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Las edades del ser

Antonio Muñoz P.

Junio de 2018

Hablar de las edades, sean éstas del ser humano o de cualquier ser o proceso, siempre
permite varios enfoques simultáneos. Uno de ellos es el enfoque de lo cuantitativo
versus lo cualitativo. Esto no tiene nada de nuevo, porque los pitagóricos hace milenios
que consideraron esta doble naturaleza del número: el cualitativo (idea eterna
abstracta) y el cuantitativo (concreción en el mundo sensible). El cualitativo es
conceptual, el cuantitativo es operacional aritmético. Por eso es que una edad es una
cantidad mensurable pero, además, es un estado o momento que puede ser tipificado o
descrito, según sus características, sus causas y sus efectos.

Las edades pueden ser medidas sobre situaciones o cosas más o menos reales,
especialmente aquéllas más cercanas a la vida cotidiana, aunque pueden establecerse
edades arbitrarias o simbólicas, como en el caso de los adeptos de las sectas, logias y
todo tipo de organizaciones culturales.

Otro enfoque, que es al mismo tiempo cualitativo y cuantitativo, es el de lo individual o


único versus lo colectivo o numeroso. Aunque puede ser pedante explicar lo obvio, la
cualidad de lo individual deriva de un estado, el estado de unicidad, por contraposición
a lo colectivo, el cual se encuentra en el estado de adición; y su cantidad se deriva de
que, en el primer caso, se cuenta sólo uno en contraposición al segundo caso, en que se
puede contar por varios.

El ser colectivo

Una primera aproximación al tema de las edades del ser colectivo se da a través de
una visión con edades biológicas de la especie: surgimiento o aparición de los
homínidos, diseminación, concentración de las poblaciones, proliferación en todo el
planeta y saturación o superpoblación por aumento sin control, hasta convertirse en
una plaga peligrosa y nociva para otras especies, así como por la perturbación y el daño
de su ambiente, sea éste natural o un ambiente resultado de la misma civilización..

 

Otra, puede ser una aproximación convencional al tema, a través de las edades
elaboradas por los historiadores: primitivismo o edad prehistórica, edad antigua, edad
media, edad moderna, edad contemporánea o post moderna.

Otra visión sería considerando a la especie según su dominio de la energía: edad del
fuego, edad de la tracción por animales de tiro, edad de la caldera de vapor y la
locomotora, edad del petróleo y del motor de combustión interna, edad de la energía
eléctrica, edad de la energía atómica, edad de las energías renovables y alternativas.

Una cuarta mirada de las edades de la especie humana podría ser considerando la
economía y los modos de producción. Para algunos puede parecer trivial pero, nunca ha
sido posible la subsistencia del animal hombre sin una manera de organizar la
obtención de productos para el consumo y sin una organización social del trabajo.
Tenemos, así, las edades de: el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo y el
capitalismo. Algunos agregan el modo de producción asiático y el modo de producción
campesino-familiar. El llamado régimen socialista centralizado y de partido único no
pasa de ser (porque aún existe) un modo capitalista de Estado, un caso bastante
estudiado desde la década de los setenta.

A estas alturas del escrito, es adecuado destacar que ninguna de las visiones
anteriores puede ser considerada en forma mecánica o totalizante, pues siendo la
humanidad diversa y dispersa en variados territorios y climas, el conjunto social no se
mueve históricamente al mismo tiempo, ni a la misma velocidad ni en la misma
dirección. Por tanto, grupos dentro de un todo mayor que se encuentran en una edad
determinada tienen que convivir y, muchas veces, entrar en conflicto de dominación,
con otros grupos más o menos agresivos que se encuentran en una edad histórico-
social diferente.

Hay otra visión de las edades del ser humano que, para mí, tiene un especial interés,
podría ser catalogada de tipo psico-social. Esto a lo cual me voy a referir tiene
relación con la generación y el dominio de la conciencia. Obviamente, no existe una
definición única de la conciencia, pero aquí vamos a considerarla como una función o
estado de la psiquis, focalizada o atenta en la sensación de sí mismo y, según el tipo de
conciencia, diferenciada del entorno. Se trata de constatarse a sí mismo y de
mantener ese estado de constatación.

Para la mayoría abrumadora de la especie, la conciencia no pasa de ser un estado


brevísimo y transitorio. Se puede realizar actividades complejas o actividades
triviales de diferente duración con la función mental, pero esto no es conciencia de sí.

 

En el niño pequeño o infante la obtención de la conciencia es un proceso que toma su


tiempo. Al comienzo, el infante no hace diferenciación alguna entre sí mismo y su
entorno, considerándose una especie de cosa u objeto, al punto de auto denominarse
"el niño". Luego, avanzará hasta auto denominarse "yo", pues se ha estado formando la
conciencia vaga de un ego u núcleo incipiente de personalidad. O sea, pareciera que el
ser no nace con una conciencia sino que su presencia se va conquistando poco a poco.

Cuando los estudiosos (antropólogos, psicólogos) han prestado atención a los grupos
primitivos o en estado natural, aquéllos que aún quedaban en la primera mitad del siglo
XX, se percataron que la situación psíquica de dichos grupos y de sus integrantes se
podía asimilar al estado de la pre-conciencia infantil. Es decir, el individuo no
pareciera auto definirse en función de su ego y se considera a sí mismo como un
elemento más de la naturaleza y del colectivo social, dominado por fuerzas o energías
mágicas, controladas por un alma o almas o espíritus poderosos, tal como percibe el
entorno y a sí mismo el infante de la sociedad civilizada contemporánea.

Estas constataciones permiten considerar que la conciencia podría ser un logro de la


evolución humana y, en ningún caso, un atributo pre existente.

La vinculación de los grupos primitivos con la función o dimensión inconsciente


profunda todavía llama hoy la atención de los estudiosos. Se aprende de ellos para que
el ser humano de la edad de la conciencia pueda interactuar con su función
inconsciente y así conseguir ayudas terapéuticas a sus males anímicos. El ejemplo más
claro al respecto es el estudio y aplicación de los rituales chamánicos en las
tendencias más avanzadas de la psicología.

Explicitemos dos áreas de investigación y aplicación terapéutica de la psicología


contemporánea que pertenecen a las esferas de lo perinatal y lo transpersonal. La
esfera perinatal corresponde a la etapa del ser humano que va desde su gestación
hasta el alumbramiento. En un comienzo, minusvalorada por la ciencia, hoy es
reconocida como parte activa de la vida psíquica o espiritual de la entidad humana. Si
bien nadie puede afirmar que haya conciencia perinatal, sí es posible afirmar que hay
un registro o memoria de ese período, el cual es factible activar o retrotraer
mediante métodos adecuados y probados.

La conciencia transpersonal es una esfera que, como su nombre lo indica, es un nivel


que se encuentra más allá de la experiencia habitual, de la conciencia y de la memoria
personales. Se trata de un ejercicio que conduce a un estado de conciencia holística
que lleva a la conciencia hacia niveles infra o supra dimensionales con respecto al

 

estado habitual o terrenal. Se puede llegar a compartir la experiencia de la conciencia


de un invertebrado o se puede llegar, en el otro extremo, a experienciar una
conciencia cósmica, planetaria o galáctica.

Por último, hay una esfera de la vida psíquica que ha sido investigado y trabajado
bastante durante los últimos cien años: aquél referido al inconsciente colectivo. Una
forma de tender un puente con esa esfera es a través del análisis de los sueños, con el
fin de lograr atraer a la conciencia las señales del movimiento inconsciente de la
psiquis de la especie, con resultados saludables y como apoyo en el avance en la
madurez personal.

Como este trabajo no es una investigación ni un ensayo, y se canaliza en el estrecho


margen de una reflexión u ordenamiento de ideas, no hay espacio para mayores
detalles sobre lo que acabamos de mencionar. Corresponde a cada uno abrirse a
estudiar la abundante literatura disponible al respecto.

Para terminar, como manera de esquematizar este enfoque psicológico o psicosocial de


las edades del ser humano, se puede mencionar:

 una edad pre-consciente, que va desde la gestación hasta que el niño reconoce
su ego. Esta edad incluye la memoria perinatal.
 una edad consciente, que puede abarcar toda la existencia individual, desde la
infancia hasta la desencarnación. La conciencia se reconoce como un estado
breve, transitorio e intermitente, estando la persona la mayor parte de su
tiempo en la inconsciencia.
 una edad inconsciente, que acompaña en forma paralela toda la vida consciente
del individuo y que se relaciona activamente con la conciencia, creando crisis
personales y empujando los procesos de madurez y los momentos de
crecimiento personal. El inconsciente pareciera estar permanentemente activo
trabajando, vigilando y registrando, durante toda la vida, aún en los períodos de
dormir.
 una edad de conciencia plena (conciencia continua), que sólo consiguen personas
con un entrenamiento prolongado y persistente, las cuales pertenecen a
cofradías de las escuelas meditantes.
 una edad de conciencia transpersonal, que sólo se consigue por excepción, en
una situación crítica denominada "emergencia espiritual", un estado de
conciencia poco habitual de tipo espontáneo, pero también alcanzable mediante
alucinógenos o por el entrenamiento especializado en las escuelas meditantes.

 

El ser individual

Hasta ahora me he referido a las edades del ser humano como entidad colectiva,
aunque es también posible reflexionar sobre las edades del mismo como individuo o ser
aislado. Es esto último lo que voy a intentar.

Los antiguos, sean las culturas en torno al Mediterráneo o sean las culturas orientales
o asiáticas atribuyeron al ser humano una periodización de su existencia tomando en
cuenta la dicotomía aspecto físico y aspecto psíquico, o desarrollo biológico y
desarrollo espiritual. Por eso hemos escuchado que se habla de períodos de siete años
y, otras veces, de períodos de nueve años. Pareciera que los períodos de siete fueron
asociados a los cambios físicos y los de nueve fueron asociados a los cambios psíquicos
o espirituales. Esto que decimos lleva implícito lo que señalamos al comienzo: el hecho
de que hay un aspecto de cantidad, por ejemplo, el número de siete años, y un aspecto
correlativo de calidad, por ejemplo, la infancia. No siempre los números se ajustan a lo
que el ser humano quisiera ver, medir o proyectar, considerando que hasta ahora
hemos supuesto que las edades se miden a contar del nacimiento, haciendo abstracción
que existe un período perinatal, el cual va desde la concepción hasta el alumbramiento,
y que se mide en meses, no en años, y cuadra con el número nueve y no con el número
siete.

Las edades de siete consideran que, física o biológicamente, el ser humano entre el
uno y los siete años es considerado infante, que entre los ocho y los catorce es
considerado niño, entre los quince y los veintiuno es considerado adolescente, que
entre los veintidós y los veintiocho es adulto joven, etc. Estos cambios van asociados
al desarrollo del cuerpo y, específicamente, del cerebro y el sistema nervioso. Esa era
la visión general hasta el siglo XX, pero las neurociencias han ido cambiando ciertas
ideas que se tenían como definitivas al respecto. Se pensaba que el cerebro se
desarrollaba hasta los veintiuno pero hoy en día se acepta que puede desarrollarse
hasta los veintiocho o más. Obviamente, en la realidad se dan diferencias de un
individuo a otro, de una cultura a otra y de una época a otra.

Respecto de la falta de calce entre los períodos de siete y de nueve, pareciera tener
su razón de ser en la misma realidad. Físicamente, una persona puede ser considerada
joven adulta a los dieciocho años pero psíquicamente pareciera que la adultez se logra
a los veintiuno y, a veces, no siempre. Estos criterios de separación en números

 

impares (siete, nueve) comenzaron a ser cuestionados en el siglo XX y, actualmente,


algunos biólogos y psicólogos prefieren usar periodizaciones de seis u otras.

Los números están también asociados a partes del cuerpo del ser humano. Si
consideramos los orificios naturales del cuerpo, los antiguos identificaban nueve de
ellos: ojos, oídos, fosas nasales, boca, uretra, ano. Si consideramos las glándulas de
secreción interna, se identificaban siete de ellas: hipófisis o pituitaria, pineal,
tiroides, timo, adrenales, genital. Hoy estas contabilidades pueden ser cuestionadas,
pues no se puede ignorar que la hembra humana posee un décimo orificio en su
organismo y, por otra parte, la genitalidad es dual, tanto el varón como su opuesto
poseen gónadas dobles, lo cual hace que la cuenta sea de ocho glándulas en vez de
siete. En ambos casos, orificios y glándulas, solamente al llegar a la edad tercera, o
sea la adolescencia, se pueden usar plenamente todos ellos en las funciones que les
están destinadas biológicamente.

Si bien la constitución del ser humano hace que se le considere binario por naturaleza:
dos ojos, dos pulmones, dos oídos, dos piernas, dos brazos, dos riñones, dos ovarios,
dos hemisferios cerebrales, etc. pareciera que hay algunos órganos o partes que no se
ajustan a dicha regla. Para empezar, están aquéllos que tienen un carácter unitario,
como un pene, una vagina, un músculo cardíaco. Este último es unitario de forma
aparente, pues en su interior es binario: dos aurículas y dos ventrículos. Hay un órgano
que destaca por salirse de la norma binaria, la mano, con sus cinco dedos. Este órgano,
cuya acción es fundamental en el desarrollo mismo del cerebro es el símbolo más
adecuado del trabajo humano, es decir, de las actividades inteligentes orientadas a un
fin o un resultado, un producto o un servicio para otros.

Hasta este punto hemos pensado en el marco o ámbito natural, en las edades del ser
humano como una entidad que puede reconocerse aunque ni siquiera exista su
concepto. Su físico, sus actividades, así como su agrupamiento en una especie de
rebaños, son elementos que forman parte de lo espontáneo de la naturaleza. Sin
embargo, hacemos un giro para considerar las edades del ser humano como una
entidad cultural y, por tanto, virtual o ficticia, sólo concebible en una realidad
proyectada de elaborada construcción intelectual. Así, pues, salgamos del ámbito de lo
natural y orientémonos hacia las acciones culturales antrópicas y detengámonos en las
"edades" atribuidas por las sectas a sus miembros. Entre los francmasones se habla
de tres, cinco y siete años de edad, para referirse a la gradación y calidad de sus
integrantes.

 

A los adeptos aprendices se les otorga la edad potencial de tres, la cual, al cabo de
dos años de asistencia regular, puede ampliarse a cinco (3 + 2 = 5). Esta edad de tres
es potencial en el sentido que, al ser atribuida, es el punto de partida para comenzar a
aprender a formarse como aprendiz.

A los adeptos compañeros se les otorga la edad potencial de cinco, la cual, al cabo de
dos años de asistencia regular, puede ampliarse a siete (5 + 2 = 7). Esta edad de cinco
es potencial en el sentido que, al ser atribuida, es el punto de partida para comenzar a
aprender a formarse como compañero.

A los adeptos maestros se les otorga la edad potencial de siete, a la cual no se


agregan más años, entendiéndose que cumplir esa edad es el punto de partida para
comenzar a aprender a formarse como maestro.

Estas edades simbólicas van también asociadas al uso de las herramientas masónicas.
En la edad básica, debería hacerse hábil en el uso de tres instrumentos de la
construcción interior; en la edad intermedia, se debería aprender a ser hábil de cinco
otros instrumentos. En la edad superior, la gama de elementos simbólicos
potencialmente utilizable es mayor y muy variada.

Además, las edades acostumbran a asociarse con las luces del taller masónico: tres
luces son las tres primeras autoridades, cinco luces son las cinco cargos más
importantes, siendo siete los cargos más importantes cuando se hace referencia a las
siete luces de la logia.

No sólo la primera edad de los francmasones debe entenderse como muy activa, sino
todas ellas. Para comenzar, en la edad de tres años se está simbolizando algo más que
un número, se simboliza un triángulo. Para las personas que no han entendido este
símbolo en su plenitud y lo asocian solamente con algo fijo, como es una figura
geométrica, se les pasa por alto que se quiere representar un flujo o dinámica de la
corporación. Esto a que hacemos referencia toma cuerpo en la comunicación codificada
en el interior de las ceremonias. Para hacer uso de la palabra, hay que triangular. Se
triangula en dos sentidos: de ida y de vuelta. De ida, uno de los adeptos solicita hacer
uso de la palabra, luego el vigilante correspondiente lo informa al presidente del
taller, y éste cierra la triangulación autorizando que pueda hablar el interesado. De
vuelta: el presidente del taller expresa su autorización, el vigilante involucrado se lo
informa al interesado, y éste cierra la triangulación haciendo uso de su derecho a
intervenir discursivamente.

 

El proceso de triangulación se da también en otras intervenciones o actividades, por


ejemplo, cuando un adepto llega a deshora al templo. Primer gesto: golpea la puerta del
templo; segundo gesto: el guardatemplo o agente a cargo de la entrada lo comunica al
presidente; tercer gesto y cierre de la triangulación: el presidente autoriza el ingreso.
La triangulación de vuelta implica: un primer gesto del presidente autorizando el
ingreso; un segundo gesto del guardatemplo de abrir la puerta y comunicar la
autorización y, finalmente, la materialización del ingreso según la marcha o paso
estándar del adepto atrasado. En síntesis, la edad de tres es bastante más que una
mera antigüedad, es la oportunidad de desarrollar la comprensión no sólo de un
símbolo numérico o geométrico, lo cual viene a ser el aspecto cuantitativo, sino,
además, la comprensión de una cualidad activa en la reglamentada convivencia
masónica.

Por su parte, en la edad masónica de cinco años, dicho número tiene una importancia
simbólica particular. La mano abierta en toda su extensión permite perfilar los cinco
dedos, figura que se asemeja al pentagrama de cinco puntas que corona el templo. El
cinco y el pentagrama aluden al dominio de los elementos alquímicos mediante el
conocimiento intelectual y la sabiduría inmanente o conocimiento del inconsciente
colectivo. Un oriental podría decir que se trata de la comunión del ser individual con el
Uno o principio ordenador primordial y universal. Por sobre lo anterior, recordemos
que el cinco o la mano aluden al trabajo y no solamente a la actividad productiva o a la
actividad intelectual sino al trabajo interior, guiado por la visión interna, la cual se va
adquiriendo para el conocimiento de sí mismo y la construcción de la personalidad.

Pasando a la edad masónica de siete años, podemos observar que este número se
puede construir a partir de otros, 1 + 6, o 2 + 5, o 3 + 4. Si nos detenemos solamente
en esta última construcción, estos números, el 3 y el 4, son representantes de la
reyecía. Obviamente hablamos de un reino virtual o inmanente y no del mero y burdo
poder temporal o autoridad administrativa. Recordemos que en la simbología
cartomántica el 3 es el número de la emperatriz y el 4 es el número del emperador,
figuras que representan el dominio. ¿Pero a qué poder o dominancia hacen referencia?.
Se ligan al autodominio, a la maestría sobre el sí mismo que se basa en la soberanía de
la individualidad para auto construirse, sin reconocer sometimiento alguno ni límites ni
barreras al conocimiento, es la potencialidad de la libertad plena. En la tercera edad
masónica se puede ser tan libre como para mostrar actitudes y métodos de
autoconocimiento que pueden ser muy diferentes y hasta opuestos a los métodos
empleados en la segunda edad. Por ejemplo, lo contrario de trabajar es no trabajar y

 

lo contrario de mantenerse activo físico e intelectualmente es la no acción, la quietud.


Se abre el desafío de conseguir la calma corporal, la serenidad mental y la armonía
espiritual. Esto puede expresarse también como una triple negación: no sensación, no
pensamiento y no emoción, es sentarse y olvidarse de todo. ¿A qué puede conducir?.
No tiene respuesta, a cada uno le corresponde entregarse al desafío.

Y ahora, conviene señalar las coincidencias que tienen los diferentes enfoques sobre
las edades del ser humano. Se decía más arriba que las edades tiene un aspecto físico
y un aspecto psíquico. Las edades físicas parecían no coincidir con las edades psíquicas
o de madurez de los individuos. Lo mismo pareciera ocurrir en el interior de la logia o
taller. La edad de un adepto tiene un aspecto físico, administrativo, cuantitativo o
cronológico, por ejemplo, tres años. Pero la edad tiene además un aspecto cualitativo,
mental y psíquico, que consiste en el desarrollo de las habilidades que imponen el uso
de los instrumentos del grado, así como la comprensión profunda de los procesos en
los cuales se le hace participar. Si dichas edades, cuantitativa y cualitativa coinciden
o no coinciden es responsabilidad del adepto por no permanecer avisado de los hitos
que se levantan a su paso por el taller y, además, responsabilidad de quienes se
consideran con la autoridad de orientar a los iniciados y vigilar porque la institución
cumpla con la misión y las visiones que le son atribuidas. Poco avisado habrá de ser
quien considere que un francmasón catalogado como maestro con muchos años de
afiliación tiene per se edad para ser considerado un sabio venerable, cuando en la
práctica pudiera no ser más que un palurdo con una edad administrativa.

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