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La historia de Occidente puede pensarse como una historia que ha desprestigiado al cuerpo:
desde la filosofía de Platón que entiende al cuerpo como la cárcel del alma, hasta las
metáforas mecanicistas del cuerpo en la Modernidad que priorizan la noción de una máquina
perfecta disgregada de una conciencia. En este sentido, la idea que se tiene del cuerpo no es
accidental, emana de las representaciones simbólicas mediadas por la cultura, la ideología y
su condición específica en la historia. Sin embargo, la corporeidad de nuestro cuerpo es
indiscutible, a través de él entablamos una relación con el mundo y con los otros, no sólo
porque vivimos nuestro cuerpo cuando sentimos, expresamos, creamos, deseamos, e incluso,
cuando excretamos; sino porque en última instancia somos cuerpo; territorio existencial con
el que nos abrimos al mundo y a partir del cual es posible nuestra condición de sensibilidad.
El cuerpo es la forma en la que se habita y se percibe el mundo. Jean-Luc Nancy afirma que
somos singularidades, cuerpos por los cuales accedemos al mundo y a los otros, pues entrar
en el otro es comenzar a darse sentido uno a uno. El mundo está ahí, y arribamos a lo otro
por disposición: toda presencia es disposición, un ser con que implica una incidencia, un
encuentro, un ángulo, un choque o un acuerdo discordante.
Somos seres con los otros, seres singulares y absolutamente plurales. El mundo no es
una exterioridad que se presenta ante el cuerpo, es en términos de Nancy también cuerpo,
compuesto de cuerpos inanimados o animados; una simultaneidad de todas las presencias.
Así, la existencia con los otros, la existencia con el próximo es el correlato de lo íntimo, de
lo más cercano y al mismo tiempo lo más infinito; la existencia es a fin de cuentas
coexistencia y la manera en que participamos en el mundo:
“Cuerpo a cuerpo, codo a codo o frente a frente, alienados
o enfrentados, la mayoría de las veces solamente
mezclados, tangentes, teniendo poco que ver entre sí.
Aun así, los cuerpos que no intercambian propiamente
nada se envían una cantidad de señales, de advertencias,
de guiños o de gestos descriptivos. Un aspecto buenazo
o altivo, un crispamiento, una seducción, un decaimiento,
una pesadez, un brillo… Los cuerpos se rozan, se
apretujan.”1
El cuerpo se mira justamente por la relación con otros cuerpos, pero el cuerpo –advierte
Nancy- no es una propiedad, no poseemos un cuerpo, somos cuerpo en “una apropiación sin
legitimación2”. “El cuerpo es nuestro y no es propio (…) Nuestro cuerpo no sólo es nuestro,
sino nosotros, nosotros mismos, hasta la muerte, es decir, su muerte y su descomposición3.”
El cuerpo es gravedad, peso. Creación de espacios. Todos los cuerpos conforman una
espacialidad o lugares de existencia donde los mismos cuerpos se tocan a través de una piel
que no es unívoca sino múltiple, capaz de multiplicarse; por eso para Nancy, en realidad
somos múltiples cuerpos porque siempre estamos creando nuevos espacios de coexistencia,
territorios móviles de la propia existencia.
II
Se escribe desde el cuerpo y con el cuerpo, a suerte de una ensoñación que invade la carne.
La escritura es necesariamente corpórea. Ímpetu vital, fuerza creadora, necesidad,
trascendencia e inmanencia al mismo tiempo, puesto que su temporalidad creativa no puede
ser otra que la del instante: se está ahí a la luz y oscuridad de un momento cuya repetición es
improbable: absoluta desgarradura del ser bajo el manto estelar; pero de igual forma abre la
1
Jean-Luc Nancy. 58 indicios sobre el cuerpo. Extensión del alma. p.17.
2
Ibid. p.23.
3
Ibid. p 27.
posibilidad de una temporalidad trascendente: el de la obra misma, cuya lectura estará
atravesada por constelaciones de temporalidades, cuerpos múltiples, experiencias, mundos
vividos y memoria.4
III
Escribir es expresar el territorio existencial del cuerpo, la misma ontología del propio ser:
desconfigurada, atravesada, penetrada, mutada a través de esa necesidad incesante de nuestra
propia carne perviviente y múltiple.
4
Cfr. Georges Didi-Huberman. Lo que vemos, lo que nos mira. Argentina, Manantial, 1997.
5
Gilles Deleuze. Qué es el acto de creación. p. 6
6
Gilles Deleuze. Crítica y clínica. p 11
¡Escribir con la carne, con los diversos cuerpos que somos para tocar otros cuerpos al
unísono de un delirio que excede toda temporalidad!
Bibliografía