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Autor: José Antonio Marina
Publicado en elconfidencial.com
17‐02‐2015
El concepto de “voluntad” desapareció de los libros de psicología en la primera mitad del
siglo XX, y, por contagio, también de los de pedagogía y educación. ¿Cómo es posible?
Mi verdadera vocación es la de detective cultural. En la vida de las sociedades suceden cosas
muy intrigantes que me apasiona investigar. Hace quince años decidí estudiar un caso
libros de psicología en la primera mitad del siglo XX, y, por contagio, también de los de
pedagogía y educación. ¿Cómo es posible que se hubiera esfumado el concepto que había
servido para explicar el comportamiento libre durante veinticinco siglos, y que nadie hubiera
protestado? El asunto me asombró tanto que para estudiarlo escribí un libro entero, con título
de novela policíaca: El misterio de la voluntad perdida. Descubrí que nadie había notado su
falta porque había sido sustituido por otro concepto que pareció más claro y operativo:
la motivación. La afirmación: “El comportamiento humano está dirigido por la voluntad” fue
sustituida por “El comportamiento humano está dirigido por la motivación”. Empezó entonces
una odisea que ha afectado seriamente a nuestros sistemas educativos, a la comprensión de la
conducta humana y a nuestra vida social y política.
Supongamos que la motivación dirige la conducta. Bien, entonces ¿qué sucede cuando no
estamos motivados? Pues que no podemos actuar. Y, además, que podemos echar la culpa de
nuestra inacción a quien no nos motiva. El problema educativo se convirtió en un problema
motivacional. Lo importante era motivar a los alumnos porque, de lo contrario, ¡cómo iban a
poder estudiar! Pero esto supone una dependencia de la fuente de motivación. No es de
extrañar que haya aparecido una industria de la motivación: consejeros
motivacionales, coaching motivacional, oradores motivacionales. Una especie de anfetaminas
de uso legal.
Recuerdo una historia que contaba Antonio Machado. Un maestro llama a un alumno a la
pizarra, y le lee una frase: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. A
continuación le ordena: “Póngame esto en lenguaje poético”. El alumno, con muy buen tino,
escribe: “Lo que pasa en la calle”. Pues bien, “motivación”, puesto en lenguaje poético,
significa “tener ganas de hacer algo”. Lo que estamos aceptando como dogma de fe es que si
no tengo ganas de hacer una cosa no es que no la quiera hacer, es que no puedo hacerla. Y
esto es radicalmente falso, moralmente destructivo, y ha emponzoñado toda nuestra relación
educativa. Juzguen por sí mismos. ¿Hacen sólo lo que tienen ganas de hacer? Rotundamente,
no. Hacen, por de pronto, cosas para las que no están motivados, pero que consideran que son
buenas o conveniente o útiles a largo plazo. En la vida real no aceptamos esa omnipotencia de
la motivación que estamos enseñando en la escuela. Supongan que se les estropea un grifo,
llaman al fontanero –que les hace una chapuza– y que cuando van a protestarle les dice: “Lo
siento, pero ese día no estaba motivado para arreglar grifos”. ¿Qué le dirían? ¡Claro que es
ideal hacer las cosas con ganas! Ortega decía: “¡Es triste tener que hacer por deber lo que
podríamos hacer por entusiasmo!”. Pero las ganas son un fenómeno afectivo que no
dominamos y en el que, por lo tanto, no podemos fundamentar nuestro comportamiento.
Una noción perezosa
Es verdad que había razones para eliminar el concepto de “voluntad”. Por de pronto, era una
idea usurpada por regímenes dictatoriales, que ponían todo el énfasis en ella. Recuerden que
la fantástica película de Leni Riefenstahl sobre el congreso del partido nazi en Nuremberg se
titulaba Triumph des Willens, el triunfo de la voluntad. Además, “voluntad” era una noción
perezosa, que parecía explicar más de lo que explicaba. Se decía, por ejemplo, que la voluntad
era como un músculo que había que entrenar. Lo malo es que para entrenar ese músculo hacía
falta ya mucha voluntad. Me sorprendió mucho la afirmación de Arnold M. Washton, un
especialista en el tratamiento de adicciones, pero acabé dándole la razón. Decía: “Hay que
tener mucho cuidado cuando recomendamos al drogodependiente que tenga fuerza de
voluntad. Lo que impide muchas veces recuperarse a un adicto es confiar exclusivamente en la
voluntad. Esta no es suficiente porque surge del mismo modo de pensar que causa la adicción:
la creencia en que hay una “solución rápida” para todo. La voluntad no funciona como un
interruptor, sino como un complejo hábito”.
Por eso me parece que la noción de “voluntad” se ha convertido en un concepto perezoso.
Algo así como el comodín que se saca en el póquer para completar una jugada. Había, pues,
razones para expulsar el concepto de “voluntad” del campo de la psicología. Pero ya advertí en
mi lejano libro que necesitamos un verdadero sustituto, que no era la motivación. Pues bien,
ha llegado. Se trata de las funciones ejecutivas del cerebro, un hallazgo de la neurología que
puede cambiar nuestra percepción de la enseñanza. Para simplificar, las llamo el “factor E”. Y,
como titula la revista Newsweek en portada, es “la competencia escolar que importa más que
el cociente intelectual”. El psicólogo Adam Cox, autor de No Mind Left Behind, escribe: “El
conocimiento del factor E supone una revolución en el modo de educar a niños y
adolescentes”. James Heckman, premio Nobel de Economía, tras estudiar los programas
educativos que han tenido éxito, detecta la importancia decisiva del factor E.
Las funciones ejecutivas –que permiten dirigir toda la poderosa maquinaria cerebral hacia
metas lejanas, administrar la atención, gestionar las emociones y las motivaciones, tomar
decisiones y mantener el esfuerzo– se consolidan durante la adolescencia, momento en que
maduran los lóbulos frontales, que son su sede neuronal. El próximo martes les explicaré más
detalladamente en qué consisten, pero hoy quiero invitarles a participar en el seminario online
sobre el desarrollo del talento adolescente que voy a dirigir en la Fundación UP. Creo que en
este momento nuestro grupo de investigación, que trabaja desde la cátedra que dirijo en la
Universidad Nebrija, está a la cabeza en este campo de investigación, y queremos darlo a
conocer. Otros sueñan con ganar la Copa de Europa. Yo sueño con desbancar a Harvard en
temas educativos. Y, además, low cost. Pueden inscribirse en Universidad de padres. Así, al
mismo tiempo que se enteran, nos ayudan.