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Y CONSIDERANDO:
El Juez Pablo Daniel Vega dijo:
PRIMERO:
I. Que la examinación de los distintos elementos de
prueba producidos durante el transcurso del debate, me
permite tener por legalmente acreditado que el día dieciséis
de marzo del año 2011, cerca de las 14:00 horas, en el predio
de la empresa “Criva S.A.”, ubicado en la Avenida La Plata
2253 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde el imputado
Alberto Ramón Castillo cumplía tareas de cuidador, a la vez
que vivía durante la semana con Elisa Del Carmen Toledo y la
hija de ésta de nombre Rosalinda Clara Toledo –a quienes
había albergado desde hacía mucho tiempo al no tener ellas
lugar donde vivir−, se produjo un conflicto que tuvo por
protagonistas a las dos personas mencionadas en primer
término.
Tal confrontación se originó a partir de la
circunstancia de haber hallado Alberto Ramón Castillo una
remera masculina de color azul en el aludido domicilio,
puesto que ello le hizo pensar que Elisa Del Carmen Toledo –
con quien lo unía un vínculo que excedía el plano de la
amistad− había estado con otro hombre, lo cual le generó
ciertos celos que lo llevaron a increparla, iniciándose una
fuerte discusión en presencia de Rosalinda Clara Toledo.
Fue en ese contexto situacional que el imputado
decidió tomar del armario un recipiente que contenía una
sustancia inflamable para derramarla desde la cabeza hacia el
tronco del cuerpo de Elisa Del Carmen Toledo y prenderla
fuego mediante el uso de un encendedor, ante lo cual
resolvió, de inmediato, sofocar el fuego que ya ardía sobre
el rostro y el pecho de la víctima, valiéndose de agua y de
un colchón que tiró sobre ella para extinguir las llamas;
objetivo que finalmente alcanzó. Una vez logrado dicho
propósito asistió a la damnificada bañándola con agua fría y
limpiando sus heridas hasta que, a pedido de ella, fue hasta
una farmacia y compró algunas cremas que pasó por las
lastimaduras, intentando llamar a una ambulancia aunque sin
éxito pues la comunicación daba ocupado.
Finalmente, la víctima le transmitió que se sentía
muy mal, por lo que Castillo llamó nuevamente al servicio
médico, el cual, al llegar al lugar del hecho, constató el
triste desenlace ocasionado por las quemaduras críticas, toda
vez que Elisa del Carmen Toledo ya se encontraba muerta.
SEGUNDO:
Que superada la etapa relacionada con la faz
externa del accionar que se hubo pesquisado, resulta menester
entonces determinar cuáles han sido los componentes
cognitivos y volitivos con los que el autor decidió llevar a
cabo dicho comportamiento; toda vez que, hasta aquí, hemos de
saber lo que él ha hecho, restando todavía establecer aquello
que ha querido hacer.
En este sentido, debo señalar que un cuidadoso
examen del material probatorio me impide conectar la
finalidad que orientaba el accionar del imputado con el
resultado que se hubo producido.
Ciertamente, no me cabe duda alguna que Castillo
sabía positivamente que el despliegue de la causalidad que
operaba llevaba inexorablemente a provocar lesiones en el
cuerpo de la víctima, puesto que se trata de nociones básicas
acerca de la causalidad que claramente responden a un
standard mínimo de conocimientos compartido por casi todos
los integrantes de nuestra cultura.
Resulta evidente entonces que la puesta en marcha
del accionar en cuestión contando con el conocimiento del
carácter lesivo que éste asumiría, se erige en prueba cabal
de que el nombrado se condujo voluntariamente en tal sentido.
Por otra parte, no parece ocioso señalar que
semejante despliegue se había motivado en la sospecha de
infidelidad a la que ya se ha hecho referencia, todo lo cual
Poder Judicial de la Nación
se explica como un emergente de una reacción agresiva en
respuesta a lo que suponía una traición de la mujer que lo
acompañaba.
Ahora bien, la pregunta que a esta altura del
análisis podría formulárseme se origina seguramente en mi
convicción de excluir del ámbito de la voluntad de Castillo
el trágico final de su conducta. Tal indagación podría
concretarse en los siguientes términos: ¿por qué razón ha de
negarse la voluntad de provocar la muerte de la víctima,
teniendo en cuenta la causalidad que el autor ha desplegado?
He dicho mucho acerca del valor que me merece el
testimonio dado por Rosalinda Clara Toledo, en el sentido de
reputarlo verosímil y cuya garantía de estabilidad consiste
en su perfecta concordancia con los resultados que las demás
pruebas suministran (Cfr. Mittermaier, Karl Joseph Anton, ob.
cit., p. 310).
Es entonces por tal razón que habré de iniciar mi
respuesta a aquel interrogante acudiendo nuevamente al relato
de la niña.
Recuérdese que Rosalinda Clara Toledo expresó con
claridad que ni bien Castillo prendió fuego a su madre se
dispuso inmediatamente a asistirla, apagando las llamas que
ardían sobre su cuerpo e intentando aliviar sus dolores
mediante el empleo de agua fría y de cremas para quemaduras.
Como ya lo he aclarado, este fragmento de su
declaración encuentra corroboración en otras constancias
tales como la declaración de Garramuño y el acta de fs.1/4,
pruebas estas que dan cuenta de la efectiva compra por parte
de Castillo, en el día del suceso, de cremas y otros
elementos para tratar quemaduras.
Por otro lado, cabe a ello adunar que el experto
de la Superintendencia de Bomberos (Néstor Daniel Degregorio)
sostuvo que todas las quemaduras halladas en el cuerpo de la
víctima eran superficiales, lo cual habla a las claras de una
asistencia inmediata por parte de –como ya se dijo- el único
que podía auxiliarla en ese momento. Adviértase, que la
muerte obedeció a las quemaduras críticas ocurridas en sus
vías respiratorias.
A partir de todo lo dicho, quizá pueda discutirse
si el autor en verdad se representó o no la posibilidad del
resultado –aunque el propio imputado lo negó categóricamente
en su declaración-, pero lo que, desde mi parecer, no admite
siquiera un resquicio de duda es que no quiso la muerte de la
víctima, puesto que, de haberla incorporado a su voluntad,
resultaría prácticamente imposible de explicar todo el
conjunto de acciones desplegadas para que aquel triste final
no acaezca.
Por lo tanto, el cuadro probatorio tan sólo me
permite tener por acreditado con la certeza que se exige para
emitir un fallo condenatorio que Alberto Ramón Castillo llevó
a cabo la conducta incriminada con la intención de provocar
un considerable daño en la salud de Elisa Del Carmen Toledo.
Por lo tanto, que se haya o no representado la
posibilidad del resultado disvalioso constituye materia de
una fina discusión; mas, de momento, me interesa dejar
claramente sentado que de lo que no abrigo duda alguna es que
aquél resultaba previsible incluso para una persona con tan
escaso entrenamiento intelectual como ha demostrado tener
Castillo.
Entiendo que dicha conclusión deriva lógicamente
del propio método empleado por el imputado para alcanzar su
objetivo, pues no parece discutible que la aplicación de una
sustancia acelerante de la combustión sobre la humanidad de
cualquier persona, a la que se prende fuego, compromete no
sólo la integridad física sino también su vida.
TERCERO:
I. Que el hecho que tuve por acreditado configura
el delito de lesiones graves en concurso ideal con homicidio
culposo, por el que ALBERTO RAMÓN CASTILLO deberá responder
en calidad de autor, en los términos de los artículos 45, 54,
84 y 90 del Código Penal.
Ciertamente, las distintas circunstancias puestas
de relieve con todos sus elementos objetivos y subjetivos
encuentran adecuación típica en las previsiones legales
aludidas. Así, no cabe duda alguna acerca del carácter lesivo
Poder Judicial de la Nación
de la conducta desarrollada por Castillo, el cual se
evidencia en la cuantiosa prueba ya valorada y a cuyo detalle
he de remitirme por razones de brevedad.
En cuanto a la magnitud de las lesiones confieso
que he de experimentar tanto una certeza como una duda. En
efecto, encuentro plenamente acreditado que las lesiones han
sido tan considerables que han puesto en peligro la vida de
la víctima al punto que, de hecho, ella la ha perdido.
CUARTO:
Poder Judicial de la Nación
Que estimo antijurídico el obrar del imputado
ALBERTO RAMÓN CASTILLO en el suceso juzgado por cuanto no
advierto en la especie la concurrencia de causal alguna que
justifique la realización del supuesto de hecho típico en
cuestión; a la vez que tampoco se aprecian eximentes
susceptibles de cancelar el reproche jurídico-penal de
culpabilidad por el injusto cometido.
QUINTO:
Que para graduar la sanción a imponer al imputado
ALBERTO RAMÓN CASTILLO, tengo en cuenta las circunstancias en
que se desarrolló el suceso que tuve por acreditado, el grado
de culpabilidad del encartado y los criterios de punibilidad
establecidos de conformidad con los índices mensurativos de
los artículos 40 y 41 del código de fondo.
Así, he de tener en cuenta como atenuantes su
escaso nivel socio-cultural; su entorno familiar; que posee
hábitos laborales, que carece de antecedentes y,
especialmente, la conducta posterior al hecho que radicó en
su intento por auxiliar a la víctima para evitar una mayor
extensión del daño provocado. También he de valorar como
atenuante la concreta circunstancia puesta de relieve por
distintos testigos en torno al buen concepto de que goza (en
especial, a partir de las declaraciones de Riccardi y
Espíndola).
Por su parte, estimo que concurren como
agravantes la extensión del daño causado así como también
cierta actitud posterior al hecho consistente en amedrentar a
Rosalinda Clara Toledo en procura de impunidad.
Todos estos parámetros me llevan, en
consecuencia, a fijar en cinco años la pena de prisión que
corresponde imponer al imputado ALBERTO RAMÓN CASTILLO, con
las accesorias legales del artículo 12 del Código Penal.
SEXTO:
Que en razón del fallo a recaer, el imputado ALBERTO
RAMÓN CASTILLO deberá cargar con las costas procesales
correspondientes (artículos 29 inciso 3 del Código Penal y
403, 530 y 531 del Código Procesal Penal de la Nación).
RESUELVIÓ:
CONDENAR a ALBERTO RAMÓN CASTILLO, de las demás
inciso 3°, 45, 54, 84 y 90 del Código Penal y 530, 531 y 533
archívese.
Ante mí.