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2.

- Historia de la sociología jurídica: Surge como una disciplina o un conocimiento


sistematizado reciente, por primera vez de ámbito diferente dentro de la sociedad, que en
este caso el Estado como tal, en el siglo XVII en obras de grandes hombres filósofos,
estudiosos, de dicha materia, como lo son: John.Locke y Thomas.Hobbes, y del siglo de las
luces, exclusivamente Escocia y Francia. El acercamiento principal de la sociología se halla
en los trabajos, y en los escritos de la filosofía de una historia del Italiano Vico.Giambattista, y
el alemán estudioso de los cambios sociales filósofo Hegel.Georg.

3.- Evolución histórica: Cuando ocurre la independización de la sociología jurídica de la


sociología general, al principio del siglo XX, es de suma importancia resaltar que nos es
menester explicar cada detalle, y escribirlo, sino dejar por entendido que no se trata de
aprender algo por aprenderlo, sino ver la posición que cada uno de estos autores de la
materia, sus diferentes aportes, es decir, métodos, pero que siempre se quería un mismo
objetivo, mas adelante brevemente se hará énfasis sobre ellos, así esto tendría mayor efecto
sobre el lector, o el litigante del derecho, o al estudiante que va en vía de la profesión de
abogacía, pues de esta manera observaremos las diferentes gamas de pensamientos que
hasta hoy en día surgen de los filósofos de nuestros tiempos.

4.- Precursores: Montesquieu, estudioso asistemático de lo socio jurídico, a elaborado


alguna obra coherente sobre el tema. Otros han encontrado el derecho sin buscarlo, y desde
ese momento han intentado analizar y comprender un fenómeno de la sociedad humana,
pues de esta manera lo hizo Rosseau.

A. De la antigüedad: Encontramos a Aristóteles, su obra (Ética a Nicóniaco) y la


(Política), analiza varios triviales de lo socio jurídico, defina al hombre como un (Zoon
Politikon), que vive en comunidad con otros hombres; y entre otros muchos
problemas, orientados hacia lo jurídico. Hay una reflexión de estos aspectos sociales
que engranan con el mundo jurídico en las obras de Platón. (La República) y (Tritón), y
en las de heraclíto de efeso, así como en las de séneca y Julio.Cesar, se contiene
estudio sobre la materia.
B. De la edad media: Tomas de Aquino, retomo la doctrina aristotélica, la elabora
nuevamente con un perspectiva hacia el cristianismo, produce una doctrina filosófica
en la cual no se descuida de conceder importancia a la vida social humana, como
presupuesto fundamental de la vida jurídica, existen en todo ordenamiento jurídico
unos principios fundamentales, esenciales e invariables, de los cuales derivan todas
las normas. Detrás de él, se encontraban seguidores que hicieron aportes al estudio,
desde su corriente filosófica del jusnaturalismo clásico.

5.- Principales autores, teorías y aportes de la edad moderna:

A. Hobbes, inclinación humana a la vida social, y al orden jurídico. La filosofía de Hobbes


representa una reacción contra la libertad de conciencia de la Reforma que, según
afirmaba, conducía a la anarquía. Supuestamente supuso la ruptura de la filosofía
inglesa con el escolasticismo, y estableció las bases de la sociología científica
moderna al tratar de aplicar a los seres humanos, como autores y materia de la
sociedad, los principios de la ciencia física que gobiernan el mundo material. Hobbes
elaboró su política y su ética desde una base naturalista: mantenía que las personas
se temen unas a otras y por esta razón deben someterse a la supremacía absoluta del
Estado tanto en cuestiones seculares como religiosas.
B. Spinoza, correlaciona poder económico, y formas constitucionales. La más completa
expresión de su pensamiento y de su sistema filosófico quedó expresada en su gran
obra Ethica ordine geometrico demonstrata (Ética demostrada según el orden
geométrico, 1677, más conocida por el título abreviado de Ética). De acuerdo con este
tratado, el Universo es idéntico a Dios, que es la “sustancia” incausada de todas las
cosas. El concepto de sustancia, que Spinoza recuperó de los filósofos escolásticos,
no es el de una realidad material, sino más bien el de una entidad metafísica, una
base amplia y autosuficiente de toda realidad. Spinoza admitió la posible existencia de
atributos infinitos de la sustancia, pero mantuvo que tan sólo dos son accesibles a la
mente humana, a saber, la extensión, o el mundo de las cosas materiales, y la
racionalidad. El pensamiento y la extensión existen en una última realidad que es
Dios, de quien dependen. La causalidad, en el sistema de Spinoza, puede hallarse
entre los objetos individuales (es decir, entre los cuerpos físicos) en el atributo
extensión, o entre ideas individuales en el atributo pensamiento, pero no entre objetos
e ideas. Para explicar las aparentes interacciones causales entre objetos e ideas,
propuso una teoría conocida como paralelismo, según la cual cada idea tiene un
complemento físico y, del mismo modo, cada objeto físico tiene su correspondiente
idea. Explicó la individualidad de las cosas, ya fueran objetos físicos o ideas, como
modos particulares de sustancia. Todos los objetos particulares son las formas de
Dios, contenidas en el atributo extensión; todas las ideas particulares son las formas
de Dios contenidas en el atributo pensamiento. Las formas son natura naturata
(naturaleza creada) o naturaleza en la multiplicidad de sus manifestaciones; la
sustancia, o Dios, es natura naturans (naturaleza que crea todo lo que hay) o
naturaleza en su unidad creativa, actuando como el factor determinante de sus
propias formas, las cuales son transitorias y su existencia adopta una forma temporal;
Dios es eterno y trasciende todos los cambios. Por consiguiente, las cosas
particulares, ya sean extensión o pensamiento, son finitas y efímeras. Mantuvo, no
obstante, que existía un mundo indestructible. Ese mundo no se puede encontrar en el
terreno de las cosas existentes sino en el de la esencia. El intuitivo conocimiento
humano de Dios es la fuente de un amor espiritual de Dios (amor Dei intellectualis),
que a su vez es parte del amor en el que Dios se ama a sí mismo. Su concepto de
esencia está relacionado de modo muy intenso con el concepto escolástico de
“verdadero” y con las ideas arquetípicas formuladas por Platón, aunque se distingue
de ambos en algunos aspectos trascendentes. Spinoza concebía las esencias como
hipostatizaciones (entidades conceptuales) del aspecto universal de todas las cosas.
La diferencia fundamental entre las existencias y las esencias en la cosmología de
Spinoza es que, mientras las primeras tienen su ser en el tiempo, las segundas están
fuera del ámbito temporal. Dado que la mortalidad puede pertenecer en exclusiva al
ámbito de las cosas sujetas a la ley del tiempo, el ámbito de las esencias, al no
hallarse sometido a las leyes del tiempo, tiene que ser en consecuencia eterno. No
obstante, el campo de las esencias es un terreno de existencia inmanente. Cada
existencia tiene, como se ha indicado, un carácter universal o esencial, aunque para
realizar ese carácter la cosa existente tiene que trascender su propia forma intrínseca,
es decir, liberarse a sí misma de las limitaciones de su propia estructura. El terreno de
las esencias, por este principio, tiene una especie de ser en el ámbito de las
existencias (siendo el primero la inminente causa del segundo) aunque no comparte
su limitación temporal. La causalidad inmanente, de acuerdo con su metafísica,
significa auto-causalidad, y aquello que es autodeterminado es libre. Desde este
razonamiento, desarrolló su doctrina de la libertad como un bien que sólo se puede
alcanzar en el terreno de las esencias. La existencia en sendos atributos (extensión y
pensamiento) es esclavitud ya que cada cosa existente está determinada por sus
propias series causales y la forma de su ser está determinada por ellas. Sólo en lo
atemporal, en la existencia auto-causada, es decir en lo universal y lo inmanente, es
posible la libertad completa; sólo con la identificación con la sustancia, o Dios, se
obtiene la inmortalidad y con ella la paz.
C. Montaigne.
D. Pescai.
E. Monstesquieu, obra (Espíritu de las leyes), algunos dicen que es la obra que funda la
sociología jurídica, que existe en el derecho co-existe un relativismo y determinismo
esencial, idea que han tomado como moderna, los estudiosos del derecho en la
sociedad.
F. Voltaire.
G. Los iusnaturalistas racionalistas, que señalan que el derecho nace como una
necesidad de la vida social humana, que corrompe al hombre.
H. Los codicistas napoleónicos, el código civil francés, es la piedra angular de la
codificación, se debe a la idea de reunir las leyes en un solo instrumento, cuya
recopilación envía a Portalis, quien influenciado por Monyesquieu, busca sobre todo la
perfección racional de las normas.
I. Augusto Conté, de él se decía que era un alérgico al derecho, sin embargo demuestra
hacia el fenómeno jurídico una doble actitud sociológica:

ü Por el método legislativo, al afirmar que la ley nace de la experiencia.

ü Por el fondo, su doctrina como el padre de la sociología jurídica.

J. Federico Leplay, realiza su estudio socio jurídico sobre instituciones concretas


enmarcadas dentro del derecho civil, haciendo un estudio muy descriptivo y minucioso
sobre las mismas, y utilizando para ello la técnica monográfica, por lo que fue objeto
de duras criticas, debido a que su concretismo no permite establecer generalizaciones
científicamente validas.
K. Escuela alemana del siglo XIX representada por Federico.Savigny, y por Jhering.
Savigny estudia la causa del derecho, y señala que este es producto de desarrollo
espontáneo anónimo de la nación, entendida esta como conjunto humano unido por
vínculos de raza, lenguas, tradiciones religión, territorio e historia común. Jhering que
es mas filosofo que sociólogo, es fecundo por el realismo, que coloca de manifiesto la
vanidad de las construcciones conceptuales jurídicas, exaltadas por los codificadores,
señalando que era mas acertado pensar el derecho desde el punto de vista de los
conflictos de intereses.
L. El espiritismo ingles, Bentham es un filosofo utilitarista, que identifico lo justo con lo
útil.

Teorías y Escuelas
Escuelas y teorías de la Sociología Jurídica La sociología nace en Francia. Y casi al mismo
tiempo nace en Inglaterra. De Inglaterra se dirige a EEUU, y ésta se convierte en la
sociología más poderosa del mundo. La sociología francesa puede ser denominada
sociología positivista. Sus autores más importantes son A. Comte y E. Durkheim. Comte
estimuló la sociología inglesa, llamada evolucionista. Existen muchas escuelas y teorías que
estudian a la Sociología como ciencia encargada de observar el fenómeno social, entre ellas
tenemos a: a) Escuelas Monográficas de Federico Le Play: Frédéric Le Play fue uno de los
pioneros de la sociología y un impulso decisivo del método científico en las ciencias sociales
en el siglo XIX francés, marcado por la inestabilidad social que las revoluciones políticas y el
nuevo orden social, traído por la revolución industrial, caracterizó. La preocupación por la
paz, la estabilidad y el progreso social era compartida por personalidades de diferentes
tendencias políticas que se unieron en torno a la idea de la necesidad de realizar reformas
sociales para alcanzar una sociedad estable. En los años treinta y cuarenta, Le Play
frecuentaba ciertos salones en los que se discutía acerca de la reforma social, es decir, de
los cambios que debían realizarse en la sociedad para evitar los desórdenes y las injusticias,
lo que le da la oportunidad de compartir sus desvelos por la paz social, nacidos ante la visión
de los hechos sangrientos que produjo la revolución de 1830. En estos salones, Le Play
estableció lo que podríamos llamar «su círculo intelectual». b) Saint Simon: El conde Saint-
Simon. Era un hombre muy rico, discutía los hechos sociales en tertulias con otros
intelectuales, fue el preceptor de la sociología científica occidental y de la sociología
marxista. Este hombre encarna las revoluciones democráticas, los movimientos
nacionalistas. Asiste a la creación de las primeras fábricas, máquinas y es cuando cree que
se necesita una física social que analice los hechos sociales. Durante el siglo XIX, la obra de
Saint-Simon fue considerada sobre todo como una obra política, como un instrumento
intelectual comprometido en los conflictos sociales. Después de su muerte, en 1825, sus
discípulos se agruparon para fundar una escuela y, poco después, una religión con el
propósito de difundir el mensaje político de su maestro. El éxito de su predicación en París y
en Lyon, extendido rápidamente a toda Europa.

El pensamiento social latinoamericano


La sociología así constituida llega a América Latina en la segunda mitad del siglo XIX. Para
entonces, esta había promovido ya su independencia respecto a las metrópolis ibéricas y se
empeñaba en la formación de sus Estados nacionales. Bajo la dominación colonial, la región
no había estado en condiciones de producir ideas propias: las importaba hechas de la
metrópoli, ya sea absorbiendo las que le aportaban los intelectuales que de allá provenían,
ya sea enviando a sus hombres cultos, sus letrados, para que se adueñaran de ellas. Esto
no cambia mucho en el primer siglo de vida independiente.
En efecto, insertándose progresivamente en la división internacional del trabajo que la
revolución industrial propiciara, las nuevas naciones latinoamericanas se dedicarán a
producir bienes primarios —materias primas y alimentos— para la exportación, al tiempo que
importan desde los centros avanzados las manufacturas que necesitan para su consumo. La
ciencia y la tecnología implícitas en el proceso de producción industrial quedaban fuera de su
alcance, del mismo modo que la filosofía y las ciencias sociales que estudiaban sus
fundamentos y sus resultados. Se consumían ideas como se consumían telas, rieles y
locomotoras. En las sociedades dependientes de América Latina, ser culto significaba estar
al día con las novedades intelectuales que se producían en Europa. La estatura de nuestros
pensadores se medía por su erudición respecto a las corrientes europeas de pensamiento y
a la elegancia con que aplicaban las ideas importadas a nuestra realidad.
Ese pensamiento imitativo y reflejo [2] derivaba de las condiciones materiales en que se
reproducían nuestras sociedades, pero se ajustaba perfectamente a las necesidades de
nuestras clases dominantes. Así fue como abrazaron al liberalismo, dado que éste les
proporcionaba la justificación adecuada al ciclo de reproducción del capital que constituía la
base de su propia reproducción como clase: constituidas por terratenientes y comerciantes,
esas oligarquías encontraban en el intercambio de materias primas por manufacturas su
razón de ser económica. De allí a admitir el carácter necesario de la forma que asumía
entonces la división internacional del trabajo y a proclamar como natural la vocación agraria
de nuestros países no habría sino un paso.
En el plano político, sin embargo, el liberalismo se adaptaba mal al carácter de la
organización nacional. Esencialmente oligárquico, el sistema de dominación excluía a la
mayor parte de la población; paralelamente, expresando la dominación de oligarquías más
poderosas sobre las demás, cristalizaba en un Estado altamente centralizado. De Argentina
a México, el régimen político, una vez estabilizado, no diferiría mucho. El constitucionalismo
portaliano chileno de los años treinta no era esencialmente distinto al Estado porfirista
mexicano del último cuartel del siglo, y ambos tenían mucho en común con la monarquía
brasileña, pese a la base esclavista en que ésta se apoyaba. El mayor o menor desarrollo
económico favorecería, aquí y allí, cierta diversificación social e introduciría grados variables
de flexibilización en la vida política, sin poner en jaque su carácter oligárquico.
Sin embargo, los intelectuales nativos no podían dejar de observar las diferencias que ese
tipo de organización social presentaba respecto a las sociedades europeas, así como a la
estadounidense, y de experimentar por ello cierta angustia. Pero, intelectuales orgánicos de
la oligarquía, más que de entender, se preocuparán de justificar el orden de cosas del cual
ellos también se beneficiaban. El positivismo, con sus nociones de ciencia, evolución y
patología social, así como el injerto racista que no tardó en recibir, les proporcionó el
instrumento que necesitaban.
En efecto, esos países, a vueltas con una significativa población indígena o negra, no
hesitarían en achacar al mestizaje los males de su retraso social, político y cultural, llegando
a hacerlo, a veces, de manera extremadamente brutal. "Impuros ambos —decía Bunge,
refiriéndose por igual a mestizos y mulatos—, ambos atávicamente anticristianos, son como
las dos cabezas de la hidra fabulosa que rodea, aprieta y estrangula, entre su espiral
gigantesca, una hermosa y pálida virgen: ¡Hispano-América!".[3]
El remedio propuesto para hacer frente al problema variaba. Habrá los que, como Ingenieros,
se montan en un pragmatismo cínico para afirmar: "Cuanto se haga en pro de las razas
inferiores es anticientífico, a lo sumo se les podría proteger para que se extingan
agradablemente, facilitando la adaptación provisional de los que por excepción pueden
hacerlo" [4]. Otros, aunque sin ocultar su desprecio y hasta su odio por los excluidos, se
inclinarán hacia la autoflagelación, puniéndose por cargar con esa maldición, ese pecado
original de pertenecer a naciones mestizas. No sorprende que, en la literatura de la época,
abunden títulos como Manual de patología política (1899), del argentino Agustín Alvarez; El
continente enfermo (1899), del venezolano César Zumeta; Enfermedades sociales (1905),
del argentino Manuel Ugarte, y Pueblo enfermo (1909), del boliviano Alcides Arguedas.
Respuesta menos desesperada es la que plantea a la educación como instrumento capaz de
rescatar a la nación y acceder a la cultura, como lo hizo Lastarria en Chile, Rodó en Uruguay
—dando origen a una corriente culturalista más optimista en toda la región, el arielismo—,
Justo Sierra y Antonio Caso en México. O la que ve en la inyección de sangre blanca, vale
decir la inmigración europea, la posibilidad de superación de la inferioridad congénita de
nuestras naciones. Esta tesis, que encontramos ya a mediados del siglo en Alberdi o
Sarmiento [5], desaguará en la exaltación del mestizaje, expresándose en versiones ya de
derecha, como la del brasileño Raimundo Nina Rodrigues y su tesis relativa al
"blanqueamiento" de la raza, ya de izquierda, como la del mexicano José Vasconcelos y su
concepto de "raza cósmica".
Contados son, empero, los autores que tratan de descubrir en la población misma cualidades
y recursos merecedores de admiración y precursores de un futuro mejor para nuestros
países. Es, por ejemplo, el caso de Manuel González Prada, quien rechaza con energía la
noción de "raza inferior" aplicada al indio peruano, destacando sus potencialidades (línea que
retomará sobre todo Mariátegui). Es también el de Euclides Da Cunha, quien, en su estudio
sobre la rebelión de Canudos, en el noreste brasileño, en el viraje del siglo, parte del análisis
de las condiciones geofísicas hostiles del sertón para destacar la notable capacidad de
adaptación de sus habitantes, es decir, los mestizos y mulatos tan despreciados por Bunge:
"el sertanejo es antes que nada un fuerte".
Menos aún serán los pensadores, que desechan, de partida, a la ideología racista en la
reflexión sobre sus países. Así, Alberto Torres, en su libro El problema nacional (1914),
buscará la explicación de las especificidades brasileñas en la historia, las estructuras
políticas y la cultura nacional, antes que en la sangre o el color de la piel. Y José Martí, con
el idealismo y entereza que lo caracterizan, afirmará sin rodeos: "No hay razas: hay sólo
modificaciones del hombre".[6]

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