Вы находитесь на странице: 1из 107

ISSN 1853-0869

CRONOPIOS
Nº 2 setiembre 2010
ALMACEN DE LITERATURA Y ARTE

Julio Cortázar - Hermann Hesse


Marcel Proust - Antonio Machado
Harold Bloom - Witold Gombrowicz
H. Bustos Domeq - Lourdes Cirlot
Franz Kafka - Jorge Luis Borges
Eduardo Galeano - Dante Alighieri
CRONOPIOS - ISSN 1853-0869
ALMACEN DE LITERATURA Y ARTE

Dirección postal: Pedro de Ledesma 2393 - Córdoba - Argentina

Dirección electrónica: cronopiosdigital@gmail.com

Directores

ROMULO MONTES

MARIA ELENA GONZALEZ

Consejo editorial

Lic. ROMULO MONTES (UES21 – UNQ)

Prof. MARIA ELENA GONZALEZ (U. N. Nordeste)

Lic. NOELIA MENDEZ LAGGER (UES21)

Comité Académico

DRA. MARIA CECILIA CARO - (UES21 - UCC)

MGTR ALEJANDRA MARTINEZ – (UES21 – CONICET)

MGTR. PABLO CABAS – (UCC - UES21)

MGTR. MARIELA MASIH – (UNC)

LIC. MARIA SILVINA GONZALEZ – (U. del M. A.)

LIC. EMILIANOA ARIAS – (UNC – UES21)

LIC. AURORA ROMERO (UES21 – CONICET)

PROF. SOLEDAD DE LOS SANTOS (UBA – UES21)

2 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Índice

Editorial………………………………………………………………….4

Julio Cortázar - Instrucciones y Cronopios………………..….…5

Hermann Hesse - La leyenda del rey indio.…………...………..10

Hermann Hesse - El rey Yu…………………………………………13

Marcel Proust - Sodoma y Gomorra (fragmentos)……………18

Antonio Machado - Poesía…………………………………………32

Harold Bloom - El canon occidental………………………….….36

Witold Gombrowicz en Argentina………………………….…..…47

Gombrowicz habla de Roberto Mario Santucho.…………..…48

Entrevista – Piglia sobre Borges……………………….…….……54

H. Bustos Domeq – La Fiesta del Monstruo………………..….57

Lourdes Cirlot – La primeras Vanguardias………………….…..67

Franz Kafka - Un artista del hambre……………………….…….79

Jorge Luis Borges - Las Ruinas Circulares……………..………89

Eduardo Galeano - (selección)……………………………………94

Dante Alighieri - Infierno - Canto V………………………………99

Convocatoria y Normas de Publicación…………………….…104

Contratapa: Julio Cortázar – Bolero……………………..…….106

3 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Editorial

Arribamos a nuestro a segundo número con la satisfacción de saber el eco que

ha tenido la propuesta, con el gusto de saber a quienes hemos llegado, con la

sorpresa geográfica de saber adonde ha sido recepcionada nuestra Cronopios.

Nos han sorprendido con correos de Guatemala, Cuba, Nicaragua, Brasil,

Francia, España etc. desde allí, los nuevos amigos nos han llenado de sugerencias

con temas y autores para ir mejorando la revista.

Recordamos siempre, nuestra aspiración y en cierto modo nuestra estética es de

almacén, una subjetiva colección de autores y temáticas elegidos a partir de nuestros

gustos y trayectorias. La idea es allanar el apasionante camino de la literatura y el arte

a nuestros amigos, sugerir lecturas, analizar artistas, presentar estéticas.

En algún momento, esperamos que muy próximo, cuando nuestros lectores

escritores maduren y se animen, nuestro almacén abrirá algunos de sus anaqueles

para los inéditos, a los desconocidos, a los ignorados.

Esperamos que disfruten de la selección que hemos hecho y les recordamos que

nuestro próximo número traerá un dossier imperdible sobre el gran Cronopios.

Hasta la próxima.

4 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Nuestro Cortázar

Julio Cortázar
Instrucciones y Cronopios (selección)

Instrucciones-ejemplos sobre la forma de tener miedo


En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún
lugar del volumen.
Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
En la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el
siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ven moverse lentamente las estatuas de
los Dióscuros que luchan con sus caballos encabritados
En Amalfí, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la
noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola.
Un señor está extendiendo pasta dentífrica en el cepillo. De pronto ve, acostada de
espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga de pan pintada.
Al abrir el ropero para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se
deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel.
Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda,
justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida
mostraba la huella de unos dientes muy finos.
El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede
los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en
cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de cuidado, en una semana
estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente
en torno. De pronto, en la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico.
Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.

Lo particular y lo universal
Un cronopio iba a lavarse los dientes junto a su balcón, y poseído de una
grandísima alegría al ver el sol de la mañana y las hermosas nubes que corrían por el
cielo, apretó enormemente el tubo de pasta dentífrico y la pasta empezó a salir en una
larga cinta rosa. Después de cubrir su cepillo con una verdadera montaña de pasta, el

5 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


cronopio se encontró con que le sobraba todavía una cantidad, entonces empezó a
sacudir el tubo en la ventana y los pedazos de pasta rosa caían por el balcón a la calle
donde varios famas se habían reunido a comentar las novedades municipales. Los
pedazos de pasta rosa caían sobre los sombreros de los famas, mientras arriba el
cronopio cantaba y se frotaba los dientes lleno de contento. Los famas se indignaron
ante esta increíble inconsciencia del cronopio, y decidieron nombrar una delegación
para que lo imprecara inmediatamente, con lo cual la delegación formada por tres
famas subió a la casa del cronopio y lo increpó, diciéndole así: -Cronopio, has
estropeado nuestros sombreros, por lo cual tendrás que pagar. Y después, con mucha
más fuerza: -¡Cronopio, no deberías derrochar así la pasta dentífrico!

Instrucciones para llorar


Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera
correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni
que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario
consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado
de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en
que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo,
y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo
exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de
Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro
el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la
manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración
media del llanto, tres minutos.

La foto salió movida


Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para
sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige
mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería
horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos
están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la
azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de
música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos
de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que
este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo

6 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se
confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para
que. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan
horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té,
que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza
de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.

Instrucciones para subir una escalera


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de
manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte
siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular,
conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente
variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales,
y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un
peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos
elementos, se situá un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da
sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más
bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan
particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los
brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen
de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y
regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo
situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo
excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha
parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda
(también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y
llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño,
con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros
peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La
coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese
especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los
movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente,

7 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el
momento del descenso.

El canto de los Cronopios


Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal
manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la
ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque
no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En
medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el
cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del
cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí
boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el
fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban
aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone
también a aplaudir, pobrecito.

Instrucciones para cantar


Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire
vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero
esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras
entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien
encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y
negro, si oye un sabor pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. Después
compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.

León y cronopio
Un cronopio que anda por el desierto se encuentra con un león, y tiene lugar el
diálogo siguiente: León.-Te como. Cronopio (afligidísimo pero con dignidad).-Y bueno.
León.-Ah, eso no. Nada de mártires conmigo. Échate a llorar, o lucha, una de dos. Así
no te puedo comer. Vamos, estoy esperando. ¿No dices nada? El cronopio no dice
nada, y el león está perplejo, hasta que le viene una idea. León.-Menos mal que tengo
una espina en la mano izquierda que me fastidia mucho. Sácamela y te perdonaré. El
cronopio le saca la espina y el león se va, gruñendo de mala gana: -Gracias,
Androcles.

8 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Cóndor y cronopio
Un cóndor cae como un rayo sobre un cronopio que pasa por Tinogasta, lo
acorrala contra una pared de granito, y dice con gran petulancia, a saber: Cóndor.-
Atrévete a afirmar que no soy hermoso. Cronopio.-Usted es el pájaro más hermoso
que he visto nunca. Cóndor.-Más todavía. Cronopio.-Usted es más hermoso que el
ave del paraíso. Cóndor.-Atrévete a decir que no vuelo alto. Cronopio.-Usted vuela a
alturas vertiginosas, y es por completo supersónico y estratosférico. Cóndor.-Atrévete
a decir que huelo mal. Cronopio.-Usted huele mejor que un litro entero de colonia jean-
Marie Farina. Cóndor.-Mierda de tipo. No deja ni un claro donde sacudirle un picotazo.

Flor y cronopio
Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a
arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega
alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba
como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se
duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: «Es como una flor».

Fama y eucalipto
Un fama anda por el bosque y aunque no necesita leña mira codiciosamente los
árboles. Los árboles tienen un miedo terrible porque conocen las costumbres de los
famas y temen lo peor. En medio de todos está un eucalipto hermoso, y el fama al
verlo da un grito de alegría y baila tregua y baila catala en torno del perturbado
eucalipto, diciendo así: -Hojas antisépticas, invierno con salud, gran higiene. Saca un
hacha y golpea al eucalipto en el estómago, sin importársele nada. El eucalipto gime,
herido de muerte, y los otros árboles oyen que dice entre suspiros: -Pensar que este
imbécil no tenia más que comprarse unas pastillas Valda.

Tortugas y cronopios
Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es
natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas
de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

9 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Nobel de Literatura: Hermann Hesse

Hermann Hesse
La leyenda del rey indio
En la antigua India de los dioses, muchos siglos antes del advenimiento de Gotama
Buda el excelso, sucedió que los brahmanes ungieron a un nuevo rey. Este joven
monarca gozó de la confianza y las enseñanzas de dos sabios varones que le
enseñaron a purificarse mediante el ayuno, a someter a la voluntad los impulsos
tormentosos de su sangre y a preparar su mente para el entendimiento del Todo y
Uno.
En efecto, por esta época habían estallado entre los brahmanes ardorosas
polémicas sobre los atributos de los dioses, sobre las relaciones de unas divinidades
con otras y sobre las de éstas con el Todo y Uno. Algunos pensadores empezaban a
negar la existencia de múltiples divinidades, y postulaban que los nombres de éstas no
eran más que denominaciones de los aspectos sensibles del Uno invisible. Otros
negaban con apasionamiento estas doctrinas y se aferraban a las viejas divinidades,
sus nombres y sus imágenes; ellos precisamente no creían que el Todo y Uno fuese
un ser concreto, sino sólo un nombre aplicado al conjunto de todas las divinidades. De
manera similar, para unos las palabras sagradas de los himnos eran creaciones
temporales, y por consiguiente mudables, mientras otros las tenían por primigenias y
la única cosa auténticamente inmutable. En estos aspectos del conocimiento de lo
sagrado, lo mismo que en los de... se manifestaba el afán de llegar a conocer las
verdades últimas, y por eso dudaban y discutían sin descanso de qué fuese el Espíritu
mismo, o sólo su nombre, otros rechazaban esta distinción entre el Espíritu y la
palabra, considerando que el ser y su imagen eran entidades inseparables. Casi dos
mil años más tarde los mejores ingenios de la Edad Media occidental discutirían casi
exactamente los mismos puntos. Y aquende como allende hubo pensadores serios y
luchadores desinteresados, pero también hubo prebendados desprovistos de espíritu y
de caridad a quienes preocupaba únicamente que tales discusiones no redundasen en
el desprestigio del culto o del templo, ni que la libertad de pensamiento o de discusión
sobre la naturaleza de las divinidades fuese a mermar, por ventura, el poderío ni las
rentas de la casta sacerdotal. Lo que ellos querían era seguir viviendo como parásitos
del pueblo; cuando el hijo o la vaca de alguno caían enfermos, los sacerdotes se le

10 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


metían en casa durante semanas y le chupaban toda la hacienda en forma de
ofrendas y de sacrificios.
Y también aquellos dos brahmanes de cuyas enseñanzas disfrutaba el rey,
siempre ávido de saber, estaban reñidos en cuanto a las verdades últimas. Pero como
ambos tenían fama de gran sabiduría, el rey, entristecido por tal desavenencia, solía
decirse: «Si ni siquiera estos dos sabios consiguen ponerse de acuerdo en cuando a la
verdad, ¿cómo podré conocerla nunca yo, con mi flaco entendimiento? No dudo de
que debe existir una verdad única e indivisible, pero me temo que ni siquiera los
brahmanes puedan llegar a conocerla con seguridad».
Cuando los interrogaba al respecto, sus dos preceptores contestaban:
-Muchos son los caminos, pero el destino es único. Ayuna, mortifica las pasiones
de tu corazón, recita las estrofas sagradas y medita acerca de ellas.
El rey hizo de buena gana lo que le aconsejaban, y realizó grandes progresos en
la sabiduría, pero sin alcanzar nunca su meta de poder contemplar la verdad última.
Cierto que logró superar las pasiones de la sangre, así como aborrecer los deseos y
los placeres animales. E incluso para comer y beber tomaba solamente lo
indispensable (un plátano al día y unos granos de arroz). Así se purificaba de cuerpo y
espíritu, y enfocaba al objetivo definitivo todas sus fuerzas e impulsos de su alma. Las
palabras sagradas, cuyas sílabas antes le parecían monótonas y vacías, desplegaban
ahora para él todos los encantos de su magia y le dispensaban consuelo íntimo. En
estos torneos y ejercicios de la razón iba conquistando premio tras premio. Pero siguió
sin hallar la clave del secreto final y de todos los misterios del ser, y eso lo tenía triste
y cariacontecido.
Entonces decidió disciplinarse por medio de una gran penitencia. Para lo cual se
encerró durante cuarenta días en la más apartada de sus estancias sin probar bocado
y durmiendo en el suelo, sin manta ni almohada. Su cuerpo enflaquecido exhalaba un
aroma de pureza, su rostro delgado relucía de un brillo interior y su mirada
avergonzaba a los brahmanes por la ecuanimidad purísima que traslucía. Superada
esta prueba de cuarenta días, convocó a todos los brahmanes en el atrio del templo
para que ejercitasen su ingenio en la resolución de las cuestiones más difíciles. Y
mandó traer vacas blancas con las frentes adornadas de cadenas de oro, como
premio para los vencedores del concurso.
Los sacerdotes y los sabios acudieron, tomaron asiento y se enzarzaron sin
demora en la batalla de las ideas y de las palabras. Paso a paso demostraron la
exacta correspondencia entre los dos mundos, el sensible y el del espíritu, afilaron sus

11 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


inteligencias en la interpretación de los versículos sagrados y disertaron sobre el
Brahma y el Atman. El ser elemental de cien brazos fue comparado con el viento, con
el fuego, con el agua, con la sal disuelta en el agua, con la unión del hombre y la
mujer. También idearon parábolas e imágenes para describir el Brahma creador de
dioses que son más grandes que el mismo Brahma, y distinguieron entre el Brahma
creador y el que encierra en sí lo creado, de manera que procuraban compararlo
consigo mismo. Y argumentaron brillantemente sobre si el Atman es anterior a su
nombre, o si su nombre es idéntico a su esencia o sólo una creación de ésta.
Una y otra vez intervino el rey proponiendo temas para nuevos interrogantes. Sin
embargo, cuanto más prodigaban los brahmanes sus respuestas y sus explicaciones,
más solo y abandonado se hallaba entre ellos el rey. Cuando más preguntaba y
asentía al escuchar las respuestas, y mandaban que fuesen premiadas las más
ingeniosas, más ardía en su anterior el anhelo de la verdad misma. Pues bien se daba
cuenta de que todos aquellos discursos y análisis no servían sino para dar vueltas
alrededor de ella, pero sin tocarla nunca. Nadie lograba entrar en el círculo interior. De
manera que, conforme iba proponiendo preguntas y repartía honores, se veía a sí
mismo como un niño dedicado junto con otros niños a una especie de juego. Hermoso,
sí, pero de los que provocan sonrisas indulgentes por parte de los hombres adultos.
Por eso el rey fue ensimismándose cada vez más, pese a hallarse en medio de
la gran asamblea. Cerró todos los sentidos y dirigió su voluntad ardiente a ese foco, la
verdad, pues sabía que todos los seres participan de ella y duerme en el interior de
cada uno, también en el de los reyes. Y como era un ser puro, en cuyo interior no
subsistía ninguna escoria, fue encontrando suficiencia y claridad dentro de sí mismo.
Cuanto más se sumía en sí, mayor era la luz que percibía, como el que camina dentro
de una caverna y cada paso le lleva más y más cerca del resplandor de la salida.
Mientras tanto, los brahmanes continuaron largo rato hablando y discutiendo, sin
darse cuenta de que el rey estaba como sordo y mudo. Se exaltaban, alzaban las
voces cada vez más, y no pocos manifestaban así la envidia por las vacas que habían
correspondido a otros.
Hasta que, por fin, uno de ellos reparó en la distracción del monarca.
Interrumpiendo su discurso, levantó la mano y lo señaló con el dedo, y su interlocutor
calló e hizo lo mismo, y el vecino de éste también. Al fondo del atrio algunos grupos
alborotaban y charlaban todavía, pero la mayoría guardaba un silencio sepulcral.
Hasta que callaron todos, sentados sin decir nada y mirando al rey, que se mantenía
erguido, el semblante impasible, la vista dirigida al infinito. Y su rostro irradiaba una luz

12 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


fría y clara como la de una estrella. Entonces todos los brahmanes se inclinaron ante
su éxtasis y comprendieron que cuanto estaban haciendo era sólo un juego de niños,
mientras que el personaje real estaba habitado por Dios mismo, el epítome de todos
los dioses.
Pero el rey, cuyos sentidos estaban fundidos en la unidad y vueltos hacia lo
interior, seguía contemplando la verdad misma, indivisible, en forma de luz pura que
infundía en su interior una certeza dulcísima, a la manera en que un rayo de sol
cuando atraviesa una piedra preciosa la convierte en luz y sol, con lo que criatura y
creador se hacen uno. Luego volvió en sí, y cuando miró a su alrededor, sus ojos reían
y su frente brillaba como un lucero. Despojándose de sus ropas, salió del templo, salió
de la ciudad y del reino, y se adentró desnudo en la selva, donde desapareció para
siempre.

Hermann Hesse
El rey Yu
La historia de la antigua China ofrece escasos ejemplos de monarcas y
estadistas que fuesen derrocados a causa de haber caído bajo la influencia de una
mujer y de un enamoramiento. Uno de estos raros ejemplos -y uno muy notable- es el
del rey Yu de Tchou y su mujer Bau Si.
El país de Tchou lindaba por el oeste con los territorios de los bárbaros
mongoles, y la sede de su Corte, Fong, se encontraba en medio de una región poco
segura, que de vez en cuando se veía expuesta a los asaltos y saqueos de aquellas
tribus bárbaras. Por ello fue preciso ocuparse de reforzar al máximo las fortificaciones
fronterizas y, sobre todo, de proteger mejor la Corte.
Los libros de historia nos dicen que el rey Yu, el cual no era un mal estadista y
sabía prestar atención a los buenos consejos, supo compensar las desventajas de su
frontera adoptando inteligentes medidas, pero que todas estas inteligentes y meritorias
obras quedaron destruidas por los caprichos de una bonita mujer.
En efecto, con ayuda de todos sus príncipes vasallos, el rey estableció en la
frontera occidental una línea de defensa, línea de defensa que, como todas las
creaciones políticas, presentaba un doble carácter, a saber: moral, por una parte, y
mecánico, por otra. El fundamento moral del tratado era el juramento y la fidelidad de
los príncipes y sus oficiales, cada uno de los cuales se comprometía a acudir con sus
soldados a la Corte a socorrer al rey a la primera señal de alarma. A su vez, el
principio mecánico, del cual se ocupaba el rey, consistía en un bien pensado sistema

13 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


de torres, que hizo construir en su frontera occidental. En cada una de estas torres
debía montarse guardia día y noche; las torres estaban provistas de tambores muy
potentes. En caso de una invasión enemiga por cualquier punto de la frontera, la torre
más próxima redoblaría su tambor; de torre en torre esta señal recorrería todo el país
en un tiempo mínimo.
Este inteligente y loable dispositivo ocupó largo tiempo al rey Yu, quien tuvo que
celebrar conferencias con sus príncipes, considerar los informes de los arquitectos,
organizar la instrucción del servicio de guardia. Ahora bien, el rey tenía una favorita
llamada Bau Si, una mujer hermosa que supo hacerse con una influencia sobre el
corazón y los sentidos del rey, mayor de lo que puede convenir a un monarca y a su
reino. Al igual que su señor, Bau Si seguía con curiosidad e interés los trabajos que se
realizaban en la frontera, del mismo modo que una niña vivaracha e inteligente
contempla, de vez en cuando, con admiración y envidia los juegos de los muchachos.
Para que lo comprendiese todo perfectamente, uno de los arquitectos le había
construido un delicado modelo -de arcilla pintada y cocida- de la línea de defensa; este
modelo representaba la frontera y el sistema de torres, y en cada una de las graciosas
torrecillas había un guardia de arcilla infinitamente pequeño y que en vez de tambor
llevaba colgada una diminuta campanilla. Este bonito juguete constituía el pasatiempo
favorito de la mujer del rey, y cuando alguna vez estaba de malhumor, sus doncellas
solían proponerle jugar al «ataque bárbaro».
Entonces colocaban todas las torrecillas, hacían tañer las campanillas enanas, y
así disfrutaban y se entretenían mucho.
El día astrológicamente favorable en que, concluidas al fin las obras, instalados
los tambores y preparado el servicio de guardia, se puso a prueba, previo acuerdo, la
nueva línea de defensa, fue una ocasión gloriosa para el rey. Orgulloso de su
realización, se mostraba muy impaciente; los cortesanos esperaban para darle sus
parabienes, pero la más ansiosa y excitada era la hermosa mujer Bau Si, la cual casi
no podía esperar que concluyesen todas las ceremonias y rogaciones previas.
Por fin llegó la hora señalada, y por primera vez comenzó a desarrollarse en
gran escala y de verdad el juego de las torres y los tambores que tan a menudo había
hecho pasar un buen rato a la mujer del rey. Ésta apenas podía contener sus ansias
de comenzar a intervenir en el juego y a dar órdenes, tan grande era su alegre
excitación. El rey le lanzó una grave mirada, y con esto se controló. Había llegado el
momento; ahora jugarían al «ataque bárbaro» en grande y con torres de verdad, con
hombres y tambores de verdad, para ver cómo resultaba todo. El rey dio la señal, el

14 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


mayordomo mayor transmitió la orden al capitán de la caballería, éste trotó hasta la
primera torre y dio orden de redoblar el tambor. El redoble retumbó potente y profundo,
su sonido alcanzó todos los oídos, festivo y profundamente conmovedor. Bau Si se
había puesto pálida de emoción y comenzó a temblar. El gran tambor de batalla
redoblaba con fuerza su basto ritmo estremecedor, un canto lleno de presagios y
amenazas, lleno de lo venidero, de guerra y miseria, de miedo y derrota. Todos lo
escuchaban con profundo respeto. Cuando el sonido comenzaba a extinguirse, de la
torre siguiente salió la réplica, lejana y débil, la cual se fue perdiendo rápidamente, y
después no se oyó nada más, y al cabo de unos instantes se rompió el festivo silencio,
la gente volvió a alzar la voz, se pusieron en pie y comenzaron a charlar.
Entretanto, el profundo y atronador redoble fue pasando de la segunda a la
tercera y a la décima y a la trigésima torre, y cuando se dejaba oír, todos los soldados
de esa zona tenían estrictas órdenes de presentarse de inmediato en el lugar
convenido, armados y con la bolsa de provisiones llena; todos los capitanes y
coroneles debían prepararse para la marcha sin pérdida de tiempo y apresurarse al
máximo; también debían enviar ciertas órdenes preestablecidas al interior del país.
Dondequiera que se oía el redoble del tambor se interrumpían el trabajo y las comidas,
los juegos y el sueño, se empaquetaba, se ensillaba, se recogía, se emprendía la
marcha a pie y a caballo. En breve espacio de tiempo, de todos los distritos de los
alrededores salían tropas presurosas con destino a la Corte de Fong.
En Fong, en el patio de palacio, se había relajado pronto la profunda emoción e
interés que se habían apoderado de todos los ánimos al redoblar el terrible tambor. La
gente paseaba por el jardín de la Corte charlando animadamente, toda la ciudad
estaba de fiesta, y cuando, transcurridas menos de tres horas, comenzaron a
aproximarse ya cabalgatas pequeñas y más grandes, procedentes de dos direcciones,
y luego, de hora en hora, fueron llegando más y más -lo cual duró todo ese día y los
dos siguientes-, el rey, sus cortesanos y sus oficiales fueron presa de un creciente
entusiasmo.
El rey se vio colmado de agasajos y congratulaciones, los arquitectos fueron
invitados a un banquete y el tambor de la primera torre, el que había dado el primer
redoble, fue coronado por el pueblo, paseado en andas por las calles y obsequiado por
todos. La mujer del rey, Bau Si, estaba absolutamente entusiasmada y como
embriagada. Su juego de torrecitas y campanillas se había hecho realidad de forma
mucho más espléndida de lo que nunca hubiese podido imaginar. Por arte de magia,
la orden había desaparecido en el solitario país, envuelta en la amplia onda sonora del

15 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


redoble del tambor; y su resultado llegaba ahora, vivo, real, como un eco de
lontananza, el emocionante bramido de ese tambor había producido un ejército, un
ejército de cientos y miles de hombres bien armados que iban llegando por el
horizonte, a pie y a caballo, en continuo flujo, en continuo y rápido avance: arqueros,
caballería ligera y pesada, lanceros, iban llenando gradualmente, con creciente
barullo, todo el espacio disponible alrededor de la ciudad, donde eran acogidos y se
les indicaban sus posiciones, donde eran aclamados y obsequiados, donde
acampaban, levantaban tiendas y encendían fogatas. Esto continuó día y noche; como
duendes de fábula surgían de la tierra gris, lejanos, diminutos, envueltos en nubes de
polvo, para finalmente formar filas, hechos sobrecogedora realidad, bajo las miradas
de la Corte y de la embelesada Bau Si.
El rey Yu estaba muy satisfecho, y en particular le complacía el arrobamiento de
su favorita; llena de felicidad, resplandecía como una flor y el rey nunca la había visto
tan bella. Pero las festividades duran poco. También esta gran fiesta se extinguió y dio
paso a la vida de todos los días: dejaron de ocurrir maravillas, no se hicieron realidad
nuevos sueños de fábula. Esto resulta insoportable a las personas desocupadas y
veleidosas. Pasadas unas semanas de la fiesta, Bau Si volvió a perder todo su buen
humor. El pequeño juego con las torrecillas de arcilla y las campanillas colgadas de un
hilo resultaba tan insulso ahora, después de haber probado el gran juego. ¡Oh, cuán
embriagador había resultado éste! Y todo estaba allí dispuesto, listo para repetir el
sublime juego: allí estaban las torres y colgaban los tambores, allí montaban guardia
los soldados y permanecían alerta los tambores en sus uniformes, todo estaba a la
expectativa, pendiente de la gran orden, ¡y todo permanecía muerto e inservible en
tanto no llegase esa orden!
Bau Si perdió la sonrisa, desapareció su aspecto resplandeciente; el rey
contemplaba preocupado a su compañera preferida, privado de su consuelo nocturno.
Tuvo que incrementar al máximo sus presentes, con tal de poder sacarle una sonrisa.
Había llegado el momento de comprender la situación y sacrificar al deber la pequeña
y dulce preciosidad. Pero Yu era débil. Que Bau Si recuperase la alegría, le parecía lo
principal.
Así, sucumbió a la tentación que le preparaba la mujer poco a poco, y ofreciendo
resistencia, pero sucumbió. Bau Si le arrastró tan lejos, que llegó a olvidar sus
deberes. Cediendo a las súplicas mil veces repetidas, satisfizo el único gran deseo de
su corazón: accedió a dar la señal a la guardia fronteriza, como si se avecinase el
enemigo. En el acto resonó el profundo, conmovedor redoble del tambor de guerra.

16 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Esta vez, al rey le pareció un sonido terrible, y también Bau Si se asustó al oírlo. Mas
luego se fue repitiendo todo el delicioso juego: en el horizonte se alzaron las pequeñas
nubes de polvo, las tropas fueron llegando, a pie y a caballo, durante tres días
seguidos, los generales hicieron reverencias, los soldados montaron sus tiendas. Bau
Si estaba encantada, su rostro resplandecía. Pero el rey Yu pasó momentos difíciles.
Se veía obligado a reconocer que no lo había atacado ningún enemigo, que todo
estaba en calma. Conque intentó justificar la falsa alarma diciendo que se trataba de
un provechoso ejercicio. Nadie se lo discutió, todos se inclinaron y lo aceptaron. Pero
los oficiales comenzaron a rumorear que habían sido víctimas de una desleal
travesura del rey; éste había alarmado a toda la frontera y los habla movilizado a
todos, miles de hombres, con el mero objeto de complacer a su favorita. Y la mayor
parte de los oficiales estuvieron de acuerdo en no volver a responder en el futuro a
una orden de este tipo. Entretanto, el rey se esforzaba por levantar los ánimos de las
disgustadas tropas con espléndidos obsequios. Bau Si había conseguido lo que
quería.
Pero cuando comenzaba a retornar su malhumor y empezaba a sentirse
nuevamente deseosa de repetir el insensato juego, ambos recibieron su castigo. Tal
vez por casualidad, tal vez porque les habían llegado noticias de esos
acontecimientos, un buen día los bárbaros cruzaron inesperadamente la frontera en
grandes bandadas de jinetes. Las torres dieron su señal sin tardanza, el redoble lanzó
su imperiosa exhortación y se fue difundiendo hasta el último recodo. Pero el exquisito
juguete, con su mecánica tan admirable, parecía haberse roto: los tambores ya podían
sonar, pero nada tañía en los corazones de los soldados y oficiales del país. Éstos no
respondieron al tambor. Y el rey y Bau Si otearon en vano en todas direcciones; por
ningún lado se levantaba la polvareda, en ninguna dirección se veían acercar
caracoleantes las pequeñas cabalgatas grises, nadie acudió en su ayuda.
El rey salió presuroso al encuentro de los bárbaros con las escasas tropas que
tenía a mano. Pero el enemigo era numeroso; derrotó a las tropas, tomó la Corte de
Fong, destruyó el palacio, derribó las torres. El rey Yu perdió el reino y la vida, y otro
tanto le ocurrió a su favorita Bau Si, de cuya perniciosa sonrisa aún siguen hablando
los libros de historia. Fong fue destruida, la cosa iba en serio. Éste fue el fin del juego
de los tambores y del rey Yu y la sonriente Bau Si. El sucesor de Yu, el rey Ping, no
tuvo más remedio que abandonar Fong y trasladar la Corte más hacia Oriente; se vio
obligado a comprar la futura seguridad de sus dominios por medio de pactos con
monarcas vecinos y la cesión a éstos de grandes extensiones de territorio.

17 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Clásicos Modernos

Marcel Proust
Sodoma y Gomorra (fragmentos)

I - Primera aparición de los hombres-mujeres, descendientes de aquellos


habitantes de Sodoma que fueron perdonados por el fuego del cielo

La mujer tendrá a Gomorra y el hombre tendrá a Sodoma.


ALFREDO DE VIGNY
Se sabe que mucho antes de ir aquel día (el día en que se celebraba la
recepción de la princesa de Guermantes) a hacer al duque y a la duquesa la visita que
acabo de referir, había vigilado yo su vuelta y llevado a cabo, durante mi acecho, un
descubrimiento, que concernía particularmente al señor de Charlus, pero tan
importante en si mismo que hasta aquí, hasta el momento de poder darle el lugar y la
extensión deseados, he diferido surelato. Como ya he dicho, había abandonado el
maravilloso punto de vista, tan cómodamente dispuesto en los altos de la casa, desde
donde se abarcan las cuestas accidentadas por donde se sube hasta el palacio de
Bréquigny y que están alegremente decoradas a la italiana por el campanil rosa de la
cochera perteneciente al marqués de Frécourt.
Me había parecido más práctico, al pensar en que el duque y la duquesa
estabana punto de volver, apostarme en la escalera. Echaba un tanto de menos mi
retiro de altura, pero a aquella hora, que era la que sigue al almuerzo, no era tanto lo
que tenía que echar de menos, ya que no hubiera visto como por la mañana a los
minúsculos personajes de cuadro, en que se convertían a distancia los lacayos del
palacio de Bréquigny y de Tresmes, emprender la lenta ascensión de la abrupta
pendiente, con un plumero en la mano, entre las anchas hojas de mica transparente
que tan curiosamente se destacaban sobre los contrafuertes rojos.
A falta de la contemplación del geólogo, tenía por lo menos la del botánico, y
miraba por las ventanas de la escalera el arbustillo de la duquesa y la planta preciosa
expuestos en el patio con esa insistencia con que se hace salir a la gente casadera, y
me preguntaba si el improbable insecto iría, por una casualidad providencial, a visitar
el pistilo ofrecido y abandonado. Como la curiosidad me envalentonase poco a poco,

18 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


descendí hasta la ventana del piso bajo, también abierta, y cuyos postigos estaban
cerrados a medias. Oía claramente a Jupien, que se disponía a salir y que no podía
descubrirme detrás de mi cortinilla, tras la cual permanecí inmóvil hasta el momento en
que me hice bruscamente atrás, ladeándome por temor a ser visto por el señor de
Charlus, que, yendo a casa de la señora de Villeparisis, cruzaba lentamente el patio,
embarnecido, avejentado por la cruda luz del día, y canoso.
Se había necesitado una indisposición de la señora de Villeparisis (consecuencia
de la enfermedad del marqués de Fierbois, con quien estaba el barón personalmente
reñido a muerte) para que el señor de Charlus hiciese una visita, acaso por primera
vez en su existencia, a aquella hora. Porque con esa singularidad de los Guermantes,
que, en lugar de adaptarse a la vida mundana, la modificaban de acuerdo a sus
costumbres personales (no mundanas, creían, y dignas, por consiguiente, de que se
humillase ante ellas esa cosa sin valor que es la mundanidad -así, es como la señora
de Villeparisis no tenía señalado día de recibo, pero recibía todas las mañanas a
sus amigas, desde las diez hasta mediodía), el barón, que reservaba ese tiempo a la
lectura, a la busca de chucherías antiguas, etc., sólo hacía visitas entre cuatro y seis
de la tarde. A las seis iba al Jockey o a pasearse por el Bosque.
Al cabo de un instante hice un nuevo movimiento de retroceso para que no me
viera Jupien; pronto sería su hora de salir para la oficina, de donde no volvía sino para
cenar, y aun eso no siempre desde que, hacía una semana, su sobrina había ido al
campo con sus aprendizas a casa de una cliente, para terminar un vestido. Después,
dándome cuenta que nadie podía verme, resolví no volver a moverme por miedo de
perder, si debía producirse el milagro, la llegada, casi imposible de esperar (a través
de tantos obstáculos de distancia, de riesgos opuestos, de peligros), del insecto
enviado desde tan lejos como embajador a la virgen que desde hacía tanto tiempo
prolongaba su espera. Sabía yo que esta espera no era más pasiva que en la flor
macho, cuyos estambres se habían vuelto espontáneamente para que el insecto
pudiera recibirla más fácilmente; ni más ni menos que la flor hembra que estaba aquí,
si el insecto venía, arquearía coquetamente sus ―estilos‖, y para ser mejor penetrada
por él andaría imperceptiblemente, como una jovencita hipócrita pero ardiente, la
mitad del camino.
Las leyes del mundo vegetal regidas están a su vez por leyes cada vez más
altas. Si la visita de un insecto, es decir, el aporte de la semilla de otra flor, es
habitualmente necesaria para fecundar una flor, es porque la autofecundación, la
fecundación de la flor por sí misma, como los matrimonios repetidos en una misma

19 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


familia, traería la degeneración y la esterilidad, mientras que la cruza operada por los
insectos da a las generaciones sucesivas de la misma especie un vigor desconocido
de sus mayores. Sin embargo, este impulso puede ser excesivo y desarrollarse la
especie desmesuradamente; entonces, así como una antitoxina defiende contra una
enfermedad, así como la tiroides regula nuestra gordura como la derrota viene a
castigar el orgullo, el cansancio al placer y como el sueño descansa, a su vez, de la
fatiga, así un acto excepcional de autofecundación acude en el momento indicado a
dar su vuelta de rosca, su frenazo, vuelve a la norma a la flor que se había salido
exageradamente de ella.
Mis reflexiones habían seguido una pendiente que describiré más tarde, y ya
había sacado yo de la aparente astucia de las flores una consecuencia sobre toda una
parte inconsciente de la obra literaria, cuando vi al señor de Charlus que volvía a salir
de casa de la marquesa. No habían pasado más que unos minutos desde su entrada.
Quizás hubiera sabido por su anciana parienta en persona, o solamente por algún
criado, la gran mejoría o más bien la curación completa de lo que no había sido en la
señora de Villeparisis más que un malestar. En ese momento, en que no creía ser
contemplado por nadie, con los párpados entornados contra el sol, el señor de Charlus
había aflojado en su rostro aquella tensión, había amortiguado aquella vitalidad ficticia
que mantenían en él la animación de la charla y la fuerza de voluntad.
Pálido como un mármol, tenía una nariz vigorosa, sus finos rasgos ya no
recibían de una mirada voluntariosa una significación diferente que alterase la belleza
de su modelado; nada más que un Guermantes, parecía esculpido ya, él, Palamedes
XV, en la capilla de Combray. Pero estos rasgos generales de toda una familia
cobraban, sin embargo, en el rostro del señor de Charlus, una finura más
espiritualizada, más dulce, sobre todo. Lamentaba yo por él que adulterase
habitualmente con tantas violencias, rarezas desagradables, comadrerías, dureza,
susceptibilidad y arrogancia; que ocultase bajo una brutalidad postiza la amabilidad, la
bondad que en el momento en que salía de casa de la señora de Villeparisis veía yo
derramarse tan cándidamente por su semblante. Guiñando los ojos contra el sol, casi
parecía sonreír; vista así su cara en reposo y como al natural, le encontré un no sé
qué tan afectuoso, tan desarmado, que no pude menos de pensar cuánto se hubiera
irritado el señor de Charlus de haber podido saber que alguien le estaba mirando;
porque en lo que me hacía pensar este hombre que estaba tan prendado, que tanto
alardeaba de virilidad, a quien todo el mundo le parecía odiosamente afeminado, en lo

20 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


que me hacía pensar de pronto, a tal punto tenía pasajeramente los rasgos, la
expresión y la sonrisa, era en una mujer.
Iba a apartarme de nuevo para que no pudiese reparar en mí; no tuve tiempo ni
necesidad de ello. ¡Lo que vi! Cara a cara, en aquel patio en que evidentemente no se
habían encontrado nunca (ya que el señor de Charlus no venía al palacio de los
Guermantes sino por la tarde, a las horas en que Jupien estaba en su oficina), el
barón, que había abierto de par en par, de pronto, sus ojos entornados, miraba con
extraordinaria atención al antiguo chalequero, a la puerta de su tienda, mientras el
último, clavado súbitamente en el sitio ante el señor de Charlus, arraigado como una
planta, contemplaba con expresión maravillada la corpulencia del barón camino de la
vejez. Pero, cosa más asombrosa aún: como la actitud del señor de Charlus
cambiase, la de Jupien, inmediatamente, cual si obedeciese a las leyes de un arte
secreto, se puso en armonía con ella.
El barón, que trataba ahora de disimular la impresión que había sentido, pero
que, a pesar de su afectada indiferencia, parecía no alejarse sino de mala gana, iba y
venía, miraba al vacío de la manera que a él le parecía resaltaba más la belleza de
sus pupilas, adoptaba un aire fatuo, negligente, ridículo. Ahora bien; Jupien, perdiendo
enseguida la expresión humilde y bondadosa que yo le había conocido siempre, había
-en simetría perfecta con el barón- erguido la cabeza, daba a su talle un porte
favorable, apoyaba con grotesca impertinencia el puño en la cadera, hacía salir su
trasero, adoptaba actitudes con la coquetería que hubiera podido tener la orquídea
para con el abejorro providencialmente aparecido. Yo no sabía que pudiese presentar
un aspecto tan antipático. Pero ignoraba asimismo que fuese capaz de representar de
improviso su papel en esta suerte de escena de los dos mudos, que (aunque se
hallase por vez primera en presencia del señor de Charlus) parecía haber sido
largamente ensayada -no se llega espontáneamente a esa perfección más que
cuando uno encuentra en el extranjero a un compatriota, con el cual, entonces, se
produce por sí misma la inteligencia, ya que el trujamán es idéntico, y sin que ninguno
de los dos se haya visto nunca, sin embargo.
Esta escena no era, por lo demás, positivamente cómica; estaba teñida de una
rareza, o si se quiere, de una naturalidad, cuya belleza iba en aumento. Por más que
adoptara el señor de Charlus un continente de indiferencia, bajaba distraídamente los
párpados, de cuando en cuando los alzaba, y lanzaba entonces a Jupien una mirada
atenta. Pero (sin duda porque pensaba que una escena como aquella no podía
prolongarse indefinidamente en aquel lugar, ya fuese por razones que se

21 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


comprenderán más tarde, o, en fin, por ese sentimiento de la brevedad de todas las
cosas que hace que se quiera que cada tiro dé en el blanco, y que hace tan
conmovedor el espectáculo de todo amor) cada vez que el señor de Charlus miraba a
Jupien, se las arreglaba para que su mirada fuese acompañada de una palabra, lo que
la hacía infinitamente distinta de las miradas dirigidas habitualmente a una persona
que se conoce o no se conoce; miraba a Jupien con la fijeza peculiar del que va a
decirle a uno: ―Perdóneme la indiscreción, pero lleva usted una hilacha blanca y larga
que le cuelga en la espalda‖, o bien: ―No debo de estar equivocado, usted debe de ser
también de Zurich; me parece que me he encontrado a menudo con usted en casa del
anticuario‖. Así, cada dos minutos, la misma pregunta parecía intensamente formulada
a Jupien en la ojeada del señor de Charlus, como esas frases interrogativas de
Beethoven, repetidas infinitamente, a intervalos iguales, y destinadas -como un lujo
exagerado de preparativos- a traer un nuevo motivo, un cambio de tono, una ―vuelta‖.
Pero precisamente la belleza de las miradas del señor de Charlus y de Jupien
provenía, por el contrario, de que, provisionalmente al menos, esas miradas no
parecían tener por finalidad conducir a nada.
Era la primera vez que veía yo al barón y a Jupien manifestar tal belleza. En los
ojos del uno y del otro lo que acababa de surgir era el cielo, no de Zurich, sino de
alguna ciudad oriental cuyo nombre aún no habla adivinado yo. Cualquiera que fuese
el punto que pudiera detener al señor de Charlus y al chalequero, su acuerdo parecía
concluido, y que aquellas inútiles miradas no fuesen más que preludios rituales,
semejantes a las fiestas que se celebran antes de un matrimonio ya concertado. Más
cerca aún de la naturaleza –y la misma multiplicidad de estas comparaciones es tanto
más natural cuanto que un mismo hombre, si se le examina durante algunos minutos,
parece sucesivamente un hombre, un hombre-pájaro o un hombre-insecto, etc. se
hubieran dicho dos pájaros, macho y hembra; el macho, tratando de avanzar, sin que
la hembra Jupien respondiese ya a este manejo con el menor signo, sino mirando a su
nuevo amigo sin asombro, con una fijeza distraída, considerada sin duda más
turbadora y la única útil, desde el momento en que el macho había dado los primeros
pasos, y se contentaba con alisarse las plumas.
Por fin, la indiferencia de Jupien no pareció bastarle ya; de esta certeza de
haber conquistado, a hacerse perseguir y desear, no había más que un paso, y
Jupien, decidiendo encaminarse a su trabajo, salió por la puerta cochera. No sin haber
vuelto antes dos o tres veces la cabeza se escapó a la calle, adonde el barón,
temblando perder su pista (silboteando con aire fanfarrón, no sin gritar ―hasta la vista‖

22 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


al portero que, medio ebrio y ocupado en atender a unos invitados en el cuartito
inmediato a su cocina, ni siquiera le oyó), se lanzó rápidamente para alcanzarle. En el
mismo instante en que el señor de Charlus había traspuesto la puerta silbando como
un abejorro, otro, éste de veras, entraba en el patio.
Quién sabe si no era el esperado desde hacía tanto tiempo por la orquídea, y
que venía a traerle el polen tan raro sin el que permanecería virgen. Pero me distraje
de seguir los jugueteos del insecto, porque al cabo de unos minutos, solicitando aún
más mí atención, Jupíen (acaso para recoger un paquete que se llevó más tarde y
que, con la emoción que le había causado la aparición del señor de Charlus, había
olvidado; acaso sencillamente por una razón más natural) volvió, seguido por el barón.
Este, decidido a apresurar las cosas, pidió lumbre al chalequero, pero observó
inmediatamente: ―Le pido a usted lumbre, pero veo que me he dejado olvidados los
cigarros‖. Las leyes de la hospitalidad triunfaron de las reglas de la coquetería: ―Entre
usted, se le dará todo lo que quiera‖, dijo el chalequero, en cuyo semblante el desdén
dejó paso al júbilo.
La puerta de la tienda volvió a cerrarse tras ellos, y ya no pude oír nada. Había
perdido de vista al abejorro, no sabía si era el insecto que necesitaba la orquídea, pero
ya no dudaba, por lo que hacía a un insecto rarísimo y a una flor cautiva, de la
posibilidad milagrosa de que se uniesen, cuando el señor de Charlus (simple
comparación en cuanto a los azares providenciales, cualesquiera que sean, y sin la
menor pretensión científica de relacionar ciertas leyes de la botánica y de lo que se
llama a veces, muy mal, la homosexualidad), que, desde hacía varios años, no venía a
esta casa sino a las horas en que Jupien no estaba en ella, por la casualidad de una
indisposición de la señora de Villeparisis había encontrado al chalequero y con él la
aventura reservada a los hombres del género del barón por uno de esos seres que
pueden incluso ser, como ya se verá, infinitamente más jóvenes que Jupien y más
hermosos, el hombre predestinado para que aquellos tengan su porción de
voluptuosidad en esta tierra: el hombre que sólo ama a los ancianos.
Lo que acabo de decir, por lo demás, aquí, es lo que no había de comprender yo
hasta unos minutos más tarde; a tal punto se adhieren a la realidad estas propiedades
de ser invisible, hasta que una circunstancia la haya despojado de ellas. Como quiera
que fuese, por el momento me sentía muy fastidiado al no poder escuchar ya la
conversación del antiguo chalequero y del barón. Entonces reparé en la tienda por
alquilar, separada únicamente de la de Jupien por un tabique sumamente delgado.
Para trasladarme a ella no tenía más que volver a nuestro departamento, ir a la

23 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


cocina, bajar por la escalera de servicio hasta los sótanos, seguir por éstos
interiormente por todo el ancho del patio, y al llegar a la parte del subsuelo, donde el
ebanista hacía aún unos meses aserraba sus maderas, donde Jupien pensaba
guardar su carbón, subir los escasos peldaños que daban acceso al interior de la
tienda. Así hada a cubierto todo mi camino, y nadie me vería. Era el medio más
prudente. No fue el que adopté, sino que, pegándome a las paredes, di la vuelta, al
aire libre, al patio, tratando de no ser visto. Si no lo fui, creo que lo debo más a la
casualidad que a mi cautela.
Y en cuanto al hecho de haberme resuelto a una decisión tan imprudente,
cuando era tan seguro el camino por el sótano, veo tres motivos posibles de ello,
suponiendo que hubiese alguno. Mi impaciencia, primeramente. Luego acaso una
oscura remembranza de la escena de Montjouvain, escondido ante la ventana de la
señorita de Vinteuil. En rigor, las cosas de este género a que asistí tuvieron siempre,
en la escenografía, el carácter más imprudente y menos verosímil, como si
revelaciones tales no debieran ser sino la recompensa de un acto lleno de riesgos,
aunque en parte clandestino.
Por último, me atrevo apenas, a causa de su carácter de chiquillada, a confesar
el tercer motivo, que fue, a lo que creo, inconscientemente determinante. Desde que
por seguir y ver desmentirse los principios militares de Saint-Loup, había seguido con
todo detalle la guerra de los boers, me había visto inducido a leer antiguos relatos de
exploraciones y de viajes. Estas narraciones me habían apasionado y las aplicaba a la
vida corriente para darme más ánimos. Cuando los ataques me habían forzado a
permanecer varios días y varias noches sucesivas no sólo sin dormir, pero sin
echarme, sin beber ni comer, en el instante en que el agotamiento y los sufrimientos
llegaban a ser tales que creía que jamás saldría de ellos, pensaba en tal viajero
arrojado sobre la playa, envenenado por hierbas ponzoñosas, tiritando de fiebre bajo
sus vestiduras empapadas por el agua del mar y que, sin embargo, se encontraba
mejor al cabo de dos días, emprendía de nuevo su camino a la ventura, en busca de
unos habitantes cualesquiera, que acaso fuesen antropófagos.
Su ejemplo me tonificaba, me devolvía las esperanzas, y sentía vergüenza de
haber tenido un instante de desaliento. Al pensar en los boers que, teniendo frente a sí
ejércitos ingleses, no temían exponerse en el momento en que había que atravesar,
antes de volver a encontrar una espesura, zonas de campo raso: ―Bueno fuera
pensaba que fuese yo más pusilánime, cuando el teatro de operaciones es
simplemente nuestro propio patio, y cuando yo, que me he batido varias veces en

24 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


duelo sin ningún temor en el momento del asunto Dreyfus, no tengo que temer otra
espada qué la de las miradas de los vecinos, que tienen algo más que hacer que mirar
al patio‖.
Pero cuando estuve en la tienda, evitando hacer crujir el piso, dándome cuenta
que el menor crujido de la tienda de Jupien se oía desde la mía, pensé en lo
imprudentes que habían sido Jupien y el señor de Charlus, y hasta qué punto les
había ayudado la suerte. No me atrevía a moverme. El palafrenero de los
Guermantes, aprovechando sin duda su ausencia, había trasladado a la tienda en que
me encontraba yo, una escalera de mano, guardada hasta entonces en la cochera. Y
si yo me hubiera subido a ella habría podido abrir la ventanita y oír como si hubiera
estado en casa del mismo Jupien. Pero temía hacer ruido.
Por lo demás, era inútil. Ni siquiera tuve que lamentar no haber llegado hasta
después de algunos minutos a mi tienda. Porque a juzgar por lo que oí en los primeros
momentos en la de Jupien, que no fue más que algunos sonidos inarticulados,
supongo que fueron pronunciadas pocas palabras. Verdad es que esos sonidos eran
tan violentos, que si no hubiesen sido repetidos siempre una octava más alto por un
quejido paralelo, hubiera podido yo creer que una persona degollaba a otra cerca de
mí y que luego el asesino y su víctima, resucitada, tomaban un baño para borrar las
huellas del crimen.
Deduje más tarde de ello que hay una cosa tan ruidosa como el dolor: el placer,
sobre todo cuando se añaden a él -a falta del temor de tener hijos, caso que no podía
darse aquí, a pesar del ejemplo poco convincente de la Leyenda Dorada cuidados
inmediatos de aseo. Por fin, al cabo, aproximadamente, de media hora (durante la cual
me había encaramado a paso de lobo a mi escalera de mano para ver por la ventanita,
que no abrí), se entabló una conversación. Jupien rechazaba enérgicamente el dinero
que el señor de Charlus quería darle.
A la media hora, el señor de Charlus volvió a salir: ―¿Por qué lleva usted afeitada
de esa manera la barbilla? dijo Jupien al barón en tono de mimo. ¡Es tan hermosa una
barba corrida!‖ ―¡Uf! ¡Es repugnante!‖, respondió el barón. Así y todo se quedaba en el
umbral de la puerta y le pedía a Jupien informes del barrio. ―¿No sabe usted nada del
castañero de la esquina? No, el de la izquierda no, es horrible; el del lado de los pares,
un mocetón moreno. Y el farmacéutico de enfrente tiene un ciclista muy simpático, que
reparte las, medicinas‖. Estas preguntas molestaron sin duda a Jupien, porque,
irguiéndose con el despecho de una gran coqueta traicionada, respondió: ―Veo que
tiene usted un corazón de alcachofa‖. Proferido en un tono dolorido, glacial y

25 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


amanerado, este reproche fue, sin duda, sensible para el señor de Charlus, que, para
borrar la mala impresión que había producido su curiosidad, dirigió a Jupien,
demasiado bajo para que yo distinguiese bien las palabras, un ruego que exigiría
indudablemente que prolongasen su permanencia en la tienda y que conmovió
suficientemente al chalequero como para disipar su pena, porque se quedó mirando al
barón a la cara, crasa y congestionada bajo los cabellos grises, con la expresión
inundada de felicidad de alguien cuyo amor propio acaba de ser lisonjeado
profundamente, y decidiéndose a conceder al señor de Charlus lo que éste acababa
de pedirle, Jupien, después de algunas observaciones faltas de distinción como:
―¡Vaya un trasero gordo‖, dijo al barón con expresión sonriente, conmovida, superior y
agradecida: ―¡Bueno, si, anda, grandísimo chiquilín!‖. ―Si insisto en la cuestión del
conductor de tranvía continuó el señor de Charlus con tenacidad es porque, aparte de
todo, podría tener algún interés para la vuelta. Me sucede, en efecto, como al califa
que recorría las calles de Bagdad y todo el mundo lo tomaba por un simple mercader,
que condesciendo hasta seguir alguna curiosa personilla cuya silueta me guste‖.
Aquí hice la misma observación que había hecho acerca de Bergotte. Si alguna
vez tuviese él que responder ante un tribunal, no usaría frases adecuadas para
convencer a los jueces, sino las frases bergotescas que su peculiar temperamento
literario le sugería naturalmente, haciéndole encontrar un deleite en su empleo.
Análogamente, el señor de Charlus se servía para con el chalequero del mismo
lenguaje que hubiera utilizado con gentes de mundo de su grupo, exagerando
inclusive sus tics, ya porque la timidez contra la que se esforzaba por luchar le
empujase a un orgullo excesivo, ya porque, impidiéndole dominarse (porque se siente
uno más cohibido ante quien no es de nuestro propio medio), le forzase a revelar, a
poner al desnudo su naturaleza, que era, en efecto, orgullosa y un tanto alocada,
como decía la señora de Guermantes. ―Por no perder su pista continuó brinco como un
profesorcito, como un médico joven y guapo, al mismo tranvía que la personilla, de
que hablamos aquí en femenino sólo por seguir la regla (como se dice al hablar de un
príncipe: ¿Se encuentra bien Su Alteza?) Si cambia de tranvía, tomo, quizá con los
microbios de la peste, esa cosa increíble que se llama ―combinación‖, un número, y
que, aun cuando me lo entreguen a mí, no siempre es el número 1. Así cambio hasta
tres, hasta cuatro veces de ―coche‖. Suelo llegar a las once de la noche a la estación
de Orleáns, ¡y hay que volver! ¡Y si a lo menos fuera tan sólo de la estación de
Orleáns! Pero una vez, por ejemplo, como no pude entablar conversación

26 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


antes, llegué hasta el mismo Orleáns, en uno de esos vagones espantosos en que
tiene uno por toda vista, entre unos triángulos de labores que llaman ―de malla‖, la
fotografía de las principales obras maestras de arquitectura de la red. No quedaba
más que un sitio libre: frente a mí tenía, como monumento histórico, una ―vista‖ de la
catedral de Orleáns, que es la más fea de Francia, y que resultaba tan cansadora de
contemplar así contra gusto como si me hubieran obligado a estar mirando sus torres
en la bolita de vidrio de uno de esos portaplumas ópticos que producen oftalmias. Me
apeé en Aubrais al mismo tiempo que mi mocito, a quien, ¡ay!, su familia (cuando yo le
suponía todos los defectos menos el de tener una familia) esperaba en el andén.
No tuve más consuelo, mientras esperaba el tren que me devolviera a París, que
la casa de Diana de Poitiers. Por más que ésta haya hechizado a uno de mis reales
antepasados, hubiera preferido una belleza más viva. Por eso, para poner remedio al
aburrimiento de esos viajes de vuelta que tengo que hacer solo, me gustaría bastante
conocer algún mozo de los coches camas, algún conductor de tren mixto.
Por lo demás, no le extrañe a usted concluyó el barón, todo esto es cuestión de
género. En cuanto a los jóvenes del gran mundo, por ejemplo, no deseo ninguna
posesión física, pero no estoy tranquilo hasta que les he tocado, no quiero decir
materialmente, sino cuando les he tocado la cuerda sensible. Una vez que, en lugar de
dejar mis cartas sin respuesta, no cesa ya de escribirme un joven, en cuanto está a mi
disposición moral, quedo apaciguado, o por lo menos lo estaría si pronto no me
dominase la preocupación por otro. No deja de ser curioso, ¿verdad? A propósito de
jóvenes del gran mundo, ¿no conoce usted a alguno entre los que vienen por aquí?‖
¿No, rico. ¡Ah, si! Uno morocho, muy alto, con monóculo, que siempre está riendo y
volviéndose‖. ―-No caigo en quién quiere decir usted‖. Jupien completó el retrato; el
señor de Charlus no podía llegar a acertar de quién se trataba, porque ignoraba que el
antiguo chalequero era una de esas personas, más numerosas de lo que se cree, que
no recuerdan el color del pelo de la gente a quien conocen poco.
Pero a mí, que conocía este achaque de Jupien y que sustituía moreno por
rubio, me pareció que el retrato se refería exactamente al duque de Châtellerault.
―Volviendo a los jóvenes que no pertenecen al pueblo repuso el barón, en este
momento me tiene sorbido el seso un hombrecillo extraño, un burguesito inteligente,
que me da muestras de una prodigiosa incivilidad. No tiene ni remotamente noción del
prodigioso personaje que soy yo y del vibrión microscópico que representa él.
Después de todo, ¿qué importa?; ese borriquito puede rebuznar cuanto le plazca ante
mi augusta vestidura de obispo‖. ―¡Obispo! exclamó Jupien, que no había comprendido

27 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


nada de las últimas frases que acababa de pronunciar el señor de Charlus, pero a
quien la palabra obispo dejó estupefacto. Pero eso no va muy bien con la religión‖,
dijo. ―Tengo tres papas en mi familia respondió el señor de Charlus y derecho a vestir
de rojo, por un título cardenalicio, ya que la sobrina de mi tío abuelo el cardenal trajo a
mi abuelo el título de duque, que le fue sustituido. Veo que las metáforas le dejan a
usted sordo e indiferente la historia de Francia.
Por lo demás añadió, no tanto acaso a modo de conclusión cuanto de
advertencia, esa atracción que ejercen sobre mí los jóvenes que me huyen, por temor,
naturalmente, porque sólo el respeto les cierra la boca para gritarme que me quieren,
exige por parte de ellos un rango social eminente. Y aun así, su fingida indiferencia
puede producir, a pesar de ello, el efecto directamente contrario. Neciamente
prolongada, me da náuseas. Para tomar un ejemplo en una clase que le será a usted
más familiar: cuando hicieron reparaciones en mi casa, para que no se sintiesen
celosas todas las duquesas que se disputaban el honor de poder decirme que me
habían dado alojamiento, me fui a pasar unos días ―de hotel‖, como suele decirse. Uno
de los camareros de piso era conocido mío; le indiqué un curioso ―botones‖ que
cerraba las portezuelas y que se mantuvo refractario a mis proposiciones. Por último,
exasperado, para demostrarle que mis intenciones eran puras, le hice ofrecer una
cantidad ridículamente crecida para que subiese nada más que a hablar cinco minutos
conmigo en mi habitación. Le esperé inútilmente. Entonces le tomé tal repugnancia
que salta por la puerta de servicio por no ver la cara de ese feo picaruelo.
Después he sabido que no había recibido nunca ni u na sola de mis cartas, que
habían sido interceptadas, la primera por el camarero de piso, que era envidioso; la
segunda por el portero de día, que era virtuoso; la tercera por el portero de noche, que
estaba enamorado del joven botones y se acostaba con él a la hora en que se
levantaba Diana. Mas no por eso ha dejado de persistir mi repulsión, y aunque me
trajesen al botones como una simple pieza de caza en bandeja de plata, lo rechazaría
con un vómito. Pero lo malo es que hemos estado hablando de cosas serias, y ahora
se acabó todo entre nosotros, en lo que atañe a lo que yo esperaba. Pero usted podría
prestarme grandes servicios, terciar; aunque no, sólo esta idea me devuelve ciertos
bríos y siento que nada ha acabado‖.
Desde el comienzo de esta escena, para mis ojos abiertos, se operó una
revolución en el señor de Charlus, tan completa, tan inmediata, como si hubiera sido
tocado por una varita mágica. Yo, hasta entonces, como no había comprendido, no
había visto nada. El vicio (se habla así por comodidad de lenguaje), el vicio de cada

28 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


cual lo acompaña como ese genio que era invisible para los hombres mientras
ignoraban su presencia. La bondad, la astucia, el hombre y las relaciones mundanas
no se dejan descubrir y las lleva uno escondidas. El mismo Ulises no reconocía al
punto a Atenea. Pero los dioses son inmediatamente perceptibles para los dioses, lo
semejante lo es con la misma rapidez para lo semejante, y así lo había sido también el
señor de Charlus para Jupien.
Hasta entonces me había encontrado frente al señor de Charlus de igual modo
que un hombre distraído que en presencia de una mujer encinta, en cuyo talle grávido
no ha reparado, se obstina, mientras ella le repite sonriendo: ―Si, estoy un poco
cansada en este momento‖, en preguntarle indiscretamente: ―-Pero ¿qué es lo que
tiene usted?‖ Pero como alguien le diga: ―Está embarazada‖, de pronto se fija en el
vientre y ya no ve nada más que éste. La razón es la que nos abre los ojos; un error
disipado nos da un sentido más.
Las personas que no gustan de referirse como a ejemplos de esta ley a los
señores de Charlus conocidos suyos, de quienes durante mucho tiempo no habían
sospechado hasta el día en que sobre la lisa superficie del individuo semejante a los
demás han llegado a aparecer, trazados con una tinta hasta ese instante invisible, los
caracteres que componen la palabra cara a los antiguos griegos, no tienen, para
persuadirse de que el mundo que los rodea se les aparece primeramente desnudo,
despojado de mil ornamentos que ofrece a otros más instruidos, más que recordar
cuántas veces, en la vida, les ha ocurrido estar a punto de cometer un error.
Nada, en el semblante privado de caracteres de tal o cual hombre, podía
hacerles suponer que fuese precisamente el hermano, o el novio, o el amante de una
mujer de quien iban a decir: ―¡Qué camello!‖ Pero entonces, por suerte una palabra
que les susurra un vecino detiene en sus labios el término fatal. Inmediatamente
aparecen, como un Mane, Thecel, Phares, estas palabras: es el novio, o es el
hermano, o es el amante de la mujer a quien no conviene llamar delante de él
―camello‖. Y esta sola noción nueva arrastrará consigo todo un nuevo agrupamiento, la
retirada o el avance de la fracción de las nociones, en adelante completadas, que
poseía uno acerca del resto de la familia. En vano era que se acoplase en el señor de
Charlus otro ser que lo diferenciaba de los demás hombres, como el caballo en el
centauro; en vano era que ese ser formase cuerpo con el barón; yo no lo había visto
nunca.
Ahora lo abstracto se había materializado; el ser, por fin comprendido, había
perdido inmediatamente su poder de permanecer invisible, y la transmutación del

29 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


señor de Charlus en una persona nueva era tan completa que no sólo los contrastes
de su rostro, de su voz, sino retrospectivamente, los mismos altibajos de sus
relaciones conmigo, todo lo que hasta entonces había parecido incoherente a mi
espíritu, se hacían inteligibles, se mostraban evidentes, como una frase que no ofrece
ningún sentido en tanto permanece descompuesta en letras dispuestas al azar,
expresa, si los caracteres se encuentran puestos de nuevo en el orden debido, un
pensamiento que ya no se podrá olvidar. Además, ahora comprendía yo por qué un
momento antes, cuando le había visto salir de casa de la señora de Villeparisis, pudo
parecerme que el señor de Charlus tenía el aspecto de una mujer: ¡lo era!
Pertenecía a la raza de esos seres menos contradictorios de lo que parecen,
cuyo ideal es viril, justamente porque su temperamento es femenino, y que en la vida
son semejantes, en apariencia solamente, a los demás hombres; allí donde cada cual
lleva, inscrita en esos ojos a través de los que ve todas las cosas del universo, una
silueta tallada en la faceta de la pupila; para ellos no es la de una ninfa, sino la de un
efebo.
Raza sobre la que pesa una maldición y que tiene que vivir en mentira y perjurio,
ya que sabe que se tiene por punible y bochornoso, por inconfesable, su deseo, lo que
constituye para cada criatura la máxima dulzura del vivir; que tiene que renegar de su
Dios, puesto que, aun siendo cristianos, cuando comparecen ante el tribunal como
acusados, delante de Cristo y en su nombre han de defenderse como de una calumnia
de lo que es su vida misma; rojos sin madre, a la que se ven obligados a mentir toda
su vida e incluso a la hora de cerrarle los ojos; amigos sin amistades, a pesar de todas
las que su encanto frecuentemente reconocido inspira y de las que su corazón, a
menudo bondadoso, sentiría; pero ¿puede llamarse amistades a esas relaciones que
no vegetan sino a favor de una mentira y de las que les haría ser rechazados con asco
el primer impulso de confianza y de sinceridad que se sintiesen tentados a tener, a
menos que tropiecen con un espíritu imparcial, simpatizante inclusive, pero que
entonces, ofuscado respecto de ellos por una psicología de convención, hará proceder
del vicio confesado el mismo afecto que es más ajeno a él, así como ciertos jueces
suponen y disculpan más fácilmente el asesinato en los invertidos y la traición en los
judíos por razones sacadas del pecado original y de la fatalidad de la raza.
(…)

30 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Marcel Proust
Escritor francés, autor de la obra en 16 volúmenes En busca del tiempo perdido (1913-1927),
considerada como una de las cumbres de la literatura universal. Proust nació en París, el 10 de julio de
1871, en el seno de una familia adinerada. Estudió en el Liceo Condorcet. Comenzó la carrera de
derecho, pero pronto abandonó sus estudios para relacionarse con la sociedad elegante de París y
dedicarse a escribir. Su primera obra, una colección de ensayos y relatos titulada Los placeres y los
días (1896), es sólo discreta, pero muestra dotes de observador para reproducir las impresiones
recogidas en los salones de la ciudad. Este material lo emplearía con más eficacia en obras posteriores.
Aquejado de asma desde su infancia, a los 35 años se convirtió en un enfermo crónico. Pasó el resto de
su vida recluido, sin abandonar prácticamente nunca la habitación revestida de corcho donde escribió su
obra maestra En busca del tiempo perdido. Esta obra de Proust describe con minuciosidad la vida física
y, sobre todo, la vida mental de un hombre ocioso que se mueve entre la alta sociedad. Toda la obra es
un largo monólogo interior en primera persona, y en muchos aspectos es autobiográfica. La primera parte,
Por el camino de Swann (1913), cuya primera edición fue sufragada por el propio Proust, pasó
desapercibida. Cinco años más tarde apareció A la sombra de las muchachas en flor (1919), que
resultó un gran éxito y obtuvo el prestigioso premio Goncourt. Las partes tercera y cuarta, El mundo de
los Guermantes (2 volúmenes, 1920-1921) y Sodoma y Gomorra (2 volúmenes, 1921-1922), también
recibieron una excelente acogida. Las tres últimas partes, que Proust dejó manuscritas antes de su
muerte, se publicaron después de su muerte: La prisionera (1923), La desaparición de Albertina (2
volúmenes, 1925) y El tiempo recobrado (2 volúmenes, 1927). La importancia de las novelas de Proust
reside no tanto en sus descripciones de la cambiante sociedad francesa como en el desarrollo psicológico
de los personajes y en su preocupación filosófica por el tiempo. Cuando Proust trazó la trayectoria de su
héroe desde la feliz infancia hasta el compromiso romántico de su propia conciencia como escritor,
buscaba además verdades eternas, capaces de revelar la relación de los sentidos y la experiencia, la
memoria enterrada que de pronto se libera ante un acontecimiento cotidiano, y la belleza de la vida,
oscurecida por el hábito y la rutina, pero accesible a través del arte. Trató el tiempo como un elemento al
mismo tiempo destructor y positivo, sólo aprehendible gracias a la memoria intuitiva. Proust percibe la
secuencia temporal a la luz de las teorías de su admirado filósofo francés Henri Bergson: es decir, el
tiempo como un fluir constante en el que los momentos del pasado y el presente poseen una realidad
igual. Proust exploró con valentía los abismos de la psique humana, las motivaciones inconscientes y la
conducta irracional, sobre todo en relación con el amor. Esta obra, traducida a numerosos idiomas, hizo
famoso a su autor en el mundo entero, y su método de escritura, basado en un minucioso análisis del
carácter de sus personajes, tuvo una importante repercusión en toda la literatura del siglo XX. Otra
novela, descubierta y publicada tras su muerte, aunque escrita entre (1895 y 1899), es decir, anterior a En
busca del tiempo perdido, es Jean Santeuil (3 volúmenes, 1952).

31 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Poesía Hispana

Antonio Machado

El Crimen Fue en Granada: a Federico García Lorca

1. El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles,


por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
- sangre en la frente y plomo en las entrañas -
... Que fue en Granada el crimen
sabed ¡pobre Granada!, en su Granada.

2. El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,


sin miedo a su guadaña.
- Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque - yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,

32 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

3.

Se le vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

Yo Voy Soñando Caminos

Yo voy soñando caminos


de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:

33 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento


se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;


y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:


"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".

Yo escucho los cantos

Yo escucho los cantos


de viejas cadencias
que los niños cantan
cuando en corro juegan,
y vierten en coro
sus almas, que suenan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de piedra:
con monotonías
de risas eternas
que no son alegres,
con lágrimas viejas
que no son amargas
y dicen tristezas,

34 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En los labios niños,
las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su conseja
de viejos amores
que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra
de una plaza vieja,
los niños cantaban...
La fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y que nunca llega:
la historia confusa
y clara la pena.
Seguía su cuento
la fuente serena;
borrada la historia,
contaba la pena.

35 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Teoría literaria

El canon occidental
Harold Bloom

ANAGRAMA, Barcelona, 1995,


Este material se utiliza con fines exclusivamente didácticos

Conclusión Elegiaca
Lo que presento aquí no es ―un plan de lecturas para toda una vida‖, aunque
esa expresión sea ahora anticuadamente encantadora. Siempre habrá (eso espero)
incesantes lectores que seguirán leyendo a pesar de la proliferación de nuevas
tecnologías para llenar el ocio. A veces intento visualizar al Dr. Johnson o a George
Eliot contemplando la MTV Rap o experimentando la realidad virtual, y me anima
pensar en lo que considero sería su irónico y radical rechazo de entretenimientos tan
irracionales. Después de toda una vida enseñando literatura en una de nuestras
universidades más importantes, tengo muy poca confianza en que la educación
literaria sobreviva a su enfermedad actual.
Comencé mi carrera como profesor hace casi cuarenta años, en un contexto
académico dominado por las ideas de T. S. Eliot; ideas que me enfurecían, y contra
las que luché tan vigorosamente como pude. Ahora me encuentro rodeado de
profesores de hip-hop; de clones de teoría galo germánica; de ideólogos del sexo y de
las diversas tendencias sexuales; de multiculturalistas sin límite; y me doy cuenta de
que la balcanización de los estudios literarios es irreversible. La numerosa caterva de
Resentidos del valor estético de la literatura no va a desaparecer, y engendrará a

36 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


resentidos institucionales para que les sucedan. Como el anciano romántico
institucional que soy, todavía rechazo la nostalgia eliotiana por la ideología teocrática,
pero no veo razón para discutir con cualquiera acerca de preferencias literarias. Este
libro no se dirige a los académicos, porque sólo un escaso número de ellos sigue
leyendo por amor a la lectura. Lo que Johnson y Woolf denominaron el Lector
Corriente todavía existe, y posiblemente siga siendo receptivo ante las sugerencias de
lo que debería leer.
Tal lector no lee para obtener un placer fácil o para expiar la culpa social, sino
para ensanchar una existencia solitaria. El mundo académico se ha vuelto tan increíble
que he oído a un crítico denunciar a este tipo de lector, diciéndome que leer sin un
propósito social constructivo no era ético, e instándome a que me reeducara
zambulléndome en la lectura de Abdul Jan Mohammed, líder de una escuela de
materialismo cultural de Birmingham (Inglaterra). Como adicto que soy a leer cualquier
cosa, le obedecí, pero no me he salvado, y regreso no para deciros qué leer ni cómo
leer, sino para hablaros de lo que yo he leído y considero digno de releer,
probablemente la única prueba auténtica para saber si una obra es canónica o no.
Supongo que una vez has pasado por la ―crítica cultural‖ y, el ―materialismo
cultural‖, llegas a la idea de ―capital cultural‖ ¿Pero cuál es la ―plusvalía cultural‖ que
se ha explotado a fin de acumular el capital cultural? El marxismo, más un grito de
dolor que una ciencia, ha tenido sus poetas, aunque también los ha tenido una herejía
religiosa de cada dos. El ―capital cultural‖ es o bien una metáfora o algo que, si se
toma al pie de la letra, tiene muy poco interés. En este último caso, simplemente está
relacionado con el mercado actual de editores, agentes y clubs de lectores. Como
figura retórica, sigue siendo un grito en parte de dolor, y en parte de culpa por
pertenecer a los intelectuales que produce la clase media alta francesa o por formar
parte de aquellos que en nuestro mundo académico se identifican con dichos teóricos
franceses y en la práctica se olvidan del país en que viven y enseñan. ¿Hay, ha habido
alguna vez, alguna ―capital cultural‖ en los Estados Unidos de América? Dominamos la
Edad del Caos porque siempre hemos sido caóticos, incluso en la Edad Democrática.
¿Es Hojas de hierba ―capital cultural‖? ¿Lo es Moby Dick? Jamás ha existido un canon
literario norteamericano oficial, y nunca habrá ninguno, pues en Estados Unidos lo
estético siempre consiste en una actitud solitaria, idiosincrásica, aislada. El ―clasicismo
norteamericano‖ es un oxímoron, mientras que el ―clasicismo francés‖ es una tradición
coherente.

37 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


No creo que los estudios literarios como tales tengan futuro, pero eso no
significa que muera la crítica literaria. Como rama de la literatura, la crítica sobrevivirá,
pero probablemente no en nuestras instituciones de enseñanza. El estudio de la
literatura occidental también continuará, pero a la escala mucho más modesta de
nuestros actuales departamentos de Clásicas. Lo que ahora denominamos
―departamentos de Inglés‖ serán rebautizados como departamentos de ―Estudios
Culturales‖, donde los cómics de Batman, los parques temáticos mormones, la
televisión, las películas y el rock reemplazarán a Chaucer, Shakespeare, Milton,
Wordsworth y Wallace Stevens. Las principales universidades y facultades que antaño
fueron elitistas seguirán ofreciendo algunos cursos sobre Shakespeare, Milton y sus
iguales, pero éstos se impartirán en departamentos de tres o cuatro estudiosos, como
los de los profesores de latín y griego. Se trata de un fenómeno que tampoco hay que
deplorar; sólo un puñado de estudiantes accede a Yale con auténtica pasión por la
lectura. No puedes enseñarle a alguien a amar la gran poesía si no llega ya con ese
amor. ¿Cómo puedes enseñar la soledad? La verdadera lectura es una actividad
solitaria, y no le enseña a nadie a convertirse en mejor ciudadano. Quizá las épocas
de lectura –Aristocrática, Democrática, Caótica– lleguen ahora a su término, y la
renacida Era Teocrática sea casi por completo una cultura oral y visual.
En los Estados Unidos, ―una crisis de los estudios literarios‖ es algo tan normal
como un renacimiento religioso (o Gran Despertar) o una ola de crímenes. Son todos
sucesos periodísticos. Nuestro país ha vivido un permanente renacimiento religioso
durante más de dos siglos; su adicción a la violencia civil y nacional es aún más
venerable e incesante, y en el casi medio siglo transcurrido desde que me sumergí por
primera vez en los estudios literarios, dicha actividad ha sido cuestionada
innumerables veces por la sociedad, que en general la ha considerado de escaso
interés. Los departamentos de Inglés y adyacentes siempre han sido incapaces de
definirse, y lo suficientemente insensatos como para tragarse todo lo que se les pone
por delante.
Existe una terrible justicia en el hecho de que tal voracidad haya resultado ser
autodestructiva: la enseñanza de poemas, obras de teatro, relatos y novelas es ahora
suplantada por las animadoras de diversas cruzadas políticas y sociales. O, dicho de
otro modo, los artefactos de la cultura popular reemplazan los difíciles artificios de los
grandes escritores como material de enseñanza. No es la ―literatura‖ lo que hay que
redefinir; si no eres capaz de reconocerla cuando la lees, nadie puede ayudarte a
conocerla o a amarla más. Los idealistas posmarxistas ofrecen ―una cultura de acceso

38 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


universal‖ como solución a la ―crisis‖, pero cómo es posible que el acceso a El paraíso
perdido o Fausto. Segunda parte sea alguna vez universal? Los poemas más
poderosos son demasiado difíciles cognitiva e imaginativamente para ser leídos a
fondo por más de unos pocos de entre cualquier clase social, género, raza u origen
étnico.
Cuando yo era un muchacho, el Julio César de Shakespeare, que en casi todas
partes se estudiaba en la escuela, era una introducción eminentemente razonable a la
tragedia shakespeariana. Los profesores me cuentan ahora de muchas escuelas
donde la obra ya no puede ser leída entera, pues supera la capacidad de
concentración de los estudiantes. Me han contado que en un par de sitios la
construcción de escudos y espadas de cartón ha reemplazado la lectura y discusión
de la obra. Ninguna socialización de los medios de producción y consumo de la
literatura puede superar tal degradación de la educación primaria. La moralidad del
saber, tal como se practica hoy en día, consiste en alentar a todo el mundo a sustituir
los placeres difíciles por los placeres universalmente accesibles precisamente porque
son más fáciles. Trotski instaba a los marxistas a leer a Dante, pero no creo que en
nuestras actuales universidades le recibieran con los brazos abiertos.
Yo soy vuestro auténtico crítico marxista, proclamo siguiendo a Groucho en
lugar de a Karl, y como lema os ofrezco la magnífica admonición de Groucho: ―¡Sea lo
que sea, estoy en contra!‖ Yo he estado en contra, sucesivamente, del neocriticismo
neocristiano de T. S. Eliot y sus seguidores académicos; de la deconstrucción de Paul
de Man y sus clones; de la actual furia desatada de la Nueva Izquierda y la Vieja
Derecha en relación con la supuestas injusticias y aún más dudosas moralidades del
canon literario. Los grandes críticos, especie rara, no amplían, modifican o revisan el
canon, aunque ciertamente intentan hacerlo. Pero, lo sepan o no, lo único que hacen
es ratificar el verdadero trabajo de canonización, y quien lo lleva a cabo es el perpetuo
agón entre el pasado y el presente. No hay ningún proceso socioeconómico que haya
añadido a John Ashbery, a James Merrill o a Thomas Pynchon a la idea vaga,
inexistente y sin embargo aún irresistible de un canon norteamericano, que no
obstante podría existir. La poesía de Wallace Stevens y de Elizabeth Bishop ha
escogido a sus herederos en Ashbery y Merrill, al igual que la poesía de Emily
Dickinson eligió a Stevens y Bishop. Podemos decir que la mejor obra de Pynchon
está a la altura de S. J. Perelman y Nathanael West, pero el potencial canónico de La
subasta del lote 49 depende más de que nos produzca la extraña impresión de que
Miss Lonelyhearts es una imitación de esa novela.

39 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Shakespeare y Dante son invariablemente las excepciones a los descendientes
de la canonicidad; nunca llegamos a creer que hayan leído con excesiva profundidad
la obra de Joyce y Beckett, o de cualquier otro. Ésa es otra manera de repetir lo que
he estado diciendo a lo largo de todo este libro: el canon occidental es Shakespeare y
Dante. Más allá de ellos, está lo que asimilaron y lo que les asimila. Redefinir ―la
literatura‖ es una vana empresa, porque no puedes usurpar suficiente fuerza cognitiva
para abarcar a Shakespeare y Dante, y ellos son la literatura. Y a la hora de
redefinirlos a ellos, os deseo buena suerte. Dicha empresa ha avanzado
considerablemente gracias al neohistoricismo, que es el Shakespeare francés: Hamlet
bajo la sombra de Michel Foucault. Hemos disfrutado de Lacan, el Freud francés, y de
Derrida, el Joyce francés. El Freud judío y el Joyce irlandés son más de mi gusto, al
igual que el Shakespeare inglés o universal. El Shakespeare francés es un absurdo
tan delicioso que uno se siente un ingrato por no apreciar una invención tan cómica.
Por qué los estudiantes de literatura se han convertido en científicos políticos
aficionados, sociólogos desinformados, antropólogos incompetentes, filósofos
mediocres e historiadores culturales llenos de prejuicios, aunque es un asunto
desconcertante, tiene su explicación. Están resentidos con la literatura, o
avergonzados de ella, o simplemente no les gusta leerla. Leer un poema o una novela
o una tragedia shakespeariana es para ellos un ejercicio de contextualización, pero no
en el sentido razonable de situar la obra en su correspondiente marco histórico. A los
contextos, cualesquiera que se elijan, se les asigna más fuerza y valor que al poema
de Milton, a la novela de Dickens o a Macbeth. No estoy seguro de qué representa o
qué reemplaza la metáfora de las ―energías sociales‖, pero, al igual que las pulsiones
freudianas, tales energías no pueden escribir ni leer, ni de hecho hacer nada en
absoluto. La libido es un mito, al igual que las ―energías sociales‖. Shakespeare, de
pluma escandalosamente fácil, fue una persona real que consiguió escribir Hamlet y El
rey Lear. Ese escándalo es inaceptable para lo que ahora pasa por teoría literaria.
O bien hubo valores estéticos, o sólo existen condicionantes de raza, clase y
sexo. Debes elegir, pues si crees que todo valor otorgado a los poemas, obras de
teatro o novelas y relatos no es más que una mistificación al servicio de la clase
dirigente, entonces ¿por qué vas a leer en lugar de publicar para servir a las
necesidades desesperadas de las clases explotadas? La idea de que beneficies a los
humillados y ofendidos leyendo a alguien de sus mismos orígenes en lugar de a
Shakespeare es una de las ilusiones más curiosas jamás promovidas por nuestras
universidades.

40 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


La verdad más profunda en relación con la formación del canon laico es que los
responsables de esa formación no son los críticos ni los académicos, por no hablar de
los políticos. Los propios escritores, artistas y compositores determinan los cánones,
tendiendo puentes entre poderosos precursores y poderosos sucesores. Tornemos a
los autores norteamericanos contemporáneos más vitales, los poetas Ashbery, y,
Merrill, y a Pynchon, autor de narrativa épica en prosa. Siento el impulso de
declararlos canónicos, pero eso es algo que todavía no puede saberse. La profecía
canónica tiene que ser puesta a prueba unas dos generaciones después de la muerte
del escritor. Wallace Stevens, que vivió entre 1879 y 1955, es claramente un poeta
canónico, quizá el poeta norteamericano más importante después de Walt Whitman y,
Emily Dickinson. Sus únicos rivales son Robert Frost y T. S. Eliot; Pound y William
Carlos Williams son más problemáticos, junto con Marianne Moore y Gertrude Stein
(cuando la juzgamos estrictamente por su poesía), y Hart Crane murió demasiado
pronto. Stevens ayudó a engendrar a Merrill y Ashbery, así como a Elizabeth Bishop, a
A. R. Ammons y a otros de auténtico mérito. Pero es demasiado pronto para saber si
algún poeta perdurable está surgiendo de la influencia de sus descendientes, aunque
yo así lo crea. Cuando surjan uno o más de una manera muy clara, eso ayudará a
confirmar a Stevens, aunque no todavía a Merrill y Ashbury, al menos no en el mismo
grado.
Es un proceso curioso, y suelo poner a prueba mi propio criterio
preguntándome: ¿Qué pasa con Yeats? Los poetas angloirlandeses posteriores a él
se muestran muy, cautos con su influencia, y parece que la han combatido. De nuevo,
la respuesta es que se tarda un tiempo en ver la influencia de una manera adecuada.
Yeats murió en 1939; después de más de medio siglo, puedo ver su influencia en
aquellos que la negaron, Eliot y Stevens; y su influencia ha sido fecunda, como por
ejemplo su efecto múltiple sobre Hart Crane, cuyo idiosincrásico acento, aunque
discutido, flota casi en todas partes. Eliot y Stevens poseían posturas culturales
radicalmente opuestas, mientras que la relación de Crane con Eliot fue casi totalmente
contradictoria. Y es que a las consideraciones sociopolíticas se les puede dar la vuelta
mediante las relaciones de influencia que producen el canon. Crane rechazaba las
ideas de Eliot, pero no pudo eludir el lenguaje de Eliot. Los grandes estilos son
suficientes para la canonicidad, pues poseen poder de contaminación, y la
contaminación es la prueba práctica para la formación del canon.
Sumergíos, pongamos durante varios días seguidos, en la lectura de
Shakespeare, y entonces escoged a otro autor, anterior, posterior o contemporáneo

41 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


suyo. Para probar, intentadlo sólo con los más grandes de cada grupo: Homero o
Dante, Cervantes o Ben Jonson, Tolstói o Proust. La diferencia en la experiencia
lectora será cualitativa y cuantitativa. Esa diferencia, percibida universalmente desde
la época de Shakespeare hasta ahora, es expresada por los lectores corrientes y por
los más refinados como algo que tiene que ver con la idea que tenemos de lo que
hemos dado en llamar ―natural‖. El Dr. Johnson nos aseguraba que nada excepto las
representaciones de naturaleza general podían complacerle durante mucho tiempo.
Esa certeza aún me parece irrebatible, aunque gran parte de lo que ahora se elogia
semanalmente no pasaría la prueba johnsoniana. La representación shakespeariana,
su supuesta imitación de lo que se tiene por más esencial en nosotros, se ha
considerado como algo más natural que cualquier otro reflejo literario de la realidad
desde que se escenificó la primera obra de teatro. Ir de Shakespeare a Dante o a
Cervantes, o incluso a Tolstói, es un poco como tener la ilusión de sufrir una pérdida
de inmediatez sensual. Volvemos la vista hacia Shakespeare y lamentamos estar lejos
de él, pues parece que estemos lejos de la realidad.
Las razones para leer, así como para escribir, son muy diversas, y
frecuentemente no están claras ni siquiera para los lectores o escritores más
conscientes. Quizá la razón fundamental de la metáfora, o de escribir o leer un
lenguaje figurativo, sea el deseo de ser diferente, de estar en todas partes. En esta
afirmación sigo a Nietzsche, que nos advirtió que encontramos palabras para aquello
que ya está muerto en nuestros corazones, de manera que siempre hay una suerte de
desprecio en el acto de hablar. Hamlet está de acuerdo con Nietzsche, y ambos
podrían haber extendido el desprecio al acto de escribir. Pero no leemos para mostrar
el contenido de nuestros corazones, de modo que no hay desprecio en el acto de leer.
Las tradiciones nos cuentan que el yo libre y solitario escribe a fin de superar la
mortalidad. Creo que el yo, en esta búsqueda de la libertad y la soledad, lee en el
fondo con un único objetivo: enfrentarse a la grandeza. Esa confrontación apenas
enmascara el deseo de formar parte de la grandeza, que es la base de la experiencia
estética que antaño se llamó lo Sublime: la pretensión de trascender los límites.
Nuestro destino común es la vejez, la enfermedad, la muerte, el olvido. Nuestra
esperanza común, tenue pero persistente, apunta a cierta versión de la supervivencia.
Enfrentarse a la grandeza mientras leemos es un proceso íntimo y costoso que
nunca ha estado muy en boga entre la crítica. Ahora está menos de moda que nunca,
pues en este momento la búsqueda de la libertad y la soledad está condenada como
algo políticamente incorrecto, egoísta y poco pertinente para nuestra sociedad

42 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


angustiada. En la literatura occidental, la grandeza se centra en Shakespeare, que se
ha convertido en la piedra de toque para todos los que han venido antes y después
que él, ya sean dramaturgos, poetas líricos o narradores. No tiene auténticos
precursores en la creación del personaje, a excepción de algunos atisbos
chaucerianos, y nadie que le haya sucedido ha permanecido inmune a su manera de
representar la naturaleza humana. Su originalidad era y es tan fácil de asimilar que
nos desarma, y somos incapaces de ver lo mucho que nos ha cambiado y sigue
cambiándonos. Gran parte de la literatura occidental posterior a Shakespeare es, en
diverso grado, en parte una defensa contra Shakespeare, que puede ser una
influencia tan arrolladora que ahogue la voz de todos aquellos que se ven obligados a
estudiarlo.
El enigma de Shakespeare es su universalismo: las versiones de Kurosawa de
Macbeth y El rey Lear son ciento por ciento Kurosawa y ciento por ciento
Shakespeare. Aunque consideres a los personajes de Shakespeare papeles para
actores en lugar de personajes dramáticos, sigues siendo incapaz de explicar lo
humanamente convincentes que resultan Hamlet o Cleopatra cuando los comparas
con los papeles que escribió Ibsen, seguramente el principal dramaturgo
postshakespeariano que ha dado Europa. Cuando pasamos de Hamlet a Peer Gynt,
de Cleopatra a Hedda Gabler, percibimos que la personalidad se ha desvanecido, que
el demonio shakespeariano se ha reducido al gnomo ibseniano. El milagro del
universalismo de Shakespeare es que no pretende trascender las contingencias: los
grandes personajes de sus obras aceptan estar empapados de su contexto social e
histórico, al tiempo que rechazan cualquier tipo de reducción: histórica, social,
teológica, o las de nuestras moralizaciones y psicologizaciones actuales.
Falstaff posee casi todos los sórdidos defectos que los estudiosos, siguiendo el
ejemplo de Hal, le atribuyen, pero Falstaff, al mismo tiempo un gran ingenioso, un
poderoso pensador y un verdadero humorista, es sin embargo equiparable a Hamlet
como conciencia original. Es insuficiente decir que Falstaff es un papel magnífico; es
un cosmos, no un ornamento, y sostiene el espejo no tanto ante la naturaleza como
ante nuestra energía vital más exterior. Blake dijo que la exuberancia era belleza, y
mediante dicha ecuación ningún otro personaje dramático es tan hermoso como Sir
John Falstaff. La exuberancia de los gigantes de Rabelais encuentra un igual en Sir
John, que debe representarse dentro de los confines de un escenario, mientras que
Panurgo se eleva sobre una Francia imaginaria. Lo que William Hazlitt denominó
entusiasmo, ―poder o pasión que define cualquier objeto‖, y encontró ante todo en

43 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Shakespeare, lo atribuyó a Bocaccio y Rabelais por encima de todos los demás
prosistas. Hazlitt también nos instaba a comprender que las artes no son progresistas,
algo que épocas como la nuestra se resisten a comprender.
¿Qué utilidad puede tener el que un crítico, a estas alturas de la tradición,
catalogue el canon occidental tal como él lo ve? Incluso nuestras universidades de
élite se muestran pasivas ante los embates de las oleadas multiculturalistas. De todos
modos, aun cuando las modas actuales prevalezcan para siempre, las selecciones
canónicas de obras pasadas y presentes tienen su propio interés y atractivo, pues
también forman parte de esta contienda ininterrumpida que es la literatura. Todo el
mundo tiene, o debería tener, una lista de libros para llevarse a una isla desierta para
ese día en que, huyendo de sus enemigos, se vea arrojado a la orilla, o para cuando
se aleje cojeando, acabada toda guerra, con la intención de pasar el resto de su vida
leyendo tranquilamente. Si uno pudiera tener un solo libro, sería unas obras completas
de Shakespeare; si dos, ése y una Biblia. ¿Y si tres? Ahí empiezan las
complicaciones. William Hazlitt, uno de los pocos críticos definitivamente canónicos,
tiene un espléndido artículo, ―De la lectura de libros antiguos‖:
El que un libro haya sobrevivido a su autor en una generación o dos hace aumentar
mi estima por él. Tengo más confianza en los muertos que en los vivos. Los
escritores contemporáneos, por lo general, pueden dividirse en dos clases: los
amigos y los enemigos de uno. De los primeros nos vemos obligados a pensar
demasiado bien, y de los últimos estamos dispuestos a pensar demasiado mal, a
recibir mucho placer de la lectura atenta, o a juzgar equitativamente los méritos de
ambos.

Hazlitt expresa una cautela apropiada a una época en la que abundan los
epígonos. La superpoblación de libros (y autores) provocada por la extensión y
complejidad de la historia escrita del mundo es el dilema central canónico, ahora más
que nunca. La cuestión ya no es ―¿Qué debo leer?‖, puesto que ahora, en esta época
de cine y televisión, leen muy pocos. La cuestión práctica es ahora: ―¿Debo
molestarme en leer?‖
Tan pronto como uno acepta cualquier parte del dogma de la Escuela del
Resentimiento y admite que las selecciones estéticas son máscaras de los
condicionantes sociales y políticos, tales cuestiones se convierten enseguida en fáciles
de responder. Mediante una variante de la Ley de Gresham, los malos textos
desplazan a los buenos, y el cambio social viene servido por Alice Walker en lugar de
por cualquier autor de más talento e imaginación. Pero ¿dónde encontrarán esos

44 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


paladines del cambio social las líneas maestras para sus selecciones? La política,
para desdicha de todos, no tarda en perder su novedad, al igual que el periódico del
mes pasado, y sólo rara vez las noticias perduran. Quizá la política literaria siempre
esté en juego, pero las opiniones políticas tienen poco efecto sobre la extrañamente
íntima novela familiar de los grandes escritores, que se influyen mutuamente sin
prestar mucha atención a afinidades y diferencias políticas.
La influencia literaria es ―la política del espíritu‖: la formación del canon, aun
cuando necesariamente refleje siempre los intereses de clase, es un fenómeno
extraordinariamente ambivalente. Milton, más que los dos poetas ingleses de mayor
altura –Chaucer y Shakespeare–, es la figura central de la historia del canon poético
anglonorteamericano. Del mismo modo, el primer escritor crucial de la historia de todo
el canon literario occidental no es ninguno de los grandes poetas –Homero, Dante,
Chaucer y Shakespeare–, sino Virgilio, el gran eslabón entre la poesía helenística
(Calímaco) y la tradición épica europea (Dante, Tasso, Spenser, Milton). Virgilio y
Milton siguen siendo poetas que provocan inmensas ambivalencias en aquellos que
les sucedieron, y esas ambivalencias definen la centralidad en el contexto canónico.
Un canon, a pesar de sus idealizadores, desde Ezra el Escriba hasta el difunto
Northrop Frye, no existe a fin de liberar a sus lectores de la ansiedad. De hecho, un
canon es una ansiedad conquistada, al igual que toda gran obra literaria es la
ansiedad conquistada del escritor. El canon literario no nos sumerge en la cultura; no
nos libera de la ansiedad cultural. Por contra, confirma nuestras ansiedades culturales,
aunque ayuda a darles forma y coherencia.
La ideología desempeña un importante papel en la formación del canon
literario, si deseas insistir en que una postura estética es en sí misma una ideología,
una insistencia que es común a las seis ramas de la Escuela del Resentimiento:
feministas, marxistas, lacanianos, neohistoricistas, deconstruccionistas y semióticos.
Naturalmente, hay estéticas y estéticas, y los apóstoles que creen que los estudios
literarios deberían ser una cruzada abierta en favor del cambio social manifiestan,
obviamente, una estética diferente de mi versión posemersoniana de Pater y Wilde. Si
se trata de una diferencia importante es algo que no tengo claro: los adalides del
cambio social y yo al parecer estamos de acuerdo en que Pynchon, Merrill y Ashbery
son las tres presencias norteamericanas que ocupan una posición canónica. Los
Resentidos añaden candidatos alternativos canónicos, afroamericanos y femeninos,
pero sin mucho entusiasmo.

45 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Si los cánones literarios son sólo producto de los intereses de clase, raciales,
de sexo y nacionales, es de presumir que lo mismo debería ser cierto de todas las
demás tradiciones estéticas, incluyendo la música y las artes visuales. Matisse y
Stravinski pueden entonces sumarse a Joyce y Proust en ese grupo de varones
europeos blancos y muertos. Observo asombrado las multitudes de neoyorquinos que
se congregan para ver la exposición de Matisse: ¿están realmente ahí sólo por
condicionamientos sociales? Cuando la Escuela del Resentimiento se vuelva
dominante entre los historiadores y críticos de arte, al igual que ya lo es entre los
académicos literarios, ¿estarán desiertas las exposiciones de Matisse mientras que
todos acudiremos en tropel a ver las mamarrachadas de las Guerrilla Girls? Lo
descabellado de estas preguntas se hace evidente cuando se aplican a la eminencia
de Matisse, mientras que está claro que Stravinski no corre peligro de ser
reemplazado por una música políticamente correcta en las compañías de ballet del
mundo. ¿Por qué entonces es la literatura tan vulnerable a la acometida de los
idealistas sociales contemporáneos? Una respuesta parece ser la ilusión común de
que se requieren menos conocimientos y menos destreza técnica para la comprensión
y la producción de literatura de imaginación (como solíamos llamarla) que para las
demás artes.
Si todos habláramos de notas musicales o de brochazos, supongo que
Stravinski y Matisse podrían estar sujetos a los peculiares avatares que ahora sufren
los autores canónicos. Al intentar leer muchas de las obras propuestas como
alternativas del resentimiento al canon, reflexiono que esos aspirantes deben de creer
que toda su vida han hablado en prosa, o que sus pasiones sinceras son ya poemas,
que requieren escasa o nula elaboración literaria. Éstas son mis listas, con la
esperanza de que los supervivientes letrados encuentren entre ellas algunos libros y
autores que hasta ahora no habían descubierto, y obtengan las recompensas que sólo
la literatura canónica permite.

46 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Viajeros: Witold Gombrowicz en Argentina

Partí hacia la Argentina un mes antes de que estallara la guerra y allí permanecí
los siguientes veintitrés años. Todo sucedió por casualidad. ¿Casualidad?. Un día en
el café Zodiac, en Varsovia, conocí a un escritor de mi edad, Czeslaw Straszewicz. Me
dijo: ‗‘Viajo a Sudamérica.'¿Cómo?‘‘ En un mes el nuevo vapor transatlántico polaco
Chorbry sale para Buenos Aires. Su viaje inaugural. Fui invitado como escritor, para
escribir algunas columnas para los diarios. ‗‘¿Te parece que me invitarían también a
mí?' 'Puedes probar. Voy a mencionar tu nombre. Quién sabe, quizás funcione. La
travesía sería más divertida si somos dos.‘‘
Funcionó. A veces leo en los diarios que fui a la Argentina para escapar de la guerra.
¡Para nada!. Me preparé para el viaje sin pensar demasíado, y fue sólo por casualidad
(¿casualidad?) que no permanecí en Polonia.
El día antes de partir tenía todo preparado, mis papeles en orden, y pasé por el café.
'Tienes el permiso de las autoridades militares, ¿no?' dijo uno. 'Tengo mi pasaporte.
Presenté todos los certificados militares que tenía, de otro modo no lo hubiese
obtenido.' '¡Con eso no alcanza!' Necesitas un permiso especial de las autoridades
militares. Es sólo un formalismo, pero no te dejarán subir al barco sin él.'
Miré mi reloj. Las siete menos veinte. Las oficinas del ejército cierran a las siete. Me
metí en un taxi y corrí al cuarto piso. Demasiado tarde. Las puertas estaban cerradas.
Habían pasado tres minutos después de las siete. Golpeé de todos modos. Apareció el
portero. 'La oficina está cerrada. Por favor acabe con ese ruido'.
La puerta se cerró una vez más. ¡Adiós, América!. Comencé a bajar las escaleras
apesadumbrado: de repente, abajo, un barullo terrible. Era el equipo de fútbol que
partía a jugar un match internacional en Dinamarca. También habían llegado tarde.
Golpeamos la puerta de nuevo. Esta vez el portero nos dejó entrar, y como favor
especial nos sellaron los permisos. Ya lo ven, mis veintitrés años en Argentina
dependieron de unos minutos...
Cómo habrá sido este asunto de partir... fue como si una gigantesca mano me hubiese
tomado del cuello de la camisa para sacarme de Polonia y arrojarme en esta tierra
perdida en el medio del océano –perdida pero europea... apenas un mes antes de la
guerra. Me pregunto porqué aquella mano no me puso en Europa occidental. Porque,
supongo, hubiese terminado en París. Si no hubiera dejado Europa hubiese vivido en

47 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


París después de la guerra, casi con seguridad. Pero la mano no pareció quererlo así
porque, a la larga, París me hubiese convertido en un parisino. Y sentía el deber de
ser anti-parisino. Es que, por esos tiempos, no estaba lo suficientemente inmunizado.
Mi destino era pasar muchos más, largos años en los bordes de Europa, lejos de sus
capitales, y lejos de sus aparatos literarios, escribiendo, como dicen hoy en Polonia,
'para los cajones de escritorio'. Miren el mapa. Sería difícil elegir mejor lugar que
Buenos Aires. La Argentina es un país europeo. Uno siente allí la presencia de
Europa, aun más fuertemente que en la propia Europa, pero al mismo tiempo uno está
fuera de Europa –y además, en aquel país ganadero, no se aprecia la literatura.
Magia. Una casi preconcebida forma de vida. Cuanto más nos alejamos de la Forma,
más nos sometemos a su poder. Misteriosas contradicciones, contrastes... [...]
Del capítulo IV de W.Gombrowicz - "A kind of testament" (1973)

Gombrowicz habla de Roberto Mario Santucho


Por la tarde rendez-vous con Santucho (uno de los hombres de letras y redactor de la
revista Dimensión) en el café Ideal.
Huele a Oriente. A cada momento unos pillos atrevidos me meten en las narices
billetes de la lotería. Luego un anciano con setenta mil arrugas hace lo mismo; me
mete los billetes en las narices como si fuera un niño. Una ancianita, extrañamente
disecada al estilo indio, entra y me pone unos billetes bajo las narices. Un niño me
coge el pie y quiere limpiar mis zapatos, otro, con una espléndida cabellera india,
erizada, le ofrece a uno el periódico. Una maravilla-de-muchacha-odalisca-hurí, tierna,
cálida, elástica, lleva del brazo a un ciego entre las mesitas y alguien lo golpea a uno
suavemente por atrás: un mendigo con una cara triangular y menuda. Si en este café
hubiera entrado una chiva, una mula, un perro, no me asombraría. No hay mozos. Uno
debe servirse a sí mismo. Se creó una situación un poco humillante, pero que me es
difícil, sin embargo, pasar en silencio.
Estaba sentado con Santucho, que es fornido, con una cara terca y olivácea,
apasionada, con una tensión hacia atrás, enraizada en el pasado. Me hablaba
infatigablemente sobre las esencias indias de estas regiones. "¿Quiénes somos? No lo
sabemos. No nos conocemos. No somos europeos. El pensamiento europeo, el
espíritu europeo, es lo ajeno que nos invade tal como antaño lo hicieron los españoles;
nuestra desgracia es poseer la cultura de ese vuestro 'mundo occidental' con la que
nos han saturado como si fuera una capa de pintura, y hoy tenemos que servirnos del
pensamiento de Europa, del lenguaje de Europa, por falta de nuestras esencias,

48 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


perdidas, indoamericanas. ¡Somos estériles porque incluso sobre nosotros mismos
tenemos que pensar a la europea!... ―Escuchaba aquellos razonamientos, tal vez un
tanto sospechosos, pero estaba contemplando a un "chango" sentado dos mesitas
más allá con su muchacha; tomaban: él, vermut; ella, limonada. Estaban sentados de
espaldas a mí y podía adivinar su aspecto basándome solamente en ciertos indicios
tales como la disposición, la inmovilidad de sus miembros, esa libertad interior difícil de
describir de los cuerpos ágiles. Y no sé por qué (quizás fue algún reflejo lejano de mi
Pornografía, novela terminada hacía poco, o el efecto de mi excitación en esta ciudad),
el hecho es que me pareció que esos rostros invisibles debían ser bellos, es más, muy
hermosos, y quizás cinematográficamente elegantes, artísticos... de pronto ocurrió no
sé cómo, algo como que entre ellos estaba contemplada la tensión más alta de la
belleza de aquí, de Santiago... y tanto más probable me parecía ya que realmente el
mero contorno de la pareja, tal como desde mi asiento la veía, era tan feliz cuanto
lujoso.
Al fin no resistí más. Pedí permiso a Santucho (que abundaba sobre el imperialismo
europeo) y fui a pedir un vaso de agua... pero en realidad lo que quería era verle los
ojos al secreto que me atormentaba, para verles las caras... ¡Estaba seguro de que
aquel secreto se me revelaría como una aparición del Olimpo, en su archí excelsitud, y
divinamente ligero como un potrillo! ¡Decepción! El "chango" se hurgaba los dientes
con un palillo y le decía algo a la chica, quien mientras tanto se comía los cacahuetes
servidos con el vermut, pero nada más... nada... nada... a tal punto que casi me caí,
como si le hubiesen cortado la base a mi adoración.
Miércoles
¡Innumerables niños y perros!
Nunca he visto semejante cantidad de perros... y tan tranquilos. Aquí si ladra un perro
lo hace por broma. Los niños morenamente despeinados dan saltitos... nunca he visto
niños más "parecidos a una imagen"... ¡deliciosos! Frente a mí dos muchachitos; van
abrazados por el cuello y se cuentan secretos. ¡Pero cómo! Un chiquillo enseña algo
con el dedo a un grupito infantil de grandes ojos abiertos. Otro le canta algo solamente
a un palito, sobre el que ha colocado un papel de caramelo.
Lo que vi ayer en el parque: un chiquillo de cuatro años desafió a boxear a una
muchachita que no tenía idea de lo que era el box, pero que por ser más gordita y más
alta le daba muy duro. Y un grupito de pequeñuelos de dos y tres años, en camisones
largos, tomándose de las manos, saltaban y gritaban en su honor: –¡No-na! ¡No-na!
¡No-na!

49 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Jueves
Extraña repetición anteayer de la escena con Santucho en el café, aunque en otra
variante.
Restaurante del hotel Plaza. Estoy en la mesita del doctor P. M., abogado, quien
representa en Santiago la majestad de la sabiduría, contenida en su biblioteca; con
nosotros, su "barra", o sea el grupo de compañeros de café, un médico, varios
comerciantes... Yo, lleno de las mejores intenciones, me entrego a una conversación
sobre política, cuando.... ¡Oh! ... ¡ya estoy pescado!... allá, no lejos, se sienta una
pareja fabulosa... y se anegan el uno en el otro, como si un lago se ahogara en otro
lago. ¡Otra vez "la belleza"! Pero tengo que sostener la discusión en mi mesita, en
cuya sopa nadan perogrulladas de los nacionalismos sudamericanos, sazonadas de
odio hacia los Estados Unidos y terror pánico ante los "aviesos propósitos del
imperialismo"; sí, desgraciadamente tengo que responderle algo a este tipo, aunque
me encuentre contemplando y escuchando con todos mis oídos a la belleza que
acontece cerca de mí... yo, esclavo enamorado a muerte y apasionado, yo, artista... Y
vuelvo a preguntarme cómo es posible que semejantes maravillas se sienten en estos
restaurantes a un paso de... pues, de esa Argentina parlanchina... "Siempre hemos
exigido moral en las relaciones internacionales"... "El imperialismo yanqui en
connivencia con el británico pretende..." "Ya no somos una colonia..." Todo eso lo
declara (no desde hoy) mi interlocutor, y yo no puedo comprender, no puedo
comprender, no puedo comprender... "¿Por qué los Estados Unidos conceden
préstamos a Europa y no a nosotros?"... "¡La historia de Argentina demuestra que por
encima de todo hemos apreciado la dignidad!..."
¡Ah, si alguien pudiera sacarle del vientre la fraseología a este simpático pueblito! ¡Esa
burguesía, que por la noche toma vino y durante el día "mate", es tan plañidera! Si les
dijera que en comparación con otras naciones están viviendo como en las manos de
Papá Dios, en esta maravillosa estancia suya, tan grande como la mitad de Europa y
si hubiera añadido que no sólo se les hice injusticia, sino que Argentina es un
"estanciero" entre las naciones, un "oligarca" orgullosamente sentado sobre sus
espléndidos territorios... ¡Se ofenderían mortalmente! Mejor no... ¡Y qué, ya se los digo
en su cara! ¿Pero qué me importa eso?

Allá, en aquella mesita está la Argentina que me fascina silenciosa y sin embargo con
una resonancia de gran arte, no ésta, parlanchina, holgazana, politiquera. ¿Por qué no
estoy allá, con ellos? ¡Aquel es mi lugar! ¡Junto a aquella muchacha como un ramo de

50 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


temblores blanquinegros, junto a aquel joven semejante a Rodolfo Valentino! ¡Belleza!
Pero.... ¿qué ocurre? Nada. Nada a tal punto que hasta este momento no sé cómo y
qué llegó hasta mí desde ellos... tal vez un fragmento de frase. . . un acento. . . un
brillo de ojos. . . Bastó para que de repente me sintiera informado.
¡Toda esa "belleza" era precisamente igual que todo! Igual que la mesa, el mozo, el
plato, el mantel, igual que nuestra discusión, no se diferenciaba en nada... igual... del
mismo mundo. . . de la misma materia.
Jueves
¿Belleza? ¿En Santiago? ¡¿Pero, caramba, dónde?! [....]
Viernes
Llegó Roby. Es el más joven de los diez hermanos S. de Santiago. En ese Santiago
del Estero (mil kilómetros al norte de Buenos Aires) pasé varios meses hace dos años
–dedicado a contemplar todas las chifladuras, susceptibilidades y represiones de
aquella provincia perdida, que se cuece en su propia salsa. La librería del llamado
"Cacique", otro de los miembros de la numerosa familia S., era el sitio de encuentro de
las inquietudes espirituales del pueblo, tranquilo como una vaca, dulce como una
ciruela, con ambiciones de destruir y crear el mundo (se trataba de las quince
personas que se dan cita en el café Águila). ¡Santiago desprecia a la capital, Buenos
Aires! Santiago considera que sólo ella mantiene la Argentina, la América auténtica
(legitima) y lo demás, el Sur, es un conjunto de metecos, gringos, inmigrantes,
europeos: mezcla, churria, basura.
La familia S. es típica de la vegetación santiagueña, que se transforma por medio de
una incomprensible voltereta en arranque y pasión. Aquellos hermanos son de una
santa benignidad y no les falta esa dulzura ciruelina, son un poco como un fruto que
madura al sol. Y al mismo tiempo los sacuden pasiones violentas que vienen de algún
lado del subsuelo, de carácter telúrico u modorra, entonces, galopa inflamada por la
urgencia de reformar, de crear. Cada uno de ellos es prosélito jurado de alguna
tendencia política, gracias a lo cual la familia no tiene que temer a las revoluciones,
frecuentes aquí, pues sean cuales fueren siempre darán el triunfo a alguno de los
hermanos, al comunista o al nacionalista, al liberal, al cura o al peronista... (todo esto
me lo refirió Beduino en una ocasión). Durante mi estadía en Santiago dos de los
hermanos tenían sus propios órganos de prensa, editados por propia cuenta con un
tiraje de unas decenas de ejemplares.
Uno publicaba la revista cultural mensual Dimensión y el otro, un periódico cuya misión
era combatir al gobernador de la provincia.

51 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Roby me sorprendió poco antes de su visita a Buenos Aires nunca nos habíamos
escrito –con una carta enviada de Tucumán en la que me pedía le enviara Ferdydurke
en la edición castellana:
"Witoldo: algo de lo que dices en la introducción a El Matrimonio me ha interesado...
esas ideas sobre la inmadurez y la forma que parecen constituir la tranza de tu obra y
tienen relación con el problema de la creación.
Claro está que no tuve paciencia para leer más de veinte páginas de El Matrimonio"...
Luego me pide Ferdydurke y escribe: "Hablé con Negro (es su hermano, el librero) y
veo que sigues atado a tu chauvinismo europeo; lo peor es que esa limitación no te
permitirá lograr una profundización de este problema de la creación. No puedes
comprender que lo más importante 'actualmente' es la situación de los países
subdesarrollados. De saberlo podías extraer elementos fundamentales para cualquier
empresa."
Con esta muchachada me hablo de "tú" y consiento en que me digan lo que les viene
en gana. Comprendo también que prefieran, por si acaso, ser los primeros en atacar –
nuestras relaciones distan mucho de ser un tierno idilio. A pesar de eso la carta me
pareció ya demasiado presuntuosa... ¿qué se estaba imaginando? Contesté
telegráficamente:
ROBY S. TUCUMÁN –SUBDESARROLLADO NO HABLES TONTERÍAS
FERDYDURKE NO LO PUEDO ENVIAR PROHIBICIÓN DE WASHINGTON LO VEDA
A TRIBUS DE NATIVOS PARA IMPOSIBILITAR DESARROLLO, CONDENADOS A
PERPETUA INFERIORIDAD– TOLDOGOM.
Puse el telegrama en un sobre y lo envié como carta (en realidad son telegramas-
cartas). Pronto me respondió en tono indulgente: "Querido Witoldito, recibí tu cartita,
veo que progresas, pero vanamente te esfuerzas en ser original", etcétera, etcétera.
Quizás no valga la pena anotar todas esas majaderías... pero la vida, la vida auténtica,
no tiene nada de extraordinariamente brillante, y a mí me importa recrearla, no en sus
culminaciones, sino precisamente en esa medianía que es la cotidianidad. Y no
olvidemos que entre las frivolidades puede a veces haber también un león, un tigre o
una víbora escondidos.
Roby llegó a Buenos Aires y se presentó en el barcito donde paso un rato casi todas
las noches: es un muchacho de "color subido", cabellera negra ala de cuervo, piel
aceite-ladrillo, boca color tomate, dentadura deslumbrante. Un poco oblicuo, a lo indio,
robusto, sano, con ojos de astuto soñador, dulce y terco... ¿qué porcentaje tendrá de
indio? Y algo más todavía, algo importante, es un soldado nato. Sirve para el fusil, las

52 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


trincheras, el caballo. Me interesaba saber si en los dos años que habíamos dejado de
vernos había cambiado algo en aquel estudiante. ¿algo cambió?
Porque en Santiago nada cambia. Cada noche se expresan allá en el café Águila las
mismas atrevidas ideas "continentales": Europa está acabada, llegó la hora de la
América Latina, tenemos que ser nosotros mismos y no imitar a los europeos, nos
encontraremos de verdad si regresamos a nuestra tradición indígena, tenemos que ser
creadores, etcétera. Así, así, Santiago, el café Águila, la coca-cola y estas ideas
audaces repetidas día tras día con la monotonía de un borracho que adelanta un pie y
no sabe qué hacer con el otro, Santiago es una vaca que rumia diariamente su vuelo,
es una pesadilla en la que uno corre una carrera vertiginosa pero sin moverse de un
lugar.
Sin embargo me parecía imposible que Roby, a su edad, pudiera evitar una mutación
aunque fuese parcial, y a la una de la madrugada fui con él y con Goma a otro bar
para discutir en un círculo más íntimo. Consintió con muchas ganas, estaba dispuesto
a pasar la noche hablando, se veía que ese "hablar genial, loco, estudiantil" como dice
Zeromski en su diario, le había entrado en la sangre. En general, ellos me recuerdan
mucho a Zeromski y a sus compañeros de los años 1890: entusiasmo, fe en el
progreso, idealismo, fe en el pueblo, romanticismo, socialismo y patria.
¿Las impresiones de nuestra conversación? Salí desalentado e inquieto, aburrido y
divertido, irritado y resignado, y como apagado... como si me hubieran dicho: ¡basta ya
de eso!
El tonto no ha asimilado nada desde que lo dejé en Santiago hace dos años. Volvió a
la misma discusión de entonces, como Si sólo hubiera sido el día anterior. Igual como
dos gotas de agua. . . sólo que está mejor afianzado en su tontería y por consiguiente
más presuntuoso y omnisapiente. Otra vez tuve que escuchar: ¡Europa se acabó! ¡Ha
llegado la hora de América! Tenemos que crear nuestra propia cultura americana.
Para crearla, debemos ser creadores, ¿pero cómo lograrlo? Seremos creadores si
contamos con un programa que desate en nosotros las fuerzas creadoras, etcétera,
etcétera. La pintura abstracta es una traición, es europea. El pintor, el escritor
deberían cultivar temas americanos. El arte tiene que vincularse con el pueblo, con el
folklore... Tenemos que descubrir nuestra problemática exclusivamente americana,
etc. Me lo sé de memoria. Su "creación" empieza y termina con esas declaraciones.
Gombrowicz - "Diario argentino", Buenos Aires, Ed.
Sudamericana, 1967
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

53 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Entrevista – Ricardo Piglia (sobre Borges)

Fragmentos de la entrevista de Cuadernos de Recienvenido a


Ricardo Piglia
A mí me gustaría que hables un poco de aquel relato que Borges escribió junto con
Bioy Casares "La fiesta del monstruo". ¿Sería una parodia de "El matadero"?

Yo no diría que es una parodia de "El Matadero", sino más bien una especie de
traducción, de reescritura. Borges y Bioy escriben una nueva versión del relato de
Echeverría adaptado al peronismo. Pero también tienen en cuenta uno de los grandes
textos de la literatura argentina, "La refalosa" de Ascasubi. Es una combinación de "La
refalosa" con "El Matadero". La fiesta atroz de la barbarie popular contada por los
bárbaros. La parodia funciona como diatriba política, como lectura de clase, se podría
decir. La forma está ideologizada al extremo. Habría que estudiar la escritura política
de Borges, tiene un manejo del sarcasmo, un tipo de politización de la lengua que me
hace acordar al padre Castañeda. Aquello que dice del peronismo en un panfleto en el
56 ó 57: "Todo el mundo gritaba Perón, Perón que grande sos y otras efusiones
obligatorias". La hipálage como instrumento político. "La fiesta del monstruo" es un
texto de violencia retórica increíble, es un texto límite, difícil encontrar algo así en la
literatura argentina.

¿No te parece sin embargo bastante típico de cierto estilo de representación de las
clases populares en la literatura argentina?

En ese asunto lo que siempre aparece es la paranoia o la parodia. La paranoia


frente a la presencia amenazante del otro que viene a destruir el orden. Y la parodia
de la diferencia, la torpeza lingüística del tipo que no maneja los códigos. "La fiesta del
monstruo" combina la paranoia con la parodia. Porque es un relato totalmente
persecutorio sobre el aluvión zoológico y el avance de los grasas que al final matan a
un intelectual judío. El unitario de "El Matadero", digamos, se convierte en un
intelectual judío, una especie de Woody Allen rodeado por la mersa asesina. Y a la vez
el relato es una joda siniestra, un pastiche barroco y muy sofisticado sobre la
diferencia lingüística y los restos orales. La parodia paranoica, se podría decir. Aunque
siempre hay algo paranoico en la parodia.

Vamos a retomar el asunto de la relación de Borges con las dos líneas de la


literatura argentina que se nos quedó colgado.

¿Qué decíamos? Por un lado la inserción en la gauchesca, la gran tradición oral y


épica del siglo XIX y sobre esto hay mucho que hablar. Y por otro lado, el manejo de la
cultura, el cosmopolitismo, la circulación de citas, referencias, traducciones, alusiones.
Tradición bien argentina, diría yo. Todo ese trabajo un poco delirante con los
materiales culturales que está en Sarmiento, por supuesto, pero también en Cané, en
Mansilla, en Lugones, en Martínez Estrada, en Mallea, en Arlt. Me parece que Borges
exaspera y lleva al límite, casi a la irrisión, ese uso de la cultura: lo vacía de contenido,
lo convierte en puro procedimiento. En Borges la erudición funciona como sintaxis, es
un modo de darle forma a los textos.

54 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


No sería ostentatorio.

No creo. Hay una cosa muy interesante en todo este asunto y es el estilo de
divulgador en Borges. Borges en realidad es un lector de manuales y de textos de
divulgación y hace un uso bastante excéntrico de todo eso. De hecho él mismo ha
escrito varios manuales de divulgación, tipo El hinduismo, hoy, ha practicado ese
género y lo ha usado en toda su obra. En esto yo le veo muchos puntos de contacto
con Roberto Arlt que también era un lector de manuales científicos, libros de
sexología, historias condensadas de la filosofía, ediciones populares y abreviadas de
Nietzsche, libros de astrología. Los dos hacen un uso muy notable de ese saber que
circula por canales raros. En Borges como biblioteca condensada de la erudición
cultural al alcance de todos la Enciclopedia Británica, y en Arlt las ediciones populares,
socialistas, anarquistas y paracientíficas que circulaban por los quioscos entre libros
pornográficos y revistas deportivas. Las obras de Ingenieros se vendían así hasta no
hace mucho.

Respecto al Borges "populista". El acompaña el Irigoyenismo hasta que se da una


bifurcación. ¿Cómo fue eso?

Hay un momento de viraje hacia fines de la década del 30. Antes de eso, hay dos o
tres datos muy divertidos. En el 27 ó 28 la formación del comité de intelectuales
jóvenes de apoyo a Irigoyen donde están Borges, Marechal, González Tuñón, Oliverio,
incluso Macedonio creo, y ese comité de hecho es el que rompe y liquida Martín Fierro
porque la dirección de la revista publica una declaración para desvincularse de ese
comité y entonces Borges renuncia. Eso es en el 28, y después en el 34 ó 35 Homero
Manzi lo invita a Borges a integrarse a Forja, pero Borges no acepta.

¡Ah! ¿Fue invitado?

Sí. Y que se les haya ocurrido invitarlo prueba que en esos años era verosímil que
Borges andaba cerca.

En su autobiografía Borges cuenta que Ernesto Palacio lo quiere presentar a Perón


y él se niega. También era verosímil esa presentación.

No sabía. Parece más raro, porque en el 46 lo sacan de la biblioteca municipal y lo


nombran inspector de aves. Algún borgeano que había en el peronismo supongo que
habrá sido, porque es una especie de broma perversa ¿no? convertir a Borges en
inspector de los mercados de pollos de la ciudad, seguro que era un lector de Borges
el tipo, habrá leído "El arte de injuriar" y usó la técnica de la degradación irónica con el
mismo Borges.

Una cesantía borgeana en todo sentido. Vos decías que el cambio se da durante la
década del 30.

Sí, no hay un momento preciso. Durante la década del 30, por ejemplo, Borges
colabora en Sol y luna que es la revista del cursillismo católico, del nacionalismo,
donde ya está Marechal. La guerra polariza todo después. Yo creo que hay un
momento clave, un año muy interesante, habría que escribir un libro reconstruyendo
ese año de 1942. Es el año que muere Arlt y las reacciones o no reacciones que
provoca su muerte son un dato. Es también el año en que los expulsan a Cancela y a
Marechal de la SADE por nacionalistas o medio fascistas, el presidente de la SADE

55 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


era Martínez Estrada y se arma cierto lío con eso. Y además ese es el año en que
Borges manda su primer libro de cuentos y no le dan el premio nacional y se arma un
revuelo. Desagravios en Sur, desagravios en la revista de Barletta. Y la declaración del
jurado que estaba presidido por Giusti, creo, es increíble porque por supuesto dicen
que Borges es un escritor extranjerizante, que escribe textos fríos, de puro
razonamiento, sin vida. Todas las tonterías que se van a repetir sobre Borges durante
años.

Antes de la revolución del 43 vos decías que ya hay una polarización.

Claro, una polarización rara. Borges es enfrentado con los aparatos oficiales de
consagración. A la vez Marechal y Cancela excluidos de la comunidad de escritores.
Arlt se muere casi sin ser notado. El peronismo agudiza, me parece, tendencias que
ya están latentes en la cultura de esos años.

¿Los cambios y la persistencia de ciertos rasgos en Borges permitirían hablar de un


núcleo ideológico básico?

Yo creo que sí. Aunque el problema es complicado, porque cuando uno dice
ideología en literatura, está hablando de formas, no se trata de los contenidos directos,
ni de las opiniones políticas. Lo que persiste es una problemática, digamos así, a la
que Borges se mantiene fiel. Un conglomerado que se define en los años del
irigoyenismo. Y lo más interesante es que cuando cambia sus opciones políticas y se
vuelve "reaccionario", digamos, lo que hace no es cambiar ese núcleo ideológico, sino
mantener la problemática pero cambiar de lugar. Vuelve a la polémica de los 20, para
decirlo así, pero invierte su posición. Por eso se afilia al partido conservador, como si
dijera soy anti radical. Sobre todo vuelve a Lugones, al Lugones anti democrático que
es el gran antagonista intelectual del irigoyenismo. Se hace cargo de la misma
problemática que existía en los 20...

En la cual había estado del otro lado.

Digamos. Lo que hace es moverse en el mismo espacio, pasar a la posición


antagónica, definirse como antidemocrático. Toda la historia de su compleja relación
con Lugones se juega ahí. El día que se afilia al partido conservador lo que hace, por
supuesto, es ir a dar una conferencia sobre Lugones. El país, dice en esa charla, está
en decadencia desde la Ley Sáenz Peña. El nihilista aristocrático como el gran
enemigo del populista, su revés.

56 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Dúos literarios: Borges y Bioy Casares

H. Bustos Domeq
LA FIESTA DEL MONSTRUO
Aquí empieza, su aflición,
HILARIO ASCASUBI. La Refalosa.

—Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma, Yo, en mi condición de pie
plano, y de propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo corto y la panza
hipopótama tuve un serio oponente en la fatiga, máxime calculando que la noche
antes yo pensaba acostarme con las gallinas, cosa de no quedar como un crosta en la
performance del feriado. Mi plan era sume y reste: apersonarme a las veinte y treinta
en el Comité; a las veintiuna caer como un soponcio en la cama jaula, para dar curso,
con el Colt como un bulto bajo la almohada, al Gran Sueño del Siglo, y estar en pie al
primer cacareo, cuando pasaran a recolectarme los del camión. Pero, decime una
cosa ¿vos no crees que la suerte es como la lotería, que se encarniza favoreciendo a
los otros? En el propio puentecito de tablas, frente a la caminera, casi aprendo a nadar
en agua abombada con la sorpresa de correr al encuentro del amigo Diente de Leche,
que es uno de esos puntos que uno encuentra de vez en cuando. Ni bien le vi su cara
de presupuestívoro, palpité que él también iba al Comité y, ya en tren de mandarnos
un enfoque del panorama del día, entramos a hablar de la distribución de bufosos para
el magno desfile y de un ruso, que ni llovido del cielo, que los abonaba como fierro
viejo en Berazategui. Mientras formábamos en la cola pugnamos por decirnos al vesre
que una vez en posesión del arma de fuego nos daríamos traslado a Berazategui,
aunque a cada uno lo portara el otro a babucha, y allí, luego de empastarnos el bajo
vientre con escarola, en base al producido de las armas, sacaríamos, ante el asombro
general del empleado de turno ¡dos boletos de vuelta para Tolosa! Pero fue como si
habláramos en inglés, porque Diente no pescaba ni un chiquito, ni yo tampoco, y los
compañeros de fila prestaban su servicio de intérprete, que casi me perforan el
tímpano, y se pasaban el Faber ca-chuzo para anotar la dirección del ruso. Felizmente
el señor Marforio, que es más flaco que la ranura de la máquina de monedita, es un
antiguo de esos que mientras usted lo confunde con un montículo de caspa, está
pulsando los más delicados resortes del alma del popolino, y así no es gracia que nos
frenara en seco la manganeta, postergando la distribución para el día mismo del acto,
con el pretexto de una demora del Departamento de Policía en la remesa de las

57 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


armas. Antes de hora y media de plantón, en una cola que ni para comprar kerosene,
recibimos de propios labios del señor Pizzurno, orden de despejar al trote, que la
cumplimos con cada viva entusiasta que no alcanzaron a cortar enteramente los
escobazos rabiosos de ese tullido que hace las veces de portero en el Comité.
A una distancia prudencial la barra se rehízo. Loiácomo se puso a hablar que ni la
radio de la vecina. La vaina de esos cabezones con labia es que a uno le calientan el
mate y después el tipo —vulgo, el abajo firmante— no sabe para dónde agarrar y me
lo tienen jugando al tresiete en el almacén de Bernárdez, que vos a lo mejor te
amargas, con la ilusión que anduve de farra y la triste verdad fue que me pelaron
hasta el último votacén, sin el consuelo de cantar la nápola, tan siquiera una vuelta.
(Tranquila, Nelly, que el guardaguja ya se cansó de morfarte con la visual y ahora se
retira, como un bacán, en la zorra. Dejale a tu Pato Donald que te dé otro pellizco en el
cogotito).
Cuando por fin me enrosqué en la cucha, yo registraba tal cansancio en los pieses que
al inmediato capté que el sueñito reparador ya era de los míos. No contaba con ese
contrincante que es el más sano patriotismo. No pensaba más que en el Monstruo y
que al otro día lo vería sonreírse y hablar como el gran laburante argentino que es. Te
prometo que vine tan excitado que al rato me estorbaba la cubija para respirar como
un ballenato. Reciencito a la hora de la perrera concilié el sueño, que resultó tan
cansador como no dormir, aunque soñé primero con una tarde, cuando era pibe, que
la finada mi madre me llevó a una quinta. Créeme, Nelly, que yo nunca había vuelto a
pensar en esa tarde, pero en el sueño comprendí que era la más feliz de mi vida, y eso
que no recuerdo nada sino un agua con hojas reflejadas y un perro muy blanco y muy
manso que yo le acariciaba el Lomuto; por suerte salí de esas purretadas y soñé con
los modernos temarios que están en el marcador: el Monstruo me había nombrado su
mascota y, algo después, su Gran Perro Bonzo. Desperté, y para soñar tanto
despropósito había dormido cinco minutos. Resolví cortar por lo sano: me di una friega
con el trapo de 4a cocina, guardé todos los callordas en el calzado Fray Mocho, me
enredé que ni un pulpo entre las mangas y las piernas de la combinación —
mameluco—, vestí la i orbatita de lana con dibujos animados que vos me regalaste el
Día del Colectivero y salí sudando grasa porque algún cascarudo habrá transitado por
la vía pública y lo tomé por el camión. A cada falsa alarma que pudiera, o no, tomarse
por el camión, yo salía como taponazo al trote gimnástico, salvando las sesenta varas
que hay desde el tercer patio a <la puerta de calle. Con entusiasmo juvenil entonaba la
marcha que es nuestra bandera, pero a las doce menos diez, vine afónico y ya no me

58 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


tiraban con todo los magnates dei primer patio. A las trece y veinte llegó el camión que
se había adelantado a la hora y cuando ios compañeros de cruzada tuvieron el alegrón
de verme, que ni me había desayunado con el pan del loro de la señora encargada,
todos votaban por dejarme, con el pretexto que viajaban en un camión carnicero y no
en una grúa. Me les enganché como acoplado y me dijeron que si les prometía no dar
a luz antes de llegar a Ezpeleta me portarían en mi condición de fardo, pero al fin se
dejaron convencer y medio me izaron. Tomó furia como una golondrina el camión de la
juventud y antes de media cuadra paró en seco frente del Comité. Salió un tape
canoso, que era un gusto cómo nos baqueteaba y, antes que nos pudieran facilitar,
con toda consideración, el libro de quejas, ya estábamos traspirando en un brete, que
ni si tuviéramos las nucas de queso Mas-carpone. A bufoso por barba fue ia
distribución alfabética; compenétrate, Nelly; a cada revólver le tocaba uno de nosotros.
Sin el mínimo margen prudencial para hacer cola frente al Caballeros, o tan siquiera
para someter a la subasta un arma en buen uso, nos guardaba el tape en el camión
del que ya no nos evadiríamos sin una tarjetita de recomendación para el camionero.
A la espera de la voz de ¡aura y se fue! nos tuvieron hora y media al rayo del sol, a la
vista, por suerte de nuestra querida ToIosa, que en cuanto el botón salía a correrlos,
los pibes nos tenían a hondazo limpio, como si en cada uno de nosotros apreciaran
menos el patriota desinteresado que el pajarito para la polenta. Al promediar la primera
hora, reinaba en el camión esa tirantez que es la base de toda reunión social pero
después la merza me puso de buen humor con la pregunta si me había anotado para
el concurso de la Reina Victoria, una indirecta, vos sabes, a esta panza bombo, que
siempre dicen que tendría que ser de vidrio para que yo me divisara, aunque sea un
poquito, los basamentos horma 44. Yo estaba tan afónico que parecía adornado con el
bozal, pero a la hora y minutos de tragar tierra medio recuperé esta lengüita de
Campana 1 y, hombro a hombro con.los compañeros de brecha, no quise restar mi
concurso a la masa coral que despachaba a todo pulmón la marchita del Monstruo, y
ensayé hasta medio berrido que más bien salió francamente un hipo, que si no abro, el
paragüita, que dejé en casa, ando en canoa en cada salivazo que usted me confunde
con Vito Durnas, el Navegante Solitario. Por fin, arrancamos, y entonces sí que corrió
el aire, que era como tomarse el baño en la olla de la sopa, y uno almorzaba un
sangüiche de chorizo, otro su arrolladito de salame, otro su panetún, otro su media

1
Mientras nos reponíamos con ensaimadas, Nelly me manifestó* que en ese momento el pobre murió sacó la lengua de referencia.
(Nota donada por el joven Rabasco).

* A mí me lo dijo a n te s. (Nota suplementaria de Nano Battafuoco, peón de la Dirección de Limpieza)

59 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


botella de Vascolet y el de más allá la milanesa fría, pero más bien todo eso vino a
suceder otra vuelta, cuando fuimos a la Ensenada, pero como yo no concurrí, más
gano si no hablo. No me cansaba de pensar que toda esa muchachada moderna y
sana pensaba en todo como yo, porque hasta el más abúlico oye las emisiones en
cadena, quieras que no. Todos éramos argentinos, todos de corta edad, todos del Sur
y nos precipitábamos al encuentro de nuestros hermanos gemelos, que en camiones
idénticos procedían de Fiorito y de Villa Dominico, de Ciudadela, de Villa Luro, de La
Paternal, aunque por Villa Crespo pulula el ruso y yo digo que más vale la pena acusar
su domicilio legal en Tolosa Norte.
¡Qué entusiasmo partidario te perdiste, Nelly! En cada foco de población muerto de
hambre se nos quería colar una verdadera avalancha que la tenía emberretinada el
más puro idealismo, pero el capo de nuestra carrada, Garfunkel, sabía repeler como
corresponde a ese farabutaje sin abuela, máxime si te metes en el coco que entre
tanto mascalzone patentado bien se podía emboscar un quintacolumna como luz, de
esos que antes que usted dea la vuelta del mundo en ochenta días me lo convencen
que es un crosta y el Monstruo un instrumento de la Compañía del Teléfono. No te
digo niente de más de un cagastume que se acogía a esas purgas para darse de baja
en el confusionismo y repatriarse a casita lo más liviano; pero embrómate y confesa
que de dos chichipíos el uno nace descalzo y el otro con patín de munición, porque
vuelta que yo creía descolgarme del carro era patada del señor Garfunkel que me
restituía al seno de los valientes. En las primeras etapas los locales nos recibían con
entusiasmo francamente contagioso, pero el señor Garfunkel, que no es de los que
cortan la piojosa de puro adorno, le tenía prohibido al camionero sujetar la velocidad,
no fuera algún avivato a ensayar la fuga relámpago. Otro gallo nos cantó en Quilmes,
donde el crostaje obtuvo permiso para desentumecer los callos plántales, pero /quién,
tan lejos del pago iba a desapartarse del grupo? Hasta ese momentazo, dijera el
propio Zioppi o su mama, todo marchó como un dibujo, pero el nerviosismo cundió
entre la merza fresca cuando el trompa, vulgo Garfunkel que le dicen, nos puso
blandos al tacto con la imposición de deponer en cada paredón el nombre del
Monstruo, para ganar de nuevo el vehículo, a velocidad de purgante, no fuera algún
cabreira a cabrearse y a venir calveira pegándonos. Cuando sonó la hora de la prueba
empuñé el bufoso y bajé resuelto a todo, Nelly, anche a venderlo por menos de tres
pessolanos. Pero ni un solo cliente asomó el hocico y me di el gusto de garabatear en
la tapia unas letras frangollo, que si invierto un minuto más, el camión me da el
esquinazo y se lo traga el horizonte rumbo al civismo, a la aglomeración, a la

60 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


fratellanza, a la fiesta del Monstruo. Como para aglomeración estaba el camión
cuando volví hecho un queso con camiseta, con la lengua de afuera. Se había sentado
en la retranca y estaba tan quieto que sólo le faltaba el marco artístico para ser una
foto. A Dios gracias formaba entre los nuestros el gangoso Tabacman, más conocido
por Tornillo Sin Fin, que es el empedernido de la mecánica, y a la media hora de
buscarle el motor y de lomarse toda la Bilz de mi segundo estómago de camello, que
así yo pugno que le digan siempre a mi cantimplora, se mandó con toda franqueza su
"a mí que me registren", porque el Fargo a las claras le resultaba una firma ilegible.
Bien me parece tener leído en alguno de esos quioscos fetentes que no hay mal que
por bien no venga, y así Tata Dios nos facilitó una bicicleta olvidada en contra de una
quinta de verdura, que a mi ver el bicicletista estaba en proceso de recauchutaje,
porque no asomó la fosa nasal cuando el propio Garfunkel le calentó el asiento con la
culata. De ahí arrancó como si hubiera olido todo un cuadrito de escarola, que mks
bien parecía que el propio Zoppi o su mama le hubiera munido el upite de un petardo
Fu-Man-Chú. No faltó quien se aflojara la faja para sonreírse al verlo pedalear tan
garu-fiento, pero a las cuatro cuadras de pisarles los talones lo perdieron de vista,
causa que el peatón aunque se habilite las manos con el calzado Pecus, no suele
mantener su laurel de invicto frente a don Bicicleta. El entusiasmo de la conciencia en
marcha hizo que en menos tiempo del que vos, gordeta, invertís en dejar el mostrador
sin factura, el hombre se despistara en el horizonte, para mí que rumbo a la cucha, a
Tolosa.
Tu chanchito te va a ser confidencial, Nelly: quien más quien menos ya pedaleaba con
la comezón del Gran Spiantujen, pero, como yo no dejo siempre de recalcar en las
horas que el luchador viene enervado y se aglomeran los más negros pronósticos,
despunta el delantero fenómeno que marca goal; para la patria, el Monstruo; para
nuestra merza en franca descomposición, el camionero. Ese patriota que le saco el
sombrero se corrió como patinada y paró en seco al más avivato del grupo en fuga. Le
aplicó súbito un mensaje que al día siguiente, por los chichones, todos me confundían
con la yegua tubiana del panadero. Desde el suelo me mandé cada hurra que los
vecinos se incrustaban el pulgar en el tímpano. De mientras, el camionero nos puso en
fila india a los patriotas, que si alguno quería desapartarse, el de atrás tenía carta
blanca para atribuirle cada patada en el culantro que todavía me duele sentarme.
Calcúlate, Nelly, qué tarro el del último de la fila ¡nadie le shoteaba la retaguardia! Era,
cuando no, el camionero, que nos arrió como a concentración de pie planos hasta una
zona, que no trepido en caracterizar como de la órbita de Don Bosco, vale, de Wilde.

61 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Ahí la casualidad quiso que el destino nos pusiera al alcance de un ónibus rumbo al
descanso de hacienda de La Negra, que ni llovido por Baigorri. El camionero, que se lo
tenía bien remanyado al guarda-conductor, causa de haber sido los dos —en los
tiempos heroicos del Zoológico Popular de Villa Dominico— mitades de un mismo
camello, le suplicó a ese catalán de que nos portara. Antes que se pudiera mandar su
Suba Zubizarreta de práctica, ya todos engrosamos el contingente de los que
llenábamos el vehículo, riéndonos hasta enseñar las vegetaciones, del puntaje senza
potencia, que, por razón de quedar cola, no alcanzó a incrustarse en el vehículo,
quedando como quien dice, "vía libre" para volver, sin tanta mala sangre, a Tolosa. Te
exagero, Nelly, que íbamos como en ónibus, que sudábamos propio como sardinas,
que sí vos te mandas el vistazo, el Señoras de Berazategui te viene chico. ¡Las
historietas de regular interés que se dieron curso! No te digo mente-de la olorosa que
cantó por lo bajo el taño Potasman, a la misma vista de Sarandí y desde aquí lo
aplaudo como un cuadrumano a Tornillo Sin Fin -que en buena ley se vino a ganar su
medallón de Vero Desopilante, obligándome bajo amenaza de tincazo en los quimbos,
a abrir la boca y cerrar los ojos: broma que aprovechó sin un desmayo para
enllenarme las entremuelas con la pelusa y los demás producidos de los fundillos.
Pero hasta las perdices cansan y cuando ya no sabíamos lo que hacer, un veterano
me pasó la cortaplumita y la empuñamos todos a uno para más bien dejar como
colador el cuero de los asientos. Para despistar, todos nos reíamos de mí; en después
no faltó uno de esos vivancos que saltan como pulgas y vienen incrustados en el
asfáltico, cosa de evacuarse del carromato antes que el guarda-conductor
sorprendiera los desperfectos. El primero que aterrizó fue Simón Tabacman, que
quedó propio ñato con el culazo; muy luego, Fideo Zoppi o su mama; por último,
aunque reviente de la rabia, Rabasco; acto continuo, Spáto-la; doppo, el vasco
Speciale. En el itnerinato, Morpurgo se prestó, por lo bajo, al gran rejunte de papeles y
bolsas de papel, idea fija de acopiar elemento para una fogarata en forma, que hiciera
pasto de las llamas al Broackway, propósito de escamotear a un severo examen la
marca que dejó la cortaplumita. Pirosanto, que es un gangoso sin abuela, de esos que
en el bolsillo portan menos pelusa que fósforos, se dispersó en el primer viraje, para
evitar el préstamo de Rancherita, no sin comprometer la fuga, eso sí, con un cigarrillo
Volcán, que me sonsacó de la boca. Yo, sin ánimo de ostentación y para darme un
poco de corte, estaba ya frunciendo la jeta para debatir la primera pitada cuando el
Pirosanto, de un saqué, capturó el cigarrillo, y Morpurgo, como quien me dora la
píldora, acogió el fósforo que ya me doraba los sabañones y metió fuego al

62 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


papelamen. Sin tan siquiera sacarse el rancho, el funyi o la galera, Morpurgo se largó
a la calle, pero yo, panza y todo, lo madrugué y me tiré un rato antes, y así pude
brindarle un colchón, que amortiguó el impacto y cuasi me desfonda la busarda con ios
noventa kilos que acusa. Sandié, cuando me descalcé de esta boca los tamanguses
hasta la rodilla de Manolo M. Morpurgo, l'ónibus ardía en el horizonte, mismo como el
spiedo del Perosio, y el guarda-conductor-propietario lloraba dele que dele ese capital
que se le volvía humo negro. La barra, siendo más, se reía, pronta, lo juro por el
Monstruo, a darse a la fuga, si se irritaba el ciervo. Tornillo, que es el bufo tamaño
mole, se le ocurrió un chiste que al escucharlo vos con la boca abierta, vendrás de
gelatina con la risa. Attenti. Nelly. Desemporcate las orejas, que ahí va. Uno-, dos,
tres, y PUM. Dijo —pero no te me vuelvas a distraer con el spian-tacaca que le guiñas
el ojo— que el ónibus ardía mismo como el spiedo del Perosio. Ja, ja, ja.
Yo estaba lo más campante, pero la procesión iba por dentro. Vos, que cada parola
que me se cae de los molares, la grabas en los sesos con el formón, tal vez hagas
memoria del camionero, que fue medio camello con el del ónibus. Si me entendés, la
fija que ese cachascán se mandaría cada alianza con el lacrimógeno para punir
nuestra fea conducta estaba en la cabeza de los más linces. Pero no temas por tu
conejito querido; el camionero se mandó un enfoque sereno y adivinó que el otro, sin
ónibus, ya no era un oligarca que vale la pena romperse todo. Se sonrió como el gran
bonachón que es; repartió, para mantener la disciplina, algún rodillazo amistoso (aquí
tenes el diente que me saltó y se lo compré después paxa recuerdo) y ¡cierren filas y
paso redoblado: mar!
¡Lo que es la adhesión! La gallarda columna se infiltraba en las lagunas anegadizas,
cuando no en las montañas de basura, que acusan el acceso a la Capital, sin más
defección que una tercera p¿trte, grosso modo, del aglutinado inicial que -zarpó de
Tolosa. Algún inveterado se había propasado a medio encender su cigarrillo Salu-taris,
claro está, Nelly, que con el vistobueno del camionero. Qué cuadro para ponerlo en
colores: portaba el estandarte, Spátola, con la camiseta'de toda confianza sobre la
demás ropa de lana; lo seguían de a cuatro en fondo, Tornillo, etc.
Serían recién las diecinueve de la tarde cuando al fin llegamos a la Avenida Mitre.
Morpurgo se rió todo de pensar que ya estábamos en Avellaneda. También se reían
los bacanes, que a riesgo de caer de los balcones, vehículos y demás banaderas, se
reían de vernos de a pie, sin el menor rodado. Felizmente Babuglia en todo piensa y
en la otra banda del Riachuelo se estaban herrumbrando unos camiones de
nacionalidad canadiense, que el Instituto, siempre attenti adquirió en calidad de

63 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


rompecabezas en la Sección Demoliciones del ejército americano. Trepamos como el
mono a uno caki y entonando el "Adiós, que me voy llorando?' esperamos que un loco
del Ente Autónomo, fiscalizado por Tornillo Sin Fin, activara la instalación del motor.
Suerte que Rabasco, a pesar de esa cara de fundillo, tenía cuña con un guardia del
Monopolio y, previo pago de boletos, completamos un bondi eléctrico, que metía más
ruido que un solo gaita. El bondi —talán, talán— agarró p'al Centro; iba superbo como
una madre joven que, sotto la mirada del babo, porta en la panza las modernas
"generaciones que mañana reclamarán su lugar en las grandes meriendas de la vida. .
. En su seno, con un tobillo en el estribo y otro sin domicilio legal, iba tu payaso
querido, iba yo..Dijera un observador que el bondi cantaba; hendía el aire, impulsado
por el canto; los cantores éramos nosotros. Poco antes de la calle Belgrano la
velocidad paró en seco desde unos veinticuatro minutos; yo traspiraba para
comprender y anche por la gran turba como hormiga de más y más automotores, que
no dejaba que nuestro medio de locomoción diera materialmente un paso.
El camionero rechinó con la consigna "¡Abajo, chichipíos!" y ya nos bajamos en el
cruce de Tacuarí y Belgrano. A las dos o tres cuadras de caminarla, se planteó sobre
tablas la interrogante: el garguero estaba reseco y pedía líquido. El Emporio y
Despacho de Bebidas Puga y Gallach ofrecía un principio de solución. Pero, te quiero
ver, escopeta: ¿cómo abonábamos? En ese vericueto, el camionero se nos vino a
manifestar como todo un expeditivo. A la vista y paciencia de un perro dogo, que
terminó por verlo al revés, me tiró cada zancadilla delante de la merza hilarante, que
me encasqueté una rejilla como sombrero hasta el nasute, y del chaleco se rodó la
chirola que yo había rejuntado para no hacer tan triste papel cuando cundiera el carrito
de la rkotta. La chirola engrosó la bolsa común y el camionero, satisfecho mi asunto,
pasó a atender a Souza, que es la mano derecha de Gouvea, el de los Pegotes
Pereyra —sabes-— que vez pasada se impusieron también como la Tapioca
Científica. Souza, que vive para el Pegote, es cobrador del mismo, y así, no es gracia
que dado vuelta pusiera en circulación tantos biglietes de hasta cero cincuenta que no
habrá visto tantos juntos ni el Loco Calcamo-nía, que marchó preso cuando aplicaba la
pintura mondongo a su primer bigliete. Los de Souza, por lo demás, no eran falsos y
abonaron contantes y sonantes el importe neto de las Chissottis, que salimos como el
que puso seca la mamajuana. Bo, cuando cacha la guitarra, se cree Gardel. 2 Es más,
se cree Gotuso.2 Es más, se cree Garófalo.2 Es más, se cree Giganti-Tomassoni.2

2
El cantor más conocido de aquélla temporada.

64 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Guitarra, propio no había en ese local, pero a Bo le dio con "Adiós Pampa miar y todos
lo coreamos y la columna juvenil era un solo grito. Cada uno, malgrado su corta edad,
cantaba lo que le pedía el cuerpo, hasta que vino a distraernos un sinagoga que
mandaba respeto con la barba. A ese le perdonamos la vida, pero no se escurrió tan
fácil otro de formato menor, más manuable, más práctico, de manejo más ágil. Era un
miserable cuatro ojos, sin la musculatura del deportivo. El pelo era colorado, los libros,
bajo el brazo y de estudio. Se registró como un distraído, que cuasi se llevaba por
delante a nuestro abanderado, el Spátola. Bonfirraro, que es el chinche de los detalles,
dijo que él no iba a tolerar que un impune desacatara el estandarte y foto del
Monstruo. Ahí no más lo chumbó al Nene Tonelada, de apelativo Cagnazzo, para que
procediera. Tonelada, que siempre es el mismo, me soltó cada oreja, que la tenía
enrollada como el cartucho de los manices y, cosa de caerle simpático a Bonfirraro, le
dijo al rusovita que mostrara un cachito más de respeto a la opinión ajena, señor, y
saludara a la figura del Monstruo. El otro contestó con el despropósito que él también
tenía su opinión. El Nene, que las explicaciones lo cansan, lo arrempujó con una mano
que si el carnicero la ve, se acabó la escasez de la carnasa y del bife chorizo. Lo
rempujó a un terreno baldío, de esos que en el día menos pensado levantan una playa
de estacionamiento, y el punto vino a quedar contra los nueve pisos de una pared
senza finestra ni ventana. De mientras, los traseros nos presionaban con la comezón
de observar y los de fila cero quedamos como sángüiche de salame entre esos locos
que pugnaban por una visión panorámica y el pobre quimicointas acorralado que, vaya
usted a saber, se irritaba. Tonelada, atento al peligro, reculó para atrás y todos nos
abrimos como abanico dejando al descubierto una cancha del tamaño de un
semicírculo, pero sin orificio de salida, porque de muro a muro estaba la merza. Todos
bramábamos como el pabellón de los osos- y nos rechinaban los dientes, pero el
camionero, que no se le escapa un pelo en la sopa, palpitó que más o menos de uno
se estaba por mandar in mente su plan de evasión. Chiflido va, chiflido viene, nos puso
sobre la pista de un montón aparente de cascote, que se brindaba al observador. Te
recordarás que esa tarde el mómetro marcaba una temperatura de sopa y no me vas a
discutir que un porcentaje nos sacamos el saco. Lo pusimos de guardarropa al pibe
Saulino, que así no pudo participar en el apedreo. El primer cascotazo lo acertó, de
puro tarro, Tabacman, y le desparramó las encías, y la sangre era un chorro negro. Yo
me calenté con la sangre y le arrimé otro viaje con un cascote que le aplasté una oreja
y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo era masivo. Fue
desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su

65 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


media lengua. Cuando sonaron las campanas de Monserrat se cayó, porque estaba
muerto. Nosotros nos desfogamos un rato más, con pedradas que ya no le dolían. Te
lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho una lástima. Luego Morpurgo, para que los
muchachos se rieran, me hizo clavar la cortaplumita en lo que hacía las veces de cara.
Después del ejercicio que acalora me puse el saco, maniobra de evitar un resfrío, que
por la parte baja te representa cero treinta en Genioles. El pescuezo lo añudé en la
bufanda que vos zurciste con tus dedos de hada y acondicioné las orejas sotto el
chambergolino, pero la gran sorpresa del día la vino a detentar Pirosanto, con la
ponenda de meterle fuego al rejunta piedras, previa realización en remate de anteojos
y vestuario. El remate no fue suceso. Los anteojos andaban misturados con la
viscosidad de los ojos y el ambo era un engrudo con la sangre. También los libros
resultaron un clavo, por saturación de restos orgánicos. La suerte fue que el
camionero (que resultó ser Graffiácane), pudo rescatarse su reloj del sistema Roskopf
sobre diecisiete rubíes, y Bonf irraro se encargó de una cartera Fabricant, con hasta
nueve pesos con veinte y una instantánea de una señorita profesora de piano, y el
otario Rabasco se tuvo que contentar con un estuche Bausch, para lentes, y la
lapicera fuente Plu-mex, para no decir nada del anillo de la antigua casa Poplavsky.
Presto, gordeta, quedó relegado al olvido ese episodio callejero. Banderas de Boitano
que tremolan, toques de clarín que vigoran, doquier la masa popular, formidavel. En la
Plaza de Mayo nos arengó la gran descarga eléctrica que se firma doctor Marcelo N.
Frogman. Nos puso en forma para lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas
orejas la escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se
trasmite en cadena.
Pujato, 24 de noviembre de 1947.

66 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Lecturas de Estéticas

PRIMERAS VANGUARDIAS ARTÍSTICAS


Lourdes Cirlot

Editorial Labor, S.A., Barcelona, 1995


Este material se usa con fines exclusivamente didácticos

Guillaume Apollinaire:1 “Los pintores cubistas”2


Sobre la pintura
I
Las virtudes plásticas: la pureza, la unidad y la verdad mantienen bajo sus pies
la naturaleza derrotada.
En vano se tensa el arco iris, las estaciones tiemblan, las masas se precipitan
hacia la muerte, la ciencia hace y deshace lo que existe, los mundos se alejan para
siempre de nuestra concepción, nuestras imágenes móviles se repiten o resucitan su
1
Guillaume Apollinaire (Roma 1880-París 1918), escritor, poeta y crítico de arte. Hijo de madre soltera, su
nombre verdadero era Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzhi. Destacan en su bibliografía Alcools, libro que
recoge sus primeros poemas (1898-1913), y Calligrammes, que abarca el período de la primera guerra
mundial. Apollinaire fue el creador de los poemas-conversaciones, en los que el aspecto esencial lo
constituye el factor del inconsciente, al entresacar de una conversación ciertos elementos para
transcribirlos literalmente. Por otra parte, su importante labor crítica en torno al aduanero Rousseau, a los
cubistas o bien a los artistas metafísicos fue un punto de partida para otros muchos escritos, Apollinaire
siempre entendió la crítica de arte como una auténtica labor creativa, de ahí que sus escritos sean tan
significativos y superen a los de otros críticos de su época. Véanse las obras de MARCEL ADÉMA:
Guillaume Apollinaire, le mal aimé, París, Plon, 1952; y GUILLERMO DE TORRE: Apollinaire y las teorías
del cubismo, Barcelona-Buenos Aires, Edhasa, 1967.
2
Este texto fue publicado por primera vez en París, por la editorial Figuiêre en 1913. Sin embargo muchas
de las ideas que aparecen en él reflejadas ya habían aparecido en diversos artículos escritos por
Apollinaire durante 1912 en la revista Les soirées de Paris. Méditations esthétiques. Les peintres cubistes
es un libro muy distinto y, en el fondo, mucho mejor, que el de Gleizes y Metzinger Du Cubisme de 1912
(existe traducción al castellano, publicada por el Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos
de Murcia, en la colección de Arquitectura, nº 21, Valencia, 1986). Hay que tener en cuenta que en esta
obra Apollinaire no sólo se atreve a definir el cubismo, sino que realiza una clasificación de artistas dentro
del propio movimiento cubista, a pesar de que en el momento en que la escribe el cubismo se encuentra
en plena efervescencia y no existe aún la necesaria distancia para poder hablar objetivamente de él.

67 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


inconsciencia y los colores, los olores, los ruidos que llevamos nos sorprenden, y
luego desaparecen de la naturaleza.
Este monstruo de belleza no es eterno.
Sabemos que nuestro aliento no tuvo principio ni tendrá fin, pero concebimos
ante todo la creación y el fin del mundo.
No obstante, demasiados artistas-pintores siguen adorando las plantas, las
piedras, la ola o los hombres.
Nos acostumbramos enseguida a la esclavitud del misterio.
Y, la servidumbre acaba por crear dulces momentos de ocio.
Dejamos que los obreros dominen el universo y los jardineros respetan menos
a la naturaleza que los artistas.
Es hora de ser los amos. La buena voluntad no garantiza la victoria.
En este lado de la eternidad bailan las mortales formas del amor y el nombre
de la naturaleza resume su maldita disciplina.
La llama es el símbolo de la pintura y las tres virtudes plásticas arden
irradiando.
La pureza de la llama no tolera nada ajeno y transforma cruelmente en sí
misma todo lo que alcanza.
Tiene esta unidad mágica que hace que al dividirla, cada pavesa se parezca a
la llama única.
Tiene por último la verdad sublime de su luz que nadie puede negar.
Los artistas-pintores virtuosos de esta época occidental consideran su pureza a
despecho de las fuerzas naturales.
Es el olvido después del estudio. Y, para que un artista puro muriese, seria
necesario que todos aquellos de los siglos pasados no hubiesen existido. La pintura se
purifica, en Occidente, con esta lógica ideal que los pintores antiguos han transmitido a
los nuevos como si les diesen la vida.
Y nada más.
Uno vive en el placer, el otro en el dolor, unos devoran su herencia, otros se
vuelven ricos y a otros aún sólo les queda la vida.
Y nada más.
No podemos acarrear a todas partes el cadáver de nuestro padre. Lo
abandonamos en compañía de los demás muertos, Y, si lo recordamos, lo añoramos y
lo citamos con admiración.

68 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Y al convertimos en padres, no esperemos que uno de nuestros hijos consienta
en ser el doble de nuestro cadáver.
Pero nuestros pies se despegan en vano del suelo que contiene los muertos.
Considerar la pureza, es nombrar el instinto, es humanizar el arte y divinizar la
personalidad.
La raíz, el tallo y la flor de lis muestran la progresión de la pureza hasta su
floración simbólica.
Todos los cuerpos son iguales ante la luz y sus modificaciones provienen de
este poder luminoso que construye a su antojo.
No conocemos todos los colores y cada hombre inventa algunos nuevos.
Pero, el pintor debe ante todo ofrecerse el espectáculo de su propia divinidad y
los cuadros que exhibe ante la admiración de los hombres le conferirán la gloria de
ejercer también y momentáneamente su propia divinidad.
Para ello abarquemos de un vistazo: el pasado, el presente y el futuro.
El lienzo debe presentar esta unidad esencial que por sí sola provoca el
éxtasis.
Entonces, nada fugitivo será dejado al azar. No retrocederemos bruscamente.
Espectadores libres no abandonaremos nuestra vida, víctimas de nuestra curiosidad.
Los falsos contrabandistas de las apariencias no pasarán fraudulentamente nuestras
estatuas de sal ante el fiel de la razón.
No erraremos en el porvenir desconocido, que separado de la eternidad, es
sólo una palabra destinada a tentar al hombre.
No nos agotaremos al atrapar este presente demasiado fugaz y que sólo es
para el artista la máscara de la muerte: la moda.
El cuadro existirá ineluctablemente. La visión será entera, completa y su infinito
en vez de señalar una imperfección, sólo resaltará la relación de una nueva criatura
con un nuevo creador y nada más. Sin ello, no habrá unidad, y las relaciones de los
diversos puntos del lienzo con distintos genios, con distintos objetos, con distintas
luces sólo mostrarán una multiplicidad de disparates sin armonía.
Ya que, si puede haber un número infinito de criaturas atestiguando cada una a
su creador, sin que ninguna creación limite la extensión de las que coexisten, es
imposible concebirlas al mismo tiempo y la muerte proviene de su yuxtaposición, de su
mezcla, de su amor.
Cada divinidad crea a su propia imagen; como los pintores.
Y los fotógrafos sólo fabrican la reproducción de la naturaleza.

69 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


La pureza y la unidad no cuentan sin la verdad que no puede compararse con
la realidad porque es la misma, fuera de todas las naturalezas que se esfuerzan en
retenernos en el orden fatal en el que somos sólo animales.
Ante todo, los artistas son hombres que quieren volverse inhumanos.
Buscan trabajosamente las huellas de la inhumanidad, huellas que no se
encuentran en la naturaleza.
Son la verdad, y fuera de ella no conocemos ninguna realidad.
Pero, nunca se descubrirá la realidad de una vez por todas.
La verdad será siempre nueva.
De otro modo, no es más que un sistema más miserable que la naturaleza.
En este caso, la deplorable verdad, más lejana, menos distinta, menos real
cada día, reduciría la pintura al estado de escritura plástica simplemente destinada a
facilitar las relaciones entre gentes de la misma raza.
Hoy en día, no tardaríamos en encontrar la máquina para reproducir tales
signos, sin entendimiento.

II

Muchos nuevos pintores sólo pintan cuadros carentes de verdadero tema. Y las
denominaciones que hallamos en los catálogos interpretan el papel de los nombres
que designan a los hombres sin caracterizarlos.
Así como existen ―Legros‖ que son muy flacos y que son muy morenos, 3 he
visto lienzos llamados: ―Soledad‖, en los que había varios personajes.
En estos casos, a veces se consiente en utilizar palabras vagamente
explicativas como ―retrato, paisaje, naturaleza muerta‖; pero muchos jóvenes artistas-
pintores se limitan a utilizar el vocablo general ―pintura‖.
Esos pintores, aunque sigan observando la naturaleza, ya no la imitan y evitan
cuidadosamente la representación de escenas naturales observadas y reconstituidas
mediante el estudio.
El parecido ya no tiene importancia, ya que el artista lo sacrifica todo por las
verdades, por las necesidades de una naturaleza superior que supone sin descubrirla.
El tema ya no cuenta o cuenta muy poco.

3
Juego de palabras intraducible. Las expresiones ―Legros‖ y ―Leblond‖ se asemejan a apellidos franceses
corrientes, y significan ―El gordo‖ y ―El rubio‖ respectivamente. (N. del T.)

70 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


El arte moderno suele rechazar la mayoría de los medios de agradar adoptados
por los grandes artistas de tiempos pasados. Si el objetivo de la pintura sigue siendo
como antaño: el placer de los ojos, hoy en día se exige al aficionado la búsqueda de
un placer ajeno al que pueda proporcionarle también el espectáculo de las cosas
naturales.
Así, nos encaminamos hacia un arte totalmente nuevo, que será a la pintura, tal
como la habíamos planteado hasta ahora, lo que la música es a la literatura.
Será pintura pura, del mismo modo que la música es literatura pura.
El aficionado a la música, experimenta, escuchando un concierto, una alegría
diferente a la alegría que siente escuchando los ruidos naturales como el murmullo de
un riachuelo, el estruendo de un torrente, el silbido del viento en un bosque, o las
armonías del lenguaje humano fundadas en la razón y no en la estética.
De la misma forma, los nuevos pintores ofrecerán a sus admiradores
sensaciones artísticas debidas sólo a la armonía de las luces impares.
Conocemos la anécdota de Apeles y de Protógenes relatada por Plinio.
Muestra perfectamente el placer estético que resulta únicamente de esta
construcción impar que he citado.
Apeles desembarca un día en Rodas para contemplar las obras de Protógenes
que vive en la isla. Pero éste no se hallaba en su taller cuando llegó Apeles. Una
anciana que se encontraba allí vigilaba un gran cuadro a punto de ser pintado. Apeles,
en vez de dejar su nombre, esboza sobre el cuadro un trazo tan sutil como perfecto.
A su vuelta, Protógenes, al descubrir el dibujo reconoce la mano de Apeles y
esboza sobre el trazo un trazo de otro color y más sutil aún y, de esta manera, parecía
que hubiesen tres trazos.
Apeles volvió al día siguiente sin encontrar al que buscaba, y la sutileza del
trazo que esbozó ese día desesperó a Protógenes. Durante mucho tiempo, ese cuadro
causó la admiración de los entendidos, que lo miraban con tanto placer como si, en
vez de representar unos trazos casi invisibles, hubiesen dibujado dioses y diosas.
Los jóvenes artistas-pintores de las escuelas más radicales tienen la secreta
intención de hacer pintura pura. Es un arte plástico enteramente nuevo. Se halla sólo
en sus inicios y aún no es tan abstracto como quisiera. La mayoría de los nuevos
pintores son buenos en matemáticas sin saberlo o saberlas, pero aún no han
abandonado la naturaleza a la que interrogan pacientemente con el fin de que les
enseñe el camino de la vida.

71 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Un Picasso estudia un objeto como un cirujano disecciona un cadáver. Si este
arte de la pintura logra liberarse completamente de la antigua pintura, no provocará
necesariamente la desaparición de ésta, así como el desarrollo de la música no ha
causado la desaparición de los diferentes géneros literarios, o la acritud del tabaco no
ha sustituido al sabor de los alimentos.

III

A los nuevos artistas-pintores se les ha reprochado severamente sus


preocupaciones geométricas. Sin embargo, las figuras geométricas son esenciales en
el dibujo. La geometría, ciencia que estudia la superficie, sus medidas y sus
relaciones, ha sido siempre la verdadera regla de la pintura.
Hasta hoy, las tres dimensiones de la geometría euclidiana colmaban las
inquietudes que el sentimiento del infinito transmite al alma de los grandes artistas.
Los nuevos pintores no se han propuesto ser más geómetras que sus
antepasados. Pero puede decirse que la geometría es para las artes plásticas lo que la
gramática es para el arte del escritor. Ahora bien, hoy en día, los estudiosos no se
limitan a las tres dimensiones de la geometría euclidiana. Los pintores han llegado
naturalmente y, por intuición, a interesarse por las nuevas medidas posibles de la
superficie que en el lenguaje de los talleres modernos se designaban conjunta y
brevemente con el término de ―cuarta dimensión‖.
Tal como se presenta al espíritu, desde el punto de vista plástico, la cuarta
dimensión nacería de las tres medidas conocidas: representa la inmensidad del
espacio etemizándose en todas direcciones en un momento determinado. Es el
espacio mismo, la dimensión del infinito; dota de plasticidad a los objetos. Les da las
proporciones que merecen en la obra, mientras que en el arte griego, por ejemplo, un
ritmo más o menos mecánico destruye incesantemente las proporciones. El arte griego
tenía una concepción de la belleza puramente humana. Recurría al hombre como
medida de perfección. El arte de los nuevos pintores utiliza al universo infinito como
ideal y a este ideal le debemos una nueva medida de la perfección que permite al
artista-pintor dar al objeto unas proporciones conformes al grado de plasticidad al que
desea llevarlo.
Nietzsche adivinó las posibilidades de un arte semejante:
―– Oh, Dionisio divino, ¿por qué me estiras de las orejas?, pregunta Ariadna a
su amante filósofo en uno de los célebres diálogos en la Isla de Naxos.

72 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


– Encuentro algo agradable y divertido en tus orejas, Ariadna: ¿por qué no son
aún más largas?‖
Al relatar esta anécdota, Nietzsche, por boca de Dionisio pone en tela de juicio
el arte griego. Añadamos que esta imaginación: ―la cuarta dimensión‖, sólo representó
la manifestación de las aspiraciones, de las inquietudes de un gran número de jóvenes
artistas al mirar las esculturas egipcias, negras o de Oceanía, al meditar las obras
científicas, al esperar un arte sublime, aunque hoy sólo se atribuye a esta expresión
utópica, que era necesario anotar y explicar, un interés más o menos histórico.

IV

Al querer alcanzar las proporciones del ideal, al no limitarse a la humanidad, los


jóvenes pintores nos ofrecen unas obras más cerebrales que sensuales. Se alejan
cada vez más del antiguo arte de las ilusiones ópticas y de las proporciones locales
para expresar la grandeza de las formas metafísicas. Por ello, el arte actual, sin ser la
emanación directa de creencias religiosas determinadas, presenta empero varias
características del gran arte, es decir, del Arte religioso.

Los grandes poetas y los grandes artistas tienen la función social de renovar
constantemente la apariencia que reviste la naturaleza ante los ojos de los hombres.
Sin los poetas, sin los artistas, los hombres se cansarían en seguida de la
monotonía natural. La sublime idea que tienen del universo caería a una velocidad
vertiginosa. El orden que se manifiesta en la naturaleza y que no es más que un efecto
del arte se desvanecería enseguida. Todo se desharía en el caos. No más estaciones,
no más civilizaciones, no más pensamiento, no más humanidad, no más vida incluso,
y la impotente oscuridad reinaría para siempre.
Los poetas y los artistas determinan de común acuerdo el rostro de su época y
la posteridad adopta dócilmente su opinión.
La estructura general de una momia egipcia se ajusta a las figuras trazadas por
los artistas egipcios y sin embargo los antiguos egipcios eran muy diferentes los unos
de los otros. Se ajustaron al arte de su época.
Es propio del Arte, de su papel social, el crear esta ilusión: el tipo. ¡Dios sabe lo
que nos hemos reído de los cuadros de Manet, de Renoir! ¡Pues bien! Basta con echar

73 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


una mirada a las fotografías de la época para darse cuenta de la conformidad de las
gentes y las cosas con las obras de estos grandes pintores.
Esta ilusión me parece totalmente natural, al ser las obras de arte lo más
vigoroso que produce una época, desde el punto de vista plástico. Ese vigor se
impone a los hombres y representa para ellos la medida plástica de una época. Así,
aquellos que se burlan de los nuevos pintores, se burlan de su propio rostro, pues la
humanidad del futuro se imaginará a la humanidad de hoy en día según las imágenes
que los artistas del arte más vivo, es decir del más nuevo, habrán dejado. Que no
pretendan que existen hoy otros pintores que pinten de tal modo que la humanidad
pueda reconocerse pintada a su imagen y semejanza. Todas las obras de arte de una
época acaban por parecerse a las obras del arte más vigoroso, más expresivo, más
típico. Las muñecas son el fruto de un arte popular; siempre parecen inspiradas por las
obras del gran arte de su época. Es una verdad que es fácil verificar. Y sin embargo,
¿quién se atrevería a decir que las muñecas que se vendían en los bazares, hacia
1880, fueron fabricadas con un sentimiento análogo al de Renoir cuando pintaba sus
retratos? Entonces nadie se daba cuenta. Eso significa empero, que el arte de Renoir
era lo bastante enérgico, lo bastante vivo como para imponerse a nuestros sentidos,
mientras que el gran público de la época en la que debutaba, sus concepciones le
parecían absurdas y locas.

VI

En algunas ocasiones, y especialmente a propósito de los artistas-pintores más


recientes, se ha planteado la posibilidad de una mistificación o de un error colectivos.
Ahora bien, en toda la historia del arte no se conoce una sola mistificación
colectiva, ni tampoco un error artístico colectivo. Existen casos aislados de
mistificación y error, pero los elementos convencionales que componen en gran parte
las obras de arte nos garantizan que de estos casos, ninguno es colectivo.
Si la nueva escuela de pintura nos presentase uno de esos casos, sería un
acontecimiento tan extraordinario que podríamos calificarlo de milagro. Concebir un
caso de este tipo sería concebir que bruscamente, en una nación, todos los niños
fuesen privados de cabeza o de una pierna o de un brazo, concepción obviamente
absurda. No hay errores ni mistificaciones colectivas en el arte, sólo hay diversas
épocas y diversas escuelas de arte. Aunque el objetivo que persiga cada una de ellas
no sea igual de elevado, igual de puro, todas son igualmente respetables y, según la

74 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


idea que nos hacemos de su belleza, cada escuela artística es sucesivamente
admirada, despreciada y nuevamente admirada.

VII

La nueva escuela de pintura lleva el nombre de cubismo; se lo dio en broma


Henri Matisse en el otoño de 1908, después de contemplar un cuadro que
representaba unas casas cuya apariencia cúbica le impresionó vivamente.
Esta estética nueva se elaboró primero en el espíritu de André Derain, pero en
seguida, las obras más importantes y las más audaces fueron las producidas por un
gran artista al que también se debe considerar como fundador: Pablo Picasso, cuyas
invenciones, corroboradas por la sensatez de Georges Braque, que expuso ya en
1908 un cuadro cubista en el Salón de los Independientes, se hallaron formuladas en
los estudios de Jean Metzinger que expuso el primer retrato cubista (era el mío) en el
Salón de los Independientes en 1910 e hizo admitir, ese mismo año, obras cubistas al
jurado del Salón de otoño.
También en 1910 aparecieron en los Independientes algunos cuadros de
Robert Delaunay, de Marie Laurencin, de Le Fauconnier, que pertenecían a la misma
escuela.
La primera exposición conjunta del cubismo, cuyos adeptos eran cada vez más
numerosos, tuvo lugar en 1911 en los Independientes, donde la sala 41 reservada a
los cubistas causó una profunda impresión. Se veían obras sabias y seductoras de
Jean Metzinger; paisajes, el Hombre desnudo y la Mujer con flor de Albert Gleizes; el
Retrato de Mme. Fernande X... y las Jovencitas de Mlle. Marie Laurencin, la Torre de
Robert Delaunay, la Abundancia de Le Fauconnier, los Desnudos en un Paisaje de
Fernand Léger.
La primera exposición de los cubistas en el extranjero tuvo lugar en Bruselas, ese
mismo año, y en el prólogo de esta exposición, acepté en nombre de los
expositores, las denominaciones ―cubismo‖ y ―cubistas‖.
A finales de 1911 la exposición de los cubistas en el Salón de Otoño tuvo una
repercusión considerable, no se ahorraron las burlas ni a Gleizes (La caza, Retrato de
Jacques Nayral), ni a Metzinger (La mujer con la cuchara), ni a Fernand Léger. A estos
artistas, se había sumado un nuevo pintor, Marcel Duchamp, y un arquitecto-escultor,
Duchamp-Villon.

75 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


[Otras exposiciones colectivas tuvieron lugar en noviembre de 1911 en la
Galerie d‘Art Contemporain de la calle Tronchet, en París; en 1912 en el Salón de los
Independientes que estuvo marcada por la adhesión de Juan Gris; en el mes de mayo,
en España, donde Barcelona acoge con entusiasmo a los jóvenes franceses; y
finalmente en el mes de junio en Rouen, la exposición organizada por la Sociedad de
Artistas Normandos y que estuvo marcada por la adhesión de Francis Picabia a la
nueva escuela. (Nota escrita en septiembre de 1912.)]
Lo que distingue al cubismo de la antigua pintura, es que no es un arte de
imitación, sino un arte de concepción que tiende a elevarse hasta la creación.
Al representar la realidad-concebida o la realidad-creada, el pintor puede dar la
apariencia de tres dimensiones, puede en cierto modo ―cubicar‖. No podría si
simplemente reprodujese la realidad-vista, a menos que crease un efecto en reducción
o en perspectiva, lo que deformaría la calidad de la forma concebida o creada.
Cuatro tendencias se manifiestan hoy en el cubismo tal como lo he
diseccionado. De ellas, dos tendencias son paralelas y puras.
El ―cubismo científico‖ es una de esas tendencias puras. Es el arte de pintar
conjuntos nuevos con elementos tomados no de la realidad visual, sino de la realidad
del conocimiento. Todo hombre posee el sentimiento de esta realidad interior. No es
necesario ser un hombre culto para concebir, por ejemplo, una forma redonda. 4
El aspecto geométrico que ha sorprendido tan vivamente a aquéllos que han
visto los primeros lienzos científicos procedía del hecho de que la realidad esencial
fuese reproducida con una gran pureza y de que el accidente visual y anecdótico
hubiese sido eliminado.
Los pintores que practican este arte son: Picasso, cuyo arte luminoso sigue
perteneciendo a la otra tendencia pura del cubismo, Georges Braque, Metzinger,
Albert Gleizes, Mlle. Laurencin y Juan Gris. 5

4
Puede deducirse de la aclaración de Apollinaire que éste conocía la filosofía de Bergson que tanto en su
obra Introducción a la metafísica (1903) como en La evolución creadora (1907) apuntaba el papel
desempeñado por el paso del tiempo en la experiencia. Así, con el transcurso del tiempo, un observador
acumula en su memoria gran información sobre un objeto dado del mundo visible externo. Esta
experiencia acumulada constituye la base para el conocimiento conceptual por parte del espectador. No
hay duda de que algunos cubistas recibieron influencias de la filosofía bergsoniana y por ese motivo
Apollinaire lo definiría como un arte de concepción.
5
Apollinaire cita dentro de este apartado a Picasso (Málaga 1881-Mougins, Provence 1973), Georges
Braque (Argenteuil-sur-Seine 1882-París 1963) y Juan Gris, seudónimo de José Victoriano González
(Madrid 1887-París 1927), que son los llamados cubistas ortodoxos. Junto a ellos cita también a Jean
Metzinger (Nantes 1883-París 1953) y a Albert Gleizes (París 1881-Avigrion 1953) que realizaban un tipo
de pintura cubista bastante diferente de la de los artistas anteriores, sobre todo desde un punto de vista
cromático. No obstante, Apollinaire debió valorar la aportación teórica de estos dos pintores a quienes se
debe el primer escrito sobre esta tendencia (véase nota 2). Incluía asimismo dentro del cubismo científico
a Marie Laurencin (París 1885-1956), pintora poco inclinada a dejarse influir por la geometrización

76 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


El ―cubismo físico‖ es el arte de pintar conjuntos nuevos con elementos
tomados en su mayor parte de la realidad visual. Sin embargo este arte se asemeja al
cubismo por la disciplina constructiva. Tiene un gran futuro como pintura histórica. Su
papel social está bien definido, pero no es un arte puro. El tema se confunde con las
imágenes.
El pintor físico que ha creado esta tendencia es Le Fauconnier. 6
El ―cubismo órfico‖ es la otra gran tendencia de la pintura moderna. Es el arte
de pintar conjuntos nuevos con elementos no tomados de la realidad visual sino
enteramente creados por el artista y dotados por él de una poderosa realidad. Las
obras de estos artistas órficos deben presentar simultáneamente un encanto estético
puro y una significación sublime, es decir, el tema. Es arte puro. En las obras de
Picasso la luz abarca este arte que inventa por su parte Robert Delaunay y al que
también se dedican Fernand Léger, Francis Picabia y Marcel Duchamp. 7
El ―cubismo instintivo‖, arte de pintar conjuntos nuevos no tomados de la realidad
visual, sino de aquella que sugieren al artista, el instinto y la intuición, tienden desde
hace tiempo al orfismo. Los artistas intuitivos carecen de lucidez y de una creencia
artística; el cubismo instintivo incluye a un gran número de artistas. Nacido del
impresionismo francés este movimiento se extiende hoy por toda Europa.8
Los últimos cuadros de Cézanne y sus acuarelas pertenecen al cubismo, 9
aunque Courbet sea el padre de los nuevos pintores y André Derain, del que hablaré
otro día, sea el primogénito de sus bien amados hijos, por haber iniciado el movimiento

cubista, pero que había sido el gran amor de Apollinaire entre 1907 y 1913. La había conocido en la
tienda del que sería el primer marchante del cubismo, el ex clown amigo de Picasso, Clovis Sagot.
6
Henri Le Fauconnier (Hesdin, Paso de Calais 1881-París 1946) gozaba en aquella época de bastante
fama, motivo por el cual Vasili Kandinsky había pensado en él para que escribiera los textos sobre la
situación artística en Francia del Almanaque de Der Blaue Reiter. Sin embargo, en el único número que
se publicó del Almanaque no aparece ningún articulo suyo.
7
Dentro de la tendencia órfica, la más inventiva del cubismo, sitúa a Fernand Léger (Argentan 1881-Gif-
sur-Yvette 1955), a quien el crítico Louis Vauxcelles había bautizado como ―tubista‖, por las
configuraciones cilíndricas que aparecen en su pintura y a quien Ramón Gómez de la Serna en su libro
Ismos de 1929 le dedica el capítulo de tubularismo; Francis Picabia (París 1879-1953) y Marchel
Duchamp (Blainville 1887-París 1968), ambos más conocidos por su relación con el dadaísmo que con el
cubismo; Robert Delaunay (París 1885-Montpellier 1945) cuya obra de la etapa cubista posee ciertos
puntos de contacto con la de los expresionistas alemanes de Múnich.
8
Apollinaire no cita ningún artista dentro de esta tipología de cubismo. Afirma que, como movimiento,
tiene muchos seguidores en el resto de Europa. Efectivamente, en Checoslovaquia hubo un nutrido grupo
de artistas que se dejaron influir de manera notable por las primeras aportaciones dentro de esa corriente
de la escuela de París.
9
La afirmación de que los últimos cuadros y acuarelas de Cézanne pertenecen al cubismo es excesiva,
pero, sin duda, hace referencia a la peculiar técnica de los passages, inventada por Cézanne que tanto
influyó en los cubistas. Además, es obvio que la restricción cromática de Cézanne a los colores cálidos de
la gama de los ocres-beiges-anaranjados y a la gama de los fríos azules-verdes-grises también la tuvieron
muy en cuenta tanto Picasso como Braque en su etapa inicial cubista. En ese sentido, cabe afirmar que
Cézanne fue el auténtico precursor del cubismo. Recordemos que incluso para muchos historiadores del
arte, el primer período cubista, el que cubre los años 1908-1909, es la llamada etapa cézanniana.

77 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


fauve, una especie de preámbulo al cubismo y por hallarse en el origen de ese gran
movimiento subjetivo; seria, empero, demasiado difícil hoy en día escribir
acertadamente sobre un hombre que voluntariamente se ha mantenido alejado de todo
y de todos.
La escuela moderna de pintura se me antoja mas audaz que nunca. Plantea la
pregunta de lo bello en sí.
Quiere representar lo bello desligado del deleite que el hombre suscita en el
hombre, y desde el principio de los tiempos históricos ningún artista europeo había
tenido tal audacia. Los nuevos artistas necesitan una belleza ideal que ya no sea
solamente la expresión orgullosa de la especie, sino la expresión del universo, en la
medida en que la luz lo ha humanizado.
El arte de hoy reviste sus creaciones de una experiencia grandiosa, monumental,
que supera en este aspecto a todo lo que había sido concebido por los artistas de
nuestra época. En su ardiente búsqueda de la belleza, es noble, enérgico, y la
realidad que nos aporta es maravillosamente clara. Amo el arte de hoy en día
porque amo ante todo la luz y todos los hombres aman ante todo la luz, han
inventado el fuego.

Traducción de David Chiner. Apollinaire, Guillaume: Méditations esthétiques, Les


peintres cubistes. París, Hermann Éditeurs, 1965.

78 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Clásicos Modernos

Franz Kafka
Un artista del hambre
En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo.
Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como
espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran
otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su
interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos
del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del
ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio
de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces
cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser
más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos
de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre
pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento,
permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces,
cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o
sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía
después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni
siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se
veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos
semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de
agua para humedecerse los labios.
Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes
permanentes, designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían
ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de
observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método,
pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para
tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador,
durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la
más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.

79 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


A la verdad, no todos los vigilantes eran capaces de comprender tal cosa;
muchas veces había grupos de vigilantes nocturnos que ejercían su vigilancia muy
débilmente, se juntaban adrede en cualquier rincón y allí se sumían en los lances de
un juego de cartas con la manifiesta intención de otorgar al ayunador un pequeño
respiro, durante el cual, a su modo de ver, podría sacar secretas provisiones, no se
sabía de dónde. Nada atormentaba tanto al ayunador como tales vigilantes; lo
atribulaban; le hacían espantosamente difícil su ayuno. A veces, sobreponíase a su
debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella guardia, mientras le
quedase aliento, para mostrar a aquellas gentes la injusticia de sus sospechas. Pero
de poco le servía, porque entonces se admiraban de su habilidad que hasta le permitía
comer mientras cantaba.
Muy preferibles eran, para él, los vigilantes que se pegaban a las rejas, y que, no
contentándose con la turbia iluminación nocturna de la sala, le lanzaban a cada
momento el rayo de las lámparas eléctricas de bolsillo que ponía a su disposición el
empresario. La luz cruda no lo molestaba; en general no llegaba a dormir, pero quedar
traspuesto un poco podía hacerlo con cualquier luz, a cualquier hora y hasta con la
sala llena de una estrepitosa muchedumbre. Estaba siempre dispuesto a pasar toda la
noche en vela con tales vigilantes; estaba dispuesto a bromear con ellos, a contarles
historias de su vida vagabunda y a oír, en cambio, las suyas, sólo para mantenerse
despierto, para poder mostrarles de nuevo que no tenía en la jaula nada comestible y
que soportaba el hambre como no podría hacerlo ninguno de ellos. Pero cuando se
sentía más dichoso era al llegar la mañana, y por su cuenta les era servido a los
vigilantes un abundante desayuno, sobre el cual se arrojaban con el apetito de
hombres robustos que han pasado una noche de trabajosa vigilia. Cierto que no
faltaban gentes que quisieran ver en este desayuno un grosero soborno de los
vigilantes, pero la cosa seguía haciéndose, y si se les preguntaba si querían tomar a
su cargo, sin desayuno, la guardia nocturna, no renunciaban a él, pero conservaban
siempre sus sospechas.
Pero éstas pertenecían ya a las sospechas inherentes a la profesión del
ayunador. Nadie estaba en situación de poder pasar, ininterrumpidamente, días y
noches como vigilante junto al ayunador; nadie, por tanto, podía saber por experiencia
propia si realmente había ayunado sin interrupción y sin falta; sólo el ayunador podía
saberlo, ya que él era, al mismo tiempo, un espectador de su hambre completamente
satisfecho. Aunque, por otro motivo, tampoco lo estaba nunca. Acaso no era el ayuno
la causa de su enflaquecimiento, tan atroz que muchos, con gran pena suya, tenían

80 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


que abstenerse de frecuentar las exhibiciones por no poder sufrir su vista; tal vez su
esquelética delgadez procedía de su descontento consigo mismo. Sólo él sabía -sólo
él y ninguno de sus adeptos- qué fácil cosa era el suyo. Era la cosa más fácil del
mundo. Verdad que no lo ocultaba, pero no le creían; en el caso más favorable, lo
tomaban por modesto, pero, en general, lo juzgaban un reclamista, o un vil farsante
para quien el ayuno era cosa fácil porque sabía la manera de hacerlo fácil y que tenía,
además, el cinismo de dejarlo entrever. Había de aguantar todo esto, y, en el curso de
los años, ya se había acostumbrado a ello; pero, en su interior, siempre le recomía
este descontento y ni una sola vez, al fin de su ayuno -esta justicia había que
hacérsela-, había abandonado su jaula voluntariamente.
El empresario había fijado cuarenta días como el plazo máximo de ayuno, más
allá del cual no le permitía ayunar ni siquiera en las capitales de primer orden. Y no
dejaba de tener sus buenas razones para ello. Según le había enseñado su
experiencia, durante cuarenta días, valiéndose de toda suerte de anuncios que fueran
concentrando el interés, podía quizá aguijonearse progresivamente la curiosidad de un
pueblo; mas pasado este plazo, el público se negaba a visitarle, disminuía el crédito de
que gozaba el artista del hambre. Claro que en este punto podían observarse
pequeñas diferencias según las ciudades y las naciones; pero, por regla general, los
cuarenta días eran el período de ayuno más dilatado posible. Por esta razón, a los
cuarenta días era abierta la puerta de la jaula, ornada con una guirnalda de flores; un
público entusiasmado llenaba el anfiteatro; sonaban los acordes de una banda militar,
dos médicos entraban en la jaula para medir al ayunador, según normas científicas, y
el resultado de la medición se anunciaba a la sala por medio de un altavoz; por último,
dos señoritas, felices de haber sido elegidas para desempeñar aquel papel mediante
sorteo, llegaban a la jaula y pretendían sacar de ella al ayunador y hacerle bajar un par
de peldaños para conducirle ante una mesilla en la que estaba servida una comidita de
enfermo cuidadosamente escogida. Y en este momento, el ayunador siempre se
resistía.
Cierto que colocaba voluntariamente sus huesudos brazos en las manos que las
dos damas, inclinadas sobre él, le tendían dispuestas a auxiliarle, pero no quería
levantarse. ¿Por qué suspender el ayuno precisamente entonces, a los cuarenta días?
Podía resistir aún mucho tiempo más, un tiempo ilimitado; ¿por qué cesar entonces,
cuando estaba en lo mejor del ayuno? ¿Por qué arrebatarle la gloria de seguir
ayunando, y no sólo la de llegar a ser el mayor ayunador de todos los tiempos, cosa
que probablemente ya lo era, sino también la de sobrepujarse a sí mismo hasta lo

81 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


inconcebible, pues no sentía límite alguno a su capacidad de ayunar? ¿Por qué
aquella gente que fingía admirarlo tenía tan poca paciencia con él? Si aún podía seguir
ayunando, ¿por qué no querían permitírselo? Además, estaba cansado, se hallaba
muy a gusto tendido en la paja, y ahora tenía que ponerse en pie cuan largo era, y
acercarse a una comida, cuando con sólo pensar en ella sentía náuseas que contenía
difícilmente por respeto a las damas. Y alzaba la vista para mirar los ojos de las
señoritas, en apariencias tan amables, en realidad tan crueles, y movía después
negativamente, sobre su débil cuello, la cabeza, que le pesaba como si fuese de
plomo. Pero entonces ocurría lo de siempre; ocurría que se acercaba el empresario
silenciosamente -con la música no se podía hablar-, alzaba los brazos sobre el
ayunador, como si invitara al cielo a contemplar el estado en que se encontraba, sobre
el montón de paja, aquel mártir digno de compasión, cosa que el pobre hombre,
aunque en otro sentido, lo era; agarraba al ayunador por la sutil cintura, tomando al
hacerlo exageradas precauciones, como si quisiera hacer creer que tenía entre las
manos algo tan quebradizo como el vidrio; y, no sin darle una disimulada sacudida, en
forma que al ayunador, sin poderlo remediar, se le iban a un lado y otro las piernas y el
tronco, se lo entregaba a las damas, que se habían puesto entretanto mortalmente
pálidas.
Entonces el ayunador sufría todos sus males: la cabeza le caía sobre el pecho,
como si le diera vueltas, y, sin saber cómo, hubiera quedado en aquella postura; el
cuerpo estaba como vacío; las piernas, en su afán de mantenerse en pie, apretaban
sus rodillas una contra otra; los pies rascaban el suelo como si no fuera el verdadero y
buscaran a éste bajo aquél; y todo el peso del cuerpo, por lo demás muy leve, caía
sobre una de las damas, la cual, buscando auxilio, con cortado aliento -jamás se
hubiera imaginado de este modo aquella misión honorífica-, alargaba todo lo posible
su cuello para librar siquiera su rostro del contacto con el ayunador. Pero después,
como no lo lograba, y su compañera, más feliz que ella, no venía en su ayuda, sino
que se limitaba a llevar entre las suyas, temblorosas, el pequeño haz de huesos de la
mano del ayunador, la portadora, en medio de las divertidas carcajadas de toda la
sala, rompía a llorar y tenía que ser librada de su carga por un criado, de largo tiempo
atrás preparado para ello.
Después venía la comida, en la cual el empresario, en el semisueño del
desenjaulado, más parecido a un desmayo que a un sueño, le hacía tragar alguna
cosa, en medio de una divertida charla con que apartaba la atención de los
espectadores del estado en que se hallaba el ayunador. Después venía un brindis

82 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


dirigido al público, que el empresario fingía dictado por el ayunador; la orquesta
recalcaba todo con un gran trompeteo, marchábase el público y nadie quedaba
descontento de lo que había visto, nadie, salvo el ayunador, el artista del hambre;
nadie, excepto él.
Vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por el
mundo, en una situación de aparente esplendor; mas, no obstante, casi siempre
estaba de un humor melancólico, que se acentuaba cada vez más, ya que no había
nadie que supiera tomarlo en serio. ¿ Con qué, además, podrían consolarle? ¿Qué
más podía apetecer? Y si alguna vez surgía alguien, de piadoso ánimo, que lo
compadecía y quería hacerle comprender que, probablemente, su tristeza procedía del
hambre, bien podía ocurrir, sobre todo si estaba ya muy avanzado el ayuno, que el
ayunador le respondiera con una explosión de furia, y, con espanto de todos,
comenzaba a sacudir como una fiera los hierros de la jaula. Mas para tales cosas tenía
el empresario un castigo que le gustaba emplear. Disculpaba al ayunador ante el
congregado público; añadía que sólo la irritabilidad provocada por el hambre,
irritabilidad incomprensible en hombres bien alimentados, podía hacer disculpable la
conducta del ayunador. Después, tratando de este tema, para explicarlo pasaba a
rebatir la afirmación del ayunador de que le era posible ayunar mucho más tiempo del
que ayunaba; alababa la noble ambición, la buena voluntad, el gran olvido de sí
mismo, que claramente se revelaban en esta afirmación; pero en seguida procuraba
echarla abajo sólo con mostrar unas fotografías, que eran vendidas al mismo tiempo,
pues en el retrato se veía al ayunador en la cama, casi muerto de inanición, a los
cuarenta días de su ayuno. Todo esto lo sabía muy bien el ayunador, pero era cada
vez más intolerable para él aquella enervante deformación de la verdad.
Presentábase allí como causa lo que sólo era consecuencia de la precoz
terminación del ayuno! Era imposible luchar contra aquella incomprensión, contra
aquel universo de estulticia. Lleno de buena fe, escuchaba ansiosamente desde su
reja las palabras del empresario; pero al aparecer las fotografías, soltábase siempre
de la reja, y, sollozando, volvía a dejarse caer en la paja. El ya calmado público podía
acercarse otra vez a la jaula y examinarlo a su sabor.
Unos años más tarde, si los testigos de tales escenas volvían a acordarse de
ellas, notaban que se habían hecho incomprensibles hasta para ellos mismos. Es que
mientras tanto se había operado el famoso cambio; sobrevino casi de repente; debía
haber razones profundas para ello; pero ¿quién es capaz de hallarlas?

83 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


El caso es que cierto día, el tan mimado artista del hambre se vio abandonado
por la muchedumbre ansiosa de diversiones, que prefería otros espectáculos. El
empresario recorrió otra vez con él media Europa, para ver si en algún sitio hallarían
aún el antiguo interés. Todo en vano: como por obra de un pacto, había nacido al
mismo tiempo, en todas partes, una repulsión hacia el espectáculo del hambre. Claro
que, en realidad, este fenómeno no podía haberse dado así, de repente, y,
meditabundos y compungidos, recordaban ahora muchas cosas que en el tiempo de la
embriaguez del triunfo no habían considerado suficientemente, presagios no atendidos
como merecían serlo. Pero ahora era demasiado tarde para intentar algo en contra.
Cierto que era indudable que alguna vez volvería a presentarse la época de los
ayunadores; pero para los ahora vivientes, eso no era consuelo. ¿Qué debía hacer,
pues, el ayunador? Aquel que había sido aclamado por las multitudes, no podía
mostrarse en barracas por las ferias rurales; y para adoptar otro oficio, no sólo era el
ayunador demasiado viejo, sino que estaba fanáticamente enamorado del hambre. Por
tanto, se despidió del empresario, compañero de una carrera incomparable, y se hizo
contratar en un gran circo, sin examinar siquiera las condiciones del contrato.
Un gran circo, con su infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se
sustituyen y se complementan unos a otros, puede, en cualquier momento, utilizar a
cualquier artista, aunque sea a un ayunador, si sus pretensiones son modestas,
naturalmente. Además, en este caso especial, no era sólo el mismo ayunador quien
era contratado, sino su antiguo y famoso nombre; y ni siquiera se podía decir, dada la
singularidad de su arte, que, como al crecer la edad mengua la capacidad, un artista
veterano, que ya no está en la cumbre de su poder, trata de refugiarse en un tranquilo
puesto de circo; al contrario, el ayunador aseguraba, y era plenamente creíble, que lo
mismo podía ayunar entonces que antes, y hasta aseguraba que si lo dejaban hacer
su voluntad, cosa que al momento le prometieron, sería aquella la vez en que había de
llenar al mundo de justa admiración; afirmación que provocaba una sonrisa en las
gentes del oficio, que conocían el espíritu de los tiempos, del cual, en su entusiasmo,
habíase olvidado el ayunador.
Mas, allá en su fondo, el ayunador no dejó de hacerse cargo de las
circunstancias, y aceptó sin dificultad que no fuera colocada su jaula en el centro de la
pista, como número sobresaliente, sino que se la dejara fuera, cerca de las cuadras,
sitio, por lo demás, bastante concurrido. Grandes carteles, de colores chillones,
rodeaban la jaula y anunciaban lo que había que admirar en ella. En los intermedios
del espectáculo, cuando el público se dirigía hacia las cuadras para ver los animales,

84 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


era casi inevitable que pasaran por delante del ayunador y se detuvieran allí un
momento; acaso habrían permanecido más tiempo junto a él si no hicieran imposible
una contemplación más larga y tranquila los empujones de los que venían detrás por
el estrecho corredor, y que no comprendían que se hiciera aquella parada en el
camino de las interesantes cuadras.
Por este motivo, el ayunador temía aquella hora de visitas, que, por otra parte,
anhelaba como el objeto de su vida. En los primeros tiempos apenas había tenido
paciencia para esperar el momento del intermedio; había contemplado, con
entusiasmo, la muchedumbre que se extendía y venia hacia él, hasta que muy pronto -
ni la más obstinada y casi consciente voluntad de engañarse a sí mismo se salvaba de
aquella experiencia- tuvo que convencerse de que la mayor parte de aquella gente, sin
excepción, no traía otro propósito que el de visitar las cuadras. Y siempre era lo mejor
el ver aquella masa, así, desde lejos. Porque cuando llegaban junto a su jaula, en
seguida lo aturdían los gritos e insultos de los dos partidos que inmediatamente se
formaban: el de los que querían verlo cómodamente (y bien pronto llegó a ser este
bando el que más apenaba al ayunador, porque se paraban, no porque les interesara
lo que tenían ante los ojos, sino por llevar la contraria y fastidiar a los otros) y el de los
que sólo apetecían llegar lo antes posible a las cuadras. Una vez que había pasado el
gran tropel, venían los rezagados, y también éstos, en vez de quedarse mirándolo
cuanto tiempo les apeteciera, pues ya era cosa no impedida por nadie, pasaban de
prisa, a paso largo, apenas concediéndole una mirada de reojo, para llegar con tiempo
de ver los animales. Y era caso insólito el que viniera un padre de familia con sus
hijos, mostrando con el dedo al ayunador y explicando extensamente de qué se
trataba, y hablara de tiempos pasados, cuando había estado él en una exhibición
análoga, pero incomparablemente más lucida que aquélla; y entonces los niños, que, a
causa de su insuficiente preparación escolar y general -¿qué sabían ellos lo que era
ayunar?-, seguían sin comprender lo que contemplaban, tenían un brillo en sus
inquisidores ojos, en que se traslucían futuros tiempos más piadosos. Quizá estarían
un poco mejor las cosas -decíase a veces el ayunador- si el lugar de la exhibición no
se hallase tan cerca de las cuadras. Entonces les habría sido más fácil a las gentes
elegir lo que prefirieran; aparte de que le molestaban mucho y acababan por deprimir
sus fuerzas las emanaciones de las cuadras, la nocturna inquietud de los animales, el
paso por delante de su jaula de los sangrientos trozos de carne con que alimentaban a
los animales de presa, y los rugidos y gritos de éstos durante su comida. Pero no se
atrevía a decirlo a la Dirección, pues, si bien lo pensaba, siempre tenía que agradecer

85 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


a los animales la muchedumbre de visitantes que pasaban ante él, entre los cuales, de
cuando en cuando, bien se podía encontrar alguno que viniera especialmente a verle.
Quién sabe en qué rincón lo meterían, si al decir algo les recordaba que aún
vivía y les hacía ver, en resumidas cuentas, que no venía a ser más que un estorbo en
el camino de las cuadras.
Un pequeño estorbo en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más
diminuto. Las gentes se iban acostumbrando a la rara manía de pretender llamar la
atención como ayunador en los tiempos actuales, y adquirido este hábito, quedó ya
pronunciada la sentencia de muerte del ayunador. Podía ayunar cuanto quisiera, y así
lo hacía. Pero nada podía ya salvarle; la gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si
intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es posible
hacérselo comprender.
Los más hermosos rótulos llegaron a ponerse sucios e ilegibles, fueron
arrancados, y a nadie se le ocurrió renovarlos. La tablilla con el número de los días
transcurridos desde que había comenzado el ayuno, que en los primeros tiempos era
cuidadosamente mudada todos los días, hacía ya mucho tiempo que era la misma,
pues al cabo de algunas semanas este pequeño trabajo habíase hecho desagradable
para el personal; y de este modo, cierto que el ayunador continuó ayunando, como
siempre había anhelado, y que lo hacía sin molestia, tal como en otro tiempo lo había
anunciado; pero nadie contaba ya el tiempo que pasaba; nadie, ni siquiera el mismo
ayunador, sabía qué número de días de ayuno llevaba alcanzados, y su corazón sé
llenaba de melancolía. Y así, cierta vez, durante aquel tiempo, en que un ocioso se
detuvo ante su jaula y se rió del viejo número de días consignado en la tablilla,
pareciéndole imposible, y habló de engañifa y de estafa, fue ésta la más estúpida
mentira que pudieron inventar la indiferencia y la malicia innata, pues no era el
ayunador quien engañaba: él trabajaba honradamente, pero era el mundo quien se
engañaba en cuanto a sus merecimientos.
Volvieron a pasar muchos días, pero llegó uno en que también aquello tuvo su
fin. Cierta vez, un inspector se fijó en la jaula y preguntó a los criados por qué dejaban
sin aprovechar aquella jaula tan utilizable que sólo contenía un podrido montón de
paja. Todos lo ignoraban, hasta que, por fin, uno, al ver la tablilla del número de días,
se acordó del ayunador. Removieron con horcas la paja, y en medio de ella hallaron al
ayunador.
-¿Ayunas todavía? -preguntole el inspector-. ¿Cuándo vas a cesar de una vez?

86 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


-Perdónenme todos -musitó el ayunador, pero sólo lo comprendió el inspector, que
tenía el oído pegado a la reja.
-Sin duda -dijo el inspector, poniéndose el índice en la sien para indicar con ello al
personal el estado mental del ayunador-, todos te perdonamos.
-Había deseado toda la vida que admiraran mi resistencia al hambre -dijo el ayunador.
-Y la admiramos -repúsole el inspector.
-Pero no deberían admirarla -dijo el ayunador.
-Bueno, pues entonces no la admiraremos -dijo el inspector-; pero ¿por qué no
debemos admirarte?
-Porque me es forzoso ayunar, no puedo evitarlo -dijo el ayunador.
-Eso ya se ve -dijo el inspector-; pero ¿ por qué no puedes evitarlo?
-Porque -dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la
misma oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con labios alargados
como si fuera a dar un beso-, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la
hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría
hartado como tú y como todos.
Estas fueron sus últimas palabras, pero todavía, en sus ojos quebrados,
mostrábase la firme convicción, aunque ya no orgullosa, de que seguiría ayunando.
-¡Limpien aquí! -ordenó el inspector, y enterraron al ayunador junto con la paja. Mas en
la jaula pusieron una pantera joven. Era un gran placer, hasta para el más obtuso de
sentidos, ver en aquella jaula, tanto tiempo vacía, la hermosa fiera que se revolcaba y
daba saltos. Nada le faltaba. La comida que le gustaba traíansela sin largas
cavilaciones sus guardianes. Ni siquiera parecía añorar la libertad. Aquel noble cuerpo,
provisto de todo lo necesario para desgarrar lo que se le pusiera por delante, parecía
llevar consigo la propia libertad; parecía estar escondida en cualquier rincón de su
dentadura. Y la alegría de vivir brotaba con tan fuerte ardor de sus fauces, que no les
era fácil a los espectadores poder hacerle frente. Pero se sobreponían a su temor, se
apretaban contra la jaula y en modo alguno querían apartarse de allí.

87 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Franz Kafka

(Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924) Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una
familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en
derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una
notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo.

Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de
tuberculosis, que sería la causante de su muerte. A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de
su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de
burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.

Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y
consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las
cumbres de la literatura alemana y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX.

En la línea de la Escuela de Praga, de la que es el miembro más destacado, la escritura de Kafka se


caracteriza por una marcada vocación metafísica y una síntesis de absurdo, ironía y lucidez. Ese mundo
de sueños, que describe paradójicamente con un realismo minucioso, ya se halla presente en su primera
novela corta, Descripción de una lucha, que apareció parcialmente en la revista Hyperion, que dirigía
Franz Blei.

En 1913, el editor Rowohlt accedió a publicar su primer libro, Meditaciones, que reunía extractos de su
diario personal, pequeños fragmentos en prosa de una inquietud espiritual penetrante y un estilo
profundamente innovador, a la vez lírico, dramático y melodioso. Sin embargo, el libro pasó
desapercibido; los siguientes tampoco obtendrían ningún éxito, fuera de un círculo íntimo de amigos y
admiradores incondicionales.

El estallido de la Primera Guerra Mundial y el fracaso de un noviazgo en el que había depositado todas
sus esperanzas señalaron el inicio de una etapa creativa prolífica. Entre 1913 y 1919 Franz Kafka escribió
El proceso, La metamorfosis y La condena y publicó El chófer, que incorporaría más adelante a su novela
América, En la colonia penitenciaria y el volumen de relatos Un médico rural.

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/k/kafka.htm

88 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Borges - Narrativa

Jorge Luis Borges


Las Ruinas Circulares
And if he left off dreamíng about you...
Through the Looking-Glass, IV

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú


sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre
taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas
arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado
de griego y donde es infrecuente la lepra, Lo cierto es que el hombre gris besó el
fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le
dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto
circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego
y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios
antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los
hombres. El forastero se tendi6 bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin
asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos" pálidos y durmió, no por
flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era
el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no
habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de
dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia
la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies
descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían
espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío
del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas
desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un
hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese
proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera
preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado
a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo
de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban

89 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo
suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica.
El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el
templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los
últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo
precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los
rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si
adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su
condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño
y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar
por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente.
Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar
de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que
arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de
amor y de bueno afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un
poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no
velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio
ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a
veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por
mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas
pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe
sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la
vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había
soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió
contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas
rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental:
inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras
de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le
quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se
componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre
todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una
cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial

90 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y
buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de
las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y
casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó
durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el
disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río,
adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y
durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la
penumbra de un cuerpo humano aún sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó,
durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo
tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo
percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena
rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro.
El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retornó el
corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos
principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable
fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se
incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba
dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra
ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de
sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó
toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos
a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un
tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la
estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez
esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese
múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y
en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al
fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el
soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en
los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas
abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del
hombre que soñaba, el soñado se despertó.

91 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a
descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía
apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las
horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A
veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general,
sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más
raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que
embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre.
Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta
amargura que su hijo estaba listo para nacer – y tal vez impaciente. Esa noche lo besó
por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a
muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca
que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el
olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y
del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal
ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba,
o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y
formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El
propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al
cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y
otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras,
pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el
fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó
que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que
su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por
atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de
algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del
sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le
interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o
felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado
entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero
(al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro;

92 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos;
luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica
de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del
santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el
mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó
refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su
vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no
mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con
alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que
otro estaba soñándolo.

Fuente: literatura hispanoamericana.com

93 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


La visita literaria: Eduardo Galeano

Celebración de la subjetividad
Yo ya llevaba un buen rato escribiendo Memoria del fuego, y cuanto más escribía más
adentro me metía en las historias que contaba. Ya me estaba costando distinguir el
pasado del presente: lo que había sido estaba siendo, y estaba siendo a mi alrededor,
y escribir era mi manera de golpear y de abrazar. Sin embargo, se supone que los
libros de historia no son subjetivos.
Se lo comenté a don José Coronel Urtecho: en este libro que estoy escribiendo, al
revés y al derecho, a luz y a trasluz, se mire como se mire, se me notan a simple vista
mis broncas y mis amores.
Y a orillas del río San Juan, el viejo poeta me dijo que a los fanáticos de la objetividad
no hay que hacerles ni puto caso:
—No te preocupés —me dijo—. Así debe ser. Los que hacen de la objetividad una
religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para
salvarse del dolor humano.

Celebración de la voz humana


Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la
reducen, hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite.
Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca.
Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre.

Celebración de la amistad
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente
del buen pan para las hambres del alma; y llave por...
-Llave, por llave -me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él
llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de
cinco amigos: las llaves que lo salvaron.

94 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


La dignidad y el arte
Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace
siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.
Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte
que recibí hace años, en un teatro de Asis, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver
un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los únicos
espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera.
Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche
como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea
entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala.
Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.
Fuente http: //www4.loscuentos.net/cuentos/other//10/16/128

Huellas
Caminares
Tengo el cuerpo todo lleno de palabras. En los análisis de sangre, siempre aparecen
más palabras que glóbulos:
--El colesterol está dentro de los límites, pero las palabras... -me dice el médico, y
frunce el ceño.
Las palabras me caminan adentro, mientras yo camino. En mis ires y venires a lo largo
de la costa de Montevideo, las palabras van y vienen todo a lo largo de mí: ellas se
buscan, se encuentran, se juntan, y juntas crecen y se van convirtiendo en cuentos
que quieren ser contados. Entonces las palabras golpean a las puertas de mi cuerpo,
la puerta de la boca, la puerta de la mano, queriendo salir, queriendo darse, mientras
yo me dejo ir por la orilla del río ancho como mar. Fue a la orilla de ese río-mar donde
alguna vez también yo golpeé a las puertas de un cuerpo, queriendo salir, queriendo
darme, y fui nacido.

La memoria
Los geólogos andaban persiguiendo los restos de una pequeña mina de cobre que se
había llamado Cortadera, que había sido y ya no era y que no estaba en el mapa ni en
ninguno de los lugares donde ellos la buscaban.
En el pueblo de Cerrillos, alguien les dijo:

95 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


--Eso, nadie sabe. El viejo Honorio, quién sabe si sabe.
Don Honorio, vencido por el vino y los achaques, los recibió echado en el catre. Les
costó convencerlo. Al cabo de unas cuantas horas y tragos y cigarrillos y dinero, que
sí, que no, que ya veremos, aceptó acompañarlos al día siguiente.
Agobiado emprendió la marcha don Honorio, a los tropezones, y a duras penas trepó
las primeras lomas y atravesó el río seco. Pero a medida que iba recorriendo huellas,
viajando a lo largo de la quebrada y a lo largo del tiempo, se le fue afirmando el paso.
Poquito a poco, el cuerpo doblado se le enderezó.
--¡Por ahí! ¡Por ahí! -señalaba el rumbo, y se le alborotaba la voz cuando iba
reconociendo sus lugares perdidos.
Se había echado a andar en silencio, a la cola de todos, pero al cabo de un día entero
de caminata, don Honorio era el más conversador, y bajó al valle a la cabeza de los
jóvenes exhaustos.
Durmió de cara a las estrellas, fue el primero en despertar. Estaba apurado por llegar
a la mina, y no se desvió ni se distrajo.
--Ese es el trillo de la excavadora -señaló. Y sin la menor vacilación, ubicó las bocas
de los socavones y los lugares donde habían estado las mejores vetas, la chatarra que
había sido máquina, las ruinas de barro que habían sido casas, los secarrales que
habían sido vertientes de agua. Ante cada sitio, ante cada cosa, don Honorio contaba
una historia, y cada historia estaba llena de gente y de risa.
Cuando emprendieron el regreso, ya don Honorio estaba siendo bastante menor que
sus nietos.

El profesor
En el patio de baldosas, sonó un estrépito de botas con espuelas. Desnudo, tirado
boca abajo sobre el charco de su sangre, el Tito Bernal alcanzó a entreabrir un ojo. Y
pudo ver las botas plantadas ante su cara, botas que olían a cuero mojado, y desde
ellas, la larga sombra que partía en dos el patio. Le ardió en el ojo la blancura del
patio, blanco de luna.
Allá en lo alto de las botas, tronó una voz. El Tito la reconoció. Era la voz de Alcibíades
Britez, jefe de policía de Asunción, un servidor de la patria que cobraba los sueldos y
recibía las raciones de setecientos policías muertos. El Tito había escuchado esa voz
cada una de las muchas veces que había sido molido a palos por causa de las ideas
que creía y la gente que quería, porque andaban haciendo alboroto los campesinos sin
tierra o porque se estaba llenando la ciudad de panfletos y pintadas que no eran para
nada cariñosos con el superior gobierno.

96 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


La bota lo pateó, lo hizo rodar, la voz sentenció:
--El profesor Bernal... Vergüenza debía darte. Los profesores no están para armar líos.
Los profesores están para dar conocimientos.
El Tito tenía la boca hecha un estropajo, pero consiguió decir:
--Así es. Quizás el jefe de policía lo escuchó. Si lo escuchó, no lo entendió.
Algún tiempo después, el Tito terminó de morir.

La flor
Parece orquídea, pero no. Huele a gardenia, pero tampoco. Sus grandes pétalos, alas
blancas, tiemblan queriendo volar, irse del tallo: en Cuba la llaman mariposa.
Alessandra Riccio plantó, en tierra de Nápoles, un bulbo de mariposa, traído desde La
Habana. En tierra extraña, la mariposa dio hojas, pero no floreció. Y pasaron los
meses y los años, y seguía sin nada más que hojas cuando unos cubanos amigos de
Alessandra llegaron a Nápoles y se quedaron en su casa durante una semana.
Entonces, en los alrededores de la planta, sonaron y resonaron las voces de su tierra,
el antillano modo de decir cantando: la planta escuchó esa música de las palabras día
tras día y noche tras noche, porque los cubanos hablan despiertos y dormidos
también. A la semana, Alessandra dijo adiós a sus amigos. Y cuando regresó del
aeropuerto, una enorme flor blanca la estaba esperando. Las alas desplegadas
brillaban, luminosas, en la noche de su casa.
La cárcel
En 1984, enviado por alguna organización de derechos humanos, Luis Niño atravesó
las galerías de la cárcel de Lurigancho, en Lima. Luis se abrió paso a duras penas y se
hundió en el sopor, en el dolor, en el horror. En aquella soledad llena de gente, todos
los hombres estaban condenados a tristeza perpetua. Los presos, desnudos,
amontonados unos sobre otros, balbuceaban delirios y humeaban fiebres y esperaban
nada.
Después, Luis quiso hablar con el director de la cárcel. El director no estaba. Lo recibió
el jefe de los servicios médicos. Luis dijo que había visto muchos presos en agonía,
vomitando sangre o comidos por las llagas, y no había visto ningún médico. El jefe
explicó:
--Los médicos sólo entramos en acción cuando nos llama el enfermero.
--¿Y dónde está el enfermero?
--No tenemos presupuesto para pagar un enfermero.
Fuente http://www.brecha.com.uy/numeros/n600/contra.html

97 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Las palabras náufragas
Por las noches, Avel de Alencar cumplía su misión prohibida. Escondido en una oficina
de Brasilia, él fotocopiaba, noche tras noche, los papeles secretos de los servicios
militares de seguridad: informes, fichas y expedientes que llamaban interrogatorios a
las torturas y enfrentamientos a los asesinatos. En tres años de trabajo clandestino,
Avel fotocopió un millón de páginas. Esos documentos eran el confesionario completo
de la dictadura militar, que estaba viviendo sus últimos tiempos de poder absoluto
sobre las vidas y los milagros de todo Brasil.
Una noche, entre las páginas arrancadas a los archivos militares, Avel descubrió una
carta perfumada. La carta había sido escrita diez años antes, pero el perfume del
papel no se había desvanecido del todo y el beso que la firmaba estaba intacto. La
huella de la boca entreabierta parecía fresca al pie de las palabras.
A partir de entonces, cada vez que encontraba alguna carta, Avel detenía sus trajines
ante la máquina fotocopiadora. Descubrió muchas cartas. Junto a las cartas, estaban
los sobres interceptados por los funcionarios militares.
El no sabía qué hacer. Mucho tiempo había pasado. Ya nadie esperaba aquellas
cartas. Habían sido escritas por personas, habían sido dirigidas a personas, pero
ahora eran mensajes de fantasmas a fantasmas. Y sin embargo, Avel no podía leerlas
sin sentir que estaba cometiendo una violación. ¿No estaban vivas esas palabras,
aunque vinieran desde los muertos y desde los olvidados hacia lugares que ya no eran
y personas que ya no estaban? Avel no podía devolverlas a los archivos militares. Era
como devolverlas a la cárcel. Intentó romperlas, y se sintió un criminal.
Al fin de cada noche, Avel metía en sus sobres las cartas que había encontrado, les
pegaba sellos nuevos y las echaba al buzón del correo.
Fuente http://www.jornada.unam.mx/1998/sep98/980927/galeano.html

98 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Clasicos - Dante Alighieri

La Divina Comedia - Infierno - Canto V

Bajé desde el primero hasta el segundo


círculo, que menor trecho ceñía
mas dolor, que me apiada, más profundo. 3

Minos horriblemente allí gruñía:


examina las culpas a la entrada
y juzga y manda al tiempo que se lía. 6

Digo que cuando el alma malhadada


llega ante él, confiesa de inmediato,
y él, que tiene del mal ciencia acabada, 9

ve el lugar infernal de su reato;


tantas veces el rabo al cuerpo envuelve
cual grados bajará por su mandato. 12

Allí multitud de almas se revuelve;


una tras otra a juicio van pasando;
dicen y oyen, y abajo las devuelve. 15

«¡Oh tú que al triste hospicio estás llegando»,


dijo al fijarse en la presencia mía,
el importante oficio abandonando, 18

«ve cómo entras y en quién tu alma confía;


no te engañe la anchura de la entrada!...»
«¿Por qué así gritas?», replicó mi guía; 21

«no impedir quieras su fatal jornada:


así se quiso allá donde es posible
lo que se quiere, y no preguntes nada.» 24

Ahora empieza mi oído a ser sensible


a las dolientes notas, ahora llego
donde me alcanza un llanto incontenible. 27

En lugar de luz mudo me vi luego,


que mugía cual mar tempestuosa
a la que un viento adverso embiste ciego. 30

La borrasca infernal que no reposa,


rapazmente a las almas encamina:
volviendo y golpeando las acosa. 33

99 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Cuando llegan delante de la ruina,
son los gritos, el llanto y el lamento;
allí maldicen la virtud divina. 36

Entendí que merecen tal tormento


aquellos pecadores que, carnales,
someten la razón al sentimiento. 39

Cual estorninos, que en los invernales


tiempos vuelan unidos en bandada,
acá, allá, acullá, por vendavales 42

la turba de almas malas es llevada,


sin esperanza -que les preste aliento-
de descanso o de pena aminorada. 45

Y cual grullas que cantan su lamento,


formando por los aires larga hilera,
se acercaron así, con triste acento, 48

sombras que aquel castigo allí trajera;


dije entonces: «Maestro, ¿quiénes son
víctimas de este viento?» «La primera 51

de estas almas, que ves, de perdición»,


me respondió, «la emperatriz ha sido
de muchas hablas de distinto son. 54

Presa de la lujuria, ha confundido


la libido y lo lícito en su ley
por huir del reproche merecido: 57

Semíramis se llama; fue del rey


Nino la sucesora, y fue su esposa,
donde se asienta del sultán la grey. 60

La otra al suicidio se entregó amorosa


y las siqueas cenizas traicionó;
detrás va Cleopatra lujuriosa; 63

mira a Helena, que al tiempo convocó


de la desgracia; a Aquiles esforzado,
que por amor, al cabo, combatió. 66

Ve a Paris, a Tristán.» Y así ha nombrado


de aquellas almas un millar corrido,
que amor de nuestra vida ha separado. 69

Una vez que hube a mi doctor oído


nombrar damas y antiguos caballeros,
apiadado, perdí casi el sentido. 72

Yo comenté: «Poeta, con sinceros

100 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


deseos a esos dos hablar quisiera
que parecen al viento tan ligeros». 75

Y él: «A que estén más próximos espera


y, en nombre del amor que así los guía,
llámalos, que vendrán a nuestra vera». 78

Cuando el viento ya cerca los traía,


moví la voz: «¡Oh almas afanadas,
venid a hablarnos, si otro no os desvía!» 81

Como palomas del deseo llamadas


que, alta el ala y parada, al dulce nido
caer se dejan por amor llevadas, 84

así salieron del tropel de Dido


y a nuestro lado fueron descendiendo;
tan fuerte el grito amable había sido. 87

«¡Oh animal que benévolo estás siendo


al acercarte por el aire adverso
a los que al mundo en sangre iban tiñendo, 90

si fuese amigo el rey del universo,


por tu paz le podríamos rogar,
ya que te apiada nuestro mal perverso! 93

Todo cuanto queráis oír o hablar


por nosotros será hablado y oído
mientras el viento aún quiera callar. 96

Tiene asiento la tierra en que he nacido


sobre la costa a la que el Po desciende
a buscar paz allí con su partido. 99

Amor, que en nobles corazones prende,


a éste obligó a que amase a la persona
que perdí de manera que aún me ofende. 102

Amor, que a nadie amado amar perdona,


por él infundió en mí placer tan fuerte
que, como ves, ya nunca me abandona. 105

Amor nos procuró la misma muerte:


Caína al matador está esperando.»
Ambos me respondieron de esta suerte. 108

Al oír sus agravios, fui inclinando


el rostro; y el poeta, al verme así,
por fin me preguntó: «¿Qué estás pensando?» 111

Al responderle comencé: «¡Ay de mí,


cuánto deseo y dulce pensamiento

101 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


a estas dolientes almas trajo aquí!» 114

A ellas después encaminé mi acento


y comencé: «Francesca, tus torturas
me hacen llorar con triste sentimiento. 117

Mas di: en el tiempo aquel de las venturas


¿cómo y por qué te concedió el amor
conocer las pasiones aún oscuras?» 120

Y ella me dijo: «No hay dolor mayor


que recordar el tiempo de la dicha
en desgracia; y lo sabe tu doctor. 123

Pero si de este amor y esta desdicha


conocer quieres la raíz primera,
con palabras y llanto será dicha. 126

Cómo el amor a Lanzarote hiriera,


por deleite, leíamos un día:
soledad sin sospechas la nuestra era. 129

Palidecimos, y nos suspendía


nuestra lectura, a veces, la mirada;
y un pasaje, por fin nos vencería. 132

Al leer que la risa deseada


besada fue por el fogoso amante,
éste, de quien jamás seré apartada, 135

la boca me besó todo anhelante.


Galeoto fue el libro y quien lo hiciera:
no leímos ya más desde ese instante». 138

Mientras un alma hablaba, la otra era


presa del llanto; entonces apiadado,
lo mismo me sentí que si muriera; 141

y caí como cuerpo inanimado.

NOTAS
v. 2. Dada la forma de cono invertido o de embudo del infierno, cada círculo era más estrecho y ceñía
menos espacio que el anterior.
v. 4. Minos, rey mitológico de Creta, hijo de Zeus y de Europa, fue famoso por su sabiduría y por su recta
administración de justicia. En cuanto perteneciente a la mitología, Dante le hace figurar como demonio
revistiéndole de características terroríficas, e incluso grotescas, en contraste con lo que hace al referirse a
los Centauros y a otras figuras míticas. Aparece en Eneida VI. 432-433 juzgando a las almas pero sin
caracteres grotescos.
v. 34. Se puede interpretar, de acuerdo con otros pasajes del Infierno, que la «ruina» es uno de los
desprendimientos de rocas causados por el terremoto que se produjo al descender Cristo a los infiernos.
v. 56. Es decir, para evitar que fuese criticada su desordenada conducta, consideró legales las formas de
erotismo tenidas antes por ilícitas.

102 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


v. 60. Semíramis fue reina de Babilonia.
v. 62. Se trata de Dido, esposa de Siqueo, quien por amor a Eneas, según refiere Virgilio en la Eneida, se
suicidó y traicionó así las cenizas de su esposo.
v. 66. Aquiles, que tantas veces había luchado movido por otras pasiones, se enamoró de Polisena, hija
de Príamo, y fue muerto en combate por Paris, hermano de aquélla.
v. 99. Esta tierra es Rávena, más cercana en aquellos tiempos que ahora a la costa del Adriático. Su
partido son sus afluentes, que hallan la paz, como el río principal, al desembocar en el mar.
v. 107. Caína es una de las secciones del Círculo noveno, y más profundo, del infierno (v. XXXII).
v. 116. Francesca era pariente del amigo de Dante Guido da Polenta, de Rímini. Se casó con Gianciotto
Malatesta y se enamoró de su cuñado Paolo, que es el alma que figura a su lado en este pasaje. Ambos
fueron sorprendidos por Gianciotto, quien les quitó la vida al instante.
v. 127. Lanzarote, amante de la reina Ginebra, era uno de los caballeros de la Tabla Redonda. Su nombre
caballeresco era Lanzarote del Lago y sus historias fueron my leídas y estimadas en la época de Dante.
Otra referencia a estas historias se halla en Par. XVI. 14-15.
v. 137. Galeoto fue quien, en el libro Lanzarote del Lago, estimuló a Lanzarote y a Ginebra a que se
revelasen su amor. La lástima que Dante siente ante la condenación de Paolo y Francesca no debe
interpretarse como disconformidad con el juicio divino, según han querido ciertos comentaristas. La
cuestión es demasiado compleja para discutirla en poco espacio, o quizá relativamente sencilla si se
piensa en los lazos de amistad que unían al poeta con la familia de Francesca.

Dante ALIGHIERI, Comedia, traducción de Ángel Crespo, Seix Barral: Barcelona,


1973-1977.

Dante Alighieri (1267 – 1321)


Poeta, prosista, teórico de la literatura, filósofo y pensador político italiano. Está considerado
como una de las figuras más sobresalientes de la literatura universal, admirado por su
espiritualidad y por su profundidad intelectual. Dante nació en Florencia, en los últimos días
de mayo o los primeros de junio del año 1265, en el seno de una familia que pertenecía a la
pequeña nobleza. Su madre murió cuando todavía era pequeño, y su padre al cumplir los 18
años. El acontecimiento más importante de esta trágica juventud, según su propio testimonio,
fue conocer, en el año 1274, a Beatriz, la mujer a quien amó y que exaltó como símbolo
supremo de la gracia divina, primero en La vida nueva y, más tarde, en su obra maestra, La
Divina Comedia. Los especialistas han identificado a Bice di Folco como la noble florentina
Bice di Folco Portinari, que murió en 1290, con apenas 20 años. Dante sólo la vio en tres
ocasiones y nunca habló con ella, pero eso fue suficiente para que se convirtiera en la musa
inspiradora de casi toda su obra.
La obra maestra de Dante, La Divina Comedia, la debió comenzar alrededor de 1307 y la
concluyó poco antes de su muerte. Se trata de una narración alegórica en verso, de una gran
precisión y fuerza dramática, en la que se describe el imaginario viaje del poeta a través del
Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Durante su periplo a través del Infierno y el Purgatorio, el
guía del poeta es Virgilio, alabado por Dante como el representante máximo de la razón.
Beatriz, a quien Dante consideró siempre tanto la manifestación como el instrumento de la
voluntad divina, le guía a través del Paraíso.
Ya en el siglo XV, muchas ciudades italianas habían creado agrupaciones de especialistas
dedicadas al estudio de La Divina Comedia. Durante los siglos que siguieron a la invención de
la imprenta, aparecieron más de 400 ediciones distintas sólo en Italia. La epopeya dantesca
ha inspirado, además, a numerosos artistas, hasta el punto de que han aparecido ediciones
ilustradas por los maestros italianos del renacimiento Sandro Botticelli y Miguel Ángel, por los
artistas ingleses John Flaxman y William Blake, y por el ilustrador francés Gustave Doré.

103 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Convocatoria y Normas de Publicación

Revista Cronopios – Almacén de Literatura y Arte invita a investigadores,


docentes, graduados, alumnos y becarios a presentar artículos para su publicación en
este espacio. Los mismos han de enmarcarse dentro de la Literatura y las Artes
Audiovisuales, dándose prioridad a los trabajos interdisciplinarios.
A - Tipo de artículos que se publicarán:
- Artículos y/o ensayos: textos que responden a reflexiones y resultados de
estudios sobre un problema teórico o práctico, en un marco de originalidad y
calidad.
- Artículos de reflexiones originales sobre un problema o tópico en particular: textos
que responden a resultados de estudios sobre un problema teórico o práctico, en
un marco de originalidad y calidad.
- Artículos de revisión: ofrecen una perspectiva general del estado de un dominio
de la literatura y el arte, de sus evoluciones durante un período de tiempo, y donde
se señalan las perspectivas de su desarrollo y evolución futura.
- Ponencias: trabajos presentados en certámenes académicos, que pueden ser
considerados como contribuciones originales y actuales.
- Reseñas bibliográficas: presentaciones críticas sobre la literatura de interés en el
campo de la revista.
- Debates: posiciones o manifestaciones sobre puntos particulares o resultados
difundidos por un autor.
- Documentos o fuentes: considerados de interés, raros, antiguos y de difícil
acceso.
B - Indicaciones para los autores
- Título: se recomiendan títulos precisos y creativos. Los títulos generales o
demasiado obvios no son recomendables.
- Resumen (máximo 10 líneas): se le informa al lector cuáles son los aspectos
centrales del texto, y debe estar al comienzo del artículo.
- Palabras y expresiones claves: se deben presentar en orden alfabético. Son los
términos más relevantes que tienen desarrollo en el texto, no simplemente aquellos
que se enuncian.
- Estructura: los artículos deben tener una estructura lógica e identificable:
introducción, desarrollo y conclusiones o epílogo. Es recomendable enumerar y/o
subtitular internamente los diferentes apartes del texto.
- Bibliografía: es fundamental que las notas a pie de página y la bibliografía final
correspondan con las normas enunciadas más abajo. No se publicarán los
artículos que carezcan de bibliografía o no respondan a las normas estipuladas.
- Perfil del autor (es): indicar nombres y apellidos completos, estudios realizados,
filiación institucional y correo electrónico.
- Formato: los artículos deben transcribirse en letra Arial 11, a espacio 1,5
encuadrado en 3 por ángulo y justificado. Pies de pagina y bibliografía en Times
New roman 10, espacio sencillo.
- Extensión: los textos presentados a la Revista deben tener la siguiente extensión:
2000 palabras mínimo y máximo se 3500 palabras.
- La Documentación: En los textos de orden académico, la documentación adopta
básicamente dos formas: la cita y la paráfrasis.

104 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Es recomendable evitar las citas extensas (más de 6 líneas). Cuando sea
imprescindible, se debe justificar ante el lector por qué es necesario hacerlo y
redactarlas en bloque (letra más pequeña y sangrado) y sin entrecomillar.
Todas las citas deben estar documentadas de forma adecuada para que el lector
tenga acceso a las fuentes y pueda ampliar o contrastar información.
La paráfrasis es una forma de cita indirecta, reproduce en esencia un fragmento
de la información presentada por la fuente, pero en el lenguaje del redactor. Cuatro
aspectos caracterizan la paráfrasis:
1) debe anunciarse siempre para saber donde comienza.
2) Debe cerrarse con la respectiva referencia.
3) Debe reproducir fielmente el contenido que se cita.
4) Debe caracterizarse por su autonomía expresiva.
Con respecto a la forma de citar y presentar la bibliografía final, los autores
deben seguir las siguientes normas y estilo:
- Las notas al pie deberán numerarse correlativamente e insertarse al final de cada
página.
- Toda referencia bibliografía se presentara de la siguiente manera:
a) - Libros: APELLIDO, Nombre, Titulo, Editorial, Lugar, Fecha, pp.
b) Artículos o capítulos de volúmenes colectivos: APELLIDO, Nombre, Titulo, en
Editores, Titulo, Editorial, Volumen, Número, Lugar, Fecha, pp.
Los artículos deberán remitirse al Director de la Revista por correo electrónico:
cronopiosdigital@gmail.com
Los mismos serán sometidos a la evaluación, primeramente, del Consejo
Editorial (quien determinará la pertinencia o no del artículo y su rigor científico) y, en
una segunda instancia, de los miembros del Comité Académico Evaluador (quienes
serán designados según la temática del artículo y la disciplina a la que pertenezca,
para su evaluación y corrección). Los mismos podrán resultar:
a) Aprobados sin observaciones (se publican directamente).
b) Aprobados con observaciones (se dan a conocer las observaciones al/a los
autor/es y se acuerda una fecha de entrega con las correcciones, para su
nueva evaluación (a cargo de los mismos evaluadores que en la primera
instancia).
c) No aprobados (los artículos no cumplen con los criterios de admisibilidad de la
revista, o se los considera impertinentes para la misma).
La Revista se reserva el derecho de publicarlos y distribuirlos tanto digital como
impresamente, y podrán publicarse en un número posterior, en caso de resultar
aprobado en todos sus aspectos pero no ser pertinente con el área temática del
número –en este caso, la Política, las Relaciones Internacionales y los bicentenarios–
o haberse completado la cantidad de artículos susceptibles de ser publicados en dicho
número.
Los autores son los directos y únicos responsables del manejo ético y veraz de
la información de sus artículos. Las opiniones o juicios emitidos por los colaboradores
no necesariamente responden a los de la revista y sus miembros.

105 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


Contratapa

Julio Cortázar

BOLERO

Qué vanidad imaginar


que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca


la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito


que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,


quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Y este fragmento:

La lenta máquina del desamor


los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos

y de pie ante el espejo interrogándose


cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.

106 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010


CRONOPIOS - ISSN 1853-0869

ALMACEN DE LITERATURA Y ARTE

CORDOBA - ARGENTINA

107 CRONOPIOS - Nº 2 SETIEMBRE 2010

Вам также может понравиться