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El discernimiento vocacional

frente a la inmadurez y patologías del


desarrollo afectivo - sexual

El tema que tenemos delante es intrigante y complejo. Lo es por su naturaleza y lo


es en manera particular en la iglesia de hoy: Ya sea con motivo de una cierta evidencia
actual histórica, que nos ha vuelto a proponer en términos crudos la distancia existente
entre la sublimidad de la llamada y la debilidad de la respuesta; ya sea porque nos
movemos en un sector que, por ciertos aspecto (ver la homosexualidad), escapa todavía
a una definición diagnóstico-pronóstico precisa, sobre la cual exista convergencia por
parte de los estudiosos.

Sin embargo, es un tema fascinante, que habla del misterio del ser humano
llamado a vivir, en la debilidad de la carne, una vocación que implica el máximo de amor,
del don de sí, de la libertad de querer bien. A Dios y a los hombres. Y de dejarse querer
bien. Y que por lo tanto exige, además, el máximo de la atención en el discernimiento
vocacional.

Dividiremos este trabajo en cuatro partes. En la primera buscaremos clarificar el


ámbito y los criterios del discernimiento vocacional; luego, daremos algunas indicaciones
generales sobre la diferencia entre patología e inmadurez; en la tercera parte
afrontaremos explícitamente el tema de las patologías y la inmadurez afectivo – sexual, y
en la última parte diremos algo sobre la homosexualidad desde la perspectiva explícita
del primer discernimiento vocacional, pero con una mirada que se proyecta más allá de
este primer momento del camino institucional, como hemos especificado en la
Introducción.

1.- ÁMBITO Y CRITERIO DEL DISCERNIMIENTO

En primer lugar es importante definir correctamente el ámbito y el criterio de la


investigación, es decir, el objeto, y luego el criterio de la investigación misma, lo que
ofrece la posibilidad concreta de una confrontación con la persona y su nivel de madurez.
En otras palabras, se trataría de definir el objeto material y formal del discernimiento
vocacional en lo que respecta a la madurez afectivo - sexual.

1.1- Objeto material

Es el amplio ámbito del área afectivo - sexual, con sus derivados, ligado a los
problemas normales del desarrollo -y a un nivel más serio- a patologías particulares.

Pero es también el área que está en el centro de nuestra geografía intrapsíquica1 ,


y que, a menudo, funciona como caja de resonancia de problemas nacidos en otra parte,
o más como síntoma que síndrome, en todo caso, como parte que lleva al todo; se
esconde «púdicamente» detrás de otros problemas, a menudo, detrás del miedo, la
vergüenza de alguna falsa pre - comprensión de la persona.

Esto extiende de otra manera el ámbito de la investigación y el objeto material del


discernimiento. No bastará una simple atención a los comportamientos, ni la adopción de
1
También un documento eclesial como Pastores dabo vobis lo recuerda: «La maduración afectiva supone la conciencia de la centralidad del amor en
la existencia humana» (44)
un criterio puramente negativo («dado que no tiene un cierto tipo de comportamientos no
hay problemas», «como está tranquilo puede seguir adelante») o la interpretación del
silencio sobre el tema como signo de madurez.

El título de este trabajo, nos invita a volver la atención a los «casos difíciles», los
que presentan inmadurez e incluso, patologías en el área afectivo - sexual. Aquellos, que
en el discernimiento vocacional se vuelve complejo a causa de estos problemas, que
contaminarán, en modo más o menos denso la misma opción vocacional y la posibilidad
de vivir una auténtica consagración a Dios en la vida sacerdotal o religiosa.

Para definir con más precisión éstos casos difíciles, es necesario definir el tipo de
ideal que aquí está en cuestión (el ideal sacerdotal - religioso así como es concebido por
la Iglesia) y la naturaleza de la sexualidad - afectividad. En otras palabras, se debe
respetar la ley de la integración entre la perspectiva arquitectónica y hermenéutica, en
último análisis, entre, el componente teológico y el psicológico de la elección que el sujeto
se presta a hacer.

Será precisamente ésta clarificación la que nos permitirá captar el objeto formal del
discernimiento vocacional sobre la afectividad - sexualidad.

1.2- Objeto formal

El criterio para el discernimiento de una llamada al ministerio sacerdotal o a la


consagración religiosa es por naturaleza propia complejo. No consiste en una lista de
requisitos, correctamente definidos (tanto en el plano teológico como psicológico), para
evaluar en forma fría e impersonal, con el empleo de instrumentos técnicos, como si se
tratase de constatar, la coincidencia o no con una suerte de identikit del sacerdote, del
religioso o de la religiosa que no admite excepciones. Al contrario -este tipo de
discernimiento- es gesto profundamente humano, de ayuda ofrecida a la persona para
que se conozca y exige, un profundo conocimiento del individuo por parte de quien ofrece
la ayuda, un gran sentido del misterio de la persona humana, un notable conocimiento de
los dos elementos que entran constitutivamente en juego en la cuestión, los espirituales y
los psicológicos, como ya hemos dicho y como ahora explicitaremos más ampliamente.

1.2.1- Elementos normativos y espirituales

Nos referimos a las normas indicadas por la Iglesia para la admisión a las órdenes
y a la consagración religiosa. Tomando los últimos documentos eclesiales 2 podemos
sintetizar y precisar en los siguientes términos y en estos puntos.

Pueden ser admitidos a las órdenes y a los votos aquellos que, además de tener
otras cualidades requeridas por la Iglesia3, han adquirido (o están en grado de adquirir)
en su desarrollo psicosexual:

2
Particularmente Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Potissimun istitutioni, Direttive sulla
formazione negli istituti religiosi, Roma 1990, 39-40; Giovanni Paolo II, Pastores dabo vobis. Roma 1992,44; Congregazione per Educazione
católica. La preparazione degli educatori nei seminari. Direttive, Roma 1994, 33-35; Giovanni Paolo II,
Vita consecrata, Roma 1996, 65-71; POVE, Nuove vocazioni per una nuova Europa, Roma 1997, 37b), CEI (Commissione Episcopale per il clero).
Linee comuni per la vita dei nostri seminar!. Nota, Roma 1999, 9-22.

3
Cf. can. 1029 (sean promovidos a las órdenes solamente aquellos que por prudente juicio del Obispo, del Superior mayor competente, considerando
todas las circunstancias, tienen fe íntegra, son movidos por recta intención, posean la ciencia debida, gozan, de buena fama. son de íntegras
costumbres y de probada virtud y están dotados de todas aquellas cualidades físicas y psíquicascongruentes con el orden que debe ser recibido.
1. una sólida identidad sexual, bien tipificada por el propio sexo de pertenencia, que
permita relacionarse con la alteridad y la diversidad (sexual y no sólo) en forma
complementaria y fecunda. Una correcta identidad sexual supone normalmente un
sentido del yo suficientemente fuerte y positivo, que haga a la persona libre de diversos
condicionamientos respecto a uno y al otro sexo (miedos, rechazos, dependencias
afectivas, con o sin connotaciones eróticas4;

2. la posibilidad y capacidad de vivir plenamente en el celibato el «significado esponsal»


del cuerpo humano, «gracias al cual la persona se da a la otra y la acoge»5 en el servicio
desinteresado por el bien espiritual de todos los fieles, sin preferencias o exclusiones con
el otro, con libertad de interacción con el otro;

3. «un gran amor, vivo y personal, a Jesucristo..., prolongado en una entrega universal»6
en una vida de fe madura;

4. suficiente y progresiva libertad y madurez afectiva, que los haga hombres de relación,
capaces de verdadera paternidad pastoral y hechos conformes a los sentimientos del
Hijo, Siervo y Cordero7, Pastor y Esposo8, como Él, libres para amar intensamente y para
dejarse amar en modo recto y purificado, sin ligar a ninguno a sí, capaces de una
atención oblativa al otro y de comprensión íntima de sus problemas con una lúcida
percepción de su verdadero bien, ricos de calor humano y capaces de educar en los
demás en una afectividad también oblativa9;

5. la certeza moral de poder vivir el celibato y la castidad sacerdotal, afrontando con


determinación y prudencia la fatiga de la renuncia al ejercicio de un instinto
profundamente enraizado en todo hombre y mujer, sin recurrir a estilos de relaciones
defensivos o selectivos respecto de uno u otro sexo10.

Estos criterios indican el camino y constituyen el punto de llegada de la formación


sacerdotal y religiosa, bajo el perfil de la madurez afectivo - sexual. Pero, de alguna
manera, indican también el punto de referencia o trasfondo general del discernimiento
inicial, de la primera admisión, y por contraste, de los casos en que ésta admisión no es
posible cuando y porque el objetivo no parece prudentemente alcanzable.

7.2.2- Elementos hermenéuticos y psicológicos

4
Cf. Potissimum.. istitutioni, 39, Nuove vocazioni per una nouva Europa,37b).

5
Pastores dabo, vobis, 44; cf. Sobre el argumento de la esponsalidad del ser humano, también Juan Pablo II, Virginidad o celibato «por el reino de los
cielos», V ciclo de catequesis de Juan Pablo II en las audiencias generales. Roma 1982

6
Cf. Pastores dabo vobis, 44

7
Cf. Vita consécrata, 65-69

8
Can. 1029

9
La preparación de los educadores en los seminarios, 35

10
Cf. Pastores dabo vobis, 44
Los elementos hermenéuticos y psicológicos, como lo dice la palabra, nos permiten
precisar mejor el ideal propuesto por la norma eclesial, y por lo tanto, también pone de
relieve los componentes de este ideal o las condiciones humanas que hacen posible la
actuación de la norma. En este sentido nos puede ayudar mucho la psicología, como
ciencia hermenéutica, capaz, de explicar el íntimo mecanismo intrapsíquico del hombre,
como ser sexuado y llamado a amar, también en el caso que elija ser virgen, o capaz de
conducimos, al umbral del misterio de la sexualidad, del amor, de la virginidad por el
reino, de hacernos comprender cómo «funciona» o cómo debería funcionar el todo.

Es importante, entonces, recordar que existe un orden (una regla) relativo a estas
tres realidades (sexualidad amor, virginidad), y que, la psicología, o una cierta psicología
en diálogo con la perspectiva espiritual, o con la reflexión filosófico teológica, puede
ayudamos a comprender la estructura intrínseca a la sexualidad, del amor y de la misma
elección virginal por cuanto está vinculada estructuralmente con las otras dos realidades.

Si existe un orden, o estructura intrínseca, será de interés para el hombre, que más
que un deber, obedecer a tal orden o dar precedencia a la objetividad de la norma sobre
la subjetividad. En todo caso, es la idea del orden la que nos puede hacer comprender la
idea del desorden. Para los fines de nuestra reflexión será desarrollar rápidamente en
puntos muy esquemáticos las tres indicaciones.

a) El orden de la sexualidad (ordo sexualitis)

La sexualidad tiene su código interno, una especie de ADN que manifiesta su


naturaleza y sus funciones. Según el análisis psicológico, particularmente elegido para
esta investigación, la sexualidad es:

1. dinamismo, no es sólo un dato, biológico o psicológico, que se impone o impone


necesariamente un cierto ejercicio del instinto genital, sino que es también, y sobre todo,
un dato para hacerse, es decir, una realidad educable que llama inmediatamente a la
libertad y responsabilidad del hombre, o una parte que es integrada al todo o puesta a su
servicio.

2. pero ella misma es una realidad compleja, fruto de diversos componentes, «hecha» de:

• genitalidad: de órganos predispuestos a la relación y a la relación fecunda, que hablan


de la capacidad receptiva y oblativa del ser humano, además de la unitiva - relacional;

• corporeidad: cada cuerpo es sexuado en cada uno de sus componentes y dotado de


una identidad de género precisa (masculina o femenina); tal pertenencia está en la base
de la atracción de un sexo hacia el otro, pero también de la capacidad de relación con el
otro;

• afectividad: la sexualidad adquiere verdadera cualidad humana sólo cuando es


orientada, elevada e integrada por el amor; crece y se realiza sólo en la libertad de
acoger el amor y de donarse.

• espiritualidad: la sexualidad es también espíritu, como síntesis de los extremos y


capacidad de lectura de estos componentes para captar una misteriosa verdad, la verdad
de la vida humana, que se hace particularmente evidente en ella, está inscrita en el
cuerpo11. El cuerpo sexuado, en cuanto «testigo del amor como de un don
fundamental»:12 ,

a) manifiesta al hombre, su proceder de otro y su ir hacia otro, su núcleo


radicalmente dialógico;

b) ayuda a comprender el sentido de la vida, don recibido que tiende, por su propia
naturaleza, a convertirse en bien entregado;

c) «contribuye a revelar a Dios y su amor creador»13, que ha amado al hombre


hasta hacerlo capaz de un amor dador de vida, que lo hace semejante a Sí.

3.- Es evidente, entonces, la naturaleza misteriosa de la sexualidad, no sólo porque


escapa a cualquier lectura banal y superficial, sino en el sentido más profundo de la idea
del misterio, como punto de encuentro o lugar de composición e integración de
polaridades aparentemente contradictorias, al interior y al exterior del individuo;

4.- la sexualidad, de hecho, es memoria, inscrita en el ser humano, incluso en su cuerpo,


de su provenir de otro y, al mismo tiempo energía que abre a otros, por lo tanto, es
simultáneamente, necesidad (déficit) y potencialidad (recurso), bien recibido y bien
donado, invención divina y realidad humanísima, autonomía y pertenencia,
autotrascendencia y enamoramiento, espontaneidad exuberante y ley radicada en el ser,
gratitud y gratuidad, destello pascual e instinto humano...: la sexualidad permite
armonizar estas tensiones sin excluir ninguno de los dos polos; justamente por esto es
rica de energía.

5.- La sexualidad, en particular, es el lugar de la tipificación del género de pertenencia,


donde la identidad encuentra un preciso punto de referencia (incluso fundamentado
biológicamente), y en el cual la alteridad alcanza su punto más evidente.

La diferencia de los sexos indica la diversidad radical, y es el símbolo por


excelencia de las diferencias humanas, como la escuela para aprender a respetar y
valorizar al tú, cada tú, en su diversidad, unicidad y belleza, superando toda tentación de
homologar al otro o de establecer relación sólo con el semejante a sí. La identidad sexual
es fruto de esta complementariedad relacional, y es tanto más firme y segura cuánto más
está abierta incondicionalmente hacia el otro, distinto de sí.

6.-Entonces, cuando la identidad entra en diálogo con la alteridad, la relación


interpersonal es fecunda, y es una fecundidad en diversas direcciones. A nivel del yo y
del tú, del nosotros y del otro. Ante todo, porque se afirma y se refuerza cada vez más, el

11
Tal distinción de 4 componentes de la sexualidad retoma en sustancia los 4 niveles estructurales que el genetista A. Serra reconoce en el sujeto,
humano: el nivel biológico (como estructura ya dada, diversa de sujeto a sujeto y que se actúa gradualmente), el nivel psíquico (como mundo
inmenso de sensaciones, percepciones, imágenes, memorias... que se estructura en un modo altamente flexible, continuamente moduladle y
plasmable, y por lo tanto, estrechamente característico del individuo), el nivel mental (como universo de intuiciones, ideas, pensamientos...que se
enriquece sin descanso a través de la observación y la reflexión) y el nivel espiritual (con la función de ser estructura portadora, que da un sentido a
todo el resto, pone en relación y vincula a la persona con lo trascendente), cf. A. Serra, Sexualidad: ciencia, sabiduría, sociedad, en «La Civiltá
Católica», 3687 (2004), 221-222

12
Juan Pablo II, Audiencia general 9/1/1980, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II,III-I,1980, p. 90, n.4

13
Congregazione per L'educazione Cattólica Orientamenti educativi sul amore umano. Lineamenti di educazione sessuale. Roma 1983,23
mismo sentido de la propia identidad y de la alteridad, porque crece la dimensión
relacional del ser humano como constitutiva del hombre, y finalmente, porque la relación,
así vivida, no se cierra en dos, sino que se abre regularmente en ventaja de un tercero,
como pueden ser los hijos en el matrimonio, o el bien de los demás, de muchos otros, de
quien en particular es más tentado de no sentirse amable y es, en cambio, alcanzado por
un amor que lo acoge.
A este punto la sexualidad ha alcanzado su objetivo natural y quizás el más
calificado: La fecundidad plena.

7.- En conclusión, entonces, tener una sólida identidad sexual quiere decir:

• integrar las cuatro componentes y las varias polaridades de la sexualidad, en torno a la


verdad fundamental inscrita en la sexualidad misma: la vida humana es un bien recibido
que tiende, por su naturaleza, a convertirse en un bien donado,

• para salir de sí y ser capaces de relación con el otro, con la diversidad en cuanto tal,

• y de relación fecunda a tres niveles: del yo y del tú, del nosotros, del otro.

b) El orden del amor (Ordo amoris)

Es San Agustín el primero en hablar de un ordo amoris, de una estructura interna o de un


orden objetivo al cual el amor «obedece» o debería obedecer.

1.- Tal orden recalca la estructura jerárquica del ser (y del bien) por la cual cada ser es
amable en relación con la plenitud y cualidad del ser poseído. Por tal razón, por ejemplo,
una piedra es menos amable que un animal, el que a su vez, lo será menos que un ser
humano, mientras en la cumbre de esta jerarquía está Dios, el Ser sumamente amable y
deseable, el único verdadero deseo del corazón humano, el cual es muchas veces
inconsciente.

2.- Esta estructura jerárquica del ser no indica sólo, en línea progresiva, el objeto material
del amor del hombre, sino que da cuenta y manifiesta la posibilidad y la capacidad de la
naturaleza humana, de hacer experiencia de un amor, el divino, que no se limita a la
simple benevolencia, sino que llega hasta el punto de hacer a la criatura capaz de amar a
la manera del Creador. Este es el punto central y culminante del orden del amor.

3.- En tal sentido la dilectio ordenada, (el amor ordenado) por esta potencialidad divina
presente en cada corazón humano, establece un orden a la realidad, orden creativo y
disciplinado, que nace exactamente de la certeza del amor de Dios («infundido en
nuestros corazones»), y que consiste en esencia, en amar con el corazón de Dios: en
forma desinteresada y gratuita, acogiendo al otro incondicionalmente y alcanzándolo en la
positividad radical de su yo para querer su bien, aprendiendo a recibir, no sólo a dar, a
hacer las cosas por amor y a observar la ley no por obligación sino libremente, a amar a
Dios con todo el corazón para amar con el corazón de Dios a cada criatura.

4.- Pero, al mismo tiempo, la dilectio ordenada (el amor ordenado) también es
constantemente atacada por su contrario, el desorden, el caos, o la pretensión ingenua
de creer que el corazón siga espontáneamente un cierto orden al amar y dejarse amar; la
afectividad es un área en la que se expresa una cierta inquietud existencial, una
ambivalencia de fondo, una atracción contraria, una cierta cupiditas (deseo) que hace
sólo aparente el movimiento hacia el otro, amado o «usado» predominantemente para
responder a la propia necesidad de sentirse amado. Por lo tanto, es indispensable una
cierta ascesis y disciplina del corazón y de los sentimientos.

5.- Punto de llegada de este camino de purificación y crecimiento es la libertad afectiva.


Esta nace de dos certezas: la de ser amado, desde siempre y para siempre, y la de ser
capaz de amar, para siempre. Estas permiten a la persona entregarse totalmente a otra y
acogerla también incondicionalmente (=enamoramiento); y por la fuerza de tal
concentración de amor, además, le permite expresar en su máximo grado la propia
capacidad afectiva, amando mucho y a muchos, especialmente a quien es más tentado
de sentirse no amable.

c) El orden de la virginidad (Ordo virginitatis)

Aquí el análisis se hace mucho más interdisciplinar y abierto a lo espiritual; como


un camino que mientras acoge las indicaciones precedentes se abre a un recorrido
inédito.

1.- La virginidad es actuación peculiar y misteriosa del orden del amor o de la estructura
jerárquica del ser, en la cual Dios está en el vértice de la tensión amante, ya que muestra
la posibilidad de que Dios se convierta, en el objeto exclusivo y totalizante del amor
humano, que no excluye los otros amores, sino por el contrario, exalta la capacidad
afectiva de la persona virgen.

2.- La persona virgen por el reino elige amar a Dios con todo el corazón, la mente y las
fuerzas, o con todo el ser (más allá de todo amor, incluso de aquel natural y deseado por
una mujer, hasta el punto de renunciar a él), para amar con todo el corazón de Dios a las
criaturas (=amando a todos intensamente, sin vincularse a nadie ni excluir a nadie).

3.- En la medida en la cual Dios se convierte en el objeto «exclusivo» del amor, el amor
divino llega a ser aún más el modo de amar, de la persona virgen (el amor hace
semejante al amado, o el objeto material se convierte también en el objeto formal).

4.- La elección virginal nunca puede ser privatizada o interpretada para la propia
perfección personal, sino que es fundamentalmente anuncio de la verdad del corazón
humano, creado por Dios y, orientado hacia Él, «llamado» a encontrar sólo en El la
satisfacción plena, cualquiera sea su estado de vida.14

5.- Llega a ser entonces fundamental en el orden de la virginidad el estilo relacional


virginal, como modo de expresar el modo de amar de Dios. Y al mismo tiempo, la
centralidad de Dios en el amor humano. Es el modo.

• de quien no se pone nunca al centro de la relación, porque el centro le corresponde a


Dios;

• de quien «desflora» al otro sin invadirlo, porque no es el cuerpo el lugar ni el motivo del
encuentro interpersonal en la vida del célibe;

14
Sobre esta interpretación de la virginidad como vocación universal, cf. A. Cencini, Un Dios para amar. La vocación para todos a la virginidad,
Paulinas, Perú, 2003
• de quien sabe renunciar inteligentemente al ejercicio físico - genital, pero que busca y
encuentra, con creatividad las otras mil formas expresivas del verdadero amor;

• de quien dice no al rostro más bello y atrayente, pero para querer a quien,
humanamente no es atrayente (como el leproso besado por San Francisco o el
moribundo abrazado por madre Teresa) y es más tentado de no sentirse amable.15

Obviamente este orden no puede ser desatendido y debe ser respetado en sus
implicancias de fondo y consecuencias específicas en las diversas etapas vocacionales.
Podemos hablar, en general, de inmadurez y patologías, cada vez que la persona parece
no estar en condiciones de expresar y realizar en su vida un camino de maduración en la
sexualidad-afectividad y virginidad (en el caso que haya recibido el don y elección como
su vocación) en línea con estas indicaciones.

1.3. Sentido del criterio

Como hemos dicho en la Introducción el objetivo de esta publicación es ofrecer


criterios útiles para el discernimiento vocacional, ante todo, de quien es llamado a una
vida virginal en el ministerio presbiteral o en la consagración religiosa, desde el punto de
vista de la madurez afectivo - sexual.

Estos criterios pueden constituir un punto de referencia inmediato en el primer


discernimiento, aquel, en el que, se decide el inicio o no del camino formativo en la
institución educativa. En tales casos se hará referencia explícita a este uso del criterio.
Pero, cuando ésta referencia directa no esté, tales criterios pueden acompañar todo el
recorrido sucesivo, aún como puntos de evaluación del recorrido mismo, ya sea con una
finalidad exclusivamente de diagnóstico (controlar la presencia de eventuales signos de
inmadurez o de patologías), ya sea con una finalidad formativa propiamente tal (para
evaluar el camino efectivo en la maduración afectiva).

Por este motivo, como hemos recordado en la Introducción, cuanto hemos dicho en las
páginas precedentes (acerca de los elementos espirituales y psicológicos) y también lo
que diremos ahora, puede representar un contenido formativo, o constituir un constante
criterio general y particular de evaluación a lo largo del camino que lleva a la elección de
consagrarse para siempre al Amor Eterno, en la debilidad de la carne.

15
Sobre el estilo relacional del virgen. Cf. A. Cencini, Los sentimientos del Hijo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2001, pp. 245-268

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