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PRINCIPIOS TRIBUTARIOS EN COLOMBIA

1. PROTECCION A RENTAS DEPARTAMENTAL.

Son rentas Departamentales los ingresos que el Departamento y sus entidades


descentralizadas, según el caso, perciben por concepto de impuestos, tasas,
contribuciones, monopolios, explotaciones de bienes, regalías, participaciones, sanciones
pecuniarias y en general todos los ingresos que le correspondan para el cumplimiento de
sus fines constitucionales y legales.

Los bienes y rentas tributarias o no tributarias o provenientes de la explotación de


monopolios del Departamento, son de su propiedad exclusiva y gozan de las mismas
garantías que la propiedad y renta de los particulares.

Los impuestos del Departamento gozan de protección Constitucional y en consecuencia la


Ley no podrá trasladarlos a la Nación, salvo temporalmente en caso de guerra exterior.
(Artículo 362 Constitución Política)

La ley no podrá conceder exenciones ni tratamientos preferenciales en relación con los


tributos de propiedad de las entidades territoriales. Tampoco podrá imponer recargos sobre
sus impuestos salvo lo dispuesto en el Artículo 317 de la Constitución Política de Colombia.
(Artículo 294 Constitución Política)

Artículo 362. Los bienes y rentas tributarias o no tributarias o provenientes de la


explotación de monopolios de las entidades territoriales, son de su propiedad exclusiva y
gozan de las mismas garantías que la propiedad y renta de los particulares.

Los impuestos departamentales y municipales gozan de protección constitucional y en


consecuencia la ley no podrá trasladarlos a la Nación, salvo temporalmente en caso de
guerra exterior.

Los tributos del orden departamental son propiedad exclusiva del departamento y gozan de
la protección constitucional de las rentas departamentales, contenida en el artículo 362 de la
Carta, o compromete la autonomía de las entidades territoriales garantizada por la
Constitución (C.P. arts. 1, 2 y 287), por lo no puede fijar el uso que un particular debe dar a
los bienes de su propiedad.

2. JERARQUIA DE LAS NORMAS

La jerarquía de las normas se conoce como la pirámide de Kelsen:


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 · Constitución Nacional
 · Tratados internacionales
 · Leyes marco
 · Leyes orgánicas
 · Leyes
 · Decretos Especiales: Los decretos especiales y las leyes tienen igual jerarquía,
estos decretos son los que expide el gobierno por situaciones especiales como la
conmoción interior, emergencia económica, o por delegación del congreso por
ejemplo para compilar normas Decretos Reglamentarios Ordenanzas
Departamentales Acuerdos Municipales
 · Por delegación ciertos organismos pueden expedir normas, como son las
circulares, las resoluciones y los conceptos; que no tienen una jerarquía dentro del
ámbito legal y que incluso a pesar de violar las normas vigentes, mientras no se
demanden son de obligatorio cumplimiento. Existe también el caso de la
jurisprudencia, que no es obligatoria sino para las partes que intervienen en el
proceso, pero que sirven como orientadores de la interpretación de la Constitución y
la Ley.

Entrada en Vigencia: La entrada en vigencia es a partir de la fecha de publicación en el


diario oficial, mientras esto no suceda no es obligatorio su cumplimiento. Ahora en
materia fiscal las normas no son retroactivas, es decir, se deben aplicar a partir del
período siguiente a la promulgación de la norma, por ejemplo: En renta empieza a
regir en enero 1 del año siguiente al cual se publica la Ley. En IVA empieza el primer
día hábil del bimestre siguiente En retención en la fuente empieza en el mes
siguiente. En GMF empieza a regir el lunes siguiente a la promulgación o
publicación de la Ley

3. PRINCIPIO DE PROGRESIVIDAD TRIBUTARIA

El principio de progresividad, el cual se predica del sistema tributario, hace referencia al


reparto de la carga tributaria entre los diferentes obligados a su pago, según la capacidad
contributiva de la que disponen, es decir, es un criterio de análisis de la proporción del
aporte total de cada contribuyente en relación con su capacidad contributiva. En este orden
de ideas, es neutro el sistema que conserva las diferencias relativas entre los aportantes
de mayor y de menor capacidad contributiva; es progresivo el que las reduce; y es
regresivo el que las aumenta. En esa misma medida, una dimensión más amplia del
principio de progresividad del sistema, relevante en este proceso, invita a valorar el destino
y los efectos del gasto público financiado con los recursos recaudados. En este sentido, es
relevante el impacto del gasto público en la situación relativa de los contribuyentes y, en
general, de los habitantes de un país. La neutralidad, progresividad o regresividad del
sistema en esta perspectiva más amplia se apreciaría comparando las condiciones
económicas de los diferentes integrantes de la sociedad después de efectuado el gasto
público [ 1].

2
En la sentencia C-419 de 1995, la Corte explicó que el principio de progresividad se
deduce del principio de equidad vertical, puesto que aquél “permite otorgar un tratamiento
diferencial en relación con los contribuyentes de mayor renta, de manera que
progresivamente terminan aportando más ingresos al Estado por la mayor tributación a que
están obligados.” Constituye, así, una manifestación particular del citado principio de
equidad, cuyos alcances fueron delimitados en la sentencia C-643 de 2002: “el principio de
progresividad compensa la insuficiencia del principio de proporcionalidad en el sistema
tributario pues como en este ámbito no basta con mantener en todos los niveles una
relación simplemente porcentual entre la capacidad económica del contribuyente y el
monto de los impuestos a su cargo, el constituyente ha superado esa deficiencia
disponiendo que quienes tienen mayor patrimonio y perciben mayores ingresos aporten en
mayor proporción al financiamiento de los gastos del Estado; es decir, se trata de que la
carga tributaria sea mayor entre mayores sean los ingresos y el patrimonio del
contribuyente.”

En tal sentido, la sentencia C-364 de 1993 [2] fue inequívoca al establecer que “el deber de
contribuir al financiamiento de los gastos e inversiones del Estado debe, en principio,
consultar la capacidad real de pago de los contribuyentes, a fin de garantizar la justicia y
equidad fiscales. La progresividad responde precisamente a este mandato constitucional.
El sistema tributario, en su conjunto, ciertamente debe traducir esta exigencia
constitucional. También cada tributo, en particular, debe, en lo posible, y dependiendo de
su estructura técnica, orientarse en el mismo sentido. Es claro que algunos tributos –
particularmente los indirectos-, por la mencionada conformación técnica y la necesidad de
su administración eficiente, no son susceptibles de ser creados y recaudados atendiendo el
criterio de la progresividad, sin que por ello dejen de tener fundamento constitucional y
figurar entre las fuentes de ingresos fiscales”. De allí que la Corte haya establecido, desde
el inicio de su jurisprudencia, una regla que resulta de alta relevancia para el caso
presente: el principio de progresividad –como sucede con los principios de equidad y
eficiencia

- puede predicarse, bien sea del sistema tributario, o bien de las implicaciones de los
impuestos individuales para dicho sistema, analizado en contexto. Se trata de dos
ejercicios analíticos distintos, que pueden llevarse a cabo en forma independiente; en otras
palabras, el hecho de que el examen constitucional de un determinado impuesto no admita
la aplicación del principio de progresividad -por la naturaleza indirecta de tal tributo-, no
excluye el deber del juez constitucional de verificar si el sistema tributario, teniendo en
cuenta la inclusión del impuesto individual que se examina, resulta acorde con el principio
constitucional de progresividad tributaria.

Se observa, pues, que si bien hay una concurrencia entre los principios de progresividad y
equidad -en la medida en que ambos se refieren a la distribución de las cargas que impone
el sistema tributario y los beneficios que éste genera-, una diferencia importante entre ellos
consiste en que el principio de equidad es un criterio más amplio e indeterminado de
ponderación, relativo a la forma como una disposición tributaria afecta a los diferentes
obligados o beneficiarios a la luz de ciertos valores constitucionales, mientras que el
principio de progresividad mide cómo una carga o un beneficio tributario modifica la
3
situación económica de un grupo de personas en comparación con los demás [3]. (Corte
constitucional, Sentencia C-776 de 2003).

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4. PRINCIPIO DE EQUIDAD TRIBUTARIA

La equidad tributaria es un criterio con base en el cual se pondera la distribución de las


cargas y de los beneficios o la imposición de gravámenes entre los contribuyentes para
evitar que haya cargas excesivas o beneficios exagerados. Una carga es excesiva o un
beneficio es exagerado cuando no consulta la capacidad económica de los sujetos pasivos
en razón a la naturaleza y fines del impuesto en cuestión.

Así, por ejemplo, un impuesto de herencia cuya tarifa sea de la mitad de lo heredado, no
parece prima facie inequitativo dado que su finalidad es esencialmente redistributiva, se
genera por un hecho ajeno al esfuerzo del contribuyente y no grava hechos cotidianos. En
sentido contrario, a la luz de la equidad, una tarifa generalizada del 50% sería una carga
excesiva respecto del impuesto a las ventas o IVA, pues su finalidad es diferente, no
específicamente redistributiva, y grava una acción cotidiana del contribuyente. De igual
manera, ciertos beneficios tributarios a favor de personas que integran comunidades que
hayan sido víctimas de una catástrofe natural, v.g. una exención en el pago del impuesto
de renta, no parece exagerada porque facilita la integración social de estas personas y la
recuperación de la zona afectada por el desastre. Por su parte, un beneficio consistente en
condonar las deudas tributarias de los contribuyentes morosos es inequitativo porque
premia a quienes no han cumplido con sus obligaciones en perjuicio de quienes sí lo han
hecho.

Adicionalmente, la Corte ha resaltado la importancia de la equidad vertical y de la equidad


horizontal en tanto que criterios “para establecer la carga tributaria teniendo en cuenta la
capacidad de pago de los individuos”. Así pues, se tiene que, en virtud de la equidad
horizontal, las personas con capacidad económica igual deben contribuir de igual manera
mientras que, de acuerdo con la equidad vertical, las personas con mayor capacidad
económica deben contribuir en mayor medida. Esta distinción, que ha sido aceptada de
tiempo atrás, guarda relación con el principio de progresividad (Corte constitucional,
Sentencia C-734/02)

(…) La equidad del sistema tributario “es un criterio con base en el cual se pondera la
distribución de las cargas y de los beneficios o la imposición de gravámenes entre los
contribuyentes para evitar que haya cargas excesivas o beneficios exagerados. Una carga
es excesiva o un beneficio es exagerado cuando no consulta la capacidad económica de
los sujetos pasivos en razón a la naturaleza y fines del impuesto en cuestión”. De esta
forma, el principio de equidad exige que se graven, de conformidad con la evaluación
efectuada por el legislador, los bienes o servicios cuyos usuarios tienen capacidad de
soportar el impuesto, o aquellos que corresponden a sectores de la economía que el
Estado pretende estimular, mientras que se exonere del deber tributario a quienes, por sus
condiciones económicas, pueden sufrir una carga insoportable y desproporcionada como
consecuencia del pago de tal obligación legal. En el mismo sentido, al delimitar el alcance
del principio de equidad tributaria, en la sentencia C-261 de 2002 se estableció que “en el
proceso de imposición de determinada carga tributaria se debe tener en cuenta de manera
específica la situación en que se encuentran quienes están llamados a contribuir y su
capacidad de pago, con lo cual adquieren connotación los conceptos de equidad horizontal
y equidad vertical”.

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Pero el alcance del principio de equidad tributaria no se agota en la consideración efectiva
de las diferencias reales que existen entre los potenciales sujetos obligados. En la
sentencia C-1060A de 2001, la Corte expresó que la equidad impone el respeto no sólo por
las diferencias de ingreso y bienestar de los contribuyentes, sino también los mandatos de
la Constitución en su conjunto, especialmente los principios derivados del Estado Social de
Derecho: “los criterios de justicia y equidad como límites al deber de contribuir, han sido
objeto de meritorios trabajos científicos que tienden a concretar la justicia hacia la
capacidad contributiva de los sujetos pasivos del tributo. Sin embargo, la capacidad
contributiva no es el único principio a valorar en el sistema: es necesario proteger otros
valores que se encuentran en la Constitución como son la protección de los derechos
fundamentales al trabajo, y a la familia, protección a la libertad personal que implica el
reconocimiento de un mínimo de recursos para la existencia personal y familiar que
constituye la frontera a la presión fiscal individual, todo complementado con los principios
del Estado Social, que no deben ser antagónicos a los de las libertades personales y
patrimoniales sino moderadores de ellas.” Ante todo, es importante recordar que en la
sentencia C-643 de 2002 la Corte estableció que la equidad, eficiencia y progresividad
tributarias hacen alusión al sistema en su conjunto y en su contexto, y no a un determinado
tributo aisladamente considerado: “Estos principios constituyen los parámetros para
determinar la legitimidad del sistema tributario y, como ha tenido oportunidad de precisarlo
esta Corporación, se predican del sistema en su conjunto y no de un impuesto en
particular”. (Corte constitucional, Sentencia 776 de 2003).

5. PRINCIPIO DE EFICIENCIA TRIBUTARIA

El principio de eficiencia se refleja tanto en el diseño de los impuestos por el legislador,


como en su recaudo por la administración. En efecto, en cuanto al diseño de las normas
tributarias, el artículo 363 Superior –según el cual “[e]l sistema tributario se funda en los
principios de equidad, eficiencia y progresividad”– tiene aplicación, por lo menos, a (i) la
función del legislador de “establecer contribuciones fiscales” (num. 12 del art. 150 de la
C.P.); y (ii) a la disposición constitucional según la cual “[l]a ley, las ordenanzas y los
acuerdos deben fijar, directamente, los sujetos activos y pasivos, los hechos y las bases
gravables, y las tarifas de los impuestos”. En cuanto al recaudo, el artículo 363 Superior
abarca, al menos, (i) la responsabilidad del Presidente de la República de “[velar por la
estricta recaudación y administración de las rentas y caudales públicos” (num. 20 del art.
189 de la C.P.); y (ii) la de los gobernadores de “[velar por la exacta recaudación de las
rentas departamentales” (num. 11 del art. 305 de la C.P.).

En cuanto a su diseño, un impuesto es eficiente en la medida en que genera pocas


distorsiones económicas. También lo es, aunque desde otro punto de vista, el impuesto
que permite obtener la mayor cantidad de recursos al menor costo posible. En el primer
caso, se toma en consideración el impacto general que produce una carga fiscal sobre el
escenario económico mientras que en el segundo se valora exclusivamente los resultados
de la carga fiscal en cuestión. En cuanto a su recaudo, la eficiencia mide qué tantos
recursos logra recaudar la administración bajo las normas vigentes. La Corte ha
interpretado, por otra parte, que el principio de eficiencia tributaria no sólo se concreta en el

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logro de un mayor recaudo de tributos con el menor costo de operación posible, sino que
también “se valora como un principio tributario que guía al legislador para conseguir que la
imposición acarree el menor costo social para el contribuyente en el cumplimiento de su
deber fiscal (gastos para llevar a cabo el pago del tributo)”.

El ámbito del control de la Corte Constitucional sobre las distorsiones económicas que
pueda generar un impuesto o sobre el potencial que éste tiene en tanto que fuente de
recursos o sobre la eficiencia de la administración en relación con su recaudo, es limitado.
En efecto, como ya se indicó, el legislador dispone en materia tributaria de “la más amplia
discrecionalidad” en materia impositiva, lo cual le permite definir, en el marco de la
Constitución, no sólo los fines de la política tributaria sino también los medios que estime
adecuados para alcanzarlos. De esta forma, la Corte Constitucional no está llamada, en
principio, a pronunciarse, por ejemplo, sobre la amplitud que debe tener la base gravable
de un impuesto ni sobre su régimen tarifario óptimo ni sobre los requisitos que deben
garantizar su adecuado recaudo.

Respecto de la eficiencia del sistema tributario, la Corte ha ejercido su facultad de controlar


la constitucionalidad de las normas impositivas puestas bajo su conocimiento,
principalmente, con base (i) en la ponderación de los fines que éstas persiguen y de los
medios de los que se valen para tal efecto, a la luz de los parámetros constitucionales; y (ii)
en el análisis de las implicaciones que tiene para el sistema tributario la adopción de
medidas que, si bien pueden favorecer el principio de la eficiencia en el corto plazo,
generan consecuencias negativas para la realización de dicho principio tributario en el
largo plazo. (Corte constitucional, Sentencia C-776 de 2003).

6. PRINCIPIO DE IGUALDAD

Por otra parte, la Corte ha señalado que el principio constitucional de igualdad debe ser
respetado por el legislador al momento de crear nuevas obligaciones tributarias, lo cual
conlleva el deber de tomar en consideración las diferencias de hecho existentes en la
sociedad para no profundizar, con la medida impositiva, las desigualdades existentes: “de
profunda raigambre democrática, el principio de igualdad constituye claro límite formal y
material del poder tributario estatal y, por consiguiente, las reglas que en él se inspiran se
orientan decididamente a poner coto a la arbitrariedad y a la desmesura”.

La Corte también se ha pronunciado sobre el tema de las disposiciones tributarias en


función del derecho a la igualdad, es decir, en atención a si un beneficio tributario de esta
naturaleza resulta discriminatorio. Una lectura integrada de la jurisprudencia constitucional,
evidencia que el análisis de este asunto, parte del reconocimiento de que “[s]i el Congreso
tiene autoridad suficiente para establecer impuestos, tasas y contribuciones, señalando los
hechos en que se fundamenta su obligatoriedad, las bases para su cálculo, los sujetos
contribuyentes, los sujetos activos y las tarifas aplicables, es natural que goce del poder
suficiente para consagrar exenciones y otras modalidades de trato a los contribuyentes,
por razones de política económica o para realizar la igualdad real y efectiva, a partir de la
iniciativa del Gobierno (art. 154 C.P.). [En el mismo sentido] la decisión de restringir o

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eliminar una exención equivale a la decisión de gravar algo que no estaba gravado, o que
lo estaba de manera diferente, lo que significa que hace parte de la potestad impositiva del
Estado, atribuida por la Constitución al Congreso”.

Ahora bien, “[l]a igualdad exige el mismo trato para los entes y hechos que se encuentran
cobijados bajo una misma hipótesis”, en tanto que garantía de no discriminación. De
acuerdo con este criterio, la Corte ha declarado la inconstitucionalidad o la
constitucionalidad condicionada de normas tributarias, por ejemplo, las que prevén
exenciones que no responden a un criterio objetivo de diferenciación y que por lo tanto
resultan discriminatorias. Según esta Corporación, “[s]i el legislador grava con un impuesto
un hecho, acto o negocio, por ser precisamente indicativos de riqueza actual o potencial,
no puede dejar de hacerlo ante situaciones semejantes o equiparables, salvo que militen
razones poderosas de política fiscal o fines extra-fiscales relevantes, siempre que, en este
último caso, los mismos estén al servicio de bienes protegidos por la Constitución o de
metas ordenadas por ella. || La Corte no excluye que algunas exenciones o beneficios
fiscales tengan una justificación atendible y puedan por lo tanto adoptarse. Lo que se
quiere significar es que sólo pueden introducirse como instrumentos dirigidos a configurar
materialmente la carga tributaria de manera técnica, justa y equitativa. Por el contrario,
cuando la exención o beneficio fiscal, no tiene razón de ser distinta de la mera acepción de
personas, ella se presenta contraria a la generalidad del tributo y, frente a los obligados
que se encuentran en la misma relación con el hecho imponible, como clara afrenta al
principio de igualdad en la carga tributaria. || El deber cívico de contribuir con el erario, con
arreglo a la capacidad económica y en los mismos términos fijados por la ley, se predica
por igual de las personas que se encuentran en la misma situación contemplada por la
norma. En este caso, el indicio de inequidad surge de limitar el alcance de una exención a
un concepto que también cabe predicar de otro sujeto que, sin embargo, se excluye del
beneficio fiscal. La Corte debe precisar si la exclusión del mencionado beneficio tiene una
razón de ser que la haga admisible. De lo contrario, será patente la violación del principio
de igualdad en la carga tributaria”.

A la luz de este criterio, la Corte ha declarado la inexequibilidad de ciertas normas relativas


al IVA, por ejemplo, cuando conceden beneficios a un universo de contribuyentes al tiempo
que lo niegan a otro universo que se encuentra en igualdad de condiciones como
contribuyentes. También ha declarado ajustadas a la Constitución normas del régimen de
IVA, como algunas exclusiones de la base del tributo referentes a servicios básicos, como
la salud, en razón a que éstas se justificaron en aras de alcanzar la igualdad real y efectiva
en un Estado Social de derecho. Para el caso que ocupa la atención de la Corte en esta
oportunidad, el principio de igualdad resulta relevante por cuanto uno de los elementos del
problema jurídico constitucional expresado en el acápite… de esta providencia se refiere a
la eliminación de una serie de exenciones o exclusiones del IVA cuya finalidad era la
promoción de la igualdad real y efectiva en un Estado Social de Derecho. (Corte
constitucional, Sentencia C-776 de 2003).

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7. DEBER DE CONTRIBUIR

Los impuestos tienen su origen en el precepto Constitucional según el cual todos los
nacionales están en el deber de contribuir al financiamiento de los gastos e inversiones del
Estado dentro de los conceptos de justicia y equidad (artículo 95, numeral 9º de la
Constitución Política de Colombia)

Como el sistema tributario colombiano se ajusta al principio constitucional de legalidad, la


facultad impositiva radica en el órgano legislativo del poder público, así lo expresan los
numerales 11 y 12 del art. 150 de la carta constitucional, que enuncian la responsabilidad
del Congreso de establecer las rentas nacionales, fijar los gastos de la administración,
determinar contribuciones fiscales y, excepcionalmente, contribuciones parafiscales, en los
casos y condiciones que establezca la ley.

El art. 338 de la Constitución Nacional señala: “En tiempos de paz, solamente el Congreso,
las asambleas departamentales y los concejos distritales y municipales podrán imponer
contribuciones fiscales y parafiscales.

Sólo en casos de excepción, como el referido en el art. 215 de la Carta, es decir, cuando
sobrevengan estados que perturben o amenacen perturbar en forma grave e inminente el
orden económico, social y ecológico del país, o que constituyan grave calamidad pública,
podrá el Presidente con la firma de todos los ministros, dictar decretos con fuerza de ley,
destinados exclusivamente a conjurar la crisis y a impedir la extensión de sus efectos. En
estos casos el gobierno, si a bien lo considera, previa la declaratoria de perturbación podrá
mediante decretos legislativos y protempore establecer contribuciones fiscales, siempre
que ellas sean necesarias para conjurar la perturbación económica. Las medidas dejarán
de regir al término de la siguiente vigencia fiscal, salvo que el Congreso, durante el años
siguiente, le otorgue carácter permanente.

La iniciativa para la expedición de normas en materia fiscal no es absoluta e ilimitada a


favor del Congreso de la república, porque las leyes referidas a exenciones de impuestos,
contribuciones y tasas nacionales sólo se pueden decretar por iniciativa del ejecutivo. Es
decir, para la creación de impuestos tasas y contribuciones, la iniciativa puede provenir del
Congreso o del Gobierno, pero para decretar exenciones sobre las mismas, la iniciativa
legislativa es exclusiva del Gobierno.

Cabe anotar que la facultad que tienen los municipios, en cabeza de sus alcaldes, de
presentar proyectos de acuerdo y el de los gobernadores de presentar proyectos de
ordenanzas, para ser aprobados por el concejo municipal y las asambleas
departamentales son inconstitucionales si, en dicho acto, se tiene por objeto crear o
modificar un impuesto del orden nacional sin ninguna ley que los faculte para ello.

El numeral 9 del art. 95 de la Constitución Nacional estipula los deberes y obligaciones de


todas las personas y ciudadanos ante la Constitución y la ley concretamente “contribuir al
funcionamiento de los gastos e inversión del Estado dentro de los conceptos de justicia y
equidad”, es decir, como fuente de la obligación tributaria y, por ende, cuando una persona

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natural o jurídica presenta una declaración tributaria, está simplemente cumpliendo con lo
preceptuado por la Constitución.

Los tributos son tan antiguos como el hombre, su origen se remonta a los albores de la
humanidad y su aparición obedece a la religión y/o a la guerra y el pillaje.

El aspecto religioso, es al parecer, el más remoto de los orígenes de los tributos, sus
motivaciones no son otras que la necesidad del hombre paleolítico de atenuar sus temores,
calmar a los dioses o manifestarle su agradecimiento mediante ofrendas en especie y
sacrificios de seres humanos o animales.

En las diferentes organizaciones sociales de la antigüedad surge la clase sacerdotal y cada


uno de sus miembros “… no trabajaba como el resto del grupo. Vivía de las ofrendas que
el pueblo hacía a sus divinidades”.

Al evolucionar la sociedad, dichas ofrendas se tornaron obligatorias y la clase sacerdotal


se volvió fuerte y poderosa, llegando a ser la principal latifundista del mundo medieval,
ejerciendo gran influencia sobre las monarquías conjuntamente con la clase de los
guerreros o militares con la cual en ocasiones se confundía, como el caso de las huestes
guerreras promovidas por la iglesia conocidas como las cruzadas a la Orden de los
Templarios, organización fundada en 1119 para defensa y protección de los peregrinos que
viajaban a Jerusalén, después en Europa llegaron a conformar uno de los poderes
económicos más importantes por sus posesiones, convirtiéndose en un centro financiero
dedicado al préstamo de capital hasta el año 1311 cuando fue abolida por el concilio de
Viene, se condenaron sus dirigentes y empezaron a expropiarse sus bienes por las
coronas de Francia y Castilla.

En Colombia hacia 1820 bajo el gobierno de Francisco de Paula Santander se toma el


modelo ingles y se establece la contribución directa, pero no fue viable en la práctica
debido a las continuas guerras civiles y solo hasta 1918 se logra establecer el impuesto a
la renta. Hacia 1887 en vigencia de la Constitución anterior a la vigente el presupuesto
estimado de los impuestos para el país sumaba 19 millones y medio. Nuestros impuestos
han sufrido múltiples reformas a lo largo de los años, antes y después de la recopilación de
las normas tributarias contenidas en el Estatuto Tributario o decreto 624 de 1989, al punto
de existir periodos presidenciales en los cuales se han dado hasta 4 reformas tributarias.
La ultima que tenemos es la ley 863 DE 2003.

Hablando de la relación de los tributos con otras normas, tenemos que mencionar que
tiene concordancia con el derecho constitucional, administrativo, internacional público,
penal, laboral, civil y comercial y con otras ciencias como la contable, la hacienda pública,
la economía, la política, la sociología, la informática, la administración, la historia, la
geografía, la cronología y la ética. Como se puede apreciar tal vez con la que más cercanía
guarda es con el derecho, ya que este en el plano constitucional define las competencias
para establecer los tributos, los órganos encargados de ejecutarlo y los encargados de
dirimir las controversias entre Estado y contribuyentes. El derecho administrativo define la
manera como se resuelven los conflictos Estado ciudadanos, los órganos del poder
público, las competencias, las ritualidades de los procesos y las relaciones económicas
con los particulares. Con el derecho internacional público por los tratados que puedan
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firmarse con otros Estados y que tienen el carácter de supranacionales de obligatorio
cumplimiento y en general la relación entre Estados en materia tributaria y aduanera. Con
el derecho penal por que algunas situaciones que se ventilan en el sistema tributario
pueden tomar connotaciones penales, tales como el uso fraudulento de cedulas, la
apropiación de dineros del Estado y el contrabando. Con el derecho laboral por que dada
la importancia que tiene para la vida social y económica del Estado debe ser intervenido,
tal es el caso del no reconocimiento de las deducciones y costos laborales si no se acredita
el pago de los aportes parafiscales. Con el derecho civil ya que este regula las actuaciones
de los particulares y muchas de estas actuaciones implican acusación de impuestos, tal es
el caso de la celebración de contratos, la fuerza mayor, el agente oficioso, etc. Con el
derecho comercial ya que este regula los actos de comercio y las obligaciones de los
comerciantes como por ejemplo llevar contabilidad.

Podría decirse que con las otras ciencias, con la que mayor relación tiene es con las
ciencias contables, de hecho la contabilidad es muchas veces la prueba reina en procesos
tributarios y permite ejercer el control del contribuyente y de terceros, su importancia es tal
que el mismo art. 15 de la C.N., consagra la facultad estatal de revisar los libros de
contabilidad. Con la Hacienda Pública porque allí se regula los ingresos del Estado y la
manera de distribuirlos, a fin de precisar los parámetros macroeconómicos en que se va a
mover el Estado dentro del plan de gobierno, ya que la mayor parte de los ingresos del
país son de origen tributario. Con las ciencias económicas ya que lo tributario determina
variables como ingresos, gasto público, presupuesto, etc. Con la política por que quien
gobierna un pueblo busca que los recursos se destinen a satisfacer las necesidades de la
sociedad. Con la sociología ya que los fenómenos sociales inciden en la actividad
económica, por ejemplo el porqué de la conducta de la evasión y la elusión. Con la
informática ya que los sistemas de información apoyan en gran medida a la tributaria, de
hecho el control se hace con base en cruces de información a nivel nacional. Con la
Administración ya que cada vez más la gerencia debe involucrarse en la planeación
tributaria, mucho más desde el 2003, cuando los representantes pueden ser sancionados
como consecuencia de los actos que llevan a una sociedad a ser sancionada
tributariamente. Con la historia ya que la civilización humana ha sido influenciada a lo largo
de la historia por muchos hechos tributarios. Con la geografía por que los hechos
económicos se suceden en un territorio que puede definir jurisdicción o acusación de un
impuesto como el caso de la extraterritorialidad del impuesto. Con la cronología por que los
hechos económicos deben ser evaluados a la luz de la normatividad vigente en cada
momento, nada mas importante en materia tributaria para el control y el desarrollo de los
procesos. Con la ética ya que el ciudadano debe cumplir con su deber de solidaridad
contributiva y el Estado con el de redistribución del ingreso, ambos de manera éti

1. ¿Por qué debemos pagar tributos?

Todos los ciudadanos tenemos el deber constitucional de contribuir al financiamiento de los


gastos e inversiones del Estado dentro de conceptos de justicia y equidad. (Constitución
Política de Colombia artículo 95 numeral 9)

El pago de tributos constituye un deber ciudadano indispensable para una redistribución


del ingreso y para alcanzar los propósitos de una sociedad justa y equitativa.

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2. La justicia y equidad como principios tributarios

Un sistema tributario es conjunto de principios, reglas y normas legales relativas a los


tributos, vigentes en un país en una época o momento determinado.

Cuando las normas no están precedidas de principios, o no tienen la debida armonía o


cumplen con los requisitos de un verdadero sistema, se le califica de un “simple
régimen tributario”. Para que exista un sistema tributario se necesita el cumplimiento
de los siguientes requisitos:

Reconocimiento de principios. Codificación de las normas tributarias. Administración


tributaria especializada. Jueces imparciales que diriman las controversias. Existencia de un
“estatuto del contribuyente”, que señale sus derechos, obligaciones y deberes tributarios.

Bajo el principio de justicia, el Estado no puede aspirar a que al contribuyente se le exija


más de aquello con lo que la misma ley ha querido que coadyuve a las cargas públicas de
la Nación.

Por otro lado, el principio de equidad se entiende como la obligación de gravar en igual
forma a todos los sujetos que se encuentren en la misma condición (igualdad entre los
iguales).

3. ¿Qué son los tributos?

Son sumas de dinero que la Constitución Política autoriza al Estado para cobrar a los
particulares con el fin de sufragar sus gastos.

Los gastos del Estado se clasifican en: inversión, financiación e inversión.

Los recursos públicos son los ingresos en la tesorería del estado, cualquiera sea su
naturaleza jurídica o económica. Estos recursos se clasifican en:

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8. PRINCIPIO DE IRRETROACTIVIDAD

Uno de los principios más elementales que rigen la aplicación de la ley es su


irretroactividad, que significa que esta no debe tener efectos hacia atrás en el tiempo; sus
efectos solo operan después de la fecha de su promulgación.

Sobre ese respecto, la Corte constitucional en Sentencia No. C-549/93 ha expresado


lo siguiente:

(…)
3 Naturaleza jurídica del principio de irretroactividad de la ley

Desde los canonistas antiguos -V.gr. Pedro Lombardo-, se consideraba que, para que una
ley fuese retroactiva, debía tener unas razones muy especiales que ameritaran tal efecto
extraordinario. Los estudiosos del derecho canónico estimaban la irretroactividad como
derecho divino, al paso que la retroactividad era de derecho humano.

La irretroactividad nace en el derecho romano y se extiende luego por el mundo,


convirtiéndose en un principio de aplicación de la ley aceptado universalmente; es decir,
válido en todos los tiempos y en todos los lugares.

Hay que plantearse tres interrogantes acerca de la irretroactividad de la ley: en primer


lugar, cuál es su fundamento; en segundo lugar, cuál es su esencia y, en tercer lugar, cuál
es su finalidad. Así puede darse un concepto nítido sobre la naturaleza jurídica del principio
de irretroactividad.

3.1 Fundamento de la irretroactividad

El fundamento es la base sobre la cual se asienta o estriba una realidad, y cuando se


pregunta cuál es la base que funda la realidad jurídica del principio de irretroactividad, se
observa que es la necesidad de dar estabilidad al ordenamiento jurídico. Porque sin el
mencionado principio se presentan confusiones sobre la oportunidad de regulación, de
suerte que en muchas ocasiones con una conveniencia presente se regulaba una situación
pasada, que resultaba exorbitante al sentido de la justicia, por falta de adecuación entre el
supuesto de hecho y la consecuencia jurídica.

“En general -escribe Valencia Zea-, el efecto retroactivo está prohibido por razones de
orden público. Las personas tienen confianza en la ley vigente, y conforme a ella celebran
sus transacciones y cumplen sus deberes jurídicos. Dar efecto retroactivo a una ley
equivale a destruir la confianza y seguridad que se tiene en las normas jurídicas. Además
especialmente cuando se trata de la reglamentación de toda una institución jurídica, existe
verdadera imposibilidad para regular el efecto retroactivo”. A. VALENCIA ZEA. Derecho
Civil. Tomo I. Bogotá, Temis, 1989. p. 184.

El orden público exige, en materia tributaria, la existencia del principio de irretroactividad. Y


lo tiene que exigir, porque la noción de orden es la armonía de las partes entre sí y de
éstas con el todo. Y no puede haber armonía si no existe adecuación jurídica y sentido de

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oportunidad de la ley en su aplicación en el tiempo. Si la eficacia de una norma es fuera de
oportunidad, es inadecuada, y al serlo se torna en inconveniente; y lo que es contrario al
principio de conveniencia regulativa es también contrario, por lógica coherencia, al orden
público, pues éste riñe con toda falta de armonía.

El tiempo, dimensión necesaria para el entendimiento humano, determina siempre, directa


o indirectamente, el sentido de la oportunidad normativa. Es evidente que la ley tributaria
debe tener una eficacia tempora; de ahí que, sobre todo cuando se impone una obligación
de hacer, el aspecto temporal es substancial, y entonces el acto de retrotraer
abstractamente los efectos reales a situaciones de hecho, que en su momento generaron
consecuencias jurídicas proporcionadas a las circunstancias de tiempo, modo y lugar,
equivale a otorgar un efecto no adecuado a la verdadera causa.

Igualmente, la seguridad jurídica es requisito para la configuración del orden público. Si no


hay una estabilidad en cuanto a la consecuencia jurídica, obviamente no pueden los
destinatarios de la ley estar gozando del derecho a la seguridad. La incertidumbre ante la
actuación del Estado impide la seguridad debida a cada uno de los asociados. Si la ley
tributaria modifica situaciones jurídicas definidas por el mismo legislador, sin una finalidad
de favorabilidad en cuanto a las cargas tributarias, por ejemplo, incurre, no sólo en una
contradicción, sino en el desconocimiento del derecho adquirido y legítimamente
constituido. La consecuencia, entonces, es que la actividad del legislador estatal deja de
cumplir con una finalidad esencial a su razón de ser: la seguridad y tranquilidad de los
asociados.

3.2 La esencia de la irretroactividad

La esencia del principio de irretroactividad de la ley tributaria es la imposibilidad de señalar


consecuencias jurídicas a actos, hechos o situaciones jurídicas que ya están formalizados
jurídicamente, salvo que se prescriba un efecto más perfecto tanto para el sujeto de
derecho, como para el bien común, de manera concurrente, caso en el cual la
retroactividad tiene un principio de razón suficiente para operar. Pues lo imperfecto siempre
se sujeta a lo más perfecto, dada la naturaleza perfectible de la legalidad.

3.3 La finalidad de la irretroactividad

Es el sentido teleológico del principio, es decir, el para qué existe. La respuesta es para dar
seguridad al ordenamiento jurídico. Al respecto son pertinentes las anotaciones que trae
Juan José Soler en la Enciclopedia Jurídica Omeba:

“La irretroactividad de la ley es una medida técnica escogida para dar seguridad al
ordenamiento jurídico. Su zona ontológica no está, pues, en la filosofía jurídica sino en la
jurisprudencia o ciencia del derecho (…). La irretroactividad es dentro de la técnica jurídica,
un principio de aplicación más que de interpretación previa. La interpretación y la
aplicación son operaciones de tracto sucesivo (…). Un error corriente que conviene disipar,
es el de considerar a la irretroactividad como un principio que solo sirve al interés privado.
Esto explica su inclusión en casi todas las constituciones del mundo entre las garantías y
derechos individuales. Pero sin negar su importancia en el Derecho Privado, resalta su
trascendencia en el derecho público. Sirve al individuo pero también a la colectividad,
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acaso en mayor grado, porque tiende a dar firmeza al ordenamiento jurídico, que es de
carácter social.

“La irretroactividad es un principio que reza con la relación jurídica, la cual es siempre
intersubjetiva. De donde resulta un pleonasmo, decir que a la ley no hay que darle efecto
retroactivo en perjuicio de persona alguna, como se lee en el derecho mexicano, porque
los beneficios o perjuicios de una retroacción, recaen exclusivamente sobre las personas,
que son los sujetos activos y pasivos en todo negocio jurídico, y nunca sobre las cosas.

“La irretroactividad puede estar consignada en la ley fundamental o en las leyes ordinarias.
En el primer caso se dice que es constitucional, y, en el segundo, meramente legislativa.
La diferencia salta a la vista. En la irretroactividad constitucional, las restricciones, si las
hay, son permanentes -dura lo que dura la ley fundamental- en tanto que en la
irretroactividad legislativa, las condiciones son variables y quedan sometidas al libre criterio
del legislador”.ENCICLOPEDIA JURIDICA OMEBA. Voz Irretroactividad. Tomo XVI. Buenos
Aires. Editorial Bibliográfica Argentina, 1962. p. 881.

La naturaleza jurídica del principio de irretroactividad es la premisa según la cual, en la


generalidad de las circunstancias se prohíbe, con base en la preservación del orden
público y con la finalidad de plasmar la seguridad y estabilidad jurídicas, que una ley tenga
efectos con anterioridad a su vigencia, salvo circunstancias especiales que favorezcan,
tanto al destinatario de la norma como a la consecución del bien común, de manera
concurrente.

Lo anterior indica que no se trata de un principio absoluto, pues el universo jurídico no


admite posiciones de tal carácter, por ser una coordinación de posibilidades racionales. La
racionalidad exige, pues, antes que formas únicas e inflexibles, una sana adecuación de la
forma jurídica al contenido material que se ha de ordenar.

Es por ello que el principio de irretroactividad no riñe con la necesidad de mutaciones


normativas, que impiden la petrificación de un orden jurídico que ha de ser dinámico, y que
en materia tributaria debe amoldarse a las exigencias de la equidad tributaria, en el sentido
de ajustar a las condiciones y circunstancias actuales tanto el valor de las deudas, como
otros factores determinables por la realidad fiscal del momento, sin que esto implique el
desconocimiento de situaciones jurídicas definidas de acuerdo con la ley, ni la vulneración
de los derechos adquiridos. Al respecto, la jurisprudencia de esta Corporación es clara. En
efecto en la Sentencia C-511 de 1992, con ponencia del Magistrado Dr. Eduardo Cifuentes
Muñoz, la Corte señaló:

“En principio la Constitución no establece una proscripción de los perjuicios que puedan
atribuirse a las mutaciones legislativas, de otra parte necesarias y permanentes. Si bien el
ordenamiento constitucional garantiza los derechos adquiridos con arreglo a las leyes
civiles, los cuales no pueden ser desconocidos ni vulnerados por leyes posteriores
(Constitución Política, artículo 58), ellos se circunscriben a las situaciones jurídicas
individuales, subjetivas o concretas, creadas o consolidadas bajo el imperio de la ley
(Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Magistrado Ponente Dr.
Jacobo Pérez Escobar)”.

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9. PRINCIPIO DE LEGALIDAD

Este principio determina que todo tributo debe ser establecido por ley, "no hay
obligación tributaria sin ley que la establezca".
Nuestra Constitución establece en el Artículo 338:
"En tiempo de paz, solamente el Congreso, las asambleas departamentales los
concejos distritales y municipales podrán imponer contribuciones fiscales o
parafiscales". Es decir que todo los impuestos tanto municipales, departamentales
como naciones están fundamentados con una ley, decreto u ordenanza, de pendiendo
de quien la expida. De esta manera se dice que todos los impuestos están bajo este
principio ya que todos tienen una base jurídica los cuales lo soportan para su
implementación y posterior aplicación.
4. Elementos de los tributos (principio de legalidad)

La Ley (aplicable en todo el país), las ordenanzas (aplicable en todo el departamento) y los
acuerdos (aplicable en todo el municipio) deben fijar directamente:

• Sujeto Activo

• Sujeto Pasivo

• Hecho Generador

• Base gravable

• Tarifa

Todo tributo para que nazca a la vida jurídica debe cumplir con estos requisitos porque de
lo contrario estría en contra de lo dispuesto por la Constitución Política. (Constitución
Política artículo artículo 338)

5. Clases de tributos y sus características

Los tributos se clasifican en impuestos, tasas y contribuciones.

a) Tasas: el Estado cobra un precio por un bien o servicio ofrecido; el ciudadano tiene un
beneficio directo e inmediato por lo que paga y el ciudadano tiene la opción de adquirir o
no el bien o el servicio.

b) Contribuciones: Surge de la realización de obras públicas o actividades estatales; hay


un beneficio directo para la persona que cancela el tributo; se paga proporcionalmente al
beneficio obtenido y se clasifican en fiscales y parafiscales.

c) Impuestos: Se cobran a todo ciudadano; el ciudadano no tiene un beneficio directo e


inmediato por lo que paga; su pago no es opcional; respeta el principio de progresividad;
no se destinan a un servicio específico y se dividen en directos e indirectos.

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6. El precio público no es un tributo

Es la contraprestación que el Estado recibe por la prestación de un servicio en igualdad de


condiciones que el sector privado. El Estado ofrece un servicio como el alumbrado publico
y cobra un precio por él, al igual que lo podría hacer una empresa privada.

Se diferencia de la tasa en que no debe cumplir el principio de legalidad ya que no es un


tributo.

RECURSOS PÚBLICOS

1. Recursos tributarios

Impuestos, tasas y contribuciones

2. Recursos monetarios

Emisión de billetes y monedas

3. Recursos del crédito público

Deuda externa y deuda interna

4. Recursos de las empresas del estado

Precios que facturan las empresas del estado

5. Otros recursos

Concesiones, arriendos, donaciones, ventas de bienes.

10. PRINCIPIO UNIDAD DE MATERIA TRIBUTARIA

Tal como de manera reiterada ha sido señalado por la Corte, el principio de unidad de
materia, en su formulación más general, significa que todas las disposiciones que integran
un proyecto de ley deben guardar correspondencia conceptual con su núcleo temático, el
cual, a su vez, se deduce del título de la misma. Así, de acuerdo con el artículo 158 de la
Constitución Política, “[todo proyecto de ley debe referirse a una misma materia y serán
inadmisibles las disposiciones o modificaciones que no se relacionen con ella”, disposición
que es desarrollada en el artículo 148 de la Ley 5ª de 1992 (Reglamento del Congreso)
conforme al cual “[Cuando un proyecto haya pasado al estudio de una Comisión
Permanente, el Presidente de la misma deberá rechazar las disposiciones o
modificaciones que no se relacionen con una misma materia …”, y en el artículo 193 del
mismo estatuto, que, en consonancia con el artículo 169 constitucional, dispone que el
título de las leyes deberá corresponder precisamente a su contenido.

La jurisprudencia constitucional ha identificado tres propósitos esenciales a los que atiende


el principio de unidad de materia: (i) procurar que la aprobación de las leyes sea el

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resultado de un debate democrático, (ii) asegurar la transparencia en el proceso de
formación de las leyes, y (iii) evitar la dispersión normativa.

En relación con los dos primeros objetivos, la Corte ha señalado que:

“… el principio de unidad de materia tiene la virtualidad de concretar el principio


democrático en el proceso legislativo pues garantiza una deliberación pública y
transparente sobre temas conocidos desde el mismo surgimiento de la propuesta. Permite
que la iniciativa, los debates y la aprobación de las leyes se atengan a unas materias
predefinidas y que en esa dirección se canalicen las discusiones y los aportes previos a la
promulgación de la ley. Esa conexión unitaria entre las materias que se someten al
proceso legislativo garantiza que su producto sea resultado de un sano debate
democrático en el que los diversos puntos de regulación han sido objeto de conocimiento y
discernimiento. Con ello se evita la aprobación de normas sobre materias que no hacen
parte o no se relacionan con aquellas que fueron debatidas y se impide el acceso de
grupos interesados en lograr normas no visibles en el proceso legislativo. De este modo, al
propiciar un ejercicio transparente de la función legislativa, el principio de unidad de
materia contribuye a afianzar la legitimidad de la instancia parlamentaria.”

Se evitan así, ha señalado la Corte, “…. las incongruencias legislativas que aparecen en
forma súbita, a veces inadvertida e incluso anónima, en los proyectos de ley, las cuales no
guardan relación directa con la materia específica de dichos proyectos. Estas
incongruencias pueden ser, entonces, el resultado de conductas deliberadas que
desconocen el riguroso trámite señalado en la Constitución para convertir en ley las
iniciativas legislativas”.

Finalmente, la unidad de materia contribuye a consolidar el principio de la seguridad


jurídica porque, por un lado asegura la coherencia interna de las leyes, las cuales no
obstante que pueden tener diversidad de contenidos temáticos, deben contar siempre con
un núcleo de referencia que les de unidad y que permita que sus disposiciones se
interpreten de manera sistemática, y por otro, evita que sobre la misma materia se
multipliquen las disposiciones, en distintos cuerpos normativos, con el riesgo de que se
produzcan inconsistencias, regulaciones ocultas e incertidumbre para los operadores
jurídicos.

Con todo, la Corte ha señalado que el examen de la constitucionalidad de una norma


desde la perspectiva de la unidad de materia debe realizarse con una cierta flexibilidad,
que permita armonizar dicho principio con el principio democrático.

Tal como se puso de presente en la Sentencia C-570 de 2003, “… la Corte Constitucional


ha sido cuidadosa en advertir que la aplicación de un criterio riguroso en el control
constitucional de las leyes, para verificar su sumisión al principio de unidad de materia,
restringiría la posibilidad de desplazamiento del legislador por los diferentes temas
sometidos a su regulación; impediría la expedición de normatividades integrales y
promovería la profusión de leyes de sectorización extrema. Por esa razón, la Corte ha
precisado que “[solamente aquellos apartes, segmentos o proposiciones de una ley
respecto de los cuales, razonable y objetivamente, no sea posible establecer una relación
de conexidad causal, teleológica, temática o sistémica con la materia dominante de la
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misma, deben rechazarse como inadmisibles si están incorporados en el proyecto o
declararse inexequibles si integran el cuerpo de la ley”.

De esta manera, ha dicho la Corte, el control de constitucionalidad en relación con el


principio de unidad de materia debe realizarse a partir de un equilibrio que permita el
despliegue de la potestad de configuración legislativa, sin desconocer la necesaria
coherencia interna que deben tener las leyes.

Así, si bien de acuerdo con la jurisprudencia constitucional, la unidad de materia no


excluye la posibilidad de que en un proyecto de ley se incluyan diversos contenidos
temáticos, siempre y cuando entre ellos sea posible establecer alguna relación de
conexidad, enfatiza ahora la Corte que para determinar la intensidad del control de
constitucionalidad en relación con la unidad de materia, en ocasiones, no basta con
establecer la conexidad puramente objetiva entre tales contenidos, sino que se requiere
establecer también si el debate, de manera transparente, se desarrolló en relación con
todos ellos.

Así, cuando en un proyecto de ley se introducen distintos contenidos temáticos, la


afirmación del principio democrático y el respeto por la potestad de configuración del
legislador conducen a la conclusión de que, si existe conexidad entre los diferentes temas
y los mismos fueron expresamente presentados en el debate, el control de
constitucionalidad por violación del principio de unidad de materia debe ser flexible. Pero
cuando, no obstante que objetivamente fuese posible establecer algún tipo de conexidad
entre los contenidos de un proyecto de ley, uno de tales contenidos no hubiese sido
explícitamente presentado en el curso del debate legislativo, prima la consideración sobre
la unidad de materia, para evitar que, al amparo de una conexidad meramente temática, se
introduzcan, de manera subrepticia, materias que quedarían sustraídas del debate
democrático.

La Corte ha señalado que el debate legislativo es la oportunidad de hacer efectivo el


principio democrático en el proceso de formación de la ley, en el que concurren y participan
tanto minorías como mayorías, y que para que el mismo pueda darse, es imprescindible
que el objeto sobre el que recae, esto es el proyecto o la proposición de fórmula normativa
que va adoptarse, debe ser conocido de manera general por quienes deben discutirlo.
Precisó la Corte que el supuesto mínimo de racionalidad deliberativa y decisoria es el
conocimiento de los textos de los proyectos y de las modificaciones propuestas respecto
de los mismos. Y ya se ha dicho como la Corte, en relación con la unidad de materia
expresó que la “… conexión unitaria entre las materias que se someten al proceso
legislativo garantiza que su producto sea resultado de un sano debate democrático en el
que los diversos puntos de regulación han sido objeto de conocimiento y discernimiento.”

De allí que los requisitos de publicidad que constituyen el presupuesto del debate
legislativo no se reducen a la publicación formal del proyecto, sino que incluyen también la
necesidad de que haya claridad sobre el contenido del mismo, el cual debe hacerse
explícito desde la exposición de motivos, en las ponencias o en el curso de los debates, de
manera que sea posible diferenciar entre sus distintos componentes.

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Esto es, no basta con que una determinada disposición se publique como parte de un
proyecto más amplio, si no obstante la aparente relación de conexidad con la totalidad del
articulado, ella corresponde a una materia que no se presenta de manera explícita y sobre
la cual, por consiguiente, no se suscita debate. Se trataría de impulsar la aprobación de
una norma al amparo de su conexidad con otras, pero sin adelantar un debate sobre su
verdadero significado. En tal caso se desconocería el principio de unidad de materia,
porque el debate habría versado sobre una determinada materia y la disposición
subrepticiamente introducida, no obstante su relación general con el tema del proyecto,
respondería en realidad a una materia distinta sobre la cual no habría existido debate ni
posibilidad efectiva de que el mismo se realizase. (Corte constitucional, Sentencia C-803
de 2003)

11. PRINCIPIO DE LA BUENA FE

El principio de la buena fe es un principio constitucional que obliga a que las autoridades


públicas y a la misma ley, a que presuman la buena fe en las actuaciones de los
particulares, y obliga a que tanto autoridades públicas como los particulares actúen de
buena fe.

Recordemos lo que dice el artículo 83 de la constitución política colombiana, sobre el


principio de la buena fe:

Las actuaciones de los particulares y de las autoridades públicas deberán ceñirse a los
postulados de buena fe, la cual se presumirá en todas las gestiones que aquéllos
adelanten ante éstas.

Sobre este principio, La Corte constitucional ha realizado interesantes exposiciones, y una


de ellas contenida en la sentencia C-544 de 1994, que en su parte pertinente dice:

La buena fe ha sido, desde tiempos inmemoriales, uno de los principios fundamentales del
derecho, ya se mire por su aspecto activo, como el deber de proceder con lealtad en
nuestras relaciones jurídicas, o por el aspecto pasivo, como el derecho a esperar que los
demás procedan en la misma forma. En general, los hombres proceden de buena fe: es lo
que usualmente ocurre. Además, el proceder de mala fe, cuando media una relación
jurídica, en principio constituye una conducta contraria a la orden jurídica y sancionada por
éste. En consecuencia, es una regla general que la buena fe se presume: de una parte es
la manera usual de comportarse; y de la otra, a la luz del derecho, las faltas deben
comprobarse. Y es una falta el quebrantar la buena fe.

Teniendo en cuenta lo anterior, a primera vista, el artículo transcrito parecería inútil. ¿Por
qué se incluyó en La Constitución? Se quiso proteger al particular de los obstáculos y
trabas que las autoridades públicas, y los particulares que ejercen funciones públicas,
ponen frente a él, como si se presumiera su mala fe, y no su buena fe. En la exposición de
motivos de la norma originalmente propuesta, se escribió:
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“La buena fe, como principio general que es, no requiere consagración normativa, pero se
hace aquí explícita su presunción respecto de los particulares en razón de la situación de
inferioridad en que ellos se encuentran frente a las autoridades públicas y como mandato
para éstas en el sentido de mirar al administrado primeramente como el destinatario de
una actividad de servicio. Este mandato, que por evidente parecería innecesario, estaría
orientado a combatir ese mundo absurdo de la burocracia, en el cual se invierten los
principios y en el cual, para poner un ejemplo, no basta con la presencia física del
interesado para recibir una pensión, sino que es necesario un certificado de autoridad que
acredite su supervivencia, el cual, en ocasiones, tiene mayor valor que la presentación
personal”. (Gaceta Constitucional No. 19. Ponentes: Dr. Alvaro Gómez Hurtado y Juan
Carlos Esguerra Potocarrero. Pág 3)

Claro resulta por qué la norma tiene dos partes: la primera, la consagración de la
obligación de actuar de buena fe, obligación que se predica por igual de los particulares y
de las autoridades públicas. La segunda, la reiteración de la presunción de la buena fe de
los particulares en todas las gestiones que adelanten ante las autoridades públicas.

Es, pues, una norma que establece el marco dentro del cual deben cumplirse las
relaciones de los particulares con las autoridades públicas. Naturalmente, es discutible si
el hecho de consagrar en la Constitución la regla de la buena fe, contribuya a darle una
vigencia mayor en la vida de relación, o disminuya la frecuencia de los comportamientos
que la contrarían.

Algo que llama la atención de este principio constitucional, es que la buena fe se presume,
es decir, la ley obliga a presumir que todo el mundo actúa de buena fe, luego, si alguien
actúa de mala fe, algo muy común sobre todo en asuntos de negocios, habrá necesidad de
cuestionar esa presunción de buena fe, significando esto que es necesario entrar a probar
que la otra parte ha actuado de mala fe.

Diana Patricia Monsalve Zapata

Docente

Uniremington

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