Simondon
Lb
individuación
a la luz de las nociones
de forma y de información
La individuación física
C a p í t u l o p r im e r o
F o r m a y m a t e r ia
3. Esta energía expresa el estado macroscópico del sistema que contiene el futuro
individuo; es de origen interelemental; ahora bien, ella entra en comunicación
interactiva con cada molécula de la materia, y es de esta comunicación que surge la
forma, contemporánea del individuo.
del molde no intervienen entonces en absoluto como estructuras
geométricas materializadas, sino punto por punto en tanto lugares
fijos que no dejan avanzar Ja arcilla en expansión y oponen a la presión
que ella despliega una fuerza igual y de sentido contrario (principio
de la reacción), sin efectuar ningún trabajo, puesto que esos lugares
fijos no se desplazan. Las paredes del molde juegan en relación con un
elemento de arcilla el mismo papel que un elemento de esta arcilla
juega en relación con otro elemento vecino: la presión de un elemen
to en relación con otro en el seno de la masa es casi tan fuerte como
la de un elemento de pared en relación con un elemento de masa; la
única diferencia reside en el hecho de que la pared no se desplaza,
mientras que los elementos de la arcilla pueden desplazarse unos en
relación con otros y en relación con las paredes4. Durante el llenado,
se actualiza una energía potencial que se traduce en el seno de la arci
lla a través de fuerzas de presión. La materia vehiculiza con ella la
energía potencial que se actualiza; la forma, representada aquí por el
molde, juega un rol informante al ejercer fuerzas sin trabajo, fuerzas
que limitan la actualización de la energía potencial de la que es por
tadora la materia momentáneamente. Esta energía puede, en efecto,
actualizarse según tal o cual dirección, con tal o cual rapidez: la forma
limita. La relación entre materia y forma no se lleva a cabo entonces
entre materia inerte y forma que viene de afuera; entre materia y for
ma existe operación común y a un mismo nivel de existencia; este
nivel común de existencia es el de la fuerza, que proviene de una
energía momentáneamente vehiculizada por la materia, pero extraída
de un estado del sistema interelemental total de dimensión superior,
y que expresa las limitaciones individuantes. La operación técnica
constituye dos semi-cadenas que, a partir de la materia bruta y la
forma pura, se encaminan una hacia la otra y se reúnen. Esta reunión
se vuelve posible por la congruencia dimensional de los dos extremos
de la cadena; los eslabones sucesivos de elaboración transfieren carac
teres sin crear otros nuevos: solamente estabilizan cambios de orden
de magnitud, de niveles y de estado (por ejemplo el pasaje del estado
5. Aunque esta energía sea una energía de estado, una energía del sistema interelemental.
La comunicación entre órdenes de magnitud consiste en esta interacción de los dos
órdenes de magnitud como encuentro de fuerzas al nivel del individuo bajo la égida
de una singularidad, principio de forma, inicio de individuación. La singularidad
mediadora es aquí el molde; en otros casos, en la naturaleza, puede ser la piedra que
da comienzo a la duna, el pedregullo germen de una isla dentro de un río que arrastra
aluviones: la singularidad es de nivel intermediario entre la dimensión interelemental
y la dimensión intraelemental.
es el moldeado; es esencial que todas las pequeñas partes, sin discon
tinuidad ni privilegio, tengan las mismas chances de deformarse en
cualquier sentido; un grumo, una piedra, son dominios de no parti
cipación en esta potencialidad que se actualiza localizando su sostén:
son singularidades parásitas.
El hecho de que haya un molde, es decir límites de la actualización,
crea en la materia un estado de reciprocidad de las fuerzas que conduce
al equilibrio; el molde no actúa desde afuera imponiendo una forma;
su acción reverbera en toda la masa por la acción molécula a molécula,
parcela a parcela; la arcilla al final del moldeado es la masa en la cual
todas las fuerzas de deformación encuentran en todas partes fuerzas
iguales y de sentido contrario que la equilibran. El molde traduce su
existencia en el seno de la materia haciéndola tender hacia una condición
de equilibrio. Para que este equilibrio exista es preciso que al final de
la operación subsista una cierta cantidad de energía potencial aún
inactualizada, contenida en todo el sistema. No sería exacto decir que
la forma juega un papel estático mientras que la materia juega un papel
dinámico; de hecho, para que haya sistema único de fuerzas, es preciso
que materia y forma j ueguen ambos un rol dinámico; pero esta igualdad
dinámica sólo es verdadera en el instante. La forma no evoluciona,
no se modifica, porque no encierra ninguna potencialidad, mientras
que la materia evoluciona. La materia es portadora de potencialidades
uniformemente esparcidas y repartidas en ella misma; la homogeneidad
de la materia es la homogeneidad de su devenir posible. Cada punto
tiene tantas chances como todos los demás; la materia tomando forma
está en estado de resonancia interna completa; lo que pasa en un punto
repercute sobre todos los otros, el devenir de cada molécula repercute
sobre el devenir de todas las demás en todos los puntos y en todas las
direcciones; la materia es aquello cuyos elementos no están aislados
unos de otros ni son heterogéneos unos con relación a otros; toda he
terogeneidad es condición de no transmisión de las fuerzas, por tanto
de no resonancia interna. La plasticidad de la arcilla es su capacidad
de estar en estado de resonancia interna desde el momento en que está
sometida a una presión en un receptáculo. El molde como límite es
aquello a través de lo cual es provocado el estado de resonancia interna,
pero no es aquello a través de lo cual ese estado se realiza; el molde
no es lo que, en el seno de la tierra plástica, transmite en todos los
sentidos las presiones y los desplazamientos de manera uniforme. Uno
no puede decir que el molde da forma; es la tierra la que toma forma
según el molde, porque ella comunica con el obrero. La positividad
de esta adquisición de forma pertenece a la tierra y al obrero; ella es
esa resonancia interna, el trabajo de esa resonancia interna6. El molde
interviene como condición de cierre, límite, detención de expansión,
dirección de mediación. La operación técnica instituye la resonancia
interna en la materia que adquiere forma, en medio de condiciones
energéticas y de condiciones topológicas; las condiciones topológicas
pueden ser llamadas forma, y las condiciones energéticas expresan el
sistema entero. La resonancia interna es un estado de sistema que exige
esta realización de las condiciones energéticas, de las condiciones to
pológicas y de las condiciones materiales: la resonancia es intercambio
de energía y de movimientos en un receptáculo determinado, comuni
cación entre una materia microfísica y una energía macrofísica a partir
de una singularidad de dimensión media, topològicamente definida.
10. La individualidad del ladrillo, eso por lo que este ladrillo expresa tal operación
que ha existido hic tt nunc, envuelve las singularidades de dicho hic et mtnc, las
prolonga, las amplifica; ahora bien, la producción técnica busca reducir el margen
de variabilidad, de imprevisibilidad. La información real que modula un individuo
aparece como parásita; es aquello por lo que el objeto técnico sigue siendo en alguna
medida inevitablemente natural.
hecho de que somos seres vivientes, eso no impide que la referencia al
dominio técnico nos es necesaria para clarificar, explicitar y objetivar esta
noción implícita que el sujeto lleva consigo. Si lo vital experimentado
es la condición de lo técnico representado, lo técnico representado se
convierte a su turno en condición del conocimiento de lo vital. Somos
así reenviados de un orden a otro, de modo que el esquema hilemórfico
parece deber su universalidad principalmente al hecho de que instituye
una cierta reciprocidad entre el dominio vital y el dominio técnico.
Este esquema no es, por otra parte, el único ejemplo de una correlación
semejante: el automatismo bajo sus diversas formas ha sido empleado
con más o menos éxito para penetrar en las funciones de lo viviente
mediante representaciones surgidas de la tecnología, desde Descartes
hasta la cibernética actual. Sin embargo, surge una importante difi
cultad en la utilización del esquema hilemórfico: no indica lo que es el
principio de individuación de lo viviente, precisamente porque atribuye
a los dos términos una existencia anterior a la relación que los une, o al
menos porque no permite pensar claramente esta relación; sólo puede
representar la mezcla, o la incorporación parte por parte; la manera en
que la forma informa la materia no está muy precisada por el esquema
hilemórfico. Utilizar el esquema hilemórfico es suponer que el prin
cipio de individuación está en la forma o en la materia, pero no en su
relación. El dualismo de las sustancias —alma y cuerpo—se encuentra
en germen en el esquema hilemórfico, y uno puede preguntarse si ese
dualismo ha surgido efectivamente de las técnicas.
Para profundizar este examen, es necesario considerar todas las con
diciones que rodean una toma de conciencia nocional. Si no hubiera
más que el ser individual viviente y la operación técnica, el esquema
hilemórfico quizás no podría constituirse. De hecho, en el origen del
esquema hilemórfico, el término medio entre el dominio viviente y el
dominio técnico parece haber sido la vida social. Lo que el esquema
hilemórfico refleja en primer lugar es una representación socializada
del trabajo y una representación igualmente socializada del ser viviente
individual; la coincidencia entre estas dos representaciones es el fun
damento común de la extensión del esquema de un dominio al otro,
y la garantía de su validez en una determinada cultura. La operación
técnica que impone una forma a una materia pasiva e indeterminada no
es sólo una operación abstractamente considerada por el espectador
que ve lo que entra en el taller y lo que sale de allí sin conocer la ela
boración propiamente dicha. Es esencialmente la operación dirigida
por el hombre libre y ejecutada por el esclavo; el hombre libre escoge
materia, indeterminada porque basta con designarla genéricamente
por el nombre de sustancia, sin verla, sin manipularla, sin prepararla:
el objeto será hecho de madera, de hierro, o en tierra. La verdadera
pasividad de la materia es su disponibilidad abstracta tras la orden dada
que otros ejecutarán. La pasividad es la de la mediación humana que
se procurará la materia. La forma corresponde a lo que el hombre que
dirige ha pensado por sí mismo y que debe expresar de manera posi
tiva cuando da sus órdenes: la forma es pues del orden de lo expresadle;
es eminentemente activa porque es lo que se impone a aquellos que
manipularán la materia; es el contenido mismo de la orden, aquello
a través d élo cual gobierna. El carácter activo de la forma, el carácter
pasivo de la materia, responden a las condiciones de la transmisión
de la orden, la cual supone jerarquía social: es en el contenido de
la orden que el índice de la materia es un indeterminado, mientras
que la forma es determinación, expresable y lógica. Es también a
través del condicionamiento social que el alma se opone al cuerpo;
no es a través del cuerpo que el individuo es ciudadano, participa
en los juicios colectivos, en las creencias comunes, sobrevive en la
memoria de sus conciudadanos: el alma se distingue del cuerpo
como el ciudadano del ser hum ano viviente. La distinción entre la
forma y la materia, entre el alma y el cuerpo, refleja una ciudad que
contiene ciudadanos por oposición a los esclavos. Se debe señalar
sin embargo que los dos esquemas, tecnológico y cívico, si bien
están de acuerdo en distinguir los dos térm inos, no le asignan el
mismo rol en Jas dos parejas: el alma no es pura actividad, plena
determinación, mientras que el cuerpo sería pasividad e indeterm i'
nación. El ciudadano es individuado como cuerpo, pero también
es individuado como alma.
Las vicisitudes del esquema hilemórfico provienen del hecho de
que no es ni directamente tecnológico ni directamente vital: pertenece
a la operación tecnológica y a la realidad viviente mediatizadas por
lo social, es decir por las condiciones ya dadas —en la comunicación
interindividual—de una recepción eficaz de información, en este caso la
orden de fabricación. Esta comunicación entre dos realidades sociales,
esta operación de recepción que es la condición de la operación técnica,
esconde aquello que, en el seno de la operación técnica, permite a los
términos extremos —forma y materia—entrar en comunicación interac
tiva: la información, la singularidad del «hic et mine» de la operación,
acontecimiento puro a la medida del individuo que está apareciendo.
11. Esta forma impl/cita, expresión de las viejas singularidades del crecimiento del
árbol —y a través suyo de singularidades de todo orden: acción de los vientos, de los
animales-, se convierte en información cuando guía una operación nueva.
do corta un cierto número de fibras, de modo que la cubierta geomé
trica de la figura obtenida por revolución puede no coincidir con el
perfilado de las fibras; las verdaderas formas implícitas no son geomé
tricas sino topológicas; el gesto técnico debe respetar esas formas topo-
lógicas que constituyen una hecceidad parcelaria, una información
posible que no falta en punto alguno. La extrema fragilidad de las ma
deras desenrolladas, que impide su empleo como una capa única no
encolada, proviene del hecho de que ese procedimiento, que combina
el aserrado lineal y el torneado, produce una hoja de madera, pero sin
respetar el sentido de las fibras sobre una longitud suficiente: la forma
explícita producida por la operación técnica no respeta, en este caso, la
forma implícita. Saber utilizar una herramienta no es solamente haber
adquirido la práctica de los gestos necesarios; es también saber recono
cer, a través de señales que llegan al hombre a través de la herramienta,
la forma implícita de la materia que se elabora, en el lugar preciso en
que la herramienta acomete. El cepillo no es solamente aquello que
levanta una viruta más o menos gruesa, es también lo que permite
sentir si la viruta sale finalmente sin fragmentos, o si comienza a estar
rugosa, lo que significa que el sentido de las líneas de la madera es con
trariado por el movimiento de la mano. Lo que hace que ciertas herra
mientas muy simples como la garlopa permitan realizar un excelente
trabajo es que en razón de su no automaticidad, del carácter no geomé
trico de su movimiento, enteramente sostenido por la mano y no por
un sistema de referencia exterior (como el carro del torno), esas herra
mientas permiten una captación precisa y continua de señales que in
vitan a seguir las formas implícitas de la materia laborable'3. La sierra
mecánica y el torno violentan la madera, la desconocen: este último
carácter de la operación técnica (que podríamos llamar el conflicto de
los niveles de formas) reduce el número posible de las materias brutas
que se pueden utilizar para producir un objeto; todas las maderas pue
den ser trabajadas con la garlopa; ya algunas son difíciles de trabajar con
el cepillo; pero muy pocas maderas son apropiadas para el tomo, má
quina que extrae viruta según un sentido que no tiene en cuenta la
14. Ellas son información, poder de modular las diferentes operaciones de manera
determinada.
contraen o se dilatan, se obstruyen o se liberan. La forma implícita es
real y existe objetivamente; la cualidad resulta a menudo de la elección
que la elaboración técnica hace de las formas implícitas; la misma ma
dera será permeable o impermeable según la manera en la que ha sido
cortada, perpendicular o paralelamente a las fibras.
La cualidad, utilizada para describir o caracterizar una especie de
materia, no lleva más que a un conocimiento aproximativo, estadístico
de cierta manera: la porosidad de una especie de madera es la posibilidad
más o menos grande que se tiene de encontrar tal número de vasos no
taponados por centímetro cuadrado, y tal número de vasos de tal diáme
tro. Un número muy grande de cualidades, en particular aquellas que son
relativas a los estados de superficie, como lo liso, lo granuloso, lo pulido,
lo rugoso, lo aterciopelado, designan formas implícitas estadísticamente
previsibles: no hay en esta cualificación más que una evaluación global
del orden de magnitud de tal forma implícita generalmente presentada
por esa materia. Descartes ha hecho un gran esfuerzo para reducir las
cualidades a estructuras elementales, pues no ha disociado materia y
forma, y ha considerado la materia como pudiendo ser esencialmente
portadora de formas en todos los niveles de magnitud, tanto al nivel de
extrema pequeñez de los corpúsculos de materia sutil como al nivel de
los remolinos primarios de los que han salido los sistemas siderales. Los
remolinos de materia sutil que constituyen la luz o que transmiten las
fuerzas magnéticas son, a pequeña escala, lo que los remolinos cósmi
cos son a gran escala. La forma no está atada a un orden de magnitud
determinado, como lo haría creer la elaboración técnica que resume
arbitrariamente bajo forma de cualidades de la materia las formas que
la constituyen como ser ya estructurado antes de todo elaboración.
Se puede entonces afirmar que la operación técnica revela y utiliza
formas naturales ya existentes, y que además constituye allí otras a
mayor escala que emplean las formas naturales implícitas; la operación
técnica integra las formas implícitas antes que imponer una forma
totalmente extraña y nueva a una materia que permanecería pasiva
frente a esta forma; la adquisición de forma técnica no es una génesis
absoluta de hecceidad; la hecceidad del objeto técnico está precedida
y sostenida por varios niveles de hecceidad natural que ella sistemati
za, revela, explícita, y que comodulan la operación de adquisición de
forma. Por eso podemos suponer que las primeras materias elaboradas
por el hombre no eran materias absolutamente brutas, sino materias ya
estructuradas a una escala aproximada a la escala de las herramientas
humanas y de las manos humanas: los productos vegetales y animales,
ya estructurados y especializados por las funciones vitales, como la piel,
el hueso, la corteza, la madera blanda de la rama, las lianas flexibles,
fueron sin dudas empleados en lugar de la materia absolutamente
bruta; estas materias aparentemente primeras son los vestigios de una
hecceidad viviente, y es por eso que se presentan ya elaboradas en
ía operación técnica, la cual no tiene más que acomodarlas. La odre
romana es una piel de cabra, cosida por la extremidad de las patas y
del cuello, pero que aún conserva el aspecto del cuerpo del animal;
semejantes son también la escama de la tortuga en la lira, o el cráneo
del buey aún coronado de cuernos que sostiene la barra donde son
fijadas las cuerdas de los instrumentos de música primitiva. El árbol
podía ser modelado mientras estuviera vivo, mientras se agrandaba
al desarrollarse, según una dirección que se le daba; así es el lecho de
Ulises, hecho de un olivo al que Ulises curva las ramas a ras del suelo,
cuando el árbol era aún joven; el árbol, vuelto grande, perece y Ulises,
sin arrancarlo de raíz, hizo con él el montante del lecho, construyendo
la habitación alrededor del lugar donde había crecido el árbol. Aquí, la
operación técnica acoge la forma viviente y la desvía parcialmente en
su provecho, dejando a la espontaneidad vital el cuidado de cumplir
con la labor positiva de crecimiento. La distinción de la forma y de
la materia sin dudas no resulta tampoco de las técnicas pastoriles o
agrícolas, sino más bien de ciertas operaciones artesanales limitadas,
como las de la cerámica y la fabricación de los ladrillos de arcilla. La
metalurgia no se deja pensar enteramente mediante el esquema hile-
mórfico, pues la materia prima, raramente en estado natural puro, debe
pasar por una serie de estados intermedios antes de recibir la forma
propiamente dicha; luego de que ha recibido un contorno definido,
está aún sometida a una serie de transformaciones que le añaden
cualidades (el templado por ejemplo). En este caso, la adquisición
de forma no se cumple en un sólo instante de manera visible, sino
en varias operaciones sucesivas; no podemos distinguir estrictamente
la adquisición de forma de la transformación cualitativa; la forja y el
templado de un acero son uno anterior, el otro posterior a lo que podría
ser llamado la adquisición de forma propiamente dicha; forja y temple
son, no obstante, constituciones de objetos. Sólo la dominancia de
las técnicas aplicadas a los materiales que se vuelven plásticos por la
preparación puede asegurar al esquema hilemórfico una apariencia de
universalidad explicativa, porque esta plasticidad suspende la acción
de las singularidades históricas aportadas por la materia. Pero se trata
de un caso límite, que oculta la acción de la información singular en
la génesis del individuo.
3. La ambivalencia hilemórfica.
En estas condiciones, uno puede preguntarse sobre qué descansa
la atribución del principio de individuación a la materia más que a la
forma. La individuación a través de la materia, en el esquema hilemór
fico, corresponde a ese carácter de obstáculo, de límite que es la materia
en la operación técnica; aquello por lo que un objeto es diferente de
otro; es el conjunto de los límites particulares, que varían de un caso a
otro, los que hacen que ese objeto posea su hecceidad; es la experiencia
del recomienzo de la construcción de los objetos que surgen de la ope
ración técnica lo que da la idea de atribuir a la materia las diferencias
que hacen que un objeto sea individualmente distinto de otro. Aquello
que se conserva en un objeto es la materia; lo que le hace ser ese objeto
es que el estado en el cual se encuentra su materia resume todos los
acontecimientos que dicho objeto ha sufrido; la forma, que sólo es una
intención fabricadora, voluntad de disposición, no puede envejecer ni
devenir; ella es siempre la misma, de una fabricación a otra; es al menos
la misma en tanto intención, para la conciencia de aquel que piensa y
da la orden de fabricación; es la misma abstractamente para aquel que
dirige la fabricación de mil ladrillos: los desea a todos idénticos, de la
misma dimensión y según la misma figura geométrica. De allí resulta el
hecho de que cuando aquel que piensa no es aquel que trabaja, no hay
en realidad en su pensamiento más que una única forma para todos los
objetos de la misma colección: la forma es genérica, no lógica ni física
mente sino socialmente: una sola orden es dada para todos los ladrillos
de un mismo tipo; no es entonces esta orden la que puede diferenciar
los ladrillos efectivamente moldeados luego de la fabricación en tanto
individuos distintos. Ocurre completamente otra cosa cuando se piensa
la operación desde el punto de vista de aquel que la cumple: tal ladrillo
es diferente de tal otro no solamente en función de la materia que se
toma para hacerlo (si la materia ha sido convenientemente preparada,
puede ser lo suficientemente homogénea como para no introducir
espontáneamente diferencias notables entre los sucesivos moldeados),
sino también y sobre todo en función del carácter único del despliegue
de la operación de moldeado: los gestos del obrero no son jamás exac
tamente los mismos; el esquema es quizás un único esquema, desde el
comienzo del trabajo hasta el final, pero cada moldeado está gobernado
por un conjunto de acontecimientos psíquicos, perceptivos y somáticos
particulares; la verdadera forma, aquella que dirige la disposición del
molde, de la pasta, el régimen de los gestos sucesivos, cambia de un
ejemplar al otro como otras tantas variaciones posibles alrededor del
mismo tema; la fatiga, el estado global de la percepción y de la repre
sentación intervienen en esta operación particular y equivalen a una
existencia única de una forma particular de cada acto de fabricación,
traduciéndose en la realidad del objeto; la singularidad, el principio de
individuación, estarían entonces en la información15. Se podría decir que
en una civilización que divide a los hombres en dos grupos, aquellos que
dan órdenes y aquellos que las ejecutan, el principio de individuación,
según el ejemplo tecnológico, es necesariamente atribuido sea a la forma
sea a la materia, pero jamás a los dos conjuntamente. El hombre que
da órdenes de ejecución pero no las cumple y no controla más que el
resultado tiene tendencia a encontrar el principio de individuación en
la materia, fuente de la cantidad y de la pluralidad, pues este hombre no
experimenta el renacimiento de una forma nueva y particular en cada
operación fabricadora; así Platón estima que cuando el tejedor ha roto
una lanzadera, este hombre fabrica una nueva no teniendo fijados los
ojos del cuerpo sobre los pedazos de la lanzadera rota, sino contemplan
do con los del alma la forma de la lanzadera ideal que encuentra en sí
mismo. Los arquetipos son únicos para cada tipo de seres; hay una única