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Esta semana se han conmemorado los 15 años del asesinato de Matthew Shepard en
Laramie (Wyoming), un crimen que se ha convertido en símbolo de la violencia contra
las personas LGTB y del entramado social de odio que la sustenta.
Con motivo del 15º aniversario de su asesinato, en un artículo titulado 15 años sin Matt y el
camino que queda por delante, la madre de Matthew Shepard ha afirmado que en este
tiempo “hemos aprendido que las personas amables y que se preocupan son más que las
que odian y están enquistadas en un mundo de intolerancia. Hemos aprendido que la
verdad siempre vence, aunque los haya que no puedan asumirlo. Hemos aprendido que
hacer lo correcto por el otro ser humano que es como tú es mucho más sanador que el
silencio”.
Este aniversario tiene también especial significación, pues no han faltado las lecturas
negacionistas de su asesinato. Es el caso del periodista Stephen Jiménez, según el cual
Aaron McKinney, uno de los asesinos de Shepard, había tenido relaciones con él y los dos
consumían drogas. Pero allá de que el proceso judicial consideró probado el móvil
homófobo, las hipótesis de Jimenez son muy endebles en sí mismas. Aunque su asesino
fuera homosexual y hubieran tenido relaciones, ello no excluye en modo alguno que este
fuera homófobo. Tampoco es sostenible que la presencia de drogas descarte por sí sola
el crimen de odio. Lo que sí demuestra su teoría, a nuestro juicio, son los presupuestos
infundados de que un homófobo no puede ser homosexual o de que el consumo de drogas
hace que una persona no pueda ser considerada víctima del odio.
Estas hipótesis no son nuevas (Jimenez las presentó en 2004, y ya entonces se mostraron
sus profundas deficiencias), pero el aniversario ha servido para darles nuevos aires. Lo más
grave es que están dando argumentos al discurso LGTBfóbico. En un congreso conservador
en Estados Unidos, la locutora Sandy Rios calificó el asesinato de Shepard de “fraude
total”. Afirmó que no se trató de un crimen de odio sino de un “asunto de drogas que fue
mal” y aseguró que este asesinato ha sido utilizado por los “activistas gays” como parte de
un “plan liberal” para la aceptación de los gays. Rios, a la que gustan “los hombres jóvenes
y viriles”, llegó a afirmar que “no podemos permitir que los gays sigan destruyendo
corazones y haciendo que se pierdan vidas”. Y como era de esperar, estos intentos de
reescribir la historia también han encontrado eco en España.
Parece que el asesinato de Matthew Shepard no solo nos recuerda el odio pasado sino que
también hace despertar el odio actual. Y es que la LGTBfobia ambiental señalada por su
crimen sigue viva. Más de una década después, el joven chileno Daniel Zamudio fue
salvajemente asesinado. Aquí al menos no ha habido quien negara el motivo homófobo
aunque sí hubo quien quiso señalar que estaba ebrio. También es actual la tendencia a
banalizar o atenuar los crímenes de odio, como ocurrió hace pocos días cuando desde la
propia Policía se calificó de “gamberrada” la agresión a una pareja gay en Palencia.
Igualmente actual es la minusvaloración del respeto a la identidad de las personas trans,
visible en que un colegio llegue a poner al mismo nivel el derecho de una niña a vivir
conforme a su identidad con el de otros a no verse incomodados por su presencia. Todo ello
muestra que los problemas señalados por su asesinato siguen presentes y que el trabajo a
favor de la igualdad real sigue siendo necesario, incluso en los países donde supuestamente
hay igualdad legal.