitología argentina, que
no ha llegado a la literatura como debería, o apenas lo ha hecho. En 'Cosas que perdimos en el
fuego' el hilo conductor era otro, eran las mujeres, era lo siniestro femenino.
P.- Sus cuentos funcionan a menudo como novelas comprimidas, ¿cómo los construye?
R.- Surgen de forma bastante intuitiva. Los pienso mucho antes de escribirlos. Los vivo, como si
fueran pesadillas. Y luego los escribo, en una sentada o dos. Escribirlos es como una explosión.
Pero sólo estoy poniendo por escrito algo que ya he visto. Tomo pocas notas. Los trabajo
mentalmente. Sale de forma tan vívida porque realmente los he vivido, de alguna forma, como
sueños, como pesadillas.
P.- ¿Y todo ese miedo se gestó cuando era niña y leía historias góticas?
R.- Sí, leer a los ocho años ciertas historias te marca para siempre. Aunque también lo hace crecer
en Argentina en la época en la que lo hice y escuchar descripciones de torturas en las noticias, y
leerlas en los periódicos, vivir con ese terror presente y posible, un terror que ya no era cosa de
novelas, que era real. Un terror real, palpable, que entronca con un miedo atávico, infantil, y
que además estaba viviendo mientras era aún una niña. A la vez, el hecho de que yo no tuviera
cerca ningún caso de desaparecidos, nada tan horrible, me permitía verlo desde fuera, contarlo,
con una distancia que quizá no hubiese tenido de otra manera.
P.- En uno de los relatos se habla claramente de eso ('Chicos que faltan') y luego hay otro en el que
anticipa la serie que Emmanuel Carrère escribió para televisión ('Les Revenants') e
inevitablemente en su caso, como dice, tiene una vertiente social.
R.- Tengo una amiga, una escritora, que perdió a sus padres, y pudo recuperar a su hermano, y
cuando leyó el relato, creyó que estaba contando su historia, y eso no era lo que yo había
pretendido. Yo había pretendido hablar de un mito inglés, el 'changeling', la historia de niños que
son llevados a una especie de país de las hadas y que son sustituidos, en nuestro mundo, por niños
idénticos que sin embargo no son los mismos. Quise hacer algo con ese tema y acabé,
inevitablemente, hablando, sin darme cuenta, de los niños que se llevaron los militares y
regresaron, pero ya no eran los mismos. P.- En otro de los relatos, 'Rambla Triste', habla de su
percepción de Barcelona, y convierte la ciudad en una especie de pesadilla.
R.- Me interesa mucho la idea de hacer del lugar un personaje. Y en ese relato la ciudad de
Barcelona es un personaje. Estaba enfadada porque había perdido a muchos de mis amigos en
Barcelona. Se habían ido y no habían vuelto. Porque en los 90 se puso de moda emigrar a
Barcelona. Imaginé que ese lugar era un lugar con memoria, y que quería de alguna forma
vengarse de todo lo que le estaba sucediendo y se vengaba atrapando a aquellos que lo habitaban,
impidiéndoles salir. Como en todos los casos, era mi inconsciente hablando, porque el terror es el
género del inconsciente.
P.- Se le compara a menudo con Shirley Jackson, ¿quiénes son sus maestros?
R.- Mi maestro indiscutible es Stephen King. Fue a través de Stephen King que di con Shirley
Jackson, que me encanta. Pero fue King quien me llevó a ella. King ha sido un señalador, un
prescriptor. A través de él, descubrí a Peter Straub, a Clive Barker, a Ray Bradbury, que es
súper importante para mí, y a Robert Aickman, que ahora mismo me vuelve loca, y a autores
que han tratado la ciudad como personaje, como el lugar en el que el pasado sigue sucediendo.
Porque esa es la idea del fantasma. El fantasma es el pasado que sigue sucediendo. Silvina Ocampo,
su humor negro, su crueldad desencajada, me encantan.