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La posición de estos adolescentes árabes es más conflictiva todavía por cuanto deben afrontar no
sólo las dificultades propias de su grupo étnico en la sociedad de acogida, sino también situarse
con respecto a las tradiciones del país del que son oriundos sus padres. Ahora bien, estas
tradiciones, al perder su autenticidad originaria y su valor simbólico, pierden su impacto
identitario. Más grave es el efecto de violencia que entonces revelan: violencia sobre el cuerpo,
violencia del enfrentamiento imaginario madre-hijo. Esta situación no puede sino reforzar la
tendencia al pasaje al acto propia de la adolescencia, y ello en el modo de la violencia física. A la
inversa de estas sociedades que subrayan con una inscripción corporal la pertenencia sexuada, la
sociedad occidental es proclive a borrar cada vez más las diferenciaciones: la diferencia sexual se
desdibuja, se exhibe el "unisex". Cada vez le resultará más difícil al adolescente encontrar modelos
identitarios, el machismo deja de tener vigencia, la femineidad reviste formas múltiples y en
muchos casos ambiguas. Las diferencias generacionales tienden también a confundirse, las
barreras que separan a una generación de la siguiente no son siempre muy claras. También aquí
los adolescentes tienen que afrontar una curiosa paradoja: se les demanda "asumirse", ponerse el
uniforme de la madurez, mientras que muchos adultos se identifican con ellos. Rechazar la vejez,
mantener la forma, conservar un cuerpo musculoso y una carasin arrugas, ¿acaso no aspiran hoy a
esto todos los hombres y todas las mujeres? Ciertos adultos llegan al extremo de copiar las
maneras adolescentes: su modo de vestirse, su lenguaje, su andar. Esta identificación a contrapelo
no facilita el trabajo de desasimiento y de reestructuración del adolescente. Puede llevar incluso a
que una madre se niegue a ser llamada "mamá" en público por su hija adolescente; cuando se
trata de un padre que acompaña a su hija, ¡qué placer si se piensa que ha salido con su amiguita!
Nada es más desestabilizador para un adolescente que esta actitud de renegar de la condición de
padres. A menudo se trasluce así en los progenitores la dificultad para resolver su propia
problemática edípica: celos y rivalidad se trasladan ahora sobre los hijos.
Tenía el corazón mucho menos seco de lo que mi padre creía, y estaba desconsolada; lloraba de
noche en mi cama; incluso llegué a prorrumpir en llanto ante su vista; ellos se ofuscaron y me
reprocharon aún con más ímpetu miingratitud. Imaginé un ardid: dar respuestas pacificadoras,
mentir; pero no me resigné a hacerlo: me parecía una traición a mí misma. Decidí "decir la verdad,
pero de modo brusco, sin comentarios": de ese modo evitaría a la vez disfrazar mi pensamiento y
descubrirlo. No fue muy práctico, pues escandalicé a mis padres sin saciar su curiosidad. De hecho
no había solución, estaba acorralada. Volvamos al varón. La madre es mirada como una mujer
deseable, lo cual complica sobremanera las relaciones con ella: cualquier manifestación de cariño
demasiado enfática, cualquier conversación demasiado íntima se vuelven peligrosas, de ahí las
muestras de frialdad y retraimiento. Las madres no comprenden por qué su hijo grande les pone
mala cara. El frente a frente madre- hijo o padre- hija en familias monoparentales es muy
angustiante para unos jóvenes apresados en la erotización súbita de la relación. Los padres
involucrados no quieren saber nada de este nuevo esquema de situación y se quejan
amargamente de la distancia que ponen sus hijos en sus contactos con ellos. Los "psi" y los medios
de difusión, al preconizar la comunicación a toda costa, no miden la ambigüedad de esta
propuesta. El adolescente necesita sentir cerca a adultos atentos, amantes, pero no intrusivos.
Parecen decir: "Compréndanme, pero no me pidan nada." El diario íntimo, las confidencias al
amigo o amiga tan queridos sirven de exutorios a esos secretos demasiado pesados vinculados con
el surgimiento de una sexualidad que ahora no pueden confiar a sus padrey madre. El
desconocimiento de esta evolución da lugar a múltiples malos entendidos, en particular a la
culpabilidad de los padres, que se creen incapaces de comprender y ayudar a sus hijos. Lo que los
adolescentes esperan de los padres y de los adultos cercanos es que los escuchen cuando tienen
deseos de expresarse, que los respeten en sus elecciones y gustos, que no se burlen de sus
chifladuras, que no los juzguen por anticipado y no los condenen en nombre de principios que
ellos ponen en tela de juicio: valores familiares, ideal de vida, etcétera. Lo que quieren antes que
nada es que se les preste confianza y se los ame. Demandan a los padres ser fieles a sus
convicciones y principios y dar al mismo tiempo prueba de tolerancia y afecto hacia ellos. Para los
jóvenes no hay nada peor que ver a sus padres cambiando de opiniones, de conducta, perdiendo
sus convicciones ante la presión de sus hijos grandes, pasando, por ejemplo, de una extrema
rigidez a una permisividad incomprensible; es preferible un buen enfrentamiento abierto, siempre
y cuando, por supuesto, no prevalezca el odio. Podemos afirmar ya mismo que los malos
entendidos y las trampas de la relación padres- hijos reaparecen, con pocos matices de diferencia,
en la relación docentes a dolescentes.
Las paradojas puberales: el cuerpo
Los adultos han borrado de su memoria los tormentos de la pubertad –perplejidad, inquietud, a
veces abandono- ante un cuerpo que se trasforma, imagen de sí en la que ya no se reconocen.
Estos cambios toman al sujetopor sorpresa y es frecuente que se enfurezca por tener que sufrirlos
pasivamente. La anoréxica rechaza esta pasividad, quiere conservar el dominio de su cuerpo
controlando sus necesidades y dejar de ver en el espejo los signos de su feminidad naciente.
¿Cómo integrar psíquicamente el cambio corporal? ¿Cómo vivir las pulsiones sexuales? El empuje
puberal, con la excitación sexual resultante, obliga al sujeto a definirse sexualmente; la pulsión
está ahí: ¿qué hará con ella? ¿Qué objeto revelará ser la causa de su deseo: el cuerpo de la mujer,
el sexo del hombre? Si durante el período de latencia las ensoñaciones y los fantasmas bisexuales
no traían consecuencia alguna, ahora el sujeto debe saber sobre qué realidad se apoya su deseo.
En las curas analíticas el adolescente plantea siempre el problema de su orientación sexual: " ¿Soy
homosexual? ¿Soy heterosexual?", pregunta. La interrogación no termina aquí: "¿Cómo amar?"
Está enamorado del amor, pero el amor "de veras" le da miedo. La violencia de la pulsión se revela
a menudo antinómica a su ideal amoroso. Pero no dramaticemos: la metamorfosis puede
efectuarse también con alegría y encanto. En una novela recientemente publicada, Le Chasseur
zéro, encontré una bonita página sobre el descubrimiento de su cuerpo por parte de una
adolescente en quien la extrañeza se hace vértigo y no angustia. Por las noches me quedaba largo
tiempo bajo la ducha, rendida de una buena fatiga. Fue ahí, en esa jaula improvisada, mientras
golpeaban a la puerta porque tardaba, cuandomiré mi cuerpo por primera vez y me gustó. Tenía
largas piernas que me habían llevado fielmente, senos ya pesados 5cuya piel era tan fina que veía
correr por ella la red delicada de mi sangre. Me jaboné con esmero, como si lavara a otro. Y, sin
embargo, era yo. Estaba turbada. Porque, ¿quién era yo?: ¿la que lavaba o la que era lavada, la
que daba o la que recibía las fricciones jabonosas? Había un espejo en el corredor de las duchas.
No podía mirarme desnuda en él. Me detuve largo rato envuelta en mi albornoz y contemplé largo
rato mi imagen, repitiendo lentamente: "Laura, Laura Carlson." Era yo y otra hasta el vértigo. El
adolescente, preso en sus aspiraciones contradictorias, puede pasar de un extremo al otro,
explicándose así ciertas conductas desordenadas que dejan al observador perplejo. Cierto
adolescente se nutrirá de un amor idealizado por otro u otra inaccesibles (a imagen del amor
cortés). Los artistas y cantantes cumplen frecuentemente el mismo papel. Este mismo adolescente
se complacerá en descalificar al otro sexo con bromas donde lo sexual es rebajado a lo
escatológico. Hemos visto a adolescentes que participaban en violaciones colectivas mantener
relaciones amorosas normales con otras muchachas. En el trasfondo de estos comportamientos
advertimos el peso de una imagen materna que, desacralizada, al mismo tiempo es sexualizada.
¡Cuántos adultos no siguen aún prisioneros de esta doble imagen de la mamá y la puta,
perpetuando con ello la disociación entre pulsión y amor! La pulsión sexual puedetomar al sujeto
desprevenido y suscitar en él una intensa angustia; casi siempre le asocia la idea de suciedad y
culpa. Para defenderse, utilizará maniobras de represión: una de ellas es la religión, pero también
pueden ser conductas ascéticas en las que encuentra un ideal de pureza (regímenes alimentarios,
vegetarianos, anorexia). La sobreinvestidura de la actividad intelectual puede ser una defensa
contra la emergencia pulsional; el éxito, la posición de cabeza de clase se presentan como falo
imaginario y separan al sujeto de una parte de él mismo. Ciertos "cracks" se vuelven así adultos
poco cómodos en sus contactos, proclives a la neurosis obsesiva. No abundaremos en las múltiples
figuras que pueden revestir los amores adolescentes: ¡los novelistas y directores de cine lo hacen
mejor que los psicoanalistas! Puede ser la pasión absoluta con esa particular fascinación por la
muerte tan propia de esta edad, Romeo y Julieta y tantos otros. Puede tratarse también de la
inconstancia en los vínculos amorosos, a veces en sucesión vertiginosa: se "sale" un día con
alguien y al día siguiente con otro;
ciertas series de televisi6n que relatan asépticos amores de secundaria encuentran una fuerte
audiencia entre los jóvenes, pero, curiosamente, también entre personas de la tercera y la cuarta
edad... ¿Nostalgia? En todas estas modalidades encontramos un denominador común: el
adolescente busca conquistar su autonomía, construir su libertad; intenta abandonar su
dependencia afectiva hacia los personajes edípicos.Ahora bien, la investidura excesiva de un
nuevo amor implica el riesgo de una alienación similar. De igual modo, una demanda amorosa
demasiado acuciante por parte del compañero o la compañera tendrá este mismo efecto repulsivo
y lo (la) ahuyentará. El adolescente teme exponerse a una nueva dependencia afectiva en el
mismo momento en que procura desembarazarse de los vínculos parentales. En Vipere au poing,
Hervé Bazin hace decir a su adolescente, marcado por el odio a su madre: "El hombre debe vivir
solo. Amar es dimitir. Odiar es afirmarse. Yo soy, vivo, ataco, destruyo. Pienso, y por lo tanto
contradigo." Aquí se advierte claramente la necesidad, para existir, de manifestar agresividad en
esta época de la vida: contradecir, atacar, destruir, odiar. El problema de la violencia se inscribe en
esta dinámica de la exasperación.
La depresión
El malestar puede presentarse en forma de una depresión más o menosabierta que iría de la
taciturnidad, del sentimiento de tedio, al asco por la vida y la culminación en una tentativa de
suicidio. La depresión suele ocultarse tras quejas somáticas, dificultades escolares, inestabilidad,
enojos, repliegue sobre sí. El adolescente no expresa di6rectamente su desasosiego, le faltan las
palabras, no comprende el sentido de su malestar. Es importante responder primeramente a la
queja manifiesta: si se trata del cuerpo, tendrán que intervenir el médico clínico, el dermatólogo,
el ginecólogo, etcétera; si se trata de los estudios, un consejero pedagógico, un docente pueden
ser los primeros interlocutores antes de que el sufrimiento psicológico pueda ser dicho. Después
de su película Le Grand Bleu, que tuvo un éxito considerable entre los adolescentes, Luc Besson
recibió millares de cartas de las que reproducimos breves fragmentos: "Cuando pienso en la
población activa, en toda esa gente que trabaja, me pongo loco... esa película es como una droga...
se convirtió en un refugio, el de la pureza, el de la belleza restallante... hace brotar lo que estaba
en el fondo de nosotros, nos trajo un poco de la felicidad que esta sociedad nos roba día tras día.
Dan ganas de no llorar más, de no pensar en nada, dan ganas de abrazar por última vez el mar y
dormirse." Encontramos aquí la negativa a entrar en el mundo de los adultos y el impulso de la
regresión hasta el arrobamiento último del retorno al seno materno y del adormecimiento mortal.
A esta edad las tentativas de suicidio sonfrecuentes. Luego, cuando los adolescentes tratan de
explicar su acción, mencionan las dificultades a que hemos aludido: angustia respecto de un
cuerpo vivido como extraño o ajeno, malestar que puede llegar al sentimiento de
despersonalización: "quiero matar mi cuerpo", dice una adolescente suicida, y no "quiero
matarme". La tentativa de suicidio no siempre significa una búsqueda de la muerte sino que
aparece más como un deseo de ruptura y de renacimiento: "acabar con la vida para vivir otra",
dice una muchacha que se recupera de una tentativa de suicidio. La imposibilidad de arrostrar la
pérdida, la separación, y de encontrar en uno mismo los recursos necesarios para afrontar una
nueva vida, son preocupaciones siempre centrales en el proceso depresivo de los adolescentes.
Muchos hacen de este acto una llamada al Otro, una manera de plantear esta pregunta: " ¿Me
ama usted? ¿Va a echarme en falta?", tan grande es el desasosiego ligado a la separación. Podría
citar casos de adolescentes suicidas que formulaban esta interrogación al Otro en el marco de un
tratamiento por PPI (psicodrama psicoanalítico individual). Me acuerdo de una muchacha,
reincidente inveterada, cuyo empeño en destruirse no encontraba nada capaz de detenerlo y que
nos hacía representar su entierro, al parecer sin cansarse nunca. Todos los miembros de la familia,
cuyos papeles tomaba ella alternativamente, hacían comentarios alrededor del féretro y ella
pronto les añadió a sus médicos y psicoterapeutas. Estas escenas, bastante duras de soportarpara
los participantes por su carácter mórbido y recurrente, tuvieron sin embargo un efecto
terapéutico: un día, pudo ponerles fin y comenzar a interrogarse sobre un auténtico deseo de
vivir. Hasta entonces la muerte no tenía para ella más sentido que la vida, pues, viva o muerta, ella
no podía existir sino en el decir y en el afecto del Otro, de todos los otros. Vemos entonces que,
cuando el trabajo de separación que preside la construcción de un sujeto no ha podido llevarse a
cabo, subsiste una dependencia mortífera del Otro. Ciertas tentativas de suicidio parecen tener
para el joven un efecto liberador; en estos casos parece no existir patología grave subyacente, y el
pasaje al acto adquiere el valor de una prueba que el sujeto ha superado, a la manera de la
liberación que puede producir un ritual iniciático. Pero es preciso que el adolescente pueda hablar
de su acto en un a posteriori inmediato y efectuar un retorno sobre sí mismo en busca del sentido.
¡Es importante, pues, que los adolescentes suicidas no sean inmediatamente reenviados con sus
familias apenas salidos del coma! El acto es la expresión privilegiada del adolescente, el gesto
suicida es lo más temido, pero existen otros. El pasaje al acto del adolescente no responde por lo
general a una estructura perversa, sino que se debe fundamentalmente a la propia naturaleza del
malestar existencial en este período de la vida. ¿Qué tipos de pasaje al acto encontramos a esta
edad?
Consumo de droga
No hablemos de entrada de toxicomanía, que implicaacostumbramiento y dependencia al tóxico.
Muchos adolescentes toman drogas suaves en forma intérmitente, sin pasar a las drogas duras y
sin volverse toxicómanos. Fumar hachís en una reunión de amigos produce un apaciguamiento de
las tensiones internas y un "plus" de socialidad. La ingestión de alcohol es seguramente más
peligrosa pues en nuestra sociedad ha adquirido una connotación positiva, imagen de cierta
virilidad, y esto lo mismo que el cigarrillo, por ejemplo. El paso a las drogas duras es signo de una
renuncia a luchar por la vida, de un desasosiego insuperable; suele marcar la entrada en la
psicosis; el sujeto se tambalea, el objeto tóxico neutraliza la falta, restituye la ilusión de una
completud absoluta y disipa 7 de ese modo la angustia de, desestructuración psicótica.
Crisis existencial
El joven vive una situación de urgencia, debe renunciar a una condición que se ha vuelto caduca e
integrar otra que él no distingue claramente: tiene urgencia de hallar para sí una nueva manera de
ser, pero sin separarse de lo que fue él hasta entonces. Si el proceso de pérdida y de ruptura
domina, si el sujeto no puede recuperar sus basamentos, buscará escapatorias para su malestar en
objetos sustitutivos: drogas "anestesiantes" o acciones a repetición -juegos, ingesta de tóxicos
"duros", conductas de riesgo, etcétera- que moderen una angustia ligada a la falta. Esta última
puede ser experimentada como un vacío interior, como una desubjetivación que puede llegar a la
despersonalización. ¿Por qué ciertos jóvenes no conocen estas dificultades y viven este período de
transición con alegría y sintiendo que acceden a una libertad hasta entonces desconocida? Para
ellos, la ruptura y los cambios se cumplen a partir de bases estructurales sólidas; desde la más
tierna edad adquirieron una capacidad de simbolización y de sublimación que les permite integrar
nuevas elecciones identificatorias: se trata de un sujeto bien constituido, que hace pie en el futuro
sin zozobra. A la inversa, una fragilidad del sujeto quemuchas veces no ha sido exteriorizada puede
revelarse en forma de desencadenamiento psicótico o de una grave descompensación neurótica.
Cuando el terapeuta recibe jóvenes en consulta, es raro que se plantee una cura analítica tipo. Al
principio el adolescente suele ser reticente, sobre 8
La violencia
La violencia en todas sus formas se encuadra en el pasaje al acto: la violencia física, pero también
la verbal. Ella envenena la vida familiar y la vida escolar. Cuando el adulto la siente como una
agresión personal, como una manifestación de odio hacia su persona, recurre él también a la
violencia: se asiste entonces a un enfrentamiento imaginario, al juego de quién será más fuerte, de
quién aplastará al otro, momento en el que el miedo acude a la cita. Generado este
enfrentamiento en el que cada cual intenta dominar al otro mediante el terror, am todo si acude
por presión de los padres o de algún otro adulto bien intencionado; rechaza cualquier ayuda, dice
no estar enfermo (en lo cual tiene a menudo razón), no quiere ni "moral" ni "consejos", el diván lo
asusta, él no vino para "hablar del pasado sino del futuro", teme por encima de todo la regresión.
Pese a esto, las entrevistas tienen una dimensión analítica. A través del material de las sesiones, el
sujeto va relacionando lo actual de su condición con su primera infancia (lo que Freud y después
Lacan designaron con el término de "a posteriori"). Vemos así a los adolescentes abandonar sus
preocupaciones actuales -los padres, los amigos, el colegio- parade golpe entusiasmarse con el
contenido de sus sueños, lo cual aporta una dimensión distinta a la búsqueda de su identidad.
Toman entonces conciencia de la continuidad entre el pasado y el presente, advierten que la
rebeldía no conduce a una ruptura absoluta con los padres, con el pasado, que la fractura no es
irremediable: diríamos que, detrás de las modificaciones imaginarias, hay un sujeto que perdura y
se mantiene, hay sujeto del inconsciente.
A la inversa, el pasaje al acto es una actitud impulsiva con agresión sobre el propio cuerpo o sobre
el cuerpo del otro: grescas, enfrentamientos físicos, delirios violentos ligados al deporte,
automutilaciones, etcétera. Hay adolescentes, sobre todo mujeres, que practican escarificaciones
sobre su cuerpo lastimándose con hojas de afeitar, hiriéndose, pero sin que estas acciones
constituyan estrictamente tentativas de suicidio. Dicen que la herida, con el dolor que la
acompaña, las calma; han trasladado así su "rabia " a su cuerpo (pero ¿es realmente el suyo?) del
que buscan en esta forma los límites, un cuerpo que se les escapa y del que quieren reapropiarse.
Lacan dice que en el pasaje al acto "el sujeto es borrado al máximo por la barra", lo que significa
que su división ya no se le aparece, "cae fuera de la escena", dice. El pasaje al acto, sea cual fuere,
es un medio para anular la castración, es una manera de saltearse el trabajo de simbolización.
Todos sabemos que el acto reemplaza a las palabras cuando éstas faltan, y que la violencia se
ejerce cuando lapalabra no acude a la cita. Extraído con fines académicos del texto: CORDIÉ, Anny.
Malestar en el docente. Buenos Aires: Nueva Visión, 1998.
El actuar
¿Qué significaciones puede tener el pasaje al acto en la adolescencia? ¿Cuáles son sus relaciones
con la configuración psíquica del sujeto en esta edad? El joven padece las transformaciones de su
cuerpo así como una ardorosa excitación sexual debida al empuje de la pubertad, sin tener medios
para dominarlas. En lo inmediato, puede mitigar su desasosiego a través de la acción. La acción
implica una actividad física carente de significación personal, y esto la diferencia del acto que, para
nosotros, toma un sentido específico vinculado con la problemática inconsciente del sujeto. En el
pasaje al acto o en el acting out el sujeto quiere siempre decir algo. La acción está esencialmente
representada por las actividades deportivas: actuares codificados, encuadrados, que forman lazo
social. Estas actividades son fuente de intenso placer por las sensaciones que procuran, y aplacan
la tensión a través de un mecanismo de descarga muscular. Los torneos son pruebas en las que el
joven se afirma por sus cualidades físicas y morales y descubre sus puntos de referencia
midiéndose con los demás. El deporte y las actividades anexas no son meros exutorios a una
tensión que sería puramente física y fisiológica, sino que ayudan a metabolizar los conflictos
psíquicos propios de esta edad, permitiendo al sujeto descubrir otros valores, otros focos de
interés.