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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

―EL DÍA EN QUE EL


CIELO BAJÓ A LA
TIERRA‖ —UN CUENTO HE‟ MEN—
(Marzo-Octubre 2005)

Un cuento de la serie
INSPIRACIÓN BÍBLICA

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

© 2005
Un cuento He’ Mem
De la serie INSPIRACION BIBLICA

El día en que el cielo bajó a la tierra

Segunda edición

Mayo 2010
Publicado por:
Escritores Teocráticos Ediciones
www.escritoresteocraticos.net

Nota:
Algunas declaraciones de este cuento, son supuestos, basados en conclusiones lógicas, pero no conclusivas. Por ello no representan,
necesariamente, el entendimiento de los Testigos de Jehová, como organización.

Autorización:

ESTÁ PERMITIDA la producción y difusión total o parcial de este cuento, su tratamiento informático, la
transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u
otros métodos.

ESTÁ PROHIBIDA la comercialización de este cuento, o el cobro de dinero para recuperación de gastos de
producción. Su distribución sólo se autoriza de forma gratuita.

hemem@escritoresteocraticos.net

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

E n el libro de Génesis, Capítulo 5 versículos 28 al 30, la escritura dice: “ Y Lamec


siguió viviendo ciento ochenta y dos años. Entonces llegó a ser padre de un hijo. Y
procedió a llamarlo por nombre Noé, diciendo „Este nos traerá consuelo (aliviándonos) de
nuestro trabajo y del dolor de nuestras manos que resulta del suelo que Jehová ha
maldecido‟. Y después de engendrar a Noé, Lamec continuó viviendo quinientos noventa y
cinco años. Entretanto, llegó a ser padre de hijos e hijas. De modo que todos los días de
Lamec ascendieron a setecientos setenta y siete años, y murió.”
Existe muy poca información acerca de Lamec, el padre de Noé. Por sus palabras
respecto de su hijo, Noé, sabemos que Lamec tenía fe en Dios. Pero, ¿qué lo llevó a
pronunciar esas palabras respecto de su hijo? La Biblia no da detalles. Ta mpoco sabemos
exactamente cómo se desarrolló su vida durante el tiempo violento en que le tocó vivir. Solo
su resurrección y la de su familia, nos permitirá saber aquellos detalles.
También, en el libro de Judas, versículo 14 y 15, encontramos las siguientes palabras
electrizantes acerca de Enoc, el profeta de Jehová “Sí, también profetizó respecto de ellos
Enoc, el séptimo (en línea) desde Adán, cuando dijo: „¡Miren! Jehová vino con sus santas
miríadas, para ejecutar juicio contra todos, y para probar la culpabilidad de todos los
impíos respecto a todos sus hechos impíos que hicieron impíam ente, y respecto de todas las
cosas ofensivas que pecadores impíos hablaron contra él‟ ”.
Enoc era abuelo de Lamec, hijo de Matusalén, el hombre que ha vivido más tiempo
del cual haya registro. Aparte de unos cuantos breves versículos, la Biblia tampoco h abla
mucho de Enoc. Tanto a Lamec, como a Enoc y, posteriormente, a Noé, les tocó vivir
situaciones extremadamente difíciles, en un mundo en el que reinaba la violencia y la
inmoralidad. No sabemos a ciencia cierta cómo pudieron desarrollarse sus vidas. Lo que sí
sabemos, es que su fe inquebrantable en las promesas de Jehová les permitió sortear con
éxito esas dificultades extremas y mantener su relación con Jehová, especialmente Enoc y
Noé, de quienes se da testimonio explícito en las escrituras.
Este es, por tanto, un cuento ficticio e imaginario e inspirado en aquellos
sucesos, por lo tanto, no pretende asegurar estos hechos, solo suponer lo que podría
haber sido la vida de estos hombres, que tuvieron fe en las promesas de Jehová... Por lo
tanto no representa el entendimiento de los Testigos de Jehová, como organización, y
mucho menos pretende enseñar que estos hechos en realidad sucedieron.
Y ésta podría haber sido su historia...

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

“Generación tras generación encomiará tus obras


e informará acerca de tus poderosos actos.”
(Salmos 145:4)

“En ti confiaron nuestros padres; confiaron,


y tú seguiste proveyéndoles escape.
A ti clamaron, y lograron salir a salvo;
En ti confiaron, y no quedaron
Avergonzados.”
(Salmos 22: 4, 5)

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El día en que el cielo


bajó a la tierra
—Cuento—

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

La marca de Caín
—Capítulo Primero—

ORRE UN VIENTO SUAVE este día. Matusalén se seca la transpiración, mientras

C mira hacia el cielo gris, en dirección a la lumbrera mayor, para constatar si se ve


alguna nube baja que prometa lluvia. Su torso desnudo deja ver las pequeñas gotas de
sudor que bajan por su espalda. Sus 243 años de edad le permiten utilizar todas las
fuerzas de su juventud. Luego de un instante, vuelve a golpear el cobre con su mazo de hierro. La
herramienta va dando forma poco a poco al azadón que fabrica.
Jabal-Caín interrumpe su concentración.
—Matusalén, ¿has visto a Lamec, tu hijo?
—No. No lo he visto. ¿ Qué pasa?
—Nada... nada. Es que....
Matusalén deja su mazo sobre un pequeño taburete, mientras se seca las manos y su rostro
con un paño, entrecerrando sus ojos al voltear hacia el cielo para fijar su mirada en Jabal-Caín.
—No viene a verme con frecuencia, así es que no sé dónde pueda estar. Supongo que en su
casa. ¿No estaba contigo, en tu corral del ganado, hace unos días? —pregunta, bajando su mirada e
inclinándose para amarrar la correa de una de sus sandalias.
—Sí, estaba conmigo, pero dijo que vendría donde ti, y luego regresaría. Pero desde la
mañana de antes de ayer no ha vuelto, y estoy un poco preocupado...
Matusalén se incorpora algo nervioso, tomando por el hombro a Jabal-Caín.
—¿Estaban hablando otra vez del Paraíso, Jabal.?
—Bueno, sí. Tu sabes que Lamec solo habla de eso.
—¿Solo habla? ... ¡Está obsesionado con ello! Es mi padre, Enoc, quien le ha metido cosas
en su cabeza —replica Matusalén, alzando un poco su voz, mientras empuña sus manos señalando
en dirección Sur.
—Pero tú eres su padre. Deberías....
—¿Qué debería...? —interrumpe Matusalén, con enérgicos ademanes—. ¡Le he advertido,
sobre su abuelo, ―profeta de calamidades‖! Pero no me escucha... Desde que cumplió edad para
buscar esposa, simplemente no me escucha. ¡Y tampoco a su madre!. Sus hermanos lo tildan de
loco.
—¿Crees que se haya ido ha...?
—Si lo ha hecho tendrá que arreglárselas solo —interrumpe Matusalén, con un gesto de
despreocupación, mientras vuelve a machacar el cobre con su mazo—. Yo no andaré cuidándole
como si fuera un bebé. Ya tiene 56 años, y no es un ningún jovencito
—¿Cuánto crees que demore en llegar?
Matusalén deja de martillar, para responder...
—No lo sé. Y no me importa. Hace mucho que no me he acercado al Edén... ¿Para qué? Si
tenemos prohibido el ingreso... ¿Para qué insistir?
—Lo dices como con reproche.... Enoc dice...

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¡Enoc, Enoc...! ¡Ya deja de mencionar a mi padre! —interrumpe airado, Matusalén—. Si


quieres en verdad saber qué ocurrió realmente en Edén... pregunta al patriarca. Él te dirá lo que pasó
y porqué se nos expulsó de allí.
—¿Adán? Pero él guarda mucho resentimiento en su corazón. Nunca ha sido imparcial,
realmente. Además está muy viejo. Su visión ha huido de sus ojos, y apenas logra escuchar. Mi
padre, Lamec-Caín dice que muy pronto volverá al polvo, como sentenció el Altísimo.
—Entonces pregunta al Altísimo. A ver si se digna a contestarte —responde casi con sorna,
Matusalén.
—Sabes que no responderá.
—Claro que lo sé —responde Matusalén, martillando con furia, el metal—. Nos ha
abandonado.
—Quizás no... Set cuenta que el Altísimo incluso habló con Caín, cuando trató de impedir
que matara a su hermano.
—¡Set es otro obsesionado! Guarda los pergaminos escritos por Abel, como si fueran de
metal precioso por su valor. Yo creo que está mal de la cabeza. Además con sus 800 años, qué se
puede esperar de un viejo decrépito. Mira, Jabal —dice con desgano Matusalén—. Nadie sabe lo
que en verdad habló el Altísimo, y con quién habló o no habló. Además tú eres de la línea de Caín,
tu patriarca. Deberías saber si el Altísimo, habló con él o no, ¿verdad?
Jabal-Caín no responde. Sabe que cuando Matusalén se pone huraño, es inútil razonar con él.
Por eso, con un ademán desganado, se despide de él y se aleja en dirección de los vados del río.

Al llegar a su tienda, lo espera su esposa, quién sale a su encuentro.


—¡Jabal!, ¡Jabal! —grita excitada—. ¡Tú padre dio muerte a un hijo de Cus!
—¿Qué dices mujer? ¿Mi padre? ... ¡Estás delirando!
—No, Jabal. Aquí está tu hermano, Tubal... Pregúntale a él —dice la mujer, nerviosa.
Jabal entra precipitadamente a la tienda, por la parte de atrás, según la indicación de la mujer.
Un hombre, velludo y moreno, sale tomándose la cabeza, en ademán de desesperación.
—¿Qué ocurrió Tubal, hermano mío? ¿Es cierto lo que dice Dilá? ¿Nuestro padre...? —
pregunta excitado, Jabal.
—¡Nuestro padre se ha vuelto loco, Jabal! —responde afligido, Tubal-Caín—. Dio muerte a
Acás, el hijo de Cus... ¡Y lo hizo delante de sus parientes! ¡Esto traerá problemas! ... Oh, Dios... Oh,
Dios...
—¿Pero qué pasó, Tubal...? ¿Cómo...?
—No sé bien qué pasó... Pero Acás y nuestro padre discutían airadamente por causa de algún
asunto entre ellos. Acás le dio un golpe causándole una herida, debido a las ofensas que nuestro
padre dijo acerca de sus parientes y sus mujeres...
—Pero, ¿tú no hiciste nada por detenerlos, Tubal?...
—Yo no estaba allí, hermano. Me enteré después. Recuerdo que mi padre llegó todo
ensangrentado a nuestra casa. Yo pensé que algo le había pasado a él. Pero venía furioso, blandiendo
la herramienta de cobre que yo le fabriqué, con la cual dio muerte al joven.
—¿Pero acaso no sabe que ahora los parientes del joven lo buscarán para vengar la muerte?
—Lo sabe, Jabal. Dice que no podrán hacerle nada... que el Altísimo le dará la marca de
Caín y que se defenderá de todos.
—El altísimo dio concesión a Caín por ser el primer hijo del patriarca. Pero ¿porqué haría
algo así a nuestro padre? ¡Está mal!, muy mal...
—Tu madre y la mía están apavoradas. Lloran ya por la muerte de nuestro padre. Esto
terminará muy mal, Jabal. ¿Crees que nuestro padre sea desterrado como nuestro patriarca, Caín?

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—No lo sé. El Altísimo no ha hablado ya con nosotros. No lo hizo ni con Adán, al morir
Eva. Tal vez sea como dice Matusalén. Quizás ya se olvidó de nosotros.
Tubal-Caín mira al cielo pensativo...
―Quizás...‖

Los dos medio hermanos se dirigen a casa de su padre. Al llegar, éste está sentado en medio
de la habitación, mirando al piso, pensativo.
—Padre...
La voz de Jabal suena débil, como lejana. El hombre, Lamec-Caín, levanta lentamente su
cabeza, con una mueca en su rostro. Mira a sus hijos con mirada fiera.
—Tubal, Jabal... hijos. He dado muerte a un joven, por haberme golpeado...
—Lo sabemos, padre. Tubal me ha contado —responde Jabal—. ¿Qué harás? Sabes que
vendrán a buscarte, y...
—Envié a Adá y Zilá, sus madres, a casa de Jubal, hermano de ustedes, por lo que pudiera
pasar —interrumpe Lamec—. He estado llamando e invocando al Alto desde que regresé del campo
—dice, incorporándose y paseando por el cuarto, nervioso—. ¡Pero él no me contesta! ¡No contesta!
Le he mostrado la sangre del joven. Yo no me oculté como Caín... ¡Nó, no lo oculté! —exclama
empuñando sus manos—. Y aún así no me responde... ¡Pero no lograrán darme muerte!
—¿Qué harás padre? —pregunta Tubal-Caín.
—Tú me eximirás, Tubal... Sí, lo harás, hijo...
—¿Y cómo?...
—Vamos a la fragua... Lo verás...

Los hombres se dirigen tras la casa, al lugar de trabajo de Tubal-Caín...


Después de eso, el murmullo de varios hombres que se acercan a la casa sobresalta a Jabal,
quien se asoma por la ventana...
—¡Padre, ya vienen! ¡Y traen palos y herramientas de cobre, de las que fabrica Tubal!
Los hombres, unos quince, parientes del joven muerto, se acercan a la casa. Un grito
desgarrador procedente de Lamec, desconcierta a Jabal. Los hombres llegan a la puerta de la casa e
increpan a Jabal, quien ha salido a su encuentro...
―¿Dónde está Lamec, tu padre, Jabal?‖ ―¡Sácalo para que venguemos la sangre de nuestro
hermano que clama desde la tierra!‖
—¿Acaso deben ustedes suplantar al Altísimo? ¿No le corresponde a Él emitir castigo sobre
Lamec, mi padre?
―El Dios ya no se preocupa de los asuntos de los hombres, Jabal. Ha dejado la tierra, tú lo
sabes‖.
―Sí, seremos nosotros lo que traigamos ostracismo sobre la casa de tu padre, por la muerte de
nuestro hermano‖. ―¡Saca a tu padre para que se pague la deuda, Jabal!‖.
Lamec-Caín sale por la parte trasera de la casa, enfrentándose a los hombres, quienes, al
verlo, enmudecen por la sorpresa...
—¿Ustedes me juzgarán? ¡Miren que tengan que vérselas con el Altísimo! —dice el hombre,
señalando su frente—. ¡Aquel que se atreva, quíteme la vida y enfréntese a la maldición de Dios!.
¡Invoco el nombre sagrado de Jehová!
La frente de Lamec brilla bajo la luz de la lumbrera mayor. Una notoria marca candente en
su frente, con forma de árbol, desdibuja su rostro por el dolor. Antes de que los hombres se
recuperen completamente de la sorpresa, Lamec les grita...
—¡Si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec setenta veces y siete! ¡Juicio del Altísimo!

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Los hombres se miran desconcertados. Algunos dejan caer sus herramientas, nerviosos.
Luego de un tenso silencio, mientras los hombres cruzan miradas con el furibundo Lamec,
comienzan a retirarse lentamente, perplejos.

―El Altísimo te juzgue, Lamec‖. ―Tu maldición será mayor que la de Caín.‖ ―Ya estás
muerto, Lamec. No podrás escapar de la mano de Dios‖, vociferan, mientras se retiran del lugar.
Lamec no baja su mirada furibunda, mientras levanta sus puños al aire, amenazante. El
último hombre se pierde en la distancia, mientras Lamec le observa con su mirada fija y sus puños
apretados. Luego rompe en una descarnada carcajada...
—Ja, ja, ja, ja, ja. ¿Viste su mirada de terror, Jabal? ¿Viste el miedo en sus rostros? Ja, ja, ja.
—Lamec celebra su astucia, mientras palmotea la espalda de su hijo que no entiende lo que pasó.
—Padre... ¿Qué ocurrió? ¿Porqué gritaste? ¿Qué te pasó en la frente? ¿Acaso....?
—No, Jabal. Ja, ja, ja. No fue El Altísimo. Él ya no nos escucha.... Fue la mano de tu
hermano, Tubal, quién me ―maldijo con la marca de Caín‖ —replica Lamec, mientras Tubal-Caín
sostiene en su mano el hierro candente con que marcó la frente de su padre.
—¡Pero debe haber sido muy doloroso, padre! —responde Jabal.
—Nunca tanto como la muerte, hijo. Ya llegará mi hora, pero no tan pronto. ¡Jabal, Tubal!...
Traigan a sus madres. Ellas habrán de saber lo que ha resultado de todo esto.
Mientras sus hijos van en busca de sus madres, Lamec-Caín busca nervioso un trozo de
vitela curtida y escribe algo en ella. Al cabo de un período de tiempo, llegan las dos mujeres quienes
abrazan felices a su esposo al hallarlo vivo. Lamec, ufano, replica...
—Esposas mías oigan lo que compuse para ustedes...: “Oigan mi voz, esposas de Lamec;
presten oído a mi dicho: A un hombre he matado por haberme herido, sí, a un joven por
haberme dado un golpe. Si siete veces ha de ser vengado Caín, entonces Lamec setenta
veces y siete”.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El legado del Patriarca


—Capítulo Segundo—

Unos días mas tarde, muy de mañana, Lamec-Caín recibe una extraña visita. Dos jóvenes
golpean a su puerta. Trata de reconocerlos sin poder recordar quiénes son. Pero es claro que son de
la línea de Set. Todos tienes rasgos similares.
—¿Lamec? ¿Tú eres Lamec-Caín?
El joven que pregunta, frunce el ceño al hablar. Su rostro denota preocupación.
—¿Quién pregunta? —responde parcamente, Lamec, como es su costumbre, debido a su
carácter huraño.
—El Patriarca.
—¿El Patriarca? —pregunta muy sorprendido, Lamec—. ¿Adán?
—Sí, Adán —responde el otro joven, adelantándose algo para ponerse al lado de su
compañero—. Ordena que vengas con nosotros, desea hablar contigo.
—¿Conmigo? ¿Y qué suerte de asunto tiene Lamec-Caín que hablar con el Patriarca? —
responde con desgano, Lamec.
— No es nuestro asunto —responde uno de los jóvenes.
—Prepara tus cosas, es un viaje de varios días de camino —dice el otro joven, casi
ordenando a Lamec, quien le devuelve una ácida y huraña mirada.

Después de despedirse de los suyos, Lamec camina en dirección Norte por casi cinco días
junto a los dos jóvenes, los cuales casi no han pronunciado palabra durante todo el camino. El
paisaje agreste, casi desprovisto de vegetación por la anatema que pesa sobre la tierra debido a la
maldición del altísimo cuando despidió de Edén a los humanos, hace que la caminata sea más
tediosa y aburrida. Los jóvenes solo responden con monosílabos a las insistentes preguntas de
Lamec en cuan-to a la razón del requerimiento de su persona por el patriarca, cosa que a éste
inquieta en gran manera.
Finalmente llegan a un grupo de casas grandes, fabricadas con ladrillos de adobe enlucido.
En el centro del villorrio, la casa principal, adornada con algunos árboles que luchan por empinarse
hacia lo alto, destaca por su preferente ubicación y terminación. Los jóvenes le señalan la puerta
principal, cubierta por una cortina de piel de cebra. Lamec, seguido de los dos jóvenes, entra en el
amplio cuarto, con movimientos inseguros a causa de la penumbra que le impide ver bien el interior.
Hacia uno de los extremos del cuarto, un hombre viejo se encuentra recostado en un camastro; dos
mujeres jóvenes se hallan sentadas a su lado. El viejo hace una seña a las mujeres, quienes se retiran
de inmediato del cuarto. Luego se dirige a Lamec...
—¿Tú eres Lamec-Caín? —pregunta con voz apagada.
—Así es, señor. Tu servidor...
El hombre hace otra seña a los dos jóvenes, quienes se retiran con una venia. Luego, con un
ademán invita a Lamec a sentarse a su lado. Con un quejido intenta incorporarse, para quedar
semisentado, acomodado por unos cojines. Lamec, más acostumbrado a la penumbra, logra

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

distinguir los rasgos del hombre. Sin duda es Adán. Le impresiona verlo tan envejecido. Tan solo
hace unos ciento cincuenta años recuerda haberlo visto en una oportunidad, junto a su padre,
Matusael. Se veía mucho más fuerte y seguro que ahora. La visión del patriarca en aquella condición
decrépita le hace perturbarse, frente a la proximidad de la muerte que tanto temen los hombres.
—Te recuerdo, Lamec, te recuerdo...—susurra el hombre, casi con cansancio y
resignación—. Tú eres el hijo de Matusalén.
—Perdón, mi señor... Mi padre es Matusael, hijo de Mehujael, de la línea de Caín —corrige
Lamec, casi con temor—. Matusalén es hijo de Enoc, el profeta, de la línea de tu hijo, Set.
—Lo sé, Lamec, lo sé —responde impaciente Adán—. Tú eres el sexto en línea por Caín, mi
hijo. Lo mismo que Enoc lo es por la línea de Set. Solo mencioné mal el nombre de tu padre,
Matusael. Es todo.
—Perdón, mi señor. No quise...
—Está bien. No es importante de todos modos... No es por eso que te hice venir —
interrumpe Adán, recostándose nuevamente con su mirada perdida en un punto del techo del cuarto.
El patriarca se queda por un instante en silencio, como repasando sus recuerdos que parecen
atormentarlo, a juzgar por su expresión facial. Lamec no se atreve a interrumpirlo, de modo que
espera pacientemente que el patriarca hable.
―¿Te habló? ‖
La pregunta del patriarca suena como un ruego, como un gemido, expresado sin dejar de
mirar a ese punto perdido en el techo. Lamec queda absolutamente sorprendido, sin atinar a nada.
Luego de un instante logra balbucear...
—¿Me habló...? ¿Quién?...
—―Él‖.
—Perdón... No entiendo...
—Entonces no te habló. Si lo hubiera hecho, no lo olvidarías —Adán se incorpora un poco
para mirar la marca en la frente del hombre. Su mirada penetrante perturba y asusta a Lamec.
—¿Te refieres al Altísimo? Bueno sí... sí —responde nervioso, Lamec, cayendo en cuenta a
qué se refiere el patriarca—. Me maldijo, como a Caín... señor.
—No sabes mentir, Lamec. Tu desparpajo es digno reflejo de tu patriarca, Caín. Tu violencia
también —dice Adán, recostándose nuevamente—. Ya hay mucha mentira en el mundo. Pero no lo
digo como reproche, Lamec. Yo también he mentido y he sido violento muchas veces. Es lo que
heredamos de ―la voz‖.
—¿La voz? —pregunta confundido Lamec.
—La voz que habló a Eva, en el Jardín. No creerás que fue la serpiente. Infeliz animal que
fue utilizado como todos nosotros. Me ha estado mintiendo todos estos años. Dijo que no
moriríamos... y ya vez... estoy muriendo. Quiere hacerme creer que no moriré. Que después de mi
muerte habrá otra vida, en la región invisible donde vive ―la voz‖. Yo sé que no es así. Siempre lo
he sabido, aún cuando Eva me lo dijo. Sé que no es así.
—¿No lo es? —pregunta curioso, Lamec.
—No. Los cándidos lo creen. Como Eva, mi mujer, lo creyó. Pero yo no lo creí... nunca lo he
creído.
Las palabras de Adán suenan llenas de amargura, casi con rabia. Lamec le observa en
silencio, sin atreverse a contradecir las palabras del patriarca. Después de una larga pausa de
silencio, Lamec se atreve a preguntar, casi con miedo...
—Mi señor...¿ Qué... qué ocurrió realmente....?

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¿No lo sabes?... ¿No te lo ha relatado Enoc? —responde el patriarca, con desgano—. Él se


ha encargado de contarlo a todos los vivientes. No contento con los relatos de Abel, Set, y los
míos... sigue hablando de ello como si ya no fuera suficiente oprobio sobre mi cabeza.
Adán calla por un instante. Lamec guarda respetuoso silencio... El patriarca voltea
lentamente su cabeza para mirar al rostro de Lamec. Después de observarlo por un instante, vuelve a
mirar al techo, cerrando sus ojos para contestar, después de un largo suspiro, casi con un susurro...
—Fue mas o menos como se relata. Lo que nadie dice es que, después que Eva comió del
fruto, yo me opuse. Me opuse enérgicamente —Adán empuña sus manos y aprieta sus dientes al
hablar—. Pero la mujer que Él me dio me tenía embobado. Yo no era capaz de negarle nada. Creyó
tontamente a ―la voz‖. Pensó que podíamos ser ―libres‖. ¡Ja! ¡Libres de qué... si ya éramos libres...
lo teníamos todo! Mujer necia. Pero ella quería más... quería decidir lo que era bueno o malo. ¿Te
das cuenta? Ella quería decidir... ¡Ni siquiera me consultó!. Simplemente lo creyó... le creyó a
alguien a quién ni siquiera conocía. ¡El colmo de la estupidez! Yo no lo creí, pero la apoyé, porque
la amaba más que a mi vida. Ahora está muerta como dijo el Altísimo —dice el patriarca, con
resignación. Luego hace una larga pausa, después de la cual habla como un susurro... —. Y no
regresará jamás... Ninguno de nosotros regresará. Somos hijos del polvo y allí iremos todos al final.
Así condené a todos los hombres a su muerte... No les di alternativa alguna. Cambié su suerte por el
amor de una mujer. Sabía que así sería... pero no me importó. De todos modos he vivido más de lo
que me imaginé.
—¿Y no hay... nada que se pueda hacer?... —pregunta Lamec, casi con angustia.
—Él habló de una descendencia. También pronunció juicio contra ―la voz‖. Eva pensó que la
liberación vendría de esa descendencia que sería Abel. Luego pensó en Set. Murió sin saberlo. De
todos modos ni a ella ni a mí nos incumbe. Iremos al polvo, sin regreso.
—¿Y... y los demás? ¿Volveremos del polvo? —pregunta con temor, Lamec.
—No lo sé, Lamec... no lo sé. Les deseo la mejor de las suertes. Un mensajero del Altísimo
me dijo que pronto Él enviará a sus ángeles a la tierra. Y que ellos ayudarán a los hombres a
liberarse. Que todo lo que tendremos que hacer es obedecerles y servirles.
—¿Y crees que sea así?...
Adán responde con una sonrisa que más bien parece una mueca de escepticismo. Luego
cierra sus ojos apretando sus párpados antes de contestar...
—No lo sé... Me han mentido tanto que ya no sé cuándo me habla ―la voz‖ o cuando habla el
mensajero del Altísimo. Quizás siempre haya sido ―la voz‖.
El patriarca exhala un largo suspiro, casi con dificultad. Con tono cansado y soñoliento
susurra...
—He dado ordenes para que mi hijo, Set, se haga cargo del patriarcado después de que... me
haya ido... Adiós, Lamec. Resultaste un fraude después de todo. Le agradarás a ―la voz‖. A ella le
agradan los hombres como tú y mi hijo Caín. Tal vez se comunique contigo. Si lo hace, no creas
todo lo que te diga. Créeme, te lo digo por experiencia.
Adán parece dar por terminada la entrevista, a juzgar por su actitud al acomodarse en el
camastro, para dormir. Lamec se incorpora lentamente, saliendo del cuarto. Los dos jóvenes que se
encuentran fuera, se apresuran a ingresar para cubrir con pieles al patriarca que al parecer se ha
dormido profundamente. Lamec-Caín, de camino a su casa, medita en toda la conversación. La
actitud del patriarca, mezcla de indiferencia, amargura, lamentación y desfachatez, le ha
desconcertado. Su-mido en sus cavilaciones, enfila su rumbo en dirección a su casa.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El designio de Lamec
—Capítulo Tercero—

Al cabo de unos dos días de caminata, al subir a la cumbre de una colina, divisa a lo lejos a
un hombre que camina en su misma dirección. Al acercarse más, percibe que se trata de Lamec, hijo
de Matusalén, hijo de Enoc, de la línea de Set, a juzgar por la forma de caminar del hombre.
Apresura su marcha para encontrarse con el caminante.
—¡Lamec!, ¡Lamec, hijo de Matusalén! —Lamec-Caín apresura el paso al percatarse que el
caminante trata de reconocerle—. ¿Eres tú Lamec? ¿Lamec hijo de Matusael, hijo de Mehujael?
Los dos hombres se envuelven en un abrazo. Después de los saludos iniciales entablan una
animada conversación.
—Pensar que esta tierra de Jehová es tan grande, y tener que encontrarnos en medio de la na-
da, aquí, los dos precisamente ¿No te parece premonitorio? —dice Lamec-Caín.
—¿Qué te ocurrió en la frente, Lamec, hermano. No dirás que... —interrumpe Lamec hijo de
Matusalén.
—Es larga la historia, hermano mío. Pero ha de ser relatada para ti...
Lamec-Caín relata los últimos acontecimientos a Lamec, hijo de Matusalén, omitiendo el
hecho de que la supuesta marca en su frente no procede del Altísimo, si no de su propia astucia.
Luego relata su visita a Adán, y el desconcierto que ésta le produjo.
—¿Y adónde te diriges, hermano mío? —pregunta Lamec-Caín.
—Al encuentro con Enoc, mi abuelo. Quedamos en encontrarnos en la encrucijada de los
caminos principales —responde Lamec, hijo de Matusalén, mientras pone su mano en el hombro
derecho de su compañero, y con su otra mano señala en dirección sur-este.
—¿Aquí? ¿En este desierto? —pregunta sorprendido e intrigado Lamec-Caín.
—Así es. Y te confieso que estoy tan intrigado como tú. No sé de la razón que tenga mi
abuelo de pedirme que nos encontrásemos en este lugar. Fue muy específico en señalar el día en que
debía encontrarme con él aquí.
—Y él, ¿donde se encuentra ahora?
—Lo dejé hace tres días de camino, cerca de una de las orillas del jardín vedado.
—¿Y qué hacía allí, hermano? —pregunta sin disimular su interés, Lamec-Caín.
—Comunicándose con el Altísimo. Según creo, recibió instrucciones del ángel guardián.
Dice que será muy difícil para él. Me pidió que lo dejase y me dirigiera a la bifurcación de los
caminos y allí lo esperase.
—Qué extraño. ¿Hablaron con ―la voz‖?
—No, Lamec-Caín. El querubín de la espada giratoria nos advirtió de no prestar oído a la
voz invisible. Ella no habla los designios del Altísimo, sino de su propia soberbia y vanidad. Pero el
Ángel, vocero de Dios, ha profetizado su fin durante el final de los tiempos cuando la descendencia
prometida por el Altísimo, y que procede de la mujer, le pise la cabeza, como a un reptil venenoso.
—¿Y tú crees esas cosas, hermano mío? Tu padre, Matusalén dice que tu abuelo tiene la
cabeza llega de vino agrio —dice Lamec-Caín, con un dejo de ironía y desprecio.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—Esas cosas no las inventó mi abuelo, Lamec hermano mío —responde con seriedad,
Lamec hijo de Matusalén–. Las recibió de Set, el patriarca, tercero en línea después de Adán. Este
las supo por los escritos de su hermano Abel, a quién Caín, tu patriarca y hermano de ellos, mató en
un arranque de celos asesinos.
—¿Lo dices por que yo también maté al joven? —pregunta ofendido Lamec-Caín,
señalándose en forma enérgica su frente con el dedo índice—. Haz de saber que él me golpeó
primero. Yo no quería agredirlo, pero él me siguió y con su provocación encendió mi ira. ¿Soy
acaso yo también culpable de sangre por eso? ¿También... esa... esa descendencia me aplastará la
cabeza a mí también? ¿Eh, Lamec, hijo de Matusalén?.
—No es necesario que te ofendas, hermano mío. Yo no deseo discutir contigo —interrumpe
Lamec, hijo de Matusalén, tratando de calmar sus expresiones y suavizar su voz—. Solo que no es
correcto que tú juzgues a mi abuelo sin...
—Pero tú si juzgas correcto criticar a Caín y a mí por lo que hicimos. ¿Verdad? —
interrumpe Lamec-Caín, levantando sus brazos al cielo.
—Yo no te juzgo a ti, Lamec. No sé qué aconteció ni por qué, según tú, el Altísimo te marcó
como a Caín. Pero a Caín no lo juzgo ni yo ni nadie, si no que fue juzgado por el Altísimo y
condenado a vagar por la tierra hasta este mismo día —responde conciliadoramente Lamec hijo de
Matusalén, tratando de tomar con su mano el hombro de Lamec-Caín, quién esquiva el gesto de su
compañero.
—Mira, Lamec, hijo de Matusalén. Tú si quieres puedes seguir escuchando los devaneos de
tu abuelo Enoc, y puedes seguir creyendo que un día se abrirá nuevamente el Jardín para los
hombres y que la tierra vomitará alimentos por doquier sin que tengamos que afanarnos y todas las
estupideces que tu... tu abuelo gusta de contar. ¿Pero te has puesto a pensar que tu abuelo puede
estar mal de la cabeza? —pregunta con ironía, Lamec-Caín.
—Yo...
—¿Sabias que un mensajero del Altísimo le dijo a Adán que pronto Él enviará a sus ángeles
a la tierra? ¿Y que ellos ayudarán a los hombres a liberarse? ¿Que todo lo que tendremos que hacer
será obedecerles y servirles? —continúa Lamec-Caín sin dejar hablar a su compañero, y dando una
mirada orgullosa y ufana.
—¿Pero cómo podría hablar un mensajero del Altísimo con Adán, mi hermano Lamec, si
Dios mismo lo expulsó del Jardín y no se ha comunicado con él nunca, desde aquella vez que lo
sentenció junto con su mujer? —pregunta calmadamente Lamec hijo de Matusalén.
—Pero ahí lo tienes. Le habló. ¿O acaso solo tu abuelo tiene la exclusividad de hablar con
los ángeles? ¿No será que habla con sus propias uvas fermentadas? Ja, ja, ja.
Lamec hijo de Matusalén percibe que su compañero de conversación no tiene la menor
intención de razonar con él. Por ello cambia la conversación y en un momento propicio, se despide
de su compañero de caminata para dirigirse a la bifurcación de los caminos principales. Lamec-Caín
continúa rumbo a su casa levantando sus manos y burlándose de Lamec y su abuelo Enoc.
A la distancia, Lamec hijo de Matusalén, puede percibir la figura de un hombre con un
báculo en su mano que se aproxima en su dirección, a lo lejos. Por la forma de caminar deduce que
se trata de Enoc, su abuelo. Al cabo de un tiempo, como la cuarta parte de una hora, Enoc llega a su
lado.
—¡Enoc, padre mío! —exclama Lamec, a modo de saludo, mientras da un beso en el cuello a
su abuelo—. La paz del Altísimo esté con tu alma.
—Lamec, bendito seas. ¿Qué negocio tenía Lamec-Caín contigo, hijo? —pregunta Enoc,
señalando a la distancia, por donde se fue Lamec-Caín.
—¿Cómo haz sabido que me he topado con él?

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—Lo supe desde que partí del Jardín, hace tres días. ¿Te dijo de dónde venía?
—Sí. Me contó que visitó al Patriarca. También me mostró la marca del Altísimo en su
frente. ¿Sabías que mató a un joven? —La voz de Lamec suena preocupada.
—Lo sé, hijo. Pero esa marca no es de origen divino, si no de su propia astucia, con el fin de
evitar que los vengadores de la sangre lo matasen. Lamec-Caín sigue la senda de violencia de Caín,
su ancestro. No debes frecuentar a los que usan la violencia para arreglar sus diferencias, Lamec.
Sus hechos muestran que odian al Altísimo, y que están muy lejos de sus caminos.
—¿Adónde nos dirigimos ahora, Padre mío? —pregunta curioso, Lamec.
—Vamos a encontrarnos con Set, hijo de Adán y hermano de Abel y de Caín —responde
Enoc, iniciando su marcha en dirección Norte, desde donde vino Lamec-Caín.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El nuevo Patriarca
—Capítulo Cuarto—

Lamec, hijo de Matusalén le sigue sin inquirir nada más. Ha aprendido a esperar con
paciencia las declaraciones de su abuelo Enoc. Sabe que el Dios Altísimo revela sus propósitos a
Enoc, y por eso le guarda profundo y reverente respeto. Sin mediar palabra, los dos hombres
caminan por unos dos días hasta llegar a la entrada del villorrio, propiedad de Adán. Muchos
hombres y mujeres se encuentran a la entrada de la casa grande, llorando y gimiendo. Algunos han
desgarrado sus prendas de vestir y levantan polvareda al arrojar tierra y polvo sobre sus cabezas.
—¿Qué ocurre, Enoc? —pregunta Lamec, profundamente intrigado y suponiendo la
respuesta.
— El Patriarca ha muerto —gesticula Enoc, por toda respuesta.
—¿Adán?
—Adán, el primer hombre. La sentencia del Altísimo se ha realizado —dice Enoc, dando un
tono solemne a sus palabras mientras dirige su vista al cielo—. El primer hombre ha dejado la tierra
de los vivientes para siempre, para regresar al polvo desde donde fue tomado.
Lamec siente que un nudo cierra su garganta. Aunque esperaba este desenlace hace mucho
tiempo, no deja de sorprenderse y atemorizarse frente a la realidad de la muerte, ―el enemigo
inexorable‖ como suele llamarla Enoc. Sabe que Adán no se levantará de nuevo, ni su esposa Eva,
muerta hace unos años atrás. ¿Hay esperanza para los demás?, se pregunta. ―Sí, la hay‖, resuenan en
su mente las palabras de Enoc, ante su pregunta tantas veces efectuada a su abuelo.
—¿Habrá que esperar mucho, Enoc? —pregunta como continuando sus pensamientos.
—No nos pertenece a nosotros saberlo, Lamec, pero sí vendrá. Él lo ha prometido.
Enoc sabe lo que piensa su nieto, lo conoce muy bien, por lo que entiende cabalmente las
inquietudes de Lamec.
—¿Estaremos entre los vivientes, tú y yo, Enoc?
—No lo sé, Lamec. Solo sé que vendrá el día de la restitución de todas las cosas, en que
todos los que duerman en la muerte, se levantarán, al llamado de la descendencia prometida. Con la
excepción de Adán y su mujer.
—¿Es cierto que Dios enviará a sus mensajeros a la tierra, a ayudarnos?
—Él no me lo ha revelado. Quizás. Pero no vendrá antes de la gran rebelión.
—¿Rebelión? ¿Qué rebelión, Enoc? ¿No se ha producido ya, en el jardín, por mano del
patriarca?
—No, Lamec. Hay otra rebelión. Una que viene de los cielos, más insidiosa y terrible.
Vendrá durante tiempos muy difíciles y angustiosos. Hombres como Lamec-Caín avanzarán de mal
en peor, ambicionando y deseando lo malo. La violencia y la maldad estará agazapada en cada
esquina, procurando la vida de los hombres.
Enoc se dirige a uno de los jóvenes que custodian la entrada de la casa grande. Le susurra
algo al oído. El joven se pierde dentro de la vivienda, para regresar al cabo de unos minutos. Se
dirige a Enoc...
—El Patriarca pide que entre usted y su acompañante —dice en voz baja.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Los dos hombres ingresan al recinto, siguiendo al joven, quien los conduce a uno de los
cuartos interiores. Lamec no puede evitar preguntar a su abuelo, casi susurrando...
—¿Patriarca? ¿Qué patriarca? ¿No murió.......?
—Se refiere a Set. Él ha asumido el patriarcado.
—Pobre. Debe de estar muy afectado.
—Quizás. Su relación con Adán, no siempre fue buena.

Al interior del recinto, un hombre de edad avanzada, alto y fornido, cabello ondulado y
rubicundo, se encuentra en una especie de trono, labrado en metal y tapizado en piel de leopardo. Su
actitud, compungida y humilde, contrasta con la forma en que es atendido por varios hombres que se
inclinan ante su presencia, casi con pleitesía. Al centro de la amplia habitación, yace el patriarca
Adán, sobre un camastro cubierto con pieles selectas y adornado con flores. Una corona de flores y
hojas perennes ciñe la frente del cadáver. Sus brazos están cruzados sobre su pecho. Un rictus de
amargura se refleja en el rostro sin vida. Varias mujeres de diversas edades, plañen
escandalosamente, mientras unos hombres, con prendas de vestir rasgadas, arrojan polvo y cenizas
sobre sus cabezas, llorando y gimiendo.
El hombre sentado en la especie de trono, se percata de la presencia de Enoc y su
acompañante. Hace un gesto con la mano, invitándoles a acercarse. Enoc se acerca ante las miradas
moles-tas de los hombres que atienden al sentado en el sillón de pieles. Con gestos le indican que se
incline ante la presencia del hombre, pero Enoc solo hace una ligera venia a modo de saludo
respetuoso. Lo mismo hace Lamec.
—¿Es él? —pregunta el hombre, mirando a Enoc, y señalando a Lamec.
—Sí, mi señor Set. Es Lamec, hijo de mi hijo Matusalén —responde Enoc.
—Acércate, Lamec, hijo de mi sangre —invita Set.
Set recoge un envoltorio cuidadosamente forrado en cuero curtido y cocido. Luego toma la
mano de Lamec, pone el envoltorio sobre ella y luego su propia mano sobre el envoltorio.
—Este es el testimonio de la historia de los hombres, al ser creados en el jardín de Dios, y
luego expulsados de él. Enoc tiene una copia. Pero este es el que escribió mi hermano, Abel. Lo he
conservado todos estos años. Mas ahora debe ser entregado al que tiene el derecho legal, para que
traspase mundos y llegue a ser vocero del Altísimo, hasta que llegue la descendencia prometida,
para que se cumpla la palabra de Jehová escrita en este rollo.
Lamec escucha absolutamente sorprendido todas las palabras proferidas por el patriarca Set.
No alcanza a percibir su significado ni porqué estos rollos deben ser entregados a él, precisamente.
—Y ahora, deben marcharse —agrega Set—. Yo debo dar órdenes para el entierro de mi
padre y padre de todos. Sé que hay muchas preguntas en tu cabeza, Lamec, hijo mío. Enoc, padre de
tu padre, te explicará lo que debes saber por boca del Altísimo.

Al salir del villorrio, Lamec no puede dejar de repasar sus perturbados pensamientos. Enoc,
su abuelo, camina a su lado con una leve sonrisa en el rostro, que le llena de curiosidad. ¿Qué suerte
de encomienda se le ha entregado precisamente a él? ¿Y porqué a él? ¿Acaso no es su abuelo, el
profeta de Dios? ¿No debería ser él el custodio de tan invaluable documento? Sea como sea, parece
que su abuelo no tiene intenciones de aclarárselo por el momento. Solo le ha comunicado que deben
apresurarse a llegar a casa de Matusalén.
Al llegar la noche, de camino, Enoc y Lamec se guarecen en una cueva de pastores, junto a
un abrevadero. El clima agradable del ambiente les invita a retozar fuera de la cueva, recostados
sobre unas pieles curtidas por Lamec y que siempre lleva consigo cuando viaja. Enoc a llenado sus
ve-jigas de cuero curtido y sellado, con agua fresca del abrevadero. Una fogata improvisada con leña

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

del lugar les provee luz y calor. Lamec no puede dejar de pensar en todos los acontecimientos de ese
día. Y no puede evitar tampoco, preguntar a su abuelo las cosas que le perturban...
—Señor mío... ¿Porqué el patriarca me entregó a mí el rollo de Abel? ¿No deberías tú
hacerte cargo de él, ya que eres el santo de Dios?
—Porque así lo ha dispuesto el Altísimo, hijo mío. Pero no puedo adelantarte nada más,
hasta que hable con mi hijo, Matusalén, tu padre. No te inquietes, todo se te declarará a su debido
tiempo.
—¿Tú le hablaste de mí?
—¿Al Patriarca? No. No fue necesario. Él sabe.
—¿Sabe? ¿Qué sabe? No entiendo, padre mío...
—Ya lo entenderás, hijo. El Patriarca está muy al tanto de todo. De nuestras alegrías y penas.
De la maldición que pesa sobre el suelo por causa de Adán. Y de la inmensa pena que arrastra la
humanidad. Por eso puso por nombre a su hijo ―Enós‖, que significa ―hombre moribundo‖,
―enfermizo‖.
—Lo dices por nuestro final... ¿Todos terminaremos como Adán, padre mío?
—Todos vamos hacia el camino de toda la tierra, hijo. Pero no al final de Adán. Él ya no
volverá del polvo. Los demás sí. Incluso Abel. Está escrito en su rollo.
—¿Lo está?
Enoc, sin responder a la pregunta de Lamec, extrae el rollo de Abel guardado en la alforja de
Lamec. Luego de buscar una línea en particular, se la señala a Lamec...
—Mira. Lee...
Lamec lee...:
—―...Y pongo enemistad entre ti y la mujer y entre tu descendencia y su descendencia,
ésta te aplastará la cabeza y tú insidiarás su talón.” ¿Cómo lees aquí el regreso del polvo, mi
señor?
—La descendencia no solo deberá aplastar la cabeza al Resistidor, sino deshacer todo el daño
que éste causó, lo que incluye la muerte. Solo así tendría sentido el acto de ajusticiamiento. Además
Set agregó al rollo de Abel, las palabras de sentencia a Caín. En ellas el Altísimo dice a Caín:
“¿Qué haz hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. El clamor
se expresa como un reclamo a la justicia, y ésta solo se completa restaurando la vida de Abel,
injustamente truncada. Solo regresando a Abel del polvo, Jehová puede contestar ese clamor.
—Tienes razón, mi señor. No lo había comprendido. Es patente que tienes el aliento de Dios
en ti. ¿Es Eva la mujer a la que señala el Altísimo en este pasaje, padre mío?
—Es lo que ella creyó. Pero es evidente que no es así. Hay otra mujer, misteriosa para la
humanidad, que tiene parte en este drama. Una mujer cuyos orígenes son de tiempos inmemoriales,
y que radica en los confines del Todopoderoso. Su identidad deberá permanecer secreta hasta los
fines de los tiempos.
—¿Tu sabes quien es ella?
—Lo sé.
—¿Y quién es?
—No puedo revelarlo, hijo mío. Es secreto sagrado del Altísimo. Permanecerá en las
sombras hasta que el Revelador de secretos lo devele, a su debito tiempo, por medio de la
descendencia prometida.
—¿Y los custodios del nombre de Jehová, lo saben?
—Ellos no son siervos de Jehová. No pueden saberlo. Son engañadores, como la voz en la
serpiente —dice Enoc, con energía—. Usan el nombre del Altísimo de manera vulgar y fetichista.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Supersticiosos y falsos maestros, condenados de antemano por el Altísimo, a la destrucción de los


inicuos que actúan inicuamente contra el propósito de Dios.
—Pero hay muchos que invocan el nombre de Jehová —responde con respeto Lamec.
—Lo sé. Pero lo hacen impropiamente. En los días de Enós comenzó ese fingimiento. Dejó
registrado ese hecho el Patriarca, Set, cuando escribió después del registro del nacimiento de su hijo
Enós: “Desde entonces se comenzó a invocar el nombre de Jehová”. —Enoc se pone de pié y
comienza a echar algunos trozos de leña al fuego, como si se tratase de pecadores impenitentes—.
Ay de ellos porque andan en los caminos de Caín. Ay de ellos, porque viene Jehová, para argüir a
todos los impíos sobre sus obras sacrílegas que cometen y por sus palabras irreverentes que
profieren contra Él.
Luego de la plática, los dos hombres se recuestan sobre las pieles y se disponen a dormir. El
lejano aullido de un lobo, se le antoja como una señal premonitoria a Lamec, de cosas desastrosas
que se ciernen sobre la maltratada humanidad. La confianza en el propósito de Jehová, que tan
profundamente ha arraigado su abuelo Enoc en su corazón, le trae la calma a su mente inquisitiva.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El legado de Enoc
—Capítulo Quinto—

Matusalén no puede disimular el enfado que le producen las palabras de su padre. Aunque
procura responder calmado, no siempre lo logra...
—No sé por qué te empeñas en hacer que Lamec pierda su tiempo, persiguiendo... sueños
que nadie más que tú cree, padre...
—Matusalén, hijo... ¿Porqué no te interesas en los propósitos del Altísimo? Cuánto me
hubiera regocijado que tú, mi primogénito, sintieras aprecio por las cosas sagradas. Pero si es tu
elección no hacerlo, no impidas que Lamec sí se interese. No estorbes la voluntad del Creador. De
otro modo te estarás alistando entre los que combaten contra Dios.
—El único combate que aquí se ve, es entre tu testarudez y la de esos ―Custodios del nombre
de Jehová‖. No sé cuál es más molesto, o tú o ellos.
—Sabes que ellos no representan al Creador, Matusalén, hijo —responde Enoc, después de
un largo suspiro de resignación—. Ellos se han encargado de difamar el nombre del Altísimo,
utilizándolo de manera impía y supersticiosa. Pero lo que aquí he venido a hacer, no es a hablar de
ellos, sino a preguntarte lo que ya te he consultado. Y no te haz dignado a responderme...
Matusalén da una mirada de ofuscación a su padre. Le irrita su insistencia en el tema. Por
ello guarda un tozudo silencio. Lamec solo atina a mirar a su abuelo Enoc, quien pacientemente
espera la respuesta de su hijo. Luego de un instante, Enoc pone su mano derecha sobre el hombro de
su hijo Matusalén...
—Por última vez, hijo... te pregunto delante del Dios Altísimo... —Enoc mira al cielo dando
una connotación solemne a su pregunta—. ¿Aceptas, como mi primogénito y, por derecho legal,
hacerte cargo de la custodia y diseminación de los rollos sagrados escritos por Adán, Abel y luego
Set, quién los entrega a tu custodia, por derecho, y para sumar a ellos tu propia escritura acerca del
desarrollo del propósito de Dios para la tierra?...
Ante la insistencia de su padre, Matusalén opta por responder al fin...
—¿Y de qué me ha servido la primogenitura, padre? ¿Me ha dado alguna ventaja sobre mis
hermanos? Mira —dice Matusalén mostrando las palmas de sus manos a Enoc—. Estas manos han
labrado la tierra maldecida por tu Dios. He tenido que arrancarle con sangre el alimento de sus
entrañas... ¿Y me hablas de primogenitura? Tengo muchas cosas importantes que hacer, para estar
perdiendo el tiempo con... con cosas ―sagradas‖. Dáselas a mi hijo, Lamec. Seguramente él las
apreciará, así como aprecia tus devaneos, padre...

Enoc retira lentamente su mano del hombro de Matusalén. Su mirada triste se dirige a su
nieto, Lamec, quien ha quedado estupefacto ante las palabras de desprecio hacia las cosas sagradas
por parte de su padre. Enoc, después de un suspiro, responde calmo a su hijo Matusalén...
—Yo te he relatado, hijo, cómo el Altísimo me ha informado de su propósito sagrado, y de
cómo nuestra familia, por la línea de Set, ha sido favorecida con la promesa de Dios de llevar a la
humanidad a una descendencia que restaurará todas las cosas, y el Altísimo me reveló que un
vástago de mi casa traería descanso a la humanidad y a la tierra, maldecida por nuestro Dios por
causa del pecado de Adán. Por esa razón te puse por nombre: Matusalén, que declarado es ― El
proyectado‖, porque pensé que tú serías aquel vástago. Pero tú haz rechazado la bondad de Dios. Por

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

tanto, séate sabido que por derecho, este privilegio pasa a tu hijo Lamec, y a su descendencia. Luego
dirigiéndose a su nieto Lamec, dice —Vamos, Lamec, no hay nada más que debamos hacer aquí...
Matusalén, con un gesto despectivo, despide a su padre y su hijo.

Lamec ha terminado de ordenar la mesa para su abuelo. Su casa, sin los ostentamientos tan
comunes de sus contemporáneos, es sencilla y bien arreglada. Un pan recién preparado y vino
fresco, componen su comida. Enoc pide la bendición de Dios sobre el alimento. Lamec se sirve un
boca-do de pan, y con curiosidad se dirige a su abuelo...
—Padre mío... te oí decir a mi padre que el Altísimo te había revelado que un vástago tuyo
traería descanso a la tierra maldecida por Dios... ¿Se refiere a la descendencia prometida? ¿Aquél
que aplastará la cabeza del opositor?
—No, hijo. Este vástago saldrá de la parte interior de tu muslo. Él llevará los sagrados
escritos a través de mundos, para la preservación de la palabra del Altísimo y de sus promesas.
—Pero si yo no he decidido tener esposa. Estar solo me permite seguir tus caminos, mi
señor...
—Pues deberás hacerlo, Lamec. De ti saldrá aquel que traerá descanso a la tierra, mas no a
los hombres impíos que no alargarán sus días sobre esta tierra de Dios.
Lamec queda profundamente impresionado por las palabras de su abuelo. Sabe que es un
hombre de Dios, y que todo lo que el Altísimo le revela, se cumple. Su cabeza es un torbellino de
preguntas e inquietudes...
—¿Porqué el Patriarca Set entregó los santos escritos a mí, si éstos le correspondían a mi
padre Matusalén?... No entiendo, padre mío.
—Aah, Lamec. Los caminos del Creador son un misterio para los que no lo aman ni se
interesan en sus propósitos, como tu padre, mi hijo Matusalén —dice Enoc, llevándose un bocado de
pan a la boca, y sorbiendo un poco de vino—. Pero no tienen que serlo para ti. ¿No comprendes que
Jehová ya tenía designado el privilegio a tu persona? Esa fue la instrucción que Set recibió de Dios,
por mi palabra. El Altísimo, que conoce los corazones, ya había desestimado a tu padre, pero era
menester que él mismo se apartara de la promesa por su propia boca. Solo espero que en las
postrimerías de los tiempos, sepa hallar el camino correcto. Y tu también, hijo mío.
—¿Cuándo deberé casarme, padre?
—El Altísimo te lo hará saber, Lamec. Cuando nazca el primer vástago de tu muslo, deberás
de llamarlo ―Noé‖.
—¿Noé? Eso significa ―Descanso‖, ―Reposo‖. ¿Qué significa todo esto, mi señor?
—Es porque él nos traerá consuelo y alivio del duro trabajo y del dolor de nuestras manos
que resulta del suelo que Jehová ha maldecido.
—¿Cuándo será eso, padre mío?
—Está aún en los tiempos postreros, hijo. Pero luego que él nazca, el cielo bajará a la tierra,
y la confusión se hará más grande, y los hombres avanzarán de mal en peor, matando y violentando
a sus congéneres. Y procurarán hacer daño al vástago de tus entrañas. Pero la ira del Altísimo subirá
a su nariz, y Jehová vomitará el torrente destructor, llevándose al mundo impío y a los rebeldes y
poderosos que habrá en esos días.
Esas palabras son demasiadas para Lamec. Su corazón da golpes en su pecho. Casi sin
fuerzas desea saber más de todo ello...
—Dices que el cielo bajará a la tierra... ¿Es lo que dijo Lamec-Caín? ¿Que Dios enviaría a
sus ángeles a ayudar a la humanidad?...
—No es la tierra el lugar de los hijos del Dios verdadero, Lamec. La tierra es para los
hombres, así como el cielo el lugar de habitación para los hijos del Dios Verdadero.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¿Entonces?
—Se está gestando una gran rebelión, mayor que la que se gestó en el jardín vedado. El
opositor está fraguando un ataque al propósito de Dios para la tierra. Como una gran serpiente, su
cola está arrastrando a las estrellas del cielo y las hará caer a la tierra. Pero tu no te dejes engañar,
hijo mío. No es el Altísimo quien está detrás de ello.
—¿Qué son las estrellas, padre?
—Son la decoración de los cielos. Pero tu no las verás... Tu hijo, el vástago prometido, él las
verá. Y sus hijos con él. Después que sea removido el torrente de los cielos, al comienzo del nuevo
mundo. Más ése no es el último mundo. Habrá otros en los cuales el Altísimo llevará a su
culminación el secreto de su propósito eterno para la tierra.
—Pero... ¿ No dices tu, que las estrellas caerán a la tierra? Esas estrellas que caerán... ¿Las
veré?
—Las verás. Y tu vástago también. Y también las verá tu padre, Matusalén. Pero ya no
pertenecerán a los cielos. Se habrán separado de la decoración de Dios. Y su fin está señalado para
la parte final de los mundos venideros. Son parte de la descendencia de la serpiente que entra en
enemistad con la descendencia de la mujer de Dios. Ellos traerán el engaño y la confusión, y
multiplicarán la violencia y la maldad en la tierra.
—Todo eso que dices, mi señor, es muy atemorizante... ¿Y tú, no estarás presente cuando
caigan las estrellas?
—El opositor me odia, porque doy testimonio acerca del Altísimo, y porque pongo al
descubierto los hechos inicuos de su descendencia, y no sigo el derrotero de toda la tierra. El y sus
esbirros procuran mi destrucción, pero mi Dios, como un terrible poderoso, me tiene cubierto con
sus alas remeras. No tengo miedo de ellos. Pero el Altísimo me ha dado una encomienda, que debo
cumplir.
—¿Y cuál es, mi señor?
—Poner al descubierto las obras inicuas de todos los inicuos que ofenden su nombre santo.
Deberé vocear por las calles y territorios lejanos su juicio venidero. Solo mi Dios sabe hasta cuando
permaneceré en la tierra de los vivos. No me lo ha revelado.
—¿Deberé acompañarte, padre mío?
—Tú tienes tu propia encomienda, hijo. Se leal con ella. Custodia los escritos sagrados, ya
que tu hijo deberá registrar en ellos los tiempos venideros y la historia de los hombres cuando el
cielo baje a la tierra. Deberás inculcar en el vástago, el amor por las cosas sagradas, y enseñarle
todas las cosas que yo te he enseñado a ti, acerca de los caminos del Todopoderoso. Él traspasará
mundos y llevará la semilla de Adán, para el cumplimiento del mandato de Jehová a los hombres.
Al día siguiente, Lamec despide a su abuelo con lágrimas. Presiente que quizás ya no lo
vuelva a ver. Sin embargo guarda la secreta esperanza de verlo en el tiempo de la restauración de
todas las cosas. Los dos hombres se abrazan largamente, y emocionados. Cada uno deberá cumplir
con un propósito asignado por Dios para ellos. Deberán ser leales a sus encomiendas, a pesar de sus
sentimientos y afectos.
La figura de Enoc se va haciendo cada vez más pequeña a la vista de Lamec, a medida que se
aleja por el camino, hacia la culminación de su tarea asignada por el Altísimo.

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Se planta la raíz de Lamec


—Capítulo Sexto—

57 años después...

Esa noche Lamec no pudo dormir. Por alguna extraña razón un presentimiento le había
mantenido en vela. Ahora permanece de pié en el umbral de la puerta de su casa, oteando hacia el
horizonte. Aún las sombras de la noche no se han marchado del todo. Sus pensamientos están con su
abuelo, Enoc. ¿Dónde se encontrará en estos momentos?
Hace ya cinco años que lo vio fugazmente, reprendiendo a unos cazadores de animales que
se dirigían en caravana hacia el norte. Le preocupa que los ―comedores de carne‖, atenten contra la
vida de su abuelo profeta. «El Altísimo no ha autorizado comer la carne de animales», suele
reconvenir Enoc con entereza y valor a los violentos cazadores. «El Altísimo bajará con sus santas
miríadas a traer las culpas de los inicuos sobre sus propias cabezas» suele decirles. Ya en varias
ocasiones El Todopoderoso lo ha rescatado de las manos de aquellos que han querido quitarle la
vida.
Su abuela se desvive recomendando a Enoc, su esposo, que no sea tan ―celoso‖ con su
comisión de profeta. Pero su abuelo considera ―una vejación al Santo nombre de Dios‖, si
disminuyera su fervor y tesón con que da advertencia del Juicio Divino. Hace unos días, Lamec
recibió un mensaje de Enoc, por boca de uno de sus parientes que se trasladaba más al sur de su
vivienda: “Veré tu rostro, no mucho tiempo después que recibas este mensaje. Mi Dios tiene una
encomienda para ti, y yo necesito tu ayuda... no te muevas de tu casa hasta que nos veamos cara a
cara. La paz sea contigo”. Tal vez sea este mensaje que ha recibido, el responsable de su dificultad
para conciliar el sueño. Ha estado despertando varias noches con ese presentimiento de ver a su
abuelo en cualquier instante. Sus ojos se cierran de sueño... un extraño arrobamiento le invade. Se
deja caer sobre el suelo, sentado contra la pared de su casa. La imagen de su abuelo Enoc, se le
presenta en su arrobamiento. Su figura resplandece...
«Lamec... Lamec, hijo mío. Ve donde mi esposa y dale este mensaje...: ―Mujer, amada,
compañera de mi caminar por la tierra de los vivientes... Me voy por el camino que Jehová me ha
trazado... No volveré a ver tu rostro, por designio del Altísimo. Ve a casa de Lamec, él se hará cargo
de ti y de tu sostén, hasta que nos veamos de nuevo en el tercer mundo, la tierra de Jah‖. »
Lamec no percibe si está en medio de un sueño, o realmente en la presencia de su abuelo.
Entre sueños solo procura preguntar...
—Señor mío, ¿Cómo sabré si no es sueño....?
La imagen de su abuelo se hace más brillante, de tal modo que Lamec no logra distinguir su
rostro. Sin embargo su sonrisa es claramente visible para él. Su voz suena suave y consoladora...
«Lamec... Encontrarás un asno atado en el cercado detrás de tu casa. El animal está aparejado
y lleva comida para tres días de camino. Él asno te llevará donde mi mujer. Ella está en casa de
parientes. Así sabrás que es la mano del Altísimo la que está haciendo que nuestras vidas se separen
para cumplir su propósito y secreto sagrado. Trae a mi mujer a tu casa y cúidala en su vejez. En casa
de nuestros parientes, donde se encuentra mi esposa, hallarás a una pariente tuya, Rahel, de hermosa

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

apariencia. Tómala por esposa y tráela a tu casa. Ella te dará a luz un retoño, la raíz que está destina-
da a traspasar mundos».
La luz de la mañana hiere los párpados de Lamec, quien abre sus ojos con dificultad. Casi
dormido se dirige a la parte trasera de su casa. Su corazón da un vuelco: Un asno adulto se encuentra
amarrado en el cercado, aparejado y listo para emprender el viaje, tal y cual como se lo dijera Enoc
en el arrobamiento.
Al subir al animal, éste se dirige hacia el norte sin orden de Lamec, como si supiera
exactamente dónde dirigirse. Lamec lo deja caminar sin estorbo. Camino de tres días, llega al
poblado de los parientes de Enoc, sus propios parientes.
Una mujer joven otea por la ventana, hacia el camino. A lo lejos se ve un hombre sobre un
asno que se acerca a la casa. La mujer se vuelve hacia otra de mayor edad que la acompaña...
—¿Es ese el hombre, hijo de tu hijo, el que esperamos?
—Es él.
La mujer joven toma su velo y se cubre el rostro.
—¡Padre, ya viene! —dice, llamando hacia adentro de la casa.
Un hombre mayor y dos de sus hijos se acercan a la ventana a constatar el aviso de su
hermana. Luego de mirarse entre sí, se dirigen a la mujer joven, a modo de bendición...
—Hermana nuestra eres tú, e hija de nuestro padre. Multiplícate en miles de millones y que
tu posteridad se apodere del renacer de mundos. Y que el vástago destinado a nacer de tus entrañas,
traiga descanso a la tierra maldecida por el altísimo, así como ha dicho Enoc, el hombre de Dios.
El hombre en el asno, se baja del animal al llegar al pórtico de la casa, su vista se posa en un
campamento a lo lejos. La mujer mayor sale a su encuentro, gozosa...
—Lamec, hijo mío —le saluda su abuela, esposa de Enoc—. Bendito sea el Altísimo que te
trajo hasta aquí.
La mujer lo besa en el cuello y lo hace pasar a la casa, mientras unos sirvientes se llevan el
asno a las caballerizas.
—¿Haz venido por instrucción de mi esposo, hijo mío? —pregunta llena de ansiedad, la
mujer.
—En un sueño se me declaró hace tres días, y me dio mandato concerniente a ti y sobre una
pariente llamada Rahel —dice en respuesta Lamec.
—De Jehová viene esta cosa, hijo mío. Rahel te espera desde hace un día para acompañarte a
tu casa como esposa tuya. Ella adora a Jehová, el Dios de Abel y de Enoc. Ven para mostrártela.
La mujer joven, de hermosa apariencia, sale al llamado de la esposa de Enoc, acompañada de
su padre y su madre. Cubre su rostro con su velo, el que resalta sus hermosos ojos color miel. Luego
de besar la mano de Lamec, hace la reverencia que acostumbran las esposas ante la presencia de su
dueño.
—Bendita seas de Jehová, mujer. Porque no te opusiste a su voluntad, aún sin conocerme
estás dispuesta a irte con un extraño.
—Nuestra hija no va con un extraño, mi señor —responde el padre de la muchacha, haciendo
una reverencia—. El hijo del profeta no es un extraño para nosotros. Sabemos de ti desde hace
mucho, y de cómo haz acompañado a tu abuelo en su peregrinar por la tierra de Dios, y que no te
haz acobardado ante las amenazas de los que han dejado los caminos del Altísimo. Solo que, si es tu
bondad amorosa para con nosotros, deja a la muchacha por esta noche para que la lloremos con su
madre y sus hermanos, y llévatela al despuntar el alba, y haz con ella según lo que te ha indicado tu
Dios, y según lo que sea bueno a tus ojos.
—Haré según tus palabras —responde Lamec—, por que el viaje es largo y el asno debe
descansar, para llevar a tu hija sobre sus lomos.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—No mi señor —responde el hombre—. Si no que mañana la enviaré con una dote para
Jehová, y saldrán las mujeres contigo y con seis camellos que están dispuestos y aparejados para el
viaje.
—Jehová compense tu bondad amorosa, y multiplique tu ganado diez veces, por esta cosa
que estás haciendo.
Esa noche Lamec dialogó hasta avanzada hora con su abuela, esposa de Enoc. Luego se
retiró a su canapé, junto a los siervos de la casa.
A la mañana siguiente, casi al alba, el padre de Rahel, su madre y sus hermanos se despiden
de su hija, con mucho llanto y gemidos. Ayudan a Lamec y su abuela a aparejar los camellos, y
subir a ellos. Lamec notó el campamento de viajeros nómades a unas 60 cañas de distancia (*), en el
cual no había reparado mucho el día anterior.
—Esos hombres de allí, ¿son de tu clan, mi señor? —pregunta Lamec al padre de Rahel.
—Son cazadores. Han estado vigilando nuestra casa desde hace varios días. Nuestros
hombres están vigilantes para defendernos, en caso de algún ataque. Pero hasta hoy, solo se
conforman con vigilarnos. He dado mandato para que ustedes sean acompañados por un día de viaje
hasta que estén a salvo.
—¿Qué estarán esperando, padre mío? —pregunta Rahel.
—No lo sabemos, hija mia. Pero los hombres piensan que esperan que venga Enoc, con
alguna intención inicua.
—¿Porqué lo piensan, mi señor? —interviene Lamec.
—Hace unos días uno de ellos se acercó a nuestros pastores a pedir agua, y preguntó si
conocíamos el paradero de Enoc. Por supuesto ellos lo negaron. Jehová ha protegido a tu abuelo,
señor mío. No ha consentido en dejar que caiga en manos desaforadas. Pero debes advertir a Enoc,
que se cuide de los cazadores. Ellos están ofendidos por los juicios que tu abuelo denuncia contra
ellos.
—¿Porqué creerán que Enoc vendría a este lugar, padre?
—Ellos llevan sus ofrendas mentirosas a los sacerdotes defensores del nombre, y ellos les in-
forman. Son socios de lo malo —interrumpe Lamec, contestando la pregunta de Rahel—. Pero su
juicio está reservado para el día de la destrucción de los inicuos, como enseña Enoc. —Dirigiéndose
a su abuela dice: —Seguramente por eso él no vino y me envió a buscarte madre.
La caravana de camellos avanza por la tierra desértica en dirección Sur, hacia la casa de
Lamec. A un día de camino los hombres de la casa de su suegro, se apartan de la caravana de
Lamec, al notar que han dejado de ser seguidos por los cazadores. Al llegar la noche, a mitad de
camino, Lamec enciende una fogata para vigilar y hacer dormir a las dos mujeres. Levanta una
pequeña tienda donde amontona unos bultos en lugar de las mujeres, y dispone unas pieles y abrigo
entre los camellos donde prepara el descanso para ellas. A la segunda vigilia de la noche, mientras
dormita sobre su báculo, siente un extraño ruido desde la oscuridad de la noche. Se aparta de la
fogata, como a un tiro de piedra y apronta su honda, vigilando el fuego y la pequeña tienda. En
medio de las sombras, e iluminado por la lumbrera menor, percibe un bulto que se mueve con sigilo
entre las rocas cercanas. Al cabo de un instante, al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, ya no le
queda ninguna duda. Un hombre se acerca con sigilo a la pequeña tienda. Lamec se le acerca por
detrás, como a unos 10 codos de distancia. Lamec afirma con fuerza su báculo con las dos manos. El
hombre se da vueltas intempestivamente, levantando su propio báculo por sobre su cabeza. Una
fuerte exclamación sale de la garganta de Lamec...
—¡Enoc, padre mío!
—¿Lamec? ¿Eres tú hijo, mío?
—¡Padre mío! ¡Qué susto me diste!...

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¿No deberías estar descansando para proseguir viaje mañana, hijo mío? –pregunta Enoc,
tomando a su nieto por el antebrazo—. Las mujeres necesitaran de tu lucidez y agudeza cuando
prosigas camino.
—He estado en vigilia, por unos hombres que nos seguían. Cazadores, que han estado
buscando tu alma, Padre mío.
—No debes temer, Lamec. El Altísimo ha dado orden en cuanto a ti, y en cuanto a mí, a sus
santos ángeles para que nos guarden de la mano de los impíos. Debes descansar y dormir lo
suficiente, para llevar a tu nueva familia a tu casa.
—La madre de mi padre, tu esposa, está entre los camellos ¿Deseas que la despierte para que
hables con ella?
—No. No lo hagas, Lamec. Ya me he despedido de ella, en sueños. Ahora debo seguir los
designios del Altísimo para mí. Ve a tu casa, en paz, y deja a las mujeres a cargo de los quehaceres.
Luego, después de siete días, y de conocer a tu mujer, encuéntrate conmigo en la encrucijada de los
caminos principales, donde nos vimos cuando nos dirigíamos hacia la residencia del Patriarca,
¿recuerdas?
—¿Adónde iremos, padre mío?
—Jehová quiere que registres mi última encomienda en el rollo sagrado. Deberé expresar
juicio contra los inicuos que falsamente pretenden representar al Altísimo, y cuya lengua mentirosa
es azuzada por el Resistidor y Calumniador. Toma... lleva mi báculo contigo. Éste será desde hoy, el
tuyo. Registra en él, el nombre del vástago bajo tu propio nombre, así como yo registré el nombre de
tu padre y el tuyo.
Un sueño profundo invade a Lamec, quién no percibe la despedida de su abuelo, y cuya
Figura tenue se desvanece entre las sombras de la noche.

A la mañana siguiente, la lumbrera mayor en los ojos le obliga a despertar. Se encuentra


apoyado en su báculo... ¿habrá sido solo un sueño la conversación con su abuelo la noche anterior?
Pero parecía tan real... Luego su corazón parece dar un vuelco. Se percata que el báculo bajo sus
manos, es el de su abuelo Enoc. El nombre de su abuelo, el de su padre Matusalén, y el suyo,
Lamec, se distinguen claramente como hermoso tallado en el báculo de madera de caoba.
Luego de desayunar y aparejar los camellos para el viaje, la caravana de camellos, Lamec y
las dos mujeres, siguen su marcha por el camino árido. Lamec no informa de la presencia de su
abuelo a las mujeres. Entiende que es el deseo de Enoc. Así, Lamec, tomó a Rahel y fue su esposa.
La amó y le encomendó el cuidado de su abuela, madre de su padre, Matusalén.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

La transferencia del profeta


—Capítulo Séptimo—

Lamec avanza hacia la encrucijada de los caminos, según le indicara su abuelo Enoc. El viaje
de varios días se ha reducido, debido a la monta del camello en que viaja. Al llegar a la encrucijada,
percibe la tienda de su abuelo. A una orden de Lamec, el camello se inclina para permitir que su
amo se apee. Su abuelo sale de la tienda y lo besa en el cuello.
—Lamec, hijo. ¿Le va bien a mi mujer, y a tu esposa?
—Les va bien —responde Lamec, inclinándose ante su abuelo, y besando su mano—. Mi
madre, tu esposa, te envía su bendición, con muchas lágrimas y llanto, padre mío.
—Lo sé, hijo mío. Lo sé. Ha sido difícil para ella sujetarse a la voluntad del Altísimo y
esperar mis ausencias. Jehová la recompensará por ello. Ahora deberá llorar mi partida, pues ya le
he comunicado que no volverá a ver mi rostro.
—¿Es ahora, padre mío?
—Es ahora. El tiempo de la denunciación ha llegado, y debo anunciarlo en el mismo nido de
serpientes, la casa de los falsos profetas, los que dicen representar al Alto, y que son descendencia
de la Serpiente. Falsos maestros que extravían y son extraviados. Son esclavos de su propio vientre.
Pero su fin ha sido anunciado por el altísimo al proferir Él juicio contra la Serpiente y su
descendencia, que son ellos.
—Pero en dos días es la fiesta de la procesión. Habrá muchos adoradores del nombre en la
piedra. Tal vez miles de ellos. No se moleste mi señor, pero debo preguntar... ¿Es mandato del
Altísimo enviarte a los que buscan tu alma? ¿Se te deberá entregar como sacrificio de libación, sobre
la tierra de los peñascos altos?
—La mano del Alto no está acortada, Lamec. Debemos hacer precisamente como Dios nos
manda. Sin dudar nada. Sus caminos son caminos de justicia y sabiduría. Él te ha dicho lo que debes
hacer, y espera que lo hagas precisamente así. Como yo lo estoy haciendo hoy. Vamos, debemos
partir.
Lamec ayuda a su abuelo a montar sobre el camello. Luego se sube tras las ancas del animal,
que se levanta lentamente hasta ponerse en camino, llevando a los dos hombres sobre sus lomos.
Al cabo de dos días de camino, llegan a las faldas del monte mas alto del lugar. Allí se
encuentran miles de peregrinos, adoradores del nombre en la piedra. Enoc está cubriendo su rostro
con su mantilla listada, de modo que no es reconocido por ellos. Inician la subida del monte junto a
de-cenas de hombres y mujeres que se dirigen a la parte más alta del montículo, donde se encuentra
la piedra sagrada de los cazadores y agricultores. El nombre del Altísimo está tallada en ella, según
su creencia, por el vigilante del Jardín vedado. Al llegar a la sima, pueden contemplar la enorme
piedra que sobresale del suelo y con el nombre de Jehová grabado en el frente de la roca. Seis
gigantescos pilares de piedra rodean la roca sagrada a modo de círculo. Tres rocas planas y largas,
descansan horizontalmente sobre cada par de pilares. Los visitantes se turnan, haciendo fila, para
besar la roca en el lugar donde está grabado el nombre de Dios. Unos hombres vestidos con túnicas
blancas, reciben las ofrendas de los visitantes, que consisten en diversas clases de animales y el
producto de la tierra, así como pieles de diferentes animales. A cada visitante que entrega sus
ofrendas le colocan un collar con una réplica en miniatura de la roca sagrada. En la parte baja del
montículo, se aglomeran los comerciantes de pieles y productos de la tierra, quienes truecan sus

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

productos por especias y frutos secos muy apetecidos por los viajeros. También comercian vino
dulce, el cual es consumido con mucho entusiasmo por los asistentes.
Enoc ha estado retrasando su ingreso en la fila de los ―besadores de la roca‖, lo que
comienza a despertar la atención de los adoradores y los hombres de túnica blanca.
—¿Qué suerte de conducta es esa, hermano? —pregunta uno de los hombres de túnica a
Enoc—. ¿Porqué retrasas tu posición en la fila? ¿Acaso dudas del poder de la roca, que puede traer-
te prosperidad y quitar la maldición de Jehová de tu tierra? Debes besar la roca, entregar tu ofrenda,
y mostrar así tu sumisión a Jehová.
—Yo no necesito besar la roca para mostrar mi obediencia al Altísimo —replica Enoc,
retirando su mantilla de la cabeza para que todos lo reconozcan—. Él nunca ha demandado eso de
los hombres... ¿Acaso se les ha dado a ustedes la encomienda de hablar por él a los hombres?
—¡Es Enoc! —gritan al unísono los hombres de túnica.
—¿Qué esperamos para quitar a este hombre de la tierra de los vivientes? —gritan otros que
están en la fila para besar la roca—. ¿No ha traído este hombre, ostracismo al nombre sagrado
negándose a reconocer la posición de los custodios del nombre?
Lamec se ha retirado del tumulto, un poco mas atrás, por estrictas instrucciones de su abuelo
quien le informó que Jehová había instruido acerca de su participación en esta ocasión. Enoc no se
amedrenta por las amenazas de los hombres, más bien, valientemente levanta su brazo que sostiene
el báculo que una vez fuera de Lamec.
—¡Escuchen lo que Jehová tiene que decirles, obradores de lo perjudicial, hacedores del
pecado, descendencia de la serpiente del jardín!
«¡No te escucharemos, Enoc! ¡Si no que te haremos tal y como se le hace a los malditos de
Jehová.»
La muchedumbre se abalanza sobre Enoc, quien sostiene sus brazos en alto. Su rostro
comienza a resplandecer y toda su ropa se vuelve brillante como el electro. La muchedumbre
retrocede apavorada. Se oyen truenos en el cielo. Enoc es subido por el espíritu a la parte superior de
la roca, y desde allí les habla con voz de trueno...
—¡Miren! ¡He aquí que ha venido el señor Jehová, soberano de los ejércitos, con sus santas
miríadas! ¡Para traer juicio contra todos, para probar la culpa de todos los impíos sobre todas sus
obras inicuas que perpetraron inicuamente, y acerca de todas las palabras irreverentes y ofensivas
que profirieron contra él los pecadores blasfemos!
Un silencio sepulcral se produce entre todos los que contemplan la escena. Incluso Lamec,
con sus ojos desmesuradamente abiertos observa con sus cuencas adoloridas por la resplandeciente
luminosidad, y escucha las palabras de su abuelo, el profeta e Jehová.
—¿Cómo habrán de huir del juicio de Adán, y del juicio de Caín? —continúa Enoc—.
¡Ustedes, los que dicen representar Su Nombre Santo y ser custodios de Su fama!... ¡Ustedes que
han manchado Su Nombre Santo, y lo han convertido en objeto de superstición y superchería! Que
han rebajado Su poder a un trozo de piedra que cuelgan de sus cuellos. ¡Perezcan por medio de esta
piedra y se les aplaste con ella, practicantes de lo que es perjudicial! ¡Sea su fin exactamente como
el de su padre, el Opositor y el Difamador, que engañó a Eva y sedujo a su esposo Adán, por medio
de su mujer! El cielo llorará su angustia por la iniquidad y la violencia de ustedes y perecerán por
medio de ese llanto que está destinado a venir desde lo alto. Si no se vuelven, todos perecerán. Pero
sé que no se volverán, porque son raíz venenosa, comedores ávidos de carne de animales, que
Jehová no autorizó a comer, sino a cuidar. Y que se les atragante en su garganta, difamadores de
todo lo bueno y todo lo santo!
La luminosidad que rodeaba a Enoc desaparece, volviendo a su apariencia anterior. Por un
instante, la muchedumbre permanece estupefacta, sin atinar a nada. Luego al ver que Enoc ha vuelto

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

a su apariencia normal, se abalanzan sobre la roca donde está situado Enoc, para tratar de matarlo...
Enoc nuevamente levanta sus brazos al cielo y clama con fuerte voz...
—¡Miren! ¡Los cielos se han abierto! ¡El Alto se ha inclinado en su humildad, y me extiende
su mano!
Una nube cubre a Enoc sobre la roca, haciendo que todos retrocedan atemorizados. Luego de
un instante, la nube desaparece y se diluye... ¡Enoc ya no está ahí!... Todos quedan absolutamente
perplejos por todo lo sucedido, pero no han ablandado su corazón para escuchar a Jehová, ni las
palabras de su profeta.
Lamec baja del monte, y pasa a través de los comerciantes que, boquiabiertos, aún dirigen su
vista al cielo, como si trataran de hallar allí la figura de Enoc.
De pronto, un ruido como una brisa tempestuosa comienza a sentirse cada vez más fuerte.
En medio de un fuerte retumbar, la roca con el nombre tallado en ella, se parte en mil pedazos, los
que son esparcidos en todas direcciones. Los hombres de túnica son todos muertos por las piedras,
según la palabra de Enoc, el profeta.
Ahora Lamec tiene mucho que registrar en los rollos santos. Se pregunta si su abuelo estará
en el tercer mundo... Una sonrisa se esboza en su rostro...

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El Nacimiento del vástago prometido


—Capítulo Octavo—

Ya han transcurrido 55 años desde que Enoc fuera transferido por Jehová al tercer
mundo. Un mil cuarenta y dos años desde la creación del patriarca Adán, según la cuenta sagrada de
Lamec en el báculo de su abuelo Enoc. Lamec cuenta con 168 años de edad. La violencia, la mentira
y la corrupción en la tierra, ha ido cada vez más en aumento. Debe registrarse otro importante
acontecimiento en el báculo de caoba. Lamec acaba de regresar de los confines del Norte, de la
tierra de Adán. Sentado debajo de su enredadera de calabaza, su lugar favorito de su casa por la
agradable sombra que provee, Lamec talla su báculo...
—¿Puedo hablar con mi señor, esposo mío? —pregunta Rahel, la hermosa esposa de Lamec.
—¿Debe pedir permiso, la rosa para aromatizar los confines de la casa de su señor? —
responde Lamec dejando el tallado para prestar atención a su mujer.
—La angustia misma me trae hasta mi señor.
—¿Qué puedo hacer para calmarla, con la bondad de Jehová?
—Las hermanas de tu padre, han venido hace dos días a ver a tu madre, esposa de Enoc. Y se
han burlado de mi esterilidad. ¿Debo soportar el oprobio de Jehová que me ha negado hijos, y
además tener que sufrir deshonra por boca de tus parientes, esposo mío? Juzgue Jah, entre mi y
ellas, que no respetan los caminos del Altísimo.
—Mujer, mujer... —dice en tono consolador, Lamec—. No debes prestar atención a sus
burlas. Tú llevas las estrellas del firmamento dentro de ti. ¿No dijo Jehová por boca de Enoc, el
siervo del Dios vivo, que de ti nacería aquel que está destinado a traspasar mundos, y que llevará la
semilla del hombre a través de la destrucción de los inicuos?
—Sí, mi señor. Pero mis angustias se han hecho muchas, y la espera ansiosa destruye mi
corazón.
—Lo sé, mi amada esposa. Pero el tiempo de Jehová no ha llegado aún. ¿Y quién hay que le
diga al altísimo ―tus designios no están ajustados‖, o ―tus tiempos no son mis tiempos‖? Lejos de
ello, el momento debido de Dios no llegará tarde, y sus palabras caerán a la tierra como lluvia
temprana que alegra el corazón del labrador. Traerán la fertilidad a tu vientre y el descanso a la
tierra maldecida por el Viviente.
Rahel sonríe satisfecha de las palabras de su esposo, y haya consuelo en su regazo, mientras
rodea con sus brazos a Lamec y besa su frente con ternura.
—La sabiduría está en boca de mi amado, y el consejo del Altísimo prodiga su lengua. Sea
nuestro amor como el amor de la tierra que clama insaciable por el agua del cielo, y que nunca está
satisfecha con la grosura de ella.
Lamec besa tiernamente a su mujer, acariciando sus cabellos, y secando con la orilla de su
vestidura las lagrimas de Rahel.
—Permítaseme preguntar a mi señor, y no se moleste por ello... ¿Qué talla mi señor en el
báculo de Enoc?
—La muerte de Set. Ya relaté a mi amada, mi viaje a la tierra de Adán, y mi regreso el día de
ayer, y de cómo debí entregar las palabras de consuelo de Enoc, el hombre de Dios, que él me
encargara dar a Set en su lecho de muerte. Por ello al enterarme de la agonía del patriarca, debí
viajar hasta allá. Ahora registro el año de su muerte en el báculo de Enoc.
—¿Murió Set en buena vejez, esposo mío?

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—Murió en buena vejez, después de engendrar hijos e hijas. La mayoría de ellos no andan en
el camino del Dios verdadero, con excepción de tus parientes. Ninguno de mis hermanos ni mis
hermanas tampoco se ha considerado digno del camino del Alto. Eso trajo gran desconsuelo a Enoc.
Por ello me tomó a mí como su hijo, y me hizo heredero de sus caminos.
—Y mi señor, ha sabido responder a esa herencia. Bendiga Jehová su casa por ello, desde
generación hasta generación. Y que la tierra halle consuelo por medio de su semilla que yace en mí.

14 años después...
Las matronas corren de un lado a otro, por paños limpios. Lamec espera afuera de la casa,
nervioso e impaciente. Su padre, Matusalén, quien ha venido a la ocasión, lo tranquiliza. Su abuela,
esposa de Enoc, sale de la casa en dirección a Lamec...
—Lamec, hijo mío. Tu mujer está bien. Está haciendo un buen trabajo de parto. Ha sido
doloroso, como la palabra del Altísimo le dijo a Eva. El primogénito siempre es el más difícil,
porque rompe matriz. Pero no debes alarmarte por ella. Sus gritos serán de alegría dentro de poco
cuando nazca la criatura.
—Lo sé, padre. Pero es mi primer hijo, mi primogénito. Y es el vástago asignado por Jehová.
Siento que están naciendo mundos y millones de seres clamarán en su llanto.
—Esa profecía de tu abuelo, mi padre Enoc, está por cumplirse, hijo —dice Matusalén,
tomando por el hombro a Lamec—. Durante todo este tiempo he sido un cabeza dura, pero espero
que el Altísimo bendiga a tu descendencia. Enoc siempre tuvo razón. Los hombres se han desviado
cada vez mas hacia el camino de Caín. La tierra está llena de violencia a causa de ellos.
—¡Ahí está! ¡Ahí está! —anuncia excitada su abuela—. ¿Sienten el llanto de la criatura? Ya
nació. Ja, ja, ja ¡Qué alegría! Déjame prepararlo y lavarlo para que entres a ver a tu hijo, Lamec.
Rahel se muestra dichosa con su bebé en sus brazos. Su risa nerviosa trasluce su gozo.
Muestra al pequeño a su esposo Lamec, quien lo coge en sus brazos con mucha ternura.
—¿Qué nombre le pondrás, hijo? —pregunta Matusalén.
—Se llamará Noé, padre, porque éste nos consolará y nos traerá descanso de nuestro trabajo
y de la fatiga de nuestras manos cansadas por la tierra que Jehová ha maldecido.
Lamec y su esposa educan a su hijo Noé en los caminos del Altísimo. Desde pequeño le
enseñan las cosas que tienen que ver con las promesas sagradas de Dios. Noé pregunta mucho
acerca de Enoc, el abuelo de su padre. Le apasionan los relatos de la valerosa denunciación que
Enoc hizo contra los inicuos. Fascinado escucha a su padre Lamec relatar las ocasiones en que su
padre se entrevistó con Adán, el primer hombre. Al crecer Noé y tener cada día más aprecio por las
cosas sagradas, decide no buscar esposa. El servicio a Dios es todo su deseo. Desde lejos ha
contemplado el jardín vedado a los humanos. Su padre le ha enseñado que algún día, al final de los
tiempos, el hombre volverá a entrar en él. Que finalmente será el hogar de toda la humanidad
obediente. Se impresiona mucho con las profecías acerca de su persona. Le intriga saber de qué
manera se cumplirá en él, el propósito de Jehová de traer descanso a la tierra, maldecida por Dios.
La violencia aumentante en el mundo, angustia su justo corazón. Salvo un pequeño grupo allegado a
su familia, que respetan de veras al Dios Altísimo, la mayoría de la humanidad, va tras los caminos
de la iniquidad y del mal.
Con pena profunda debió acompañar a su padre a enterrar a su abuela, la esposa de Enoc.
Tenía Noé cuatrocientos cincuenta años de edad, y su padre Lamec, seiscientos treinta y
dos.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¿Volveremos a verla de nuevo, padre? —pregunta Noé, en la sepultura de la abuela de su


padre.
—No lo dudes, hijo. La restauración de todas las cosas está sellada por el Altísimo, y su
juramento no es juramento de hombre, sino de Dios. Todos los que se han ido por el camino de toda
la tierra volverán y se levantarán por boca de la descendencia prometida.
—¿Veremos también a Enoc?
—Él nos ha adelantado, Noé. Nos recibirá a ti y a mí, en el tercer mundo. Es la promesa de
Jehová. Él fue el profeta del Altísimo.
—Igual que tú, padre.
—No hijo. Yo no fui ni soy profeta del Altísimo. La mayor parte de mi vida la dediqué a mis
propios intereses, aunque siempre tuve fe en las palabras de Jehová, las cuales Enoc, padre de mi
padre, me enseñó. Pero Enoc tenía a Jehová grabado en su corazón, y el hacer Su voluntad y el
denunciar la maldad del hombre era como un fuego en sus entrañas. Ahora veo ese mismo fuego en
ti, Noé, hijo mío, y me siento orgulloso por ello. Cómo me hubiera gustado tener ese amor que él y
tú han tenido por el Alto. Por eso el Magnífico tuvo a bien darle testimonio a Enoc, antes de su
transferencia, de que era un hombre justo, y de que fue de buen agrado al Altísimo, porque anduvo
en el camino de los leales.
—Ya casi no quedan leales a Jehová en la tierra, padre. Todos van tras los caminos de su
concupiscencia, incluso mis propios hermanos, que no han valorado las cosas sagradas que les haz
enseñado, como a mí. Los padres de mi madre han muerto, sus hermanos están envejecidos. Y tú
casi haz perdido la vista.
—La gloria de Enoc me afectó los ojos, cuando fue transferido. Pero no es impedimento para
poder servir al Alto. Solo le he rogado al Altísimo, me permita ver el medio por el cual él traerá
descanso a la tierra, y pude verte desde tu nacimiento. Sin embargo él me ha dicho que mis ojos se
cerrarán solo después de ver la gran rebelión, y después de que me comunique el día señalado.
—¿Cuándo será eso, padre mío?
—El tiempo de la revelación por Dios no ha llegado, hijo. Pero no tardará. El Altísimo no
tolerará por tiempo indefinido el camino torcido del hombre.

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La gran rebelión se manifiesta


—Capítulo Noveno—

Los sacerdotes custodios del nombre, están exaltados. La noticia se ha esparcido como el
rayo por todas partes. Centenares de peregrinos vienen al monte sagrado desde distancias remotas.
Largas caravanas de camélidos cruzan la ruta principal de los viajeros, en dirección Norte. Todos
quieren comprobar por sí mismos las buenas nuevas esparcidas por los adoradores del Nombre.
—¿Haz escuchado las nuevas que han llegado del Norte, padre mío? —pregunta Noé durante
la cena con su familia.
—Las he oído, hijo. No es otra cosa que la confirmación de las palabras de Enoc. La gran
rebelión ha comenzado.
—¿De qué hablan, mi señor? —pregunta intrigada Rahel, esposa de Lamec.
—Los hijos del Dios verdadero han bajado a la tierra —responde lacónicamente, Lamec.
—Pero... ¿Eso es bueno? ¿Qué significa, esposo mío?
—Significa que habrá gran confusión en la tierra, y que la maldad y la iniquidad irán en
aumento.
—¿Es que es posible más violencia? Ya no se puede viajar con seguridad por los caminos sin
arriesgar la vida —responde con angustia Rahel.
—¿Qué dijo de esto Enoc, padre mío? —inquiere Noé.
—El hombre de Dios solo anunció calamidad por causa de los hijos del Dios verdadero.
Insistió mucho en que no nos dejáramos engañar. Pues muchos serán extraviados por ellos.
—¿Pero no son hijos de Dios? ¿Cómo podrían hacernos daño? Los sacerdotes del Nombre
han estado anunciando su venida desde hace mucho –pregunta Quenán, hermano de Noé.
—Tu sabes que los sacerdotes del Nombre, no son siervos del Dios Altísimo, Quenán. Por lo
tanto ¿cómo podrían profetizar verdad? Son hijos de la mentira, simiente de la serpiente original. El
Alto no está con ellos —responde Noé a su hermano.
—Pero el caso es que profetizaron que los hijos del Dios verdadero bajarían a la tierra para
ayudarnos, y sí han bajado... tal como ellos lo anunciaron.
—Pero no a ayudarnos, Quenán. Su propósito es otro, y mucho más egoísta —interviene
Lamec.
—¿Si? Pues me gustaría saber cuál es entonces ese propósito, pues no nos lo haz dicho,
padre.
—No se nos ha revelado claramente aún. Pero resultará evidente, cuando se muestren
abiertamente a los hombres y hagan sus peticiones. Enoc dijo que ellos traerán más violencia a los
hombres. Nada bueno puede salir de esa predicción de Enoc —responde Lamec.
—El portador de las nuevas, dijo que han bajado cinco vigilantes de los cielos, y que uno de
ellos parece ser el que los representa. Dijo que son muy hermosos. ¿Crees que debemos ir al norte a
comprobar la noticia, padre? —pregunta Noé.
—Vendrán más, hijo. Es solo el comienzo. Y el espíritu dice que debemos mantenernos
alejados de ellos. El Altísimo nos dirá qué hacer. No debemos inmiscuirnos. Ellos han abandonado
su debido lugar de habitación. No pueden tener la aprobación de Jehová.
Tres semanas mas tarde, Diglá, mujer de hermosa apariencia, hija de Gomer el fraguador de
metales, amiga de la casa de Lamec, y doncella de bodas de una de sus hijas, se presenta muy
excitada, como a la hora del crepúsculo...
—¡Rahel!, ¡Rahel!... Debo hablar contigo de mi gozo y mi privilegio...

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¿Qué sucede, Diglá? ¿Cuál es el motivo de tu alegría, mujer? ¿Qué ocurre?


—¡Uno de los hijos del Dios verdadero le ha pedido mi mano a mi padre Gomer! ¿No es
maravilloso? ¡Imagínate! ¡Qué privilegio! Y es tan hermoso. Ay, si apenas puedo contener el gozo
de mi corazón...
—¿Qué ocurre? ¿A qué se debe tu exultación, Diglá? —pregunta Lamec, quién ha salido a la
entrada de la casa con Noé, al oír la algarabía.
—Pues, que uno de los hijos del Dios verdadero quiere hacerme su esposa, mi señor Lamec...
Y estoy tan dichosa...
—¿Un hijo del Dios verdadero? ¿Pero es eso posible? Ellos son de las regiones de
arriba...¿Por qué iban a querer tener esposas humanas? No entiendo...
—¿Y qué dice Gomer, tu padre, a todo esto, Diglá? —pregunta también Noé.
—¡Está feliz! Dice que es un privilegio, y que no podemos oponernos. Que ellos nos
enseñarán a cultivar la tierra para librarla de la maldición que pesa sobre ella. Mi padre piensa que
hasta podríamos extender los sembradíos con su ayuda. ¿No es una bendición de Jehová?
—Dudo mucho que Jehová tenga algo que ver con esto, Diglá... El Altísimo no aprobaría una
unión así. Es contra toda naturaleza —replica Lamec, llevando su mano a la barbilla—. ¿Qué suerte
de simiente podría resultar de esta... esta mezcla de naturalezas tan distintas...?
—Además la maldición que pesa sobre la tierra fue decretada por Jehová. ¿Cómo podrían sus
mensajeros oponerse al designio del Altísimo tratando de invalidar su voluntad? ¿No te parece
extraño, Diglá? —agrega Noé.
—Ay, yo no sé, mi señor... Pero el caso es que mi padre ha dado su aprobación y yo quería
invitarlos a mi boda. El mensajero del Altísimo vendrá esta próxima semana para efectuar la boda.
Luego nos iremos al Norte donde nos radicaremos junto a otras familias de mensajeros.
—No sé, Diglá. Todo esto me parece muy extraño —dice Lamec, meditativo—. Yo creo que
nada bueno saldrá de estas uniones entre los hijos del Dios verdadero y las hijas de los hombres. Y
ciertamente no querríamos tener nada que ver con todo aquello, lo lamento.
—Mi padre Gomer me había advertido de esta respuesta de ustedes, Lamec —dice en tono
taimado Diglá—. Pero ustedes se lo pierden. Yo he querido compartir mi alegría con los que
considero mis hermanos y amigos. Pero si ustedes no se encuentran dignos de asistir a las bodas de
un hijo del Dios verdadero, júzguenlo ustedes mismos. En cuanto a mí, no rechazaré este privilegio
otorgado por Jehová a mi familia.
Diglá sale intempestivamente de la casa sin detenerse a escuchar nada más, con su mentón
tan arriba, como su orgullo. Lamec menea su cabeza tristemente... Quenán mira interrogativamente
a su hermano Noé. Luego pregunta...
—¿Era necesario rechazar la invitación de Diglá, padre? ¿No crees que era una excelente
oportunidad para saber más de qué es lo que se proponen hacer los hijos del Dios verdadero?
—No es negocio nuestro investigar qué se proponen, Quenán —responde Lamec—. Su
venida a la tierra sin la voluntad del Altísimo, ya es una clara demostración de su rebeldía... Y más
aún si se proponen tener ayuntamiento con las hijas de los hombres, y que al parecer es uno de los
principales motivos de su venida a la tierra. ¿Qué mas necesitamos saber?... Nada. ¿Cómo
podríamos apoyar con nuestra presencia, esa clara desobediencia a la voluntad de Jehová?
—Pero, ¿cómo sabes que no es de Jehová esta cosa, padre? —replica no muy convencido
Quenán.
—¿Cómo podría serlo, mi hermano —interviene Noé—, si el Altísimo ha permitido que el
hombre elija su camino, y ha retirado su gobernación de sobre la tierra? Solo los que
voluntariamente se ponen bajo sus alas, lo hacen su Dios y Gobernante. Como nosotros Quenán.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Pero el Alto no va a enviar a sus hijos celestes a intervenir en los asuntos de los hombres... eso está
muy claro.
—Tienes el espíritu de tu abuelo, Noé, hijo mío —dice orgulloso Lamec—. Entiendes muy
bien los designios del Altísimo. Y tú, Quenán, harías bien en repasar mejor los escritos sagrados
para entender los caminos de Jehová.
—No sé —responde con desgano Quenán—. Yo sigo pensando que era una excelente
oportunidad de... Bueno... Ya no importa...
Quenán se encoge de hombros y se retira a su cuarto. Lamec invita a su esposa y a su hijo
Noé, ha hacer una oración.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Los hombres de fama aumentan la violencia.


—Capítulo Décimo—

20 años después...
Después que las mujeres les dieran a luz, hijos a los Hijos de Dios, éstos crecieron fuertes y
de estatura desmesuradamente grande, alrededor de seis codos de altura. Al comienzo fueron muy
queridos y apreciados por los hombres. Los Hijos de Dios estaban muy orgullosos de ellos, y habían
anunciado que sus poderosos vástagos traerían la paz a la convulsionada humanidad. De
sobresaliente inteligencia, estos poderosos, pasaban mucho tiempo siendo entrenados por sus padres,
(a quienes los hombres llamaban ―Dioses‖), en desmedro de sus madres a quienes prestaban muy
poca atención, y a quienes despreciaban por su naturaleza humana y mortal.
Por un tiempo, verdaderamente mantuvieron controlada la violencia existente, haciendo gala
de sus habilidades con sus espadas de metal endurecido, técnica aprendida de sus padres. Sus
destrezas con sus poderosas armas, las que incluían poderosos arcos con inventiva especial con los
que lanzaban sus saetas a gran distancia, y con una certera puntería, fueron muy admiradas y
respetadas por los humanos. Éstos llegaron a ser los poderosos, que eran de la antigüedad, los
hombres de fama.
Las caravanas de viajeros, en un comienzo, aportaron gustosos alimento, vino y especias
apetecidas por ellos, a estos Poderosos en agradecimiento a su protección. Ya nadie se atrevía a
asaltar las caravanas por temor a las advertencias de los Poderosos, quienes saeteaban a los que lo
ha-cían, desde gran distancia y con certero resultado. Por ello es que llegaron a ser llamados
―Nefilim‖, que declarado es, ―Derribadores‖.
Estos guerreros de fama eran muy admirados por las mujeres jóvenes, con quienes los
Poderosos gustaban de mantener coito ilícito. Más por designio del Altísimo, a éstos no les nacieron
hijos, y las esposas que tomaron para sí, decían haber sido maldecidas por Dios. A sus esposas que
tenían coito con otros hombres, para tener hijos, y que por ello quedaban en cinta, los poderosos
daban muerte inmediata, y no permitían que nacieran los hijos engendrados en sus mujeres.

***

Lamec y su hijo Noé se encuentran reparando el enrejado que sostiene su enredadera de la


entrada a su casa, y que sirve para dar sombra. Quenán, el otro hijo de Lamec, come uvas tirado en
su canapé de cañas. Dos hombres se acercan a su casa... uno de ellos, joven y desmesuradamente
alto y fuerte, con una gran espada al cinto, montado sobre un equino. Su presencia hace que Quenán
se ponga de pié presurosa e intempestivamente.
—Lamec, Noé y Quenán... La paz de los Poderosos sea con ustedes —saluda el hombre
mayor, con una amplia sonrisa.
—La paz del Altísimo nos protege, Gomer. ¿De cuándo haz cambiado el origen de nuestras
bendiciones? —pregunta Lamec, sin voltearse a mirar a Gomer, a quien reconoce por su voz, y sin
dejar de reparar el enrejado. Su hijo Noé le ayuda y solo mira de reojo a los dos visitantes. Quenán
se queda de pié, boquiabierto mirando al hombre gigante.
—No reniego del Altísimo, Lamec. Él sigue siendo nuestro Dios —responde taimado
Gomer, mientras el Gigante lo observa inexpresivo, sin bajarse de su montura—. Solo reconozco la

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

gran ayuda que nos han dado los poderosos Néfilim, quienes han detenido la violencia, con su
fuerza.
—Según he sabido, la violencia no se ha detenido, Gomer. Ayer solamente, se ha dado
muerte violenta a una familia entera con el fin de privarlos de sus posesiones.
—Es cierto, Lamec —responde aparentemente afectado, Gomer—. Y los Poderosos harán
justicia muy pronto, en cuanto descubran a los autores de tal detestable hecho. Pero no es para
hablarte de la justicia de los Poderosos que he venido hasta tu casa, Lamec. Mi nieto, Meshobeb, ha
preguntado mucho por ti, y ha querido conocerte. Creo que es un honor que un Poderoso se interese
en ti y tu familia ¿No crees Lamec?.
—El honor de ser siervo del Dios Altísimo es mi porción, Gomer. No necesito más honra
—responde Lamec dejando de reparar el enrejado y mirando a Gomer con sus ojos entrecerrados por
su dificultad para ver. Esto ante la mirada incrédula de Quenán quien ha dejado caer su mandíbula
inferior y ha abierto sus ojos desmesuradamente al ver la valentía de su padre al responder al
hombre, enfrente del gigante—. ¿Y cuál sería el interés del... Poderoso, tu nieto, en conocerme?
—Mi padre, Arad, el maravilloso, me ha hablado de ti, Barnabás —responde el gigante,
llamando a Lamec por el nombre con que se refieren a él los Hijos del Dios verdadero (que
declarado es ―El Hijo del profeta‖)—. Él dice que no haz querido ayudarnos a traer la paz a la tierra,
y tenía curiosidad de saber el motivo.
El gigante, musculoso en extremo y rubicundo, de cabello largo amarrado con un cinto en su
frente, lleva un grueso cinturón de cuero con una chapa metálica labrada, con una imagen de una
calavera humana, sobre una vestimenta corta de piel de tigre. Con el torso desnudo atravesado por la
correa de su espada colgada al costado, observa inexpresivo a Lamec.
—No es negocio de nosotros, los hombres del polvo, el hacer lo que es el propósito del
Altísimo realizar... traer la paz a la tierra. Meshobeb es su nombre, ¿verdad? —pregunta Lamec al
gigante, quien se cruza de brazos por toda respuesta—. Supongo que el significado de su nombre
(Restaurador), indica que ustedes se proponen conseguirlo, ¿es así?.
—Mira, mortal... —responde con afección el gigante—. No tengo intención de discutir esto
contigo. Es nuestro asunto. Pero si no quieres ayudar a traer paz a esta tierra, no vuelvas a ver mi
rostro... Porque si vuelves a ver mi rostro... morirás. Y esto lo digo a toda tu casa... ―Barnabás‖. A
toda tu casa —dice señalando a Lamec con su dedo índice.
—Eres un necio, Lamec —dice Gomer, mientras el gigante ha dado la vuelta al equino y
regresado por su camino, furibundo–. Rechazas la oportunidad de tener aliados poderosos de tu
parte. Ahora ya no podré hablar bien de ti a los Néfilim. No respondo ya por tu seguridad, Lamec, ni
por la de tu casa.
—Jehová el Altísimo es nuestra torre fuerte, Gomer —contesta Noé—. El nos protegerá de la
violencia y de la entrega a conducta relajada, por parte de los desafiadores de ley, como ya lo ha
estado haciendo. Y si no es así, séate sabido que no confiaremos en la carne, ni pondremos nuestra
fiada expectativa en el brazo de los Néfilim.
—Yo sé que El Alto ha dado órdenes en cuanto a ti y a tu casa, Lamec. Por eso los Hijos del
Dios verdadero no te exigen nada —responde taimado, Gomer—. Pero no te fíes ni abuses de tu
suerte en la vida. Tu poder no es mayor que el de ellos ¿verdad?
—Nuestro poder no es nada, Gomer. Es el poder del Altísimo el que ha puesto una cerca
alrededor nuestro —responde Lamec—. ¿Cómo habríamos de serle infieles, y pecar contra Dios?.
El gigante hace una seña impaciente a Gomer, quien se apresura a correr tras él. Ambos se
alejan levantando sus brazos y dando miradas duras a Lamec. El gigante apura el paso de su
montura, lo que obliga a Gomer, su suegro, a correr tras él.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

—¡No puedo creer lo que hiciste padre! —dice en tono de reproche Quenán, hijo de
Lamec—. Haz desafiado a los Poderosos. ¿Te das cuenta de lo que eso puede significar para
nosotros?
—¿De qué lado estás tu, Quenán? —responde ofuscado Noé a su hermano—. ¿Llamas
―desafiar‖ a mantenerse leal a nuestro Dios Jehová? Nuestro padre hizo lo que debía, como siervo
fiel de Dios. Es lo que deberías hacer tú también. Y si alguien desafió a alguien aquí, fue ese...
Néfilim, nieto de Gomer. Fue él quien vino a nuestra casa a amenazarnos. Nosotros no hemos
amenazado a nadie. No andaríamos en los caminos de Dios si lo hiciéramos. Solo le hicimos ver
nuestra posición ante este asunto. Es todo.
—Noé habla con la sabiduría del Altísimo, Quenán —interviene Lamec—. Espero que tu
también emprendas definitivamente los caminos del Eterno. ¿Hasta cuando iras cojeando entre dos
opiniones? ¿Servirás al Dios Altísimo, o te dejarás encandilar por las promesas mentirosas de los
hijos de Dios, caídos de su favor? He recibido informes de que buscas la complacencia de los
Hombres de fama. ¿Crees que saldrás con tus manos limpias ante Jehová, si buscas el favor de los
violentos?
—Ellos solo tratan de detener la extrema violencia que los propios hombres han iniciado,
padre —contesta Quenán.
—¿Ha de detenerse la violencia, con más violencia, Quenan, hermano mío? —responde Noé
antes de que Lamec alcance a contestar—. ¿No te das cuenta que los Néfilim solo persiguen sus
propios intereses, y que no están interesados en la paz de los humanos? ¿Por qué crees que exigen
abusivamente el pago por sus ―servicios‖ a los que, según ellos... ―protegen‖? ¿Te haz preguntado
porqué familias enteras que fueron ―protegidas‖ por los Poderosos aparecen violentamente muertas
y hasta ahora nadie se ha hecho responsable de esos actos detestables?
—¿Estás insinuando, que los Hombres de fama están....?
—Yo no estoy insinuando nada, Quenán. Solo estoy exponiendo los hechos. Y los hechos
indican que cuando se afecta los intereses de los Néfilim, rápidamente se resuelven los asuntos. Pero
cuando familias enteras son afectadas, o muertas ―misteriosamente‖ por desconocidos, jamás se
resuelve nada. Y no podrás negar que eso es cierto Quenán.
—Esa es una acusación muy grave, Noé. Tu no puedes...
—Quenán, hijo mío —interviene Lamec, en tono de suplica—. ¿Por qué insistes en defender
lo indefendible, hijo? ¿Por qué no razonas como lo hizo mi padre, Matusalén, quien finalmente hubo
de reconocer los caminos del Altísimo, y aceptar que los Hijos del Dios verdadero no vinieron a
ayudarnos, sino a saciarse de sus propios deseos indebidos, cambiando su naturaleza espiritual, para
encenderse en su lascivia y en apetito sexual vergonzoso con mujeres, que son de una naturaleza
inferior a los gloriosos? Por eso sus vástagos, son hijos contranaturales, que nunca debieron venir a
la existencia. Ninguno de ellos se ha interesado en los caminos del Alto, si no en sus propios
caminos de violencia y de lujuria. Pero su fin no se hará esperar.
—No voy a seguir discutiendo este asunto, padre —dice Quenán en tono taimado—. Solo
diré que el tiempo dará la razón a quien verdaderamente la tenga. Y sabes que ninguno de tus hijos,
mis hermanos y hermanas, con la excepción de Noé, ha seguido ni aceptado tu posición padre... Eso
debería hacerte razonar a ti, y al ―elegido‖, Noé, mi hermano mayor —dice con sorna Quenán.
—Y es lo que ha traído angustia a mi alma, Quenán. Que ninguno de ustedes haya aceptado
los caminos del Altísimo. Con la excepción de Noé, mi hijo —responde Lamec, con sus ojos vidria-
dos por la emoción.
Quenán se va por su camino, mientras Noé abraza a su padre y entran en la casa.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

La sentencia del Altísimo


—Capítulo Decimoprimero—

10 años después...
Lamec ha estado ocupado dando a conocer a su familia y sus amistades, los designios del
Altísimo y especialmente las palabras de Enoc, el profeta, quien habló acerca de la destrucción de
los inicuos, e insistiendo que la destrucción no debe estar lejos. A pesar de su celo y la ayuda de su
hijo Noé en la diseminación del mensaje, nadie les ha hecho caso. Su celosa actividad no ha pasado
desapercibida de los Hijos del Dios Verdadero, bajados a la tierra, y de sus vástagos violentos.
Furiosos por ser descubiertos en cuanto a sus motivos por bajar a la tierra, han procurado quitar la
vida tanto a Lamec como a Noé. Pero El Todopoderoso les ha protegido ocultándolos de su
presencia. Lamec ha debido cambiar de lugar de habitación en varias ocasiones, por indicación de
Jehová. Matusalén se ha acercado más a la casa de Lamec, su hijo, y a veces a ayudado en la
actividad de su hijo, cuando su salud y vejez le ha permitido. En uno de esos días en que los tres han
estado viajando por caminos del Este, en camello, llegan a un paraje de sobresaliente belleza.
—Mira, padre —dice Lamec a Matusalén—. ¡Qué hermoso paraje! Acamparemos aquí esta
noche. Luego seguiremos viaje hacia el Norte.
—¿Hacia el Norte? —pregunta intrigado Noé— ¿Porqué hacia el Norte? ¿No íbamos con
dirección Este?
—Iremos a visitar a unos parientes, adoradores de Jehová. De los pocos que quedan aún, hijo
—responde Lamec.
—¿Y porqué, padre? —pregunta Noé—. Si son adoradores de Jehová... ¿por qué ir a darles
el mensaje? ¿No lo saben ya?
—Sí, lo saben. Pero hay un mensaje de Jehová para Arpaksad, mi pariente, que debo entregar
por mandato del Altísimo.
—¿Y cuál es el mensaje, padre mío?
—Lo oirás con tus propios oídos, cuando se lo dé delante de ti.

Luego de comer ante una fogata, esa noche los tres hombres se refugian en una carpa de piel
de camello y se recuestan sobre pieles. Como a la hora de la primera vigilia de la noche, una luz
incandescente los despierta. Sobresaltados salen de la carpa. Cerca del paso hacia el paraje donde se
encuentran, una escala iluminada parece iniciar en el suelo y dirigirse hacia los cielos. Un vigilante
baja por la escala y se detiene en su base. Los tres hombres caen rostro a tierra, temblorosos. El
vigilante les habla con voz de trueno.
«Lamec, hijo del profeta. A ti se te dice: No tengas miedo. El Altísimo ha visto tu caminar
por la tierra, y sabe de cómo acompañaste a tu abuelo Enoc, el hombre del Dios verdadero. Y cómo
haz enseñado a tu hijo, Noé, los caminos del Alto. Se te contará por justicia. Pero será tu vástago el
que traerá descanso a la tierra que Jehová a maldecido, por causa del hombre. Tu no lo verás, como
tampoco tu padre Matusalén. Pero ambos irán por el camino de toda la tierra. ¡Miren, Enoc va
adelante! Él los recibirá en el jardín del Altísimo, para galardón indefinido, el cual no terminará, así
como no terminan noche y día.»
—Dispense, mi señor, permítaseme hablar solo por esta vez —dice tembloroso Lamec—.
¿Cuánto habremos de esperar la mano del Eterno? ¿Sucederá durante nuestra vida?

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

«Jehová ha anunciado el decreto, y esto es lo que ha dicho el Alto, el Supremo de toda la


Creación, Aquel que mora en lugares inmarcesibles, el que traerá a juicio a las estrellas que han
abandonado la decoración de los cielos: ― Todos los pensamientos del corazón del hombre son
malos, todo el tiempo, y su maldad y su violencia abundan en la tierra, y la tierra está llena de
violencia a causa de ellos, por eso, ciertamente no obrará mi espíritu para con el hombre por tiempo
indefinido, ya que él también es carne. Por consiguiente, sus días tendrán que llegar a ser ciento
veinte años‖.»
—¿Qué deberé hacer ahora, mi señor? —pregunta Lamec sin atreverse a levantar su vista
ante el glorioso.
«Pon por escrito esta sentencia del Altísimo, en el rollo sagrado que guardas, y que te
traspasara Enoc, el Hombre del Dios Verdadero. Deberás entregar estos rollos a Noé tu hijo. Él los
llevará a través de mundos, para la información de generaciones. Ahora Jehová se ha complacido en
los caminos de tu hijo, Noé, porque ha resultado exento de falta entre sus contemporáneos, y porque
ha andado con el Dios verdadero, y en los pasos de Enoc. Se le ha contado por justicia. Jehová se ha
apegado a tu hijo Noé, y no lo soltará por causa de su promesa. No deben temer a los Poderosos, ni a
sus padres, las Estrellas caídas desde su posición. Jehová los ha puesto a ustedes en el hueco de sus
manos, y no permitirá que se les haga daño.»
La visión desaparece ante la vista de los tres hombres, y la luz se torna oscuridad de nuevo.
Los tres hombres se miran entre sí. No hay nada que deseen decir o agregar acerca de lo que acaban
de experimentar. Han quedado como en trance por la impactante experiencia. El sueño se vuelve
placentero el resto de la noche, hasta que los primeros rayos de luz se filtran por la entrada de la
tienda.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El designio de Noé
—Capítulo Decimosegundo—

Después de comentar entre sí, los acontecimientos de la noche anterior, los tres hombres
siguen viaje hacia su destino.
Al cabo de medio día de viaje, llegan a un lugar de arboledas de cedros, altos y majestuosos.
Algunos hombres se encuentran talando uno de ellos. Noé no puede dejar de exclamar extasiado:
—¡Mira, padre! El Jardín del Altísimo, por su belleza ¿habías visto tal cantidad de árboles
en esta tierra maldecida por Jehová?
—Lo contemplo con mis ojos ahora, hijo —responde Lamec—. Mi vista no es buena, pero
puedo distinguir a los majestuosos erigirse hacia el cielo.
—¡Nunca imaginé que crecieran tan alto! —exclama Matusalén, bajando del camello—. Mis
ojos los habían visto hace unos cien años atrás, y estaban pequeñitos. No puedo imaginar otro lugar
como este. He visto árboles grandes, pero nunca como estos ¡Y en tan grande cantidad! Es como si
la bendición del Altísimo, se hubiera posado en este lugar.
Al llegar a casa de sus parientes, una agraciada mujer sale a su encuentro...
—Que la paz sea con ustedes, forasteros. Permítase a vuestra sierva lavar los pies de los
viajeros. Después podrán descansar y tomar una comida y vino. Deben venir cansados por el viaje.
Los tres hombres se miran sorprendidos por la amabilidad de la joven.
—¿De quién eres hija, mujer? —pregunta Lamec, bajando del camello, al igual que sus
compañeros de viaje.
—De Arpaksad, hijo de Madai, hijo de Cainán, hijo de Jared, tu siervo, mi señor —responde
la hermosa mujer.
La mujer ha preparado un recipiente con agua, y procede a lavar los pies de los viajeros.
—¿Eres hija de Arpaksad, hijo de Madai? —pregunta interesado Matusalén—. ¡Pero si yo
estuve en las bodas de tu padre¡ Ja, ja, ja. Cómo ha pasado el tiempo. Este es mi hijo, Lamec, y mi
nieto Noé. Somos tus parientes... ¿Cuál es el nombre, con que te bendijo el altísimo, mujer?
—Javá, mi señor. ¿Parientes? Mi padre se alegrará de recibirlos en su casa.
—¿Javá? Declarado es : Madre de vida... ¿Tienes hijos, mujer?
—No, mi señor. Mi padre dice que nuestro Dios, tiene reservada las arenas del mar para mi.
Por ello asignó el nombre. Debo esperar en el Altísimo, su voluntad en cuanto a tu sierva.
—¿Cuál es el parentesco, padre? —pregunta Noé, en voz baja a Lamec, muy sorprendido por
las palabras de la mujer, mientras ella da órdenes a unos muchachos para que lleven los camellos al
abrevadero.
—De Jared procede el parentesco, hijo —responde Lamec, también en voz baja—. Jared es
padre de Enoc, el hombre del Dios verdadero, padre de mi padre, Matusalén.
—Madai, padre de Arpaksad, es hijo de Cainán el hermano de mi padre Enoc —interviene
Matusalén, dirigiéndose a Noé, al escuchar la explicación de Lamec.
La mujer, después de secar los pies de los hombres, los lleva al interior de su casa. El padre
de la mujer saluda con una inclinación y besa dos veces en la mejilla a Noé y Lamec. Luego saluda a
Matusalén, postrándose y besando su mano. La esposa de Arpaksad, los saluda con la inclinación
que usan las mujeres al recibir a sus esposos, como muestra de sumisión.
—La paz de Jehová, el Eterno, sea contigo, mi señor Matusalén, y con toda tu casa —dice
Arpaksad, manteniéndose inclinado y sosteniendo la mano de Matusalén—. Que el Alto agregue

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

muchos días a la largura de tu vida. Mi casa es honrada con la presencia del hijo del Hombre del
Dios verdadero, el profeta de Jehová, el cual desapareció en la nube.
—Arpaksad, hijo de Madai, mi hermano. No es menester que me honres de ese modo —
responde Matusalén, tomando del brazo y levantando al padre de la mujer—. Yo te tuve en mis
brazos cuando viniste a la vida alegrando el corazón de tus padres. También estuve en tu boda
¿Recuerdas? Eres sangre de mi familia y carne de mi parentela.
Los tres hombres acompañan a Arpaksad a un cuarto interior donde, después de lavarse las
manos en un recipiente presentado por Javá, se les invita a reclinarse ante una mesa servida. La
mujer de Arpaksad les atiende. El hombre solicita a Matusalén le honre con pedir la bendición del
Altísimo. Luego Matusalén inicia la conversación...
—Arpaksad, hemos venido hasta tu casa, porque Lamec, mi hijo a quién tu ya conoces, trae
un mensaje del Supremo para ti.
—Tu siervo es esclavo del Eterno... Habla para que se realice la voluntad del Altísimo —
dice Arpaksad dirigiéndose a Lamec.
—El Alto, el Dios verdadero, te dice a ti, Arpaksad... ―¿No fue cuando te hallé en el campo
que te hablé? Las estrellas del cielo están en tu casa, y las arenas del mar en tu descendencia. Hoy
debes entregar a tu hija, tu única, al hombre Noé. A él me he apegado para no soltarlo, y le llevaré a
través de mundos, y Javá deberá serle dada por esposa. Tu descendencia tomará posesión de la
tierra, y a ella se le concederá amplio espacio.‖
La madre de la muchacha, al escuchar las palabras de Lamec, suelta el jarrón de vino que
lleva en sus manos, y rompe a llorar, corriendo hacia el interior de la casa.
—¿Qué le sucede a la mujer, tu esposa, Arpaksad? —pregunta Matusalén.
—No se ofenda, señor mío. La mujer tiene apego intenso para con su hija. Ha llorado por
ella desde que sabe que algún día tendría que alejarse de nosotros, por la voluntad del altísimo.
—Los propósitos del Eterno no son asuntos de hombres —dice Lamec—. Debemos obedecer
sus designios.
—¿Debe ser ahora, padre mío? —pregunta Noé, perturbado.
—Es hora de que tomes esposa, hijo —interviene Matusalén—. Tu padre ha hecho arreglos
por instrucciones del Altísimo, pero la elección debe ser tuya.
—Lamec, mi padre, sabe cual era mi elección —responde Noé—. Y había decidido no
buscar esposa, pues Jehová me indicaría a quién Él escogería. Estoy dispuesto a obedecer al Alto.
—Debes dejar que sea así, esta vez, Arpaksad —dice Lamec, poniendo su mano en el
hombro del hombre—. Porque de esa manera Jehová llevará a cabo todo lo que se ha propuesto en
cuanto a tu hija. Su prole atravesará mundos y tomará posesión de la tierra.
—Lo sé señor mío. Solo que si he hallado favor a los ojos del Altísimo, de modo que se está
engrandeciendo su bondad amorosa para con mi casa, permítaseme hacer una petición ¿No es cosa
pequeña?
—Habla y toma tu posición delante del Alto...
—Por favor, mira que he tomado a mi cargo rogar a Jehová, cuando soy polvo y ceniza. Que
se permita a la mujer, mi hija, morar cerca de su madre para que ella pueda consolarse con su
presencia y no tenga que bajar sus canas al Seol en amargura, ya que la mujer está enferma y
envejecida. Y cuando la mujer ya no esté en la tierra de los vivos, que tu hijo se la lleve donde él
disponga según sea bueno a sus ojos.
—Mira que Jehová te ha mostrado consideración a ti y a la mujer hasta este grado también,
permitiendo que mi hijo more cerca de tu casa según tu petición. Ya que se me había informado de
tu solicitud aún antes de que la hicieras, y se me dio instrucciones de acceder a ello.
Ante eso, Arpaksad se dejó aconsejar por Jehová.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Un anuncio electrizante
—Capítulo Decimotercero—

Noé, tomó a Javá por esposa y llegó a amarla. Según la solicitud de Arpaksad, su suegro, se
afinca cerca de las arboledas de cedros, construyendo su casa de estos majestuosos árboles, con la
ayuda de los parientes de su esposa, Javá.
Transcurren 19 años...
Javá, esposa de Noé, no ha tenido hijos. Todos los días, al atardecer eleva sus ruegos al
Altísimo pidiendo hijos. Su esposo Noé la consuela con las promesas de Jehová hacia su familia.
En una de esas tardes, Javá está llorando en su habitación, calladamente mientras eleva una
oración. Su esposo entra al cuarto...
—¿Está mi esposa con el Altísimo o solo descarga su corazón?
—Ya he terminado mis oraciones, mi señor. Solo espero en Jehová... No dudo de sus
promesas, pero la espera se hace angustiosa a mi alma, cuando las mujeres de mis parientes traen
hijos al mundo y mi madre no ha podido cumplir su esperanza de tomar en sus brazos a los hijos de
mi señor antes de irse por el camino de toda la tierra.
—Lo sé esposa mía. Las palabras del Altísimo también son mi consuelo. Afuera en el pórtico
hay un hombre que trae palabra de Jehová. Me ha pedido que salgas para escuchar lo que tiene que
decir.
Javá se excita de sobremanera y sale presurosa al pórtico de su casa, junto a su esposo, Noé.
Afuera, el hombre no ha querido entrar a la casa, sin antes entregar su mensaje. Al ver a la mujer, se
cubre el rostro con su manto, dirigiéndose a Noé a oídos de su esposa.
—Al cabo de un año, tu mujer dará a luz un hijo. Será el primogénito de la promesa.
Vendrán más. Éste, junto a sus hermanos tomará posesión de la tierra, concediéndosele amplio
espacio, por lo que deberás llamarlo Jafet (que declarado es ―Que Él conceda amplio espacio‖).
Al oír esto, Javá rompe a llorar. Noé, su esposo, se apresura a rodearla con sus brazos, para
consolarla. Cuando se vuelve para dirigirse al hombre, este ya no está. Así Noé percibe que estuvo
frente a un vigilante del Altísimo, de modo que fortaleció su fe en las promesas de Jehová para su
familia.
Después del nacimiento de Jafet, dos años más tarde, y cuando Noé tenía 502 años, Javá le
da otro hijo, al que llaman, Sem, que declarado es ―Fama‖, por cuanto su madre se ha hecho
conocida por tener hijos después de tanto tiempo. Nuevamente Javá queda encinta de otro hijo varón
a quien llaman ―Cam‖. Tenía Noé 504 años de edad.
56 años después...
Para este tiempo Lamec ha envejecido mucho, al igual que Matusalén, su padre. Lamec casi
no ve, y Matusalén no puede tenerse mucho tiempo en pié. Pero ambos habían tenido a los hijos de
Noé sobre sus rodillas, por lo que Lamec había dicho... ―Bendito sea el Dios Altísimo que nos ha
permitido contemplar las semillas de Enoc, la cuales germinarán sobre toda la tierra, y multiplicarán
las arenas del mar según su palabra‖.
La violencia, instigada por los Poderosos, y sus corruptos padres, ha aumentado sobre la
tierra. También la inmoralidad. De modo que los hombres han ido en pos de la carne para propósito
contranatural. Los Néfilim ya no ocultan su culpabilidad por sus actos violentos, y se han hecho
odiados y a la vez temidos por los hombres. La muerte de algunos de ellos a manos de hombres

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

temerarios, ha provocado una ola de venganza y muertes violentas en toda la tierra. Los Hijos del
Dios verdadero son tratados como dioses, y han cargado a los hombres con pesados tributos, so pena
de muerte. Así la maldad del hombre abunda en la tierra, y toda inclinación de los pensamientos de
su corazón es malo todo el tiempo. Los Néfilim se han aficionado a la caza de toda clase de
animales, asaeteándolos y dejándolos abandonados, sin enterrar, después de sacarles la piel. En sus
incursiones de venganza, prenden fuego a extensos sembradíos, propagando los incendios por todas
partes. La tierra está siendo arruinada a la vista del Dios verdadero.
Debido a que Noé no entrega tributo a los Néfilim para sus vengativos padres, ha sido
hostigado frecuentemente por ellos, amenazándosele de muerte. Solo la protección del Altísimo lo
ha mantenido con vida.
Un día de esos, Noé llega excitado a casa de Lamec, su padre. Le acompaña su hijo Jafet, el
mayor, ya de sesenta años. Matusalén su abuelo se encuentra con Lamec desde que éste lo llevó a
vivir con él, cuando murió su esposa...
—La paz de Jehová esté contigo, Matusalén, padre de mi padre y también contigo, Lamec,
padre mío... Tienen que escuchar lo que ha sucedido hace seis días. Hemos viajado todo el camino
para informártelo.
—¿Más informes de la maldad humana, hijo mío? —responde Lamec, quién ha perdido la
vista—. ¿Cuánto más habremos de lamentar? Jehová ha sido bondadoso conmigo al cerrar mis ojos
para no ver tanta calamidad.
—Esta vez no, padre mío. ¡Es el dedo de Dios que está interviniendo para detener este
sumidero de disolución!
—¿Ya es tiempo?... ¡Aah... Bendito sea Jehová que me está permitiendo conocer sus
caminos de venganza y justicia sobre esta tierra!.... —dice Matusalén—. Vamos, infórmanos hijo,
mío...
—Hace seis días, como a la hora del crepúsculo estaba yo reparando el tsóhar (* techo) de la
casa con mis tres hijos, cuando ¡mira!, una luz brillante se asentó sobre la casa y oímos la voz del
Altísimo, como un trueno, delante de mí y mis hijos... ¡Los tres lo escuchamos, y ellos son testigos
de esta cosa!
—¿Y cuál es designio del Alto, Noé, hijo mío? —pregunta Lamec.
—La voz del Altísimo, dijo que el fin de toda carne había llegado, por la violencia de los
hombres, y su propósito es arruinar a toda esta generación junto con la tierra. Se propone traer un
diluvio de aguas desde los cielos para arruinar toda carne sobre la tierra.
—¡Alabado sea en gran manera el Dios de la justicia, que escuchó nuestros alaridos de
angustia, ante esta escandalosa práctica de violencia y fornicación con exceso, donde tanto humanos
como gloriosos han ido en pos de la carne para uso contranatural —dice Lamec—. ¿Y dijo cuándo
ocurriría esta cosa?
—No lo dijo, padre mío, pero dio instrucciones precisas para la construcción del medio de
salvación. Una enorme arca de madera de árbol, de trescientos codos de longitud, cincuenta codos
de anchura, y treinta codos de altura ¡Es colosal! Me pregunto si podremos lograrlo.
—No lo dudes ni por un instante, Noé —dice Matusalén—. El Alto ya ha adelantado el
trabajo al acercar a ti el material con que deberás construir. Ahora entenderás que no son casualidad
todos los sucesos relacionados con tu esposa, y el lugar donde vives, en medio de los majestuosos.
—Sabía que algo tenía reservado Jehová para esos árboles que se elevan al cielo —dice
Lamec.
—Lo comentamos con mi familia y no ha dejado de maravillarnos, padre —dice Noé.
—¿Espera Jehová subir mucha gente al arca, hijo, por su tamaño? —pregunta extrañado
Lamec—. Ya no hay justos sobre la tierra. Mi padre pronto se reunirá con Enoc. Mis parientes en

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Jehová han muerto casi todos, y los de tu esposa, con excepción de Arpksad, tu suegro, han ido en
pos de la maldad, alejándose del Altísimo.
—En cuánto a eso, no lo sé con certeza, padre —responde Noé—. El Alto ha permitido que
publique a todos esta calamidad que se avecina de sobre esta generación. Esa tarea la haremos con
toda mi familia, comenzando por nuestros parientes. No sé si nos creerán, ya que solo yo y mis hijos
somos testigos de la declaración del juicio de Dios sobre esta tierra. Pero quién ponga fe en estas
palabras y se adhiera a nuestro trabajo de edificar y anunciar, podrá subir al arca con nosotros.
—¿Subirán ustedes? —pregunta Jafet, a Lamec y Matusalén.
—No tendremos ese privilegio, Jafet —responde Lamec—. El Dios verdadero nos lo
informó a mí y a mi padre Matusalén cuando se nos apareció el vigilante, camino a casa de tu
madre, hace ya tantos años. Lo que indica que nuestros días no han de ser muchos ya. ¿Recuerdas lo
que dijo el vigilante, Noé, respecto del tiempo que Jehová le asignó a esta generación?
—Sí, padre... ―Ciertamente no obrará mi espíritu para con el hombre por tiempo indefinido,
ya que él también es carne. Por consiguiente, sus días tendrán que llegar a ser ciento veinte años‖.
—¿Y cuándo fue que dijo eso, padre? —pregunta Jafet.
—Lo hemos hablado hijo —responde Noé—, está registrado en el báculo de Enoc. Fue cuan-
do tenía cuatrocientos ochenta años y mi padre Lamec, seiscientos sesenta y dos. Ha transcurrido
ochenta años desde esa aparición. El espíritu del Todopoderoso indica que no deben quedar mas de
cuarenta años, si las palabras del vigilante hacían alusión al juicio del diluvio que el Alto nos ha
declarado. Pero es algo que debemos esperar y ver. Mientras tanto hay mucho trabajo que hacer.
—Y si no es a los adoradores del Altísimo a quienes se entrará en el arca, ¿Entonces a
quiénes? No entiendo —pregunta Matusalén.
—Animales...
—¿Animales?... ¿Dices, a todos los animales? —pregunta Lamec, incrédulo—. ¿Pero
cómo...?
—El Altísimo me ordenó que deberíamos subir dos de cada especie, según su género de los
animales mayores y siete de los pequeños, considerados ―limpios‖, y de los que no son limpios, dos,
el macho y su hembra.
—Lo que no entiendo es cómo traeremos a todos esos animales al arca —dice Jafet.
—A su debido tiempo lo sabremos, Jafet —responde Noé—. El Alto nos lo informará. Por lo
pronto debemos construir y anunciar este juicio a todos.
—¿Deberemos advertirles a los Néfilim, también, padre? —pregunta Jafet.
—Ellos ya están advertidos por su propio proceder inicuo, hijo —responde Noé—. Además
tienen sobre ellos el conocimiento de sus padres, los gloriosos. No tienen excusa. Jehová no nos hará
responsables por la destrucción de ellos. Además cualquier cosa que provenga de nosotros, ellos lo
consideran como provocación. Sería totalmente inútil.
—A mí me estacionan en la bifurcación del camino que lleva a nuestra casa, y daré
testimonio de este juicio venidero a todos los que pasan por ahí. No necesito mis ojos para hablar de
los juicios del Supremo —dice Lamec, con resolución.
—Yo lo acompañaré y seré sus ojos, y también tendré el placer de seguir los pasos de Enoc,
mi padre —agrega Matusalén, poniendo su brazo alrededor de su hijo Lamec—. No podré construir
contigo, Noé, ya que las fuerzas han huido de mi cuerpo envejecido, pero mi lengua no está cansada
ni imposibilitada para declarar la venganza de nuestro Dios.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

El fin de un mundo antiguo


—Capítulo Decimocuarto—

Noé y sus hijos iniciaron la construcción del arca, llenos de fe y confianza en las palabras de
su Dios. Lamec, y su padre, Matusalén, se han esforzado para hablar a todos a cuantos han podido,
acerca del juicio venidero de Jehová. No han sido pocas las amenazas que han recibido, de parte de
gente desafiadora de ley, y de los propios Néfilim, quienes al ver el avance de las obras de
construcción, no han dejado de amenazar constantemente a Noé y toda su familia.
A Noé y sus hijos, se les acusa de falsos profetas y de estar provocando el pánico en la gente,
y no han faltado los que han venido hasta su propia casa y delante del arca a burlarse y mofarse de
ellos, diciendo: ―Tienen el cielo en su cabeza, junto con la locura‖, ―Su cabeza está llena de vino
fermentado, y de las blasfemias de Enoc, su antepasado‖ ―¿De dónde sacarás las aguas del diluvio,
Noé, para que te creamos?‖... y mofas semejantes a esas.
Los Néfilim, al no permitirles el Altísimo que se acerquen al arca, de vez en cuando han
asaeteado la construcción desde lejos. En su ira, rodearon la casa de Arpaksad, suegro de Noé, y la
quemaron por completo, causando la muerte de Arpaksad y dos de sus hijos que vivían con él. Uno
de los hijos de Arpaksad logró huir con sus tres hijas, buscando refugio en casa de Noé. Estas son
las mujeres que posteriormente tomaron por esposas los hijos de Noé. Todas ellas, excepto su padre,
eran adoradoras de Jehová el Dios de Noé. El padre de las mujeres murió días después a causa de las
serias quemaduras en su cuerpo. Durante toda la construcción del arca, Jehová cerró la matriz de las
tres mujeres para que sus hijos no nacieran en medio de esa generación.

35 años después de que El Altísimo ordenara la construcción del arca a Noé, Lamec
enferma gravemente, y hace llamar a Noé y sus tres hijos...
—Acércate, hijo mío para que te bendiga a ti y a tus hijos —dice Lamec en su lecho de
muerte a Noé, quién ha cedido a sus emociones internas para con su padre. Matusalén, sumamente
envejecido, está a su lado con sus ojos llenos de lágrimas.
—Aquí estoy, padre mío...
—Noé, hijo mío. Naciste con la promesa del Altísimo de traer descanso a esta tierra, y
Jehová está cumpliendo hoy sus dichos verdaderos. Él te llevará junto con la semilla de Adán y de
Enoc, el padre de mi padre, a un mundo nuevo. Darás inicio a una nueva simiente... cuida que ésta
no se aleje del Altísimo. Pase lo que pase, nunca cometas el error de nuestro antepasado, Adán. Y
sin embargo el espíritu dice que los hombres se apartarán nuevamente del sendero del Altísimo.
Pero el fin de los inicuos está decidido desde el comienzo del mundo. Las palabras proferidas por
Enoc, el hombre del Dios verdadero, caerán sobre esa generación, para dar cumplimiento a las
promesas del Alto.
Lamec se dirige ahora, a los hijos de Noé...
—Jafet, Sem, Cam... Tomarán posesión de un nuevo mundo, junto con sus esposas y los
hijos que el Eterno les dará cuando posean la tierra. Nunca olviden que en sus manos el Altísimo ha
puesto la gran responsabilidad de poblar los grandes espacios. Sigan el camino del Dios verdadero,
como su padre, Noé, lo ha hecho. Si no se apartan de su sendero, el se apegará a ustedes, y los

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

bendecirá, así como lo hará con la tierra, liberada de la maldición del Todopoderoso. Pero si se
apartan, Él también se apartará de ustedes, y los abandonará a su propio camino, el cual tiene la
muerte como fin después. Sea esparcida la simiente de ustedes por toda la tierra, y por lugares de
habitación lejanos. Es la voluntad de Jehová.
‖Ahora júrenme que cuidarán de mi padre, de Matusalén, hasta que sea recogido como yo, al
camino de toda la tierra, y que nos enterrarán junto a nuestras esposas, en la región de los muertos
de Jehová...
Luego de las palabras de Lamec, prorrumpió gran llanto entre todos los que estaban
contemplando la partida de Lamec, el hijo del Profeta, de Enoc, su abuelo. Noé se abrazó a su padre
largamente, y lo besó profusamente. En sus brazos murió Lamec, con sus ojos puestos en la promesa
de su Dios, que se levantaría de nuevo, y que sería recibido por el padre de su padre, Enoc, en
lugares de habitación eternos. En ello puso su fe, y le fue contado por justicia. Desde ese día, Noé
llevó consigo a su casa a Matusalén, padre de su padre, y fue cuidado por él, hasta que éste cerró sus
ojos en la paz del Altísimo, el mismo año en que los cielos abrieron sus compuertas por instrucción
del Supremo Hacedor.
El Arca finalmente estuvo terminada en toda su construcción, según las instrucciones del
Altísimo, que éste le entregó cuando le anunció la destrucción de los inicuos. Jehová trajo a Noé,
toda suerte de animales, según sus especies, así como aves voladoras de los cielos, en las cuales el
Altísimo puso el conocimiento del Diluvio que vendría sobre la entera faz de la tierra. De dos en dos
vinieron al arca, y fueron acomodadas según las disposiciones establecidas para ello, por el hombre
de Dios, Noé.
Faltando siete días para que se abrieran las compuertas de los cielos, la palabra de Jehová
vino a Noé a la hora del amanecer...
―Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación.
Porque pasados aún siete días, yo haré llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches; y raeré
de sobre la faz de la tierra a todo ser viviente que hice.‖
Y por causa de las aguas del diluvio entró Noé al arca, y con él sus hijos, su mujer, y las
mujeres de sus hijos. Era Noé de seiscientos años cuando el diluvio de las aguas vino sobre la tierra.
El año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel
día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y
hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches. En este mismo día entraron Noé, y Sem,
Cam y Jafet hijos de Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el arca.
Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y
de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de
vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió. Así fue destruido todo ser que vivía sobre
la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de
la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca.
Y la simiente de Adán, y de Set, y de Enoc, el hombre de Dios, y de Matusalén, y de Lamec,
padre de Noé, traspasó mundos, como lo había declarado el Altísimo, y trajo descanso a la tierra,
arruinada por los hombres.
Y así las palabras de Enoc, el profeta cayeron sobre los violentos, para que se cumplieran los
juicios del Dios verdadero por boca de Enoc, cuando profetizó... ―He aquí, que vino el Señor
Soberano Jehová, con sus santas miríadas, para hacer juicio contra todos, y probar la culpa de todos
los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas inicuas y
ofensivas que los pecadores impíos han hablado contra él‖.

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“El día en que el cielo bajó a la tierra” HE´MEM

Estas mismas palabras están destinadas a caer sobre los irreverentes y violentos que
no se someten al Alto, y que inicuamente desprecian su nombre, y que han ido en pos de la
carne para propósito contranatural, tal y como en los días de Enoc el profeta. Su fin está
cerca... y finalmente los alcanzará...

FIN

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Notas:
LAMEC- Hijo de Metusael y descendiente de Caín. (Gén. 4:17, 18.) Su vida y la de Adán se traslaparon.
Lamec es el primer polígamo del registro bíblico, pues tuvo dos esposas a la vez: Adá y Zilá. (Gén. 4:19.)
Con Adá tuvo un hijo llamado Jabal: el “fundador de los que moran en tiendas y tienen ganado”, y otro
llamado Jubal: el “fundador de todos los que manejan el arpa y el caramillo”. (Gén. 4:20, 21.) Con Zilá llegó a
ser padre de Tubal-caín: el “forjador de toda clase de herramienta de cobre y de hierro”, así como de una
hija llamada Naamá. (Gén. 4:22.)
El poema que Lamec compuso para sus esposas (Gén. 4:23, 24) refleja el espíritu violento de su tiempo.
Decía: “Oigan mi voz, esposas de Lamec; presten oído a mi dicho: A un hombre he matado por haberme
herido, sí, a un joven por haberme dado un golpe. Si siete veces ha de ser vengado Caín, entonces Lamec
setenta veces y siete”. Con este poema Lamec presentaba un caso de defensa propia, y alegaba que
su acto no había sido un asesinato deliberado, como en el caso de Caín, pues había matado en
defensa propia al hombre que le había golpeado y herido. Por lo tanto, su poema era una petición de
inmunidad a cualquiera que deseara vengarse de él por haber matado a su atacante.
Ninguno de los descendientes de Caín sobrevivió al Diluvio, lo que incluiría a la prole de Lamec.
LAMEC - Descendiente de Set; hijo de Matusalén y padre de Noé. (Gén. 5:25, 28, 29; 1Cr 1:1-4.) La vida de
este Lamec también se traslapó con la de Adán. Lamec tenía fe en Dios, y después de dar a su hijo el
nombre Noé (que probablemente significa “Descanso; Consuelo”) pronunció las siguientes palabras: “Este
nos traerá consuelo aliviándonos de nuestro trabajo y del dolor de nuestras manos que resulta del suelo que
Jehová ha maldecido”. (Gén. 5:29.) Estas palabras se cumplieron cuando terminó la maldición sobre el suelo
durante la vida de Noé. (Gén. 8:21.) Lamec tuvo otros hijos e hijas. Vivió setecientos setenta y siete años,
y murió unos cinco años antes del Diluvio. (Gén. 5:30, 31.) Su nombre figura en la genealogía de
Jesucristo, en Lucas 3:36.

- 51 -
CRONOLOGÍA CUENTO: EL DÍA EN QUE EL CIELO BAJÓ A LA TIERRA.

Descendencia de Set Año Mundi Descendencia de Caín


Nombre y suceso. Fecha Seglar desde Adán Nombre y suceso aprox. (*) (No hay
registro )
Creación de Adán 4026 a.E.C. 0
60 años después (aprox.)
130 años desde Adán: 60(*) Aprox. Nace Caín
Nace Set 3896 a E.C. 130 130 años después:
105 años después: 190(*) Aprox. Nace Enoc
Nace Enos 3791 a E.C. 235 100 años después:
90 Años después: 290(*) Aprox. Nace Irad
Nace Quenán 3701 a E.C. 325 80 años después:
70 años después: 370(*) Aprox. Nace Mahujael
Nace Mahalelel 3631 a E.C.. 395
65 años después:
Nace Jared 3566 a E.C.. 460 90 años después
480(*) Aprox. Nace Metusael
70 años después:
550(*) Aprox. Nace Lamec
Tiene tres hijos:
162 años después: Jabal, Jubal, Tubal-Caín
Nace Enoc 3404 a E.C. 622
65 años después:
Nace Matusalén 3339 a E.C. 687
187 años después:
Nace Lamec 3152 a E.C. 874
56 años después:
Muere Adán. 3096 a E.C. 930
57 años después:
Tomó Dios a Enoc 3039 a E.C. 987
55 años después:
Muere Set 2984 a E.C. 1.042
14 años después:
Nace Noé 2970 a E.C. 1.056 Edad de Noé Historia ficticia de Noé
84 años después: 84
Muere Enos 2886 a E.C. 1,140
95 años después: 179
Muere Quenán 2791 a E.C. 1.235
55 años después: 234
Muere Mahalalel 2736 a E.C. 1,290
130 años después: 364
Muere Jared 2606 a E.C. 1,420
86 años después 450
Por este tiempo más o menos, 2520 a E.C 1,506 Muere la esposa de Enoc
bajan los ángeles
desobedientes a Jehová -
30 años después 480
Los Néfilim aumentan la

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violencia
Muere Lamec-Caín
Jehová decreta 120 años al 2490 a E.C 1,536 Se casa Noé con Javá
tiempo del mundo antiguo
19 años después
2471 a E.C 1,555 499 Javá queda en cinta.
1 año después
Nace Jafet (hijo de Noé) 2470 a E.C 1,556 500
2 años después
Nace Sem (hijo de Noé) 2468 a E.C. 1,558 502
2 años después
Nace Cam (hijo de Noé) * 2466 a. E.C. 1,560 504 (*)No se sabe la fecha
exacta del nacimiento de
Cam.
56 años después
Jehová anuncia el diluvio 2410 a E.C. 1.616 (*) 560
35 años después:
Muere Lamec 2375 a E.C. 1.651 595
5 años después:
Cae el diluvio: 2370 a E.C. 1.656 600

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Fuentes de Documentación:

*** w75 1/5 279 Un drama profético que prefiguró la supervivencia ***
Editado por la Watchtower Bible and tract society

“El propósito eterno de Dios va triunfando ahora para bien del hombre”
***( po 66-81 Cáp. 6) La vida humana fuera del Paraíso hasta el Diluvio ***
Editado por la Watchtower Bible and tract society

“Perspicacia para comprender las escrituras V-2”


*** it-2 495-6 Noé ***
Editado por la Watchtower Bible and tract society

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