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Biografía
ISBN 978-987-580-
1. ???????? I. Título
CDD ??????
ISBN 978-987-580-
A los amigos
con quienes tanto quiero
Índice
Agradecimientos...................................................................... 12
Prefacio .................................................................................... 13
Perturbaciones ............................................................... 17
La Esfinge de los derechos humanos ............................ 25
Perturbaciones
1 Ronald Dworkin, El dominio de la vida. Una discusión acerca del aborto, la eu-
tanasia, y la libertad individual, Ariel, Barcelona, 1998, p. 312.
prefacio 19
2 Enrique Vera Villalobos, “La política del avestruz”, La Nación, Buenos Aires,
19/8/1994.
20 ¿crimen o derecho?
1937, Montevideo.
prefacio 21
Aborto eugenésico
que los niños con síndrome de Down no eran dignos, hasta hace
pocos años, de atravesar el ritual católico de la comunión y sus ma-
dres, de nuevo doblemente castigadas.
No es interesante ni serio denunciar que la Iglesia, otrora, no
pensaba como hoy. Pero resulta estremecedor constatar la impu-
nidad con que acusa a las mujeres por el aborto eugenésico y da
por sentada la plena dignidad y calidad espiritual de las vidas hu-
manas por éste amenazadas. En consonancia con esta tónica, los
discursos contra toda discriminación se reproducen vertiginosa-
mente desde los años ochenta, sin que ello traiga consigo políticas
de asistencia, rehabilitación y sostén social de las familias con
miembros discapacitados.
3 Jeden für sich, und Gott gegen alles: título original del film de Werner Herzog
traducido al mundo hispano bajo el nombre El enigma de Kaspar Hauser.
42 ¿crimen o derecho?
El aborto no es libre
El aborto elegido
Lo personal es político
El aborto privado
7 Judith Jarvis Thomson, en Debate sobre el aborto. Cinco ensayos de filosofía mo-
El aborto alegre
9 ¿Qué pensamos las mujeres del aborto, hoy? Mesa Redonda integrada por Gracie-
Pero ¿existen abortos frívolos? Puede ser que haya mujeres que
declaren motivos que juzgaríamos superficiales; pero donde pone-
mos el propio cuerpo se borra la frivolidad. Y siempre, diga lo que
diga la mujer que aborta, es ella quien más lo padece.
El aborto sádico
El aborto hipotético
Son muchos los que advierten (¿a quién?) que su defensa del
aborto legal no implica de ninguna manera una aprobación moral
indiscriminada de cualquier aborto, y se cuidan de aclararlo muy
bien. Derechos sí, loquitas no. Como dice el dicho popular: “tu li-
bertad termina donde empieza la de los demás”. El alambrado que
indica dónde termina la propiedad privada de un individuo y em-
pieza la de otro también impulsa la reacción alérgica entre ellos.
12Mary Anne Warren, “Sobre el status moral y legal del aborto”, en Florencia
Luna y Arleen Salles, op. cit., p. 175.
una decisión trágica no es una elección libre 61
El aborto autónomo
tos hijos quiere tener, etc. Todas estas notas, estas condiciones
que se requieren para ser persona, no las reúne el embrión. El
embrión no está en condiciones de comprometerse con otros en
actividades conscientes.16
16 Martha Rosenberg, en Mesa Redonda “El aborto”, coordinada por Ana Ma-
ría Fernández, Teórico nº 2 de la Cátedra “Introducción a los estudios de la Mu-
jer”, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Buenos Aires, 23 de agos-
to de 1994.
una decisión trágica no es una elección libre 65
¿Qué quieren?
Doble de cuerpo
(la ambigüedad del embarazo)
Antes que los hombres descubrieran su función en la pro-
creación, el embarazo constituía un fenómeno misterioso y al-
go amenazante para la comprensión humana, especialmente pa-
ra los varones. Pero, desde la escuela de Hipócrates y Galeno hasta
Aristóteles, los griegos aventaron el fantasma, estableciendo “cien-
tíficamente” que el vientre materno sólo da cobijo y alimento a un
embrión que se desarrolla a partir del semen y cuya autoría es ex-
clusivamente masculina. La idea se inmortalizó en la didáctica fi-
gura de la “semilla” (paterna) sembrada en la “tierra” (materna)
donde germina “el fruto” (el hijo). Moralistas y teólogos cristianos
acudieron ocasionalmente a la siembra y el arado como metáforas
del trabajo de la gestación, vegetal o filial, adecuados al orden di-
vino, natural y moral. Con el descubrimiento, en el siglo XVI, de la
existencia de los ovarios y la participación del óvulo en la forma-
ción del nuevo ser, esa imagen no desapareció. Por el contrario, pa-
rece haberse reforzado: no olvidemos que, hasta hace no tanto, la
semilla y el surco protagonizaron el récord didáctico donde se con-
densaban verdad y decencia en la enseñanza sexual infantil.
Desde el inicio de su constitución en la modernidad, el poder
médico se interesó vivamente por introducirse, conocer y contro-
lar el misterioso proceso de generar vida que sucedía en lo oscuro
de la matriz. Según el Diccionario de Ciencias Médicas de Murat:
72 ¿crimen o derecho?
fico del siglo XIX explicando que “el embarazo entorpece el espíri-
tu y disminuye la capacidad intelectual. De modo que la debilidad
del intelecto de las mujeres no es un dato de su inferioridad sino
un signo de su perfecta adaptación a sus funciones, y debe negár-
sele el derecho a estudiar para no deteriorar su sensibilidad. Los es-
tudios superiores se consideraron perjudiciales para las mujeres,
ya que un excesivo desarrollo del cerebro podría atrofiar la matriz”.
Las tesis de Spencer y Darwin fueron interpretadas como una jus-
tificación científica de que la igualdad entre ambos sexos es impo-
sible, dado que la vocación femenina por perpetuar la especie di-
ficulta e incluso impide por completo su acceso a las funciones
superiores. Entre reproducción y producción, fertilidad y activi-
dad mental, existiría una contradicción natural. Las mujeres, hem-
bras dominadas por su papel en la especie, no desarrollarán ni su
yo ni su cerebro y carecen de la capacidad moral de discriminar en-
tre bien y mal. De aquí su exclusión de la vida política, académica,
profesional y empresaria; o que sólo a mediados del siglo XX obtu-
vieran el derecho al voto.
La hegemonía médica se quiebra ––más correcto sería decir, se
diversifica–– cuando el incipiente psicoanálisis describe los tras-
tornos fisiológicos y mentales que atacan a las mujeres que no tie-
nen hijos: fiebre uterina o histeria (hystero = útero), un estado pa-
tológico cuyo remedio es la maternidad. Más tarde, ese ideal de
completud psíquica y natural del embarazo hizo insoportable es-
cuchar cualquier angustia, cualquier miedo o fastidio de una mu-
jer ante la perspectiva de ser madre, todos detectores de una femi-
neidad que desvió su instinto. La inclinación a la maternidad
formaría parte del sexo-mujer. El amor a la cría está inscripto en la
anatomía, la unidad corporal del embarazo (que premoldea la fun-
ción familiar y social) tiene en la leona y sus cachorros la más ex-
presiva prolongación vital. Se les enseñó a las mujeres a desear ser-
lo, se las instruyó en el subconsciente maternal del sexo débil, se les
74 ¿crimen o derecho?
o no, que las mujeres son las únicas que responden de sus hijos,
que la pareja madre-hijo puede ignorar al padre y prescindir de
él; equivale a derribar el pilar central del orden familiar y del or-
den social”.1
La relación madre/hijo y su antecedente inmediato mujer en-
cinta/embrión hoy ocupa un rol fundamental en el debate cienti-
ficista que hace depender el status jurídico-moral del aborto del
status biológico del embrión: ¿es una individualidad o es aún una
parte de otro cuerpo?
La tesis romana, compartida también por los antiguos judíos,
de que el feto es una parte del cuerpo materno durante todo el pe-
ríodo del embarazo había cedido en el mundo cristiano a la tesis
griega de la animación retardada, que establecía al fin del primer
trimestre el significativo pasaje a la adquisición del alma espiritual
o racional. Aunque los investigadores del siglo XVII lograron indi-
vidualizar al embrión, la modernidad ideológica lo fusionó, en la
hipóstasis del útero, con la realización esencial de la mujer-madre.
Una mujer sin hijos no es una verdadera mujer. La individualidad
femenina consistía en su complementariedad con el hombre y su
función en traer al mundo otro individuo. Se los quiso ver entra-
ñablemente unidos, como las dos partes de un todo, como los
miembros de un mismo cuerpo. Surgió la metáfora del cordón
umbilical y la tesis de que el desgarro del nacimiento o parto es la
raíz del trauma humano, con el “grito primal” la separación del
vientre materno. Crecer e independizarse señalaban la pertenencia
al mundo fuera del seno materno, esa primera morada era visua-
lizada como el paradigma de una existencia no individual.
Hace unos pocos años, esa figura tradicional de la sociedad mo-
derna fue clavada en la cruz del debate del aborto, vampirizado por
Abortos fallidos
3 Cit. por Cynthia R. Daniels, At Women’s Expense. State Power and the Politics
4 Wayne Sumner, “El abor to”, en Florencia Luna y Arleen Salles (comps.), op.
cit., p. 216.
80 ¿crimen o derecho?
Analogías imperfectas
5 Monseñor Musto, “No maten a los niños”, Clarín, Buenos Aires, 8/8/94.
doble de cuerpo 81
6 Anne Huffschmid, “¿De quién es el feto? El aborto y las nuevas tecnologías re-
vol. IX, núm. 2, p. 7/16, cit. por Alberto Rodríguez Varela, “Vicisitudes del de-
recho a nacer”, La Ley, lunes 5 de marzo de 1990, mimeo de cuatro páginas dis-
tribuido y editado por Pro-Familia, Asociación para la defensa y la promoción
de la familia, Filial Argentina de Human Life International, Buenos Aires, s.f.
(aprox. 1994).
88 ¿crimen o derecho?
El Otro y el Mismo
gar que el cuerpo vivo del embrión forma parte del cuerpo de la
mujer gestante, futura madre o próxima abortante?
Esta experiencia es una experiencia exclusivamente femenina.
Lo sabemos. Pero no cuenta casi en el debate. Entonces ¿qué signi-
fica saberlo? Si lo irreductible de la diferencia sexual en embarazo,
aborto y parto es evidente pero queda fuera del campo donde se
libra su debate, pensemos de qué nos sirve saberlo si somos impo-
tentes para situarlo como parte de nuestro mundo vital y preferi-
mos cubrirlo de argumentos aptos para condenarlo o defenderlo.
Son escasos los intelectuales, ensayistas, escritores que a través de
experiencias límite penetran, terrible incomodidad, a pensar un pen-
samiento que no puede dar flor. Es el caso de María Moreno, filóso-
fa de barricada y poeta de la lengua viva, que se atreve a reflexionar
la realidad allí donde no hay ninguna respuesta decisiva y donde las
preguntas son siempre inconvenientes, incomodan el sueño propio
y la vigilia de los amigos. En el artículo que escribió sobre Ana María
del Carmen Pérez, una detenida-desaparecida que, estando embara-
zada de ocho meses, fue fusilada con un tiro en el vientre, encara una
lectura de alto riesgo. Al cuestionar la decisión de la Cámara en lo
Contencioso Administrativo que no considera más que una única
víctima en esas dos muertes, María Moreno suspende a conciencia el
argumento central por la legalización del aborto y plantea “recono-
cer la especificidad de un caso ––no el único–– que exigiría una lec-
tura menos mecánica de la ley y al pie de su letra. No diferencia en-
tre el embrión abortado, el concebido y guardado en el vientre como
futuro hijo y el asesinado por el Estado terrorista. Obviamente este
caso no tiene nada que ver con el de un aborto pero tratándose de lo
no nacido, es imposible no evocar su figura, ya que esa expresión es
la elegida por los partidarios de la penalización para plantear una
cuestión de derechos (…) ¿Por qué no se escucharon esta vez los cla-
mores indignados de los defensores de la vida desde su concepción?
¿Dónde estaban las niñas de uniforme azul que devinieron doncellas
92 ¿crimen o derecho?
Art. 31. Las personas son de una existencia ideal o de una existencia
visible. Pueden adquirir los derechos, o contraer las obligaciones que
este Código regla en los casos, por el modo y en la forma que él deter-
mina. Su capacidad o incapacidad nace de esa facultad que, en los
casos dados, les concede o niegan las leyes.
98 ¿crimen o derecho?
Art. 51. Todos los entes que presentasen signos característicos de hu-
manidad, sin distinción de cualidades o accidentes, son personas de
existencia visible.
Con el título “De las personas por nacer” se abre el espectro del
aborto al horizonte de una ficción que hace posible contenerlo en
la ley. A través de la distinción entre personas nacidas y personas por
nacer, la ley establece que: a) el embrión es una persona por nacer,
el aborto y el código civil 99
Art. 52. Las personas de existencia visible son capaces de adquirir de-
rechos o contraer obligaciones. Se reputan tales todos los que en este
Código no están expresamente declarados incapaces.
Art. 53. Les son permitidos todos los actos y todos los derechos que no
les fueren expresamente prohibidos, independientemente de su cali-
dad de ciudadanos y de su capacidad política.
Las personas por nacer tienen derechos pero son derechos revo-
cables, sujetos a condiciones futuras: si no nacen, o nacen muertos,
son nulos desde siempre. Nacer, nacer vivo, y estar separado de la ma-
dre, si así no ocurriere, los derechos del embrión nunca existieron.
el aborto y el código civil 101
2 C. Creus, Derecho Pe nal, Par te Especial, tomo1, Astrea, Buenos Aires, 1993,
p. 62.
104 ¿crimen o derecho?
Art. 63. Son personas por nacer las que no habiendo nacido están con-
cebidas en el seno materno.
3Roberto A. Terán Lomas, Derecho Penal-Parte especial, tomo II, Astrea, Bue-
nos Aires, 1983, p. 387.
106 ¿crimen o derecho?
de lo que ese instante instaura, haciendo valer nuestra vida por lo que
nuestros antepasados asignaban a su Dios. Aunque la lógica argumen-
tal del repudio del aborto a partir de la frase “la vida es sagrada” sea
primero la implícita inclusión de los no nacidos entre las Personas y
luego la explícita valoración de la sacralidad de su vida, el golpe emo-
cional del encuentro con lo sagrado de la propia vida funciona como
apelación a defender ese valor de los repetidos atentados, múltiples,
con que hoy sufrimos su degradación. Si la vida de Zigoto fuera sa-
grada, cuánto más la nuestra, cuyo derecho a tener derechos nadie
puso en duda. Esto no nos da una razón para convencernos sobre la
humanidad del embrión, hace algo menos intrincado y más efectivo:
nos compromete en la defensa de nuestra propia vida amenazada, nos
interpela como víctimas más reales que potenciales de la violación co-
tidiana de nuestros derechos “inviolables” y ahí nos hace cómplices.
La adhesión es inmediata, espontánea y defensiva: la vida es sa-
grada era lo que necesitábamos oír. En el trajín de los días, esas pa-
labras repentinamente nos traen a colación que, a pesar de las in-
justicias, nuestras vidas son y deben ser miradas ––ellas también––
como sagradas.
****
****
****
Stéphane Mallarmé
IV
El órgano de la ética
La burguesía es infinita
Si alguno que tiene cien hijos y vive muchos años, y por muchos
que sean sus años, no se sacia su alma de felicidad y ni siquiera
halla sepultura, entonces yo digo: Más feliz es un aborto, pues en-
tre vanidades vino y en la oscuridad se va; mientras su nombre
queda oculto en las tinieblas. No ha visto el sol, no lo ha conoci-
do, y ha tenido más descanso que el otro.
Eclesiastés, 6:3/5
¿Por qué en la matriz no morí, por qué al salir del vientre no su-
cumbí? ¿Por qué me acogieron dos rodillas? ¿Por qué hubo dos
pechos para que mamara? Pues ahora descansaría tranquilo, dor-
miría ya en paz… O ni habría existido, como aborto ocultado,
como los fetos que no vieron la luz… ¿Para qué dar la luz a un
desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que
ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que
por un tesoro…, a un hombre que ve cerrado su camino, y a
quien Dios tiene cercado?
Libro de Job, 3:3/23
tor página tras página hasta el final del libro sin siquiera entrar
en tema.
Dworkin abre su libro con una tentadora tesis: la controversia
del aborto se basa en la idea fundamental de que cada vida huma-
na por separado tiene un valor intrínseco e inviolable siendo el
desacuerdo qué significado darle a esta idea. Pero el meollo con-
flictivo de esta idea no es, como da por sentado el autor, “lo sagra-
do” de la vida sino “lo intrínseco” de su valor. Dworkin dedica a es-
te problema apenas media página:
Demasiado en común
ción moral del debate. Vemos cómo estas voces, que pertenecen a
distintos ámbitos y tienen posiciones opuestas frente al aborto, re-
sultan indiscernibles:
7Javier Gafo, El aborto y el comienzo de la vida humana, Ed. Sal Terrae, Santan-
der, 1979, p. 133.
el órgano de la ética 129
La farsa
zigoto neonato
S1 S2 S3 S4 S5 S6
S1 S2 S3 S4 Sn
Desventajas progresistas
Art. 80. (Texto según Ley Nº 21,338, vigente por Ley Nº 23.077.) Se
impondrá reclusión perpetua o prisión perpetua, pudiendo aplicarse
lo dispuesto en el artículo 52, al que matare:
1) A su ascendiente, descendiente o cónyuge, sabiendo que lo son;
2) Con ensañamiento, alevosía, veneno u otro procedimiento insidioso;
3) Por precio o promesa remuneratoria;
4) Por placer, codicia, odio racial o religioso;
5) Por un medio idóneo para crear un peligro común;
6) Con el concurso premeditado de dos o más personas;
7) Para preparar, facilitar, consumar u ocultar otro delito o para ase-
gurar sus resultados o procurar la impunidad para sí o para otro o
por no haber logrado el fin propuesto al intentar otro delito.
8) (Agreg. Ley Nº 25.601.) A un miembro de las fuerzas de seguridad
el aborto y el código penal 145
Art. 83. Será reprimido con prisión de uno (1) a cuatro (4) años, el
que instigare a otro al suicidio o le ayudare a cometerlo, si el suicidio
se hubiese tentado o consumado.
Art. 84. (Según Ley Nº 25.189.) Será reprimido con prisión de seis (6)
meses a cinco (5) años e inhabilitación especial, en su caso, por cinco
146 ¿crimen o derecho?
Art. 86. (Texto original vigente por ley Nº 23.077.) Incurrirán en las
penas establecidas en el artículo anterior y sufrirán, además, inhabi-
litación especial por doble tiempo que el de la condena, los médicos,
cirujanos, parteras o farmacéuticos que abusaren de su ciencia o ar-
te para causar el aborto o cooperaren a causarlo.
El aborto practicado por un médico diplomado con el consentimien-
to de la mujer encinta no es punible:
1) Si se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud
de la madre y si este peligro no puede ser evitado por otros medios;
2) Si el embarazo proviene de una violación o de un atentado al pudor
cometido sobre una mujer idiota o demente. En este caso, el consenti-
miento de su representante legal deberá ser requerido para el aborto.
Art. 87. Será reprimido con prisión de seis (6) meses a dos (2) años,
el que con violencia causare un aborto sin haber tenido el propósito
de causarlo, si el estado de embarazo de la paciente fuere notorio o le
constare.
el aborto y el código penal 147
Art. 88. Será reprimida con prisión de uno (1) a cuatro (4) años, la
mujer que causare su propio aborto o consintiere que otro se lo cau-
sare. La tentativa de la mujer no es punible.
Aborto y homicidio
donde las líneas divergentes se abren aún más: de los siete agravan-
tes de un homicidio, el 1º, el 3º y el 6º son constitutivos del fenó-
meno de aborto, y aunque uno solo alcanza para elevar la pena de
homicidio a cadena perpetua, los tres siempre presentes en un
aborto no alcanzan a elevarlo a homicidio:
miento insidioso (2º) o hacerlo por placer, codicia, etc. (4º) que-
dan invalidados automáticamente. La “creación de un peligro co-
mún” (5º) se halla absolutamente ajeno a la situación del aborto:
ninguna peligrosidad social contra las vidas de los otros o contra
la tranquila continuación de las otras mujeres embarazadas se da
jamás, ni siquiera como efecto colateral. Y nadie aborta como vía
para delinquir en otro campo ni para lograr quedar libre de cargo
y culpa por sus propias acciones o de otros (7º). Puesto que naci-
miento y aborto pertenecen a la vida privada, el destino de un em-
barazo compromete el poder del Estado pero precisamente en es-
to reside el “peligro común” que “prepara u oculta” otros y “se
asegura” la “impunidad”.
Mientras que el Código Penal no prevé ninguna excepción en
los artículos referidos a homicidio, el art. 86 establece específica-
mente dos casos en los cuales se exime de pena a los causantes de
un aborto. En qué circunstancias no es punible un homicidio se
determina de manera general para el conjunto de delitos como
Inimputabilidad en el art. 34. (entre otros casos, incomprensión de
la criminalidad del acto, cumplimiento de un deber, defensa pro-
pia, obediencia debida). Las excepciones previstas en el art. 86 no
entran en esta figura, invocada, empero, ocasionalmente, como ar-
gumento para defender la legitimidad de su legalización.
Las tentativas de cualquier crimen reciben un castigo atenuado
pero no son impunes (art. 44). Las circunstancias que rodean al
aborto son distintas; el art. 88 establece específicamente que la ten-
tativa de aborto no es punible. Así como el Código Civil no da ex-
plicaciones sobre por qué establece tales distinciones y tales límites
entre derechos y personas, tampoco el Penal da cuenta de los mo-
tivos para el tratamiento especial del aborto entre los otros críme-
nes contra la vida, por ejemplo quitando toda delictuosidad a su
tentativa. “El fundamento de la impunidad dado por la Exposición
de motivos del Proyecto de 1891, es ‘evitar el escándalo y la turba-
150 ¿crimen o derecho?
Se impondrá pena de prisión de seis (6) meses a dos (2) años o reclu-
sión hasta tres años a los padres, hermanos, marido e hijos que para
ocultar la deshonra de su hija, hermana, esposa o madre, cometiesen
el mismo delito en las circunstancias indicadas en la letra a) del in-
ciso 1º de este artículo [referido a emoción violenta].
Se impondrá pena de prisión de seis (6) meses a dos (2) años o reclu-
sión hasta tres años a la madre que, para ocultar su deshonra, mata-
re a su hijo durante el nacimiento o mientras se encontrare bajo la
influencia del estado puerperal.
4 Proyectos de Gómez y Coll (1937), de Peco (1941), del Poder Ejecutivo (1951),
de Soler (1960) y de Aguirre Obarrio, Cabral y Rizzi, revisado por Soler (1979).
el aborto y el código penal 155
5 Cesare Beccaria, De los delitos y de las penas, Biblioteca El Sol, Buenos Aires,
1991, p. 67.
6 Francisco Carrara, Programa, III & 1206, p. 251.
el aborto y el código penal 157
Aborto y consentimiento
Aborto y eutanasia
Aborto y esterilización
Art. 91. Se impondrá reclusión o prisión de tres (3) a seis (6) años,
si la lesión produjere una enfermedad mental o corporal, cierta o
probablemente incurable, la inutilidad permanente para el traba-
jo, la pérdida de un sentido, de un órgano, de un miembro, del uso
de un órgano o miembro, de la palabra o de la capacidad de engen-
drar o concebir.
Lesiones, Código Penal, capítulo II
Abortos no punibles
Aborto terapéutico
Aborto eugenésico
13 Silvia Tubert, Mujeres sin sombra. Maternidad y tecnología, Siglo XXI, Madrid,
1991.
el aborto y el código penal 169
Objetivos requeridos:
a) Que todas las parejas tengan la posibilidad de reproducirse y
de regular la fecundidad;
b) Que toda mujer pueda gozar de un embarazo y de un parto
con total seguridad de salud;
c) Que su resultado tenga éxito tanto en términos de la sobrevi-
vencia como del bienestar de la madre y del niño;
d) Que todas las parejas puedan gozar de relaciones sexuales sin
miedo a un embarazo no deseado o a contraer enfermedades.
OMS, 1992
15
Frances Kissling, “Roe v. Wade, the Next Twenty-Five Years”, en Conscience. A
Newsjournal of Prochoice Catholic Opinion, Vol. XVIII, nº 4, Winter 1997/98,
Washington DC, p. 3.
el aborto y el código penal 179
16 Tununa Mercado, “La batalla perdida”, en Nuevos aportes sobre aborto, nº 12, pu-
Prefiero enemigos
18 Ibid., p. 32.
182 ¿crimen o derecho?
3 Todas las citas de la Biblia según la versión Biblia de Jerusalén, Desclée de Brou-
El Mesías o la Familia
Camino del Calvario, Jesús se dirige a las mujeres que padecen por
él y, volviéndose a ellas, dice:
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por voso-
tras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Di-
chosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos
que no criaron! Entonces, se pondrán a decir a los montes: ¡Caed
sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos!
Lucas 23:28/30
Multiplicaréis mi alma
Celo y placer
Paraliza la razón
Bellas o feas, todas son sucias. Cinco años más tarde, Alano de
Lille replicó que peca menos el que yace con una fémina bella “por-
que es dominado en mayor grado por la visión de su hermosura”
y “adonde hay mayor coacción, menor es el pecado”. Del deleite a
la coacción, surge en escena el mito del irrefrenable instinto viril.
“El coito nunca acontece sin pecado… porque en la emisión del
semen hay siempre cierta excitación, un cierto deseo, un cierto pla-
cer” (Hugoccio, Summa 2, 32, siglo XII).
En su libro Matrimonio y concupiscencia (I, 12) San Agustín ha-
bía abierto los ojos a cierta inercia del pecado: “Aunque la copula-
ción conyugal para tener descendencia no es en sí misma un peca-
212 ¿crimen o derecho?
2. La condena
tatua en sí, no puede existir antes de que ésta exista. No es algo que
el escultor hace primero e introduce subsecuentemente en el blo-
que de mármol, puede existir sólo en la estatua terminada. De la
misma manera, el alma humana puede existir sólo en un cuerpo
con forma humana. Esto sucede alrededor de los cuarenta días en
el varón, a los noventa en la mujer.
En el siglo III a. C., en Alejandría, setenta sabios se unieron en
una labor monumental: hacer hablar griego al Antiguo Testamen-
to. De esta asociación nació la traducción de los LXX. En ella, lo
griego no se limitó a la lengua. En su versión de Éxodo 21, los tra-
ductores judíos helenizados introdujeron un elemento caracte-
rístico de la filosofía helénica y ajeno al espíritu hebreo: la tesis
de la “animación retardada” según la cual la infusión del alma en
el cuerpo sucede en algún momento entre la concepción y el na-
cimiento.
Introduciendo la razón griega en la ética judía, el añadido des-
dobla la Ley del Talión. Mientras que el Antiguo Testamento cas-
tiga con la muerte solamente a quien le quita el alma a la mujer
embarazada (la mata), la traducción de los LXX extiende el casti-
go también a quien no mata a la mujer pero le quita el alma al em-
brión (lo mata después de los 40/90 días). A partir de ahí se pro-
duce un corte jurídico y moral en la vida embrionaria, ausente en
el original hebreo. Es interesante observar cómo, a pesar de que es-
tá fuera de discusión que la traducción de los LXX “amplía” el tex-
to bíblico y que esto no se va a repetir en la denominada Vulgata,
traducida directamente del hebreo en el siglo V, la distinción feto
sin alma/feto con alma se introdujo desde los primeros siglos del
pensamiento cristiano hasta fusionarse con su tradición religiosa
y tuvo un peso decisivo en las preguntas y las enseñanzas de la Igle-
sia, y como corolario, también, enormes consecuencias en el trata-
miento del aborto.
218 ¿crimen o derecho?
Pero quién no está dispuesto a pensar que los fetos sin forma
mueren como semillas que no han fructificado.
San Agustín, Enchridion
7 Cit. por Santo Tomás en Catena Aurea, Exposición de los Cuatro Evangelios,
I, San Mateo, editado por Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1948, p. 64.
222 ¿crimen o derecho?
Una madre que mate a una criatura antes de cuarenta días ha-
rá penitencia por un año. Si ocurre una vez que la criatura vi-
ve, ella hará penitencia como asesina. Pero se debe tomar mu-
cho en cuenta si la pobre mujer lo hace porque se le dificulta
sostener a la criatura o si es una prostituta y lo hace para escon-
der su maldad.
Penitencial de Beda
A pan y agua
El sacrilegio de la concepción
Impedir dar la vida es peor que matarla; que este juicio haya
sido sostenido durante más de mil años por el cristianismo nos re-
sulta hoy inconcebible. La indiferencia religiosa frente a las criatu-
ras que aún no tienen alma explica que no haya crimen en el abor-
to temprano, pero no explica por qué evitar la concepción es más
grave que el homicidio.
Tantas concepciones impedidas, tantos asesinatos, la equivalen-
cia se mantuvo hasta 1917. Las prácticas anticonceptiva y abor-
tiva se sitúan, respectivamente, antes y después del coito. Según
los valores actuales, la condena aumenta con el paso del tiempo;
de acuerdo con la Iglesia tradicional, en cambio, la culpa no
acompaña el crecimiento del embrión. No se trata de contradic-
ción sino de una lógica que no es la nuestra. El criterio imperan-
te era que impedir la inseminación era más grave que impedir la
generación.
Un pecado sexual merece más castigo que la violación del “No
matarás”. Pero el adjetivo “sexual” no debe entenderse a la usanza
progresista; en el contexto espiritual del mundo cristiano, las cues-
tiones del sexo no quedaban limitadas meramente a un sentido
moral. Impedir la concepción significa, al tiempo que abrir las
puertas al placer, arrogarse el poder sobre el azar del semen, dispu-
társelo a Dios. Desde tal perspectiva, la dimensión “sexual” es tam-
bién sagrada. Cuando la humanidad no se ciñe a la naturaleza, se
distancia del mundo animal y se acerca a los dioses. A esto se refe-
ría la Iglesia cuando confería a los actos anticonceptivos un rango
sacrílego, otro fruto prohibido del Árbol de la Sabiduría.
La impor tancia de quién posee el poder de la inseminación
continúa. Hoy el uso de anticonceptivos ya no es para la Iglesia
el aborto y la iglesia católica 225
3. Iglesia, hoy
De no fornicar a no matar
1. El ataque del presente al resto de los tiempos
Tanto bios como zoe significan “vida” en griego, pero cada tér-
mino remite a un sentido diferente. Bios designa la forma o mane-
ra de vivir propia de un individuo o un grupo. Zoe designa la vi-
da sin marcas, el simple hecho de vivir común a todos los seres
vivos, se trate de animales, hombres o dioses.
La transformación que puso en el centro de la política el he-
cho mismo de vivir y no el fenómeno peculiar del modo de vivir
humano, está en el nudo de las preocupaciones de Marx, Schmitt,
Benjamin y Foucault. Por primera vez se identifica al ser huma-
no biológico con la persona jurídica; en estas condiciones, “el
cuerpo viviente se convierte en el depositario de la vida política”.
El eje es la vida viviente, sin otras determinaciones; la “nuda vi-
da natural” pasa al primer plano de la estructura del Estado y se
convierte en el fundamento terreno de su legitimidad y de su so-
beranía. La zoe es el artificio que sostiene la estructura de la so-
ciedad burguesa. Desde el momento en que la vida desnuda es el
fundamento político, se convierte en razón de Estado, se incluye
en los mecanismos y los cálculos del poder estatal. La política se
transforma en biopolítica. El término “biopolítica” con que Fou-
cault circunscribe el ejercicio del poder en los tiempos modernos
tiene consecuencias tanáticas. La intervención sobre los cuerpos
invade el espacio vital.
“Ahora es en la vida y a lo largo de su desarrollo ––escribe Fou-
cault–– donde el poder establece su fuerza; la muerte es un límite,
el momento que no puede apresar; se torna el punto más secreto
de la existencia, el más ‘privado’. No hay que asombrarse si el sui-
cidio llegó a ser durante el siglo XIX una de las primeras conductas
que entraron en el campo del análisis sociológico; hacía aparecer
en las fronteras y los intersticios del poder que se ejerce sobre la vi-
da, el derecho individual y privado de morir. Esa obstinación en
morir fue una de las primeras perplejidades de una sociedad en la
cual el poder político acababa de proponerse como tarea la admi-
de no fornicar a no matar 241
sólo los primeros tres hijos, por lo que el infanticidio estaba insti-
tuido como costumbre social. El responsable legítimo de la deci-
sión siempre era el pater familiae, cuyo poder soberano de vida y
muerte sobre sus hijos se ejercía no sólo en el momento del naci-
miento sino también en la edad adulta.
En el año 319, el emperador Constantino despojó a los padres
del derecho de dar muerte a sus hijos adultos. Pero fue recién en el
374 cuando prohibió el infanticidio. Sin embargo, las prácticas in-
fanticidas continuaron, disimuladas como accidentes o negligen-
cia, los padres siguieron deshaciéndose de los recién nacidos que
no podían o no querían recibir en el límite del olvido o la torpeza.
Los interrogatorios de los párrocos son reveladores: “¿Has coloca-
do a tu hijo cerca de una chimenea y otra persona ha venido a vol-
car sobre el fuego un caldero con agua hirviente de modo que el
niño, escaldado, ha muerto?” (Burchardo de Worms, art. 174). La
preocupación del Obispo de Arrás lo lleva a recomendar el aumen-
to de medidas represivas: “Las sofocaciones son tan frecuentes que
no podemos aportar a un mal tan grave sino remedios fuertes: por
eso se prohíbe, so pena de excomunión a todos los padres, nodri-
zas y otras personas, que acuesten a los niños en su lecho”.
Mil quinientos años sobrevivió el infanticidio a la sombra de
la ley y la moral religiosa. En el siglo XVIII, según William Langer,
“no era un espectáculo poco común ver cadáveres de niños tendi-
dos en las calles o en los estercoleros de Londres y otras grandes
ciudades”. No se podía cortar de cuajo con decretos ni penitencias;
para erradicarlo era preciso hacerse cargo del problema concreto.
En 1764, con la publicación de De los delitos y de las penas, se
abre revulsivamente el indeciso camino del Derecho Moderno.
Beccaria incluye al infanticidio, junto con el adulterio y la sodo-
mía, entre los “delitos de prueba difícil”. “No se puede llamar pre-
cisamente justa… la pena de un delito, cuando la ley no ha procu-
rado con diligencia el mejor medio posible de evitarlo en las
de no fornicar a no matar 245
En el siglo equivocado
Niños que no conocen otra madre que la patria… tienen que per-
tenecerle y servir del modo que le sea más útil: sin padres, sin otro
apoyo que el que les proporciona un gobierno sensato, no tienen
apego a nada, no tienen nada que perder. ¿Temerían acaso la
muerte hombres como éstos, a quienes parece no haber nada que
los aferre a la vida, y a quienes destinándolos a cumplir la función
de soldados se los podría familiarizar precozmente con el peligro?
de no fornicar a no matar 249
2 María José Rouco Pérez, “No levantarás falso testimonio”, Comisión por el De-
4 Jean-Pierre Faye, El siglo de las ideologías, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1997.
5 Dr. Osvaldo Fustinoni, presidente de la Academia Nacional de Medicina de la
República Argentina, secundado por los doctores Luis Nicolás Ferreira y Gus-
tavo Lanosa, decano y secretario académico de la Facultad de Medicina, La Na-
ción, 1994.
6 Pablo A. Ramella, Atentados a la vida, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1980,
p. 33.
7 Niceto Blázquez, El abor to, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1977,
¡Basta!
9 Susana Chiarotti, Mariana García Jurado y Gloria Schuster, op. cit., pp. 22-7.
autómatas del bien 289
Poderes y derechos
El 25 de mayo de 1947 Mahatma Gandhi, en la carta enviada al
director general de la Unesco como respuesta a su solicitud a par-
ticipar en las reflexiones preparatorias de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, escribió: “De mi ignorante pero sabia
madre aprendí que los derechos que pueden merecerse y conser-
varse proceden del deber bien cumplido. De tal modo que sólo so-
mos acreedores del derecho a la vida cuando cumplimos el deber
de ciudadanos del mundo. Con esta declaración fundamental, qui-
zá sea fácil definir los deberes del Hombre y de la Mujer y relacio-
nar todos los derechos con algún deber correspondiente que ha de
cumplirse. Todo otro derecho sólo será una usurpación por la que
no merecerá la pena luchar”.1
Siguiendo la tendencia actual en los discursos defensivos de los
movimientos sociales, se exige que las mujeres obtengan el aborto
como legítimo derecho porque están faltas de ese poder. Nadie nie-
ga la debilidad del embrión, se trata de que las mujeres no pongan
en acto una fuerza propia: “El voto de muerte… por violación, o
de un embarazo que adquiere para la mujer que lo porta (sic) la
significación de atentar contra su vida, su integridad y su identi-
Publicados entre 1998 y 2012, estos textos fueron escritos para dis-
tintos medios del país. Unos preparando ya el terreno para el planteo de
los problemas que propone este libro, otros partiendo de éste hacia la
dirección que el momento precisa, constituyen distintos modos de acer-
car el pensamiento a los problemas de la vida cotidiana y la coyuntura
política.
Mortajas y sotanas
El aborto terapéutico en la Iglesia Católica1
mediados del XIX establece que el alma no anima al cuerpo desde su comienzo
sino entre cuarenta y noventa días después de la concepción (para varones y
mujeres respectivamente). Hasta entonces, el embrión tendría del alma huma-
na sólo las partes vegetativa y sensitiva; pero para gozar de un status moral y
espiritual distinto del animal requiere del alma racional. Es interesante consta-
tar que el lapso de tres meses como límite coincide con el usualmente imple-
mentado hoy para la legalización del aborto.
anexo 313
El embrión invasor
3 Las referencias a los teólogos medievales que aparecen de aquí en más en este
trabajo fueron tomadas del estudio de J. Gafo, El aborto y el comienzo de la vida
humana, Editorial Sal Terrae, Santander, 1979.
314 ¿crimen o derecho?
Alma y método
liberal del XX. Ahora como antes, el aborto directo está mal. Al igual que
entonces, la diferencia consiste en el procedimiento, no en el resultado.
Pero la medida del pecado del siglo XVII no hablaba del atentado contra
el embrión sino contra Dios. En el origen de su prohibición, el crimen
del aborto directo consistía en disputar la propiedad del semen al Crea-
dor. Tres siglos más tarde, la ética de la Iglesia fraterniza con los derechos
humanos y el respeto por la vida individual, lo cual implica anteponer la
legitimidad de los medios a la importancia de los fines, sean éstos los que
fueren. De aquí deriva, por principio, lo imposible de aceptar el aborto
terapéutico. Los motivos del crimen nada conservan del sexo ni de Dios:
la mujer que aborta para salvar su vida atenta contra el Estado.
Quienes la acusan no lo dicen en estos términos. Muchas veces tal pri-
vación del derecho a la vida toma una forma fatalista. Someterse a los desig-
nios de la naturaleza: una explicación plausible de por qué no salvar la vida
de la madre. Pero la reverencia de la Iglesia ante la naturaleza no es fatalis-
ta, se limita a ordenar el sacrificio femenino. Aquí “naturaleza” significa ya
no sólo encadenar a las mujeres a la finalidad reproductiva del sexo sino
condenar a las reproductoras fallidas a morir por no poder dar vida.
Entonces, la clave no es la supresión del embrión. Su desaparición y
el crimen del aborto no se corresponden. Lo primero está descontado;
la culpa depende de la humana rebelión contra la naturaleza. Si ésta apli-
ca su hacha contra la vida nadie paga, pero si la mano del hombre es la
que le hurta la mitad de la presa, merecemos el castigo de la ley. El dile-
ma es típicamente moderno: entre la nobleza de los fines y el carácter
aberrante de los medios la democracia no apuesta. Gobierno de las
mediaciones, subordinación de los fines a la legitimidad de los medios.
Por consiguiente, se subordina la vida de la madre a quién empuña el
bisturí —fuerzas humanas o fuerzas naturales.
Lo mismo sucede con la eutanasia. Dejar que tantos mueran de ham-
bre u otros males producidos por la sociedad, es un flagelo sin autores o
que se comete respetando la ley. En cambio, ayudar a un enfermo termi-
nal acortando su agonía viola la prohibición de matar. Abortar supone
la privación directa de la vida del embrión, mientras que el no hacer nada
no supondría matar a la madre sino sólo dejarla morir.
320 ¿crimen o derecho?
5Eunucos por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Editorial Trotta,
Madrid, 1994, p. 276.
Aborto, alquiler de vientres
y prostitución6
6 “El
sexo, la madre, la ciencia, la muerte y la puta”, Revista Feminaria n° 22/3,
Buenos Aires, julio 1999.
322 ¿crimen o derecho?
puede dividirse en dos: la que quiere un hijo y la que cobra por gestarlo
para cubrir el deseo materialmente impotente de otra.
Una mujer que cobra para embarazarse difícilmente pueda sentirse
honrada por ser una desposeída obligada a poner(se) en venta (por) su
capacidad reproductiva. Bajo un sistema democrático donde todo indi-
viduo es libre de vender su fuerza de trabajo en el mercado, éste se ha
expandido gracias a la ciencia haciendo posible, a las mujeres que lo
necesiten, vender también su fuerza de trabajo reproductivo. La mater-
nidad se ha convertido en mercancía: el contrato compromete a una
mujer, a cambio de una suma regida por precios de mercado, a gestar en
su vientre un hijo ajeno y a entregarlo al parir a sus “legítimos” padre y
madre. Ella, hipostasiada como útero, es el sustrato material que el labo-
ratorio no puede sintetizar y que debe por tanto adquirir en el mercado.
Que “alquilan sus vientres”, se dice de las “madres subrogadas”; de las
prostitutas, que “se venden”. La prostituta, instrumento de placer, puede
a veces acotar la entrega (“besos, no”) y la “madre portadora”, instru-
mento de reproducción, no puede a veces acotar su participación en cier-
tas fases del proceso que toca a su fin con la entrega del bebé. Paradóji-
camente, la captura del tiempo de “alquiler” supera al de la “venta”
—nueve meses irrescindibles, sin interrupción, dormidas y despiertas.
Quizás el término “alquiler” describa la transacción acorde al principio
burgués del derecho de todo individuo a la propiedad de su cuerpo, coro-
lario de la abolición de la esclavitud. “Libre” es quien tiene derecho a su
propio cuerpo; ser libre es no ser un cuerpo sino tenerlo, disponer de él
para trabajar —ésta es la condición jurídica del capitalismo—. Se supo-
ne, entonces, esta situación: la “propietaria” de un lado y su “bien jurídi-
camente protegido” por otro, de modo que la mujer y su vientre andarí-
an por el mundo como un hombre y su azada, un rentista y su inmueble,
etc. Con la sutil diferencia de que la mujer, además de tener un cuerpo (y
cada una de sus partes), es ese cuerpo, lo necesita para existir. Quien le
paga por lo que tiene, la aliena de lo que es.
Sin mezcla de lujuria cobra realidad empírica la incubadora orgáni-
ca, la mujer-vientre. La reducción ancestral de las mujeres a la madre-
recipiente continúa en vigencia. Y el mito de la mujer-madre se refuer-
anexo 323
za; el sexo es aleatorio, la prostitución se multiplica. Tal vez sea para pre-
servar la sacralizada figura de la maternidad que se dio a la venta de tra-
bajo reproductivo el craso nombre de alquiler. Pero la maternidad era
sagrada porque el sexo es tabú. La concepción asexual de un hijo deja esa
maternidad a la intemperie, nada que velar: de las cavernas a la luz, como
quería Platón. (De lo sagrado a lo profano, del sexo a la ciencia, del azar
al control, de los cuerpos fluidos a la manipulación de los fluidos.)
El popular insulto “hijo de puta” condensa en un agravio caro a la
sensibilidad masculina el angustioso lazo del evento sexual en que fui-
mos concebidos. Los hijos prefieren olvidar esa escena, el insulto la
recuerda. Hasta ahora sólo la madre de Jesús había logrado concebir sin
haber sido tocada por varón. No hay misterio en la fertilización asistida,
hacer un hijo no es hacer el amor. La procreación artificial evita el con-
tacto sexual. Aunque injerte el óvulo de una mujer en el vientre de otra,
o fecunde a una joven con esperma de un hombre que no es su marido,
no es procaz. Esos intercambios de células sexuales tienen tanto de sexual
como una operación de apéndice o un trasplante de hígado. Entonces ¿lo
sucio es el sexo y no el dinero? Esto no habla a favor del dinero, sino en
contra del sexo.
Del lado del dinero, tampoco todo es igual. Aunque las dos trabajan
con sus cuerpos y los enajenan en el deseo de otros, su posición en el
modo de producción no es la misma. La mujer que cobra por dar placer
es, en términos estrictos, una “pequeño-burguesa”, resabio premoderno
que subsiste y se integra al modo de producción capitalista, basado en la
alienación capital/trabajo. La prostituta es dueña de lo que necesita para
su labor: cuerpo, palabra, imagen. En cuanto no necesitan constitutiva-
mente del prostíbulo o del gigoló, las mujeres de la calle brindan un ser-
vicio que no genera plusvalía. En rigor, tampoco hay “producto”: ellas
mismas son la mercancía, las que circulan, no el placer. La situación de
la mujer que alquila su vientre, en cambio, es confusa, difícil de analizar:
vende su fuerza de trabajo reproductiva —gestar y dar a luz— y a la vez
provee en parte los medios de producción —su útero. Está doblemente
alienada del producto-bebé. No “se” vende: alquila “su” vientre y es
copartícipe de la venta de “un” bebé. Porque, a diferencia de la ramera,
324 ¿crimen o derecho?
****
tos”. Hasta ahora las leyes que regulan la procreación artificial no han
calificado como delito —ni mucho menos como “violación del derecho
a la vida“ de una “persona no nacida”— la aniquilación de embriones
engendrados en laboratorio y que nunca han accedido a un seno mater-
no. (Sólo hay un gesto, irrisorio y de compromiso: limitar la cantidad
de óvulos fecundables, no hacer ostentación.) El acto que les quita la
vida no está prohibido, comúnmente se le llama “reducción embriona-
ria” o simplemente “desecho” (asociado a la producción industrial y los
excrementos). Como no llegaron a un útero, no pueden ser “abortados”
(abortar=privar de nacer). Hay así un limbo previo al de los que no lle-
gan a nacer: los que no acceden a ser abortados al morir.
El sentido común distingue y jerarquiza espontáneamente entre
matar un embrión in vitro y un embrión in utero (así como diferencia
entre esto último —abortar— y dar muerte a un bebé —infanticidio—
). Sean cuales fueren los argumentos científicos, religiosos o morales en
juego, el impacto emocional va en aumento al pasar el occiso de la pro-
beta al útero y de éste al aire libre. Las leyes recogen esta espontánea dis-
tinción: no penan la destrucción de embrioness huérfanos de vientre,
sancionan con una pena de uno a cuatro años el aborto y saltan a una
pena de ocho a veinticinco años en casos de homicidio.
La desigualdad jurídica es evidente e invalida el argumento ade-
neico contra el aborto legal. Si el aborto es un crimen exclusivamente
por matar un embrión genéticamente humano ¿por qué valen más los
concebidos (o ya implantados) en un cuerpo de mujer que sus congé-
neres en el freezer? ¿Por qué no se juzgan sus muertes según idéntica
legislación?
Parece que lo que humaniza es vivir en un cuerpo de mujer: nuestro
derecho a la vida depende de ser hijos, no del carácter único e irrepeti-
ble de nuestra composición genética. Lo que nos hace humanos no es el
ADN sino que una madre nos quiera tener.
En el caso de la fertilización in vitro la mujer desaparece. La puesta
en escena de la mujer=vientre=casa del embrión repite la dinámica de
fondo y figura. Pensemos en un cuadro: si sacamos el fondo la figura no
se sostiene. En este caso, si el papel “secundario” de la mujer desaparece
anexo 327
7 Este texto fue la base de una solicitada que apareció en Página 12 el 24 de marzo
de 1998 firmada por Griselda Gambaro, Cristina Banegas, León Ferrari, Juan
Gelman, Angélica Gorodischer, Lita Stantic, Mara Lamadrid, Mirtha Busnelli,
Tununa Mercado, Noé Jitrik, Liliana Herrero, Horacio González, Juan Carlos
Volnovich, Ricardo Bartís, Pompeyo Audivert, María Moreno, Liliana Heer,
Laura Klein, Eduardo Grüner, Liliana Vitale, Rafael Spregelburd, María Inés
Aldaburu, Tamara Kamenszain, Diana Bellessi, Raquel Angel, Jean Franco, Alber-
to Guilis, Paco Redondo, Silvia Wertheim, Inés Hercovich, Ana Amado, Silvia
Chejter, Rubén Guzmán, Daniel Freidemberg, Susana Cella, Claudia H. Schvartz,
Susana Swarc, Hayrabeth Alacahan, Lee Fletcher, José Luis Mangieri, Ivonne Bor-
delois, Magdalena Jitrik, Clara del Franco, Dora Coledeski, Mabel Bellucci, Raúl
Cerdeiras, Graciela Guilis, Carlos Herzberg, Víctor Redondo, Martha Rosenberg,
Gabriela Esquivada, Rosana Dacunto, Dora Barrancos, Carmen Baliero, Luis
anexo 329
Los Códigos, por viejos que sean, encierran una sabiduría que las
partes enfrentadas en el debate dan por supuesto sin atreverse a leerlos
seriamente. Hoy muchos discursos los presentan como anticuados, pero
cambiarlos improvisadamente, empujados por la coyuntura política y
social, ha demostrado en muchos campos su fracaso.
Entonces contemplemos cuán irresponsable resulta afirmar que el
aborto es un homicidio, pero también, del otro lado, afirmar que el em-
brión no es persona.
Por más técnico que parezca, el derecho remite a una cuestión filo-
sófica insoslayable: qué es una “persona”, qué significa “tener derechos”.
Pese a que las leyes y costumbres adjudican al nacimiento un papel cen-
tral, este suceso que inaugura nuestra vida no es tenido en cuenta en el
debate entre anti y proabortistas. Contrarias al sentido común, y ajenas,
ciegas y sordas a su rol en el derecho, las posiciones enfrentadas se han
alejado tanto de la experiencia como de las leyes.
La anticoncepción: un homicidio
anticipado10
Este último texto formó parte del derecho canónico ¡hasta 1917!
Que usar anticonceptivos haya sido considerado más grave que un
homicidio y que este juicio haya sido sostenido durante mil quinientos
años por el cristianismo nos resulta hoy difícil de entender.
No se trata de contradicción. Impedir la concepción significaba, al
tiempo que abrir las puertas al placer, arrogarse el poder sobre el azar del
semen, disputárselo a Dios. Desde tal perspectiva, la dimensión “sexual”
es también “sagrada”. Cuando la humanidad no se ciñe a la naturaleza,
se distancia del mundo animal y se acerca a los dioses. A esto se referían
los Padres de la Iglesia cuando conferían al uso de brebajes anticoncep-
tivos un rango sacrílego, otro fruto prohibido del Árbol de la Sabiduría.
Macri en una intervención desesperada11
es lo que produce tanto rechazo del graffiti: ¿los propios (malos) senti-
mientos? ¿la injusticia contenida en esa frase? ¿el temor de sentir que esa
frase cae sobre los culpables, o sobre los que la pronuncian, o sobre los
que la hacen suya en silencio? ¿O sobre todos ellos juntos y fulmina como
un rayo?
Quien se sienta vulnerado por esta pintada, quien crea que flota un
mal deseo sobre la familia del jefe de la Ciudad, es porque sabe o piensa
que éste ha sido cruel, injusto, al menos hipócrita, despreciativamente
indiferente o directamente despiadado. Y esto hace que la pintada se vuel-
va revulsiva y produzca temor.
Qué habrá querido exactamente quien hizo la pintada, es difícil
saberlo. El texto es tan contundente como ambiguo. Lo que se despren-
de a las claras es que, a través del miedo, pretende hacerle un careo al jefe
de Gobierno de la Ciudad: que se enfrente con las consecuencias de sus
actos, que dé cuenta de que sus decisiones caen pesadamente sobre per-
sonas concretas, con una cara, una historia, un cuerpo y una sola vida,
igual que la de cada una de las mujeres de su familia.
¿Acaso aplicaría la misma decisión a sus hijas, su esposa, sus herma-
nas, si sufrieran un embarazo tras una violación?, parece preguntar el
graffiti en un silencio que no puede dejar de oírse. La inquietud que
genera interrumpe por un momento el blablá, la inercia con que circula
la opinión, la indignación con que nos llenamos la boca y nos enorgu-
llecemos de nosotros mismos.
Lo extraño es que entre estos dos actos suene más cruel la voz que
surge del fondo anónimo del resentimiento y le desea al gobernante que
sus hijas sean también destinatarias de sus decretos, que el decreto
mismo que condena a abortar clandestinamente a una mujer ya conde-
nada por la vida a demasiado sufrimiento. Parece más feroz una inter-
vención contra la impunidad que la impunidad misma.
Tampoco me queda claro si lo que busca esta pintada se dirige más
al jefe de gobierno metropolitano y a su entorno que a contagiar a los
habitantes de la Ciudad. Como si este graffiti quisiera ser el puntapié ini-
cial de un alerta colectivo: para que cada decisión vital o mortífera que
cada funcionario, juez, médico o pinche tome sobre las vidas de otros les
anexo 341