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BIOGRAFIA DE JULIO ESCOTO

Nació en San Pedro Sula (1944). Cuentista y crítico literario,


además de ensayista. Obras: Los Guerreros de Hibueras
(cuento). Tegucigalpa, 1967. La balada del herido pájaro y
otros cuentos. Tegucigalpa, 1969. El árbol de los pañuelos.
San José, 1972. Antología de la poesía amorosa en
Honduras, Tegucigalpa, 1975. Casa del Agua. Tegucigalpa,
1975, Días de ventisca, noches de huracán. San José, 1980.
Bajo el almendro… junto al volcán (1988), El ojo santo: la
ideología en las religiones y la televisión (1990); José Cecilio
del Valle: una ética contemporánea (1990). El general
Morazán vuelve a marchar desde su tumba (1992). Rey del Albor, Madrugada (1993); Ecología para
jóvenes de 10 a 190 años; Todos los cuentos (1999).

Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” (1975). De él se ha dicho que es “probablemente el


primer escritor hondureño que ha abordado la novela con un sentido claro de técnica”, de acuerdo a
Andrés Morris, mientras que Manuel Salinas lo considera “un narrador nato, ubicándose en la
vanguardia de la moderna narrativa hondureña.” Escoto ha definido al escribir “como un hombre en
introspección constante, en análisis continuo, en búsqueda de algo que quizás él mismo no ve con
suficiente claridad... es solo un tipo humano diferente, no mejor que el artesano, que el niño que juega
en la arena, sino con diferencias, nada más. Sus características le dan una particular visión del mundo,
desde luego”.

Dirige la revista literaria Imaginación y el Centro Editor, en San Pedro Sula. Máster con especialidad
en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Costa Rica. Fue jefe de la Unidad de
Comunicación de la FHIA en La Lima, Cortés, Jefe de la División Editorial y Técnica del Instituto
Interamericano de Ciencias Agrícolas en Costa Rica. Fue Director Ejecutivo de la Revista Desarrollo
Rural de las Américas; Director de la EPUCA. Premio Gabriel Miró, rama de cuento, en Alicante,
España; Premio José Cecilio del Valle, rama de ensayo. Su obra El árbol de los pañuelos fue traducida
parcialmente al inglés y al polaco y algunos de sus cuentos han sido en Alemania.

Galardonado durante el XII Recital de otoño (1994) en su ciudad natal. Columnista de diario El
Heraldo. En su opinión, “el escritor… es en alguna forma el barómetro, el sismógrafo de la sociedad
y debe aplicar su inteligencia en advertir sobre aquello que se ve o va mal para la nación. Es su función
de orientador de opinión, si quiere ser honesto con sus principios, su creencia y su fe. Venderla al
mejor postor es fácil, ha habido y hay tantos casos así en Honduras. Pero hacerlo es cruel, sobre todo
en una comunidad tan ausente de luces, tan manipulada y prostituida, tan engañada por quienes
buscan únicamente el usufructo del poder”.

En opinión de Jorge Eduardo Arellano, Escoto es “el intelectual con mayor conciencia de la identidad
hondureña… así lo ha demostrado en su obra tanto de creación como de pensamiento”.
¡EL árbol de los pañuelos!

Arístides andaba lentamente por las calles de nuestra querida ciudad. A menudo miraba atrás por si
alguien lo seguía. Tenía miedo de todo, de encontrarse algún conocido, con la policía o con algún
ladrón. Se sentía muy mal y tenía frio. El tiempo como huy volaba y pronto sería navidad.

¿Qué podía hacer? En el bolsillo no tenía ni un centavo, había entrado a un restaurante para ofrecerse
de lavaplatos a cambio de un plato de comida, pero cuando lo vieron con el pelo sucio, la barba sin
afeitar y con una forma peculiar de hablar, le dijeron que no lo necesitaban.

Arístides llego a la ciudad con mucho dinero, pensó que no se le acabaría nunca y se lo gastaba a
manos llenas y sin control. No le faltaban amigos para esta misión, pero cuando le vieron sin nada y
medio enfermo le dieron la espalda. Cada día pensaba alguna manera para conseguir con facilidad
dinero de los demás.

Recordaba a sus padres y a sus hermanos. ¡Qué felices deberían estar en ese pueblo! Pero él; los
había ignorado desde que llego a la ciudad. ¿Lo recibirían si lo pidiera? Todo el dinero que habían
dado para que costeara sus estudios, lo había malgastado. Nunca les había enviado siquiera una
carta.

_ ¿Una carta? Sí, ¡eso haría! Les escribiría una carta, les diría en ella; como vivía que muchas veces
no comía y que dormía en la calle. Casi estaba seguro que no lo perdonarían, pero igual lo intentaría.

El padre de Arístides volvía rendido del campo. Ya empezaba a notar los años y se cansaba con
mucha facilidad. Su mujer en la cocina, preparando afanosamente la cena. Al rato llegarían los hijos
a casa.

_ “Papá ha llegado una carta PA ti” –dijo al fin Benito.

El padre se sentó. Abrió sin prisa la carta y empezó a darle vueltas y vueltas hasta que, levantó los
ojos y mirando hacia la cocina, intento llamar a su mujer, pero las palabras no le salían de la boca.

_”BO-NI-FA CIA…. Dijo al fin.

_ Su mujer y sus hijos acudieron sorprendidos al ver a su marido tan agitado.

_ ¿Qué pasa? –preguntó Bonifacia al ver a su marido tan agitado.

_ “Arístides… Esta carta es de Arístides. Léela Benito” –Dijo el pobre hombre con vos temblorosa.

_Querido padres y hermanos: les pido perdón por todos los disgustos que les he causado, por el olvido
que he tenido hacia ustedes, por no haber cumplido con mi deber de hijo y menos de estudiante, por
haber malgastado el dinero para labrarme un buen futuro. Estoy emfermo, sin dinero y nadie cree en
mi…”

Benito dejo de leer, algo indescriptible se le agitaba en el corazón mientras luchaba por detener
denodadamente las gruesas lágrimas que ya se deslizaban por sus resecas mejillas. Miró por la
ventana y vio que los árboles no tenían hojas, que el frío calaba los húmeros y el cielo anunciaba una
noche oscura y tenebrosa, seguramente; como la que estaría viviendo su desdichado hermano. Volvio
la mirada hacia la carta y con una tristeza infinita reflejada en su rostro, prosiguió su lectura:

“Si ustedes estuvieran dispuestos a perdonarme y a recibirme de nuevo en su hogar, pongan un


pañuelo blanco en el árbol que hay entre la casa y la carretera. Yo pasaré la víspera de Navidad en el
camión de Don Santos. Si veo el pañuelo en el árbol, bajaré y me reuniré con ustedes en su casa. Si
no, lo entenderé y continuaré con mi viaje.” Que Dios los bendiga a todos y mueva sus corazones,
para que puedan perdonar a este pobre ser descarriado.

A medida que el camión se acercaba a su pueblo, Arístides muy nervioso se preguntaba ¿Estaría
colgado el pañuelo en el árbol? ¿Le perdonarían sus padres? ¿Y sus hermanos? ¿Lo harían también?
¡Pronto lo sabría! Sólo era cuestión de diez minutos y el vehículo pasaría por su pueblo. El camión
pasó velozmente por delante del árbol; pero Arístides lo vio. ¡Estaba lleno de pañuelos blancos que
sus padres y hermanos habían dejado en el árbol! El camión se detuvo, Arístides agarró su mochila y
bajó despacio. En el borde del camino, bien abrigados, porque estaba lloviznando, se encontraba toda
su familia.

Aquella navidad sería muy diferente en el corazón de cada uno de ellos. Había dejado caer el perdón
como lluvia suave del cielo cual fragancia que derrame la violeta en la mano que la estruja. Entendían
que el perdón no cambia el pasado ´pero si el futuro.

¡FIN!

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