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Del libro: Herrera, Héctor, Dimensiones de la Cultura

Bizantina. Arte, Poder y Legado Histórico, Coed. de la


Universidad de Chile y la Universidad Gabriela Mistral,
1998, Santiago.

LA DOCTRINA GELASIANA *

H ace 1500 años se encontraba en el pontificado romano el sacerdote Gelasio (492-496), ya


fogueado en las relaciones con el Imperio Romano de Oriente por su participación en la
redacción de documentos oficiales durante los anteriores pontificados de Simplicio (468-483)
y de Félix III (483-492) 1.
En efecto, uno de los asuntos que más ocupaba a la Iglesia de Roma era la situación que venía
dándose en los patriarcados orientales desde varios decenios y que tenía que ver con los debatidos problemas
cristológicos y con la posición que adoptaban al respecto los sucesivos emperadores residentes en
Constantinopla. A partir de la deposición del joven Rómulo Augústulo por el jefe hérulo, Odoacro, en el 476,
ellos habían pasado a ser emperadores de todos los territorios del Imperio, aunque -bien se sabe- de manera
solamente teórica sobre los de Occidente, ya que todos éstos estaban en manos de pueblos bárbaros. En Italia
misma, los ostrogodos, dirigidos por el hábil e inteligente príncipe Teodorico, al servicio del Imperio de
Oriente, habían instaurado un verdadero reino y hecho de Ravenna su capital; aunque eran cristianos de fe
arriana, las relaciones con los católicos eran buenas y el mismo pontífice romano contaba con su protección.2

Había ya clara conciencia de que el pontífice era -y sobre todo cuando se trataba de un hombre de
condiciones superiores- un personaje con peso indiscutible en la vida contemporánea. De hecho, en el campo
eclesiástico, hacía tiempo que el reconocimiento y eficacia del primado romano eran una realidad. Las cada
vez más frecuentes consultas formuladas por obispos o por sínodos locales, dirigidas a Roma para recibir una
orientación o una resolución, la confirmación de obispos en sedes en que se hubiera producido una disputa
por el cargo, conducía a la consolidación del ejercicio del primado romano.

A fines del siglo anterior, el Papa Siricio (384-399), respondiendo a consultas presentadas por el
Obispo Himerio de Tarragona, inicia la serie de dictámenes oficiales que pasarán a constituir el conjunto de
las decretales pontificias. Siricio toma como modelo el responsum imperial, esto es, la respuesta con fuerza
de ley dada por un emperador a la relatio elevada por un gobernador provincial. "El Papa no se limita ya a
recomendar, sino que ordena (jubemus - inhibemus - mandamus - decernimus - tenenda sunt decretalia
constituta - quae a nobis sunt constituta, intemerata permaneant) y conmina sanciones contra su
contravención. El destinatario viene requerido a poner estos statuta apostolicae sedis también en
conocimiento de los obispos de las provincias de Cartagena, Baetica, Lusitania y Galicia. Aquí se hallan por

*
[Originalmente en: Padre Osvaldo Lira. En torno a su pensamiento. Homenaje en sus 90 años, Universidad Adolfo
Ibáñez, Zig-Zag, S.A., 1994, Santiago, pp.459-472]
1
Rahner, Hugo, Libertad de la Iglesia en Occidente. Documentos sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado en los
tiempos primeros del Cristianismo, Buenos Aires, 1949 (1942), p.181; Rohrbacher, Histoire Universelle de l'Eglise
Catholique, Paris, 1872, IV, pp.656-676. Hemos intentado, cuando nos ha sido posible, traducciones de los textos
utilizados de Gelasio más ajustadas al original, que las de la traducción al español de la obra de Rahner -que
encontramos demasiado profusa- y que las de la traducción francesa de Rohrbacher, si bien más precisa, es a veces
incompleta. Ver tb. Saba, A. y Castiglioni, C., Historia de los Papas, Barcelona, 1964 (1948), I, pp.162-167.
2
Courcelle, P., Histoire littéraire des Grandes Invasions Germaniques, París, 1964, pp.203-208.
primera vez todos los elementos materiales y formales que constituyen la esencia de las decretales pontificias,
que las épocas sucesivas ya sólo afinarán en cuanto a los detalles y llevarán a su más alto nivel significado"3.

Es extraordinariamente interesante constatar cómo los documentos pontificios adquieren rápidamente


un vocabulario y una estructura que son de todo jurídicos y romanos.

El prestigio alcanzado por el Obispo de Roma se manifiesta claramente en los escritos del Papa León
Magno, quien, estando todavía vigente el imperio en Occidente, proclama solemnemente que Roma, "hecha
cabeza del mundo, por la sacra sede del bienaventurado Pedro", está llamada a presidir "más bien por la
religión divina que por la dominación terrenal"4.

La indiscutida fundación de la Iglesia de Roma "por el muy bienaventurado Pedro, príncipe del orden
apostólico"5, la establecía en un lugar privilegiado que estaba en muy poca consonancia con la triste historia
de la Ciudad Eterna en esos mismos decenios: abandonada por los Césares en beneficio de otras ciudades, de
las cuales era -sin duda alguna- Constantinopla la más aventajada, había sufrido el saqueo a manos de los
visigodos comandados por Alarico en el 410, y todavía a mediados del siglo (455) por Genserico y sus
vándalos. En cambio, Constantinopla, poderosa y segura en sus baluartes, sabía deshacerse de los asedios
bárbaros y prosperar cada día más. La presencia de la corte imperial, las brillantes ceremonias de la profusa
liturgia oriental, el prestigio mismo de la dignidad del emperador, no se avenían a contar tan sólo con un
Obispo que no se distinguía de sus colegas vecinos. Se comprende, pues, que en el Segundo Concilio
Ecuménico (381) -reunido justamente en Constantinopla- se haya decidido elevar la sede de la Nueva Roma a
la jerarquía de patriarcado, y que este privilegio haya sido ratificado en el IV Concilio Ecuménico que sesionó
en Calcedonia (451); en el cánon 28 se lee: "Con razón han concedido los Padres a la sede de la vieja Roma la
primacía de honor, por cuanto es la metrópoli imperial. Por la misma consideración, los obispos otorgaron
idéntica primacía de honor a la santa sede de la nueva Roma, ya que es muy lógico que la sede central del
Imperio y del Senado, que, por otra parte, posee los mismos derecho de la vieja ciudad imperial, sea elevada
también, en sentido espiritual, al rango de aquélla, ocupando el segundo lugar después de ella"6. Esta decisión
conciliar que ubicaba al obispado de Constantinopla sobre los patriarcados tradicionales de Antioquía, de
Alejandría y de Jerusalén, fue severamente criticada por el pontífice romano León.

La verdad es que las relaciones entre Constantinopla y Roma se venían deteriorando desde hacía
años: a las dificultades, problemas y crisis, surgidos a menudo, se sumaba una cada vez mayor
incomprensión, a la que no era ajena la disglosía que comenzaba a dejarse sentir entre ambas partes del
Imperio; un notable historiador de este periodo, Santo Mazzarino, ha hablado del distanciamiento (distacco)
que se daba entre la pars Orientis y la pars Occidentis, distanciamiento que se irá acentuando con el paso de
los siglos, hasta explicar la lamentable ruptura que se dio en el siglo XI, y que aún mantiene dividida a la
Iglesia Universal.

En tiempos del Papa Gelasio se vivía un primer cisma conocido como "acaciano", por el nombre del
patriarca de Constantinopla, Acacio, con quien se inicia (484), y que se prolongará hasta el 519. Este cisma se
produjo por la condescendencia del mencionado patriarca ante la política eclesiástica del Emperador Zenón
(474-491). Este, convencido de la necesidad de lograr la unidad entre todos sus súbditos, enfrentados por las
prolongadas luchas cristológicas que desgarraban el Imperio, y convencido igualmente de su capacidad
jurídica para imponer su decisión en materias eclesiásticas, gracias a la tradición iniciada por Constantino el
Grande de actuar como "epíscopo de lo externo" (epískopos tóon ektóon), dictó un decreto de unión
(Henotikón) de los principios de la fe. En él conciliaba las declaraciones de los tres primeros concilios
ecuménicos, pero sin referirse a lo proclamado en Calcedonia respecto a las dos naturalezas de Cristo, y
terminaba lanzando el anatema contra cualquier posición contraria sostenida en Calcedonia o en otros
sínodos7.

3
Baus, K. y Ewig, E., "Desde Nicea a Calcedonia" en: Jedin, Hubert, Manual de Historia de la Iglesia, II, La Iglesia
imperial después de Constantino hasta fines del siglo VII, Barcelona, 1980 (1973), pp.350-351; Rohrbacher, op.cit.,
pp.130-132.
4
Migne, P.L., t. 54, Sermo LXXXII, c.422.
5
Ibid.; cf. Ullmann, Walter, The Growt of Papal Government in the Middle Ages, London, 1965 (1955), p.8 y n.4.
6
Hansi, VII, 369, cit. p. Rahner, op.cit., p.178.
7
Saba-Castiglioni, op.cit., p.157; Rohrbacher, op.cit., pp.635-636.
El Henotikón era un acto de abierta intromisión imperial en lo que siempre había sido competencia
de los obispos reunidos en concilio, aun cuando estos concilios hubiesen sido convocados por los mismos
emperadores, y constituye una clara manifestación del cesaropapismo bizantino, la cual puede entenderse
como la respuesta imperial ante la tendencia de la Iglesia de Roma a insistir en su principatus, lo que
significaba un verdadero desafío de soberanía imperial8.

Por cierto, el Papa Félix III no podía aceptar el Henotikón y así se lo hizo saber al patriarca Acacio, a
quien carga con la mayor responsabilidad, cuidando de no acusar directamente al emperador Zenón; este
cisma contribuyó a disminuir el entusiasmo con que los pontífices romanos venían considerando las
prerrogativas de los emperadores, en consonancia con la tradición helenística acerca de las virtudes que
adornan la persona del soberano. En efecto, hay abundancia de textos que muestran que los papas del siglo V
-expresando profundos sentimientos encarnados en los hombres de su tiempo- reconocían en los emperadores
cristianos un "alma sacerdotal"; una gracia especial de Dios para "no sólo gobernar al mundo, sino
principalmente para proteger la Iglesia"; que eran instrumentos del Espíritu Santo para la salvación de la
Iglesia Universal; y que Dios les tiene reservada, por lo mismo, "además de la imperial, una palma
sacerdotal"9.

Las posiciones antagónicas que el emperador Zenón pretendía unificar eran producto de la herejía
sostenida por le Patriarca Nestorio de Constantinopla (428-431), de quien recibe el nombre de nestorianismo.
Esta herejía negaba la divinidad de Jesús, de manera tal de María era considerada simplemente madre de
Cristo (Cristotokos) y no Madre de Dios (Theotokos). El nestorianismo había sido condenado por los obispos
reunidos en el concilio de Efeso (431), pero se mantuvo en Siria y se expandió hacia Caldea, donde prosperó
bajo el dominio de los Sasánidas y, desde el Imperio persa, se propagó por el Asia Central, alcanzando a la
China en el siglo VII10.

En el combate contra los nestorianos se destacaron los patriarcas de Alejandría, llevando su posición
hasta el extremo de afirmar que en la persona de Jesucristo había sólo una naturaleza, la divina, y por esto se
les llamó monofisitas. Esta doctrina fue solemnemente anatematizada en el Concilio de Calcedonia (451), en
el que se recibió y se proclamó la fe tal como era enseñada en Roma por el Papa León, quien la había
expuesto en su famosa carta dogmática enviada al patriarca de Constantinopla, Flaviano, y que se conoce con
el nombre del Tomo de León. El monofisismo se hizo fuerte en el Egipto bizantino, donde arraigó en la
población, dando origen a la iglesia copta y se expandió hasta Abisinia11. Ambas doctrinas atentaban contra
el dogma de la Redención, al considerar una sola naturaleza -ya sea la humana o la divina- en la persona de
Cristo, con lo cual el sacrificio de Cristo no era suficiente para redimir a la Humanidad, por tratarse
únicamente de un hombre, o bien no era real, puesto que Dios no puede sufrir.

Estas materias eran, pues, de competencia exclusiva de los eclesiásticos; su planteamiento y,


sobretodo, su solución y definición correspondían a los obispos en cuanto en ellos reside la capacidad de
interpretar y de enseñar la recta fe (ortodoxia); pero los emperadores se habían acostumbrado a intervenir a
menudo en asuntos de fe y, más que nada, a presionar sobre los obispos -a quienes consideraban como a otros
funcionarios imperiales más y, a decir verdad, en varios aspectos, lo eran- para hacerlos aceptar su punto de
vista y, en caso extremo, a deponerlos de su sede y nombrar otro que estuviese dispuesto a ser más obsecuente
con su majestad imperial.

En la sede patriarcal de Alejandría, había sido muerto Proterio por monofisitas fanáticos, y en su
reemplazo se instala Timoteo Eluro (el Gato) (457-460); el Papa León elevó su indignada protesta ante el
emperador León (457-474) en la plena confianza que un emperador cristiano debía remediar los males que
afligían a la Iglesia de Alejandría: "Delante de Vos, como príncipe cristiano que sois y a quien, con verdadero
mérito puede contarse entre los predicadores del Evangelio de Cristo, me tomo la libertad, característica de
los creyentes auténticos, de exhortaros con firmeza y sin temor: estad a la altura que os corresponde; colocaos
8
Ullmann, op.cit, pp.9-10.
9
Dvornik, Francis, "Emperors, Popes, and General Councils", Dumbarton Oaks Papers, VI, 1951, p.20; del mismo, Early
Christian and Byzantine Political Philosophy, Washington, D.C., 1966, II, pp.782 y ss.
10
Algermissen, Konrad, Iglesia Católica y confesiones cristianas, Madrid, 1963 (1930), pp.513-531.
11
Ibíd., pp.272-274, 563 y 578.
junto a los Apóstoles y Profetas, y con la dignidad que os es propia, rechazad a quienes se han hecho indignos
del nombre de cristianos; no permitáis que por más tiempo los ateos, asesinos de los obispos, traten asuntos
religiosos bajo la capa de fingida piedad, constándonos con claridad meridiana que son ellos los que dañan la
fe. ¡Que Dios Nuestro Señor os ha iluminado tanto acerca de sus sacrosantos misterios! No queráis olvidar,
pues, que el poder no os ha sido concedido solamente para el gobierno del mundo, sino, y principalmente para
la protección de la Iglesia"12.

Timoteo Eluro será depuesto y desterrado por un decreto imperial; pero el usurpador Basilisco lo
repone en la sede de Alejandría, de donde saldrá nuevamente al destierro con la restauración del emperador
Zenón (476). Los monofisitas eligieron como sucesor a Pedro Mongo (el Ronco), frente a un patriarca oficial,
a cuya muerte (482) fue confirmado Pedro Mongo por el emperador Zenón con el consentimiento de Acacio,
patriarca de Constantinopla, todo lo cual contribuyó a acelerar el cisma13.

Frente a estas medidas del poder imperial, los pontífices romanos se sentían llamados a exigir el
respeto debido a la Iglesia, a sus instituciones y a sus consagrados, respeto que implicaba una verdadera
autonomía, fundada en la enseñanza misma de Jesucristo. La Iglesia reconocía que, por una parte, todos sus
miembros - incluyendo obispos, patriarcas y pontífice romano - eran ciudadanos romanos, y que, por lo tanto,
debían lealtad y obediencia al emperador, quien, al fin y al cabo, imperaba porque Dios lo permitía; pero
también exigía que, por otra parte, se le reconociese y respetase en su ámbito propio.

Categóricamente lo había dicho Jesús: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios"
(Mt.22,21), estableciendo así dos potestades, dos competencias, dos jurisdicciones, en estrecha relación
ambas, dado que afectan a un mismo hombre, pero, en verdad, subordinada una -la temporal- a la otra -la
espiritual-, puesto que el poder temporal es tal porque ha sido concedido por Dios desde lo alto (Jh.19,11), y
además, el mismo emperador cristiano, en cuanto hijo fiel de la Iglesia, estaba subordinado a sus legítimos
pastores. Justamente en esto podía radicar el dilema de un emperador cristiano; su visión de la acción política
requerida en un cierto momento y su decisión acerca de las medidas que era necesario adoptar, podían no
coincidir con las de la jerarquía eclesiástica; el emperador podía honestamente sentir que debía actuar de
determinada manera, con la cual creía defender los intereses del Imperio y también los de la Iglesia; y los
obispos, por el contrario, estimaban que esa medida atentaba contra la tradición cristiana, contra la
independencia de la Iglesia y, en algunos casos, aun contra la fe.

Resultaba, pues, indispensable establecer con la mayor claridad posible los límites de los dos campos
de competencia, de las dos zonas de jurisdicción para tratar de evitar los conflictos que era tan fácil se
produjeran. Esta será la tarea que acometerá el Papa Gelasio, apoyado en la tradición pontificia romana.

Por entonces, la dignidad pontificia se había acrecentado hasta tal punto que los papas no trepidaban
en dirigirse a los emperadores -a quienes rendían al mismo tiempo numerosas muestras de pleitesía- como de
potencia a potencia; de hecho el Papa Félix III en carta al Emperador Zenón, en la que le comunicaba que una
vez más Pedro Mongo había sido condenado en un sínodo romano convocado el año 484, y le señalaba que
"nada es más conveniente y saludable para vuestro gobierno que someteros -tal es la voluntad de Dios- a los
obispos de Cristo en todas las materias que se refieran a Dios. No sois Vos el destinado a predicar los divinos
Misterios; vuestra obligación es aprenderlos de quienes están puestos por Dios para hacerlo. Debéis prestaros
a secundar las legítimas normas y demandas de la Iglesia, y no arrogaros la facultad de precribirle sanciones
meramente humanas. No está bien que autoritariamente quéris intervenir en la disciplina eclesiástica, puesto
que el Señor ha querido que Vos seáis quien doblegue su cerviz frente a la Iglesia, con piadosa devoción".

Además reclama enérgicamente por el indigno trato que han recibido sus legados en Constantinopla.
El texto es de extraordinaria importancia: "Ante todo vaya mi saludo, y luego, la constancia siguiente: ¡Temo
mucho por vuestro imperio y por vuestra salud eterna! Pronto quedará demostrado que se ofendía al mismo
Dios cuando, como se deduce de sus actas (de los legados) con toda evidencia, nuestros legados fueron
encarcelados como prisioneros de guerra, arrancadas violentamente las cartas que debían entregar, para
dejarlos en libertad sólo cuando ellos entraron en comunión con los enviados de Pedro Alejandrino, contra

12
Rahner, op.cit., 198-199.
13
Beck, Hans-Georg, "La primitiva Iglesia bizantina" en Jedin, op.cit., II, pp.577-583; Rohrbacher, op.cit., p.634.
quien habían sido comisionados. A pesar de que la conformidad de estos legados fue arrancada por ultraje, el
juicio apostólico ha condenado a Vital y a Miseño, privándolos de su ministerios y arrojándolos fuera de la
comunión de la Iglesia; pero hay que advertir más: los mismos pueblos bárbaros y los ateos respetan el
derecho de gentes, la libertad de todos los embajadores, como una cosa sagrada dentro de los tratados
meramente políticos. A nadie se le oculta cómo debió haberse conducido un emperador romano y un príncipe
cristiano, frente al derecho de intangibilidad de las embajadas, y más tratándose de asuntos que atañen a los
mismos derechos divinos. Prescindamos, empero, de su condición de legados. Pasemos por alto que fueran en
realidad los embajadores del bienaventurado apóstol San Pedro, puesto que ni ese carácter sirvió de garantía
inviolable"14.

Sabemos que el derecho de gentes se aplica cuando se trata de relaciones entre pueblos extranjeros,
entre quienes se reconoce implícita o explícitamente la soberanía: ¿Cómo podía, pues, el pontífice romano
invocar el respeto a la inviolabilidad de sus legados amparándose el los principios del derecho de gentes, sin
dar a entender tácitamente que consideraba a la Iglesia de Roma un verdadero estado independiente? Y ¿cómo
podría aceptar el emperador la existencia de un estado independiente dentro de su Imperio?

Como se ve, el conflicto de poderes era inevitable; en un plano teórico podía resolverse apelando a
una distinción conceptual que será especialmente apreciada por la Iglesia: el pontífice, en su calidad de
sucesor de San Pedro, príncipe de los Apóstoles, poseía la auctoritas y el emperador tenía la potestas
concedida por Dios. La auctoritas, consagrada por Augusto en su "Testamento Político", gozaba de un
prestigio y peso moral superior a cualquiera potestas, aunque no contaba con el respaldo de la fuerza militar,
dado que actuaba por presencia.

Gelasio, al recurrir a esta distinción conceptual -que ya el Papa León había planteado distinguiendo
entre la imperialis potestas y la auctoritas sacerdotalis, y "en su Sermo III, después de designar a Cristo como
Melquisedec, refiriendo tanto potestas como auctoritas a la cátedra de Pedro"15- da un paso más y decisivo en
la consolidación de la independencia de la Iglesia, al asumir una autoridad supereminente, y así lo entendieron
sus sucesores y por eso su doctrina tuvo tal repercusión en los siglos sucesivos. En una carta enviada el año
494 al Emperador Anastasio (491-518), con el objeto de llegar a la ansiada paz, el Papa Gelasio se ve en la
obligación, impuesta por su conciencia, de recordar al Emperador la siguiente verdad: "Dos son (las
potestades), Emperador Augusto, por las cuales este mundo es principalmente regido, la sagrada autoridad de
los pontífices y el poder regio. En las cuales la carga de los sacerdotes es tanto más grave cuanto en el juicio
divino de los hombres también habrán de dar cuenta por los mismos reyes"16.

En esta misma carta, Gelasio ha precisado el carácter de las relaciones que tiene con el Emperador,
en cuanto a ciudadano, a cristiano y a pontífice romano, siendo esta última la más exigente: "Porque, mi
amado hijo, como ciudadano romano respeto y venero al emperador romano; y como cristiano me urge el
anhelo de hallarme en correspondencia y comunión real y verdadera con Vos, puesto que sois dechado de celo
por la gloria de Señor. Pero como pontífice que ocupa la sede apostólica, a pesar de mi indignidad y mis
pocas fuerzas, no puedo menos que intervenir con prudencia, pero también con prontitud allí donde se ofende

14
Rahner, op.cit., pp.202-204.
15
Ullmann, op.cit., p.462, 21, n.3.
16
Carlyle, Robert e Alexander, Il pensiero político medievale, Bari, 1956 (1903), I, p.211, n.24: Gelasio I, Epist., XII, 2:
"Pietatem tuam precor, ne arrogantiam iudices divinae rationis officium. Absit, quaeso, a Romano Principe, ut
intimatam suis sensibus varitatem arbitretur iniuriam. Duo quippe sunt, imperator auguste, quibus principaleter mundus
hic regitur: auctoritas sacrata pontificum et regalis potestas. In quibus tanto gravius est pondus sacerdotum, quanto
etiam pro ipsis regibus hominum in divino reddituri sunt examine rationem. Nostri enim, fili clementissime, quod licet
praesideas humano generi dignitate, rerum tamen praesulibus divinarum devotus colla submittis, adque ab eis causas
tuae salutis exspectas, inque sumendis coelestibus sacramentis eisque ut competit disponendis, subdi te debere
cognoscis religionis ordine potius quam praesse, itaque inter haec ex illorum te pendere iudicio, non illos ad tuam velle
redigi voluntatem. Si enim, quantum ad ordinem pertinet publicae disciplinae, cognoscentes imperium tibi superna
dispositione collatum, legibu tuis ipsi quoque parent religionis antistites, ne vel in rebus mundanis exclusae videantur
abviare sententiae: quo, oro te, decet affectu eis obedire, qui praerogandis venerabilibus sunt attributi mysteriis? Proinde
sicut non leve discrimen incumbit pontificibus, siluissi pro divinitate cultu, quod congruit; ita his, quod absit, non
mediocre periculum est, qui, cuum parere debeant, despiciunt. Et si cunctis generaliter sacerdotibus recte divina est
adhibendus quem cunctis sacerdotibus et Divinitas summa voluit praeeminere et subsequens Ecclesiae generalis iugiter
pietas celebravit?" V. tb. Ullmann, op.cit., p.22., n.1; Rahner, op.cit., pp.205-209; Rohrbacher, op.cit., pp.673-674.
la integridad de la fe Católica. Por algo me ha sido confiada la custodia y dirección de la Palabra divina, y
¡pobre de mí si no anunciare la Buena Nueva!"

Pocos años antes, bajo el pontificado de Félix III, Gelasio ya había encontrado ocasión para hacer
saber al Emperador Zenón, mediante carta enviada a los obispos de Oriente, que "el emperador es hijo de la
Iglesia, pero no Obispo", renovando la posición que tan enérgicamente había sostenido, ya hacía más de un
siglo, San Ambrosio, Obispo de Milán, frente al joven Emperador Valentiniano II (386)17. El Papa advierte al
Emperador, dada su condición de hijo de la Iglesia, que, "en lo que toca a la religión, le conviene aprender
(discere) y no enseñar (docere)"18. También en otra carta a nombre de este Papa, Gelasio insiste acerca de lo
mismo: "Pues es cierto, y esto es saludable para vuestros asuntos, que, cuando se trata de las cosas de Dios, os
preocupéis de someter y no de imponer la regia voluntad a lo establecido por los mismos sacerdotes de Cristo,
y os preocupéis más bien de aprender que de enseñar las materias sacrosantas de sus obispos"19.

La afirmación es categórica y establece la diferencia que existe entre los obispos y los fieles -uno de
los cuales es el emperador- en los que compete a la religión, puesto que es el mismo Dios quien quiso que
"pertenezcan a los sacerdotes las cosas que han de ser dispuestas para la Iglesia y no a los poderes seculares,
los que si son fieles quiso que estuvieran sujetos a la Iglesia y a sus sacerdotes". Se reconoce que el
emperador "tiene privilegios (propios) de su poder, los que la divinidad le ha concedido para la
administración de los asuntos públicos, pero que, si no es ingrato de los beneficios (que ha recibido), nada
usurpe contra la disposición del orden celestial". Aludiendo a la prolongada polémica encendida por la
designación de obispos y de patriarcas que no están en comunión con la Iglesia de Roma, y en particular por
la situación de Pedro Mongo, el Papa precisa: "Dios omnipotente quiso que los obispos y sacerdotes de la
religión cristiana sean ordenados por los pontífices y sacerdotes, y también (por ellos) sean examinados y los
arrepentidos de sus errores sean recibidos (de nuevo en la Iglesia). Los emperadores cristianos deben someter
(subdere) sus decisiones a los superiores eclesiásticos y no imponerlas". En fin, "no se arrogue el emperador
un derecho ajeno ni un ministerio que está confiado a otros, a fin de no ofender a Dios, de quien viene todo
ordenamiento en las cosas, y no sea rebelde contra Aquel que le ha concedido el poder que tiene"20.

Esta neta distinción entre las responsabilidades del emperador y las de los obispos y, en particular,
del pontífice, corresponde a tareas que deben cumplirse unas en el plano temporal y otras en el plano
espiritual; pero estas tareas de suyo diferentes deben cumplirse con el mejor espíritu de colaboración,
prestándose mutuo apoyo y sabiendo que se complementan, puesto que ambas apuntan a un mismo fin
trascendente: cooperar en la obra creadora de Dios Padre, con la misión salvífica de Dios Hijo y con la tarea
santificadora de Dios Espíritu Santo.

En el Tratado IV, Sobre la fuerza del anatema, el Papa Gelasio sienta la doctrina que estará llamada
a arrojar luz durante siglos acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado: "Porque si éstos no se atreven,
ni saben qué medida sea la de su poder -al que tan sólo está permitido juzgar de las cosas humanas y no
presidir las divinas- ¿cómo presumen juzgar de aquellos, por quienes son servidas las divinas? Antes de la

17
Carlyle, op.cit., p.200, n.8; Rahner, op.cit., p.149.
18
Carlyle, op.cit., p.207, n.18: Gelasio I, Epist., I, 10, Ad episcopos orientales: "An imperator illum (Petrum Mongum)
discussit adque suscepit? Constat interim illum eclessiasticis regulis non receptum: ab eclessiastica igitur regula
receptio eius omnis aliena est. Quod si dixeris: 'Sed imperator catholicus est', salva pace ipsius dixerimus: 'Filius est,
non praesul Ecclesiae; quod ad religionem competit, discere ei convenit, non docere; habet privilegia potestatis suae
quae administrandis publicis rebus divinitus consecutus est: et eius beneficiis non ingratus contra dispositionem
coelestis ordinis nil usurpet'. Ad sacerdotes enim Deus voluit, quae Ecclesiae disponenda sunt, pertinere, non ad saeculi
potestates; quae si fideles sunt, Ecclesiae suae et sacerdotibus voluit esse subiectas. Non sibi vindicet alienum ius et
ministerium, quod altero deputatum est; ne contra eum tendat abrupte, a quo omnia constituta sunt, et contra illius
baneficia pugnare videatur, a quo propriam consecutus est potestatem. Non legibus publicis, non a potestatibus saeculi,
sed a pontificibus et sacerdotibus omnipotens Deus Christianae religionis dominos et sacerdotes voluit ordinari, et
discuti recipique de errore remeantes. Imperatores Christiani subdere debent exsecutiones suas ecclesiasticis
praesulibus, non praeferre. Nulla ergo nec certa discussio est, nec manere potest ista susceptio eius, quem Ecclesia suis
legibus nec ordine competenti nec discussit omnino nec communioni restituit. Ideoque potius errori eius communicavit
Acacius, catholicamque fidem ei prostituit, quam illum ad communionem catholicam revocavit; cuius enim non est
ordinata receptio, sequitur, ut in errore permanserit".
19
Carlyle, op.cit., p.206, n.16: Félix III, Epist., VIII, 5.
20
Epist., I, 10, v.n.18 supra.
venida de Cristo, hubo algunos, que, en figura, aunque en su manifestación humana, fueron reyes y a la vez
sacerdotes, lo que la historia sagrada muestra que fue Melquisedec. El Diablo imitó esto en los suyos, como
que siempre pretende apoderarse de las cosas que son propias del culto divino, y es así como los mismos
emperadores paganos se llamaban pontífices máximos. Pero, cuando verdaderamente vino el mismo Rey y
Pontífice, ningún emperador se impuso más el nombre de pontífice, ni pontífice alguno pretendió la dignidad
real; aunque sus miembros, esto es, los del verdadero Rey y Pontífice, según participación de la magnífica
naturaleza, se diga que han asumido ambas por generosidad sagrada, de manera que subsistan a la vez el
género real y el sacerdotal. Ya que Cristo, memoroso de la humana fragilidad, temperó con magnífica
dispensación lo que conviene a la salvación de los suyos, y así dispuso los deberes de ambas potestades en
acciones propias (de cada una) y en dignidades distintas, queriendo salvar a los suyos con humildad
medicinal, y que no fuesen de nuevo sometidos por la soberbia humana, a fin de que los emperadores
cristianos requieran de los sacerdotes para la vida eterna y los pontífices usen de las disposiciones imperiales
para el curso de las cosas temporales, de manera que la acción espiritual diste de las exageraciones carnales y
así el que milita por Dios de ningún modo se mezcle en los negocios seculares; y, por el contrario, el que
estuviese implicado en los negocios seculares no parezca que preside en las cosas divinas; de manera que con
modestia se gobiernen ambos órdenes para que no se engrandezca uno basado en el otro, y de acuerdo con las
cualidades de las acciones se ajuste especialmente cada profesión (la imperial y la pontificial)"21.

De los varios aspectos que merecen destacarse en esta doctrina, uno de los más valiosos es la
concepción dualista de la sociedad: por una parte, el Imperio, la sociedad civil, el orden temporal, y por otra,
la Iglesia, la sociedad eclesiástica, el orden espiritual; gracias a la sostenida defensa de esta visión de la
sociedad realizada por la Iglesia de Roma, se impidió que el Imperio llegase a ejercer un control absoluto
sobre toda la sociedad; de esta manera, cualquier tendencia a un totalitarismo de Estado quedó proscrita o, al
menos, limitada durante siglos; y lo mismo vale para todo intento de clericalismo desaforado. En cambio, el
Papa Gelasio propuso como garantía para que cada facultad se mantuviera dentro de sus justos límites, la
modestia, término de resonancias clásicas que inmediatamente nos remite a un campo de acciones propias en
el cual la moderación es la norma, esto es, el reconocimiento de un modo de ser y de un modo de hacer, que
justifican y explican las medidas que se tomen y los medios que se empleen, porque cada uno de ellos es la
expresión de una mesura interior, que no es otra cosa que la impronta divina en el alma de sus creaturas, y
única manera de evitar que la soberbia haga presa de nuevo a los hombres.

21
Carlyle, op.cit., p.210, n.23: Gelasio I, Tractatus, IV, 11: "Quodsi haec tentare formidant, nec ad suae pertinere
cognoscunt modulum potestatis, cui tantum de humanis rebus iudicare permissum est, non etiam praesse divinis;
quomodo de his per quos divina ministrantur, iudicare praesumunt? Fuerint haec ante adventum Christi, ut quidam
figuraliter, adhuc tamen in carnalibus actionibus constituti, pariter reges exsisterent et pariter sacerdotes, quod sanctum
Melchisedec fuisse sacra prodit historia. Quod in suis quoque Diabolus imitatus est, utpote qui semper quae divino
cultui convenirent sibimet tyrannico spiritu vindicare contendit, ut pagani imperatores iidem et maxime pontifices
dicerentur. Sed, quum ad verum ventum est eumdem regem adque pontificem, ultra sibi nec imperator pontificis nomen
imposuit, nec pontifex regale fastigium vindicavit (quamvis enim membra ipsius, i est veri regis adque pontificis,
secundum participationem naturae magnificae utrumque in sacra generositate sumpsisse dicantur, ut simul regale genus
et sacerdotale subsistant): quoniam Christus, memor fragilitatis humanae, quod suorum saluti congrueret, dispensatione
magnifica temperavit, sic actionibus propiis dignitatibusque distinctis officia potestates utriuaque discrevit, suos volens
medicinali humilitate salvari, non humana superbia rursus intercipi: ut et Christiani imperatores pro aeterna vita
pontificibus indigerent et pontifices pro tempotalium cursu rerum imperialibus dispositionibus uterentur: quatenus
spiritualis actio a carnalibus distaret incursibus, et Deo militans minime se negotiis saecularibus implicaret, ac vicissim
non ille rebus divinis praesidere videretur, qui esset negotiis seacularibus implicatus: ut et modestia utriusque ordinis
uraretur, ne extolleretur utroque suffultus et competens qualitatibus actionum specialiter proffesio aptaretur". V. tb.
Ullmann, op.cit., p.25, n.2; Rahner, op.cit., p.210; Rohrbacher, op.cit., pp.674-675.

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