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Así, por ejemplo, mientras para Gómez Millas la antigüedad griega marcaba el inicio
de la institución universitaria, y con ello también los límites de su posible devenir. En ese
contexto, la defensa irrestricta a la autonomía, asociada a una libertad académica que busca
el cultivo del saber en sí mismo y apunta a la elevación del espíritu a través de la persecución
de las más altas verdades universales, se sostiene retóricamente en la caracterización de esa
primera universidad antigua, cuyos límites debemos respetar si nos concebimos como parte
de dicha tradición.
Por el contrario -aunque es posible ir viendo la evolución de esta posición en los años
de este estudio-, Olga Poblete termina concibiendo una antigüedad que no nos ancla a unos
límites institucionales universales, sino que más bien, sirve como una suerte de espejo para
vernos y comprendernos en torno a los procesos históricos contemporáneos. En esa
dimensión, más que sostener concepciones institucionales, la labor de Poblete se asocia al
planteamiento de dilemas político-morales que pueden encarnarse a través de la Antigüedad,
pero que están concebidos para la reflexión sobre el tiempo presente. Así, por ejemplo, el uso
de tragedias para presentar problemáticas en torno a la justicia, la violencia o los límites de
la comunidad política, tienen muchas veces afanes que se contradicen con una concepción
del saber como puramente abstracto y espiritualizado. En efecto, aportan decididamente a su
politización.
En cualquier caso, esta diferencia se está intentando explicar a partir de las variables
ya mencionadas: contexto histórico, posiciones académicas, posturas político-ideológicas y
procesos metropolitanos de formación.
Si bien el primero es común a ambos, hay que distinguir que Gómez Millas parece
haber vivido con mayor intensidad los procesos previos a la IIGM, dado que ocupaba una
posición académica prominente ya desde inicios de la década de 1930. Además, a finales de
la década de 1920, él estudió en Alemania para perfeccionarse en estudios clásicos, aunque
de tal viaje sólo conozco a través de bibliografía posterior. En cualquier caso, es sabido el rol
que tuvo la antigüedad clásica en perspectivas político-raciales alemanas, muchas de las
cuales son traducidas culturalmente por Gómez Millas en el contexto chileno. En especial,
parecen ser fundamentales las perspectivas del tercer humanismo, así como el culturalismo
historicista de Oswald Spengler.
Por otro lado, el universalismo del humanismo adquiere matices con la necesidad de
una universidad volcada al conocimiento de los misterios nacionales y continentales, cuyo
sentido parece ser el de construir nación a través de la voluntad de los sabios, pero sin caer
en una politización explícita -aun cuando el mismo Gómez Millas haya sido dos veces
ministro de educación (de Ibáñez y Frei), y haya participado del Partido Unión Nacionalista
de Chile-. En esta línea, existe un desdén por parte de este intelectual a identificar esos
misterios nacionales con elementos de las culturas precolombinas e indígenas, cuestión que
marcaba una posición bien diferenciada de otros casos que, como Roberto Prudencio en
Bolivia, hacían llamado a inflamar la raza telúrica para encontrar el verdadero espíritu
nacional o americano.
Es más, esta posición también puede vincularse a unas conexiones privilegiadas con
el consulado griego, que desde 1949 comienza a financiar la cátedra de Fotios Malleros, así
como diversas becas para estudiantes y otras instancias académicas como el pabellón griego,
que desde 1967 y hasta el día de hoy funciona como sede del Centro de Estudios Griegos,
Bizantinos y Neohelénicos, pero que durante principios de la década del sesenta -cuando se
inauguró- albergó la enseñanza de lenguas clásicas dentro del antiguo Instituto Pedagógico.
Cabe señalar que, en esos años, las celebraciones asociadas a la independencia griega no sólo
hacían referencia explícita a su rol como cuna de nuestra civilización occidental, sino que
implicaron actividades universitarias como discursos llevados a cabo en el Salón de Honor
de la Universidad de Chile.
Resulta necesario afirmar que, al unísono de esta difusión cultural, el consulado
griego tenía un fuerte interés en el fortalecimiento de relaciones comerciales y económicas
con Chile. En ese sentido, se está investigando para poder llegar a argumentar de forma
contundente que estas actuaciones pueden leerse como parte de las muy diversas expresiones
que tomó la Guerra Fría en nuestro continente.
Con ese afán, he podido constatar que, en el contexto previo a la Guerra Fría, la
producción y acción de Olga Poblete no era especialmente significativa en el ámbito
académico, aunque podían ya encontrarse atisbos de la búsqueda por ampliar la mirada de la
historia antigua y universal hacia el ámbito africano y oriental -cuestión en la que será pionera
décadas más adelante-. Ahora bien, hacia finales de la década del treinta fundará el MEMCH
junto con Elena Caffarena y Graciela Mandujano, adquiriendo una mayor visibilidad política
en la lucha por los derechos de la mujer.
Pues bien, durante la década del cuarenta, ella va a estudiar un postgrado a Estados
Unidos y conoce los estragos de la bomba atómica, por lo que comienza a perfilarse más
decididamente como una defensora de la paz mundial. Esto último será un eje de su actuar
político durante las décadas del cincuenta y sesenta, pues ella lideró el movimiento pacifista
chileno, vinculado con el Movimiento Mundial por la Paz, llegando incluso a recibir el
premio Lenin de la paz en 1962.