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HACE 35 AÑOS LA DICTADURA SECUESTRABA A JOAQUÍN ARETA

“Lo que hice fue militar sus poesías”


Autor de "Quisiera que me recuerden", poema que Néstor Kirchner leyó
en la Feria del Libro. Habla Adela Segarra.
Daniel Enzetti

El 29 de junio de 1978, Joaquín Areta, 22 años, cuadro


montonero y poeta, fue a una cita de la que nunca volvió. Antes
había pasado por el Movimiento de Acción Secundaria, las
Fuerzas Armadas Revolucionarias y la Unión de Estudiantes
Secundarios, militancia que alternaba con su trabajo en una
fábrica, la lectura de documentos políticos, los discos de Alfredo
Zitarrosa y Chico Buarque, la escritura y una extraña pasión por
juegos inventados con los números de boletos de tren y colectivo.
"Fueron escritos de manera urgente en una pequeña libreta roja
entre 1977 y 1978", dijo hace un tiempo su hijo Jorge, de un año
cuando la dictadura se llevó a su papá, en relación a poemas y
textos que Joaquín volcaba en un cuadernito que su compañera
Adela Segarra rescató el día del secuestro.
"Yo militaba las poesías –dice Adela–, las protegí durante la
dictadura y en varios países de exilio, y las hice circular entre los
compañeros, en marchas y actos, para que Joaquín estuviera
presente." El material fue publicado por primera vez como parte
del libro Palabra Viva, compilación con obras y biografías de 71
detenidos–desaparecidos editada por la Comisión Nacional de
Bibliotecas Populares (CONABIP). Trabajo que mostraba tres
poemas de Joaquín, y que a Néstor Kirchner se le cruzó en el
camino mientras elegía algo para leer en la Feria del Libro del
2005.
Kirchner, o su hijo Máximo, o los dos (ver recuadro), pusieron el
dedo en "Quisiera que me recuerden". Y en ese momento "nació
otra cosa –dice Adela–, es como que Joaquín y Néstor se
fundieron en algo común, cerrando un círculo que el mismo
Joaquín había iniciado garabateando en ese cuaderno otras
líneas hermosas y no tan conocidas, llamadas 'Quién de nosotros
será', realmente premonitorias, que parecen haber sido hechas
para Néstor".
"Nos conocimos sobre el límite de la adolescencia en el colegio –
cuenta–, yo con 14 años, y él con 18. En el Nacional de La Plata
había asambleas permanentes, y lo veía a Joaquín en las
marchas y en los actos. Empecé el secundario en 1972, entré a la
UES, y cuando lo crucé por primera vez en el 74 me empecé a
enamorar. Era una época en que te enamorabas de todo, de la
política, de los compañeros. Recuerdo su imagen hablando, era
buen orador, muy lindo, y me parecía mucho más grande. Para
nosotras, que estábamos decidiendo militar, algunos varones nos
apabullaban con el discurso (sonríe). Hasta 1975, ese trabajo
político fue realmente intenso, pero a la vez hacíamos cosas de
chicos." Pero agrega que 1976 "fue un período que adelantó todo,
obligó a quemar etapas. Nunca pude terminar el secundario, algo
que corría el eje, sin duda. En definitiva, éramos familias
platenses de clase media, formateadas para ir a la universidad y
ser profesionales. Es increíble, porque dentro de ese contexto
social, ya en el año del golpe militar estaba clandestina. Tenía 16
años”.

–¿En qué pantallazos te aparece aquel salto de etapas?


–Tengo el registro de ir en colectivo con mi prima Laura, a la que
secuestran en la misma semana que a Joaquín. Era de tarde, en
Morón, donde vivimos un tiempo. Mirábamos a unos chicos de
nuestra edad que volvían del colegio, jugando y matándose de
risa. Pensábamos lo tontos que eran, pero al mismo tiempo nos
daba una envidia tremenda. Esa semana fue terrible, porque
desaparecieron mis tres primos hermanos. Antes, la Triple A
había asesinado a un amigo nuestro, Patulo Rave. Y después
fueron cayendo compañeros de un grupo muy querido, como
Pablo Torres Cano. Existe una foto muy linda donde estamos
todos reunidos en el cumpleaños de mi abuelo, verano del 74.
Nuestra opción era el mundo proletario, trabajábamos en la
producción porque nos fijábamos en la clase trabajadora como
columna vertebral de todo. Pero éramos pibes: volvíamos a casa
y jugábamos al carnaval.
–Seguramente, la clandestinidad hacía que todo fuera más
vertiginoso.
–Claro, porque tenías que hacer equilibrio entre la cotidianeidad y
la militancia. En la etapa clandestina, Joaquín fue a La Plata, y
después su hermano Iñaki, muerto en combate en 1976, nos
consiguió el traslado al oeste del conurbano. En el 76 yo era
menor de edad, y vivía en una pensión con mujeres grandes, que
trabajaban en la prostitución. Recuerdo que charlábamos, les
contaba mi historia recortada, y cuando caía la policía para
rastrillar la casa, eran ellas las que me defendían a mí,
escondiéndome debajo de la cama. Las chicas lloraban, me
llevaban varios años y yo no entendía cómo se podían quebrar de
esa manera. Era una cotidianeidad muy distinta a la de ahora.
Nunca estábamos más de tres meses en una vivienda, al punto
que el lugar donde dormíamos cuando se llevaron a Joaquín fue
en el que más aguantamos: casi un año.
–¿Esa aceleración hizo que quedaras embarazada de Jorge a
los 17 años?
–Sí, para nosotros era importante tener hijos por aquello del
hombre nuevo. Pero además, creo que en situaciones de crisis,
las mujeres nos reforzamos en la maternidad. También en
períodos adversos decidí criar después, en otra etapa de mi vida,
dos hijas no biológicas, Fernanda y Ana, de una compañera
desaparecida, María Inés. Y otra hija más, Laurita. Pero volviendo
a Jorge, no sé si esas decisiones las tomás en un contexto de
normalidad. Uno no quería convencerse de que éramos
vulnerables políticamente, o que habíamos padecido una derrota,
y un hijo te reforzaba. Aunque más allá del planteo teórico del
hombre nuevo, por supuesto dábamos ese paso con mucho amor
y alegría. Cuando nació Jorge, Joaquín quería tener otro bebé, y
en ese momento sí tuve miedo de cómo estarían ellos si a
nosotros nos pasaba algo. Joaquín me tranquilizaba, estaba
seguro que de alguna manera se iban a enterar de nuestra
historia, la iban a recuperar. Convivíamos con dos planos: por un
lado, las inseguridades y los miedos típicos de la época, pero por
otro, esa sensación de omnipotencia, de pensar que no nos
ocurriría nada. Nos daba vuelta en la cabeza eso de que si
aceptabas la derrota general, terminabas aceptando la derrota de
tu historia de vida. En ese contexto diario, había que seguir con
las cosas de todos los días. Elegíamos barrios obreros, y
construíamos tramos cortos de cotidianeidad con los vecinos.
Charlábamos de cosas de familia, de los chicos, del trabajo. Yo
me había inventado un título de maestra, y preparaba alumnos en
casa, de primario y secundario. Tenía como cuarenta, mientras
Joaquín trabajaba en una fábrica. Ahora que lo pienso, en ese
momento creíamos dar una imagen de familia tipo, pero cuando
nos mudábamos, muchos nos reconocían que les parecíamos
"medio raros" (se ríe).
–¿Qué recordás del día en que Joaquín desaparece?
–Todo. Cada cosa, lo que preparé para comer, los olores, la
música. La culpa por no haber ido esa noche con él, que me
persiguió bastante. Lo recuerdo intacto, como un día interminable,
demasiado largo. Fue poco después del Mundial de fútbol.
Vivíamos con un compañero, Federico Frías, el Dandy, en una
casita prefabricada del barrio Loma Hermosa, en Tres de Febrero.
Joaquín fue a trabajar a la fábrica, volvió, y se preparó para ir a
una cita en la Capital. Le dije que quería acompañarlo, pero se
negó, me dijo que me quedara con Jorgito, y después
hablaríamos en la cena. Joaquín no estaba tranquilo, pero de eso
pude enterarme a la noche, cuando mientras lo esperábamos,
Federico me contó que andaba preocupado porque mi prima
Laura no había regresado de una cita en otro lugar. Por eso te
contaba lo del día larguísimo, pasaban las horas y Joaquín no
venía. Cuidé al bebé, a la tarde trabajé con los alumnos, y
después hice un arrollado de carne y fui poniendo la mesa,
despacio. Cada vez que preparo un arrollado de carne me
acuerdo de esa noche, del olor, de la voz de Chico Buarque
cantando "O qué será" y "Mujeres de Atenas", en un disco de
vinilo al que hace poco le levanté la censura porque volver a
escucharlo me hacía bastante mal. Era un vinilo que Joaquín
había traído de Brasil, cuando fue a buscar documentación sobre
la contraofensiva de Montoneros.
–Dijiste que podrían haber ido juntos. ¿Sabías dónde era la
cita?
–Pasó algo curioso, y es que no tengo presente que Joaquín me
lo haya informado. Pero hace poco tiempo, una tía que declaró en
una causa de lesa humanidad contó que la cita era en Rivadavia
al 5100, en Caballito. Seguramente me lo dijo antes de salir de
casa, pero mi cabeza me lo había borrado. En aquel lugar los
secuestraron también a mi primo y a Julio Álvarez, un compañero
del colegio.
–Por lo general, cuando el compañero de alguien iba a una
cita y sospechosamente no regresaba, uno tenía algún plazo
para dejar el lugar. ¿Te fuiste?
–Es verdad, el plazo eran las 9 de la noche. Pero con el Dandy
nos quedamos hasta las 11. Él agarró algo de material
comprometido, anotaciones, papeles y un poco de ropa. Lo mío
fue más mecánico: atiné a meter algunas cosas de Jorgito en un
bolso, y me guardé la libreta roja con los poemas de Joaquín en
el bolsillo de atrás del jean. Es imposible explicártelo ahora, pero
en ese momento no me importó llevarme nada más. Era Jorgito y
la libreta.
–Una libreta que te acompañó por todo el mundo.
–Dio mil vueltas, pero siempre estuvo conmigo (se ríe). Esa noche
tomamos un colectivo con el Dandy, y él se quedó en la Ruta 8. A
eso de las 12 de la noche, cuando estoy por bajar con el bebé en
la estación de Villa Bosch, veo un operativo del Ejército. "No
bajés, seguí", me dijo el colectivero. El tipo debe haberme visto
nerviosa, me salvó la vida. Después vinieron los años del exilio,
de los viajes, hasta mi vuelta al país con la democracia. Pero en
el medio, la libreta pasó por Medio Oriente, Brasil, París, Cuba,
España.

–¿Pudiste reconstruir algo del secuestro?


–Muy poco. Hace algunos días estábamos hablando de ese tema
con Mariana Pérez, la nieta de Rosa Roisinblit, porque el papá de
Mariana había sido el responsable de Joaquín. Intentábamos
juntar datos sobre las caídas en el oeste bonaerense, pero a
veces se hace complicado.
–¿Joaquín escribía delante tuyo? ¿Te leía las cosas?
–La verdad, muchas veces no le llevaba el apunte. Me decía
"Ade, escuchá esto", y yo le contestaba "Dale, Joaquín, dejame
que estoy dándole de comer a Jorge" (se ríe). Nos queríamos
mucho. Jugábamos con los números de los boletos de tren,
sumábamos las letras e inventábamos palabras. Otra cosa que
hacía era mandarme cartas con mi nombre falso. De repente me
llegaba un sobre con una tarjeta, una estampilla dibujada, y una
poesía de Mario Benedetti. La verdad es que cuando se lo
llevaron, nunca esperé que volviera, mi única duda era si había
tomado la pastilla. Haber manoteado la libreta roja era una forma
de asegurarme tenerlo conmigo. No soy creyente, no lo tengo a
Joaquín todos los días, acompañándome a hacer las compras,
pero realmente lo siento al lado.
–¿Y las poesías?
–Las poesías las militaba. Con los años empecé a hacerlas
circular, algunas se las di a familiares, y otras las repartía en los
actos y las Marchas de la Resistencia. Fueron armando su propio
camino, hasta que pasó eso con "Quisiera que me recuerden".
–¿Sabías que Néstor Kirchner la leería en ese acto?
–No, para nada. Es más, me enteré por los diarios al día
siguiente. Yo ya venía trabajando en tareas sociales, la conocía a
Cristina, a Alicia, pero ellas no me asociaban con Joaquín. Llamé
a la Casa de Gobierno para contarles que Joaquín era mi
compañero. Una semana después, en una actividad social de
Alicia, nos quedamos leyendo los textos toda la noche. Después
de la poesía, el encuentro con Cristina fue emocionante. Me dijo
“La vida nos vuelve a juntar”, y se me cayeron algunas lágrimas.
–Hay una poesía de Joaquín llamada "Quién de nosotros
será", que es premonitoria. Parece escrita para Kirchner. Y a
la vez, el escuchar "Quisiera que me recuerden" ahora, en la
voz de Néstor después de su muerte, produce entre los dos
un acto de simbiosis bastante fuerte y extraño.
–No sólo eso, sino que estoy convencida de esa premonición.
Porque a pesar de mi ateísmo, de verdad creo que Joaquín y
Néstor se conectan en algún lado, se funden. Son señales que te
va dando la vida, que te demuestran la existencia de esos
encuentros, con cruces, con historias que se atraviesan. Fue
Néstor el que nos dio la posibilidad de pensar en todo eso, el que
reivindicó a los compañeros, los subió al lugar donde deben estar.
Y el que logró que nos sacáramos la culpa por sobrevivir, una
culpa con la que habíamos convivido durante tanto tiempo. Hasta
que apareció Néstor, nunca habíamos podido contar nuestra
verdadera historia. «

Voces reaparecidas
"¿Qué te parece este?", le dijo Máximo a Néstor Kirchner,
mientras charlaban sobre lo que el presidente diría en la Feria del
Libro de 2005, y elegían algún texto para leer en el acto oficial. Ya
estaba decidido. El poema era Quisiera que me recuerden, uno
de los tres que el libro Palabra Viva había incluido de Joaquín
Areta.
La obra de Joaquín, con poesías, textos, cartas y apuntes que
entre 1977 y 1978 había volcado en una libreta personal, fue
retomada para su edición en 2010 en otro libro, Siempre tu
palabra cerca. Un proyecto más integral que integra la colección
Los detectives salvajes dirigida por Julián Axat y Juan Aiub, hijos
de militantes desaparecidos. El enorme trabajo, meticuloso y
emocionante, recupera las voces de una generación diezmada
que además de pelear, escribía. Idea gracias a la cual se fueron
conociendo las poéticas de Rosa Pargas, Jorge Money o Carlos
Aiub, por ejemplo.
"Mi testimonio fue militante –dice Adela Segarra, la compañera de
Joaquín, en el prólogo de ese libro–, mi vida fue militante. Nuestro
amor también. Nuestro amor nació en primavera, fue de tilos,
creció adolescente; fue de varanos, aroma a jazmines,
nadábamos; pisoteó baldosas amarillas de otoños, citas; atravesó
la pobreza, la clandestinidad, la decisión de quedarnos en el país,
el mundial 78, la ausencia de tantos compañeros. Y hubo una
tarde fría de invierno en la que Joaquín fue a una cita y no volvió,
una cita en la que podríamos haber estado con nuestro hijo y a la
que fue solo, eligiendo cuidarnos."
Quisiera que me recuerden / sin llorar ni lamentarse / quisiera que
me recuerden / por haber hecho caminos / por haber marcado un
rumbo / porque emocioné su alma / porque se sintieron queridos /
protegidos y ayudados / porque nunca los dejé solos / porque
interpreté sus ansias / porque canalicé su amor.
Quisiera que me recuerden / junto a la risa de los felices / la
seguridad de los justos / el sufrimiento de los humildes.
Quisiera que me recuerden / con piedad por mis errores / con
comprensión por mis debilidades / con cariño por mis virtudes.
Si no es así, prefiero el olvido / que será el más duro castigo / por
no cumplir con mi deber de hombre.

Poema para néstor sin conocerlo


Quién de nosotros será

Quién de nosotros será


el que llegue con la bandera
quién pese a los despechos
mantendrá la frente clara
quién sin resentimientos
sabrá conservar su fuerza
para combatir mejor.

Quién será aquel hombre


para quien sus amarguras
sean sólo desgarraduras
y no la fuente de su fuerza
quién me pregunto yo
será siempre el equilibrio
entre lo que se debe y se puede.

Más allá de mi horizonte


de mi vida
de mis años
me inclino ante aquel hombre
y le exijo conducir.

Siempre la palabra cerca


De los colores humanos, / el más común es el gris. / En él
deambulamos todos. / Grises son nuestras pasiones, / nuestros
vicios, nuestras lealtades. / La lucha cotidiana es gris, / silenciosa,
oculta, masiva. / Debemos moldear el gris, / nuestra misión es
cristalizarlo, / enfrentar los grises a sus contradicciones, /
comparar, elegir, continuar. / Lo único azul, rojo y blanco / es la
imaginación. / Y ella debe dirigir / a los grises.
“El Gris”

Pobre de ustedes, / carnaval de palabras raras, / teóricos de lo


imposible, / defensores de la derrota, / místicos de lo inexistente, /
falseadores de la dignidad, / mercaderes de la mentira, /
mercenarios de la injusticia. / Pobres de ustedes, / que se
revuelcan en el lodo, / pretendiendo ensuciar las conciencias, /
que recortan las palabras y los hechos, / para estirar un poco su
agonía.
“Pobres de ustedes”

La Plata, sábado 27 de marzo de 1976


Querido viejo y Titán:
El crecimiento de la reflexión en el hombre es muy similar al curso
de un río, que nace muy pequeño y a medida que suma caudales
crece. Si yo fuera el río diría que el afluente más poderoso que
nutrió mis aguas, es un viejo, ahora sordo, a veces lacrimoso y
honorablemente hemipléjico. Y si quisiera ir más lejos, diría que
en realidad existe un solo río, una sola identidad que hoy se
continúa con otro nombre, tal vez más decidida y menos temerosa
de arriesgar. El creador de esa entidad debe sentir orgullo,
porque está inexorablemente presente, en las determinaciones de
todos los días.
Para él, este regalito tan solo la continuación del homenaje
cotidiano que le tributo,
gracias por la vida,
gracias por las aguas.
Perdón por mis errores.
Con toda la fuerza de mi cariño
Te abraza
Joaquín
(Carta a su papá, Juan Francisco Areta, “Chelín”, entregada junto
con un libro de Miguel Hernández que Joaquín le regaló tres días
después del golpe de Estado)

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