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jorge canto

Nací en Mérida, Yucatán, México en 1966. Para ese tiempo los servicios como luz eléctrica o agua
potable no existían en la colonia donde viví, así que mi madre utiliza agua de pozo o de lluvia y un
quinqué que con su mortecina luz alumbraba el cuartucho que mi abuelo les había habilitado a mis
padres en una sección de su casa. La división era endeble y todos nos acomodábamos en hamacas
(nadie, especialmente en aquellos tiempos, usaba camas en Yucatán). La pareja de recién casados
vivía en una habitación que colindaba con toda la casa y cuya única división era un ropero que, a
manera de pared, estaba atravesado en la pieza larga donde también dormían mi tío y mis tías. Para la
pobre recién casada de mi madre, era una tortura para su intimidad tener que estar con mi padre con
una nula privacidad. Nací a los nueve meses que mis padres se casaron, quizá un poquito antes puesto
que mi padre se “robó” a mi madre y posteriormente contrajeron nupcias en un pueblito del estado de
Yucatán, amén de que mi madre era menor de edad (16 años). Mi mamá nació en un pueblito maya
llamado, curiosamente, Mama (sin acento, en maya significa “No, no”) así que mis tías la trataban con
menosprecio puesto que era “de pueblo” en cambio ellas se consideraban superiores pues eran de
“ciudad”. Así que nunca hubo luna de miel real con Miguel (Mi padre) pero sí maltrato de la familia
política, así como el rechazo de su propia familia por haber huido con mi padre cercaron de desamparo
a la joven mami mía. Así, me convertí en lo único realmente valioso para ella, era su refugio. Sin
embargo, dada su juventud (17 años) aunada a su gran ingenuidad por haber crecido en un pueblito la
llevaban a ser más una niña con un muñeco que a una madre con un hijo. Año tras años nacieron mis
hermanitos (cuatro más, pero falleció el tercero) y mi madre se sentía peor en la relación con la familia
paterna, así que nos atendía con mucha entrega. Me enseñó los caminos de Dios y por lo que se ve
hasta el día de hoy se siente muy orgullosa del resultado. Cabe mencionar que aunque soy el
primogénito su hijo favorito es el penúltimo, al cual todos amamos muchísimo y nadie se siente celoso
por ello.
Debido a la precocidad de la maternidad de mi madre yo era más que nada un juguete en sus brazo,
me enfermaba mucho y era muy flaco y llorón. Mi madre repartía su tiempo entre cuatro hermanitos (la
quinta nació mucho tiempo después del cuarto hermano) con una pobreza galopante. Sin embargo mi
mamá se apegó a Dios muchísimo y eso me lo transmitió a mi. Siento que la comprendí desde muy
temprana edad y aprendí, por la misma pobreza y necesidad, a “conformarme” como lo llamaban mis
tías y mi abuela quienes alentaban esa actitud de gran mediocridad, la cual críe a tal grado que llegué a
hacerlo una meta loable para mí. Mi madre casi no corregía mi mente, tomaba yo decisiones, quizá no
tan malas, pero ella, quizá impotente por las peyorativas palabras que mis tías paternas le prodigaban
le hacían bajar la cabeza y aceptar una vida miserable. Era fácilmente notorio que nadie en mi casa
sentía la más mínima idea de salir adelante, simplemente “conformarse”. Cuando mi padre conoció a
Cristo todo cambió tan dramáticamente que lo puedo ver en mi mente, de un cuartucho prestado
pasamos rápidamente a una casita propia lo cual marcó fuertemente la autoestima de mi mami. Ella se
notaba más alegre por poder salir de la casa donde sufría y poco a poco empezó a cambiar su
lenguaje, empezó a impulsarme, en especial en los caminos de Dios y comenzó a prestar atención a
mis estudios. Sentí el cambio en mi personalidad y el impulso lo tengo hasta hoy. Siento que la relación
de apego que tengo es Seguro completamente. Debo mencionar, sin embargo, que la mediocridad
estuvo muchos años en mí, me empecé a dar cuenta de ello cuando la gente “olfateaba” ese
sentimiento de pobreza de mi alma y abusaban de mí, me hacían llorar con sus burlas a las cuales era
impotente de responder e incluso cuando sentí el llamado a servir a Dios en el instituto bíblico me
tildaban de “perdedor”. La mediocridad que surcaba mi inconsciente me llevaron a pensar, e incluso
desear, vivir en la pobreza en algún pueblito de mi estado sirviendo en el anonimato, y no por humildad,
más bien por un sentimiento de inferioridad que anidaba en mi corazón. Hoy disfruto tanto a mi madre y
la miro tan firme y feliz en su actual muy linda casa que no puedo creer que alguien la haya tildado de
india y tratado como poca cosa. Sus palabras hacia mí son tan reforzadoras que me siento amado por
ella. Conocí a Dios de una manera muy linda. Mi madre, al casarse con mi padre, vivió en la casa de los
abuelos y mi abuelita la comenzó a llevar al templo. Mi mamá era católica pero le agradó la iglesia. Un
buen día la pastora la invitó a participar en una obra navideña para aprovechar su “panza”, pues estaba
embarazada de mí, así que necesitaban una actriz que encarnara a María y mi madre tenía todo para el
papel. Dice mi mami que ensayando para la obra aceptó a Cristo como su Salvador; yo, al igual que un
moderno Juan el Bautista, “brinqué” en su vientre (exageración mía). Así que comenzaron a llevarme al
templo desde siempre, y un buen día, cuando tenía siete años, en una campaña infantil donde
regalaban un lindo folleto con dibujitos de colores a todos los niños que recibían a Cristo, aproveché
para hacer la invitación oficial a mi Señor y de paso me llevé un librito ilustrado conmigo. Dios, para mí,
siempre fue un padre amoroso, perfecto y bueno. Nunca le tuve miedo. Como yo me creía un mediocre
que no merecía nada (me sentía, en mis palabras de niño, que luego fueron del adolescente,
literalmente: una piltrafa), que alguien me amara como Dios era la señal más increíble de ser alguien
cuya vida tenía un valor. Recuerdo saber que no merecía nada, así que ni de la mirada de Dios era
digno. Un día la pastora le dijo a mi madre que me llevara a un culto de avivamiento, puesto que el
Espíritu Santo le había mostrado que había algo especial para mi. Hoy veo la escena en mi mente tan
clara… caminaba a la iglesia con un pantalón color arena, miraba mis pies al andar, tenía entonces 11
años y me decía. “¿cómo Dios va a tener algo para mí?, Yo no valgo nada”. Esa noche conocí quién
era el Espíritu Santo, su poder se apoderó tanto de mí que ya no sabía si estaba en el cielo o estaba
vivo. En el altar las lágrimas fluían y fluían. Mi espíritu se sacudía y solo sentí, en medio del fuego santo
que rodeaba mi vida, el poderosísimo amor de Dios que decía mi nombre una y mil veces, acompañado
de la expresión “te amo”. Aún en este momento me salen las lágrimas al recordar la gentileza de mi
Padre Celestial. Supongo que soy MUY bendecido. Las burlas de mis compañeros de escuela, las
palabras peyorativas hacia mí, y mi sentimiento de culpa aún tienen un lugar en mi personalidad hoy,
supongo que es parte del paquete.. Sé que estoy aquí por un acto de amor de Dios. Soy muy feliz y no
olvidaré mis pies sin zapatos y de la poca cosa que creía que yo era, se qué humanamente esos
recuerdos me permiten saber que no hay nada en mí que valga por sí mismo, pero para mi Señor sí
valgo mucho, al grado de sentirme un niño Seguro de él Hoy, soy pastor, con 30 años de experiencia.
Casado con dos hijos bellísimos; la iglesia Nueva Jerusalén, la cual pastoreo desde hace 22 años me
ha prodigado las experiencias más bellas que un hombre de fe, como yo, puede experimentar. Sólo
queda decir a Dios: “Gracias”. Entiendo que todo lo vivido es para que hoy me sirva más..
Pepe Saucedo

Nací en San Pedro Garza García, N L el 29 de octubre de 1971. Mis padres José Saucedo y María
Valenciano. Soy el sexto de nueve hermanos. Conocí el evangelio a los 17 año de edad. Gradué del Instituto
Bíblico Canaán de las Asambleas de Dios, en 1992. Terminé la Licenciatura en Teología en Isum en 1996.
Obtuve una maestría en artes teológicas en 1998. Gradué como Licenciado en Filosofía y realicé estudios de
Maestría en Educación. Tengo un doctorado en teología y otro en letras, ambos honoris causa. He publicado
12 libros. He sido pastor por 25 años. Profesor de institutos bíblicos Director de ECCAD Secretario del Distrito
Coahuila Superintendente del Distrito Coahuila Actualmente Director del Departamento Nacional de
Educación Cristiana.

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