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1 samuel 12;24

Solamente temed al SEÑOR y servidle en verdad con todo vuestro corazón; pues
habéis visto cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.

Quien fue Samuel?

Hijo de Elcana y de Ana, Samuel nació en respuesta a las oraciones


de su madre (1 Sam. 1). Desde niño quedó bajo el cuidado de Elí,
sumo sacerdote del tabernáculo de Silo (1 Sam. 2:11; 3:1). Todavía
siendo niño, el Señor llamó a Samuel como profeta (1 Sam. 3).
Después de la muerte de Elí, llegó a ser el gran profeta y juez de
Israel, quien restauró la ley, el orden y la adoración religiosa en la
tierra (1 Sam. 4:15–18; 7:3–17).

“Entonces dijo todo el pueblo a Samuel: Ruega por tus siervos a Jehová tu
Dios, para que no muramos; porque a todos nuestros pecados hemos añadido
este mal de pedir rey para nosotros. Y Samuel respondió al pueblo: No temáis;
vosotros habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os apartéis de en
pos de Jehová, sino servidle con todo vuestro corazón. No os apartéis en pos
de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades. Pues Jehová
no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido
haceros pueblo suyo. Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová
cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.
Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón,
pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros. Mas si
perseverareis en hacer mal, vosotros y vuestro rey pereceréis”, 1 Samuel
12:19-25.

Cuando nosotros le servimos a Dios le estamos adorando, le estamos ministrando, le


estamos obedeciendo. Estos versículos nos hablan de aquel día cuando el pueblo de
Israel había pedido rey, el pueblo quería ser similar a las demás naciones, querían tener
su propio rey. Dios ministraba directamente a través de Samuel, pero este pueblo quiso
estar como los demás pueblos que no conocen de Dios. Samuel había envejecido, y sus
hijos no andaban en el temor de Dios.
Samuel llevó esa queja a Dios, le pareció muy grave, y dijo Dios a Samuel: “No te han
desechado a ti, sino a mí, me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel
8:7). Renunciaban prácticamente al gobierno de Dios y pedían ser gobernados
directamente por los hombres. Era un cambio muy drástico pero a veces eso es lo que el
hombre prefiere, no ser guiado por Dios sino por los hombres, pensando que el hombre
lo haría mejor. Samuel les advierte sobre el mal que vendría. El pueblo más tarde se dio
cuenta que más que un error era un pecado. Samuel vio que el pueblo se atemorizó, les
dice: “No temáis; vosotros habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os apartéis
de en pos de Jehová, sino servidle con todo vuestro corazón” (1 Samuel 12:20).

Cuando una persona hace daño o hace mal, el propósito es no detenerse a reflexionar,
sino que se deja llevar por el enemigo que le dice: “ya pecó, ya no le queda otra cosa
que seguir por el camino equivocado, Dios no le va a perdonar, lo que Dios tenía para
darte quedó anulado, ya no cuenta contigo”. Entonces la persona en lugar de frenar su
carrera lo que hace es acelerar hacia el mal, pero pudo haberlo corregido, pudo haber
ido a Dios en busca del perdón, pero no lo hace sino que por lo general tiende a
apartarse y a enlodarse en el pecado. Por eso es que Samuel les dice que han hecho mal,
pero mejor es y para su propio bien que no se aparten del Señor, sino que se arrepientan
y comiencen a servir a Dios con todo el corazón.

Recordemos que Dios es misericordioso y la Biblia dice: “Si fuéremos infieles, Él


permanece fiel” (2 Timoteo 2:13). Dios no es como los hombres, Él cuando perdona
olvida nuestra maldad, “sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar
todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19). Si ha fallado a Dios lo mejor es que se
detenga, haga un alto en su camino, vuelva arrepentido, y comience a servirle de verdad
con sinceridad y de todo su corazón.

Samuel les sigue diciendo: “No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni
libran, porque son vanidades” (1 Samuel 12:21). En otras palabras no vayan a desviarse
a la idolatría, a darle la gloria a otro que no es Dios, no se vayan a apartar porque
Jehová a querido haceros pueblo suyo, el propósito de Dios es hacerle bien, es llevarle
adelante, es darle descanso, darle paz a su corazón. El verso 25 dice: “Mas si
perseverareis en hacer mal”, quiere decir que si el hombre persiste, si sigue en su
pecado, si sigue en su maldad, entonces “vosotros y vuestro rey pereceréis”. Si la
persona persiste en hacer mal entonces Dios tiene que traer una tremenda disciplina o
juicio. Lo peor es cuando se hace esclavo del pecado, persiste en ello, entonces Dios le
abandona y deja que venga sobre su vida el juicio.

Pero si la persona obró mal, si pecó, pero se arrepintió, se apartó del pecado, lo confesó
a Dios, como dice la Biblia: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los
confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Lo que Dios quiere es
que le sirvamos, por eso en 1 Samuel 12:24 les dice: “Solamente temed a Jehová y
servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha
hecho por vosotros”. Quiere decir que tenemos que servirle de verdad y de corazón, el
solo hecho de pasar por alto nuestro pecado, vale la pena, estamos endeudados
eternamente para servirle, para adorarle, para alabarle, para obedecerle en todo lo que Él
diga a través de su Palabra, porque Él derramó su sangre para redimirnos.

La epístola a los Hebreos 12:28 nos dice: “Así que, recibiendo nosotros un reino
inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con
temor y reverencia”. No éramos nada, no merecíamos su gracia ni su amor, pero nos
hizo merecedores, nos hizo dignos por su misericordia y nos dio un reino inconmovible.
Entonces si hemos recibido de Él un reino inconmovible, levantándonos no siendo nada,
estando en el polvo de la tierra, entonces “tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a
Dios”, seamos agradecidos. El servicio a Dios debe ser fruto de nuestra gratitud, porque
estamos agradecidos eternamente, agradecidos por lo que Él ha hecho con nosotros.

Hay los que conocen la Palabra, y cuántas bendiciones Dios les ha dado, Dios los ha
prosperado, los ha guardado y no muestran con su vida y con su servicio gratitud al
Señor, son más bien desagradecidos. Como aquellos nueve leprosos que cuando se
vieron libres de la enfermedad no regresaron, sólo uno regresó a rendirle gratitud al
Señor. Jesús le dijo: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde
están?” (Lucas 17.17); se habían ido tras las cosas de este mundo pero no se dieron
tiempo para regresar. Que una persona confinada a una enfermedad como la lepra, que
no había medicina alguna, y que en un instante sea sanado y quede liberado de ese
flagelo, y no tenga ni siquiera el más mínimo detalle de darle gracias al Señor es
inconcebible.

Qué terrible, pero a veces nos escandalizamos de esos nueve ingratos y no nos damos
cuenta de que en muchas ocasiones somos similares a ellos, porque lo que Dios ha
hecho con nosotros es grande, la carga que quitó de nosotros es grande, como para que
vivamos agradecidos diariamente, y le rindamos a Dios un servicio de verdad, no de
apariencia, no de hipocresía sino de verdad, de corazón, porque nos salvo, porque nos
dio vida, y como si fuera poco puso en nosotros su Santo Espíritu.

El día que a Saúl lo fueron a nombrar rey se escondió, no quería aparecer en la escena,
temblaba, le daba miedo, se dio cuenta que era insignificante; y el Señor sabía que lo
estaba haciendo de corazón, Dios vio que se sentía insignificante. Cuando Dios
comenzó a bendecirnos, nos sentíamos insignificantes, sin valor, pero después nos
llenamos de una falsa confianza, nos sentimos fuertes sin serlo, olvidando que si hay
algo en nosotros digno de alabanza no es por nuestra fuerza, es por la gracia de Dios en
nuestra vida.

La Biblia registra lo que le pasó a los hijos de Judá, ellos eran piedras preciosas,
valiosísimas, eran de ese oro puro finísimo, con ese brillo único que los caracterizaba,
pero el profeta dice de ellos: “¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha
perdido su brillo! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de
todas las calles. Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro. ¡Cómo
son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!” (Lamentaciones 4:1-2).
Dios ha puesto un tesoro en nosotros que somos vasijas de barro, si hay algún brillo, si
hay alguna atracción es lo que por dentro hay, el día que perdamos ese tesoro, esa
riqueza, seremos catalogados como vasijas sin valor, nadie se nos acercará, nadie nos
consultará, si hoy la gente busca algún valor es por la gracia de Dios.
El Señor dirigiéndose a una de las iglesias del Asia Menor a través de Juan le dijo:
“Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11). Si no nos
ponemos a producir lo que Él nos ha dado, lo que piensa tener le será quitado y dado a
cualquier otro que tiene más. Job también dice: “La bendición del que se iba a perder
venía sobre mí” (Job 29:13), por eso es que cada día prosperaba y cada día era más
bendecido, la bendición de los que la despreciaban venía sobre él. ¿Quiere la bendición
de Dios? Sírvale de verdad, con sinceridad, sin incertidumbre de fe, con corazón sincero
e íntegro, haga las cosas con amor para el Señor, para agradarle a Él.

En Deuteronomio 10:12 dice: “Ahora pues Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino
que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a
Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?”; eso es lo que Dios pide de su
pueblo. El verso 20 dice: “A Jehová tu Dios temerás, a Él sólo servirás, a Él seguirás, y
por su nombre jurarás”; cuando dice a “Él sólo servirás” está hablando de un servicio
único, de un servicio exclusivo, ese servicio que se le rinde a Dios no lo puede recibir
otro, cuando se refiere directamente a Él es un servicio único exclusivo, nadie más
puede ser servido como se sirve a Dios.

Qué triste que a veces mostramos más interés en servirle a los hombres, y no con ese
mismo interés ni ánimo para servirle a Dios, a veces con pereza, con desgano, y si le
queda algún tiempo. Pero para servirle a los demás siempre hay voluntad, tenemos
ánimo pronto para correr a lo que nos beneficia humanamente. La gente como tiene que
cumplir un compromiso con el hombre madruga, pero el día que no tiene que trabajar o
estudiar ese día no madruga, porque solamente madruga cuando es el trabajo o es un
viaje, para el Señor no nos queda tiempo. Nos esmeramos porque vamos detrás de una
recompensa, de que alguien se lleve un buen concepto de nosotros. Pero sepa que Dios
nos recompensará mucho más, vayamos tras la recompensa que encontraremos halla en
el reino de los cielos.

Nuestro servicio tiene que ser único, exclusivo y aceptable. Romanos 12:1 dice: “Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos
en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”; un culto con
entendimiento, con sabiduría, un culto aceptable que no va a ser rechazado, sino que va
a ser tenido en cuenta porque ese es el culto que Dios quiere, eso es lo que Dios espera
de nosotros que le ofrezcamos, Dios quiere un culto donde tiene que ver todo nuestro
ser, un culto con todo nuestro entendimiento, con toda nuestra entrega. En Juan 4:23,
leemos: “Porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”; anhela el
Padre adoradores que le adoren en espíritu y en verdad, en verdad porque hay gente que
le sirve pero no de verdad.

La Biblia dice que había gente que le sirvió a Dios pero no de perfecto corazón, eso
quiere decir que le ofrecieron un culto no agradable, no le dieron la gloria que Él
debería recibir. Dios tuvo que decir: “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y
con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Isaías 29:13); uno puede
aparentar servir a Dios, pero de qué le sirve esa alabanza, ese culto no lo recibe el Señor
porque no es de verdad. Dios habita en medio de la alabanza, por eso cuando uno alaba
a Dios el cielo se abre, los demonios huyen, hay libertad, hay restauración, y hay vida.
Cuando una Iglesia alaba y adora a Dios, no hay diablo que la pueda destruir. Cuando el
pueblo le alaba la presencia de Dios se mueve, cae la presencia de Dios como el rocío,
cuando se alaba a Dios suceden cosas maravillosas.

Amado, a Dios hay que servirle de todo nuestro corazón. “Solamente temed a Jehová y
servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha
hecho por vosotros”. Amén.

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