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Lección 2

LA PURUSÍA

2. La Parusía
En griego parusía, significa presencia o venida.
Con este término se suele aludir en Teología al
retorno glorioso de Cristo al final de los
tiempos.1 Parece que fue San Pablo quien
introdujo esta expresión en el cristianismo
tomándola del mundo helénico2. Con todo, este
vocablo en el Nuevo Testamento tiene una
significación y un contenido doctrinal distinto
al de las parusías griegas.

1
Texto de Justo Luis R. Sánchez de Alba, El más allá, Nostra ediciones, México, 2000.
2
Cf. DuPont J., L’Unión avec le Christ suivant S. Paul, París 1952.
2.1 La Parusía en el Antiguo y Nuevo Testamento
La experiencia religiosa del pueblo de Israel esta marcada por las teofanías o
manifestaciones de Yahvé que viene para salvar a su pueblo, siendo la liberación de la
esclavitud de Egipto y el éxodo hacia la tierra prometida las que dejaran una huella
indeleble. Estas venidas de Dios estaban rodeadas de gloria y poder, estableciendo una
situación nueva para el pueblo de Dios: la Alianza. Tanto la liberación de la esclavitud
egipcia como la promulgación de la Ley en orden a la Alianza, van acompañadas del
esplendor y el poder de la gloria de Dios.

Dios vuelve repetidas veces a su pueblo y va naciendo así la esperanza de un retorno futuro
de Dios. Esta esperanza comienza a denominarse «día de Yahvé»3 Es en el libro de Daniel
donde con mas plasticidad se habla de la venida de un Hijo de Hombre sobre las nubes del
cielo a quien el «Anciano de días» le hace rey universal. «Yo seguía contemplando en mis
visiones nocturnas: En las nubes del cielo venía un como Hijo de hombre; se dirigió hacia el Anciano
y fue conducido a su presencia. Se le dio poder, gloria e imperio, y todos los pueblos, naciones y
lenguas le servían. Su poder era un poder eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido
jamás»4.

En cuanto al Nuevo Testamento, toda la predicación de Jesús se centra en la llegada del


Reino de Dios, un mundo nuevo, distinto al que conocemos, tan marcado por la casi
omnipotente presencia del mal. Un reino «eterno y universal; un reino de la verdad y la vida; el
reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz». Un Reino que comienza
humilde y oculto pero que se desarrollara en el tiempo5 hasta convertirse en «la morada de
Dios con los hombres. El habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y el Dios-con-ellos será su Dios.
3
Cf: Am 5, 18; Jl 1, 15; Is 2, 12-22.
4
Dn 7, 13-14.
5
Cf. Mt 12, 28.
Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque lo
anterior ha pasado»6.

Jesús había prometido a los suyos una segunda venida. La tarde de


la despedida, por ejemplo, les dijo: «No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
moradas, si no, os lo hubiera dicho; voy a prepararos un lugar, y cuando
me fuere, y os haya preparado un lugar, volveré otra vez, y os tomaré
conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros»7. Más tarde,
la anunciará de modo solemne y terminante ante la suprema
autoridad religiosa de Israel que le interrogaba bajo juramento8.

La Resurrección de Jesucristo ha introducido en su humanidad un


modo nuevo de ser, glorioso. San Pablo habla del cuerpo
resucitado de Jesús como del «cuerpo de su gloria»9. Su Ascensión al
cielo «significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la
autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los
cielos y e la tierra»10.

La Parusía será una epifanía, una manifestación gloriosa de Cristo11


que vuelve como Rey del Universo «para llevar a cabo el triunfo
definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán
crecido juntos en el curso de la historia»12.

6
Ap 21, 3-4.
7
Jn 14, 1-3.
8
Cf. Mc 14-62.
9
Col 3, 21.
10
CCE n. 668.
11
Cf. Tit 2, 13.
12
CCE n.681.
2.2 La Parusía como esperanza en otro mundo y como tarea en este mundo
Los primeros cristianos habían asimilado muy bien esta dimensión escatológica de la
predicación del Señor y vivían aguardando su venida: «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!».
«¡Ven, Señor, Jesús!»13 Es sabido que estos primeros han sido acusados de ser una
comunidad que vivía exaltada ante la segunda venida de Cristo que creían inminente. Sin
embargo, conviene separar lo que pudo ser creencia de un grupo de la primera hora, por
numeroso que fuera, de lo que es doctrina revelada14. Ya entonces, San Pedro y San Pablo
alertaron contra esta desviación que llevaba a algunos a no ocuparse de las tareas de esta
vida por vivir pendiente de la otra: «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma»15. Y S.
Pedro, a los impacientes, les decía: «Carísimos, no se os oculte una cosa: un día ante Dios es como
mil años, y mil anos como un día»16.

La esperanza en el retorno glorioso de Cristo no es para el cristiano algo alienante, una


especie de opio que le instale en la pasividad apartándole de las tareas humanas como algo
sin importancia ni trascendencia. EI cielo para los gorriones, se ha dicho despectivamente a
los cristianos cuando éstos denunciaban las idólatras del dinero, el trabajo, el poder, el
éxito..., porque no sólo de pan –de esas cosas– vive el hombre.

«El cristiano vive no solo de la rememoración del pasado y la esperanza del futuro, sino también, mas
aún sobre todo, de la Asunción del presente en el que Cristo le llama y se le comunica, y en el que,
por tanto, reverbera el pasado y se anticipa el futuro»17 En consecuencia, la espera del Señor no
supone una huida o desprecio de las realidades nobles de esta vida: familia, trabajo,
13
Ap 22, 17 y 20.
14
Cf. Mateo Seco, L. F. Mundo y Escatología, en GER., Madrid 1973, p. 447.
15
2 Ts 3, 10.
16
2Pet 3, 8.
17
Illanes, J. L. Parusía. GER, T. XVII, Madrid 1974, p. 877.
relaciones sociales..., sino un estímulo poderoso para enfrentarse a esas tareas con amor y
sentido de la responsabilidad, conscientes de que a su vuelta, Cristo nos examinará sobre la
seriedad y competencia con la que hemos empleado los talentos recibidos.

2.3 La vuelta gloriosa del Señor

La vuelta de Cristo ocurrirá a la vista de toda la Humanidad y será distinta de su llegada a


la tierra en tiempos de César Augusto18. También la primera venida fue pública aunque
envuelta en la debilidad de la carne y limitada al estrecho círculo de Israel. La segunda será
una entrada en este mundo preparado por su vida y muerte
y por el testimonio de los creyentes, en el esplendor de su
gloria, acompañado de todo su séquito celestial19. Volverá
como Rey del Universo.

Aunque la vuelta del Señor se ignore en cuanto al tiempo,


no se debe dudar de ella sino tenerla presente. Tened, pues,
paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Ved como el
labrador, por la esperanza de los preciosos frutos de la tierra,
aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías.
Aguardad también vosotros con paciencia, fortaleced vuestros
corazones, porque la venida del Señor esta cercana»20. Esperando
ese regreso del Señor, el cristiano conserva la serenidad y
no pierde la alegría en las tribulaciones viviendo «sobria,
justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada
18
Cf. Lc 2, 1.
19
Mt 24, 27.
20
Sant 5, 7-8
esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús»21.

Resumiendo, se puede decir con Ratzinger: «Jesús predicó el mensaje del Reino de Dios
sirviéndose de múltiples parábolas y presentando ese reino como una realidad presente y, al mismo
tiempo, futura. Podemos afirmar que la Iglesia en formación era consciente de ser fiel a este mensaje
de los comienzos, anunciando a Jesús como Cristo, como quien actúa en el Espíritu y, en
consecuencia, como la forma actual del reino. Podemos afirmar que la cristiandad, mirando al
resucitado, conocía una venida que ya había ocurrido. No vivía de un mero mirar al futuro, sino que
podía llamar la atención sobre un ahora, puesto que la promesa se había convertido ya en presente.
Por supuesto que precisamente este presente es esperanza, es un presente cargado de futuro»22.

2.4 Momento y signos de la Parusía

En el discurso escatológico23, Cristo anuncia la ruina de Jerusalén y el final del mundo con
imágenes tomadas de la literatura apocalíptica judía. Aunque entre los dos sucesos existe
una relación que los discípulos de Jesús advirtieron: la ruina de la ciudad santa y el templo
era un anticipo del fin del mundo, ya que los judíos no concebían que el mundo pudiera
seguir existiendo sin el Templo.

«El Templo era lo que había de más sagrado para un judío, como signo visible de la presencia de Dios
entre su pueblo»24. AI hablar Jesús de su destrucción estaba señalando, para un buen
Israelita, el final también de todo. Tal vez eso explique la pregunta que le formulan: «Dinos
cuando serán estas cosas y cual es el signo cuando todas estas cosas estén para cumplirse»25.
21
Tit 2, 11-14.
22
Ratzinger, J., Escatología, o.c., p. 54.
23
Cf. Mc 13, 1-30; Mt 24, 1-51: y Lc 21, 5-36.
24
Gerard, A. M., Diccionario de la Biblia, Madrid 1995, p. 1427.
25
Mc 13,4.
«Maestro, ¿cuando sucederá esto?»26. La pregunta en Mateo engloba los dos acontecimientos:
«Dinos cuándo sucederá esto y cuál es la señal de tu venida y del final del mundo»27.

Un día la creación entera se someterá al destino


de muerte como consecuencia del pecado. Y
aunque el testimonio explícito de la Sagrada
Escritura es que nadie sabe ni sabrá el día y la
hora, si se nos informa que habrá señales de
catástrofes: «el sol se oscurecerá, y la luna no dará
su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas
que están en los cielos temblarán»28. S. Juan en el
Apocalipsis confirma también la desaparición de
este mundo: «Ante su presencia (el trono de Cristo)
huyeron el cielo y la tierra y no se encontró lugar
para ellos»29.

El fin del mundo no consistirá en una aniquilación sino en una transformación. En las
palabras de la despedida, Jesús dice a sus discípulos que será como los dolores del parto de
la mujer que va a dar a luz un hijo30. Habrá dolores y temor, pero serán el anuncio de una
nueva figura de la creación31. Esto se ve con particular claridad en la segunda Carta de San
Pedro: «pasarán con estrépito los cielos, y los elementos, abrasados, se disolverán, y asimismo la
tierra con las obras que hay en ella... Pero nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva,
en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor»32.

26
Lc 21,7
27
Mt 24, 3.
28
Mc 13, 24-25.
29
Ap 20, 11.
30
Cf. Jn 16, 21.
31
Cf. Rom 8, 22.
32
2Pt 3, 10-13.
2.5 Importancia y significado de las señales del fin del mundo
La revelación no nos aclara la fecha de la vuelta de Cristo si nos habla de unas señales que
la precederán:

1. La predicación del Evangelio en todo el mundo33.

2. La gran apostasía (el Anticristo)34.

3. Las penalidades y tribulaciones de la Iglesia.

4. El caos de la creación.

5. San Pablo apunta la conversión del pueblo judío35.

La Todas estas señales están tomadas de la Sagrada Escritura y, por ello, son
verdaderas, pero su interpretación ha de hacerse con suma cautela y moderación, pues son
señales vagas e inciertas para poder afirmar con precisión que hoy y aquí se están
cumpliendo. En cierto sentido puede decirse que estas profecías se cumplen en cada
generación porque la acción del diablo es permanente. Por lo tanto, y con base en lo anterior,
es imposible saber con seguridad cuándo sucederá el final de los tiempos. No obstante, no
resultan inválidas a pesar de su incertidumbre pues son amonestaciones de continua
vigilancia.

33
Cf. Mc 10, 13; Mt 24, 14.
34
Cf. Mt 24,12; Lc 18,8; 2 Ts 2,3; Ap 12,18 - 13,18.
35
Cf. Ro 11,25 26; v.v. 11,24,29,32; Mt 23, 37-39.
Los primeros cristianos suspiraban por la Parusía o segunda venida del Señor a la tierra, y
exclamaban: ¡Maranatha! Ven Señor nuestro36. Hoy la Iglesia en boca del Concilio Vaticano
II nos dice: “Ella (la Iglesia) camina peregrinando entre las persecuciones del mundo y los
consuelos de Dios al anunciar la Cruz y la muerte del Señor hasta que Él venga. Ella no será llevada
a su plena perfección sino cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando con
el género humano también el universo entero, que está íntimamente unido con el hombre, será
perfectamente renovado”37.

La Revelación no concreta el tiempo que mediará


entre estos acontecimientos y el retorno del Señor, tan
solo ha asegurado que Él llegará de improviso,
cuando menos se espere. En consecuencia, estas
señales suprimen la tentación de vivir excesivamente
seguros y tranquilos. Son una llamada a la vigilancia.

a) Predicación del Evangelio en todo el mundo

Antes del retorno de Cristo, la Buena Nueva deberá


conocerla todo el mundo. Es problemático aventurar
cuándo se cumplirá esta condición puesta por Jesús,
pero sí que el fin del mundo no tendrá lugar sin que
esto se cumpla.

b) El Anticristo

36
Cfr. 1 Co. 16, 22; Ap. 22, 20.
37
Conc. Vat. II, Lumen Gentium, nn. 8 y 48.
«Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de
numerosos creyente38. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra39, desvelará el
Misterio de iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una
solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura
religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a si mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne»40.

S. Tomas de Aquino afirma que: «no es fácil interpretar qué señales serán estas, pues las
consignadas en los evangelios no sólo corresponden, como dice San Agustín41, a la venida
de Cristo para el juicio, sino también a la destrucción de Jerusalén y a las continuas visitas
que Él hace a su Iglesia. De forma que, bien consideradas, no hay ninguna de ellas que se
refiera solo a su última venida, pues las señales como guerras, terrores, etc., han existido
desde el principio de la humanidad; a no ser que se diga que entonces se agravarán. Ahora
bien, que grado de intensidad han de alcanzar para que podamos colegir la proximidad del
juicio, eso es cosa incierta»42.

Estas señales del final no tienen por objeto satisfacer nuestra curiosidad, constituyen una
invitación a someterse ante la majestad infinita del retorno del Señor con respetuoso
temor43; como canta la Liturgia de la Iglesia en algunos Prefacios de la Santa Misa: tremunt
potestades, tiemblan los poderes ante la grandeza de Dios. Con todo, habrá quien persistirá
en su obstinación, como se lee en el Apocalipsis: «a pesar de ello, blasfemaron el nombre de
Dios..., y no se arrepintieron»44, y en este plante orgulloso se revela en toda su abismal
incomprensibilidad el misterio del pecado, mysterium iniquitatis.

38
Cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12.
39
Cf. Lc 21, 12; Jc 15, 19-20.
40
Cf. (CCE n. 675) 2 Te 2, 4-12; 1 Te 5, 2-3; 2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22.
41
Epist. 199: PL 33,914.
42
S. Th. Suppl. q. 73 a. 1.
43
Cf. Ps. 2.
44
Ap 16, 9.
c) Las penalidades de la Iglesia

La ira de Satanás se encenderá entonces con mayor inmensidad y es descrita con la imagen
de la lucha del dragón con la mujer del cielo, en la que unos ven a María, la Madre de Jesús
y nuestra, y otros a la Iglesia. Con todo, en cuanto que Ella dio a luz a Jesucristo y Él es
Cabeza de un gran cuerpo que es la Iglesia, «el texto sagrado deja abierto el camino para ver en
esa mujer a la Santísima Virgen, cuya maternidad conllevaría el dolor del Calvario45, y había sido
profetizada como una señal en Is 7, 14»46.

d) EL caos de la Creación

El Apocalipsis continúa la descripción de


los terrores que sobrecogerán a todos
con la imagen de los cuatro jinetes47. El
primero, cuyo color blanco, la corona
que se le entrega y la victoria que va
obtener, puede significar la victoria de
Cristo en su Pasión y Resurrección. Pío
XII lo afirmaba así: «Es Jesucristo. El
inspirado evangelista no solo vio las ruinas
ocasionadas por el pecado, la guerra, el hambre y la muerte; vio también, en primer lugar, la victoria
de Cristo»48.

45
Cf Lc 2, 35.
46
Cf. Mt 1, 22-23, y Notas de la Sagrada Biblia, Apocalipsis, ed. Universidad de Navarra, Pamplona 1989, p. 143.
47
Cf. Ap 6, 1-8.
48
Pío XII, Alocución, 15-XI-1946.
El rojo representa al odio de unos contra otros en todo tipo de guerras. El negro trae la
carestía y el hambre. El último, de color extraño, cadavérico, que algunos traducen por
amarillo-verdoso casi ceniciento, es el más temible: la muerte. La angustia de esas horas
igualara al rey y a los súbditos, los que detentan el poder político, económico, social,
cultural... estarán tan aterrados como los pobres y pequeños. El miedo será tan pavoroso
que todos huirán a las cavernas y desearan ser sepultados. Tierra, mar, ríos, estrellas, fuego,
se convertirán en verdugos. Y Dios que fue llevado al matadero como un cordero entre risas
y sarcasmos, ahora aparece rodeado de una gloria que, expresada con el estilo apocalíptico
judío y que no debe interpretarse al pie de la letra, sobrecogerá. a los hombres y a la
creación entera.

e) La conversión de los judíos

La conversión del pueblo judío la anuncia S. Pablo en su Carta a los Romanos. Tendrá lugar
cuando la plenitud de los gentiles haya entrado en la Iglesia. Entonces llegaran los últimos
quienes deberán haber sido los primeros. «Los dones de Dios son irrevocables»49. Por ello,
aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, el nuevo Israel, los judíos no están excluidos y
reconocerán que su salvación está ligada a la de los paganos. Así «todo Israel se salvará, como
está escrito»50. Y los paganos dirán que «la salvación viene de los judíos»51.

Resumen
1. Con el término Parusía, que en griego significa presencia o venida, se denomina en Teología el
retorno glorioso de Jesucristo al final de los tiempos.

49
Rom 11, 26.
50
Rom 11, 29.
51
Jn 4, 22.
2. Como enseña el Catecismo: «Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la Gloria es
inminente (cf Ap 22, 20), aun cuando a nosotros no se nos ha dado conocer el tiempo y el
momento que ha fijado el Padre con su autoridad (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento
escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf Mt 24, 44; 1 Te 5, 2), aunque tal
acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén retenidos en las manos de Dios (cf 2
Te 2, 3-12) ».

3. La esperanza en la vuelta del Señor no trivializa las realidades de este mundo en el sentido de
desinteresarse por ellas, sino que representa una llamada a la vigilancia y a la responsabilidad,
puesto que la otra vida para nosotros dependerá, en parte, de lo en serio que nos hayamos
tomado esta vida.

4. La vuelta del Señor ocurrirá a la vista de toda la Humanidad, pero no será en la debilidad de la
carne (kénosis), sino en el esplendor de su gloria.

5. Aunque desconocemos el día y la hora en que se cumplirá la Parusía, la Revelación habla de


unas señales: a) predicación del Evangelio en todo el mundo; b) la gran apostasía (el
Anticristo); c) las penalidades de la Iglesia y el caos del Universo; d) la conversión de los judíos.
Estas señales se producen en el mundo, de un modo u otro, cada vez que se pretende llevar a
cabo la esperanza mesiánica, pero alcanzará su dimensión mayor cuando se acerque el final.

6. El mundo no será aniquilado sino transformado. Dios ha prometido un cielo nuevo y una tierra
nueva.

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