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Mariana Enriquez: “Al

escritor que no lee no lo


entiendo”
Una de nuestras escritoras más
importantes, está triunfando en el mundo
con su libro de cuentos "Las cosas que
perdimos en el fuego", editado el año
pasado por Anagrama. Y acaba de publicar
su novela más rockera, "Éste es el mar", la
fascinante historia de unas hadas fanáticas,
Las Luminosas, encargadas de convertir en
estrellas planetarias a ídolos del rock de la
talla de Hendrix, Morrison, Lennon o
Cobain. Un diálogo imperdible sobre
literatura, música, industria editorial y
juventud.
Por Martín Caamaño / Fotos Ale Guyot

Mariana Enriquez es de esa clase de personas que tiene


gustos e intereses bien definidos. Basta escucharla hablar unos
minutos para comprender que nada podrá interferir en eso que
ella misma denomina su “parcelita” y desde la cual hace años
viene desplegando una literatura magnética. En Éste es el mar,
su última novela, confluyen dos de esos intereses, que por otra
parte siempre estuvieron presentes tanto en su carrera como
escritora de ficción como de periodista: la cultura rock y lo
sobrenatural. El libro narra la historia de Helena, un hada que
debe convertir en leyenda a James Evans, el frontman de una
banda de rock teen. Helena pertenece a una cofradía de ninfas
que a lo largo del tiempo ha convertido en semidioses a viejos
trovadores del medioevo y a rockeros icónicos como Jimi
Hendrix, Jim Morrison, John Lennon, Nick Drake o Kurt
Cobain. La novela aparece en un momento particular para
Enriquez. Su libro de cuentos Las cosas que perdimos en
el fuego, editado el año pasado por Anagrama, es una
suerte de boom editorial que no para de traducirse a distintas
lenguas y, como un objeto mágico, a la vez luminoso y tiránico,
lleva a su autora a presentarlo en festivales literarios de todo el
mundo.

ENTREVISTA> ¿Cómo vivís la repercusión de Las cosas


que perdimos en el fuego?
Es raro porque en la rutina de todos los días no me doy cuenta
más que por cuestiones de agenda. Tengo que andar corriendo
cosas permanentemente, pidiendo permisos en el laburo para
viajar. Algo absolutamente laboral. Como si se me hubiese
acrecentado el trabajo. Y estoy más cansada y tengo menos
tiempo para escribir, cosa que me preocupa un poco porque yo
no quiero ser esa clase de escritor que viaja y no escribe. A mí
no me interesa. Y para eso tenés que parar y básicamente decir
que no. No es tan difícil. Decís no y chau.

Igual me imagino que ahora te sentís más leída.


Sí, claro. Las ediciones son más, los libros se venden más. Al
mismo tiempo, lo que pasó con las traducciones es algo que
tiene que ver con la industria editorial. Estoy una agencia muy
buena, que confía y apuesta por mi trabajo, y que me consiguió
un contrato con Anagrama. Eso cambia la percepción que
tienen los que van a comprar los derechos. O sea, no es lo
mismo estar en ese catálogo que estar en otro. Y creo que un
escritor tiene que saber, hablar y comprender esas cosas. Sobre
todo para entender que tu trabajo puede gustar mucho, pero
que no solo se está moviendo por eso sino porque hay un
montón de condiciones de la industria editorial. Luego, por
supuesto, si el libro está bien va a gustar más y va a conseguir
lectores. Pero está bueno saber lo otro para no pensar que sos
muy genial. Porque eso es una vergüenza. Cuando un escritor
piensa que es muy genial es grave.
“Para mí, leer y escribir son parte de un
mismo proceso. El deslumbramiento es algo
que, si no me pasa porque estoy en un
momento alicaído, lo construyo cuando
escribo. Porque el entusiasmo me parece
fundamental. No me gusta mucho la
escritura irónica, distanciada. Me aburre."

¿Pero no pensás que lo tuyo va más allá de las


condiciones de la industria?
Sí, porque también es importante que haya ciertos editores que
se enamoren de tu trabajo. Mi editora francesa, por ejemplo,
con la que además nos hicimos bastante amigas, es fan. Le
encanta lo que hago. A Jorge Herralde también. Le gustaron
mucho los libros. Es el único editor que tuve en mi vida que
cada vez que sale una reseña me la manda. Entonces, cuando
tenés la suerte de tener unos cuantos editores a los que de
verdad les gusta lo que hacés, eso sí te ubica en otro lugar que
tiene más que ver con lo “artístico”. No es solo que están bien
conectados, que sí lo están, sino que además trabajan mucho
porque les encanta lo que escribo. Es gente que le habla de tu
trabajo a otra gente, que te lee y te recomienda. Y se arma eso
otro que es más interesante y más gratificante.

¿Ese reconocimiento afecta tu escritura?


No. Todavía no.
¿Te preocupa?
No. Porque yo tengo obsesiones supermarcadas. Pocas y muy
determinadas. Y pueden tener variaciones estilísticas, si
querés, pero trabajo en una baldosa propia que conozco
perfectamente. La baldosa de al lado, ni idea. Entonces si me
piden, por ejemplo, un libro que puede funcionar muy bien en
el mercado, no lo puedo escribir. No me sale. Lo único que me
“preocupa” es esta cuestión de no poder estar tranquila en mi
casa, tener la vida interrumpida por viajes y no poder terminar
un proyecto determinado. Pero eso es ahora, este primer año, y
con las traducciones todavía tengo como el pudor de decir que
no.

Además acabás de sacar otro libro…


¡Sí!

¿Por qué Éste es el mar salió por otra editorial?


Porque Anagrama está esperando otro libro que estoy
escribiendo. Una novela larga. Y creo que Éste es el mar les
pareció, para el perfil que ellos quieren para mí y el de ellos
como editorial, demasiado rocker, demasiado juvenil.
Supongo. No sé los detalles de la negativa. Igual, un poco me
gusta tener textos en diferentes editoriales. Pero Anagrama en
este momento es mi editorial principal. Es a la que le estoy
escribiendo esta novela larga y en la que estoy pensando para
otro libro de cuentos.
Éste es el mar me hizo acordar a “Carne”, de Los
peligros de fumar en la cama. En ese relato unas fans
se comen el cuerpo de su ídolo. ¿Éste es el mar podría
funcionar como su reverso?
Totalmente. Pasaron varias cosas con el librito. Primero, lo
escribí mientras estaba con los cuentos de Las cosas que
perdimos en el fuego. Y de Los peligros de fumar en la
cama en algún punto también, al menos la idea. Los cuentos
tienen elementos fantásticos, algunos también elementos
rockeros. Pero son muy de terror, absolutamente oscuros y
muy realistas al mismo tiempo. Y muy argentinos. Y en el
medio de eso me empezó a aparecer esta historia que no era
para nada argentina, para nada realista, que tiene elementos
de terror si sos muy susceptible, pero que a mí no me parece
en lo más mínimo. Es una historia romántica. Se parece un
poco a mi primera novela. Pero con otros elementos.

¿Por qué?
Bajar es lo peor es una novela sobre un tema joven escrita por
una joven, con curiosidades e ingenuidades jóvenes. Y esta es
una novela también juvenil, si querés, pero ya no escrita por
una persona joven sino por alguien con mucha más noción del
artificio de la novela.

¿Y qué pasó en el medio?


Lo que pasó en el medio de las dos fue una construcción de
escritora. No creo que fuese escritora en Bajar es lo peor. Creo
que era una persona que escribió una novela. Veinte años
después ya tengo una formación de fracasos, de saber lo que
me funciona y lo que no, lo que sé hacer, de qué influencias
puedo tomar algo. Es como una despedida de la juventud. Es
un cierre para ciertas obsesiones juveniles. Para mí la juventud
es un tema… Me interesa mucho y quería escribir una novela
sobre el fin de la juventud.

¿A qué nivel la juventud es un tema?


Por fascinación. Me parece el mejor momento de la vida. No
tengo la suficiente sabiduría como para decir que disfruto del
paso del tiempo y de la madurez.
“No sé dónde empieza y dónde termina lo de
la atención, lo de tomar influencias y estar
informado, de buscar en todo eso que se te
presenta con el periodismo. Pero lo que te
termina formando la originalidad es elegir
los pequeños pedazos de cosas a partir de tu
sensibilidad.”

Y es el momento del rock. Esa fascinación juvenil por


el rock está muy presente en el libro.
Hacía mucho que tenía ganas de hablar sobre la cuestión de las
fans. Siempre me pareció un elemento poco pensado, después
de trabajar tanto tiempo escribiendo sobre rock. Ahora un
poco más tal vez. Pero durante muchos años fue casi
despreciado. Sobre todo, las chicas. Los chicos también,
porque tienen casi el mismo comportamiento, pero es como si
el de fan fuera un atributo femenino. Y para mí es un atributo
muy fundamental de la mitología del rock en el sentido de que
sin ellas no tenés ese tipo de ídolo. O sea que lo construyen. Y
trabajando con todos esos elementos se me ocurrió la idea de
pensar que las fans siempre fueron las mismas, que al menos
hubiese un grupo que hubiesen sido las mismas
históricamente. A ese momento un poco brujo del rock, que a
mí siempre me fascinó muchísimo, lo mezclé con cierta
mitología literaria y mitología a secas, digamos. Las bacantes,
las mujeres que atacan a Orfeo, la medusa, las sirenas… Todas
esas mujeres de la mitología que son atractivas y letales al
mismo tiempo. Esos elementos tienen muchas influencias de
otro montón de escritores que me gustan y con los que no
estaba trabajando tanto en los cuentos. Neil Gaiman,
Bradbury. Autores más tiernos, si querés. Y la preocupación
por el rock que tuve siempre. Sobre todo por ese rock
mitológico, más alejado de lo musical, que finalmente es lo que
más me termina interesando. Porque siento que hay un
desprecio de la crítica de rock escrita por varones sobre todo lo
que rodea al rock: la moda, las chicas. Entonces quería hacer
esa mirada para mí no oblicua, sino totalmente fundamental
del rock.
¿Vos fuiste fan?
Soy superfan. Por ahí hoy ya no voy y grito como las nenas
porque soy grande. Pero grité. Por Iggy Pop grité. Por The Cult
grité. Bah, en realidad por Ian Astbury porque no sé si The
Cult me interesaba tanto. Pero él me interesaba muchísimo.
Por Nick Cave trastorné. Si hubiese visto a Bowie de joven,
hubiese quedado totalmente enferma. Entiendo perfectamente
lo que se siente. Y también otro tipo de identificación que es
muy particular de este fenómeno: no solamente estás
enamorada de este señor sino que también querés ser él. Que
es una cosa no muy fácil de entender. Hay un deseo de ser eso.
Lo querés tener hasta el nivel de la transformación. Es una
cosa bien curiosa. Y sí, la experimenté.
En la novela, antes de convertir a James en leyenda,
Helena quiere que él haga buena música. Ahí también
te reconocí a vos. ¿Fue una forma de demostrar cierto
respeto al género?
Sí, fue total respeto hacia el género. Y otro poco por nostalgia
de esos grandes momentos epifánicos musicales que hace rato
que no tengo, a lo mejor por edad o a lo mejor porque
realmente en una oferta y en una dispersión tan grande es
difícil de encontrar. Incluso lo que pasa en el libro es muy
anacrónico: lo que Helena le ofrece a él es una canción muy
antigua que ella recuerda. Y después termina sonando en la
radio. Es algo casi órfico. Un misterio. El misterio de una
canción hermosa que, por lo menos yo, hace mucho que no
siento. O por lo menos no en ese nivel de masividad. Y lo dejé
anacrónico a propósito. Por eso digo que es una novela juvenil
vintage. Porque no es para jóvenes de ahora. Es para mí
cuando era joven.

Si fueses Helena, ¿a qué músico de la actualidad


convertirías en leyenda?
Uh, no sé… Dejame pensar un poco…

Me sorprende que no lo hayas pensado.


Sí, lo pensé. Pero no es un rockero. A Jared Leto. Lo que pasa
es que es actor. Pero en su faceta de músico… También es
medio viejo. Lo ves y físicamente tiene veinte años. Pero es un
señor de mucho más de cuarenta. Tendría que haber
empezado con la banda antes… Es lo que te decía. Es muy
vintage la idea de la novela. Yo no voy a ver a nadie ahora
porque ya no me causan esa sensación. Pero creo que es un
problema mío de percepción más que otra cosa.

¿Y cómo discriminás cuando una idea va para un


cuento o para una novela?
En general sé cuándo los cuentos van a ser cuentos. Hay algo
intuitivo en eso. Como a esta novela la empecé a escribir en un
intervalo entre los cuentos, dejaba que creciera solita. Y me di
cuenta de que empezaba a ser una novela justamente cuando
los personajes y la trama crecían muchísimo, más que en un
cuento. O sea que era menos una idea y más una historia con
personajes y con una trama que condicionaba ciertas cosas.
Que la banda sea mala es también porque necesitaba que ella
sea la que le diera la canción a él.
“Veinte años después ya tengo una
formación de fracasos, de saber lo que me
funciona y lo que no, lo que sé hacer, de qué
influencias puedo tomar algo.”

Una cuestión técnica…


Claro. ¿Cómo hacemos para solucionar técnicamente que
James se convierta en leyenda? Por eso me divirtió que él sea
mal músico. Para mí fue una escritura muy divertida. En los
cuentos también me divierto pero de otra manera. Mantengo
más el control en muchos sentidos. Esta era una novela donde
no me importaba nada. ¿En qué idioma hablan? Qué se yo. No
sé. No tenía preocupaciones de ese tipo. Cuando empecé a
escribir cuentos de terror, fantásticos, oscuros, violentos,
perturbadores, wired, llámalo como quieras, quería escribir
esos cuentos. Eran los tipos de cuentos que estaba leyendo, los
cuentos que me interesaban. Y estaba totalmente metida en un
universo muy local, argento, y yo no soy eso nada más. Tengo
toda esta parte de lecturas y de influencias que no
necesariamente están ligadas a la literatura argentina ni a la
música argentina ni a la Argentina en general ni a Buenos
Aires ni a la política. Todo eso me interesa muchísimo pero me
parece que ya lo había hecho hasta el cansancio.
Te pensás mucho a través de las influencias, ¿no?
Sí, en todo sentido. Para mí leer y escribir son parte de un
mismo proceso. El deslumbramiento es algo que, si no me pasa
porque estoy en un momento alicaído, lo construyo cuando
escribo. Porque el entusiasmo me parece fundamental. No me
gusta mucho la escritura irónica, distanciada. Me aburre,
básicamente. Y al escritor que no lee no lo entiendo.

¿No sos de las que no quiere contagiarse de la


escritura de los otros?
Es lo mejor que te puede pasar que te contagie. No tengo
problemas con la influencia. Ni inseguridades con eso. Porque
trabajo con algo muy chico pero que es mío. Y la literatura es
eso, son influencias. Influencias de tus contemporáneos, me
gusta saber qué se está escribiendo ahora. Me pasa todo lo
contrario al miedo a la contaminación. Yo quiero
contaminación. Escribo una novelita corta y le pongo un
epígrafe de Paul Éluard que ni siquiera saqué de leer a Paul
Éluard sino de ver Maps to the stars de Cronenberg. Toda esa
mezcla es con lo que a mí me gusta trabajar literariamente.
Ahora hay una generación de cuentistas y de escritores de
fantasía, terror, ciencia ficción, fantástico que me parece que
está en un momento enorme, y a mí me interesa mucho, tipo
Kelly Link, Gaiman, gente más oscura tipo Richard Gavin.
Incluso acá, en América Latina.

¿Quiénes?
Bueno, Samanta Schweblin me gusta. Ella es mucho más
técnica que yo. Es un poco más fina. Luciano Lamberti.
Federico Falco, que hace algo medio lyncheano, raro, triste,
oscuro. Me gusta el boliviano Maximiliano Barrientos. Me
parece que hay una corriente por ahí, de raros.

¿Creés que lo de la influencia está relacionado con tu


trabajo como periodista?
Puede ser. Empecé a escribir literatura y periodismo más o
menos en la misma época. Saqué mi primera novela cuando
tenía veintiún años y estaba en tercer año de periodismo. Y por
la novela empecé a trabajar de periodista. La leyeron y dijeron
“esta pendeja puede escribir, la mandamos a cubrir cosas a la
calle”. No sé dónde empieza y dónde termina lo de la atención,
lo de tomar influencias y estar informado, de buscar en todo
eso que se te presenta con el periodismo. Pero lo que te
termina formando la originalidad es elegir los pequeños
pedazos de cosas a partir de tu sensibilidad. Porque yo escucho
a Zeppelin y escucho una banda de brujos. No la escucho desde
el feminismo ni veo una banda machista, priápica. Ni en pedo.
Todo pasa por un tamiz que es propio y por el que vampirizo
todas estas historias que terminan viviendo en mi parcelita. Lo
que sí es muy fácil de diferenciar para mí es el trabajo de
periodista y el de escritora de ficción. Porque hay una cuestión
de responsabilidad pública que un oficio tiene y el otro no.
Tenés que ser veraz y clara, estás informando al público.

Y ahora que te va mejor, ¿te gustaría dejar el


periodismo y dedicarte solo a la literatura?
Sí, claro. Pero no porque el trabajo en sí no me guste sino
porque lo hago hace veinticinco años. Ya está. Me gustaría
dejar de hacerlo. Pero no es una posibilidad real…
Ah, me quedé pensando. Ya sé a quién convertiría en leyenda
de los nuevos. Posiblemente a Christopher Owens de la banda
Girls. Tiene algo, cierta delicadeza. Más que Leto. Y también
hay varias chicas. Pero mis chicas no “hacen” chicas.
Entrevista: Mariana Enriquez
habla sobre su nuevo libro
Un fantasma recorre los libros de Mariana Enriquez: el
gusto por el gótico, por la oscuridad, por el horror. Nacida en
1973, periodista de profesión y docente, subeditora del
suplemento Radar del Página/12, Enriquez viene publicando
libros donde ese placer es puesto en evidencia, como las
novelas Bajar es lo peor (1995) y Cómo desaparecer
completamente (2004), la nouvelle Chicos que
vuelven (2010), sus crónicas de viaje sobre sus visitas a
cementerios de Alguien camina sobre tu tumba (2013) y
el riguroso perfil de Silvina Ocampo, La hermana menor.
Pero en sus cuentos breves el trabajo sobre el género del terror
y el fantástico se vuelve más evidente. Los peligros de
fumar en la cama, publicado en 2009, y Cuando
hablábamos con los muertos, de 2013, significaron un
cimbronazo en la escena literaria local, más sensible a los
vaivenes del realismo. Su flamante recopilación de
cuentos, Las cosas que perdimos en el fuego, editado por
Anagrama, acaba de salir y ya se ha convertido en un
fenómeno editorial, con la promesa de ser publicado en
diecinueve países y traducido a catorce lenguas. Un
reconocimiento merecido. En este libro, a diferencia del
anterior, el terror surge en su mayor parte de situaciones
realistas, de un cotidiano urbano porteño reconocible y
familiar, que de pronto muestra su reverso siniestro. Es una
exploración de los conflictos sociales a través del espanto,
siempre con la irreverencia que brindan los géneros
“menores”. Sobre el armado de este nuevo libro, sobre las
nuevas voces del terror, sobre sus procesos de creación y la
relación entre lo real y la ficción hablamos en esta charla.
ENTREVISTA> ¿Cómo pensaste este nuevo libro?
Lo que hice fue juntar un montón de cuentos de un
determinado período de tiempo que tuviesen algo en común.
Algunos son nuevos, directamente ya pensando en el libro.
Pero otros, no, son cuentos de un período de tiempo que yo
noto que tienen una misma “vibra”. Una misma obsesión, una
viscosidad parecida, qué sé yo. Uno fue a pedido de la
revista Orsai, otro a pedido de la revista
norteamericana McSweeney’s y publicado en inglés. Hay otro
que fue para una revista chilena que se llama Qué pasa. Pero
en el medio escribí varios otros que no me cerraban con el
libro. Eso es lo más parecido que puedo hacer yo a armar un
libro de cuentos con cierta coherencia interna.

¿Y después decidiste el orden?


Sí, pero no soy muy obse con eso. Si me dicen “esto va mejor
acá”, yo digo “bueno”. Me parecen demasiado narcisistas esas
cosas. A mí me pasa siempre con los cuentos que me voy
dando cuenta por acumulación de que comparten ciertos
climas, cierto tipo de personajes, cierta de forma de contar.
Entonces si se parecen mucho los voy recopilando.

“Una novela es otra cosa. Tenés que estar


viviendo todo el tiempo en ese mundo.”
Los cuentos de Las cosas que perdimos en el
fuego son más realistas que los de Los peligros de
fumar en la cama. ¿Estás más atenta a lo
contemporáneo?
El otro era un libro de género más pelado. Tenía hasta temas o
elementos de terror mucho más claros. La maldición, la Ouija,
fantasmas, zombies (“Chicos que vuelven” es un cuento de
zombies). Este no. Estos son cuentos realistas que tienen,
algunos, muy pocos, un pequeño rulo sobrenatural, pero me
parece que el miedo es más la policía, el barrio, la pobreza, la
violencia, los hombres.

¿Es un libro feminista en ese sentido?


Cuando lo armé empecé a notar que los pocos hombres que
había eran sobre todo muy antipáticos. No necesariamente
ridículos. Otros, no. Por ejemplo, el de “El patio del vecino” es
un incomprendido. El tipo no entiende a la mujer, no entiende
qué le pasa. Son todos muy grises. En principio los trabajé un
poco para que fueran reconocibles. En el de las mujeres
quemadas son el enemigo. Lo que creo que me pasó con eso es
que no hace mucho tiempo que pienso en términos de ser “una
mujer que escribe”. Hay un montón de cosas del discurso
femenino, como ese empoderamiento del “podés hacer lo que
quieras”, que a mí nunca se me ocurrió. Nunca pensé que no
podía hacer lo que quería. No entiendo el tema de los roles.
Pero en los últimos tiempos lo empecé a entender y a pensar. Y
en eso empezaron a aparecer los hombres como un elemento
de terror, pero no porque lo sean en mi vida real, sino por la
perspectiva de pensar “qué horrible hubiese sido”. Hay una
perspectiva del libro que tiene que ver con las relaciones de
pareja. Supongo que pasa por con mis propios miedos, con la
situación contraria a la que vivo. Mi relación de pareja es
excelente, y entonces me pongo a pensar qué pasaría si no lo
fuera. Estoy en un momento feliz y lo que más miedo me da es
que esto se vaya a la mierda y se vuelva monstruoso.
“No acepto el argumento de la banalización por
el género. Eso está puesto en el ojo del otro,
no en el mío. Es el género más serio que
existe, muchísimo más serio que el realismo.
No hay cosa más seria que laburar con los
miedos, con el inconsciente, con el terror y la
política.”
¿Cómo manejás los roles de periodista y escritora? En
algunos cuentos hay cruces entre la realidad y la
ficción…
En realidad, yo hago periodismo cultural. Entonces no es que a
la cuestión alrededor de la violencia contra las mujeres, por
ejemplo, yo la viva de una manera demasiado diferente a la de
una persona que no sea periodista. No hago periodismo de
mujeres, no hago nada de eso. Miro películas y series. El
noticiero. Lo que sí me parece que pasa es en la exposición de
los hechos. Tengo bastante aceitado el cómo hacer que tenga
cierta claridad. El cuento del Petiso Orejudo, por ejemplo, lo
puedo contar como una crónica. Eso sí. A nivel de estilo robo
cosas de mi formación de la crónica, deliberadamente. Ese sí lo
noto como un lugar donde el periodista se cuela.

En el lenguaje eso es muy claro. Nunca caés en la


poesía gratuita.
Me pasa al revés. Soy más lírica en la crónica. Pero como hago
periodismo cultural, a la realidad la vivo como cualquier
persona. Pero sí, lo que claramente tengo son las cuestiones de
estilo.
¿Cómo trabajás los cuentos?
En general, tengo una idea clara de hacia dónde va el cuento y
ya sé el final. Y sé también cuándo no va a ser un final cerrado.
No me gustan esa clase de finales. Prefiero caer en los finales
abiertos, pero como escritora no puedo escribir un remate. No
me gustan así. Las cosas no terminan, o terminan en un
momento cualquiera. No tengo por qué solucionarte la
ansiedad explicándote cómo termina.

¿Y la escritura dentro de un género como el terror


qué significa para vos?
Para mí, escribir dentro del género en realidad es muy
cómodo. Me parece que te permite muchísimo. No hay mucha
gente que lea terror. A mí, como lectora, me encanta, es un
género que me gusta mucho. Incluso creo que es el género en
el que más riesgos se están tomando en este momento. Hay
muchos escritores jóvenes que producen, se están haciendo
cruces totalmente demenciales. Es donde mejor funcionan
ciertas taras contemporáneas. Creo que ahí puede haber un
lenguaje muchísimo más apto para entender la vida moderna
que muchos otros géneros en apariencia más realistas. En un
cuento de terror puedo hacer lo que quiera.

“Estos son cuentos realistas que tienen,


algunos, muy pocos, un pequeño rulo
sobrenatural. Pero me parece que el miedo es
más la policía, el barrio, la pobreza, la
violencia, los hombres.”
¿Qué requerimientos tiene?
Obviamente requiere de cierta preparación, porque tenés que
armar un suspenso, tenés que dar miedo, tenés que dar asco, lo
que quieras. Tiene que ver con un tipo de fascinación morbosa,
con ciertas cuestiones que las puedo mirar de frente y no me
dan impresión. Y con leer eso y ver cómo lo construyen
distintos escritores. Hay un escritor norteamericano que a mí
me gusta mucho que se llama Laird Barron. El tipo hace una
cruza rarísima con cuentos de frontera norteamericana, hasta
western, con Lovecraft y a veces con cierto aire de policial. Es
una bomba el tipo, y te morís de miedo. Es uno de los
antólogos más grosos, además. Ahí te das cuenta de que hay
toda una generación de escritores que encuentran en el género,
como todavía no es central en el canon, la posibilidad de no ser
mirados con la atención del novelista realista contemporáneo.
Estos tipos logran resolver la representación del presente de
un modo mucho más contundente, mucho más libre, mucho
más divertido, más personal y a un volumen más bajo, y eso a
mí también me gusta. Y hacer mezclas arriesgadas, cosa que el
género te permite.

¿Qué tipo de mezclas?


En el cuento “Los años intoxicados”, por ejemplo, estoy
hablando del alfonsinismo. Era una época de terror. Te
cortaban la luz todos los días, no tenías tele. Andabas sola por
la calle a oscuras, tus padres deprimidos, re locos, te
mandaban a comprar cosas que todo el tiempo cambiaban de
precio. Y aparecía Dante Caputo en la televisión con un sol de
noche, diciendo que no andaban más las centrales, no
tendremos luz. Era el fin del mundo. Entonces la cuestión pasa
por abordar el género y no hacer un cuento realista sobre el
alfonsinismo. Eso no me da ganas. El género mismo te licúa la
seriedad del tema. Es como que la liviandad que algunos
escritores buscan se da de por sí a través del género.
“Lo que hice fue juntar un montón de cuentos
de un determinado período de tiempo que
tuviesen algo en común.”
Es lo que dice Stephen King en La danza de la
muerte, cuando analiza políticamente todas esas
películas de clase B.
Bueno, todo el trabajo que él hace con el realismo a mí me
interesa mucho. Me gusta que haya libros que hasta la página
setenta no presenten ningún hecho sobrenatural o nada fuera
de lo común, setenta páginas de vida de pueblo, y de repente
irrumpa algo, a veces la violencia, nada más.

Él habla de los niveles de terror: si no te entra en los


niveles más abstractos, a lo Henry James, te entra por
el asco. ¿Vos te ponés un límite a la hora de escribir?
No, no creo que tenga un límite. El género es como el humor.
En un punto, está todo permitido. Yo junto crónicas policiales.
Veo la noticia y me queda la nota, pero después no la sigo.
Porque lo que me interesa es la imagen, ese pequeño impacto,
y no tanto el desarrollo. En eso me manejo tratando cosas que
veo en medios periodísticos, pero después lo que no sigo es la
crónica del suceso. Me quedo con eso. Me lo explico yo,
después. Hay un punto en el que el periodismo abandona.

En muchos de tus cuentos hay una mirada puesta en


la adolescencia, en los rituales de iniciación.
Los cuentos de adolescencia son casi todos bastante
autobiográficos, los demás no. Los cuentos de cardúmenes de
chicas son autobiográficos. Yo tuve una adolescencia zarpada y
por eso la uso mucho. Hay algo a esa edad que es demencial.
Las chicas están fuera de control. No es lo mismo una piba que
un pibe. Una piba es una bomba de tiempo, que está abierta a
todos los peligros, enamorada de esa mierda, y eso es una cosa
bastante terrorífica. Sobre todo visto desde la persona que soy
ahora. ¿Qué está haciendo esta criatura entregándose al mal
con tanto placer? Vos vas a ver a Justin Bieber y decís: están
poseídas estas pibas. Es como una fuerza hormonal que en un
punto tiene algo de sobrenatural. Es como un momento de
locura. Creo que a todas las mujeres les pasa, pero tiene que
ver con la forma en la que te impresiona. Es un momento muy
literario. Primero, porque es muy poético en el sentido más
maldito del término, y además porque a una chica de esa edad
la podés poner en cualquier situación y funciona, porque son
capaces de cualquier cosa.

“El género es como el humor. En un punto, está


todo permitido. Yo junto crónicas policiales.
Veo la noticia y me queda la nota, pero
después no la sigo. Porque lo que me interesa
es la imagen, ese pequeño impacto, y no tanto
el desarrollo.”
En “La hostería” estás volviendo a una idea tuya de
leer el Nunca máscomo una novela de terror…
La dictadura es tan sugestiva… La viví en mi infancia, y en mi
casa, aunque no eran militantes, había conciencia de lo que
sucedía. Era un doble discurso permanente. Yo creía que mis
padres eran extraterrestres que me habían secuestrado. Ni
ellos tenían información de los niños robados. Era como cierta
cosa que estaba flotando en la época que se permeaba a un
nivel muy inconsciente. Conozco un montón de gente a la que
le pasaba lo mismo, tenía la idea paranoica de que estaban con
una familia que no era la suya. Cuerpos que no están. Centros
clandestinos de detención en barrios comunes donde a los
gritos los tapaban con música fuerte. Crecí en ese clima y
después, cuando esas cosas empezaron a aparecer en la prensa,
durante el alfonsinismo, me acuerdo de ver en la tapa de La
prensa a un tipo que decía “Yo torturé gente en la Escuela de
Mecánica de la Armada”. Yo no sabía qué era torturar ni qué
era la ESMA, pero me quedó de un modo terrible en la mente.
Hay un montón de cosas que son terroríficas de verdad y que
las podés usar con el género. Cuando se escribe Drácula, lo
que está trabajando es la cuestión victoriana del noble
chupasangre. No veo por qué nuestra propia historia, cuando
tiene esos elementos que son fácilmente maleables, no se
puede usar. Para mí usarlos es muy natural. En ese caso
específicamente son los lugares donde se guardan recuerdos.
En La Plata estudié en lo que fue un cuerpo del ejército. Y
todos los que estábamos ahí sabíamos que en el aula 3 hacía un
frío terrible porque estaba lleno de fantasmas. Son como las
huellas de la vida cotidiana. Un fantasma es una cosa
completamente seria. No acepto el argumento de la
banalización por el género. Eso está puesto en el ojo del otro,
no en el mío. Es el género más serio que existe, muchísimo
más serio que el realismo. No hay cosa más seria que laburar
con los miedos, con el inconsciente, con el terror y la política.

¿Tenés algún referente argentino en ese sentido?


Cortázar me gusta, el de los cuentos. “La escuela de noche” me
parece muy genial. Muy desprejuiciado, también. Silvina
Ocampo me gusta, aunque no hace lo mismo que yo. Me gusta
mucho Arlt. Tiene una corriente esotérica muy importante. Los
grupos cerrados, el secreto. Me gusta Las islas, de Carlos
Gamerro, tiene momentos maravillosos. Y de otras partes me
gustan Joe Hill, Neil Gaiman, Kelly Link, Shirley Jackson,
Ligotti. Cormac McCarthy. Pero él trabaja con el lenguaje de
una manera superior. Las influencias son totalmente oblicuas
para mí. Leo Cicatrices, de Saer, y me parece un libro cercano.
“Hay un montón de cosas del discurso
femenino, como ese empoderamiento del
“podés hacer lo que quieras”, que a mí nunca
se me ocurrió. Nunca pensé que no podía
hacer lo que quería. No entiendo el tema de los
roles. Pero en los últimos tiempos lo empecé a
entender y a pensar. Y en eso empezaron a
aparecer los hombres como un elemento de
terror, pero no porque lo sean en mi vida real,
sino por la perspectiva de pensar ‘qué horrible
hubiese sido’.”
Buenos Aires a veces parece un personaje más de tus
libros. ¿Es una ciudad terrorífica para vos?
Bueno, eso es algo que entendieron muy bien los ingleses, la
ciudad como protagonista. Londres es la protagonista de
millones de novelas, e incluso millones de hechos: Jack el
destripador es Londres. Dickens, Stevenson, Henry James. Es
una ciudad que está profundamente orgullosa de sus
fantasmas. Yo viví y crecí en Lanús, y me fui a vivir después a
La Plata. Entonces Buenos Aires no es un lugar que me resulte
familiar, para nada. Recién en el 2001 me vine a vivir acá. No
soy porteña. Es un lugar que sigo descubriendo de a poco.
Tiene algo inquietante, ni un lugar que me parezca sencillo de
transitar, ni del que me sienta orgullosa. No nací en Parque
Patricios.
¿Qué estás haciendo ahora?
Estoy escribiendo una novela de terror, y me estoy volviendo
loca. Es muy difícil. Paradójicamente, no tengo ganas de hacer
ese laburo como más realista, a lo King. Me fui hacia una cosa
mucho más de magia negra, muy loca. Es largo y complicado.
A los cuentos los escribo de una sentada. Después los puedo
corregir mucho tiempo. Por más que ya haya escrito cosas de
largo aliento, como la biografía de Silvina Ocampo o el libro de
los cementerios, que tiene una cierta continuidad de tono, esto
es distinto. Una novela es otra cosa. Tenés que estar viviendo
todo el tiempo en ese mundo. Me había desacostumbrado a
estar todo el tiempo obsesionada por algo y tener que
desconectar con la vida que termina pareciendo muchísimo
menos real que eso. Es como un estado medio de vivir en dos
lugares, pero demasiado largo. Escribir un cuento es
muchísimo más disfrutable para mí.
Entrevista a Mariana Enríquez: “Los escritores
más famosos del mundo son mujeres”
por Gustavo Yuste 24 mayo, 2017

“La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones artificiales, como la que afirma que hay
predominancia de hombres”, señala Mariana Enríquez, una de las autoras más prolíficas y
destacadas de la literatura nacional. Sobre su último libro, Éste era el mar (Random House, 2017),
destaca que se trata de un libro fantástico “más separado de las referencias cotidianas, más desatado
a la imaginación”. La decisión de encarar un género tan singular como el horror en la literatura, la
problemática de la lucha de género dentro del ambiente literario y más, en la siguiente entrevista.

Sobre la autora

Mariana Enríquez nació en Buenos Aires, Argentina, en 1973. Se licenció en

Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Como periodista ha colaborado en Radar


del diario Página/12 y las revistas TXT, La Mano, La Mujer de mi Vida y El Guardián. También participó
en radio, en el programa Gente de a pie, de Radio Nacional. Publicó su primera novela, Bajar es lo peor,
a los 21 años. Le siguieron Cómo desaparecer completamente en 2004 y Chicos que vuelven en 2011, y
el libro de relatos Los peligros de fumar en la cama en 2009, entre otros. Su último libro, Las cosas que
perdimos en el fuego, está siendo traducido a 18 idiomas y recibió el premio Ciutat de Barcelona.

Narrar lo desconocido, explorar algo tan cercano como extraño como es el terror y no quedarse dentro de
los límites confortables del realismo son algunos de los rasgos que hacen que la obra de Mariana Enríquez
cobre cada vez más relevancia dentro de la literatura nacional. Con el horror , lo fantástico y lo macabro
puesto en un lugar central de sus historias, la escritora y periodista logró crear su propio universo.

En ese sentido, el último libro de Enríquez, Éste es el mar (Random House, 2017), plantea una historia
singular en el que el rock, el fanatismo y seres fantásticos se mezclan a lo largo de todo el relato, en una
suerte de compleja relación entre fantasía y realidad que hace acordar a algunos clásicos de la literatura
juvenil. Al respecto, Enríquez señala: “no me interesa escapar de los juvenil pero es un juvenil vintage: es
para los jóvenes de hace veinte años”. Además, destaca que dentro de ese género no es necesario utilizar
un lenguaje absolutamente llano, ya que los jóvenes son capaces de leer textos “complejos y bellos”. Ahora
bien, una pregunta queda abierta: ¿cómo introducir el terror en una historia?
— Éste es el mar cuenta una historia fantástica poco común

dentro de la literatura argentina, sobre todo teniendo en cuento los libros de mayor circulación.
¿Cómo nació en vos el interés de encarar esta breve novela?
— La escribí en paralelo a los cuentos de Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en
el fuego, que son cuentos anclados en el realismo donde irrumpe lo sobrenatural o el horror. Son cuentos
anfibios, digamos. Pero a mí me encanta también el fantástico más separado de las referencias cotidianos,
más desatado a la imaginación. Así que la escribí como una especie de alivio y también como otra
posibilidad, porque los cuentos del estilo de los libros mencionados no son lo único que me gusta o me
interesa.

— Si bien por la aparición de seres fantásticos, así como también la centralidad que estrellas de rock
y sus fans tienen en el relato, puede asemejarse a un libro de ficción juvenil, el uso del lenguaje
escapa rápidamente a ese género. ¿Fue una intención a propósito o nunca te interesó escapar a esa
etiqueta de historia juvenil con este libro?
— No me interesa escapar de los juvenil pero es un juvenil vintage: es para los jóvenes de hace veinte
años, creo. También creo que el tema del lenguaje tan plano en la ficción juvenil es un problema: entiendo
que pueda buscarse la sencillez pero no me parece necesario. Los jóvenes son capaces de leer textos
complejos y bellos.
Las chicas especialmente son injustamente maltratadas porque se las considera
superficiales, hormonales, todas críticas bastante misóginas que en muchos casos salieron
del periodismo de rock, tradicionalmente escrito por varones
— En relación con la pregunta anterior, hay momentos del libro con un fuerte contenido poético.
¿Cómo es tu relación con la poesía? ¿Forma parte de tus lecturas?
— Mucho. No escribo ni creo que escribiré poesía pero es una de mis principales influencias. Rimbaud,
Yeats, Eliot, Watanabe, Cisneros, Anne Sexton, Stevie Smith, Warsan Shire, Frank O’Hara, Louise Glück,
Edna St. Vincent Millay… son todos mis influencias. Y muchos más también contemporáneos como los
argentinos Mariano Blatt o Elena Anníbali, por nombrar solamente dos.

(Leer nota relacionada: ¿Qué es la poesía? #8 Mariano Blatt: “La poesía para mí es un hecho
textual”)

Foto: Guille Llamos

— ¿Qué comentarios, tanto de la crítica como de lectores, te llegaron por Éste es el mar?
— No muchos por ahora. Que es distinto y parecido a lo que hago. Que se parece más a mis obsesiones
periodísticas, cosa que es cierta, hace años que cubro periodismo cultural y en ese terreno suelo escribir
sobre mis fetiches.

— Julio Cortázar siempre decía que lo fantástico, para él, no podía distinguirse de lo que la mayoría
de las personas encontraba como “lo normal”. En tu obra sucede algo similar, donde lo fantástico
muchas veces fluye en situaciones cotidianas. ¿De qué manera trabajás ese diálogo?
— Leo literatura fantástica desde siempre y la verdad es que no lo trabajo mucho: para mí es muy natural,
está en mis lecturas. El fantástico, salvo en casos muy particulares, especialmente en creaciones de
mundos, en el fantasy y en cierta ciencia ficción, en general dialoga con lo cotidiano. Lo hace Cortázar,
Felisberto Hernández, Neil Gaiman, M. John Harrison, Robert Aickman, Ray Bradbury, JG Ballard,
Stephen King, casi todos los escritores que me gustan. Es cierto que yo acentúo las cuestiones políticas y
sociales en los cuentos un poco más, pero creo que es un signo de los tiempos y está muy relacionado con
mi propia vida cotidiana.

(Leer nota relacionada: La vuelta a Julio Cortázar en 80 citas)


Leo literatura fantástica desde siempre y la verdad es que no lo trabajo mucho: para mi es
muy natural, está en mis lecturas. El fantástico, salvo en casos muy particulares,
especialmente en creaciones de mundos, en el fantasy y en cierta ciencia ficción, en
general dialoga con lo cotidiano.

— Éste es el mar, a pesar de estar narrada dentro de un plano fantástico, también puede ser leído
como una suerte de presente distópico, con críticas veladas al star system del rock, los fanatismos
desmedidos y la hiperconectividad en la que vivimos. ¿Fue una intención desde el comienzo o forma
parte de las múltiples lecturas que un texto puede tener?
— Es una de las múltiples lecturas, pero no hay una intención al menos buscada en ese sentido. Y con las
fans al contrario: es un universo que me fascina, que me parece ha contribuido al fenómeno del rock para
construirlo tanto como los músicos y me parece que, las chicas especialmente, son injustamente
maltratadas porque se las considera superficiales, hormonales, todas críticas bastante misóginas que en
muchos casos salieron del periodismo de rock, tradicionalmente escrito por varones, que solían negar la
dimensión erótica del fenómeno. Además, creo que es un libro que siente nostalgia por el rock, que ya no
es LA cultura juvenil, es una más entre muchas que tienen incluso más relevancia.
— Tanto en Argentina, como en el resto del continente, se viven momentos muy intensos en lo que
a la lucha por la igualdad de género se refiere. En ese sentido, el ambiente literario -como la gran
mayoría- tuvo predominancia de hombres y siempre a la hora de hacer reseñas, antologías o charlas,
hay un desequilibrio. ¿Cómo ves ese aspecto en la actualidad?
— Creo que hay una gran cantidad de mujeres escribiendo, y muy bien, y muchas son muy exitosas. Creo
que el desequilirio pasa más por quiénes son los que arman las charlas y las antologías que por lo que pasa
en la realidad. Se va a equilibrar sola la cuestión. La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones
artificiales, como la que afirma que hay predominancia de hombres. No la hay, es un efecto discursivo de
tanto repetirlo. Los escritores más famosos del mundo son mujeres: Elena Ferrante, JK Rowling, Suzanne
Collins.
La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones artificiales, como la que afirma
que hay predominancia de hombres. No la hay, es un efecto discursivo de tanto repetirlo.
Los escritores más famosos del mundo son mujeres: Elena Ferrante, JK Rowling, Suzanne
Collins.
— En ese mismo sentido, la literatura escrita por mujeres siempre suele estar asociada al lugar
común de “la mirada femenina”. En una entrevista anterior con Alejandra Zina, me comentó que,
charlando con vos, ella pensó que al escribir historias de terror, con presencia de imágenes macabras
y oscuras, podías escapar a ese comentario, pero que no era así. ¿Cómo convivís con ese estereotipo
que se le implanta a la literatura hecha por autoras mujeres?
— No convivo. Me malhumora y me irrita. No creo que exista un ente que pueda ser llamado mirada
femenina. Además tradicionalmente las mujeres escribieron horror y gótico: Mary Shelley, Alejandra
Pizarnik, Daphne Du Maurier, Flannery O’ Conjor, Shirley Jackson, Emily Brönte… Y Emily Brönte, por
ejemplo, escribió a uno de los “héroes” hombres más importantes de la literatura, Heathcliff. Me parece
además una especie de insulto a la imaginación. ¿Acaso los hombres no tienen una mirada femenina?
¿Cómo hacen para escribir mujeres, si no? Es como si fuera exclusivo de un sexo. Un escritor, hombre o
mujer, puede escribir sobre cualquier cosa y desde cualquier mirada.

(Leer nota relacionada: Entrevista a Alejandra Zina: “La literatura, si está viva, está acompañando
lo que pasa”
— Por último, a la hora de escribir, ¿tenés algún tipo de procedimiento o rutina? ¿Qué consejo le
podrías dar a alguien que está dando sus primeros pasos en la literatura?
— No. Trabajo como periodista y docente así que escribo cuando encuentro el tiempo, en general de
mañana. El único consejo para el que quiere empezar a escribir en mi opinión es que lea. Que lea mucho
y todo el tiempo y sin prejuicios.

ENTREVISTA A MARIANA ENRÍQUEZ por Luciana Reif


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Mariana Enríquez nació en 1973 en Buenos Aires. Es licenciada en Periodismo y


Comunicación Social, trabaja como subeditora del suplemento Radar del diario
Página/12 y es docente de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó su primera
novela, Bajar es lo peor, a los veintiún años. Le siguieron Cómo desaparecer
completamente (2004), Chicos que vuelven (2011) y el libro de relatos Los peligros de
fumar en la cama (2009), entre otros. Su último libro de cuentos, Las cosas que
perdimos en el fuego, está siendo traducido a dieciocho idiomas y recibió el premio
Ciutat de Barcelona. Éste es el mar es su último libro, publicado por Random House
en 2017

(c) Fotos: Ministerio de Cultura de la Nación Argentina

¿Cuál crees que es el lugar del género de terror dentro de la literatura?


Para mí el género de terror es muy importante, lo que pasa es que se terminó
marginalizando por un montón de cuestiones que exceden muchísimos análisis. Pero
pienso que Henry James hace terror, obviamente Stevenson… Toda la tradición de historias
de fantasmas inglesas, las ghost stories inglesas, que para mí constituyen un corpus
importantísimo; las novelas góticas, como Frankenstein… Y después toda la revolución en
Estados Unidos a partir de los cincuenta con Richard Matheson, con algunos cuentos de
Bradbury, con Shirley Jackson. Más tarde, en los setenta, con Stephen King, uno de los
autores que logra incorporar lo cotidiano al horror; lo psicológico al horror.
¿Y en Argentina crees que tiene un peso menor?
Creo que en castellano, en general, sí, cosa que es un problema para escribirlo como género,
porque a veces necesitas leer lo que te gusta en tu lengua. Hay cosas muy aisladas, algunos
cuentos de Cortázar, de Silvina Ocampo, Informe sobre ciegos de Sábato, alguna cosa de
Quiroga, que igual queda muy lejos en el tiempo… Pero sí me parece que en los últimos años
hay un montón de escritores que crecieron con otro tipo de influencias, leyendo mucha
literatura norteamericana, mirando mucho cine, series. Para mí un escritor no está
influenciado solamente por la literatura: es su influencia principal, pero hasta ahí. Samanta
Schweblin no escribe siempre terror, pero incorpora elementos muy inquietantes; para
mí Distancia de rescate es una novelita de terror. Y el último libro de Luciano Lamberti es
un libro de cuentos de terror, bastante más de género que lo que yo hago; y su novela
anterior también tenía elementos muy cercanos a Lovecraft. Me parece que se entiende que
es un género. Los más jóvenes lo tienen muy incorporado en sus lecturas y en su literatura.
Hace muchísimo tiempo que dejó de ser un entretenimiento y pasó a ser una influencia más

crucial, más profunda.


En Las cosas que perdimos en el fuego, trabajas con el tema del miedo, el terror, la
violencia instaurada desde lo cotidiano. ¿Cómo comprendes la violencia social como
fenómeno y cómo esa violencia influye en tu escritura?

Creo que es totalmente epidérmica. Está tan cerca y tan enmarcada en lo cotidiano que, si
trabajas conscientemente con elementos que tienen que ver con algún acercamiento al
realismo —y yo creo que los cuentos tienen incluso una estructura y un tono que está
totalmente enmarcado en el realismo—, ahí irrumpe lo que sea: lo sobrenatural, la
violencia, lo que elija en ese momento: algún desdoblamiento de la realidad, alguna
perturbación de ese tipo; pero para mí la violencia es muy cotidiana. Al mismo tiempo es
medio absurdo decir eso teniendo en el mundo tantos lugares donde la violencia es
explícitamente mucho más brutal que acá. Acá, todavía, por más que el argentino rezongue,
hay un espacio relativamente seguro, pero de todos modos hay un pasado de violencia
institucional muy cercano y muy presente. Vos pensá estos días la cuestión de Santiago
Maldonado —que desapareció en Chubut—; cómo rápidamente emerge no sólo esa
historia, sino también los discursos de esa historia, los discursos muy violentos de la gente
que te dice: «El pibe está perdido por ahí», «es un hippie sucio», «está en Nueva York»; es
justamente la misma matriz. Y, por otro lado, la gente que insiste en que es un desaparecido
por el Estado. Después, cotidianamente, en toda gran ciudad vivís de una manera, no sé si
llamarla violenta, pero sí muy dura. La ciudad tiene eso, una cosa de velocidad, brutalidad,
diferencia, supervivencia, que es en sí violenta por la manera en que vivís. Pero tampoco
creo que lo violento sea necesariamente negativo, creo que hay momentos en que tenés que
reaccionar violentamente ante alguna situación o hay situaciones que son violentas y hay
que atravesarlas, vivirlas así porque es la naturaleza de la situación.

Las cosas que perdimos en el fuego es un libro de cuentos realistas atravesados por el
terror, lo sobrenatural, y Este es el mar es una novela fantástica. ¿Cuál fue la
diferencia a la hora de escribir uno y otro libro?
Los cuentos yo los escribí en un período largo de tiempo, no pensados especialmente para
un libro, salvo al final, cuando llegué a tener una cantidad de cuentos que tenían un tono,
un tipo de protagonista, un tipo de escenario, ciertas tensiones, ciertas situaciones, ciertos
manejos de la tensión del relato que eran un poco parecidos. Entonces me dije que eso tenía
un aire de familia que determinaba que esto fuera

un libro de cuentos. Pero lo que me pasaba,


en general, mientras armaba el libro y mientras escribía los cuentos, era que me sentía un
poco confinada ahí, encerrada en ese tono, que me gusta y era lo que tenía ganas de hacer
en ese momento, pero que no me representa en su totalidad como escritora y tampoco
como persona. Había una parte de mí como escritora que escribía al mismo tiempo esa
novelita en los ratos libres, como entretenimiento pero con una consciencia literaria,
sabiendo hacia dónde iba. Tenía una idea y quería transmitirla, pero con cierta liviandad,
como para decir: cuando termine los cuentos me aboco a eso; era como un recreo. Hablar
de rock, de jóvenes glamurosas, de cosas melancólicas. Es una tristeza más cercana al
romanticismo que a una cuestión más dura; es una novela más lírica, incorpora un poco de
mitología, referencias a autores que aún no había usado, como Arthur Machen, o cierta
ternura a lo Bradbury, Neil Gaiman… No transcurre en Argentina y me interesaba que fuese
así; en ese sentido, era como un escape. Y después, cuando terminé los cuentos, me puse a
trabajarla más seriamente. Yo me aburro bastante de mí, de lo que hago, de un tono de
escritura, y me gusta cambiar, leer cosas diferentes, escribir cosas diferentes. No creo
funcionar como escritora en todos los registros, pero sí creo que tengo un arco de
obsesiones determinado y no todas se resuelven en el mismo género. Hay cosas que me
obsesionan y que están en Este es el mar: el mundo de la mitología, del rock, cierta idea de
lo juvenil como muy peligroso y—que en algunos casos está en los cuentos pero desde un
lugar muy demoníaco—. Lo que los personajes hacen tiene un aspecto violento, termina en
un asesinato, pero es una especie de epifanía comunitaria, para tener un ídolo. Un registro
totalmente diferente del de las chicas de un cuento como «Los años intoxicados», que son
chicas deprimidas y desesperadas, dentro de una crisis económica, y que se evaden un poco
hacia las cosas sobrenaturales como entretenimiento malsano, porque están en una
situación mental absolutamente negativa.
Volviendo a Este es el mar y retomando lo que decías recién sobre tu interés en el
mito y en el rock, me interesaba que ahondes en eso.
A mí del mito me fascina la cuestión comunitaria del momento de la devoción, no tanto la
devoción solitaria sino el contagio de la devoción colectiva. Me parece que se lleva bien con
la adolescencia, donde justamente lo individual está un poco borrado en los grupos de
amigas, en los shows. Me di cuenta de que tenía ese tipo de idea en un show de Backstreet
Boys —que no es un show de rock, pero tiene que ver con esa cultura del músico y el artista,
del artista y los fans—, al ver a todas las chicas juntas gritando al mismo tiempo como si
fueran un organismo. Y no necesariamente por ellos, sino como un nivel de histeria que
creo que tenía que ver con una comunicación de poderío entre ellas, una cosa muy guerrera.
Entonces me dije que ahí había algo de la energía femenina que es un rito de paso, como si
tuvieran que pasar por este momento de capullo para poder terminar la adolescencia y
tener una sexualidad que no tiene que ver con esta entrega hambrienta. En el rock eso no
se da tanto. En la construcción del rock, en los textos sobre el rock, en la revistas de rock se
excluye muchísimo el tema de la mujer. Está absolutamente dominado por críticos varones
que en un porcentaje alarmante te hablan de la música, los discos, la grabación, los
masters… Toda una cuestión técnica, como si estuvieran hablando de una moto, y excluyen
totalmente la sensualidad y la sexualidad. No digo que sea el centro total, pero es uno de los
centros, una crítica de rock que pasa años sin registrar cómo se conmueve Mick Jagger
sobre un escenario, sin registrar a las chicas agarrándose de los pelos cuando Axl Rose se
saca la remera, sin registrar que también el artista está haciendo eso y que esa energía
sexual se retroalimenta en el sentido de que las mujeres que van a presenciar eso ahora
tienen muchísima más representación en el escenario. Hay una mirada que tiene que ver
con el desprecio de todo eso, que terminó en cosas horribles, como las groupies. Todas las
mujeres de los grandes (vistas) como malas: Courtney Love, Yoko Ono… son todas unas
perras. Entonces hay una negación, es como un velo sobre la realidad. Un tipo como David
Bowie, que se pasa la mayoría de su carrera travestido, y todo el mundo te habla del teatro,
las máscaras y no de la androginia, de la histeria, de otras cuestiones que tienen que ver
básicamente con lo femenino; y jamás hablan de la devoción. Se descarta a las mujeres que
crearon a Elvis Presley, porque sin las ellas gritando no hubiera existido ese fenómeno. Sin
él moviendo las caderas en televisión y que eso sea prohibido y lo corten porque era una
incitación a la sexualidad, que hasta ese momento estaba asociada con la sexualidad de los
hombres negros solamente: sin eso no tenías a Elvis Presley. Sin las chicas de los Beatles no
existe el fenómeno Beatles: tienes una banda buenísima y que por ahí rompía todo, pero
ese nivel no lo tienes. Los Rolling Stones sin sus chicas, sus novias glamurosas, medio
satánicas… No existe ese mismo cuadro sin ellas; no tenés el mismo cuadro de Nirvana sin
Courtney Love: el chico frágil de novio con esta bomba de locura, sensualidad e inteligencia,
y mala. Al excluir esa narrativa se le quitó al rock una parte que el pop y las estrellas de pop
—y creo que eso forma parte del triunfo del pop— abrazan sin ningún tipo de problema.
Ariana Grande está en pelotas, Beyoncé aparece desnuda y embarazada: no hay un tabú con
eso. Todo esto es para decirte que en Esto es el mar, de lo que yo tenía ganas de hablar era
de eso, de las mujeres como creadoras de eso, como partícipes del fenómeno. Un fenómeno
y un mito no se construye sólo desde arriba hacia abajo, y esa energía que los completa y
que en alguna medida los hace tiene mucho de femenino. No digo que sean todas mujeres,
pero, digamos, ese fenómeno tiene mucho de femenino.
Con respecto a la cuestión de género y la desigualdad de género dentro de la
literatura, me interesaba saber si te parece fructífero y necesario remarcar la
categoría de mujer en la literatura, si te parece necesaria esa distinción.

Yo tengo una relación superambivalente con eso. Cuando lo pienso políticamente digo que
sí, que todavía hay que reivindicar y rescatar escritoras, porque son realmente buenas y no
están en el lugar que merecen, cuando hay otros escritores para mí menos interesantes y
en lugares muy representativos. En ese sentido, todavía me parece una operación
necesaria. Pero, al mismo tiempo, soy totalmente reacia cuando me invitan a una mesa
femenina, o cuando se piensa en la literatura de mujeres como una literatura de lo íntimo.
Eso es una cosa que me irrita profundamente. Y creo que tiene que ver con una reacción
muy temperamental, de decir: eso es totalmente machista. La mujer hablando sobre lo
pequeño y las pequeñas emociones, la intimidad y el cuerpo: ese es el lugar donde
históricamente estuvieron las mujeres. Pero, al mismo tiempo, hay otra voz que me dice
que falta el relato de eso. Y, además, me parece que en los últimos años hay mucha literatura
sobre eso y me irrita esa idea de que la mujer es buena en eso, porque es lo mismo que decir
que la mujer es buena limpiando la cocina, sólo que trasladado a la literatura. A mí me gusta
Liliana Bodoc, una escritora que se sienta a escribir una épica a lo Juego de tronos, a lo
Tolkien, con dragones, con culturas, con guerreros, contando escenas de guerra con
bestialidad y con un lenguaje totalmente lírico. Y si le tapás el nombre y le ponés Martin
Bodoc te lo compran. Creo que la mujer debe agarrar los géneros inapropiados, los grandes
géneros. Creo que hay un montón de discursos totalmente anquilosados sobre lo que es la
literatura femenina. Frankenstein no es un relato sobre la intimidad, es un tipo que levanta
muertos. Hay otro terreno que se asimila a la escritura femenina, cercano a una literatura
muy fragmentada, en la línea de Clarice Lispector. Yo no soy muy fanática, esa otra
literatura femenina como voluptuosa, sensual, regodeada en el lenguaje, los fluidos y la
animalidad no me gusta políticamente, aunque sí estéticamente; porque es un lugar
tradicional de la mujer: la mujer irracional y desbordada en todo sentido, sexualmente
peligrosa: Lilith; o la mujer en la intimidad, que cuenta su pequeño mundo. Me parece
profundamente machista decir que sólo existen esos dos lugares en la literatura de mujeres.

______________________________________

Esta entrevista fue publicada en en Quimera 407, noviembre de 2017.


Libros

Mariana Enríquez: "En Argentina un relato


de terror no es sólo un relato de género"
De ella se dice que es la nueva Shirley Jackson porque sus cuentos, afilados, brillantísimos, aterradores,
aúnan lo cotidiano con lo fantástico, lo paranormal, lo terrorífico, y lo hacen, además, en un contexto que no
puede evitar permear lo social. Los peligros de fumar en la cama (Anagrama) es su segundo asalto, un nuevo
castillo (encantado) de relatos que sumar a su ya reconocido y oscuro reino literario. Además, acaba de
recibir el premio Ciudad de Barcelona por su novela anterior, Las cosas que perdimos en el fuego.

LAURA FERNÁNDEZ | 01/02/2017

Mariana Enríquez

Dice Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) que lo que pasó fue que de pequeña tenía acceso
ilimitado a una biblioteca repleta de libros que eran también libros de terror. Que para ella
siempre fueron más perfectos, terroríficamente hablando, aquellos libros que no pretendían serlo,
pero que no podían evitarlo. Como por ejemplo Jane Eyre, el clásico de Charlotte Brönte, o Cumbres
borrascosas, el clásico de su hermana Emily, o el Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, una
novela gótica "que hoy no hubiera podido escribirse" por resultar demasiado políticamente
incorrecta. "Siempre me gustaron más todos esos libros que los de Lovecraft, que los de Poe.
Porque sugerían el terror, porque te dejaban llegar a él por tu cuenta", dice.

Acaba de publicar una nueva colección de relatos que, en el tiempo, es anterior a la que publicó el
pasado año. Aquella llevaba por título el título de una canción de Low -Las cosas que perdimos en el
fuego- y recibió elogios hasta del mismísimo Dave Eggers, que la comparaba con Roberto Bolaño, y
decía, de ella, que su ficción "nos impacta con la fuerza de un tren de mercancías". La de ahora se
titula Los peligros de fumar en la cama (Anagrama) y como aquella, está formada por un puñado de
relatos, 12 en total, que juegan con el terror y lo cotidiano, que construyen un enorme y
terrorífico castillo en entornos siempre reconocibles y, por ello, doblemente aterradores. El
componente social, dice, está ahí, de forma inevitable, porque todos estos relatos se escriben desde
Argentina, y no hay forma de que el terror real que se vivió durante la dictadura y, sobre todo, la
post-dictadura, no esté presente.

En esta nueva colección de relatos, lo social se impone en 'El carrito', la historia de la maldición de
un mendigo, y se aleja hacia el terreno de lo mitológico - de una mitología, apunta Enríquez, "muy
argentina" - en 'El desentierro de la angelita', y juguetea con la idea del paso - siempre cruel - de la
adolescencia a la edad adulta, previo descubrimiento de la maldad que anida en cada uno de
nosotros, en 'La Virgen de la tosquera'. Está la idea de la familia como algo tóxico en 'El aljibe', y
están los desaparecidos en la historia de fantasmas y ouijas de 'Cuando hablábamos con los
muertos'. Y está incluso Barcelona, como ese supuesto paraíso al que emigraban los
argentinos en los 90, y que por alguna extraña razón "se los quedaba", los "vampirizaba", en
el relato 'Rambla Triste'. Lo que los une es esa irrupción del terror en lo cotidiano, del elemento
fantástico o sobrenatural que convierte un día a día aburrido - como el de la responsable del
archivo de personas desaparecidas de 'Chicos que faltan' - en una auténtica pesadilla.

Pregunta.- Más allá del elemento terrorífico, ¿diría que algo los une? ¿Que hay, entre todos ellos,
una especie de hilo conductor?
Respuesta.- Sí, en este caso el hilo conductor es la adolescencia. Los protagonistas son
adolescentes, tienen esa edad en la que estás, en cierto sentido, enamorado de la muerte. Me
pareció interesante la idea de trabajar desde ahí. También estaba la idea de reformular figuras
tradicionales de la literatura de terror, y hacerlo con, por ejemplo, mitología argentina, que
no ha llegado a la literatura como debería, o apenas lo ha hecho. En 'Cosas que perdimos en el
fuego' el hilo conductor era otro, eran las mujeres, era lo siniestro femenino.

P.- Sus cuentos funcionan a menudo como novelas comprimidas, ¿cómo los construye?
R.- Surgen de forma bastante intuitiva. Los pienso mucho antes de escribirlos. Los vivo, como si
fueran pesadillas. Y luego los escribo, en una sentada o dos. Escribirlos es como una explosión.
Pero sólo estoy poniendo por escrito algo que ya he visto. Tomo pocas notas. Los trabajo
mentalmente. Sale de forma tan vívida porque realmente los he vivido, de alguna forma, como
sueños, como pesadillas.

P.- ¿Y todo ese miedo se gestó cuando era niña y leía historias góticas?
R.- Sí, leer a los ocho años ciertas historias te marca para siempre. Aunque también lo hace crecer
en Argentina en la época en la que lo hice y escuchar descripciones de torturas en las noticias, y
leerlas en los periódicos, vivir con ese terror presente y posible, un terror que ya no era cosa de
novelas, que era real. Un terror real, palpable, que entronca con un miedo atávico, infantil, y
que además estaba viviendo mientras era aún una niña. A la vez, el hecho de que yo no tuviera
cerca ningún caso de desaparecidos, nada tan horrible, me permitía verlo desde fuera, contarlo,
con una distancia que quizá no hubiese tenido de otra manera.

P.- ¿Está el terror, pues, íntimamente ligado a la infancia?


R.- Sí, es en la infancia donde el terror se tatúa. La literatura te permite vestirlo de diferentes
maneras. Me gusta el género, me gusta tanto que lo investigo, y me pregunto qué ropa nueva
puedo ponerle. Se han escrito, por ejemplo, muchos relatos de fantasmas en castillos, pero no
tantos en departamentos. No es lo mismo encontrar huesos perdidos en una abadía inglesa
del siglo XVI que en la Argentina de hoy. Y es ahí donde el relato se vuelve social, porque un
relato de terror en Argentina no es sólo un relato de género. Porque sigue habiendo desparecidos,
y los huesos son un asunto político.

P.- En uno de los relatos se habla claramente de eso ('Chicos que faltan') y luego hay otro en el que
anticipa la serie que Emmanuel Carrère escribió para televisión ('Les Revenants') e
inevitablemente en su caso, como dice, tiene una vertiente social.
R.- Tengo una amiga, una escritora, que perdió a sus padres, y pudo recuperar a su hermano, y
cuando leyó el relato, creyó que estaba contando su historia, y eso no era lo que yo había
pretendido. Yo había pretendido hablar de un mito inglés, el 'changeling', la historia de niños que
son llevados a una especie de país de las hadas y que son sustituidos, en nuestro mundo, por niños
idénticos que sin embargo no son los mismos. Quise hacer algo con ese tema y acabé,
inevitablemente, hablando, sin darme cuenta, de los niños que se llevaron los militares y
regresaron, pero ya no eran los mismos. P.- En otro de los relatos, 'Rambla Triste', habla de su
percepción de Barcelona, y convierte la ciudad en una especie de pesadilla.
R.- Me interesa mucho la idea de hacer del lugar un personaje. Y en ese relato la ciudad de
Barcelona es un personaje. Estaba enfadada porque había perdido a muchos de mis amigos en
Barcelona. Se habían ido y no habían vuelto. Porque en los 90 se puso de moda emigrar a
Barcelona. Imaginé que ese lugar era un lugar con memoria, y que quería de alguna forma
vengarse de todo lo que le estaba sucediendo y se vengaba atrapando a aquellos que lo habitaban,
impidiéndoles salir. Como en todos los casos, era mi inconsciente hablando, porque el terror es el
género del inconsciente.

P.- Se le compara a menudo con Shirley Jackson, ¿quiénes son sus maestros?
R.- Mi maestro indiscutible es Stephen King. Fue a través de Stephen King que di con Shirley
Jackson, que me encanta. Pero fue King quien me llevó a ella. King ha sido un señalador, un
prescriptor. A través de él, descubrí a Peter Straub, a Clive Barker, a Ray Bradbury, que es
súper importante para mí, y a Robert Aickman, que ahora mismo me vuelve loca, y a autores
que han tratado la ciudad como personaje, como el lugar en el que el pasado sigue sucediendo.
Porque esa es la idea del fantasma. El fantasma es el pasado que sigue sucediendo. Silvina Ocampo,
su humor negro, su crueldad desencajada, me encantan.

P.- ¿Para cuándo la novela?


R.- Estoy trabajando ahora mismo en una novela muy de género que espero terminar a finales
de año. Y a la vez estoy trabajando en nuevos cuentos, que reuniré tarde o temprano, cuando
tenga los suficientes. ¿El tema de la mayoría? El amor, el amor tóxico.

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