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Nació en el Barrio de Ojeda de Taxco de Alarcón (Diócesis de Chilapa), Guerrero,

el 22 de febrero de 1899. Sus padres fueron Germán Flores y Mercedes García. Su


padre se dedicaba a los oficios de talabartero y peluquero; la señora Merced se
dedicaba a las labores del hogar. Con ellos vivía la madre de don Germán, Doña
Paula Viveros (a quien llamaban cariñosamente “Papilita”), de profundísimas raíces
cristianas, que supo inculcar en su hijo y en su nuera. Aunque pudo estudiar la
primaria, dada la precaria situación económica de su familia, se vio obligado a
trabajar desde muy chico, desempeñando el mismo oficio de su padre. Se
caracterizó por ser un chiquillo frágil, débil y enfermizo. También laboró como
empleado en una tienda de abarrotes, donde enfermó gravemente por el trabajo
excesivo.

Desde adolescente, Margarito quería ser sacerdote. Era un muchacho ferviente,


vivía abierto a la gracia de Dios, visitaba diariamente al Santísimo Sacramento y allí
se quedaba un largo tiempo en oración. Esto no le impedía el cumplimiento de sus
deberes. Tal vez la falta de una adecuada y suficiente alimentación y la dureza del
trabajo lo llevaron a tener una grave y penosa enfermedad. Al parecer se trató de
una fuerte pulmonía. En estado de convalecencia, el joven Margarito accedió a
prestar sus servicios como empleado dependiente en un comercio llamado “La Gran
Señora”, propiedad del señor Mateo Flores, pero nuevamente estuvo al borde del
sepulcro debido a unos trastornos hemorrágicos.

Cuando sanó, volvió a trabajar en varios oficios. A los 14 años manifestó su deseo
de ingresar al Seminario de Chilapa. Comunicó a sus padres sus aspiraciones y
encontró oposición, no por el hecho de tratarse de esa vocación, sino por la falta de
recursos para sostenerlo. Con grandes sacrificios don Germán Flores reunió algo
de dinero, otras personas supieron sus deseos y lo alentaron a seguir adelante
obsequiándole algunos objetos. La víspera de su partida, su abuela paterna, quien
le había inculcado el amor al Santísimo Sacramento y lo había instruido con los
relatos de las vidas de los Santos, lo llevó hasta el atrio de la capilla de Nuestro
Señor de Ojeda, donde le dio algunos consejos y le entregó un paliacate de morralla,
para que con esos centavitos se comprara dulces cuando sintiera lo amargo de la
vida.

Margarito tenía 15 años cuando entró al plantel levítico de su diócesis natal. Fue
uno de los estudiantes más brillantes de su curso y, a pesar de las continuas
penalidades y apuros, logró sacar adelante sus estudios. Recibió las cuatro órdenes
menores (ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado) el 26 de octubre de 1919;
el subdiaconado en la Catedral de Chilapa el 26 de octubre de 1921 y el diaconado
en la Capilla del Seminario de Chilapa, el 30 de marzo de 1924.

Fue ordenado sacerdote en la Capilla del Seminario diocesano el 5 de abril de 1924,


por el Excmo. Sr. Obispo José Guadalupe Ortiz López. Quince días más tarde, en
la festividad de Pascua de Resurrección, celebró su primera Misa en la misma
parroquia donde lo habían pautizado, la Iglesia de Santa Prisca y San Sebastián de
Taxco. Al poco tiempo fue nombrado catedrático del seminario donde estudió. Más
tarde recibió el cargo de vicario de la parroquia de Chilpancingo; como tal, desplegó
mucho celo por la salvación de las almas mediante la catequesis de los niños y
adultos. Era un sacerdote atento, amable, sencillo y muy dispuesto a servir a sus
feligreses. Con la colaboración de algunos maestros fundó en Chichihualco el
colegio Nicolás Bravo, para la educación cristiana de la niñez. En su vida parroquial
puso especial énfasis la propagación de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús
en la vida de los cristianos. También demostraba una dedicación incansable por el
apostolado y más lo demostraba en el combate de las sectas que comenzaban a
propagarse por esa zona.

En sus ratos libres, el padre Margarito Flores siempre estaba leyendo, rezando su
Breviario, preparando sus homilías. Celebraba el Santo Sacrificio lleno de fervor y
contemplación, al igual que la impartición del resto de los Sacramentos. El rezo del
Santo Rosario lo meditaba de rodillas y pasaba un buen intervalo en constante
oración frente al Santísimo Sacramento.

De Chilpancingo fue mandado a Tecalpulco, en el mismo estado de Guerrero. Ahí


lo sorprendió el recrudecimiento de la persecución religiosa y la suspensión de
cultos de 1926. Una vez cerrados los templos y estallada la Cristiada en la entidad,
el padre Margarito visitó al Sr. Cura Pedro Bustos. Esa misma tarde llegaron los
federales en persecución de los cristeros y esto obligó a ambos sacerdotes a
refugiarse en las montañas durante varios días. Se separaron y cada quien regresó
con su familia. Una noche, en su caminata, se acercó a una choza y pidió le
permitieran pasar la noche. Los habitantes se rehusaron, pues no querían
arriesgarse por ocultar o ayudar a un sacerdote; sabido era que tal acto de caridad,
en caso de ser descubierto, podía costar la libertad y la vida (como veremos más
adelante). El pobre sacerdote, hambriento y fatigado, siguió su camino; no le quedó
más remedio que dormir a la intemperie. Al día siguiente, llegó a un lugar
denominado “Cerro de Atache”, cercano a Taxco, en donde permaneció, sin comer
nada, esperando que anocheciera para poder encaminarse a su casa. La sorpresiva
llegada del padre Margarito, en condiciones tan tristes y dolorosas, ocasionó
profunda conmoción.

Después de permanecer un tiempo con su familia, con precaución, el futuro mártir


hizo un viaje a la ciudad de México. El primer día de camino llegó al pueblo de
Pelcaya en compañía de uno de sus familiares. Poco tiempo tenían en la posada
cuando se presentó un soldado federal, inquiriendo si entre ellos había un cura, con
la intención de hacerlo prisionero. El padre Margarito Flores manifestó ser doctor.

Ya en la capital, se entregó con afán a colaborar en la solución del conflicto religioso.


Tuvo por residencia la casa de la familia Calvillo; durante ese tiempo, asistió a la
Academia de San Carlos con el fin de perfeccionar sus conocimientos en pintura,
todo ello sin descuidar su ministerio sacerdotal.

En junio de 1927, el padre Flores fue capturado y llevado a la Inspección de Policía,


junto con otros integrantes de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.
Permanecieron detenidos en el infecto sótano (mismo sitio donde, meses más tarde,
estarían presos el P. Miguel Agustín Pro, su hermano Humberto, Luis Segura Vilchis
y Juan Antonio Tirado) hasta el mes de julio. Dándose cuenta de que con frecuencia
sacaban a algunos presos para ejecutarlos y de que muchos de ellos se lamentaban
por no disponer de un sacerdote que los fortaleciera y absolviera antes de morir, el
padre Margarito declaró sin temor:
—Gracias a Dios soy sacerdote y puedo confesarlos.

La resignación y tranquilidad iluminaron ese amargo ambiente, y esa pequeña celda


se transformó en un universo donde había mucho que hacer y numerosas almas
que auxiliar. Sin embargo, la familia Calvillo logró obtener su libertad con el General
Roberto Cruz. Cuando se abrieron las puertas del sótano, el dolor se unió a la
alegría en el corazón del eclesiástico guerrerense.

El padre Margarito, al igual que muchos sacerdotes y seglares, mostró siempre


deseos del martirio. Cuando mataron al padre David Uribe, su paisano, dijo:

—Ya mataron al padre David y yo me voy a Guerrero a seguir su ejemplo, muriendo


por la Iglesia Católica, si Dios me lo permite.

Tal vez presintiendo ya la inminencia de su martirio, el padre Margarito redobló su


fervor en la ofrenda de su vida como sacrificio y su dedicación a su sagrado
ministerio. En octubre de 1927, un día antes de salir con destino a Chilapa, se dedicó
a ofrecer su vida y su sangre en una Misa celebraba por la salvación de México,
finalizando con una Hora Santa de meditación y desagravio. Al terminar las
ceremonias religiosas, el padre expresó a los asistentes:

—Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo, voy a pedir el
permiso al superior, y también me voy a emprender el vuelo al martirio.

Decidió retornar a Chilapa a pie y al amparo de la noche, llevando consigo sus


ornamentos y equipaje. La vía del ferrocarril fue parte de su sendero, hasta la ciudad
de Iguala, la ciudad donde Don Agustín de Iturbide, Padre de la Patria Mexicana,
promulgó el Plan de las Tres Garantías. De ahí partió para Zumpango del Río,
donde escribió a su familia recomendándole no contestar hasta que él volviera a
escribir.

En Chilapa, el 3 de noviembre sus superiores le ordenaron que se hiciera cargo de


la parroquia de Atenango del Río, Guerrero. Partió el 10 de noviembre; a su paso
por Tulimán se hospedó en casa de la Sra. Emilia Peralta, miembro de una familia
originaria de Chilapa, para proseguir al día siguiente.
En esa casa también estaba el señor J. Cruz Pineda, Comisario Municipal, quien le
proporcionó al joven Pedro José como guía para que lo acompañara hasta su
destino. Antes de salir, el padre Margarito le dijo a la familia que lo estaba
hospedando:

—Si me llego a morir primero, y me toca entrar en la Gloria, pediré un pedacito para
ustedes.

Aquellas palabras se cumplieron antes de lo esperado.

El padre Margarito y su guía acababan de llegar a Atenango del Río cuando se


toparon con un grupo de militares callistas. Apenas advirtieron la presencia del
recién llegado, los soldados escudriñaron sus pertenencias y dándose cuenta de
que era sacerdote, lo arrestaron de inmediato sólo por el gravísimo crimen de serlo,
remitiéndolo muy de mañana al coronel federal Rosendo Manzo, que se encontraba
en Tulimán reponiéndose de una borrachera.

El padre Margarito fue interrogado minuciosamente, con mofa y fuera de toda ética
de autoridad consciente y responsable. Con el fin de percatarse de la verdad de lo
declarado por el guía, a quien también había interrogado, fueron devueltos a
Tulimán en calidad de prisioneros al cuidado de elementos de la tropa.

Durante la madrugada, los soldados manifestaron un nuevo matiz de su odio hacia


el sacerdote. Lo rodearon y, sin consideración alguna, lo despojaron de todas las
cosas que llevaba, dejándolo en ropa interior, descalzo y atado en medio de la
caballería, caminando a pie. El tormento aumentó cuando salió el sol abrasador;
cuando el presbítero pidió que le dieran un poco de agua, lo único que recibió de la
soldadesca fueron empellones y golpes.

Semidesnudo y descalzo, atado de las manos con una soga y ésta tirada por una
montura, al trote de ésta se obligó al padre a caminar cinco horas, hasta Tulimán, a
donde llegó con los pies destrozados y llenos de sangre por las piedras, los
accidentes del camino y las plantas espinosas por las que lo obligaron a caminar.
El clérigo tenía que correr para seguirle el paso a la cabalgadura y no ser arrastrado
por ella, todo esto en medio de las burlas e insultos de los mílites. Al llegar al pueblo,
el guía fue dejado en libertad, mientras que el comisario quedó formalmente preso
por el gravísimo delito de auxiliar a un ministro de Dios.

El padre Margarito compareció ante el general Manzo para que éste decidiera qué
se haría con él. Sin mostrar mayor interés por el tema, el miliciano dispuso la
ejecución inmediata del reo, quien aguardó su destino de pie en el corredor. En el
lugar donde estuvo se formó un charquillo con la sangre que manaba de sus pies.
Un poco antes de la once de la mañana del 12 de noviembre de 1927, el capitán
ordenó a un teniente que a las once en punto le diera el gusto de oír la descarga de
la ejecución. El paredón sería en el puente, pero el presbítero pidió, como gracia,
que le dieran muerte detrás de la capilla, en la esquina posterior del templo. El
teniente fue al lugar en donde se encontraba el padre para conducirlo al sitio
señalado para fusilarlo. A su paso, en el trayecto de un corredor, estaba el
comisario. Con breves palabras el padre lo alentó en los siguientes términos:

—Usted va a morir dentro de unas horas; lo espero ante la presencia de Dios.

El oficial encargado de dirigir el ajusticiamiento le ordenó que eligiera el sitio exacto


para morir. El padre se arrodilló, encomendó su alma a Dios y se incorporó, listo
para recibir la descarga. Entonces un soldado se le acercó y le dijo que si lo
perdonaba.

—No sólo te perdono —respondió el padre Margarito, profundamente conmovido—


, también te bendigo.

Una vez dicho esto, se formó el cuadro de fusilamiento. El presbítero no quiso que
le vendaran los ojos. Abrió los brazos en cruz y alzó la mirada al cielo. Los soldados
abrieron fuego en seguida. Las balas le destrozaron la cabeza. El mártir cayó sin
vida al suelo. Tenía apenas 28 años.

El señor Cruz Pineda fue llevado a Tepetlapa, Guerrero, y pasado por las armas.
Aquí se repitió el caso de un cristiano que murió por proteger a un sacerdote.

El cadáver del sacerdote mártir quedó insepulto durante varias horas, hasta que dos
mismos verdugos lo tomaron por los pies y lo llevaron a rastras al cementerio y lo
echaron en una fosa previamente cavada por otros militares. Encima aventaron la
sotana, que le habían quitado anteriormente, y cubrieron la sepultura, hecha casi a
flor de tierra. Los soldados no permitieron al pueblo asistir al sepelio.

Ocho meses más tarde, aunque las circunstancias estaban todavía difíciles y no se
podía actuar con mucha libertad, la Sra. Emilia Peralta, con mucha discreción y
contando con la ayuda de los señores Nieves, Juan y Cirilo Chávez, Marcelino y
Rafael Jiménez, Calixto Navarrete y Emigdio Ortiz, determinaron hacer una caja
para colocar en ella los restos del Padre Margarito y trasladarlo al interior del templo
parroquial para sepultarlo en el presbiterio, al lado del Evangelio (lado izquierdo).

Al exhumar los restos del Padre Margarito en el Panteón de Tulimán, con gran
cuidado removieron la tierra y a escasos 80 centímetros encontraron el cuerpo
incorrupto; pese al tiempo que había transcurrido desde su muerte, su sangre fluía
con frescura, como lo afirman varios testimonios. Cuentan además que, en ese año
de 1928, la sequía se había manifestado en el poblado de Tulimán, pero al terminar
la inhumación comenzó a llover fuertemente, regularizándose el temporal de lluvias
en el pueblo y sus contornos.

Los restos del Santo Mártir permanecen en la capilla de Nuestro Señor de Ojeda,
en Taxco, Guerrero.

Investigación: Helena Judith López Alcaraz.

Fuentes consultadas:

Flores Rivas, J. (19 de junio de 2010). San Margarito Flores García. 1. Antecedentes
de un Santo taxqueño. Efemerides Acapulcanae. Recuperado el 3 de junio de 2018
de http://ephemeridesacapulcanae.blogspot.com/2010/06/san-margarito-flores-
garcia-1.html

Flores Rivas, J. (19 de junio de 2010). San Margarito Flores García. 2. La infancia
de un Santo taxqueño. Efemerides Acapulcanae. Recuperado el 3 de junio de 2018
de http://ephemeridesacapulcanae.blogspot.com/2010/06/san-margarito-flores-
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Flores Rivas, J. (22 de junio de 2010). San Margarito Flores García. 6. Apango y
Tolimán: Pasión y muerte de un Santo taxqueño. Efemerides Acapulcanae.
Recuperado el 3 de junio de 2018 de
http://ephemeridesacapulcanae.blogspot.com/2010/06/san-margarito-flores-garcia-
6-apango-y.html

El Informador (27 de abril de 2013). San Margarito Flores García: Juventud y


entrega. Recuperado el 3 de junio de 2018 de
https://www.informador.mx/Suplementos/San-Margarito-Flores-Garcia-Juventud-y-
entrega-20130427-0051.html

Híjar Ornelas, T. & Ortega, B. (12 de noviembre de 2017). Margarito Flores García,
el mártir de Tulimán. Arquimedios Guadalajara. Recuperado el 3 de junio de 2018
de http://arquimedios.org.mx/2017/12/16/margarito-flores-garcia-martir-tuliman/

Preguntas Santoral (6 de diciembre de 2016). San Margarito Flores García,


Presbítero y Mártir. Recuperado el 3 de junio de 2018 de
http://www.preguntasantoral.es/2016/12/san-margarito-flores-garcia/

Santuario de los Mártires de Cristo (20 de agosto de 2010). San Margarito Flores
García, Pbro. Recuperado el 3 de junio de 2018 de
http://www.santuariodelosmartiresdecristo.org/wp/santos-martires/san-margarito-
flores-garcia-pbro/

Vidas Santas (12 de noviembre de 2013). San Margarito Flores García, Sacerdote
y Mártir. Recuperado el 3 de junio de 2018 de http://vidas-
santas.blogspot.com/2013/11/san-margarito-flores-garcia-sacerdote-y.html

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