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Por lo menos iba tres o cuatro días a la semana a mi casa. Llegaba a las
diez u once de la mañana, se instalaba en la hamaca y yo en la mecedora, y
nos pasábamos el día entero conversando. Era una conversación deliciosa,
con cigarrillitos, bareticos y tinto. Normalmente no hablábamos de temas
muy serios que digamos, sino de cosas intrascendentes, de asuntos muy
cotidianos. Nos reíamos mucho —Raúl tenía unas carcajadas maravillosas—,
nos burlábamos de cualquier cosa. De vez en cuando me hacía comentarios
sobre literatura o me citaba a algún escritor. Me acuerdo que me contaba
que Borges decía que cada día estamos por lo menos un instante en el
paraíso, ¡y eso me parecía tan bello!
ego como pocos, una manera también de conseguir después lo que quisiera
de uno.
También me decía, ¡Es que tu pintura tiene marihuana! No sé qué tan cierto
sea. Yo creo que era una racionalización de su parte, porque creía que las
drogas a él le aportaban mucho. Pero yo no creo que nadie pinte por haber
fumado marihuana, aunque de pronto... Él mismo me decía que las drogas
le abrieron puertas a su fantasía pero que le dieron muy duro y trastocaron
mucho sus emociones. Sí se daba cuenta del daño que le hacían.
Era una persona cultivada, de muy buenas maneras. Jamás fue obsceno ni
vulgar. Al contrario, más educado que cualquier caballero por ahí. Era de
una delicadeza total. Y generoso, me invitaba mucho a comer, le hacía
regalos a mi hijo, me llevaba de pronto plantas de regalo. Le encantaba
vestirse, le encantaba la ropa, le encantaban los colores, vestirse de camisa
roja, pantalón verde... Compraba en la calle ropa de mala calidad pero que
a él le parecía bellísima. Me decía, ¡Mira este lujo, mira esta maravilla, mira
el color!, y se ponía esa ropa tres días y después la botaba por ahí y
compraba otra. Me decía, Mira que la marihuana me tiene rejuvenecido,
mírame la cara, mírame, no tengo arrugas. ¡Que no era cierto! Me acuerdo
que se tocaba mucho el pelo. Una vez llegó una palenquera a hacerle
trencitas en los cuatro pelos que tenía ahí adelante, con chaquiritas y todo.
Sí, Raúl era vanidoso.
La mayor parte del tiempo Raúl era amable, muy amistoso, muy cariñoso.
Pero de un momento a otro le daban las crisis, y ahí sí ya era otra persona.
Durante ocho años de conocerlo, del 89 al 97, la locura era episódica y le
duraba un mes, por ahí. Había que internarlo y con ayuda de la droga
psiquiátrica y me imagino que por haber dejado las otras drogas, volvía a la
“normalidad”. En el último año de su vida, el 96 y sobre todo el 97, la
locura lo tomó por completo.
La primera crisis que me tocó le dio unos nueve meses después de haberlo
conocido. Me llamaron del hotel La Muralla, en la Media Luna —no sé por
qué tenían mi teléfono—, Mire señora, aquí está este hombre incendiando
libros y ya le sacó una navaja a otro del hotel.
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Ese hotel La Muralla era un hotelito delicioso, una habitación amplia, con un
patio muy agradable, soleado... No era lúgubre. Todavía me acuerdo que él
tenía una de esas bombas de insecticida manuales que son clásicas en
Cartagena. Le había metido un ambientador y, cada vez que fumaba
marihuana, lo echaba para disimular lo que creo que no se podía disimular.
No duraba nunca mucho en los hoteles, porque después que salía con sus
embarradas grandes, ya nadie lo aceptaba.
Ese día en que me dijeron que estaba loco, que estaba quemando no sé qué
en el hotel, llegó a mi casa. Yo tenía que terminar un cuadro urgente y me
fui al estudio, que quedaba encima de mi salón. Yo allá arriba pintando, y
Raúl abajo en la hamaca cantando en todos los idiomas. Había un síntoma
inequívoco de que Raúl iba a entrar en una crisis profunda: que se pusiera a
cantar. ¡Y cantaba bien! Se sabía más de mil canciones, ¡con letras y todo!
Cantaba y cantaba y cantaba y cantaba. Pasó mucho tiempo ahí cantando,
y yo arriba terminando el cuadro. Cuando terminé, bajé de mi estudio, Ajá,
Raulo, ¿y qué?, pero no había forma de dialogar con él. Solamente me dijo,
Dame 20.000 pesos para irme pa’Cereté. Ahí me dio risa porque dije, Huy,
este hombre cogió carretera. En Cartagena decimos de alguien que se
enloqueció, que “cogió carretera”. ¡Y es verdad!, Raúl cuando estaba loco
en Cereté se iba caminando diecisiete kilómetros a Montería hasta tres
veces al día. ¡Coger carretera!, los locos se van, se quieren ir, a todos les
dan ganas de irse, salir, andar, coger carretera...
Pulga dijo, ¡Por favor, ¿no ven cómo huele el cuarto?! Estaba pintando con
excrementos en la pared. Finalmente lo llevamos al hospital psiquiátrico
San Pablo.
tomar en el video esas caras malucas de él. Con la locura le daba por
travestirse. Se puso mucha ropa mía, se pintaba los labios, se teñía el pelo,
le gustaba usar mis carteras, se ponía esos pantalones que en Colombia
llamamos chicles, que yo no sé cómo le entraban. Y salía así a la calle, con
el chicle, con las carteras, con sus tintes... La gente me decía, ¡Pero cómo
tú lo vistes así! Y yo, ¿Y cómo así que yo lo visto así?, ¡él llega a mi casa y
coge lo que le da la gana! Llegó incluso una vez cuando yo no estaba, se
encerró en la cocina y empezó a hacer un brebaje con todas las especias de
la cocina, cogió plantas y no sé qué más, prendió velas y se puso un vestido
negro, que no sé cómo le entró porque ese algodón no era elástico.
Después encontré el vestido roto y cortado. Le pregunté y me dijo, Es que
no me lo podía sacar. ¡Entonces lo cortó!
Pero eso era sólo cuando estaba en sus crisis de locura. Él era consciente de
esas crisis, pero no se acordaba de lo que hacía cuando estaba loco. Yo creo
que si fuera de las crisis hubiera sabido eso de él mismo, le hubiera chocado
horriblemente, hubiera sido un shock verse en esa especie de travestismo
que le entraba. Porque él aceptaba su homosexualidad, estaba hasta
orgulloso de ella, pero no le gustaba la idea del afeminamiento en un
hombre. Le molestaba mucho la idea del hombre afeminado y de la “loca”.
Entre otras cosas jamás admitió la palabra “gay”. Le chocaba. Decía que no
entendía a dos hombres conviviendo, compartiendo una domesticidad del
hogar, una cosa que para él era femenina. No aceptaba esa parte. Entendía
el homosexualismo o lo homoerótico como los griegos, o como él creía que
era entre los griegos: para él la homosexualidad era dos hombres muy
masculinos juntos, como dos compañeros en el campo de batalla. Quizá
estaba defendiéndose de aceptar en sí mismo un poquito de feminidad.
Durante ese Festival se vio con Serrat, que fue un ídolo para él. Decía que
si no hubiera sido poeta le hubiera gustado ser cantante. En ese momento,
cuando vio a Serrat, estaba muy loco. Yo no estuve, pero me habría
gustado ver si Serrat se dio cuenta realmente de quién era esa persona.
Estaba también por ahí García Márquez, y Raúl me dijo, García Márquez es
una maricona, tiene una peluca de rizos plateados. A él no le caía muy bien,
no sé por qué. Adoraba a Álvaro Cepeda, decía que era muy superior a
García Márquez, y a veces tenía unos delirios de que viajaba con Álvaro
Cepeda y con Obregón en una nave espacial a Marte. Admiraba
profundamente al Tuerto López, valoraba muchísimo su poesía. Yo creo que
Raúl estuvo tan ligado a Cartagena porque se consideraba entroncado con
el Tuerto López, y es verdad que algo tiene de él. Apreciaba también a
Álvaro Mutis. Una vez estuve con él conociéndolo, saludándolo. Mutis es una
persona de una humanidad increíble, un admirador enorme de Raúl.
Hablamos de cosas muy sencillas, pero se le veía un afecto enorme hacia él.
Entre sus contemporáneos apreciaba a Giovanni Quessep.
Raúl se fue dos días para São Paulo, como le decíamos al hospital San
Pablo, y allá lo fuimos a visitar con Jim Amaral, que quería ilustrar su libro
Del amor. Al fin eso no se dio, no sé por qué. Estuvimos una tarde entera
con Raúl. Jim estuvo cariñosísimo, sobando a Raúl y pechichándolo.
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Apenas llegó tenía plata porque unos muchachos le habían vendido unos
libros, y en seguida fue a buscar bazuco. Se compró una grabadora y era
oyendo música de Ricardo Ray todo el día; paseaba por todo el hotel con su
grabadora en el oído, bailando. Se cambiaba hasta tres veces al día. Que de
rojo completo, que de verde con rojo, que naranja y azul.
volviera a meter en la cárcel. Hablé hasta con el alcalde de Medellín, que iba
a los recitales. Una amiga sugirió que lo lleváramos adonde un
bioenergético, ese que dijo que tenía un problema en el cuerpo calloso, o
sea problemas neurológicos. Pero el tipo, muy bioenergético y todo, dijo
que no podía hacer nada con la bioenergía y que lo lleváramos a
tratamiento tradicional. Entonces lo llevamos a la clínica de Bello, donde lo
recibió una psiquiatra joven a la que le pareció que Raúl estaba muy bien y
dijo, ¿Usted se quiere ir para su casa?, y él, ¡Sí, sí, claro!, y le mostró que
tenía plata. ¡Nos lo devolvieron después de haber ido hasta allá! Al día
siguiente volvimos al hospital, y Raúl entonces sí dijo, Doctora, yo sé que
esto es mentiras, pero a mí Joan Manuel Serrat me habla telepáticamente.
¡Menos mal que salió con esto!, porque ahí sí lo recibieron.
que a los diez minutos Raúl dijo, Quiero una cama, quiero una cama, y se
cayó de espaldas, ¡pam! No sé cómo no se rompió la cabeza. Ahí entré yo
gritando, ¡Ay, a este hombre le han puesto una sobredosis! —no me habría
extrañado nada, porque ésas son las camisas de fuerza que usan—, y al fin
lo recibieron unos días.
Cuando salió estuvo en mi casa una semana. Oíamos Ricardo Ray desde las
nueve de la mañana. Un día lo pasamos entero oyendo “La hamaca colgá”,
de Celina y Reutilio. Ésa es una canción divina. Llegaron unos amigos —mi
casa era un club de bañistas, porque estaba al lado del mar— y me decían,
Oye, yo llegaba y estaban oyendo “La hamaca colgá”; me iba al mar, volvía
dos horas después y “La hamaca colgá”...
Mientras tanto Fran y yo buscamos por todos lados a ver dónde íbamos a
poner a vivir a Raúl. Donde ya había vivido no lo querían volver a recibir, y
nosotros lo queríamos sacar del ambiente de la Media Luna. Ya habíamos
hablado con María Mercedes Carranza, y ella se había comprometido a
pagarle otro de esos talleres de poesía que él hacía en la Universidad de
Cartagena o en el Museo de Arte Moderno. Estuvimos buscando por todas
partes. Llegábamos, Mire que es para un profesor de poesía..., hasta que
por fin le conseguimos un cuarto ¡en El Pueblito en Bocagrande!
Se organizó la cosa y Raúl se fue. Yo creo que estuvo allá tres o cuatro
meses, pero no le gustó mucho. Él nunca fue castrista. Ésa fue una de sus
diferencias con los teatreros en el momento de su teatro, que no entró por
la cosa de hacer teatro político ni nada de eso. Nunca quiso comprometerse
con la política en su obra. De Cuba me dijo que era deprimente, que allí no
se conseguía nada, que no te podías tomar ni una limonada en esa ciudad.
Él no tenía ningún romanticismo acerca de Cuba.
Llegó bien de Cuba, tranquilo, superlúcido. Allá estuvo sin drogas. ¡Y llegó
con chapa de dientes! Desde que yo lo conocí le faltaban los dientes,
aunque tenía cierta habilidad para que no se le notara, por los bigotes,
cómo movía la boca. Pero esa caja de dientes le chocó, o de pronto hasta le
molestaba. Después la perdió o quién sabe dónde la refundió, pero no la
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Cuando volvió de Cuba, la gente dice que estaba muy serio y que no metía
nada, pero eso es mentira, me acuerdo perfectamente que cuando llegó de
Cuba estaba fumando hierba. Lo que estábamos tratando de evitar era que
se metiera en el bazuco, porque eso sí lo acababa. Desde principios del 96
yo ya no lo aceptaba en mi casa. Me separé de él por la tristeza que me
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Entonces me mandó a decir que me iba a matar, ¡Dile a Bibiana que pase lo
que pase la voy a matar! Me imagino que no entendió que no lo quisiera
recibir. Una noche llegó en una agresividad total, a gritarme cosas muy
ofensivas. Creo que no era la primera vez que yo no le abría la puerta
cuando llegaba con esa agresividad. Yo tenía una cantidad de amigos ahí
porque nos íbamos para un concierto de Rolando Laserie y nos demoramos
para salir esperando a que acabara con esa gritería que tenía. Cuando ya
vimos que se había apartado, salimos a coger el carro y lo vimos ahí,
rondándonos, ceñudo, malencarado.
Una vez muchos meses después, ya en el 97, me vació una bolsa de mierda
a la puerta. Pero a los poquitos días fue el Día de la Madre, y llegó a las
siete de la mañana a timbrarme. No le abrí. Cuando bajé vi que me había
dejado una florecita en la manija de la puerta. Eso fue poco antes de morir.
¡Ay, cómo no le abrí! ¡El Día de la Madre! Porque él me decía, Mamá; de vez
en cuando, pero me lo decía con énfasis, No, es que tú eres mi mamá.
Aunque yo creo que eso de buscarse papás y mamás era de pronto algo
acomodado para que uno fuera proveedor; él no necesitaba ni papá ni
mamá ni un carajo porque era autosuficiente y realmente no le tenía miedo
a las cosas, se sentía a sus anchas adonde iba. No era tímido para nada, ni
apocado.
No creo que Raúl se suicidara. Él siempre dejó claro que esa salida no era
su estilo. La noche anterior a la muerte, unas pocas horas antes, se
encontró en la Plaza de Santo Domingo con Jaime Abello y le regaló un
caballito de mar. No había en él angustia, desesperación o depresión
profunda para llevarlo al suicidio. Y a sangre fría, como por decisión tomada
o como acto conceptual, no creo que nadie se suicide. Raúl me hizo varios
poemas. Hay uno bellísimo en el que dice algo tan verdadero y tan
metafísico: que uno en todos sus amores ama cada vez a un ser presentido
y perfecto. Me encanta ese poema,
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Y este “Nocturno”,
Hay otro poema que empieza, Bibiana, aroma de marihuana, que ahora no
encuentro. Para mi hijo Pablo escribió una obrita de tres páginas para unos
títeres que yo le había hecho. Yo le hice un retrato. Eso fue en el año 91,
cuando hice retratos de todos mis amigos. Como él era gallo en el
horóscopo chino quería que le pusiera un gallo, Ponme un gallo ahí en el
cuadro. Le fascinaban los gallos. Estoy en mora de ponerle un gallo en ese
retrato. Sí, estoy en deuda con Raúl.
Doy gracias a la vida por haber conocido a Raúl, tenerlo tan cerca, que haya
sido un amigo, mi “compañero”. Me dio a conocer la vida como poesía. Lo
poético vivo a cada instante. El regocijo de lo cotidiano, un café, una
hamaca, una mecedora, un cigarrillo, una palabra, una canción. Asombro de
estar vivo, gozo del aquí y el ahora, ¡iluminación!; puerta abierta a otra
realidad, a lo otro, lo natural, lo metafísico —él me decía, Mi poesía es
metafísica—, la búsqueda, la sabiduría. Ninguna concesión a la mentira.
Desenmascarada la apariencia, aparece la verdad clara, apacible, redonda y
jugosa como una fruta (Yo tengo para ti mi buen amigo/ un corazón de
mango del Sinú).