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El domingo, un día de
crecimiento humano y espiritual
Celebrar el domingo, dándole su pleno sentido humano y espiritual,
sin diluirlo en el fin de semana: a esto invita Juan Pablo II en su
carta apostólica Dies Domini ("El día del Señor"), fechada el 31-V-
98 y hecha pública la semana pasada. Esta reflexión catequética y
pastoral sobre la santificación del domingo es el primer documento
pontificio en la historia de la Iglesia específicamente dedicado a la
fiesta dominical. Ofrecemos aquí un resumen de la carta.
Día irrenunciable
El capítulo II de la carta se titula Dies Christi (el día de Cristo), y resume la
plenitud operada por la muerte y resurrección de Jesucristo. Así, el
domingo «propone a la consideración y a la vida de los fieles el
acontecimiento pascual, del que brota la salvación del mundo» (n. 19).
El domingo es «el día en el cual, más que en ningún otro, el cristiano está
llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo, le hace
hombre nuevo en Cristo» (n. 25). Es también «figura de la eternidad»,
porque «además de primer día, es también el "día octavo", situado,
respecto a la sucesión septenaria de los días, en una posición única y
trascendente, evocadora no sólo del inicio del tiempo, sino también de su
final en el "siglo futuro"» (n. 26).
El domingo es, en fin, «el día del don del Espíritu» (n. 28), y «el día de la
fe» (n. 29). En definitiva, un día irrenunciable: «Incluso en el contexto de
las dificultades de nuestro tiempo, la identidad de este día debe ser
salvaguardada y sobre todo vivida profundamente» (n. 30).
Comunión y fraternidad
El capítulo III -Dies Ecclesiae, el día de la Iglesia- se dedica a la celebración
eucarística, centro del domingo. «Entre las numerosas actividades que
desarrolla una parroquia, ninguna es tan vital o formativa para la
comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su
Eucaristía» (n. 35).
El precepto dominical
«Desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus
fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica» (n. 46). «Sólo
más tarde, ante la tibieza o negligencia de algunos, [la Iglesia] ha debido
explicitar el deber de participar en la Misa dominical. (...) Esta ley se ha
entendido normalmente como una obligación grave: es lo que enseña
también el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2.181). Se comprende
fácilmente el motivo si se considera la importancia que el domingo tiene
para la vida cristiana» (n. 47).
«Hoy, como en los tiempos heroicos del principio, en tantas regiones del
mundo se presentan situaciones difíciles para muchos que desean vivir con
coherencia la propia fe. El ambiente es a veces declaradamente hostil y,
otras veces -y más a menudo-, indiferente y reacio al mensaje evangélico.
El creyente, si no quiere verse avasallado por este ambiente, ha de poder
contar con el apoyo de la comunidad cristiana. Por eso es necesario que se
convenza de la importancia decisiva que, para su vida de fe, tiene reunirse
el domingo con los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor con el
sacramento de la Nueva Alianza» (n. 48).
Juan Pablo II titula el capítulo IV de su carta Dies hominis -el día del
hombre-, para subrayar que el domingo es día de alegría, descanso y
solidaridad.
«Además, dado que el descanso mismo, para que no sea algo vacío o
motivo de aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual, mayor
libertad, posibilidad de contemplación y de comunión fraterna, los fieles
han de elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la
sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo con una vida conforme a los
preceptos del Evangelio» (n. 68).
«El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las
actividades de misericordia, de caridad y de apostolado» (n. 69). «De
hecho, desde los tiempos apostólicos, la reunión dominical fue para los
cristianos un momento para compartir fraternalmente con los más pobres»
(n. 70). El cristiano ha de reconocer «que no se puede ser feliz "solo"», y
buscar «a las personas que necesitan su solidaridad» (n. 72).
Por otra parte, no es raro que con los domingos coincidan otras fiestas de
origen histórico o social, como el recuerdo de acontecimientos decisivos
para la vida de un pueblo. Entonces, «una consideración pastoral específica
se ha de tener ante las frecuentes situaciones en las que tradiciones
populares y culturales típicas de un ambiente corren el riesgo de invadir la
celebración de los domingos y de otras fiestas litúrgicas, mezclando con el
espíritu de la auténtica fe cristiana elementos que son ajenos o que podrían
desfigurarla. En estos casos conviene clarificarlo, con la catequesis y
oportunas intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es
inconciliable con el Evangelio de Cristo. Sin embargo, es necesario recordar
que a menudo estas tradiciones -y esto es válido análogamente para las
nuevas propuestas culturales de la sociedad civil- tienen valores que se
adecúan sin dificultad a las exigencias de la fe» (n. 80).