Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
INDICE
TOMO 2
Hasta 1629, las oleadas de ladrones del mar revientan sobre las costas
americanas impulsadas por las mareas de las guerras de Europa. A partir de
ese año surge en el Caribe otro foco de perturbación: el del filibusterismo, una
nueva variedad de piratería libertaria y autónoma con bases en la costa
Nororiental de la Española, en las pequeñas islas cercanas de La Tortuga y
Petit-Goave y posteriormente en Jamaica.
Los españoles, viendo que no pueden con sus cincuentenas destruir a los
franceses, ni hacerlos abandonar la isla, o por lo menos la caza, resuelven
destruir el ganado a fin de obligar, por estos medios, a los bucaneros a
dejar todo. Esta destrucción es la causa de que al presente su número
comience a disminuir(*). (Exmelin: Journal de bord du chirurgien
Exmelin, p. 42. En este capítulo, como en el resto de la obra, citamos el
apellido del cirujano de los piratas respetando las distintas ortografías
que le atribuyen las diversas ediciones de sus Memorias que hemos
consultado).
Perseguidos por los tropeles de caballería, privados de carne por las
hecatombes de ganado y los incendios, plantadores y cazadores bucaneros son
de nuevo acorralados contra el mar, que parece confundirse con su destino.
Así los bucaneros emigran a La Tortuga, una mínima isla a poca distancia
de la costa Noroeste de La Española a la cual, repetimos, no se debe confundir
con la que lleva el mismo nombre en Venezuela. No obstante su pequeñez, en
aquella hay cerdos salvajes y otras presas, y es posible mantener sembradíos.
La retirada, antes que tranquilizar a los españoles, exacerba sus temores.
Algunos plantadores y cazadores, cansados de soportar la violencia, deciden
ejercerla: se hacen a la mar en barquichuelos, asaltan cuanto barco o poblado
mal defendido encuentran. Es decir, se hacen filibusteros. La asociación de las
tres especialidades en esa suerte de gremio medieval llamado la Cofradía de la
Hermandad de la Costa los hace más peligrosos: plantadores y cazadores
procuran alimentos; abastecidos por ellos los filibusteros amplían sus
correrías y surten a sus proveedores de herramientas y de armas. Los
españoles contestan a partir de 1630 con intermitentes asaltos a la peligrosa
base. Como señala Haring:
Con los contratiempos que sufren los colonos vienen las intrigas. Un
sargento mayor irlandés llamado Juan Morf o John Murphi se pelea con las
autoridades inglesas, escapa a Cartagena, y el Gobernador de ésta lo remite a
don Gabriel de Gaves, presidente de la Audiencia de Santo Domingo. El
fugitivo facilita a la Audiencia todos los informes que ésta requiere sobre las
fuerzas de los bucaneros en la Tortuga (*). (Haring: op. cit. p. 67).
Don Gabriel de Gaves fallece; el oidor Alonso de Cereceda, presidente
interino de la Audiencia, prepara una expedición contra la isla rebelde. En
diciembre de 1634 la pone al mando de Ruy Fernández de Fuenmayor,
experimentado general de galeras y veterano en encuentros contra piratas. A
principios del año inmediato, el comandante Fernández marcha al puerto de
Bayaba al frente de 150 "hombres de lanza"; junta allí fuerzas con los 50
soldados a las órdenes del capitán Francisco Turrillo de Yebra y zarpa con
ellos en cuatro naves. El desembarco es desastroso. Antes del amanecer, la
flotilla española encalla en los traicioneros arrecifes que custodian la
ensenada; el comandante llega a tierra con una treintena de compañeros. El
puerto está dominado por una batería de seis cañones; en la isla hay
seiscientos hombres armados. Sin desanimarse, Ruy Fernández se apodera del
fuerte y dispersa un contingente que se le opone comandado por el gobernador
británico. Los isleños contraatacan y recuperan el baluarte, pero sólo para
clavar los cañones y huir con lo que pueden llevar a cuestas en los buques
surtos en el puerto, donde sólo dejan un patache y dos barcos desmantelados.
Entretanto, el grueso del cuerpo expedicionario desembarca de la encallada
armadilla. Ruy Fernández los comanda contra una fuerza de varios centenares
de ingleses, mata 195 de ellos, pone en fuga a los restantes, toma 39
prisioneros, libra la población al saqueo y ordena quemar las siembras de
tabaco y dos urcas echadas de través en el puerto. La victoriosa expedición
regresa a Santo Domingo en el resto de su maltrecha flota, exhibiendo como
trofeos las seis piezas de artillería, 123 mosquetes y cuatro banderas
capturadas. (*). (AGI, Santo Domingo, legajo 75, cit. por Lucas Guillermo
Castillo Lara: Las acciones militares del gobernador Ruy Fernández de
Fuenmayor, 1637-1644; p. 22).
Pero las violencias pasan sin dejar mayor huella. Los españoles vencen;
una vez más mas no encuentran aliciente para ocupar permanentemente el
solitario peñasco. En abril del siguiente año la Compañía de Providencia
designa al capitán Nicolás Riskinner gobernador de Tortuga; en 1636 hay
noticias ciertas de que está en posesión de la isla, donde habitan cerca de un
centenar de ingleses y centenar y medio de negros que ofrecen surtir a La
Tortuga con 200 reses sacadas de la Española; pero en 1637 la Compañía
detiene un proyecto para el envío de hombres y municiones a la pequeña isla
ante la noticia de que sus habitantes han emigrado a La Española. Algunos
deben quedar en La Tortuga, porque el general don Carlos Ibarra cae en 1638
sobre ella, pasa a cuchillo a los pobladores que encuentra y vuelve a destruir
las edificaciones(*). (Charlevoix: Histoire de Saint Domingue, lib. VII pp. 9-
10, citado por Haring: Los bucaneros... p. 68). Pero de nuevo descuida dejar
una guarnición fija. Otra vez los testarudos sobrevivientes regresan a sus
guaridas y las reedifican.
Algunos de los franceses fugitivos llegan hasta San Cristóbal y cuentan sus
desventuras a monsieur De Poincy, Gobernador general de su Majestad de las
islas de América. Este decide instalar en La Tortuga un Gobernador que
asegure la codiciada base para Francia. A tal efecto, envía en l640 en una
pequeña barca con medio centenar de hombres a Levasseur, quien "no
solamente era hombre de ingenio y de corazón, buen ingeniero y buen capitán,
sino también dueño de un conocimiento pormenorizado de las islas de
América"(*). (Exmelin: op. cit. anexos, p. 331). Por otra parte, su condición
de hugonote lo hace incómodo para las autoridades de San Cristóbal y la
expedición es una buena excusa, como dice su contemporáneo el historiador
Jean Baptiste Dutertre, para "hacer salir con honor a los heréticos". No hay
duda de que la cuestión religiosa tiene su peso en la empresa: en el primer
artículo del contrato de colonización acordado entre de Poincy y Levasseur, se
acuerda "libertad de conciencia igual a las dos religiones" (*). (Jean Baptiste
Dutertre: Histoire génerale des Antilles habitées; París, T. Iolly, 1667, T. I. p.
168). Por la vía del contrato, la base filibustera adopta su propio edicto de
Nantes.
Más graves son los problemas éticos que gravitan sobre el zarpazo
imperial: la expedición se lanza sin declaratoria de guerra contra una España
que ha sido la primera en reconocer a la República inglesa. Apenas se puede
invocar como remota justificación la práctica española de secuestrar a los
buques ingleses que navegan por el Caribe. Ducho diplomático, Cromwell
trata en agosto de 1654 de forzar la ruptura acorralando al embajador español
Cárdenas con propuestas inaceptables: que España otorgue a todos los ingleses
residentes en sus dominios el derecho a practicar la religión protestante; que
conceda a Inglaterra la libertad para comerciar en el Caribe. Cárdenas le
contesta que ello equivale a "pedir los dos ojos del rey de España" (*).
(Bradley; Navegantes británicos, p. 109)
Desastre en La Española
Asalto a Jamaica
Por no regresar derrotada, la flota zarpa el 31 de abril hacia Jamaica. A
principios de mayo derruye a cañonazos los tres fuertes que defienden la bahía
donde luego se alzará Kingston. Después ocupa Santiago, e impone la
capitulación a los escasos dos millares de españoles, de los cuales sólo
quinientos están en condiciones de manejar armas. El gobernador Francisco
Ramírez de Arellano la suscribe el 17 del mismo mes; Thomas Gage tiene la
satisfacción de servir de intérprete en esta primera victoria inglesa. Pero los
españoles aceptan las negociaciones sólo para ganar tiempo y retirarse al
interior de la isla. Francisco de Proenza envía en piraguas hacia Cuba a
mujeres, niños y ancianos, reagrupa a los colonos aptos para las armas, pacta
con los negros cimarrones y desde su cuartel general en Guatibacoa desata la
mortífera guerra de guerrillas (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. pp. 223-224).
Los ingleses saquean las ciudades, se dispersan por los campos en busca de
botín y alimentos, en pocas semanas degüellan 20.000 reses. La guerrilla de
Proenza cae sobre ellos y extermina un millar de invasores(*). (Juan Bosch: El
Caribe de Colón a Fidel Castro; Editorial Alfa y Omega C.A. Santo
Domingo, 1983, p. 228). Los restos insepultos de reses y combatientes
desatan la peste. En un sólo mes, seiscientos expedicionarios mueren
contagiados. El mayor general Robert Sedgewicke, delegado personal de
Cromwell, es segado por ella. Muere el comisionado civil Edward Winslow,
veterano de la colonia comunista instalada por los Padres Fundadores del
Mayflower en Nueva Plymouth. Francisco de Proenza también perece; lo
sucede en el comando de la resistencia el labrador Cristóbal Arnaldo de Isasi.
Llegan dos barcos almacenes de Inglaterra, pero no mejoran la situación. Los
asaltantes devoran culebras, lagartos, lombrices y ranas (*) (Bosch: op. cit. p.
229). El 25 de julio, el almirante William Penn zarpa hacia Inglaterra con
parte de la escuadra. Nueve días después lo sigue a bordo de la "Marston
Moore" el general Robert Venables, jefe de las fuerzas de tierra. Es una
deserción flagrante: a ambos los esperan un Consejo de Estado y una breve
prisión en la Torre de Londres. Antes de terminar 1655, Thomas Gage muere
en Jamaica, viendo reducido al pírrico asalto a una isla su quimérico imperio
sobre Centroamérica y el Caribe.
Es una victoria pírrica para Cromwell. Pues, como señala Haring, el Lord
Protector "no se había propuesto el simple establecimiento de una nueva
colonia en América, sino apoderarse de aquellas porciones de las Antillas y de
la tierra firme española que le permitieran dominar la ruta de las flotas del
tesoro hispano-americanas, fin para el cual ofrecía Jamaica pocas ventajas
sobre las que brindaban Barbada y San Cristóbal (Saint Kitts), y aún era
demasiado temprano para que comprendiese que, isla por isla, Jamaica era
mucho más apropiada que la Española para asiento de una colonia británica"
(*) (Haring: op. cit. p. 91).
Este plan maestro, como hemos indicado, avanza bajo la égida delas
Navigation Acts a través de las que Inglaterra adopta una firme política de
monopolio sobre el comercio con sus propias colonias, todavía más rigurosa
que la que tanto criticó a su rival España. Pues, como también señala Noam
Chomsky:
En tales políticas están las bases del poderío británico, que le permitirá ir
sofocando gradualmente a las restantes potencias marítimas hasta comienzos
del siglo XX y dominar dos quintos de la superficie terrestre. Pues el Lord
Protector, como señala André Maurois:
Todo ello está por el momento fuera del alcance de los castigados
caraqueños. La modesta colonia no produce lo suficiente para costear tales
medidas de estado de guerra perenne. Sólo con el tiempo construirá
fortificaciones más eficaces y dispondrá de resguardo naval efectivo, pero a
un costo exorbitante. Entre tanto, sólo queda el recurso de la paciencia.
España y Holanda han concertado la paz desde 1648. Pero los piratas, al
igual que los estadistas, no respetan tratados: los forajidos neerlandeses
siguen su guerra particular de acoso contra las posesiones españolas. Como
hemos indicado, Holanda e Inglaterra están en guerra entre 1652 y 1674: las
antiguas aliadas contra España ahora se pelean porque los adalides del libre
comercio británicos se reservan el monopolio de la navegación en sus aguas, y
el del comercio de importación y exportación de su isla. Y sin embargo, los
piratas holandeses parten impunes de la supuestamente enemiga base inglesa
de Jamaica. En el vendaval de pactos, treguas y paces violadas, la única
fraternidad indemne es la del pillaje.
El pillaje a las haciendas del litoral por parte de los ingleses llegados desde
su cómoda guarida de Jamaica se hace tan frecuente, que el almirante don
Félix Garci-González de León, designado Gobernador y Capitán General de
Venezuela a fines de 1664, toma medidas extraordinarias: perfecciona las
fortificaciones de La Guaira y crea varias flotillas para la persecución de los
piratas. Los capitanes de una de ellas, Juan González Perales y Esteban de las
Hoces, capturan diversas embarcaciones pequeñas y una de alto bordo, la
nave pirata "El Caballero Romano"(*). (Sucre: op. cit. p. 162).
Mocedades de un filibustero
Jean David Nau, alias François L'Olonnais, alias el Olonés, nace en Francia,
en la región de Les Sables d'Olonne. En su juventud emigra al Caribe en la
mísera condición de sirviente comprometido, que el cirujano de los
filibusteros Alexandre O. Exquemelin -cuya narrativa seguimos en lo esencial
en esta sección- equipara certeramente a la de esclavo. Terminado su
compromiso, Jean Nau arriba a La Española, vive entre los bucaneros,
participa en varias expediciones y conquista el favor del gobernador de La
Tortuga, Monsieur de la Place.
La estrecha entrada del Lago de Maracaibo está dividida por las islas de
Zapara y San Carlos en tres bocas. La oriental y la occidental son navegables
apenas por lanchas de pocos pies de calado. La boca central tiene una
profundidad de unos 15 a 20 pies según la fase de la marea y las épocas, pues
las aguas lacustres acumulan incesantemente sedimentos que cambian los
bancos del fondo y hasta la configuración de los islotes. Los navegantes deben
buscar una especie de canal que les da acceso a la bahía de El Tablazo, y de
ésta al puerto de Maracaibo (*). (Antonio Eljuri Yunis S.: La batalla del Lago
de Maracaibo; Caracas 1970, pp. 36-39). Para la época, la estratégica entrada
del Lago está custodiada apenas por dos instalaciones: una casa con centinelas
en la isla de la Vigilia, y la fortaleza de la Barra. Exquemelin, el cirujano de
los piratas, mientras prepara sus instrumentos anota que el fuerte no es más
que "algunos grandes cestos de tierra puestos en una eminencia" en donde
están "plantadas dieciséis piezas de artillería, apoyadas alrededor por otros
montes de tierra, para encubrirse"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 82). Los
invasores anclan fuera de la vista de la isla; disimulándose en la noche
navegan hacia la Barra. Poco antes del amanecer la rutilante Cruz del Sur se
oculta por el poniente: domina la noche el rojizo Antares, el Corazón del
Escorpión.
Con el primer destello del sol los filibusteros desembarcan y caen en la
trampa del Gobernador, quien "había puesto algunos españoles en emboscada,
para servirse de ellos en retaguardia, y coger mejor al improviso enemigo por
las espaldas". El torrente de sitiadores combate durante tres horas al arma
blanca, ocupa el castillo, desborda a los embocaderos. Los sobrevivientes se
retiran hacia Maracaibo voceando "los piratas vendrán aquí con dos mil
combatientes". Los vecinos huyen en estampida cargando sus bienes hacia las
afueras y hacia Gibraltar (*). (Exquemelin: op. cit. p. 83)
Dueños del fuerte, los filibusteros señalan a sus barcos que la entrada está
libre, clavan los cañones, derruyen las insignificantes defensas, entierran a los
muertos, embarcan a los prisioneros y heridos y al día siguiente levan anclas
hacia Maracaibo. Los prácticos se muestran eficaces: la flota sortea con éxito
los dificultosos bancos de la Barra. Inútilmente cañonean edificaciones y
alrededores: al desembarcar encuentran una ciudad desierta. La desesperada
defensa del fuerte ha permitido a los lugareños salvar sus vidas y parte de sus
haciendas.
Saqueos y torturas
Tras esta escena clásica de los horrores del filibusterismo, los invasores
reembarcan para saquear las poblaciones del Sur del Lago. Les basta para ello
navegar de través, aprovechando los vientos alisios que soplan desde el
noreste hacia el Suroeste. Mientras tanto, el Gobernador de Mérida baja con
cuatrocientos hombres de su comarca, pone sobre las armas a otros
cuatrocientos y planta 20 piezas de artillería protegidas con cestas de tierra en
el estratégico puerto de Gibraltar, lugar de embarque de las mercaderías
producidas en Mérida, en Trujillo e incluso en Pamplona. En sus
embarcaciones, los asaltantes vacilan. De acuerdo con la costumbre de la
Hermandad de la Costa, el Olonés convoca a consejo, exhorta a los vacilantes
y consigue el asentimiento para el ataque, tras lo cual añade: "Está bien, pero
sabed que al primero que mostrare temor o escrúpulo, le daré un
pistoletazo"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 85).
Destino de un botín
Fin de un filibustero
El anónimo sirviente
El saqueador de Maracaibo
El experto interrogador
Pierre el Picardo insta a Morgan a perseguir a los ricos fugados hacia el Sur
del Lago antes de que lleguen refuerzos de la Gobernación de Mérida. El 21
de marzo la flota cargada de prisioneros y botín arriba a Gibraltar. Desde la
costa la cañonean los lugareños. Pierre el Picardo discurre desembarcar en un
sitio alejado, atravesar los bosques y sorprenderlos por la retaguardia. Pero al
llegar por esta vía hallan sólo barricadas desiertas con las piezas clavadas. En
el medio del pueblo fantasma encuentran apenas a un hombre. Cuando le
preguntan por el paradero de los moradores y de sus bienes, dice que tal cosa
no le importa en lo absoluto. Atormentado con el trato de cuerda, ofrece
entregar su tesoro. Librado del suplicio, conduce a sus captores a una choza en
la cual desentierra platos de barro y tres reales de a ocho. Amenazado, dice ser
Sebastián Sánchez, hermano del Gobernador de Maracaibo. En la duda de si
es un rico que finge la pobreza o un loco que se sueña opulento, lo levantan en
el aire con cuerdas, le atan grandes pesos de los pies y del cuello, le queman la
cara con hojas de palma. A la media hora muere, sin aclarar las dudas de sus
captores. Estos arrastran el cuerpo hasta el bosque; allí lo abandonan
(Exquemelin: op. cit. p. 136).
D' Estrées tiene por lo tanto el mayor interés en ayudar a los ingleses en
alta mar. ¿Y a los filibusteros? Todavía mayores razones. La acción de
los filibusteros en el mar de las Antillas, donde las posesiones españolas
son tan numerosas como las holandesas, podrá ser una preciosa ayuda
para los gobiernos aliados. Por otra parte, se trata de fortalecer a la
colonia francesa de las Islas de América; Ogeron ha atraído la atención
del rey Luis XIV sobre la ayuda que podrían aportar los filibusteros. Es
una razón más para ayudarlos(*). (Exmelin: Journal de bord... p. 112).
De isla de Vaca parten todos juntos para el asalto a Panamá, uno de los
más grandes golpes del filibusterismo caribeño: el botín alcanza a 443.200
libras. Esta vez Morgan se supera a sí mismo. Muchos piratas recuerdan haber
aportado al fondo común del botín cosas de valor que luego no aparecen en el
reparto, porque según narra el estafado cirujano Exmelin, "Morgan y su
camarilla habían retenido la mejor parte". Los descontentos hablan de
apoderarse del almirante y de sus bienes; Morgan corta las discusiones
dándose sigilosamente a la fuga con cuatro barcos "cuyos capitanes, sus
cómplices, han participado en el insigne robo hecho a sus camaradas".
Exmelin intenta seguirlo en un barco sin víveres que hace agua; se ve forzado
a pasar una incómoda temporada con los indígenas de Chagres, y mientras
lucha por sobrevivir tanto él como sus compañeros se amargan con la idea de
que "quizá Morgan descansa en Jamaica, rico, dichoso y de lo más contento
entre los brazos de una bella joven" (*). (Exmelin: op. cit. pp. 171-202).
El inocente gentilhombre
El foco era el Atlántico, donde las colonias del Nuevo Mundo ofrecían
enormes riquezas. Las Actas y las guerras expandieron las áreas de
comercio dominadas por los mercaderes ingleses, quienes se
enriquecieron mediante el tráfico de esclavos y el "comercio de saqueo
con América, Africa y Asia" (Hil) asistidos por "guerras coloniales
patrocinadas por el Estado" y por los diversos instrumentos de
administración económica mediante los cuales el poder estatal ha forjado
el camino hacia la riqueza privada y una particular forma de desarrollo
conformada por los requerimientos de ésta(*). (Chomsky: op. cit. p. 7).
Francia se une a Inglaterra para hacer la guerra a los Países Bajos en 1672.
Cuando los ejércitos de Luis XIV los invaden, los neerlandeses inundan sus
tierras abriendo las compuertas de los diques. Con hábil diplomacia, la
pequeña República Unida consigue por fin atraer a su lado a su antigua rival
España, al Imperio y al elector de Brandenburgo: todos se unen contra el
nuevo y amenazador poder galo. En 1674, Holanda firma una paz aparte con
los británicos. Tras su breve imperio, corre hacia el ocaso la preponderancia
naval neerlandesa, que por un momento pareció dominar todos los océanos del
planeta. Sobre las aguas asciende el Sol del poderío francés.
CAPITULO 10.-LOS FILIBUSTEROS DEL REY SOL
(Predominio francés, 1670-1697)
-Alborada de un Rey
¿Si las grandes conquistas son tan difíciles, tan vanas, tan peligrosas,
qué podemos decir de esta enfermedad de nuestro siglo que hace que se
mantenga en todas partes un número desordenado de tropas? Ella tiene
sus recaídas y deviene necesariamente contagiosa, ya que tan pronto un
Estado aumenta lo que llama sus fuerzas, los otros de inmediato
aumentan las suyas, de modo que con ello no se logra otra cosa que la
ruina común.
El nuevo poder repercute bien pronto en los usos y ceremoniales del mar.
Luis XIV imparte órdenes al conde D' Estrées de no bajar el pabellón francés
ante los buques ingleses, homenaje que estos habían impuesto en mejores
épocas; al mismo tiempo, somete a la menguada marina española a rendirle
igual pleitesía a sus propias naves en virtud de un acuerdo establecido en
1662. El soberano francés se afana para tener con qué apoyar tales disputas
aparentemente inanes. Pues, como añade Voltaire:
La paz con España no dura más de una década. En 1667 los franceses
emprenden la llamada Guerra de la Devolución, en la cual Luis XIV reclama
los Países Bajos como herencia de su esposa. En esa época los problemas
sucesorales, como ahora los financieros, se dirimen a cañonazos. Sin previa
declaración de hostilidades, los galos ocupan las plazas de Flandes; la rápida
operación termina en 1668 con la Paz de Aquisgrán. Francia ha demostrado la
eficacia de sus ejércitos; de allí en adelante, éstos no harán más que aumentar,
al mismo ritmo que los costos de su mantenimiento. En 1659 hay 30.000
hombres sobre las armas; en previsión de la guerra, hay 97.000 en 1666; para
1710, son 350.000 (*). (Kennedy: op. cit. p. 157). Rodeada por sus antiguos
enemigos y rivales territoriales, en constante disputa con ellos sobre límites y
áreas de influencia, Francia no puede permitirse la relativa austeridad en el
gasto de ejércitos de tierra de que goza la insular Inglaterra; además, debe
equilibrar a sus adversarios en el mar. El dispendio militar irá minando la
compleja maquinaria del Estado francés, hasta exceder todos los arbitrios de
Colbert y de sus sucesores y hundir al absolutismo en el diluvio
revolucionario.
Las paradojas de la política llevan a Francia a pactar una alianza con sus
antiguos enemigos ingleses. En 1672 Luis XIV, apoyado por los británicos,
envía a Condé a forzar el paso del Rin y entrar de nuevo en los Países Bajos,
los cuales están indefensos porque sus ahorrativos mercaderes consideran un
gasto absurdo mantener ejércitos permanentes. Los neerlandeses revisten de
máximos poderes al statúder Guillermo de Orange y se defienden perforando
sus diques, con lo cual sus comarcas y ciudades se convierten en islas, sólo
conquistables mediante naves. Y como consigna La Rochefoucauld entre
asombrado y molesto en una de sus reflexiones "el rey de Inglaterra, débil,
perezoso y sumido en los placeres, olvidando los intereses de su reino y sus
ejemplos domésticos, se ha expuesto con firmeza, durante seis años, al furor
de su pueblo y al odio de su parlamento para conservar una alianza estrecha
con el rey de Francia; en lugar de detener las conquistas de este príncipe en los
Paises Bajos, ha contribuido a ellas proporcionándole tropas" (*). (La
Rochefoucauld: Maximes et reflexions: Editions Gallimard, Paris, 1959, p
176).
Cuando los navíos se tocan, se liberan los garfios amarrados a una gruesa
cadena, para que los cascos no puedan separarse sin un accidente
imprevisto. Entonces mis soldados disparan sobre la vanguardia y la
retaguardia del enemigo, sobre el cual hacen llover un granizo de
granadas lanzadas sin interrupción, y en tal cantidad que no pueden
soportarlas. En cuanto percibo que vacilan, me lanzo el primero, diciendo
al equipaje: ¡Vamos, hijos, a bordo! (...).Lo que hace estos combates tan
sangrientos y mortíferos es que nadie puede huir, y por tanto hay
necesariamente que vencer o morir (*). (Forbin: Memoires, comp. en Les
corsaires, Delire Editeur, s.d. p. 4)
El nuevo y radiante poder francés, que crece con tan estrepitosos medios,
crea recelos equiparables al que suscitó el español en sus mejores tiempos. En
1673 se forma contra Luis XIV la Gran Alianza de la Haya, constituida por
España, el Emperador y el partido alemán de los príncipes, pero los franceses
una vez más enfrentan exitosamente a la situación, afirmándose en el Franco-
Condado. El conflicto concluye con la firma de la Paz de Nimega en 1678. Es
el mediodía del poder del Rey Sol: Francia obtiene el Franco Condado, doce
plazas de Flandes, entre ellas Valenciennes, Maubeuge y Cambrai; al poco
tiempo anexa Estrasburgo, ciudad que custodia el paso estratégico sobre el
Rin. Pronto llega al Caribe el reflejo de este esplendor.
Esta carta es el sello de la alianza del Rey Sol con los filibusteros, sobre la
cual gira la política francesa en el Caribe. Desde esa época, las flotas de D'
Estrées y De Pouançay acuden a La Tortuga en busca de avituallamiento y
tripulaciones aguerridas. Pues como consigna el cirujano Exmelin, que se hace
compañero de armas y amigo personal del conde D' Estrées, a la marina
francesa
Lo que más le falta para la conducción de sus navíos, son buenos oficiales.
De modo que todos aquellos que tienen el hábito del mando son muy
bien acogidos y se les confía el de los hombres de tropa a bordo de los
navíos, mientras que los maestres se ocupan de la navegación
propiamente dicha(*). (Exmelin: op. cit. p. 112).
Así abastecidos con vituallas y reforzados con guerreros, parten hacia las
Antillas y la costa venezolana. Entre los filibusteros con hábito del mando
que se acogen al pabellón de la flor de lis está uno que dejará deplorables
recuerdos en Venezuela: el llamado caballero François Grammont de la
Mothe, salteador de Maracaibo, Gibraltar, Trujillo, La Guaira y numerosas
otras ciudades americanas.
Así, el 17 de diciembre de 1676 Jean d' Estrées, que ahora ostenta el título
de vicealmirante del Poniente, al mando de 10 navíos, dos fragatas, dos
buques grandes y varias embarcaciones de menor calado desembarca en
Guayana con 800 hombres y conquista Cayena. Los expedicionarios siguen
los pasos de los frustrados proyectos coloniales del almirante Gaspar de
Coligny. El 19 del mismo mes capturan Martinica, donde se reunen con seis
buques repletos de filibusteros. En compañía de ellos fijan rumbo hacia la
pequeña isla de Tobago, al norte de Trinidad.
-El conde D' Estrées y los filibusteros asaltan Tobago en febrero de 1677
No es imposible que la flota francesa que asalta Valencia sea la misma que
a principio de año causó tan graves daños en Margarita, pero para tener alguna
certidumbre sobre ello sería necesario disponer de la fecha exacta del ataque y
de una estimación del número de buques y de asaltantes, que en todo caso ha
debido ser considerable para casi causar su despoblación.
-El conde D' Estrées asalta por segunda vez Tobago en diciembre de
1677
Mientras en las calles de París se celebra con estrépito el triunfo del conde
D' Estrées, el infatigable Colbert saca minuciosas cuentas. Celebración o no,
los holandeses siguen en su enclave en Tobago, que domina las bocas del
Orinoco y que, sumado a Aruba, Bonaire y Curazao, integra un cinturón de
bases atravesado en las rutas de navegación de Europa hasta el Nuevo Mundo.
Ningún plan de expansión francesa triunfará mientras estos cancerberos
custodien el Caribe. Colbert arbitra recursos de las empobrecidas arcas
fiscales; pronto está lista en Brest una nueva flota, con 11 buques de guerra,
seis filibotes y varios brulotes. De nuevo el Rey Sol confía el mando de la
empresa al impetuoso Jean d' Estrées. Siguiendo las instrucciones, éste
conquista primero la isla de Gores, en el Africa Occidental; luego fija rumbo
hacia Tobago (*). (Goslinga: op. cit. 392).
Uno tras otro los navíos de la inmensa flota van encallando en los bancos
coralíferos que rodean las islas de Las Aves. Estas son un archipiélago
integrado por dos conjuntos, Aves de Barlovento y Aves de Sotavento. La
desventurada expedición encalla en la barrera coralífera de este último, que
está formado por cinco islotes semidesérticos y situado en una latitud de 12
grados norte y una longitud de 67 grados 40 minutos oeste. (*) (Fernando
Cervigón: Islas de Venezuela, pp. 44-45). Está en la ruta por la cual los alisios
y la corriente impulsarían a una flota en rumbo desde San Cristóbal hacia
Curazao. El archipiélago debe su nombre a las aves marinas que se dan cita en
él para desovar: es de imaginar su revoloteo ante la catástrofe. En vano los
navíos arrojan por la popa las llamadas anclas de esperanza, especialmente
dispuestas para frenar antes del embarrancamiento. La nave almirante “Le
Terrible” es de las primeras en encallar. La mar es gruesa y dificulta el
salvamento. Medio millar de filibusteros pierden la vida. Apenas se salvan
un navío, dos transportes, tres brulotes y tres buques más que pueden ser
recuperados después de arduo trabajo.
La ocupación casi sin lucha de las dos principales ciudades del Lago tienta
a los filibusteros a emprender una incursión tierra adentro. Según la costumbre
de los Hermanos de la Costa, celebran asamblea para decidir su presa; la
ominosa elección recae sobre Trujillo. La decisión tiene su lógica: Maracaibo,
Gibraltar y otras ciudades del Lago prosperan como embarcaderos de las
riquezas que bajan desde la cordillera andina. El corsario busca sus fuentes. A
tal efecto selecciona 420 filibusteros, pertrecha a cada uno con 150 tiros, se
aprovisiona de cambures y de carne de mula. Sigue un sendero desviado para
evitar trincheras armadas en los llanos de Cornieles; atraviesa el río Caús en
balsas improvisadas y emprende el camino hacia Escuque. El fatigoso avance
es apenas estorbado por breves escaramuzas con los destacamentos dirigidos
por Fernando Valera Portillo y Juan Urbina, quienes se repliegan hacia
Trujillo(*) (Ramón Urdaneta: Marco y retrato de Grammont, Francia y el
Caribe en el siglo XVII; Universidad Simón Bolívar, Caracas 1997, p. 100).
Los filibusteros cruzan el río Motatán ayudándose con cuerdas, encuentran en
Sabana Larga otras trincheras sin defensores, y emprenden el fatigoso ascenso
por el camino real hasta otra trinchera en Tucutuco, defendida por 300 vecinos
al mando del teniente de gobernador don José de Barroeta Betancourt, quien
no tarda en caer prisionero. Pues como narra el mismo Grammont:
El 31 yo entré en la segunda trinchera a tres cuartos de legua de la villa,
sobre las cuatro horas. Allí encontré dos cañones cargados con balas de
mosquete, ella estaba defendida por trescientos hombres que la
abandonaron ante el destacamento de tres compañías que yo formé para
ir sobre una eminencia y tomar las espaldas de la trinchera. Mientras
tanto yo marchaba a lo largo del río y de repente ocupé la villa cuya
gente no había hecho sino salir en la creencia de que estaban de que yo
no pasaría la trinchera (*). (Cit. por Briceño Iragorry: Las empresas de
los corsarios... pp. 336-337).
Desde 1678 se ha firmado la Paz de Nimega, que pone fin a las hostilidades
entre Francia, Holanda y España. Los términos del tratado establecen que cada
contendor mantiene las posesiones que domina para el momento del cese de
las hostilidades. En consecuencia, los holandeses conservan Aruba, Curazao,
Bonaire y las tres islas de Sotavento. Tobago, por el momento, continúa bajo
dominio francés. Pero el mismo año de 1678 se inicia el nuevo conflicto entre
España y Francia. Es concebible que Grammont disponga de alguna patente de
corso.
No hay mayores datos sobre los autores del incidente, aunque el minucioso
historiador holandés Hendrik de Leeuw apunta en relación a Trinidad que
"Lavassor de La Touche, un francés, hizo en 1690 otro intento fallido de
saqueo, precediendo casi por 26 años al conocido Teach, Barbanegra"(*).
(Crossroads of the bucaneers, p. 355). Debido a que desde 1687 existe un
estado de guerra entre Francia y España, es sumamente probable que la
captura de la nave de Cristóbal de Valenzuela se deba en efecto a corsarios
franceses merodeando las mismas aguas visitadas años antes por las flotas del
conde D' Estrées; quizá al mando del citado Lavassor de La Touche.
En la carta donde explica al Rey los detalles del breve combate, el obispo
Baños concluye: "Señor: el Puerto de La Guaira ha menester más defensas que
la que tiene; son muchos los fortines en que se divide la poca gente, que ay, y
estos sin fundamento, porque los más de ellos más siruen de padrastros que de
defensa; la gente es precisso que pelee a cuerpo descubierto, porque no tiene
resguardo alguno y es echarla a perecer sin prouecho" (*). (1696, Caracas, 25-
IX, Santo Domingo, 626; Marco Dorta: op. cit. p. 92).
Posiblemente las protagonistas del incidente anterior son las mismas naves
francesas a las cuales se refiere la Corona en carta del 1 de octubre de 1697
dirigida al Gobernador de Maracaibo, en la cual le da las gracias por la exitosa
defensa contra un complot en el cual
-Crepúsculo
A partir de allí todo va mal para los filibusteros. El temporal arroja una de
sus naves contra escollos cercanos a Cartagena. Una flota de 24 navíos
ingleses deja Barbados para perseguirlos, y los embosca en su ruta obligada
hacia Europa por el Canal de las Bahamas. De Pointis se les escapa a duras
penas; los ingleses le capturan dos buques; dos naves holandesas que se unen
a los ingleses apresan otros dos. Huyéndoles, otra nave pirata naufraga en
Santo Domingo. De Pointis y los aprovechados accionistas se reparten el
botín; los filibusteros emprenden un interminable pleito reclamando sus
dividendos a la puntillosa Tesorería real; ésta ofrece cancelarlos en tierras e
instrumentos de labranza. Los desencantados filibusteros empiezan a emigrar
hacia Jamaica (*). (Blondel: op. cit. pp 274-276).
Es también el canto del cisne de la alianza entre las flotas monárquicas y las
barcas de los Hermanos de la Costa. Atento a la esperada muerte del rey
español Carlos II, el soberano francés maniobra diplomáticamente para
imponer en el trono ibérico a su propio nieto Felipe de Anjou, y apacigua
todas las disputas con España. Los antiguos instrumentos de la política del
soberano serán sus nuevas víctimas: los filibusteros son declarados fuera de la
ley y perseguidos por las mismas escuadras que solicitaron su ayuda. Pero la
aventura sucesoral traerá consigo una confrontación contra una liga de las
más fuertes potencias de Europa; a comienzos del siglo XVIII, el poder naval
francés corre también hacia su ocaso. También el Rey Sol. La muerte que tan
pródigamente ha repartido en los océanos y en los campos de batalla golpea
repetidamente su familia. En 1712 mueren la duquesa y el duque de Borgoña y
el nuevo delfín, el duque de Bretaña; en 1714 fallece su último nieto, el duque
de Berry. El anciano monarca abraza trémulo al pequeño duque de Anjou, el
futuro Luis XV, y musita: "He aquí lo que me queda de toda mi familia". Una
plateada muchedumbre de cortesanos asiste a la escena, silenciosa e
impotente. Según la costumbre cortesana, algunos escamotean
disimuladamente a los otros bolsas, tabaqueras, joyas (*). (Levron: op. cit. p.
76).
Navegando en un barquito
por todo el mar de Granada,
no se presentía nada,
limpio estaba el infinito;
mas quiso el hado maldito
que de pronto se enturbió
y terrible en galeón
de pronto el mar enfurece
y el viento reinando crece
en su primer devoción.
El azote de los Demonios del Mar es más dañino porque hacia fines del
siglo XVII está firmemente establecido un rico comercio de exportación de
cacao desde la Provincia de Venezuela hacia el Virreinato de la Nueva
España. En los archivos del Cabildo de Caracas va quedando constancia de las
disposiciones que se refieren al hecho. Así, en la sesión de 26 de enero de
1696, se registra que "está inserta otra Real Cédula en que Su Majestad
prohive el tráfico a la Nueva españa del Cacao del Guayaquil"(*). (Oviedo:
Tesoro de Noticias, fol. 37 vto. p. 74). Y el año siguiente, en el Cabildo de 2
de septiembre, "está inserto un Auto del Governador mandando que los
Capitanes de Fragatas cada uno tenga en la Guayra vodega a su costa para
rezivir el cacao de su carga según ha sido costumbre; y este auto se probeyó
por aver intentado los Capitanes que las bodegas las pagasen los vezinos
dueños del Cacao" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 38 vto. p. 76). La nueva riqueza
es lo que atrae tantas invasiones marinas: es la fuente del rico botín que el
Olonés le vende a Ogeron y éste revende con tanto éxito en Francia. Ya que,
como señala Arcila Farías:
Un marinero en el mar
pinta diferentes cosas
pinta claveles y rosas
y dibujos en la playa.
Tiene la rica esmeralda
un valor exorbitante.
Es piloto calculante
sobre su navegación,
y en esto tengo razón:
marinero es un diamante.
Décima de marinero.
Para comerciar con la codiciada almendra y con el tabaco y los cueros los
colonos no pueden confiar en el sistema de flotas, que ha interrumpido su
periodicidad desde 1654, y cuyas salidas se hacen cada vez más esporádicas
hasta cesar de facto en 1713, cuando uno de los términos de la Paz de Utrech
concede a la Compañía Inglesa del Mar del Sur el privilegio de la trata de
esclavos con las colonias españolas, abriéndoles así el comercio con éstas y
dando oportunidad para lo que con tal excusa será un floreciente contrabando
de todo tipo de géneros.
Concluyo con uno de los más importantes consejos que puedo daros: no os
dejéis gobernar; sed el amo; no tengáis jamás favoritos ni primer
ministro; escuchad, consultad a vuestro Consejo, pero decidid solo; Dios,
que os ha hecho Rey, os dará las necesarias luces mientras tengáis buenas
intenciones(*).(Luis XIV: Mémoires de Louis XIV, p.256).
Pero los nuevos forajidos no sólo amagan las costas de Virginia y de Nueva
Inglaterra: las toman como bases con la complacencia de las autoridades,
incluyendo los puertos de Nueva York y de Rhode Island, y desde ellos barren
el Caribe hasta el litoral venezolano. Clinton estima que hacia el clímax de la
piratería, en la primera mitad del siglo XVIII, llegaría a haber de mil a dos mil
de ellos; quizá 5.500 en total. (*) .(Clinton: op. cit. p. 10)
Ruiz de Aguirre alista entonces una fuerza mayor, pero mientras tanto los
indios arawakos se alían con algunas tribus de caribes y caen sobre los piratas
cuando éstos desembarcan para cortar madera. Varios de los invasores mueren
flechados, otros caen por los tiros de una escopeta francesa apuntada por un
diestro caribe. Los sobrevivientes escapan a nado hacia el bergantín. Este
dispara varios cañonazos para alejar a los atacantes, y huye a todo trapo (*).
(Saiz Cidoncha: op. cit. p. 363)
A medida que avanza el siglo XVIII, los americanos recurren cada vez
más a la autodefensa del corso. Apenas iniciado 1701, un bergantín corsario
de Santo Domingo persigue a una fragata holandesa de 24 cañones, hasta que
ésta encalla en la costa de Venezuela. Una fragata es una nave de considerable
desplazamiento y de buena andadura; dos docenas de cañones constituyen una
respetable dotación artillera: seguramente la nave es también un corsario que
lleva a cabo su guerra particular contra España. Pero la costa venezolana está
plagada de naves de traficantes holandeses: siete de éstas -entre ellas un
bergantín y dos balandras de gran calado- se juntan rápidamente y a su vez
persiguen al bergantín dominicano, lo ponen en fuga y se apoderan del cacao
y los cañones de la fragata varada. El perseguido bergantín encalla en los
arrecifes del puerto de Piraguas; en el naufragio mueren cuatro corsarios.
El gobernador de Venezuela Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo informa a la
Corona del incidente, y expresa su preocupación por la amenaza que
representan las actividades de los contrabandistas, "ya que de declarar las
guerras Yngleses y Olandeses estas costas vien molestadas de los Olandeses y
cometeran en ellas muchos robos y tiranias por ser mui practicos de sus
puertos y saver los caminos de las haciendas de cacao de la costa que son las
mas considerables de esta provincia y traficarse todo el cacao en barcos del
puerto de la Guayra" (*). (El gobernador de Caracas da cuenta a V. M. de
como siete embarcaciones Olandesas que estaban comerciando en los puertos
de aquella costa se unieron y dieron caza a un vergantin de Corso de la Ysla
Española de Santo Domingo hasta hazerla varar y representa a V.M. que en
caso de haver guerras con Yngleses y Olandeses haran los olandeses
gravisimos daños en aquellas costas, y pide a V.M. se sirva mandar en este
lanze navios de guerra que los auyenten y corran. A.G.I. Santo Domingo, leg.
695, cit. en Arauz Monfante: El contrabando holandés... pp. 139-140).
Una balandra es un modesto velero con un sólo mástil y dos velas, foque y
mayor; revela la pericia de los corsarios el que con ella asalten a una fragata,
nave de regular porte, y el que lo ejecuten con tal rapidez a la vista de la
guarnición del castillo. Llama también la atención la facilidad con la cual la
alianza europea se replica en la liga de las tripulaciones corsarias: holandeses
e ingleses olvidan el furor con el cual se disputaron los mares en tiempos de
Cromwell, para caer ahora sobre la presa común.
Desde los tiempos de los Reyes Católicos había mantenido España una
política contraria a la expedición de patentes de corso. Tras la derrota de la
Invencible Armada en 1588, Felipe II expide algunas con carácter de
excepción. Forzado por la mengua de su poderío en el mar el Rey Felipe V, en
vista del Estatuto de 1674 y mediante Real Cédula de febrero de 1701, otorga
a los residentes de Indias el derecho de salir en corso contra enemigos piratas
y comerciantes extranjeros. Valiéndose de tal norma, José López introduce
ante el Gobernador de Venezuela en 1702 una solicitud de patente de corso, a
cuyo efecto aduce disponer en La Guaira de una embarcación "de buen porte
artillada y amunicionada", alegando además estar ejercitado en este tipo de
navegación en el curso de cinco campañas (*). (Solicitud de patente de corso
de Joseph López en 1702. Col de Doc. Diversos, T. II-1, 434. A.N.C. cit. por
Arcila Farías: op. cit. p. 200). Las condiciones de la patente reservan un tercio
de la presa para la Corona, y el resto para el captor.
El desenlace feliz del incidente no debe hacernos pasar por alto algunos
detalles significativos. Siendo la tripulación de la nave corsaria numerosa y
bien armada, llama la atención que no emprenda el abordaje contra la balandra
de don Francisco Andrés de Meneses, anclada en el mismo puerto. Este último
no debe tener ni armamento ni tripulación equiparables, pues no intenta el
rescate por la fuerza, pero tampoco inicia la inmediata retirada aconsejable
ante un enemigo que dispone de más de medio centenar de hombres armados
con escopetas. Tampoco omite la huida por ignorancia: conoce perfectamente
la nacionalidad, las intenciones y la capacidad ofensiva del inglés, pues las
avisa oportunamente a los desprevenidos indígenas. Alguna confianza debe
tener Meneses en el merodeador, pues "a las diez del día vino a Bordo de la
dha Valandra Inglesa", regatea el rescate de los secuestrados y lo paga con la
seguridad, no sólo de que éstos recibirán la libertad, sino también de que los
captores no cerrarán el incidente apoderándose de la suma pactada, de los
indígenas y del propio capitán Meneses y su balandra, conforme es la práctica
pirática corriente.
Los efectos rescatados han de ser considerables para que con ellos se pueda
pagar la reparación de la fortaleza. No hay noticias del nombre de la nave
varada, del destino de su tripulación ni de la fecha exacta del accidente: éste
no ha de ser demasiado anterior a las reparaciones, pues el mar habría
dispersado o destruido las mercancías y aparejos del pecio.
De nuevo llama la atención que en una sola recorrida por dicho litoral, que
puede ser cumplida en velero en menos de una semana, se encuentre tal
cantidad de naves incursoras y se capturen tantas presas. Ello constituye un
indicio adicional de la magnitud del comercio clandestino y de la red de
complicidades que supone.
Hasta que la acción de los corsarios armados por las autoridades españolas
obliga a ponerse a la defensiva a los neerlandeses. Por todo el Caribe se
suceden apresamientos de barcos contrabandistas. En algunos casos las
autoridades holandesas los tachan de ilegítimos puesto que en virtud del
Tratado de Munster de 1648 españoles y holandeses pueden navegar y
comerciar libremente cada uno en sus propios dominios en las Indias. Según
se queja en julio de 1722 el gobernador de Curazao Noah du Fay, "se
propasan los corsarios españoles a apresar las embarcaciones que salían y
salieron de este puerto (Curazao) así directamente para la Europa como las
que van libremente a negociar a Saint Thomas y nuestras islas de Barlovento y
Yslas francesas en que dichos corsarios no deven ni pueden intervenir"(*).
(Cit. en Arauz Monfante: op. cit. p. 301).
Durante dos siglos los habitantes de lo que luego será Venezuela libran una
guerra casi ininterrumpida contra las potencias imperiales que se disputan el
Caribe: entre 1528 y 1728 soportan 154 incursiones de naves o flotas
extranjeras, en su gran mayoría de piratas o corsarios. Y se debe advertir que
utilizamos el concepto de incursión en la forma más restringida posible: en el
de episodio unitario de agresión, que puede comprender la colaboración de
varias naves y diversos enfrentamientos. Si debiéramos equipararlo
únicamente a la arribada de naves hostiles, sólo el episodio de Araya nos
permitiría contabilizar más de cuatro centenares de ellas entre 1599 y 1605; si
lo asimiláramos al asalto contra ciudades, deberíamos tener en cuenta que una
expedición con frecuencia afectaba a varios centros poblados.
Según las Partidas, los Reyes Católicos pueden obtener nuevos reinos por
cuatro títulos: por herencia, por aclamación, por matrimonio o por
otorgamiento del Papa o del Emperador "quando alguno dellos faze Reyes en
aquela tierras, en que han derecho de la fazer..."(*). (Citado por Jesús Varela
Marcos: Las salinas de Araya y el origen de la Armada de Barlovento, p. 40).
Las tierras que descubre Colón son vindicadas por el título de ocupación.
Según el pensamiento jurídico de la época, los Reyes Católicos se apresuran a
perfeccionar su dominio recurriendo al tradicional otorgamiento del Papa
previsto en las Partidas. Para ello recurren a Alejandro VI, quien les concede
la bula Inter Caetera "de donación", y la Dudum siquidem, "de ampliación de
donación".
También vi lo que decis que teneis escrito y entendeis haber probado por
cinco autores, que esas islas fueron del rey Tubal, que tomó ciertos reinos
después de Hércules, año de mil quinientos cincuenta y ocho, antes que
nuestro Redentor encarnase, de manera que este año se cumplen tres mil
un años de que esas tierras eran del cetro real de España; y que no sin
gran misterio, al cabo de tantos años, las volvió Dios cuyas
eran...(*).(Cit. por Marcel Bataillon: Dos concepciones de la tarea
histórica, Imprenta Universitaria, Mexico, cit. por Enrique Pupo-Walker
"Primeras imágenes de América: notas para una lectura más fiel de
nuestra historia" en: Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana,
Monte Avila Editores, 1985.)
Por reprimir y castigar los CORSARIOS, así súbditos nuestros, como los
otros que postposado el temor de Nuestro Señor, y la corrección nuestra,
infestan y roban los navíos y personas que navegan por los mares
mercantilmente en gran deservicio de Dios y Nuestro daño, y deservicio
de nuestros vasallos y de la cosa pública, la cual es aumentada con el
exercicio de la mercadería, y se desvía a causa de los DICHOS
PIRATAS, contra los cuales queremos que sea procedido (...)
(*).(Manuel Lucena Salmoral: Piratas, bucaneros, filibusteros y
corsarios en América; p. 23)
Han sido siempre tan odiosos estos piratas, y cossarios, siendo como son
ladrones publicos, perturbadores de la paz, y del comercio humano, que
además de ser malditos, y excomulgados I. agenos de todo favor de
derechos, y leyes.2.
en conformidad dellas, puede qualquier privada, y particular persona
prenderlos, y matarlos. 3. Por cedulas de su Majestad despachadas a este
Govierno 4. se ordena, Que se haga justicia de los piratas y cossarios, y
de qualesquiera estranjeros, que con sus baxeles se hallaren en estas
costas, o en otra cualquier parte se apprehendieren, passadas las Islas de
Canarias. 5. Se manda a los Generales, y Almirantes de Flotas y
Armadas, Que si tomaren navios de cossarios, los condene el general a
muerte, y lo execute en ellos, y en los Extrangeros que con ellos fueren y
los bienes se repartan entre los que se hallaren al rendirlos (*).
(Montemayor y Córdova: Discurso... pp. 52-53).
En otros casos, la defensa contra los invasores del mar llega a medidas
equiparables a políticas de tierra arrasada. Como hemos visto, y como
recapitularemos más adelante, Borburata y Cabo de la Vela son abandonados
fundamentalmente por la amenaza pirática; San Carlos es destruido por
motivo de ella; por la misma causa el obispo Agreda predica la despoblación
de Curazao, el Cabildo de Barquisimeto y el Gobernador de Venezuela
ordenan la destrucción de San Felipe y en 1604 se prohibe el cultivo del
tabaco para evitar su ilícito comercio, lo que provoca la migración de casi un
tercio de los habitantes del Valle de Caracas.
El sino de un marinero
que anda en el mar engolfado,
le es por el Cielo enviado
hasta pisar el terreno.
El mar se queda en su seno
mejorando su caudal,
aquel rico mineral
que Dios le dejó sembrado;
y, por lo que he calculado
de un capitán no hay que hablar.
Décima de marinero.
Como bien señala Cartay, la pérdida total es del 39% : sólo la enorme
rentabilidad de los metales preciosos americanos justifica una empresa
sometida a un riesgo tan grande(*). (Loc. cit.). Y este desastroso balance es
anterior a la instalación de las bases filibusteras de La Tortuga y Jamaica.
Por ello, desde el principio se deben adoptar medidas para proteger a las
embarcaciones que emprenden la riesgosa navegación hacia las Indias. Como
hemos indicado en capítulos precedentes, estas medidas son esencialmente
tres: la agrupación en flotas protegidas por buques armados; la instauración de
un sistema de comunicaciones y de información mediante embarcaciones
rápidas llamadas avisos, que alertan a los convoyes contra la aproximación de
adversarios, y la creación de resguardos navales para la localización y
persecución activa de los ladrones del mar.
-Navegación en flotas
Pero el peso y el costo de la artillería, así como los gastos del salario y la
manutención de los soldados tientan a los avariciosos armadores a incumplir
estas normas (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe, p. 40). Por tal
motivo, las crónicas de la época reportan frecuentemente presas sobre naves
indefensas. Cuando la armada de John Hawkins se topa con la flota española
que arriba a Veracruz, de acuerdo al mínimo que exige la ordenanza de 1543
sólo la nave almirante de ella está armada.
Por tanto, desde 1574 las autoridades españolas protegen sus buques
restringiendo todavía más su libertad de navegación al obligarlos a formar
parte de los convoyes periódicos llamados flotas. Hemos visto que éstas tienen
nombres específicos y travesías asignadas: hay así la Flota de Nueva España,
la de Tierra Firme, la de Guarda de la Carrera de Indias, la de Acapulco y el
Perú. Dos veces al año salen de Sevilla los Doce Apóstoles, un número igual
de galeones bautizados cada uno con el nombre de un Apóstol y que, Dios
mediante, regresan cargados con las riquezas minerales del Nuevo Mundo.
Las flotas se comunican entre sí y con los puertos cercanos con "avisos",
bajeles rápidos que actúan como mensajeros llevando noticias,
correspondencia, advertencias e instrucciones especiales(*). (Cardona: op. cit.
p. 109).
La adopción de tal sistema defensivo tiene definidos efectos en el
comercio entre la metrópoli y las Indias. Como señala Dionisio de Alsedo y
Herrera:
Como hemos visto, a principios del siglo XVIII, Venezuela dispone de una
flota propia de 18 naves para transportar el cacao a Veracruz; en 1702 el
cabildo concede una patente de corso a José López y el año inmediato otra al
marqués de Mijares, para que capturen a las naves enemigas. Mientras tanto,
el Gobernador de Cumaná arma sus propias piraguas corsarias; posteriormente
el gobernador José Francisco de Cañas organiza un corso sistemático desde
1711, y los gaditanos Juan Francisco Melero y Alonzo Ruiz Colorado
obtienen en 1722 una concesión por seis años para el monopolio del comercio
y el ejercicio del corso en la costa venezolana.
Hemos visto también los numerosos obstáculos que debieron vencer las
autoridades para recabar estos auxilios, como los que encontró Ruy Fernández
de Fuenmayor en su intento de recuperación de Bonaire y de Curazao. Ello no
hace más que resaltar la importancia de la amenaza pirática en el
establecimiento de dichos vínculos de cooperación, a los que por razones
obvias podían ser tan remisas localidades débiles y mal comunicadas entre sí.
La suprema prioridad que representa el ataque pirático vence sin embargo
toda suerte de escrúpulos locales, y abre las vías de una cooperación y
comunicación regular en otras materias políticas, económicas y sociales.
Pero es a partir del siglo XVIII cuando se emprenden los más ambiciosos
procesos de fortificación militar en Venezuela. Detallar la vasta obra cumplida
en este sentido cae fuera del período que estudiamos. Bástenos señalar, a
manera de ejemplo del empeño con el cual se edifica, que en 1706 el
gobernador de Margarita José Alcántara informa a la Corona que ha reparado
el castillo de Pampatar con el valor de la mercancía decomisada a una nave
holandesa encallada en las cercanías; que hacia 1735 don Carlos de Sucre está
ocupado en la erección del castillo de San Francisco en Santo Tomé de
Guayana. En l739, alarmadas por el ataque de una flota inglesa al mando del
capitán Waterhouse, las autoridades refuerzan las fortificaciones de La Guaira,
las dotan de artillería pesada e instalan en ellas cuatro compañías del
regimiento Victoria: afortunadas precauciones que les permiten rechazar en
l743 el feroz asalto de la flota del comodoro Knowles.
Por razones idénticas y en defensa contra los mismos adversarios, todos los
puertos importantes, todas las entradas estratégicas del mar hacia Tierra Firme
quedan finalmente protegidas por las autoridades coloniales con fuertes. Como
hemos visto, los hay en Cubagua; en la entrada del Orinoco; en Pampatar,
Porlamar y La Asunción; en Araya, en Carúpano, Cumaná, Barcelona, Puerto
Cabello, Coro y Maracaibo. La tardanza en las obras del fuerte de la isla de
Trinidad facilitó que una flota inglesa al mando del almirante sir Henry
Harvey nos la arrebatara en l797. Nuestras costas son un suelto rosario de esas
edificaciones escuetas, usualmente con planta en forma de estrella para que su
artillería pueda barrer mejor a los posibles asaltantes. Con la excepción del
fortín de Cubagua, derruido por el terremoto de l543, los demás resisten la
ocasional metralla de los invasores y de las guerras de Independencia y
sobreviven al tiempo y al cambio de regímenes y de agresores. Todavía en
l9O2 el venerable Castillo de Puerto Cabello responde con sus anticuados
cañones de carga delantera a los disparos de los acorazados prusianos e
italianos que bloquean nuestras costas. La misma fortaleza es bombardeada
en l962, porque se sospecha que en ella se parapetan insurrectos. Muchos de
estos anticuados fortines continúan prestando servicios como cuarteles -y
como prisiones políticas- durante las décadas del gomecismo, antes de pasar
definitivamente a museos.
Y así, los dos siglos de la guerra contra los piratas unen a los colonos en
torno a la tarea de integrar un vasto sistema defensivo, en la cual empeñan sus
recursos, talentos e iniciativas. Como también señala Mario Briceño Iragorry:
El demonio le asaltó
diciéndole estas palabra:
-Marinero, ¿qué me das,
como te saque del agua?
-Te daré mis tres navíos,
si queréis, en oro y plata.
-No te pido tus riquezas
sino que me des el alma.
-¡Vete, perro engañador,
enemigo de las almas!
Mi alma es para mi Dios
que le ha costado tan cara;
mi corazón pa María,
que es nuestra madre abogada
mi cuerpo para los pejes
que están debajo del agua.
-Impuesto de habería
Por otra parte, los colonos del territorio que luego será Venezuela invocan
el azote pirático para suplicar reducciones de impuestos. Así, en 1618 el Rey
envía al Cabildo de Caracas una Real Cédula en la cual exime durante un
plazo de diez años los derechos de almojarifazgo, ya que
En vista de lo cual ordena y manda que "si algunos de estos nauios aportare
a los puertos de esa prouinçia le apreendais y conprouado ser los mismos
segun las señas que ban declaradas los confisqueis proçediendo en ello
conforme a derecho y con el cuidado entereza y desuelo que requiere la
ymportancia y grauedad de la matheria (...)"(*). (Suárez: Fortificación y
defensa, pp. 4-5). Hemos visto que el gobernador Piña Ludueña guarnece las
defensas de La Guaira con cañones tomados al naufragado filibote de Anthony
Sherley, y que el gobernador de Margarita José Alcántara repara el castillo de
Pampatar con lo que rescata de una nave holandesa varada.
Una parte importante de todos los ingresos recaudados por los distintos
tributos es remitida a la Corona; el primer envío desde Venezuela sobre el
cual se tiene documentación ocurre en 1592, yasciende a 1.113.873
maravedises, equivalentes, según Arellano Moreno, a 16.390 bolívares de
1945 (recuérdese que para la época el dólar equivalía a 3,50 bolívares). Los
envíos siguen regularmente, elevándose hasta 128.778.824 maravedises en
cada uno de los ejercicios fiscales de 1657 y 1658, equivalentes a 423.280
bolívares de 1945, para alcanzar su tope del siglo XVI, en 1678 con la
remisión de 177.995 pesos equivalentes a 711.980 bolívares de 1945, y su
cumbre absoluta en 1792, con la remisión de 175.000 pesos fuertes de la renta
del tabaco, equivalentes a 875.000 bolívares de 1945(*). (Arellano Moreno:
op. cit. p. 198).
Y finalmente que estando prevenido por la ley diez y nueve del Titulo
quarto libro tercero de la Recopilación de estos Dominios que los
Señores Virreyes, Presidentes y Governadores pongan mucho cuidado en
que los vecinos de los Puertos tengan prevencion de Armas, y caballos
conforme a la posibilidad de cada uno para que si se ofreciere ocasión de
enemigos u otro cualquier accidente esten apercividos a la defensa,
resistencia y castigo de los que trataren de infestarlos; esta Ley misma
impone a los Pueblos, y vecindarios de la costa la obligación
imprescindible de no dispensarse de estar prevenidos y de castigar por si
mismos los insultos de los Corsarios ingleses concurriendo todos segun
su posiblidad en cuyo concepto, y en el que deben practicar lo mismo las
Poblaciones inmediatas a la Plaza de Puerto Cabello(*). (Suarez: op. cit.
p. 457)
Pero después de estos dos siglos de guerra continua, más que en el terrible
recuerdo de la destrucción de un continente en nombre de la apertura a los
intereses empresariales, más que en las leyendas de fantasmagóricos tesoros
enterrados, los demonios del mar sobreviven en una especie de cultura de la
codicia que todavía permea cierta manera de ser en lo económico, en lo
político, en lo intelectual.
Puesto que, arrojados del Paraíso Perdido del Viejo Mundo o expulsados
de sus Paraísos Reconquistados del Mundo Nuevo, los demonios del mar
jamás intentaron reconstruirlos ni asegurarse una posteridad: claudicaron en
cambio ante la atracción fácil del lucro instantáneo. Y la riqueza ganada
fácilmente se derrocha sin esfuerzo: las tripulaciones triunfantes dilapidaron
en el juego y en orgías los botines conquistados por la sangre y el fuego, para
llenar las arcas de las naciones más desarrolladas de la época. La ebriedad del
dinero abundante les impidió formar todo proyecto. Ello, más que el acoso de
los resguardos navales o la firmeza de las fortificaciones portuarias, fue lo que
los aniquiló. Pues, según comenta Voltaire, "si hubieran conseguido tener una
política que equivaliera a su indomable valor, hubieran fundado un gran
imperio en América" (*). (Voltaire: Diccionario Filosófico, T. II. p. 284).
El pacto con los demonios lleva así a una sociedad a escindir su conciencia:
mientras ejecuta a sus propios herejes, contrata con los que la invaden; al
mismo tiempo que agota su erario en gastos de defensa, comercia con el
enemigo; después de huir despavorida de las huestes que saquean e incendian,
trafica con ellas. Las más altas jerarquías, custodias de la ley y del honor, son
asimismo sus más contumaces infractoras. La vida pública se sustenta sobre
una ficción; la privada, sobre una farsa. El momento de la derrota de los
demonios es contradictoriamente el de su irrisorio triunfo: barridos del mar,
desaparecidos sin prole física, dejan en la Tierra Firme su progenie moral en
una dirigencia empeñada en destruir mediante el saqueo a la sociedad que la
sustenta. En un día despojaron a Venezuela de lo que los piratas no pudieron
arrebatarle en doscientos años. La acumulación es de nuevo el paradigma de
todo valor; la rebatiña el de toda política. El siglo de los piratas no ha
terminado todavía.
BIBLIOGRAFIA
CASADO SOTO, JOSE LUIS: Los barcos españoles del siglo XVI y la Gran
Armada de 1588; Editorial San Martín, Madrid, 1988.
CHOMSKY, NOAM: Year 501: the conquest continues; South End Press;
Boston, 1993.
DUNN, LAURENCE: Ships, a picture history; Pan Books Ltd, Londres, 1970.
FRENCH, JOSEPH L.(comp): Great sea stories; Tudor Publishing Co. Nueva
York, 1945.
HARTOG, JEAN DE: Les voiliers; Editions des deux coqs d'or, Paris, 1965.
LUIS XIV: Mémoires de Louis XIV; Le livre club du libraire; Paris, 1960, pp.
11-12).
OJER, PABLO: Las salinas del oriente venezolano en el siglo XVII, Caracas,
1962.
-El golfo de Venezuela: una síntesis histórica; Corporación de Desarrollo de
la Región Zuliana-Biblioteca Corpozulia; Maracaibo 1983.
PARDO, ISAAC J.: Tierra de Gracia; Monte Avila Editores, Caracas, 1988.
PETERSON, MENDEL L.: "Traders and privateers across the Atlantic: 1492-
1733", en A history of seafaring based on underwater archeology; Thames &
Hudson, Londres, 1972.
VARIOS AUTORES:
-Cedulario de las Provincias de Venezuela, I, 1529-1535; Biblioteca de la
Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Caracas, 1982.
-Cedulario de la Monarquía española relativo a la isla de Cubagua; I, 1523-
1550; Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Caracas,
1984.
-Cedulario de las Provincias de Venezuela, 5, 1500-1550, Biblioteca de la
Academia de Ciencias Políticas y Sociales, 1500-1550.
-Cedulario relativo a la parte oriental de Venezuela, 6, 1520-1561; Biblioteca
de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, 1520-1561.
-Cedularios de la Monarquía española de Margarita, Nueva Andalucía y
Caracas (1533-1504), T.I, Cedulario de Margarita; T.II, Cedularios de Nueva
Andalucía y Caracas (1568-1604); Edición de la Fundación John Boulton,
Fundación Eugenio Mendoza y Fundación Shell, Caracas, 1967.