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El oficio del escritor en Museo de limeñadas

Richard Andres Rimachi Ccoyllo

Ramon Rojas y Cañas, uno de los escritores costumbristas más mordaces y contradictorios,
publica en 1853 su libro de cuadro de costumbres. Este suceso es peculiar debido a la
amplia producción periodística y literaria en diarios y revistas, y si bien Rojas también
publicó varios artículos en El Comercio, es quien instaura en el corpus peruano
decimonónico uno de los textos integrales del costumbrismo en forma de libro.

En el siglo XIX, bajo los años del Romanticismo, las reflexiones a nivel de Hispanoamérica
sobre la condición del escritor o literato aparecen en textos como El periquillo sarniento
(José Fernández de Lizardi), y en el Perú se encuentra en los prólogos de Museo de
limeñadas. En sus primeras páginas se puede reconocer la configuración del sector laboral
del escritor y su producción textual, el cual es insertado en el mercado. Por esta razón dirige
al lector los paratextos.

Para comprender la situación de Rojas y Cañas en su oficio, es necesario observar el


panorama laboral de sus compañeros y el pragmatismo de sus recursos estéticos:

es en estos textos [cuadros y artículos de costumbres] que las figuras satíricas se emplean de un
modo más ácido, no solo a través del estilo particular de cada uno de los escritores, sino
también por la complejidad de las metáforas que plantean y porque en este periodo se gestará
un importante recurso que será recurrente en la prensa de fines de siglo que estudiamos: colocar
al lector en un lugar privilegiado, a manera de espectador, que les permite figurar las lecturas y
ser el principal espectador de los cuadros [corchetes añadidos] (Portillo, 2014, p. 57).

El lector no solo es el enunciatario, sino que se repara en ellos de modo que el estilo de los
costumbristas ayuda a facilitarles la lectura y a visualizar las imágenes o historia que
presentan. Rojas no es ajeno a este fenómeno, sino que desde el inicio de su libro es
consciente de estas estrategias.

Antes de analizar los prólogos, es revelador considerar el anuncio publicitario de este libro
en El Comercio en una propaganda del 6 de octubre de 1853. De él, se dice lo siguiente:

Por vez primera, Ramón Rojas y Cañas desnuda temores, dudas prudentes, apelando a los
amigos para impulsar la edición; disfrazando de presentimiento las bondades de su trabajo, se

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reclama escritor, escritor empresario. Ofrece un precio razonable (el costo de suscripción a El
Comercio también era de 20 reales) y un servicio de entrega en casa. Los méritos explícitos: ser
obra inaugural en su género, ilustrada y nacional. Invirtió tiempo y dinero en avisos diarios,
colocó su publicación en establecimientos importantes, desde almacenes a librerías con nombre
propio: Apostó a vender. La literatura en Rojas y Cañas, era el oficio de vivir por escribir, un
sendero de incipiente origen profesional (Chávez Rodríguez, 2008, p. 18).

Desde el contexto ya se aprecia el trabajo publicitario de Rojas y Cañas para vender su


libro. Y esta actividad se refracta en el libro.

La necesidad de venta en los prólogos

En total, hay cuatro prólogos: Prólogo, Vice prólogo, Sub prólogo y Contra prólogo. Si
bien no en todo momento se recuerda la cuestión monetaria de la compra del libro, se
entiende que estos textos sirven para obtener la atención del lector-comprador (así también
para justificar la compra y difundir su obra a más clientes), mediante el uso retórico de
hipérboles, falsa modestia y demás recursos, así también para explicar el contenido de sus
cuadros. Porque aquí el autor real es textualizado mediante el narrador, quien resulta ser él
mismo presentando su libro.

Uno de los recursos mencionados, la falsa modestia, aparece desde el Prólogo propiamente
dicho. A sabiendas del rechazo de la gente por la presunción, Rojas finge ser lo contrario y
lo utiliza a su favor para justificar su principal valor: ser franco.

Mi obra no será buena; ¡Concedido! Pero al menos se va a encontrar en ella un pequeño mérito,
que es tanto más mérito, mientras es más escaso en el día. La humilde franqueza, la expansión,
la ingenuidad con que me voy a expresar (Rojas y Cañas, 2005, p. 69).

Necesitar vender para sobrevivir. Esa es la razón por la cual defiende la valía de su creación
textual, aunque luego se excuse de recibir críticas en razón a sus necesidades materiales. En
el siguiente fragmento, menciona por primera vez de manera explícita dicha necesidad
económica y así se instaura como un vendedor, el libro como un producto y el lector como
un cliente.

No la vanidad de conceptuarme un escritor; no el deseo de fama, ni tampoco la sed de alcanzar


una reputación, me obligan a sentar plaza de publicista. Es otra ley material la que arma mi
mano de la pluma es la necesidad, es el deseo de procurarme algún dinero sin recurrir a los

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infames recursos de petardearlo, es el poderoso instinto de sufragar las necesidades de la vida,
sin tomar por agentes los bajos arbitrios que otro cualquiera adoptara en una estrecha posición.
Posición tanto más negra, cuanto que por más gestiones que he verificado, por más méritos que
he querido hacer valer, por más capacidad y honradez que he acreditado, no he podido alcanzar
un mísero empleo en el Estado, siendo peruano, siendo honrado y siendo apto (p. 69, 70).

Más allá de la correspondencia con la realidad, Rojas previene críticas a su persona (y por
ende procura evitar la reducción de la venta) al decir que buscó trabajo. De hecho, se libra
de la culpa de estar desempleado y lo desplaza al Estado al oponerle cualidades
consideradas positivas presentes en el autor, es decir, llama a la compasión del lector.

Líneas más adelante, el hilo conductor entre el Prólogo y el posterior paratexto es


presentado.

Más tarde, si la casualidad o la fortuna me colocan en una posición en la cual pueda crearme los
recursos de la existencia sin necesidad de escribir… más tarde, cuando me dé la tentación de
escribir para la fama […] entonces, ¡enhorabuena!, ¡crítiqueseme y destrózeme! Pero hoy,
cuando el deseo de ayudar al sostén de mi familia, cuando el santo y noble instinto de la
conservación propia y de la madre, me ponen como llovido del cielo en el tormentoso campo
literario. ¿Cuál será el crítico que quiera marcharse con la ruin cobardía de acribillar mi
publicación, si sabe los fines que elvuelve? ¡Ninguno! (p. 70)

El autor diferencia entre el escritor artístico y el escritor de oficio. El primero es aquel que,
por procurar fama mediante sus habilidades como literato, puede estar a merced de los
críticos que evaluarán la valía de su obra. Distinto es el caso del segundo debido a la
necesidad de conseguir dinero para el sustento propio o de su familia. Rojas se configura
como el segundo y así justifica su rechazo a las críticas que pudieran emitirse sobre su libro
en el contexto en que más bien pretende vender. Aun así, es consciente de la insistencia de
la crítica y en el Vice Prólogo reflexiona sobre las distinciones que el público realiza entre
los escritores peruanos y los extranjeros. Solo los segundos se salvarían de aquello que
Rojas pretende evitar: « ¡Oh! Quién pudiera ser extranjero por cierto tiempo y para ciertas
cosas. El extranjerismo es en Lima el único preservativo contra la feroz crítica» (p. 73).

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