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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA – 1º cuatrimestre 2017

Clase jueves 29 de junio


Prof. Elena Díaz

La filosofía como terapia de sí: una introducción a la filosofía helenística

“Vana es la palabra del filósofo que no remedia ningún sufrimiento del hombre. Porque así como no
es útil la medicina si no suprime las enfermedades del cuerpo, así tampoco la filosofía si no suprime
las enfermedades del alma.” (Epicuro, Frag. 221)

Es característico de cada época de la historia del pensamiento filosófico plantearse la pregunta acerca
del objetivo de la actividad filosófica. En la etapa que se ha dado en llamar período helenístico, hay
una coincidencia bastante generalizada en la respuesta: el objetivo del filosofar es vivir una buena vida,
encontrando remedio para los males del alma. Este afán práctico, característico del período, no estuvo
reñido, en modo alguno con la dedicación a la teoría, pero sí implicó una postura decidida, reflejada
en el fragmento del epígrafe, acerca de los fines del ejercicio de las ciencias teóricas. En línea de
continuidad con el período clásico, se advierte también en el epígrafe de Epicuro la analogía entre la
filosofía y la medicina, presente, por citar sólo un ejemplo, en el Gorgias platónico. La filosofía implica,
en estas escuelas, entonces, un desarrollo teórico, fundado con argumentos, destinados a ser puestos
en práctica diariamente, con el objetivo terapéutico de sanar un alma diagnosticada como enferma a
causa de las opiniones falsas, los deseos desmedidos y los malos hábitos. En este sentido, el estoico
griego Crisipo coincide con Epicuro:

“No es verdad que exista un arte llamada medicina que se ocupe del cuerpo enfermo y no haya ningún
arte equivalente que se ocupe del alma enferma. Ni es verdad tampoco que esta última sea inferior a
la primera, ni en su alcance teórico ni en su tratamiento terapéutico de los casos individuales” (SVF,
III, 471).1

Y Cicerón destaca que la enfermedad es interior y que por lo tanto la cura no debe buscarse afuera:

1
La sigla SVF corresponde a la compilación de Von Arnim Stoicorum Veterum Fragmenta (fragmentos de los estoicos
antiguos), entre 1903 y 1905 y que se toma de referencia para citar testimonios y fragmentos de los estoicos antiguos, que
son los correspondientes al período helenístico.

1
“Hay, te lo aseguro, un arte médico para el alma. Es la filosofía, cuyo auxilio no hace falta buscar,
como en las enfermedades corporales, fuera de nosotros mismos. Hemos de empeñarnos con todos
nuestros recursos y toda nuestra energía en llegar a ser capaces de hacer de médicos de nosotros
mismos.” (Disputaciones tusculanas, 3,6)

El objetivo de la clase de hoy es hacer una introducción a la filosofía helenística, que les sirva de marco
para las clases que van a tener después sobre estoicismo. Haremos una breve introducción histórica y
luego veremos los rasgos fundamentales de las tres grandes corrientes del período.

Contexto histórico

Es común ubicar la filosofía helenística en el período que se extiende entre el 323 a.C., año de la muerte
de Alejandro Magno (y preludio de una serie de luchas por la sucesión), y el 31 a.C., cuando Octavio
vence a Marco Antonio en la batalla de Actium, lo cual daría lugar al período romano, hasta el cierre
de las escuelas de filosofía llevada a cabo por Justiniano en el 529 d.C. Se los suele agrupar, a menudo,
en un gran período denominado “helenístico romano”, acentuando las líneas de continuidad entre
ambos períodos, en tanto las principales corrientes del pensamiento filosófico helenístico tienen
continuadores en el período romano. Muchas veces se reconstruye la postura de una escuela a partir
de los documentos romanos, que se conservaron en mayor número. La mayoría de estos están escritos
por cierto en latín, lo cual indica una trasposición de los conceptos griegos. La lengua de las escuelas
helenísticas es la koiné, un dialecto griego, de base ática, pero más sencillo que el del período clásico,
y que es el griego en el que se escribió el Nuevo Testamento. En los albores del período romano, en
efecto, comienza a tener relevancia este movimiento religioso que se difundiría por todos los confines
del imperio.
Las fechas de inicio y fin de los períodos helenístico y romano son, desde luego, simbólicas y también
didácticas. Así como era un rasgo característico del período clásico el rol central de la pólis, que daba
el marco y el horizonte de sentido de gran parte de los filósofos que pensaron y desarrollaron su
actividad en ella, sobre todo en Atenas, el período helenístico se caracterizará por el cosmopolitismo.
Esto no se debe sólo a la caída de la pólis sino también a que las conquistas de Alejandro Magno
abrieron a los griegos a las influencias culturales de un mundo nuevo y a la vez difundieron la cultura
griega en Asia Central y África, fundamentalmente. Los filósofos del período se piensan a sí mismos
como ciudadanos del mundo, lo cual no va reñido con que sean buenos ciudadanos de su patria ni de
que asuman tareas políticas, sobre todo en el caso de los pensadores estoicos.

2
No es posible reflexionar acerca de las consecuencias de la muerte de Alejandro Magno sin remontarse
a ciertos sucesos anteriores. La política de conquista de las ciudades griegas llevada a cabo por su
padre Filipo II determinó la suerte de las póleis y el comienzo del fin del período clásico. En la batalla
de Queronea, en el 338 a.C., Filipo había derrotado a una confederación de ciudades griegas
comandadas por Tebas y Atenas, y a partir de allí la historia de Grecia se confunde con la historia de
la conquista macedonia. Su hijo Alejandro, de dieciocho años, comandó el ala de uno de los ejércitos
en esta batalla. La consecuente pérdida de autonomía minó la base fundamental de la organización de
las póleis y cambió radicalmente las prácticas y la propia concepción de lo político. Unos años antes
el orador político Demóstenes había advertido contra la amenaza macedónica en sus tres Filípicas,
magistrales piezas de retórica a pesar del escaso poder persuasivo que tuvieron en la época. En la
medida en que la filosofía del período clásico tenía cuestiones políticas en el centro de su reflexión, es
de esperar que estos acontecimientos históricos tengan un impacto directo en el curso del desarrollo
filosófico, como lo tuvo en el resto de la sociedad griega del momento. Estos acontecimientos decisivos
ocurren en los últimos años de la vida de Aristóteles, como queda claro si se compara la fecha de
Queronea (338 a.C.) con la de la muerte de Aristóteles (322 a.C.). Alejandro Magno, Aristóteles y
Diógenes el cínico mueren con muy poco tiempo de diferencia y los tres preanuncian de algún modo
el fin de una era y el comienzo de algo nuevo. Diógenes el cínico es, efectivamente, un filósofo
anómalo, centrado más en la forma de vida que en los desarrollos teóricos y además crítico de la
institución de la pólis. Long, en su estudio introductorio a la filosofía helenística, menciona la relación
de Alejandro tanto con Aristóteles, que algunos creen que había sido su preceptor, como con Diógenes,
al que visitó en Atenas y que según Diógenes Laercio lo dejó impresionado. De este encuentro deriva
la famosa anécdota según la cual Alejandro, impresionado por el modo de vida de Diógenes, le ofrece
lo que quiera y este le pide que se aparte porque le está tapando el sol.
Un rasgo característico de este período es la difusión de la cultura y la formación de centros de estudio
e investigación fuera de Grecia, por ejemplo Alejandría en Egipto y Antioquía en Siria. Esta expansión,
comenzada por las conquistas de Alejandro, se acentúa con la fragmentación del imperio luego de su
muerte. Al hablar de esta expansión cultural no se debe dejar de lado el contacto con algunas culturas
de oriente como India, que será también un rasgo característico de este período y cuyo alcance no está
libre de controversia. Diógenes Laercio relata, en su Vida y opiniones de los filósofos IX, 61-63, que
Pirrón de Elis, considerado el primer filósofo escéptico, viajó con maestro Anaxarco a la India
acompañando la marcha del ejército de Alejandro (326 a.C.), y que luego de regresar de este viaje
vivió una vida retirada porque escuchó a un pensador indio que afirmaba que no podía ser maestro ya
que frecuentaba las cortes reales. Hadot (1998:110-111) desestima que se puedan sacar demasiadas
conclusiones sobre las influencias del pensamiento indio en las escuelas helenísticas, más allá de estos
3
testimonios, y rescata más bien el cosmopolitismo resultado de esta expansión geográfica y cultural y
la experiencia de intercambio con filosofías que no eran hijas de la pólis. Lo cierto es que el
intercambio se dio y que a partir de allí pueden haberse dado influencias mutuas que no deben ser
desestimadas, sobre todo si pensamos en las pujantes filosofías indias con las que tuvieron contacto:
hinduismo, jainismo y budismo. Un testimonio citado por el propio Hadot puede dar cuenta del
impacto de este encuentro, en tanto Zenón de Citio, el fundador del estoicismo, habría afirmado:

“Prefiero ver a un solo indio quemado a fuego lento que aprender abstractamente todas las
demostraciones que se desarrollan acerca del sufrimiento.” (citado por Hadot 1998:110-111).

Se cree que Zenón se está refiriendo al suicidio por autoinmolación de Kalanos (o Calanus, 398-323
a.C.), un sabio hindú que acompañó a Alejandro Magno de regreso de la India. Importa de este texto
advertir, además, que Zenón está retomando una línea de pensamiento fácilmente rastreable a
Aristóteles, quien en Ética Nicomaquea X, 1, por citar algún texto de ejemplo, sostiene que en
cuestiones éticas las prácticas son más persuasivas que los discursos. No es fácil rastrear las influencias
en este período tan cosmopolita y a la vez tan heredero de la tradición clásica.
Otro rasgo característico de las escuelas helenísticas es que, alejadas del marco de la pólis, sus
integrantes no son un grupo selecto dentro de los ciudadanos sino que son mucho más abiertas,
admitiendo mujeres y esclavos, por ejemplo. Y así tenemos, en el estoicismo romano, dos pensadores
destacados como Epicteto y Marco Aurelio, uno esclavo liberto y el otro emperador del Imperio
Romano.

Las tres grandes escuelas helenísticas

El estado fragmentario de los textos que nos han llegado del período helenístico ha llevado, entre otros
factores, a tener ciertos prejuicios acerca de la originalidad y vitalidad de los planteos filosóficos, sobre
todo comparados con las grandes figuras del período clásico. Una de las principales causas de esta
verdadera tragedia de pérdida de los textos fueron las guerras e invasiones que sacudieron a los
diferentes centros de cultura, sobre todo el saqueo que sufre Atenas por parte de Sila en el 86 a.C. o
las numerosas destrucciones parciales y, finalmente, total, de la Biblioteca de Alejandría. Ni siquiera
se tiene certeza acerca de si hubo un agente final de la destrucción o si fueron destrucciones parciales.
Lo cierto es que a finales del siglo III d.C. la biblioteca ya había desaparecido. Lo que se ha conservado
depende, en muchos casos, de copias romanas o referencias de autores de este período, lo cual ocurre
tanto respecto de los manuscritos como también de muchas esculturas conservadas a partir de copias
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romanas. No hay que olvidar, además, que las escuelas helenísticas, que continuaron en el período
romano, son las que están vigentes al momento del advenimiento del cristianismo. En el Nuevo
Testamento, en Hechos 17, se narra la predicación de San Pablo en el Areópago de Atenas, y se
menciona allí que discutió con filósofos estoicos y epicúreos, que se burlaron de sus tesis sobre la
resurrección de los muertos. El cristianismo tiene una relación tanto de enfrentamiento como de
apropiación con estas escuelas.2 Muchos de los juicios sobre estas escuelas, o deformaciones tales
como considerar hedonistas burdos a los epicúreos se debe a la lectura de autores cristianos.
Hadot (1998:106) discute con aquellos que llegaron incluso a pensar en un momento de decadencia de
la civilización griega provocado por el contacto con Oriente que había sido resultado de las campañas
de Alejandro. Entre los numerosos argumentos aportados por Hadot para refutar este prejuicio
histórico, se destaca el notable desarrollo de diferentes ciencias en el período helenístico, sobre todo
en el Museo de Alejandría. Pensemos, por ejemplo, en Arquímedes (circa 287-212 a.C.), en Aristarco
de Samos, quien en el siglo III a.C. propone una teoría heliocéntrica o en Eratóstenes de Cirene,
director de la biblioteca de Alejandría quien, también en el siglo III a.C. calculó la circunferencia de
la Tierra empleando una vara de madera, y tuvo un error de sólo un 1,5%, por mencionar el más famoso
de sus descubrimientos. Menos conocido, el médico Herófilo de Calcedonia (circa 335-280 a.C.), que
descubrió el sistema nervioso y es considerado como el primer anatomista. Cada uno de estos
personajes, que sólo son una pequeña muestra del conjunto de los sabios de Alejandría, merecería una
clase completa debido a la importancia de sus descubrimientos, la calidad de sus investigaciones y el
ingenio a la hora de resolver problemas complejos con escasos recursos. La biblioteca de Alejandría,
fundada en el 300 a.C., llegó a albergar más de 900.000 manuscritos. Entre los siglos III y IV d.C. ya
se habían encargado de destruirla o expoliarla, además de que la ciudad padeció varios terremotos. La
pérdida de ese gran patrimonio cultural de la humanidad es un monumento a la barbarie.

Del lado de la filosofía surgen diferentes escuelas que, a pesar de poseer ciertos rasgos comunes con
filosofías del período clásico, representan esfuerzos originales por comprender el mundo y el rol del
hombre en ese mundo que perdió los límites estrechos de la pólis y que se volvió tan fascinante como
amenazante. Estas corrientes de pensamiento tienen tanto rasgos comunes como diferenciales.
Acostumbraban dividir a la filosofía en física, ética y lógica (o dialéctica). Son, en general,
materialistas, o mejor dicho “corporeístas”, es decir sostuvieron que todo lo que existe es cuerpo,
incluso el alma sería una realidad corpórea. El afán práctico mencionado anteriormente es una de sus

2
Sobre este tópico se puede consultar, en el mismo libro de Hadot citado en la bibliografía, el capítulo X: “El cristianismo
como filosofía revelada” o bien la excelente obra de Daniélou, Jean, Mensaje evangélico y cultura helenística, Madrid,
Ediciones Cristiandad, 2002.

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características principales, en tanto todas proponen poderosos argumentos a favor de la tranquilidad
del alma (ataraxía), así como un conjunto de técnicas de sí destinadas a poner en práctica diariamente
y vivir conforme a las conclusiones obtenidas por medio de esos argumentos. Pongo el acento en la
actividad argumentativa, porque si leen por ejemplo Historia de la sexualidad de Foucault verán en el
libro III un tratamiento de las escuelas helenísticas en términos de una terapia de sí, pero sin la precisión
de que esto se alcanzaba por medio de un ejercicio de la razón (Nussbaum 2003:23).
Las principales escuelas fueron el epicureísmo, el estoicismo y el escepticismo, que convivieron con
la Academia y el Liceo, y que tuvieron expresiones, como dijimos, tanto griegas como romanas.

El epicureísmo

La escuela epicúrea fue fundada por Epicuro de Samos alrededor del 306 a.C. en Atenas y fue conocida
como “El Jardín” y estuvo vigente en esa ciudad por lo menos hasta el siglo II d.C. Fue unos de los
escritores más prolíficos de la Antigüedad; Diógenes Laercio habla de 300 rollos. Su obra mayor eran
37 volúmenes de escritos sobre la naturaleza. Un filósofo posterior muy destacado de esta escuela es
el romano Lucrecio (99-55 a.C.), autor del poema didáctico De rerum natura (Sobre la naturaleza de
las cosas), que se conservó hasta nuestros días. La difusión de sus enseñanzas fue tal que cerca del año
200 d.C., en un lugar llamado Enoanda (actualmente en Turquía), un partidario de la doctrina de
Epicuro escribió en una gran muralla de piedra las enseñanzas básicas del maestro.
La escuela epicúrea adoptó el atomismo como su física de base, en función de las consecuencias éticas
que tal mecanicismo carente de finalismo ofrecía sobre la posibilidad de negar un plan divino en el
cosmos que fuera causa de angustia para los hombres.
En cuanto a la ética sostuvo que el placer es el bien, aunque no por cierto sosteniendo un hedonismo
desenfrenado, sino proponiendo un modo de vida reflexivo, que tenga en cuenta, como enseña Sócrates
en el Protágoras. En este diálogo el personaje Sócrates propone una métrica de los placeres
sosteniendo que hay algunos que no son tales en tanto acarrean más dolores que placeres, y que por lo
tanto el tipo de vida que obtiene el máximo de placer al que un ser humano puede aspirar es la que
aprende a disfrutar de placeres sencillos. Es decir que algo tan inmediato como el placer puede ser
engañoso si, a causa de las opiniones erróneas, se considera sólo el placer presente, al margen de su
opuesto, el dolor. Como en el fragmento citado al comienzo de la clase, la filosofía es para Epicuro
una terapéutica, destinada precisamente a extirpar estas opiniones falsas acerca del placer y la felicidad,
para optimizar el balance de placeres y dolores.

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Los epicúreos habían resumido sus doctrinas en el llamado “cuádruple remedio” o tetraphármakon:
“Los dioses no son de temer, la muerte no es terrible, el placer es fácil de encontrar y el dolor fácil de
soportar”. Adviertan como la analogía médica, señalada anteriormente, cobra cuerpo en esta
consideración de los preceptos como remedios para un alma que está enferma a causa de sí misma y
no por factores externos. Epicuro sostiene que los dioses existen, y viven felices, pero no se ocupan de
los asuntos humanos; y es por eso que no pueden otorgar premios ni castigos. La muerte propia no es
algo que podamos experimentar, porque cuando está presente, nosotros no, y por lo tanto no puede ser
un mal algo que no nos puede ocurrir y no nos quita nada que poseamos (el futuro). Si se han
administrado bien los placeres, como dijimos antes, encontraremos que son fáciles de alcanzar, y nos
permiten, además, rehuir del dolor.

El escepticismo

Por causa de un exceso de afán de sistematización se suele hablar también de “escuela escéptica”,
aunque no se trataba propiamente de una escuela sino de la difusión de las enseñanzas de Pirrón de
Elis (360-272 a.C.) entre un conjunto de filósofos que no compartían exactamente las mismas tesis
sino un cierto modo de abordar, tanto en la teoría como en la práctica, la crítica de los dogmatismos y
la alabanza del estado de indiferencia. Los adeptos al escepticismo tuvieron asociados, seguidores,
sabían de sus predecesores y de ese modo los argumentos y actitudes del escepticismo se trasmitieron
de una generación a otra, pero no profesaron doctrinas de escuela ni tuvieron la organización formal
de las instituciones educativas de su época. Me refiero al escepticismo pirrónico, dado que con
Arcesilao (315-240), considerado el fundador de la Academia nueva, el escepticismo sí se escolariza,
ya que se introduce en la Academia que había fundado Platón. Esta vertiente posterior del escepticismo,
la de los neoacadémicos, es criticada por Sexto Empírico, que se presenta a sí mismo como pirrónico
y ve en los neoacadémicos un dogmatismo negativo, pero dogmatismo al fin. Quien renueva el
pirronismo antiguo es, en el siglo I a.C., Enesidemo (50 a.C.). Posteriormente el escepticismo se funde
con el empirismo médico, una corriente en la que se destaca Sexto Empírico, quien se ubica en la
segunda mitad del s. II d.C., el autor más importante para el estudio de esta corriente de la filosofía
helenística. De Sexto nos llegaron los Esbozos Pirrónicos, una introducción general al pirronismo, en
tres libros, y un grupo de once libros conocidos colectivamente como Contra los matemáticos o Contra
los profesores. Son las dos fuentes principales para documentarnos sobre el escepticismo griego
antiguo, o escepticismo pirrónico. Una línea muy general de todo el pensamiento escéptico consiste
en que promovieron la suspensión del juicio (epoché) para alcanzar la serenidad, llave de la felicidad.
Es por esto que lucharon contra todos los dogmatismos, fuente de perturbaciones del alma.
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El estoicismo

El estoicismo, que debe su nombre a la Stoa Poikíle o pórtico pintado donde se reunían sus adeptos,3
fue fundado por Zenón de Citio (344-262 a.C), alrededor del año 300 a.C y persistió hasta el cierre de
las escuelas de filosofía pagana en el 529 d.C. No poseemos ninguna obra completa de ninguna de las
figuras principales de la escuela estoica: Zenón de Citio, Crisipo (muerto alrededor del 206 a.C) y
Cleantes (muerto alrededor del 232 a.C.). De Crisipo, que escribió 165 obras, sólo tenemos fragmentos.
Sólo poseemos obras completas de los estoicos de la época romana imperial: Séneca (4 a.C.-65 d.C.),
Epicteto (55-135 d.C.) y el emperador Marco Aurelio (121-180 d.C.). La obra de los pensadores del
periodo imperial fue sobre todo moral.
Para reconstruir el pensamiento del estoicismo antiguo dependemos, entonces, de doxógrafos como el
pseudo Plutarco, Diógenes Laercio, Estobeo, Aecio, Ario Dídimo e incluso los Padres apologistas
cristianos que los discutieron para sus propios propósitos y fueron, en general, hostiles. Tuvieron
enemigos también entre los escépticos y los neoplatónicos.
Con respecto a las fuentes de los fragmentos de los estoicos antiguos, la sigla SVF, remite a la obra
Stoicorum veterum fragmenta de von Arnim, escrita en 1905, que es una compilación de fragmentos
de los estoicos antiguos. La segunda, FDV, hace referencia a una obra posterior, Fragmente der
Dialektik der Stoiker, escrita por Hülser en el año 1987. Esta obra quintuplica en tamaño a la de von
Arnim pero compila solamente los fragmentos de la dialéctica de los estoicos. Cuando encuentran DL
se trata de Diógenes Laercio, el doxógrafo que ya conocían a partir de la trasmisión de los presocráticos.

Un caso aparte es el de Cicerón, que no es propiamente un estoico sino que abreva en diferentes fuentes,
sobre todo en la Nueva Academia de Filón de Larissa, pero que tiene admiración por el estoicismo y
comparte muchas de sus máximas morales. Es fuente de muchas doctrinas antiguas, tanto clásicas
como helenísticas, ya que leyó muchos textos que luego no se conservaron.
Zenón tuvo numerosos discípulos, entre los que se destacan Cleantes, Aristón de Quíos y Dionisio de
Heraclea. Cleantes sucedió a Zenón al frente de la escuela a su muerte, en el 261 a.C. y junto con su
maestro y Crisipo fueron las figuras más destacadas del estoicismo antiguo. Pusieron el acento en la
racionalidad del cosmos en su conjunto y en la racionalidad humana como microcosmos. Tomaron de
Heráclito el concepto de lógos para esa fuerza racional que todo lo gobierna. Lo consideraron como
un pneûma, o aliento que permea toda la realidad. Esta dimensión material implica que todo lo real es

3
Se denominaba “pintado” a causa de las pinturas de Polignoto que lo decoraban.

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cuerpo y que el cosmos es un cuerpo animado, razón por la cual fueron criticados por los cristianos
posteriores que les atribuyeron una postura panteísta.
La moral estoica, alejada de lo que vimos en el caso del epicureísmo, reposa en la aceptación de este
orden ineluctable. Cleantes sostenía: “Los destinos guían a quien los acepta; arrastran a quien se les
resiste”. Esta fórmula aparece también en las Meditaciones de Marco Aurelio en una imagen que se
refiere al destino como un carro: uno puede elegir ser conducido por el destino o arrastrado por él. La
profundidad y las consecuencias de tales afirmaciones merecerían una clase aparte. Tengan en cuenta
que el objetivo de la clase es sólo introducirlos en la lectura de los filósofos helenísticos, tentarlos,
incluso, o intrigarlos. No podemos hacerle justicia ni siquiera a afirmaciones más sencillas y menos
comprometidas que esta.

Como lecturas introductorias, les recomiendo la lectura de un capítulo de Hadot, Qué es la filosofía
antigua, llamado “Las escuelas helenísticas”.
Además, son recomendables dos libros dedicados al estudio de la filosofía helenística, el del Long, La
filosofía helenística, un texto ya clásico que aborda todos los aspectos de la filosofía helenística y, uno
más moderno, también muy recomendable, de Nussbaum, La terapia del deseo, que trata
específicamente la cuestión de la filosofía helenística como terapia del alma.
Más allá de la utilidad del recurso, a modo de introducción, de la bibliografía secundaria, lo más
fructífero es, sin duda, la lectura de lo que nos ha quedado de los textos helenísticos, un conjunto de
filosofías para encontrar la tranquilidad del alma en tiempos difíciles, sin desesperar ni abandonar el
ejercicio de la razón.

Bibliografía de lectura obligatoria:


LONG, A., La filosofía helenística, Madrid, Alianza Universidad, 1977, 13-24.

Bibliografía complementaria (optativa):


HADOT, P., Qué es la filosofía antigua, México, FCE, 1998, cap. VII

NUSSBAUM, M. La terapia del deseo, Barcelona, Paidós, 2003, cap. 1

Material didáctico de circulación interna de Historia de la filosofía antigua, Facultad de Filosofía y


Letras, Universidad de Buenos Aires.

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