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Mateo 25:1-46

CAPITULO 25

Vers. 1-13. LA PARABOLA DE LAS DIEZ VIRGENES. Esta y la parábola siguiente se hallan sólo en Mateo.
1. Entonces—en el tiempo referido al final del capítulo anterior, el tiempo de la segunda venida de nuestro Señor para
recompensar a sus siervos fieles y vengarse de los infieles. el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que
tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo—Este versículo provee la llave a la parábola, cuyo objeto es, en
general, el mismo como el de la parábola anterior, el de ilustrar la actitud vigilante y expectante de la fe, por la cual los
creyentes se describen como “los que le esperan para salud” (Heb_9:28) y “los que aman su venida” (2Ti_4:8). En la
parábola anterior fué la actitud de unos siervos que esperaban a su señor ausente; y en ésta son unas doncellas que
acompañarían a una novia, y cuyo deber era el de salir de noche con lámparas, y estar listas al presentarse el novio para
acompañar a la novia a la casa de él, y entrar allí a la fiesta nupcial. Este hermoso cambio en la figura presenta la lección
de la parábola anterior bajo una luz nueva. Pero obsérvese que, así como en la parábola de la Cena Nupcial, la novia no
aparece, pues las Vírgenes y el Novio presentan toda la enseñanza de la parábola; tampoco podían ser presentados los
creyentes como Novia y como acompañantes a la vez, sin que hubiera incongruencia.
2. Y las cinco de ellas eran prudentes, y las cinco fatuas—No se califican como buenas y malas, como observa
Trench, sino como “prudentes” y “fatuas”, así como en el cap. 7:25-27, aquellos que edifican sus casas para la eternidad
se distinguen como “sabios” e “insensatos”, ya que esto era más apegado a la verdad. Pensar que el número de los
salvados y de los perdidos sea igual, nos parece poco acertado, aunque debería advertirnos de que un gran número de
personas serán desconocidas por Cristo en su venida, aunque hasta el fin hayan sido muy semejantes a los que le aman.
3. Las que eran fatuas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; 4. Mas las prudentes tomaron aceite
en sus vasos, juntamente con sus lámparas—¿Qué son estas “lámparas” y este “aceite”? Se han dado muchas
respuestas. Pero como las fatuas al igual que las prudentes tomaron sus lámparas, y salieron con ellas a encontrar al novio,
estas lámparas prendidas v este avance hasta cierta distancia en compañía de las prudentes, debería significar aquella
profesión cristiana que es común a todos los que llevan el nombre de cristianos; mientras que la insuficiencia de esto, y la
falta de algo más que ellas nunca poseyeron, demuestra que las “fatuas” representan a aquellas personas que, con todo lo
que existe en común entre ellas y los cristianos verdaderos, carecen de la preparación esencial para encontrarse con
Cristo. Entonces, como la sabiduría de “las prudentes” consistía en llevar junto con sus lámparas una provisión de aceite
en sus vasos para tener las lámparas prendidas hasta que llegara el novio, y así estar listas para entrar con él a las fiestas
nupciales, esta provisión de aceite tiene que significar aquella realidad interior de la gracia, que será lo único que
permanecerá cuando aparezca aquel cuyos ojos son como llamas de fuego. Pero esto es demasiado general; porque no
puede ser que, sin ninguna razón, esta gracia interior se presente aquí bajo el símbolo familiar del aceite, símbolo por el
cual el Espíritu de toda gracia es representado tan constantemente en las Escrituras. Fuera de toda duda, este algo era lo
que se había simbolizado por aquel precioso aceite de la unción con el cual Aarón y sus hijos fueron consagrados al puesto
sacerdotal (Exo_30:23-25, Exo_30:30); por aquel “óleo de gozo sobre tus compañeros” con el cual el Mesías sería ungido
(Psa_45:7; Heb_1:9), aunque expresamente se había dicho que “no da Dios el Espíritu por medida” (Joh_3:34); y por el
vaso lleno de aceite, en la visión de Zacarías, el cual recibía el aceite de dos olivos que estaban a cada lado de él, y lo
vertía por siete tubos de oro al candelero áureo para tenerlo siempre ardiendo Zacarías cap. 4); porque expresamente se le
dice al profeta, sería usado para proclamar una gran verdad: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho
Jehová de los ejércitos [será edificado este templo.] ¿Quién eres tú, oh gran monte [que te opones a esta empresa]?
Delante de Zorobabel serás reducido a llanura [o arrastrado fuera del camino]; él sacará la primera piedra [del templo],
con aclamaciones de Gracia, gracia a ella”. Esta provisión de aceite, pues, que representa aquella gracia interior que
distingue a los prudentes, tiene que significar, más particularmente, aquella “provisión del Espíritu de Jesucristo” que,
siendo la fuente de la nueva vida espiritual en un principio, es el secreto de su carácter permanente. Todo menos esto,
podía ser poseído por “las fatuas”; mientras que la posesión de esto es lo que hace que “las prudentes” estén “listas” para
cuando aparece el novio, y aptas para “entrar con él a las bodas”. Precisamente es así como en la parábola del Sembrador,
estos oidores son representados por la simiente que cayó en pedregales,” que “no tenía raíz” ni “profundidad de tierra”, y
que aunque brota y crece nunca madura, mientras que la que cae en buena tierra produce fruto.
5. Y tardándose el esposo—Así como en el cap. 24:48 que dice: “Mi señor se tarda en venir”; y como Pedro
sublimemente dice del Señor ascendido: “Al cual de cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la
restauración de todas las cosas” (Act_3:21, y Luk_19:11-12). Cristo “se tarda”, entre otros motivos, para probar la fe y la
paciencia de su pueblo. cabecearon todas, y se durmieron—las prudentes tanto como las fatuas. La palabra
“cabecearon” significa sencillamente que se sentían cargadas de sueño; mientras que “se durmieron” es la palabra usual
por “acostarse a dormir”; señalando dos etapas de decaimiento espiritual: la primera, aquel letargo medio involuntario, o
sea la somnolencia, que es capaz de apoderarse de uno que detiene su actividad; y luego un consentimiento voluntario a
ella, después de un poco de vana resistencia. En tal estado se encontraban las vírgenes prudentes y las fatuas, aunque el
anuncio de la llegada del novio las despertó. Esto también lo hallamos en la parábola de la Viuda Insistente: “Cuando el
Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en la tierra?” (Luk_18:8).
6. Y a la media noche—es decir, la hora cuando menos se esperaba al novio; porque “el día del Señor vendrá así
como ladrón de noche” (1Th_5:2). fué oído un clamor: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle—es decir: “Estad
listas para darle la bienvenida.”
7. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y aderezaron sus lámparas—las fatuas así como las prudentes.
¡Por cuánto tiempo los dos grupos parecieron ser iguales: casi hasta el momento de la decisión! Según el contenido de la
parábola, es evidente que la indiscreción de “las fatuas” no consistió en no tener aceite ninguno, ya que, seguramente
habían tenido bastante en sus lámparas para tenerlas encendidas hasta este momento. Su indiscreción consistió en no
haber hecho provisión contra su agotamiento, llevando una vasija de aceite con que volver a llenar sus lámparas de tiempo
en tiempo, y así tenerlas encendidas hasta que llegara el novio. Entonces ¿hemos de concluir, como lo hacen algunos
expositores competentes, que las vírgenes fatuas representan a cristianos verdaderos, tanto como las prudentes, puesto que
sólo los cristianos verdaderos pueden poseer el Espíritu, y que la diferencia entre las dos clases consiste sólo en que las de
una clase poseen el don de la vigilancia, mientras que las de la otra clase carecen de él? Claro que no. Puesto que el
propósito de la parábola fué el de presentar a los preparados y a los no preparados para recibir a Cristo en su venida, y el
hacer ver cómo los no preparados, hasta el fin, podrían confundirse con los preparados, la estructura de la parábola
convenía acomodarse a esto, haciendo que las lámparas de las fatuas ardiesen tanto como las de las prudentes, hasta cierto
punto, y sólo entonces descubrir su incapacidad de seguir ardiendo por falta de una nueva provisión de aceite. Pero este es
sólo un recurso estructural; y la diferencia verdadera entre las dos clases que profesan amar la venida del Señor, es
radical: la posesión de un principio duradero de vida espiritual por parte de una clase, y la carencia de este principio por
parte de la otra clase.
8. Y las fatuas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan—“se
están apagando”; porque el aceite no encenderá la lámpara apagada, pero evitará que la lámpara prendida se apague.
Ahora éstas descubren no sólo su propia insensatez, sino la prudencia de la otra clase, y le hacen honor. No las
despreciaban, tal vez, antes, pero las creían demasiado justas; ahora se ven obligadas, con amarga humillación, a desear
ser como ellas.
9. Mas las prudentes respondieron, diciendo. Porque no nos falte a nosotras y a vosotras—Una contestación bien
sabia ésta: “Y ¿qué pasará si compartimos nuestro aceite con vosotras? Con seguridad que todas fracasaremos.” id antes a
los que venden, y comprad para vosotras—El afirmar que esta parábola enseña que las personas deben conseguir la
salvación aun después que se supone que la hayan conseguido, sería ensanchar la parábola más allá de su propósito
legítimo. Lo único que hacen las vírgenes prudentes es recordar amigablemente a las vírgenes fatuas la manera propia de
conseguir el artículo necesario y precioso, con cierta censura por tenerlo que buscar ahora tan tarde. Asimismo, cuando la
parábola habla de “vender” y “comprar” aquel artículo valioso, sería como decir simplemente: “Id a conseguirlo de la
única manera legítima”. Sin embargo, la palabra “comprar” es significativa, porque en otras partes de la Escritura se nos
manda comprar “sin dinero y sin precio,” vino y leche, v comprar de Cristo “oro afinado en fuego”, etc. ( Isa_55:1;
Rev_3:18). Ahora bien, puesto que aquello por lo cual pagamos el precio pedido, viene a ser propiedad nuestra, la
salvación que aceptamos gratuitamente de las manos de Dios, siendo comprada en el mismo sentido que Dios da a la
palabra, viene a ser nuestra propiedad inalienable. Compárese el lenguaje con Pro_23:23 : cap. 13:14).
10. Y mientras que ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban apercibidas, entraron con él a las
bodas; y se cerró la puerta—Las fatuas reconocen su insensatez; aceptan el buen consejo; están en el acto de conseguir
lo único que les hacía falta: un poquito más de tiempo, y ellas también estarían apercibidas. Pero el esposo llega; las
apercibidas son admitidas; “y se cerró la puerta”, y las vírgenes fatuas quedaron excluídas. ¡Qué cuadro tan gráfico y
espantoso de personas casi salvadas, mas perdidas!
11. Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor, ábrenos—En el cap. 7:22 esta
repetición del nombre “Señor, Señor”, fué una exclamación más bien de sorpresa; aquí es un grito lastimero de urgencia,
cercano a la desesperación. ¡Ah! ahora al fin sus ojos están bien abiertos v se dan cuenta cabal de las consecuencias de su
anterior comportamiento.
12. Mas respondiendo él, dijo: De cierto os digo, que no os conozco—El esfuerzo para establecer una diferencia
entre el “no os conozco” aquí, y el “nunca os conocí” en el cap. 7:23, como si el de nuestra parábola fuera más suave y así
diese a conocer una suerte moderada para “las fatuas”, debe ser resistido, aunque es defendida tal diferencia por críticos
tales como Olshausen, Stier y Alford. Esta opinión, además de ser incompatible con el tenor general de semejante
lenguaje, y particularmente con la solemne moraleja del mismo (v. 13), es una especie de crítica que se interpone con
algunas advertencias más terribles tocante al futuro. Si se preguntara por qué son admitidos huéspedes indignos a las
bodas del Hijo del Rey, en una parábola anterior, y son excluídas las vírgenes fatuas en ésta. podríamos contestar, en las
palabras admirables de Gerhard, citadas por Trench, que aquellas fiestas se celebraron en esta vida, en la iglesia militante;
v éstas en el día final, en la iglesia triunfante; a aquéllas aun son admitidos los que no vienen vestidos con ropas de bodas;
pero a éstas, se admiten sólo aquellos a quienes es permitido vestirse con lino fino y blanco, que representa la justicia de
los santos (Rev_19:8); a aquellas fiestas los hombres son llamados por la trompeta del evangelio; a éstas por la trompeta
del arcángel; a aquéllas los que entran, pueden salir o ser echados; en éstas, quien una vez es introducido, nunca sale ni
será echado de ellas; por lo cual se dice: “y se cerró la puerta.”
13. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir —Siendo ésta la
moraleja o lección práctica de toda la parábola, no necesita comentario.

14-30. LA PARABOLA DE LOS TALENTOS. Esta parábola, aunque se asemeja mucho a la de Las Minas
(Luk_19:11-27) es, sin embargo, muy diferente de aquélla; y aunque Calvino, Olshausen, Meyer, etc., las identifican
como una sola, De Wette y Neander afirman que son dos. Para hacer diferencia entre las dos parábolas, véanse las
observaciones introductorias a la de Las Minas. Trench observa, con su acostumbrada gracia, que en la parábola anterior
“las vírgenes fueron presentadas como esperando a su Señor, en ésta vemos a los siervos que trabajan por él. En la
primera se describe la vida espiritual interior; aquí se describe la actividad externa. Se debe pues, a una buena razón, el
que aparezcan en su orden actual: la de las Vírgenes primero, y la de los Talentos después, puesto que, para que la
actividad exterior sea provechosa para el reino de Dios, se necesita que la presencia de Dios sea diligentemente mantenida
dentro del corazón”.
14. Porque el reino de los cielos es como un hombre—Las palabras “reino de los cielos” son interpolación de los
traductores, es decir, que faltan en el original griego: sería mejor suplir las palabras elípticas en el pasaje correspondiente
de Mar_13:34, que “el Hijo del hombre es como un hombre”, etc. que partiéndose lejos—o más simplemente, “al
extranjero”. La idea de tardanza seguramente se entiende aquí, como se expresa en el v. 19. llamó a sus siervos, y les
entregó sus bienes—Entre señor y esclavos esto no era raro en tiempos antiguos. Los “siervos” de Cristo aquí representan
todos los que, por su profesión cristiana, están enteramente sujetos a él, Sus “bienes” significan todos sus dones y dotes,
ya sean innatos o adquiridos, naturales o espirituales. Así como todo lo que tienen los esclavos pertenece al dueño, así
Cristo tiene derecho a todo lo que pertenece a su pueblo, todo lo que pueda usarse para bien, y él exige la apropiación de
ello a su servicio; o, mirándolo de otra manera, ellos primero se lo ofrecen a él, por no pertenecerse ellos a sí mismos, ya
que “comprados sois por precio” (1Co_6:19-20), y Cristo lo entrega “de nuevo a ellos para que sea puesto a buen uso en
su servicio.
15. Y a éste dió cinco talentos, y al otro dos, y al otro uno—Mientras que la proporción de dones es diferente en
cada uno, se requiere de todos la misma fidelidad, y son recompensados por igual; por tanto, hay igualdad perfecta. a
cada uno conforme a su facultad—su capacidad natural alistada en el servicio de Cristo, y sus oportunidades
providenciales para emplear los dones que se le han concedido. y luego se partió lejos—compárese con el cap. 21:33.
donde una partida semejante se atribuye a Dios, después de haber establecido la antigua dispensación. En ambos casos se
indica el acto de dejar a los hombres con aquellas leyes e influencias espirituales del cielo bajo las cuales ellos han sido
puestos por la gracia de Dios, para su propia salvación y el progreso del reino de Dios.
16. Y el que había recibido cinco talentos se fué, y granjeó con ellos, e hizo otros cinco talentos. 17. Asimismo el
que había recibido dos—más bien, “los dos”—ganó también él otros dos—cada uno duplicando lo que había recibido,
y por lo tanto, siendo los dos igualmente fieles.
18. Mas el que había recibido uno, fué y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor—no malgastándolo,
sino simplemente no haciendo uso de él. En efecto, el proceder de este siervo parece ser el de una persona ansiosa de que
el don no fuese malusado o perdido a fin de que estuviese listo para ser devuelto, a su debido tiempo.
19. Y después de mucho tiempo, vino el señor de aquellos siervos, e hizo cuentas con ellos —Que por estas
palabras pensara alguien—por lo menos en la era apostólica—que Jesús había dado motivo por qué esperar su segunda
venida dentro de dicha época, nos parecería extraño, si no conociésemos la tendencia de aquellos que tienen un
desordenado amor y entusiasmo por su retorno.
20. Señor, cinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco talentos he ganado sobre ellos—¡Cuán hermosamente
ilustra esto lo que dijo el discípulo amado de la “confianza en el día del juicio”, y de su deseo de que “cuando apareciere
(el Señor), tengamos confianza, y no seamos confundidos de él en su venida”! (1Jo_4:17; 1Jo_2:28).
21. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel—una sola palabra, pero no de simple satisfacción sino de alabanza
cálida y complacida. Y ¡de qué labios provenía! sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré … 22. Y llegando
también el que había recibido dos talentos … 23. Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te
pondré—Los dos son alabados en los mismos términos, y la recompensa de ambos es exactamente igual (Véase el
comentario sobre el v. 15). Obsérvense también los contrastes: “Tú fuiste fiel como siervo, ahora serás gobernante; se te
confió poco, ahora tendrás dominio sobre mucho”. entra en el gozo de tu señor—el gozo propio del señor. (Véase
Joh_15:11; Heb_12:2).
24. Y llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro—la
expresión usada en Lucas (Heb_19:21) es: “hombre recio”—que siegas donde no sembraste, y recoges donde no
esparciste—El sentido es obvio: “Sabía que eras una persona a quien sería imposible servir, persona a quien nada le
agradaría, que exigiría lo que es impracticable, y que estaría descontenta con lo que hubiera ganado”. Así secretamente
consideran los hombres a Dios como un amo duro, y virtualmente, echan sobre él la culpa de su propia infructuosidad.
25. Y tuve miedo—de hacer peores las cosas al usarlo para obtener ganancia alguna. y fuí, y escondí tu talento en la
tierra—Este pasaje describe la conducta de todos aquellos que encierran sus dones para no usarlos en el servicio activo de
Cristo, aunque no los prostituyen a usos indignos. Por tanto, muy aptamente pueden aquí estar incluídos aquellos que,
según lo comenta Trench, en la iglesia primitiva, alegaron que ellos tenían bastante que hacer con sus propias almas, y
tenían miedo de perderlas en su esfuerzo por salvar a otros; y así, en vez de ser sal de la tierra, pensaban conservar más
bien su propia cantidad de sal, retirándose a veces a cavernas y desiertos, para alejarse de todos aquellos ministerios
activos de amor por medio de los cuales ellos habrían podido servir a sus hermanos.
26. Malo y negligente siervo—“Malo” o “malvado” quiere decir “falso de corazón”, en contraste con los otros que
enfáticamente fueron llamados “buenos siervos”. El término “negligente” es añadido para señalar la naturaleza de su
maldad; cuya maldad consistía, según parece, no en hacer algo en contra de su señor, sino simplemente en no hacer nada
a favor de él. sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no esparcí—El toma el mismo relato de sus
exigencias que había pronunciado el siervo, para expresar gráficamente, no la “dureza” que ruinmente el siervo le había
imputado, sino simplemente la demanda hecha a su siervo de una ganancia útil por el don que le había confiado.
27. Por tanto te convenía dar mi dinero a los banqueros, y viniendo yo, hubiera recibido lo que es mío con
usura—o “intereses”.
29. Porque a cualquiera que tuviere, le será dado, etc.—Véase el comentario sobre el cap. 13:12.
30. Y al siervo inútil—por no rendir servicio a su señor—echadle en las tinieblas de afuera—“la obscuridad que
está fuera de la casa”. Sobre esta expresión, véase la nota sobre el cap. 22:13. allí será el lloro y el crujir de dientes—
Véase la nota sobre el cap. 13:42.

31-46. EL JUICIO FINAL. La conexión íntima entre esta escena sublime y las dos parábolas anteriores, es demasiado
obvia para necesitar que sea señalada.
31. Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria—Su gloria personal—y todos los santos ángeles con él—
Véanse los comentarios sobre Deu_33:2; Dan_7:9-10; Jud_1:14; comparados con Heb_1:6; 1Pe_3:22. entonces se
sentará sobre el trono de su gloria—la gloria de su autoridad judicial.
32. Y serán reunidas delante de él todas las gentes—o todas las naciones. Que aquí se hace referencia a las
naciones paganas, o a todos, con excepción de los creyentes en Cristo, parecerá extraño a todo lector sencillo. Sin
embargo ésta es la exposición de Olshausen, Stier, Keil, Alford (aunque recientemente con alguna diferencia) y de un
número (pero no todos) de los que creen que Cristo vendrá la segunda vez antes del milenio, y que los santos serán
recogidos para encontrarse con él en el aire, antes de su aparición. El argumento principal de ellos es la imposibilidad de
que alguno que hubiese conocido al Señor Jesús se maravillara en el Día del Juicio, de que se pensara que él había hecho
algo en contra de Cristo, o dejado por hacer alguna cosa en bien de Cristo. A esto nos referiremos cuando lleguemos a
lugar más oportuno. Pero aquí podemos decir que, si esta escena no describe el juicio personal, público y final de los
hombres, según el tratamiento que ellos hayan dado a Cristo y, por consiguiente, hombres dentro de la esfera cristiana,
tendremos que volver a considerar si la enseñanza de nuestro Señor, sobre los temas más grandes de interés humano,
realmente posee aquella sencillez y transparencia incomparables de sentido, las cuales, por consentimiento universal, le
han sido atribuídas a su enseñanza. Si se pregunta: “Pero ¿cómo puede éste ser el juicio universal, si solamente aquéllos
dentro de la esfera cristiana están incluídos en él?” Nosotros contestamos: “Lo que en este pasaje se describe, como
seguramente no corresponde al caso de toda la familia de Adán. naturalmente hasta aouí no es general. Pero no tenemos
derecho de concluir que todo “el juicio del gran día” sea limitado a los puntos de vista aquí presentados. Otras
explicaciones se presentarán en el curso de nuestra exposición. y los apartará los unos de los otros—la separación
ocurre ahora por primera vez; las dos clases estuvieron mezcladas continuamente hasta este momento terrible—como
aparta el pastor las ovejas de los cabritos—(Véase Eze_34:17).
33. Y pondrá las ovejas a su derecha—el lado de honor (1Ki_2:19; Psa_45:9; Psa_110:1, etc.)—y los cabritos a la
izquierda—el lado de deshonra.
34. Entonces el Rey—¡Título magnífico que el Señor se da a sí mismo por primera vez, excepto en lenguaje
parabólico, y esto en vísperas de su humillación más profunda! Esto lo hace para dar a entender que, al dirigirse a los
herederos del reino, él se investirá de toda su majestad real—dirá a los que estarán a su derecha: Venid—la misma
palabra dulce que había dirigido hacía tiempo a los cansados y trabajados, para que viniesen a él a descansar. Ahora se
dirige exclusivamente a aquellos que han venido a él y han hallado descanso. La invitación es la misma: “¡Venid!” y
“¡descansad!”; pero este descanso es en un aspecto más elevado y en una región nueva—benditos de mi Padre, heredad
el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo—Toda la historia de esta bienaventuranza es dada por
el apóstol, en palabras que no parecen sino la expresión de éstas: “Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el
cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo; segun nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor” (Eph_1:3-4). Ellos fueron elegidos
desde la eternidad para la posesión y el goce de todas las bendiciones espirituales en Cristo, y así fueron escogidos para
ser santos e irreprensibles en amor. Este es el santo amor, cuyas manifestaciones prácticas el Rey está por contar en
detalle; y así vemos que su vida de amor hacia Cristo es el fruto de un propósito eterno de amor hacia ellos en Cristo.
35. Porque tuve hambre … sed … fuí huésped … 36. Desnudo … enfermo … en la cárcel, y vinisteis a mí. 37-
39. Entonces los justos le responderán, etc.,
40. Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo, etc.—¡Qué diálogo tan asombroso entre el Rey, desde su
Trono de gloria, y su pueblo maravillado! “Tuve hambre, y me disteis de comer”, etc. Ellos contestan. “No, Señor, nunca
hicimos esto; nacimos fuera de tiempo, y nunca gozamos del privilegio de ministrarte a ti”. “Pero lo hicisteis a estos mis
hermanos, ahora junto a vosotros, cuando necesitaban ellos de vuestro amor”. “En verdad, Señor, pero ¿acaso significaba
eso que lo hiciéramos a ti? Tu nombre nos era querido, en efecto, y creíamos que era un gran honor el sufrir vergüenza por
causa de él. Cuando entre los desamparados y angustiados descubríamos algunos de la familia de la fe, no negaremos que
nuestro corazón saltaba dentro de nosotros al hacer este descubrimiento, y cuando ellos llamaban a nuestra puerta, nos
sentíamos conmovidos a misericordia, como si ‘nuestro Amado’ mismo ‘metiera su mano por el agujero’ de la puerta”.
(Son_5:4) Dulce fué el compañerismo que tuvimos con ellos, como si hubiéramos hospedado ángeles sin saberlo
(Heb_13:2); todas las dificultades entre dador y recibidor de alguna manera desaparecieron bajo los rayos de aquel amor
tuyo que nos ligaba: más bien, cuando ellos se despidieron mostrando su gratitud por nuestras pobres dádivas, parecíamos
más bien nosotros los deudores, y no ellos. Pero, Señor, ¿estuvimos todos aquellos momentos en compañía contigo? “Sí,
allí estaba yo”, contesta el Rey, en la persona de mis pobres seguidores. La puerta que me había sido cerrada por otros, fué
abierta por vosotros para recibirme. Cuando estuve preso y encarcelado por los enemigos de la verdad, vosotros a quienes
la verdad había libertado, me buscasteis diligentemente y me hallasteis; me visitasteis en la celda solitaria, arriesgando
vuestras propias vidas, para alegrar mi tristeza; me disteis abrigo cuando temblaba de frío, y entonces sentí calor. Con
vasos de agua fría refrescasteis mis labios abrasados; cuando desfallecía de hambre, me proveísteis de pan y mi espíritu
revivió. Todo eso, “¡A mí lo hicisteis!” A la luz de este resumen del diálogo celestial, ¡qué atrevida y miserable, por no
decir antibiblica, nos parece aquella opinión a que nos referimos en el principio: ¡que se trata de un diálogo entre Cristo y
los paganos, quienes nunca oyeron su nombre, y naturalmente nunca sintieron en sus corazones el influjo de su amor! Nos
parece una objeción muy pobre y superficial a la opinión cristiana de esta escena, el que no fuese posible que los
creyentes hiciesen tales preguntas como las que con seguridad hacen aquí los “benditos del Padre de Cristo”. Si hubiera
alguna dificultad en explicar esto, la dificultad para aceptar la opinión contraria es de tal naturaleza que la hace, por lo
menos, insufrible. Pero no hay dificultad real. La sorpresa expresada no se debió a que se les dijera que ellos obraban por
amor a Cristo, sino que Cristo mismo había sido el objeto personal de todas sus obras; que al hallarle con hambre le
proveyeran de alimentos; que le trajeran agua para apagar su sed; que viéndolo a él desnudo y con frío le vistieran de
abrigo cómodo; que le hicieran visitas en la cárcel al estar preso por causa de la verdad, y se sentaran al lado de su lecho
cuando él estaba postrado por la enfermedad. Esta es la interpretación asombrosa que dice Jesús que “el Rey” dará a las
obras de ellos aquí en la tierra. Y contestará algún creyente: “¿Cómo podrá esto asombrarlos?” ¿No sabe todo creyente
cristiano que él hace estas mismas cosas, si en efecto las hace, en nombre de Cristo? ¿En efecto, es concebible que ellos
no se asombren, y casi duden sus propios oídos al oír el relato de sus propias obras aquí en la tierra, de labios de Jesús?
Téngase presente que el Juez ha venido en su gloria, y ahora está sentado en su trono, y todos los santos ángeles están con
él; y que de aquellos labios glorificados salen estas palabras. “Vosotros hicisteis todo esto a mí.” ¿Podemos imaginarnos a
nosotros mismos que al oír tales palabras dirigidas a nosotros, contestemos: “Claro que lo hicimos a ti; ¿a quién más
podíamos haberlo hecho? Y luego comentar: ¿No podía haberse referido a otros, los cuales nunca supieron, al efectuar sus
buenas obras, lo que en realidad estaban haciendo”? ¿Más bien, podemos imaginarnos a nosotros mismos abrumados con
asombro, y apenas capaces de creer el testimonio comunicado a nosotros por nuestro Rey?
41. Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, etc.—“En cuanto a
vosotros a mi izquierda, nada hicisteis por mí. Vine a vosotros también pero no me conocísteis; no teníais afecto cálido ni
obras bondadosas con que obsequiarme. Yo era como un despreciado a vuestros ojos.” “¿A nuestros ojos, Señor? Nunca te
vimos antes, estamos seguros de que nunca nos portamos así contigo.” “Pero habéis tratado así a estos pequeños que creen
en mí y que ahora están a mi mano derecha. En la persona de ellos vine solicitando vuestra compasión, pero me cerrasteis
vuestras entrañas de misericordia; pedí socorro, pero no teníais qué darme. Tomad pues de nuevo vuestra frialdad y
vuestro alejamiento insolente. Me mandasteis retirarme de vuestra presencia, y ahora yo os echo lejos de la mía:
“¡Apartaos de mi, malditos!”
46. E irán éstos—Estos “malditos”. La sentencia, según parece, había sido pronunciada primero sobre los justos a
oídos de los malvados, por tanto, los justos se sientan después como asesores en el juicio de los malvados (1Co_6:2); pero
la sentencia aparentemente es primero ejecutada, sobre los malvados, en presencia de los justos, cuya gloria no será
contemplada por los malvados, mientras que el descenso de ellos a su “lugar propio” será mirado por los justos, según
comenta Bengel. al tormento eterno—o, como en el v. 41, “al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles”,
(Véase cap. 13:42; 2Th_1:9 y sig.), porque ellos fueron los primeros en la transgresión. y los justos a la vida eterna—el
adjetivo en ambas cláusulas es el mismo: “tormento eterno”, “vida eterna”. De suerte que las decisiones de este día
terrible serán finales, irrevocables, eternas.

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