La fiebre amarilla tuvo sus inicios en Cuba, donde personas voluntariamente se
prestaron para que realizaran pruebas con ellos, incluso soldados norteamericanos. Después de que muchos médicos habían tratado de luchar contra la fiebre amarilla, ésta seguía matando. Se decía que la causa de la fiebre amarilla era un mosquito. En el año 1900 la fiebre amarilla causaba más víctimas entre soldados norteamericanos que las balas de los españoles. Envían a Walter Reed a Cuba para prevenir la fiebre amarilla. El doctor Carlos Finlay decía con toda seguridad que la causa de la fiebre amarilla era un mosquito. Explicó a la Comisión su teoría. Y Reed cada vez estaba más convencido de que el virus necesitaba desarrollarse en algún insecto. James Carroll y Jesse Lazear se ofrecieron como voluntarios para que les picara un mosquito que haya chupado sangre de alguien con fiebre amarilla. Walter Reed fue llamado de nuevo a Washington para rendir cuentas de los trabajos realizados en la guerra con España. Jesse Lazear intentó fallidamente de contagiar a siete hombres con fiebre amarilla, pero ninguno presentó síntomas. James Carroll y Reed eran un buen equipo. Desgraciadamente Carroll tenía en el brazo instalado al virus. Fue el primer caso de fiebre amarilla producida por la picadura experimental de un mosquito. Reed volvió a Cuba. Se le concedió permiso y dinero para continuar con las investigaciones. Siguieron los experimentos, A Cerneja lo inyectaron con sangre infectada de fiebre amarilla y a Folk lo picaron mosquitos que habían chupado la sangre de enfermos graves. Ambos se enfermaron, pero ambos se aliviaron. John Moran se había ofrecido voluntariamente a ser picado por los Stegomyas, ese era el nombre científico de los mosquitos causantes de la fiebre amarilla. Moran empezó a manifestar síntomas como dolor de cabeza, les molestaba la luz a sus ojos, huesos adoloridos, cansancio. Se salvó de la muerte. William Crawford Gorgas, recorrió las alcantarillas, pozos negros y letrinas de la Habana. Sólo había pasado noventa días y ya no quedaba ni u n sólo caso de fiebre amarilla. En 1902, Walter Reed murió de apendicitis, después de haber salvado millones de vida. Por otro lado, Kessinger no murió de fiebre amarilla si no que a medida que expulsaba los microbios de ésta, la parálisis se apoderaba de él.