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1. El texto del poema se encuentra desordenado.

Tendrán que ordenarlo


tomando como referencia el episodio visto. Solo la primera y la última estrofa
están en su lugar.

1) A) Una vez, en triste medianoche,


Cuando, cansado y mustio, examinaba
Infolios raros de olvidada ciencia,
mientras cabeceaba adormecido,
oí de pronto que alguien golpeaba
en mi puerta, llamando suavemente.
“Es, sin duda –murmuré-, un visitante…”
Solo esto, y nada más.
2) C) Recuerdo el mes helado de
diciembre; una a una, las ascuas
moribundas forjaban su fantasma sobre el
suelo. Deseaba con ansia la mañana,
Buscando entre mis libros un consuelo
a la doliente pérdida de la virgen Leonora,
que es así por los ángeles llamada…
Sin nombre aquí, ya siempre.
3) K) En lo oscuro atisbaba con ahínco.
Temor, asombro y dudas me invadían;
soñaba sueños que ningún viviente
osó nunca soñar. Todo seguía
envuelto en el silencio y la calma.
Una sola palabra murmuraba,
y el eco, aquel “¡Leonora!” murmuraba.
Solo esto, y nada más.
4) J) Me estremeció el crujir de las
cortinas
de púrpura y de seda, y un espanto
jamás sentido paralizó de pronto
mi corazón. Y yo me repetía:
“Algún tardío visitante ruega
la entrada en la puerta de mi estancia.
En mi puerta golpea un visitante;
es esto y nada más.”
5) B) Reanimada mi alma y sin más
dudas,
“Señor –dije-, o señora, si no,
vuestro perdón sinceramente imploro.
Pero es que dormitaba, y la llamada
vuestra tan leve fue, que apenas
supe si había oído tal llamada.”
Abrí entonces la puerta por completo;
tinieblas, nada más.
6) I) Volví a mi estancia; ardía mi alma
entera.
Pronto se oyó de nuevo la llamada,
pero esta vez más fuerte, más cercana.
“¿Será –dije- ese ruido en la ventana?”
Semejante misterio he de explorar,
calmado el corazón; ese misterio
he de explorar, repito, en las tinieblas;
el viento es, nada más.
7) D) Abrí el postigo, y con gentil revuelo,
entró entonces un cuervo majestuoso,
como en los santos días del pasado.
No me hizo reverencia, ni siquiera
un minuto vaciló. Con prestancia
de dama o varón noble, se posó
en el dintel, sobre un busto de Palas…
Allí quedo posado, y nada más.
8) L) Con su grave decoro, el feo pájaro,
como el ébano negro, mi tristeza en
sonrisa trocó. Y yo le dije:
“A pesar de tu cresta desollada,
cobarde no eres, ciertamente, cuervo
torvo, espectral, errando por el margen
de la Noche Plutónica. Revélame tu
nombre…”
El cuervo dijo: “Nunca más”.
9) G) Tornose el aire denso y perfumado
por invisible incienso. Balanceaba
el incensario un serafín; se oían
sobre el tapiz mullido sus pisadas. Grité:
“¡Miserable! ¿Te ha prestado tu Dios
O el nepentes te envía con sus ángeles?
¡Bébelo, olvida ya a Leonora!”
El cuervo dijo: “Nunca más”.
10) F) “¡Profeta –dije-, ser nacido del
mal!
¡Profeta, sí, o pájaro, o demonio!
Por ese cielo que en lo alto se comba,
por ese Dios que tú y yo veneramos,
di a esta alma triste si en el Edén distante
abrazará a la doncella santa
a quien llaman los ángeles Leonora”.
El cuervo dijo: “Nunca más”.
11) N) “¡Que sea esta palabra la señal,
pájaro o espíritu diabólico,
de nuestro adiós! ¡Retorna en la borrasca
y al borde de la Noche Plutoniana!
¡No dejes pluma negra como prenda
de tu mentira! Mi soledad respeta,
¡quita de mi pecho tu pico, tu forma de mi
puerta!
El cuervo dijo: “Nunca más”.
12) H) Estremecido estaba por la calma
que truncara su rápida respuesta.
“Sin duda –dije-, son esas palabras
las únicas que sabe y ha aprendido
de un amo desdichado a quien persigue
el Desastre fatal, y cuyo canto
tenga este estribillo triste:
“Nunca más, nunca más”.
13) E) Pero el cuervo seguía e incitaba
mi alma a la sonrisa todavía.
Un sillón puse, frente al busto, al ave;
y hundido en almohadón de terciopelo,
mi mente encadenaba fantasías,
pensando en lo que el ave desmañada,
fea, flaca, siniestra, a entender daba
croando: “Nunca más”.
14) M) Sentado, meditaba. La mirada
del pájaro mi corazón quemaba.
Recliné la cabeza en el cojín
que la luz de la lámpara embebía,
deleitada en el suave terciopelo,
pero ese cojín color violado
Ella no ha de oprimir ya más,
¡ah, nunca más!
15) O) El cuervo, inmóvil, sigue aún
posado
sobre el pálido busto de Atenea,
encima de la puerta de mi estancia;
sus ojos son de un demonio que sueña.
La luz sobre él mi lámpara derrama,
proyectando su sombra por el suelo.
Y mi alma, fuera de esa flotante sombra,
¡nunca más se alzará!

Edgar A. Poe, “El cuervo” (fragmento).

2. En tanto que se trata de un poema narrativo, es posible identificar las


acciones principales o núcleos que hacen avanzar la historia. Propongan diez
núcleos narrativos que resuman las acciones presentes en el poema y
enúncienlos a continuación.
Como ayuda, te damos el primero:

1) El protagonista escucha que alguien golpea su puerta.


2) El protagonista abre la puerta y no hay nadie.
3) El protagonista vuelve a escuchar que alguien golpea su puerta.
4) El protagonista abre la ventana.
5) Entra un cuervo
6) El hombre le pide que se valla.
7) El cuervo le responde al protagonista.
8) El protagonista se enoja con el cuervo.
9) El protagonista intenta atrapar al cuervo.
10) El protagonista queda en el piso y el cuervo logró controlarlo.
Escritura:

N
unca conté esta historia a nadie. Quizás porque sabía que nunca me creerían.
Quizás porque no quería que me trataran de loco o demente. Sin embargo,
curiosamente, un hombre olvida todo lo que lo atormenta cuando está
llegando al final de su vida; como si fuera alguien más, con otros miedos y otras
desconfianzas. Y se olvida de que aún sigue vivo, y sigue siendo la misma persona. Tal
vez, el hecho de saber que queda poco tiempo puede transformar al ser humano y
entonces decide hacer y decir todo lo que no se atrevió antes. Parece una tontería,
pero así de cobardes somos. De todas maneras, me encuentro en esta misma absurda
situación: soy solo un hombre solitario y moribundo intentando contar su historia; una
historia increíble y que, por esta misma razón, pensaba llevarme a mi tumba.
Era una helada noche de diciembre, lo recuerdo porque todo el pueblo estaba
decorado con adornos navideños. Odiaba esta época del año: todos con sus familias y
amigos reunidos esperando la ansiada noche buena y navidad. Y yo, bueno, como dije
soy un hombre solitario. Pero no siempre fui así.
Me encontraba en mi sala ojeando un olvidado libro de ciencia que ni siquiera me
interesaba. La verdad, yo solo estaba pasando las páginas del viejo infolio mientras me
hundía en la pena y la angustia de la pérdida de quien había sido mi mujer antes de
que los ángeles decidieran velarla por siempre.
Ya medio adormecido, me estremecí con el ruido de alguien llamando a mi puerta.
“Qué raro… ¿Visitas a esta hora?”. Me levanté del sillón en el que minutos antes
recordaba a mi amada y abrí la puerta. Nada. Nada ni nadie. Solo oscuridad y un
profundo silencio. “Habrá sido el viento”, pensé. Y volví a mi asiento en habitual
soledad. Antes de que pudiera sentarme el sonido de la llamada se repitió. Esta vez,
más fuerte. El miedo quemaba mi alma y no sabía qué hacer. Decidí abrir la ventana
mientras me repetía “Es solo el viento” con intenciones vanas de calmarme.
Al abrirla, entró con airoso revuelo un cuervo negro. Simplemente entró y se posó
sobre un busto de Palas sobre el dintel de mi puerta. Y nada más. Con su
majestuosidad el feo animal convirtió mi tristeza en sonrisa. “A pesar de tu fealdad,
pájaro, cobarde no eres. Revélame tu nombre” le dije al ave sin esperar respuesta
alguna, dado que estaría loco si lo hiciera. “Nunca más” respondió el cuervo. Su
respuesta me sorprendió, pues el oscuro visitante había hablado. Entonces el aire me
pareció más denso y el perfume del aromatizador que se balanceaba por los ángeles
que lo traían nubló mis sentidos. Aquel aroma me recordaba a mi amada.
“¡Miserable!”, dije, “Bebe el nepente 1, olvida ya a Leonora”. “Nunca más”, respondió el
ave. “¡Que sea esta palabra la señal de nuestro adiós! Déjame en mi soledad, y solo
vete”. El cuervo dijo: “Nunca más”. Su calma era exasperante. “Sin duda estas debieron
haber sido las únicas dos palabras que aprendiste de un pobre amo desdichado”. Pero
el cuervo no se movía; no tenía intenciones de marcharse. Entonces puse mi sillón en
el que adormilado ahogaba mis penas en frente del busto y de la criatura. El pájaro
seguía repitiendo “nunca más, nunca más”.
Sentado, meditaba mientras la mirada del ave estaba posada en mí. Me relajé y apoyé
mi cabeza en el almohadón de la cabecera de mi asiento, el que antes pertenecía a mi
esposa.

1
Bebida que los dioses usaban para curarse las heridas o dolores, y que además
producía olvido, como las aguas del Leteo
El cuervo, inmóvil, seguía aún posado sobre el busto de Palas sobre la puerta de mi
estancia; sus ojos son de un demonio que sueña. La luz de mi lámpara proyecta su
sombra por el suelo. “Nunca más, nunca más”, repetía el pájaro. Mi alma nunca más se
alzará fuera de esa flotante sombra. Nunca más vería a mi amada. Nunca más me
libraría del cuervo. “Nunca más” me repetía a mí mismo. “Nunca más”.

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