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LA ENCOMIENDA

La encomienda es una institución muy peculiar, que tuvo un peso específico en el proceso de la conquista y colonización
de Guatemala. Se suele confundirla con el repartimiento de indios e inclusive con la esclavitud y, al parecer, ello se
debe a la forma difusa en la que el termino se usó desde la época inicial del descubrimiento, a las distintas
regulaciones a las que fue sometida durante muchos años y, sobre todo ala enorme disparidad que existió entre la
concepción teórica de la institución y la utilización practica que hicieron de ella los conquistadores, colonos e
inclusive funcionarios españoles.. En el caso de la encomienda, así como en el de otras instituciones y fenómenos
coloniales de distinto género, todo tipo de generalizaciones debe estar sujeto a criterios relativos de tiempo, espacio y
circunstancias. Por ejemplo entre las muchas premisas de las que se pudiera partir para definir la naturaleza de los
principales hechos sociales de la era colonial se pueden citar las siguientes:

 Desde las expediciones de colon, los reyes católicos resolvieron que los nativos de las tierras descubiertas
debían ser considerados y tratados como “vasallos libres” de la corona. V
 El carácter mercantil de la empresa de la conquista y de la colonización, impuso condiciones de interés
económico, como las contenidas expresamente en las “capitulaciones “, que no se pudieron soslayar, aun
cuando ello significara violar los principios de la equidad y de la justicia.
 Como parte de la realidad colonial, existió siempre una contraposición entre los que postulaban idealmente las
leyes y la reacción que estas provocaban entre los actores de las relaciones sociales que ellas regulaban.
 La dinámica colonial, del mismo modo que ocurre en el ámbito de la dinámica social en general, obligaba a
una permanente adaptación y readaptación de las leyes frente a la conducta real, lo que ocurría también a la
inversa. Respecto de la primera premisa , existen pruebas documentales que señalan la intención inicial de los
reyes católicos en cuanto a considerar a los indios como “VASALLOS LIBRES” , lo que implicaba la obligación de
pagar un tributo , tal como lo hacían también lo súbditos españoles . Así lo anuncio claramente el propio
Colon desde sus primeros contactos con los indios, estos empero, se opusieron a tal disposición, sobre todo
porque el tributo se taso en oro, en cantidades y condiciones que ellos no podían satisfacer con facilidad. Los
aborígenes por otra parte, en todos los rincones de nuevo mundo comprobaron pronto que la brújula que
orientaba alas expediciones españolas era más bien de carácter económico.

Es preciso reconocer que en casi todas las sociedades prehispánicas, particularmente en aquellas en las que se
había alcanzado un cierto grado de desarrollo , como los principales señoríos “Guatemaltecos” del siglo XVI o
la sociedad maya del periodo clásico, el tributo formaba parte de la organización social, aunque con las
variantes asociadas de cada época y a uno y a otro contexto . Por lo tanto el pago de un tributo a la clase
gobernante, que desde el principio hasta el final de la existencia institucional de la encomienda puede
definirse como un elemento substancial de esta, no era totalmente desconocido para los nativos. La
disposición reiterada mas de una vez por la reina, por la cual los indios fueron declarados “súbditos de la
corona”, es decir “vasallos libres”, obligados únicamente al pago del tributo real derivado de dicha calidad,
provoco también la decidida oposición de los primeros colonos de la española, y una encendida polémica que
trascendió a los ámbitos políticos y académicos de la propia España. Se dispuso entonces que para aceptar
aquella calidad en los indios, era necesario demostrar que estos eran capaces de “vivir solos”, “en policía”
(políticamente organizados), como los españoles. Las opiniones sobre este tema específico proliferaron en
direcciones opuestas. Los argumentos que negaban la aludida capacidad en los nativos solían remontarse a los
postulados de Aristóteles, en los que se aceptaba como legitimo el gobierno de los seres superiores. Se aducía
desde dichas posiciones, para demostrar inferioridad de los nativos, el “salvajismo” de estos, su idolatría, su
condición de “vagos”, “borrachos”, rebeldes e inclusive, su falta de ambiciones o del simple deseo de adquirir
riquezas. Se les adjudicaban, en fin, muchos otros atributos negativos, que con el tiempo llegaron a
convertirse en sólidos estereotipos, en los cuales se apoyaba la tesis de que no podían vivir sin la tutela o la
supervisión de los españoles, es decir sin estar “encomendados “ a estos. Quienes sostenían la opinión
contraria , como algunos frailes dominicos , entre los que ya comenzaba a descollar Fray Bartolomé de las Casas
, se apoyaban en los principios y valores cristianos, en la avaricia de los españoles, en la inclinación de estos de
amasar fortuna con facilidad y a expensas del trabajo de otros, en la inconsistencia de la “guerra justa “ y la
consiguiente inviabilidad moral del derecho de conquista. Por encima de que los indios fueran salvajes o
racionales, se preguntaban muchos de quienes se perfilaban ya como defensores de ellos: ¿era justo, y propio
de cristianos, despojarlos de sus tierras, ponerlos a trabajar, obligarlos a pagar tributo, convertirlos en
esclavos y marcarlos como tales? Las posiciones parecían muy consolidadas en uno y otro bando. Un viejo
colono de nombre Antonio de Villasante, que residió en la española desde 1493, por ejemplo basado en
vivencias y hechos concretos, sostenía que los indios no eran capaces de gobernarse solos y vivir en libertad.
Las casas a su vez, consigno en algún pasaje de sus obras que, cuando predico la primera vez contra la

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encomienda, los colonos “manifestaron tanto asombro como si hubiera declarado que no tenían derecho a la
labor de las bestias en el campo”. En el concejo de las indias se discutió, oportunamente, el asunto de fondo. La
conclusión respectiva se consigno en la clasificación de las leyes de burgos, un documento legal promulgado el
28 de julio de 1513. Se declaro ahí que los indios eran capaces de vivir solos, pero se reconocía así mismo, la
necesidad que se beneficiaran suficientemente del contacto con los españoles, hasta demostrar que podían
convertirse en cristianos y auto gobernarse, se establecía también que en tales condiciones, debía respetarse su
libertad, aceptar sus mecanismos de autoridad y ordenarles que pagaran los impuestos a que estaban
obligados todos los súbditos del rey. La aludida resolución real, si embargo, como tantas otras emitidas a lo
largo del periodo colonial, “se acato pero no se cumplió “. Por el contrario los primeros colonos, que ya tenían
indios repartidos a su servicio y que se empeñaban en acumular riquezas de manera rápida protestaron
airadamente, e impulsaron un flujo de quejas u argumentaciones ante la corona. Con el fin de dilucidar la
delicada situación en la que los hechos en torno a la colonización se oponían las leyes, en 1516 la corte
resolvió integrar una comisión de tres frailes jerónimos encargada de resolver el asunto en las propias indias.
En 1517, en la española, los religiosos indicados recogieron la opinión de colonos viejos, de autoridades civiles,
de eclesiásticos, etc. Y su dictamen general fue categórico: los indios no eran capaces de vivir solos en forma
civilizada. Al parecer, los comisionados actuaron de manera un tanto amañada o bajo la presión de
circunstancias, lo que fue denunciado por los dominicos, encabezados por la Casas. E n síntesis, y como
resultado del informe de los frailes jerónimos, los indios fueron agrupados bajo el control de administradores
y frailes. Por otra parte los indios, no fueron en general, reconocidos como esclavos, aunque algunos se
redujeron a esta condición en las circunstancias en las que se considero “esclavos de guerra” y de “rescate”. La
referida y un tanto ambigua, situación de los indios “encomendados”, tampoco significa que no existieran
abusos, los malos tratos, y sobre todo, lo servicios personales de los que fueron victimas los aborígenes. En
todo caso sin embargo, los sujetos a la encomienda conceptualmente eran considerados “vasallos libres” del
rey y por lo tanto tributarios; no eran equiparados en una cosa mueble, objeto de propiedad privada, vendible
exportable, mercable, como fueron los típicos esclavos. Tampoco eran equiparables del todo, a los que se
llamaron “aborias“, ósea una especie de empleados domésticos.

LA ENCOMIENDA EN GUATEMALA
Con todas las experiencias adquiridas en las Antillas y después en México, Pedro de Alvarado
emprendió la conquista y colonización de Guatemala, como también lo hicieron Pedrarias Dávila, Gil
González Dávila y otros que iniciaron sus respectivas campañas desde Panamá, por supuesto
recurrieron a la esclavitud de los indios, a la encomienda, al reparto y a los servicios personales. Para
que los indios Quichés se sometieran en forma pacífica, Alvarado amenazó con reducir a la esclavitud
a quienes no obraren del modo requerido. Después de las acciones bélicas en Quetzaltenango y
Gumarkaaj, y de la ocupación de Iximché y la rebelión de los Cakchiqueles, Alvarado redujo a una
virtual esclavitud a muchos indios; considerados “de guerra” o bien de “rescate”. Repartió indios al
servicio suyo y la hueste española, también estableció formalmente la encomienda. El pago de tributo
era el rasgo que definía a la última institución pero en ciertas ocasiones, Alvarado aceptó que los
Señores Zutujiles pagaran aquellos tributos con indios que fueron recibidos como esclavos. Alvarado
impuso al pueblo de Patinamit un irregular tributo que cada día cuatrocientos muchachos y
muchachas le diesen un canutillo de oro lavado del tamaño del dedo meñique. La diferencia entre la
esclavitud y la encomienda es que el segundo se condicionaba la calidad de esclavo al incumplimiento
del pago del tributo, rasgo, este último se consideraba consustancial a la encomienda. El primer gran
reparto de pueblos en encomienda fue hecho, en 1528, por Jorge de Alvarado, Gobernador y hermano
de del jefe de la expedición de conquista en Guatemala. Se repartieron mas de cincuenta pueblos en
la encomienda ello hizo que en 1529 se suscitara una serie de protestas departe de los afectados.
Provocó el juicio de la Residencia que ordenó la Audiencia de México contra el Gobernador, tenientes
de gobernador y otros funcionarios de Guatemala. Francisco de Orduña, que actuó como juez no
alteró el reparto hecho por Jorge de Alvarado se limito a asignar a nuevos titulares de las
encomiendas que estaban vacantes. En 1530 Alvarado anuló el reparto hecho por su hermano Jorge,
e hizo uno nuevo; éste también suscitó aprobaciones e inconformidades. Alvarado se adjudicó la
encomienda de Atitlán, del cual la mitad le pertenecía a Sancho de Barahona y Pedro de Cueto.
Posteriormente tuvo que devolver la encomienda. En consideración a las injusticias con los primeros
repartimientos en 1530, el Ayuntamiento de Guatemala Pidió al Rey que éstas se concedieran a
perpetuidad para evitar despojos o transferencias arbitrarias. La Corona decidió controlar estos vicios,
permitió que las transferencias pudieran heredarse “por una vida”, es decir, por una sola vez, en favor
de una viuda o del hijo mayor de un encomendero fallecido. En 1536 se ordenó una revisión y una
tasación de las encomiendas en Guatemala, en el cual intervinieron Alonso de Maldonado, y el Obispo
Francisco Marroquín; de estas actuaciones se derivaron algunas mejoras para los indios
encomendados, sobre todo en cuanto a la rebaja de los tributos. Pedro de Alvarado resultó afectado

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en el Juicio de Residencia que realizó Maldonado, ya que se había adjudicado siete de los mejores
pueblos del territorio guatemalteco (Atitlán, Guazacapán, Escuintla, Petapa, Quetzaltenango, Rabanal,
y Totonicapán). Alvarado obtenía ingresos de cerca de diez mil pesos al año, a lo que se agregaba una
cantidad similar recaudada en las encomiendas en Honduras. Las acusaciones no pudieron ser
desvanecidas por Alvarado, sobre todo las que se referían a obtener los mayores beneficios del trabajo
de los indios.

EL CONCEPTO DEL REPARTIMIENTO

Fue una típica forma de trabajo forzoso, impuesta por los españoles a expensas de la libertad y la capacidad productiva
de una apreciable cantidad de indígenas. En sentido estricto, el repartimiento tampoco implicaba la definición de los
indígenas como bienes muebles, como “piezas”, como objetos susceptibles de ser sometido a un régimen de propiedad
privada. El repartimiento no era equiparable a la esclavitud, aun cuando el tratamiento que pudieran haber recibido los
indios repartidos hubiera sido tan despiadado como el que sufrían los esclavos. El repartimiento, aunque coexistió con la
encomienda, carecía de la típica relación de esta con la política tributaria de la Corona. Sin ser, pues, un derecho real; se
puede considerar como una institución de carácter laboral obligatoria. Su verdadera naturaleza se define como una
prestación forzosa de servicios, en la que, como elemento consustancial, aparece el salario, como insoslayable
obligación contrapuesta a la prestación de servicios.

Como producto típico de las relaciones coloniales de poder, fue objeto de distorsiones e innumerables abusos cometido
en el terreno de la práctica social. Nunca estuvo exento de impurezas y vicios legales o morales, y las abundantes
polémicas sobre estas imperfecciones, provocadas por la misma Corona, por algunos defensores de los indios, o bien por
las mismas reacciones de estos últimos, solo reflejan los intereses de los distintos sectores que conformaban el sistema
colonial.

Además de su carácter esencial como una prestación forzosa de servicios y de la incorporación del salario
como elemento obligado, el repartimiento tuvo otros rasgos y modalidades complementarios, sobre todo en su
funcionamiento real, lo cual lo sujeto a cambios o adaptaciones en el contexto propio del Reino de Guatemala
y ello lo diferenció de sus equivalentes establecidos en México, Perú y otras posesiones coloniales españolas
del Continente.
CLASES DE REPARTIMIENTOS

Entre las distintas maneras de clasificar los repartimientos figuran las siguientes:

a) Los de servicio ordinario en la ciudad; los de edificación de viviendas; los de labranzas,


trapiches y estancias; los de obras públicas; y, eventualmente, los de minas. Las categorías que
incluye esta clasificación se explica por sus propios nombres pero es preciso indicar que, en ciertas
coyunturas, se prohibieron expresamente los repartimientos de indios en obrajes de añil, ingenios y
trapiches, así como en estancias muy alejadas o situadas en climas muy diferentes a aquellos
propios de los lugares de residencia de los indios repartidos.

b) Repartimientos para trabajos agrícolas; y los llamados de “servicio ordinario” o de “servicio


extraordinario”, ambos en las ciudades. La diferencia entre estas dos últimas categorías consistía en
que el “servicio ordinario para la ciudad “se aplicaba a las necesidades de esta como tal
(construcción de obras públicas, mantenimiento de calles, construcción de drenajes, etcétera), en
tanto que los “servicios extraordinarios” los disfrutaban ciertos funcionarios y particulares, ya en la
construcción y mantenimiento de sus viviendas, ya en faenas domesticas, o bien, en labores
agrícolas. Estos últimos por lo general, se otorgaron por algún tiempo, a personas pobres o
desvalidas (huérfanos, viudas, etcétera) y, con el nombre de “tequetines”, se conocieron en muchas
ciudades, desde que el repartimiento se autorizo legamente en Guatemala, a mediados del siglo XVI

c) Repartimientos Para trabajos agrícolas, de minería o industrias artesanales; para servicios de


todo tipo de construcciones; para traslado de mercaderías u otros enseres, lo que se hacia

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principalmente por medio de los llamados tamemes, y, finalmente, para servicios domésticos en los
hogares de españoles. En esta última categoría, a pesar de ciertas prescripciones iníciales en
contrario, abundaban las mujeres, empleadas como cocineras, molenderas, chichiguas (nodrizas),
etcétera.

Repartimientos especiales

Mención especial merecen dos clases de repartimiento, que presentaban características propias: el de mercancías y el
de tejidos o hilazas, el procedimiento del primero se desarrollaba de la manera siguiente: un corregidor o un alcalde
mayo asignaba al usufructuario del repartimiento una cantidad de indios de un pueblo determinado, para que estos
compraran ciertos objetos que el español vendía, en cantidades calidades y precios impuesto por el mismo u que los
indígenas no podían discutir en ningún sentido. En ocasiones, el beneficiario del repartimiento disponía de la ayuda,
voluntaria u obligada, de las autoridades indígenas locales, con el propósito de obtener mejores y más rápidas
utilidades. La operación descrita, es decir, la compra y venta que implicaba a un español y a un indígena, tenía el
carácter forzoso, en cuanto a la obligación ineludible que generaba en el segundo, aun cuando este no tuviera la mas
mínima necesidad el articulo objeto de la transacción. Como puede notarse, no se trataba propiamente de una relación
laboral, sino comercial en todo caso, y la ausencia del salario, como elemento típico del repartimiento, la alejaba un
tanto de la verdadera naturaleza de este ultimo. Seguramente, el hecho de que se “repartían”, o se aginaban los indios
que quedaban sujetos a la relación forzosa, permitió que esta operación se asimilara a la concepción y a la terminología
asociadas al repartimiento propiamente dicho, que implicaba, como ya se indico, la disponibilidad forzada de mano de
obra indígena, a cambio de un salario.

El repartimiento de mercaderías, sin embargo, también se prestó a excesos, a atropellos, e inclusive rayo en situaciones
abiertamente inmorales o del todo absurdas, como aquellas en las que se imponía a los indios la compra de zapatos,
medias, alimentos y muchos otros artículos que realmente no necesitaban, por sus propias mecanismos obligatorios, por
la cantidad de pueblos indios que lo sufrieron, así como por su prolongación en el tiempo, puesto que se inició a finales
del siglo XVI y subsistía todavía en los inicios del XVIII; pero, sobre Todo, por sus características de un comercio inmoral,
el repartimiento de mercancías represento otra cruda forma de explotación económica de los indios.

El repartimiento de algodón, de hilados o de regidos, como indistintamente se denominaba la otra modalidad citada,
consistía en que el usufructuario tenía asignado un cierto número de indios, por lo general mujeres, entre quienes
repartía algodón para que se hilara, o se distribuía hilo para tejerlo. De este tipo de repartimiento se beneficiaban
corregidores, alcaldes mayores, otros funcionarios y muchos particulares. La materia prima, por lo general, se adquiera,
a precios bajos, de los mismos indios, o se cobraba en calidad de tributo cuando el beneficiario era encomendero; se
trasladaba por los mismos i8ndios a los pueblos de laboreo, y allí se recogió el producto final, para negociarlo en los
mercados regionales. De acuerdo con documentos y crónicas de la época, esta modalidad del repartimiento incluía una
paga regular a las indias trabajadoras, aunque en muchas ocasiones se evadía del todo tal obligación, o se reducía a
montos realmente ínfimos.

El repartimiento de hilazas o tejidos persistió, en casos relativamente aislados, o en número menor en todo caso, hasta
un poco antes de la independencia, es decir, ya iniciado el siglo XlX. Así lo consignan los apuntamientos que elaboro el
Ayuntamiento, en los años que precedieron a la emancipación política del Reino de Guatemala. Las aludidas
anteriormente eran las clases más características del verdadero repartimiento, tal como este se instituyo y se desarrollo
en Guatemala, ya que en México y otras regiones del continente, como se indico, adquirió modalidades o procedimiento
un tanto diferentes.

EL REPARTIMIENTOS DE TIERRA La distribución de tierra entre los expedicionarios y colonos españoles es un fenómeno
en el que también se utilizó el término repartimiento, pero esta vez en la relación más directa con el sistema de tenencia
y con derecho de propiedad privada de dichos bienes. En general, la propiedad de la tierra se clasifico, durante el
periodo colonial, de la siguiente manera:

a) absoluta propiedad de la corona sobre todos los territorios descubiertos;

b) posesión y usufructo, comunal o individual, de las tierras que ocupaban los indígenas antes del arribo de los
europeos;

c) propiedades realengas, o sea, las que estaban bajo el dominio directo de la Corona;

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d) Los ejidos, o “tierras de propios2, que estaban adscritos a los pueblos y eran de uso común; y

e) Las tierras de propiedad privada de los colonos. En relación con estas últimas se aplico el término repartimiento a
las adjudicaciones o “reparto” de los bienes inmuebles, que favorecieron principalmente a los colonizadores. En
Guatemala, como en otras regiones del continente, los jefes de expedición “repartieron” tierras, a las que se llamó
peonías y caballerías, según se entregaron a un peón o soldado de pie, o a uno de a caballo.

Ellas constituyeron, en cierta medida, un punto de origen de latifundios, o bien de la simple ampliación de las
propiedades y solares que, en el caso de Guatemala, se comenzaron a repartir desde la fundación de la primera ciudad
de Santiago, según consta en las propias actas del cabildo, fechadas a partir de 1524. Como puede apreciarse, la
distribución de tierras se diferenciaba claramente de la relación laboral remunerada, a la que correspondía con
propiedad el nombre especifico de repartimiento.

La alcabala era un impuesto del 2%, que recaía sobre el valor de todas las operaciones de
traspaso, contratos y compraventas, y que también afectaba las herencias y donaciones. De este
gravamen estaban exonerados los indígenas. Los impuestos complementarios incluían los
siguientes: los estancos, que se referían al monopolio de la Corona, respecto de la fabricación y
comercialización de determinados artículos (sal, mercurio, naipes, pólvora, tabaco, papel sellado,
aguardiente y nieve); las Bulas de la Santa Cruzada, o sea, un aporte que permitía a los fieles
comprar indulgencias (perdón de los pecados), a título propio o ajeno; la venta de cargos públicos,
tanto civiles como eclesiásticos, los cuales se compraban en España o en la Colonia, según la
jerarquía del puesto; los donativos forzosos impuestos por la Corona a los súbditos; las derramas,
que eran contribuciones ocasionales destinadas a emergencias, como terremotos, a trabajos
públicos, o a servicios personales inmediatos, necesitados por los gobernantes o las tropas; las
penas de cámara se referían a los ingresos provenientes de multas impuestas por delitos diversos.
Los egresos de la Corona y de las autoridades coloniales cubrían una extensa gama de recursos
destinados a gastos administrativos, guerras, obras públicas y servicios de índole muy extensa y
variada. Una parte importante de la política fiscal fue la organización monetaria que, a partir de 1731,
quedó a cargo de la Casa de Moneda. Los medios de cambio, o monedas, más comunes a lo largo
de la época colonial, fueron los siguientes: el cacao, de uso prehispánico; las piezas rústicas de oro,
llamadas “pesos de oro de minas”; las rajas de plata; las monedas acuñadas de este mismo metal;
los pesos “peruleros” procedentes de Perú; el peso de plata, o “peso fuerte”; los reales; la moneda
“macuquina”, o “macacos” (piezas rústicas traídas de México o Perú); los cuartillos, etcétera.

La economía colonial

La economía, generalmente considerada, se ocupa de los hechos relacionados con la producción, distribución y consumo
de bienes y servicios, destinados a satisfacer las necesidades del ser humano. En el presente capitulo, sin embargo, se

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dedica atención solo a algunos de los factores intervienen en la producción, tales como la tierra, los bienes físicos de
capital, la tecnología, la agricultura, la minería, la manufactura, el comercio y las finanzas publicas. El trabajo, que es,
asimismo, uno de los factores más relevantes en los procesos de producción, ya fue objeto de análisis en los capítulos
precedentes.

La Economía Colonial
En sus inicios no fue particularmente fácil la vida económica en las colonias, donde no existía la moneda como medio de
pago, entre aborígenes y conquistadores., usándose prioritariamente el sistema de trueque. Luego se usaron ciertos
productos como monedas. La vara de lienzo, por ejemplo, en Santa Fe, equivalía a dos reales. Los precios no eran iguales
en un lugar que en otro

La economía colonial fue, lógicamente, complementaria de la española, tendiente a satisfacer de aquellos


productos que España no tenía, pero que a la vez pudieran soportar el largo viaje desde América.

La economía se basaba en casi todo el territorio en el trabajo indígena estructurado en el sistema de encomiendas,
y la mita, que originaron abusos. Esto no sucedió en Paraguay, donde los indios se sometieron en forma voluntaria
y gratuita. Por lo tanto no fue necesario el sistema de encomiendas.

La principal fuente de riqueza era la tierra y sobre ella, los conquistadores establecieron un sistema feudal. Primero,
la propiedad de la tierra se obtuvo por donación de la Corona, y luego por compra., pero sólo podían convertirse en
propietarios los conquistadores, los pobladores, los beneméritos de las Indias y sus descendientes.

En Buenos Aires y en el litoral, se estableció una zona para el pastoreo de ganado fuera del radio urbano. En salta
surgieron “marquesados” como el de Yavi, cuyas riquezas provenían de la “invernada de mulas”. Para ello se
repartieron indios y tierras. La excepción fue Cuyo, donde no existió el latifundio, ni el pastoreo de ganado,
repartiéndose, más indios que tierras.

No cabe duda, que el producto más rentable eran los metales preciosos. Al principio, los conquistadores se
apoderaron de ellos por trueque o saqueo. Luego los recolectaron naturalmente, donde lo encontraban, sobre todo
en el cauce de los ríos, utilizando a los aborígenes para la tarea. A partir de 1560, nuevas técnicas permitieron
organizar y mejorar la explotación minera de yacimientos, contando también para ello con la mano de obra de los
pobladores originarios, mediante el sistema de la mita, copiado del sistema incaico, pero mucho más abusivo. Se
les exigía que extrajeran entre 20 y 25 kg. De plata diarios, en jornadas agobiantes.

Las minas de Potosí (Perú) se hallaban a más de 4000 metros de altura, por lo que resultaba de muy difícil acceso
para la recepción de productos de intercambio. Se tardaba aproximadamente un año en llegar allí para entregar
alimentos, productos manufacturados o bestias de carga, a cambio de plata.

En América, los europeos hallaron especies novedosas para ellos: maíz, tabaco, cacao y papa, además de otros
cultivos, como por ejemplo, tomate, maní, mandioca, pimiento y yerba mate. En cambio, el aporte indígena a la
ganadería fue muy escaso. Los primeros equinos del Río de la Plata, fueron traídos por Pedro de Mendoza. El
ganado ovino y vacuno provino del Alto Perú.

En el Río de la Plata y en Paraguay se organizaron en el siglo XVII, las vaquerías, ante la abundancia de ganado.
Se hacían rodeos de hacienda cimarrona, para obtener cueros, astas y grasas, descartándose la carne, que era
aprovechada por los pumas y caranchos

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Durante los siglos XVI y XVII se creó el sistema de flotas y galeones para custodiar el transporte de oro y plata que
realizaban las embarcaciones españolas de los ataques de corsarios y bucaneros.

Las teorías mercantilistas, vigentes en Europa, sobre todo, a partir del siglo XVII, sostenían que la riqueza de un
país se basaba en la cantidad de oro que acumulara, para lo cual el estado debía regular directamente la
economía. Por ese motivo, España, trató de que el oro americano abultara sus arcas. En este siglo comienzan a
desaparecer los sistemas de encomiendas, robusteciéndose la actividad comercial. Los indios se asientan en las
reducciones y comienzan a dedicarse a tareas menores. Mientras tanto, los conquistadores amplían sus riquezas,
sobre todo en ganado, en las pampas.

En Potosí decreció la actividad minera, y empezó a destacarse Oruro.

Desde el puerto de Sevilla, dos veces al año, partían dos flotas, controladas por la Casa de Contratación: una a
Veracruz y otra a Portobelo. Allí se desembarcaban las mercaderías, que eran conducidas por vía terrestre hacia
las costas del Pacífico (por el istmo de Panamá). Desde allí se embarcaban hacia Perú..Los comerciantes
intermediarios que llevarían los productos a Cuyo, Salta, el Alto Perú, Córdoba del Tucumán, e incluso al Río de la
Plata, acudían al Perú para obtenerlos.

Este era el comercio legal, monopolista, que había establecido España para sus dominios coloniales, donde sólo
estaba permitido el comercio entre América y España. El sistema no fue aplicado en forma rígida, ya que al margen
de dicho sistema de concedieron permisos comerciales, sobre todo al Río de la Plata Pero, junto a él, surgió otro
intercambio, ilegal, con otros países europeos. Desde Guinea, llegaban esclavos al puerto porteño, además de
géneros y ginebras holandesas que se dirigían a Potosí, desde donde, a su vez llegaban a Buenos Aires, los
cargamentos de plata con destino a Europa.

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Para impedir el contrabando se creó una “Aduana Seca” en Córdoba, en 1622, que tenía como objetivo impedir la
comunicación entre el Puerto de Buenos Aires y el norte colonial, que producía la entrada y salida de productos
ilegales. Esa circunstancia hizo nacer una diferenciación. Entre Córdoba y Buenos Aires era fácil contrabandear,
pero no en el norte, por lo cual esa zona comenzó a desarrollar su producción industrial.

El territorio americano del norte, entonces, se autoabastecía. Los alimentos, ropas, movilidad y hasta artículos
suntuarios, eran de propia fabricación. De España se importaba muy poco, ya que sus productos eran muy caros,
aunque se llevaban demasiado, sobre todo, oro y plata. Esas industrias locales se desarrollaron por necesidad de
satisfacer los requerimientos de la población, impedida de realizar contrabando. Tucumán poseía cereales,
ganados y producción de mulas. Sus telares fabricaban tejidos de lana y algodón. En La Rioja se producía vino, en
Córdoba harina, en Santiago, jabón. En esta dos últimas regiones también se fabricaban prendas de vestir y
sombreros.

En el siglo XVIII, la base de la economía colonial lo constituyó la ganadería, con la venta de cuero, cebo y grasa,
dando nacimiento al grupo económicamente poderoso de los estancieros, por lo general funcionarios o militares.
Las mayores haciendas se concentraron en México y en el área andina. En agricultura, se exportaba trigo, lino y
cáñamo.

Es en este siglo cuando nacieron nuevas teorías económicas, en reemplazo del mercantilismo: la fisiocracia, donde
nuevamente la agricultura cobró importancia en el ámbito económico. Para estas ideas la riqueza de los estados se
basaba en la tierra, y su explotación racional, con poca intervención del estado en el plano económico.

Desde España, y para estar de acuerdo con las nuevas ideas, más liberales, el rey Carlos III, en 1765 autorizó a
otros puertos españoles para comerciar con América (Barcelona, Alicante, Cartagena, Cádiz, La Coruña, Gijón,
Santander y Málaga). Promulgó en 1778, el Reglamento para el comercio libre de España e Indias, donde se
habilitó a trece puertos españoles y a veinticuatro americanos, entre ellos Buenos Aires, para comerciar con
España. Algunos tejidos españoles fueron eximidos del pago de impuestos, mientras que otros productos
abonaban el 3 %, contra un 7 % que debían pagar los productos extranjeros. Este Reglamento no eliminó el
sistema de monopolio sino que habilitó más puertos para el intercambio comercial.

Para recaudar los impuestos provenientes del nuevo puerto porteño se creó la Aduana de Buenos Aires. Para
entender en los conflictos comerciales se fundó, en 1794, el Consulado. Tenía además funciones de fomento a la
agricultura y la ganadería. Buenos Aires pronto se enriqueció, gracias a las ganancias aduaneras, y los pueblos del
interior comenzaron un creciente período de retroceso económico.

El estricto sistema comercial impuesto por España, originó una de las principales reacciones contra el dominio
español, constituyéndose en la causa más elocuente de las revoluciones por la emancipación.

Período Colonial
A partir de la llegada de los conquistadores a Guatemala, en 1524, empiezan a circular en el
territorio centroamericano monedas europeas, básicamente españolas, y más tarde mexicanas,
peruanas y bolivianas. Pero en muy pocas cantidades y en su mayoría de valor alto, siendo casi
inexistente la moneda de menor valor, por lo que el uso del patrón monetario nativo, cacao,
conchas, plumas y pieles, entre otras especies, predominó durante los primeros años de la conquista
y coexistió con el uso de monedas de oro y plata, principalmente en la población indígena, hasta
finales del siglo XIX. Junto con la moneda extranjera entró gran cantidad de moneda falsificada,
de bajo título o adulterada. Al conocerse la estafa de la Casa de Moneda de Potosí, a mediados del
siglo XVII, las monedas faltas de ley acuñadas en dicha ceca empezaron a ser rechazadas tanto por
el comercio de ultramar como por los territorios americanos donde se conocía de dicha estafa. El
reino de Guatemala ante su carencia de circulante y la poca información que se tenía en esa época,
fue tierra fértil para colocar las monedas febles, ya rechazadas en casi todo el mundo.

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Enterados de la estafa demasiado tarde, los poseedores de esas monedas en Guatemala ante las
pérdidas que tendrían de acatar las órdenes reales de recogerlas aceptándolas a tres cuartas partes
de su valor nominal y fundirlas o rebajarles su denominación mediante contramarcas, como se
hacía ya en el resto de las colonias, optaron por dos formas para solucionar su problema. Dado
que la pérdida particular era mayor en las monedas de denominación alta, la mayor parte de
monedas peruanas (Lima y Potosí en esos tiempos) de oro y de plata y estas últimas en
denominaciones de 8 y 4 reales, fueron fundidas en lingotes mezclándolas con metales de las minas
locales o bien fundidas para ser usadas en los oficios de platería en donde sería más difícil detectar
la merma de su valor real. En las monedas de menor denominación (2, 1 y 1/2 reales) la pérdida
particular no sería tan cuantiosa y por la falta de circulante en el reino de Guatemala, estas podrían
ser absorbidas sin dificultad ni pérdida individual en el comercio local. Resuelto así el problema a
nivel individual y encontrándose el territorio inundado de monedas de 2 reales de baja ley que ya
nadie quería aceptar, además de la gran cantidad de moneda falsa y de moneda cortada de dudosa
acuñación en circulación, las autoridades locales en 1662, para evitar el fraude procedieron a
contramarcar con una corona, las monedas de 2 reales de Lima y Potosí que sí tenían el peso y
título de ley ó al menos se acercaban a tenerlo y a cortar por mitad toda la moneda falsa de cobre,
bronce o de plata y oro demasiado rebajados y no acuñados por las secas reconocidas. A estas
monedas contramarcadas con una corona se les conoce con el nombre de moclón, convirtiéndose
con la contramarca puesta aquí en las primeras piezas numismáticas guatemaltecas y conociéndose
dos tipos distintos de coronas (fotos arriba) y cada una de ellas, en 2 tamaños diferentes. Sin
embargo las monedas febles o falsas continuaron viniendo y circulando sobre todo
los “tepuzques” (cobre, en lengua Nahual) que son discos pequeños de oro o plata muy rebajados,
o de cobre o bronce, que no incluyen título, sólo peso (fotos abajo) y que circularon en México a
partir de 1522 y posteriormente en Guatemala hasta finales del siglo XIX, pese a múltiples intentos
de las autoridades por erradicarlos.

La Real Casa de Moneda de Guatemala se erigió en virtud de cédula de su Majestad Felipe V, del
20 de enero de 1731. Fue la cuarta de América, después de la de México fundada en 1537; la de
Perú, en 1565 y la de Potosí, en 1572. Pero no fue sino hasta el 17 de enero de 1733, que llegaron
los sellos y demás instrumentos necesarios procedentes de la Casa de Moneda de México; esta
había recibido recientemente nuevos instrumentos para la fabricación de moneda redonda y parte
de su viejo equipo para acuñar moneda cortada fue enviado a Guatemala junto con juegos de cuños
abiertos en México para cada denominación de moneda, copiados de los recibidos de España con
los nuevos diseños para moneda redonda pero adaptados para ser usados en acuñaciones a martillo
(con relieves más bajos y gruesos) en la nueva Casa de Moneda de Guatemala. El 19 de marzo de
1733, se acuñó la primera moneda en Guatemala, un doblón de ocho escudos con la marca de seca
“G” e inicial de ensayador “J”, que debió ser muy similar al que se muestra en la foto de abajo pero
de mayor diámetro. El ejemplar que se ilustra, es la única pieza de 8 escudos conocida de 1733,
pero acuñado en cospel reducido, no conociéndose ninguno en tamaño completo.

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Durante los tres primeros días de labores de la Casa de Moneda de Guatemala se acuñaron todas las
demás denominaciones en oro y en plata, en cospeles completos, redondos y acordonados, usando
para el efecto los cuños originales abiertos y enviados desde México. A las piezas en plata así
acuñadas, que son rarísimas, se les conoce con el nombre de “royal” (foto arriba). Pero debido a
lo laborioso del trabajo de acuñar el nuevo tipo de moneda a golpe de martillo, como se hacía
anteriormente para las monedas no redonda ni acordonadas, y no mediante volante, como lo
estaban haciendo en la ceca de México, y el poco personal disponible, el 21 de marzo, tres días
después de iniciar labores, se solicita y el mismo día se autoriza, la acuñación de moneda en
cospeles reducidos; las de plata en cospeles de forma irregular y sin cordoncillo, y las de oro, en
cospeles de forma redondeada y con cordoncillo crudo, ya que dada la poca acuñación de piezas en
dicho metal, no representaría mayor tardanza hacerlo del modo correcto según las Ordenanzas de
Sevilla de 1728. Se solicitó la acuñación en cospeles más pequeños para aumentar la presión del
golpe y minimizar el número de golpes de martillo en su elaboración, logrando así un mejor
acabado final, no obstante, en muchos ejemplares se puede observar 2 y hasta 3 golpes de martillo,
sobre todo en las monedas de mayor denominación y por lo tanto, mayor tamaño de su
cospel. Estos cambios autorizados, en las normas para la acuñación del nuevo tipo de moneda con
diseño circular, dan vida a los “macacos” guatemaltecos (fotos abajo), únicos en su clase y con
características especiales que los hacen fácilmente distinguibles de todas las demás piezas
“peluconas”, “columnarias” o “macuquinas” producidas, antes o después de ellos, por las demás
casas de moneda coloniales.

De 1733 a 1753, se acuñaron en Guatemala 2,124 marcos de oro y 508,401 marcos de plata en
“macacos” guatemaltecos. En ellos se usó la “G” (de Guatemala) como marca de ceca y la “J”
(de José de León y Sosa) como inicial de ensayador. Además de su marca de ceca e inicial de
ensayador y por el hecho de haberse acuñado a golpe de martillo y no a volante, los “macacos”
guatemaltecos tienen las siguientes características que los distinguen de cualquier otra moneda
acuñada por las distintas cecas de la época. Tienen en común, con las otras monedas acuñadas por
las distintas secas que siguieron las Ordenanzas de Sevilla para el nuevo tipo de moneda redonda,
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acordonada y de cuño de diseño circular, que son del tipo “peluconas” las de oro, de pureza 0.9170
o 22 quilates, redondas, acordonadas, con bustos de Felipe V (de 1733 a 1746) y Fernando VI (de
1747 a 1753) y en denominaciones de 8, 4, 2 y 1 escudos. Y del tipo “columnarias” las de plata,
de pureza 0.9170, del reinado de Felipe V (de 1733 a 1746) y Fernando VI (de 1747 a 1753) y en
denominaciones de 8, 4, 2, 1 y 1/2 reales. Las diferencias con las monedas de su mismo tipo o
estilo, “peluconas” o “columnarias”, según si son de oro o plata, respectivamente, acuñadas por
las demás cecas (excluidas las acuñadas en Guatemala en los tres primeros días de labores en 1733,
arriba mencionadas) son las siguientes: A) No son monedas redondas ni acordonadas
perfectamente. Los “macacos” de oro se acuñaron en cospeles redondeados (pero no redondos) y
con cordoncillo crudo; y los de plata, en cospeles de forma irregular (no redonda) y sin cordoncillo
(ver fotos de abajo). B) El diseño de sus cuños se estampan en forma parcial, no total. Debido a
que se autorizó reducir el tamaño de los cospeles o discos donde serían acuñados, para aumentar la
presión del golpe del martillo, y siendo estos más pequeños que los cuños que contienen su diseño,
en los “macacos” se omiten algunos detalles del diseño, incluso en algunos casos, se omite la fecha
de acuñación, como se puede observar en las fotos de abajo. Y, C) Son de apariencia tosca sin
finos detalles de acuñación. La aplicación múltiple de golpes de martillo, en algunos casos puede
notarse hasta 3, sobre todo en las piezas de mayor tamaño, hacen que los “macacos” luzcan toscos
o como que sin sus cuños fueron abiertos sin precisión. Con respecto a las similitudes y
diferencias de los “macacos” de Guatemala con las monedas “macuquinas” acuñadas por las
distintas cecas americanas, podemos hacer notar lo siguiente: I) Ambas monedas fueron acuñadas a
martillo (salvo los klippes que son macuquinas acuñados con volantes) y sobre cospeles o discos
de forma irregular (no redondos). II) El tipo o estilo del diseño de sus cuños es distinto, siendo los
“macacos” de Guatemala las únicas piezas que se acuñaron en cospeles de forma irregular (no
redonda) del tipo “peluconas” los de oro, y “columnarias” los de plata, ambas de diseño
circular. Mientras que las “macuquinas” poseen distintos tipos o estilos de diseño de cuños, pero
ninguno de diseño circular siguiendo las Ordenanzas de Sevilla de 1728. Y, III) El grado de fineza
es distinto, 0.9310 en la mayor parte de “macuquinas”, mientras que en los “macacos” de
Guatemala es de 0.9170 tanto en los de oro como en los de plata.

Debido a que 20 años después de su fundación, la Casa de Moneda de Guatemala seguía acuñando
sus “macacos” a martillo y estos se prestaban al fraude por cercenamiento y eran de fácil
falsificación, en real cédula del 14 de mayo de 1751, se manda a que en Guatemala se acuñen
monedas circulares y con cordoncillo acuñadas a molino, semejantes a las que venía acuñando
México desde 1732. No obstante, por la falta del equipo adecuado, no es sino hasta el 29 de mayo
de 1754, que se acuñan las primeras monedas redondas, acordonadas y a volante (fotos abajo) y con
el mismo tipo de cuño en que se venían acuñando anteriormente a martillo, cumpliendo finalmente
en su totalidad, las ordenanzas de Sevilla de 1728. Pertenecientes al reinado de Fernando
VI hasta 1760, y al de Carlos III, de 1760 a 1771 y siendo el ensayador José de León y
Sosa, "J" hasta 1759, año en que fue sustituido por Pedro Sánchez de Guzmán “P”. Se continúo
usando la "G" como marca de ceca y se acuñaron en plata y oro de 0.9170, en denominaciones de
8, 4, 2 y 1 escudos, y de 8, 4, 2, 1 y 1/2 reales. En las monedas de medio real, de 1754 a 1771, se
omitió la inicial del ensayador. Con la muerte de Fernando VI, Carlos III es proclamado rey, el
11 de septiembre de 1759. Sin embargo, por la lentitud en que eran conocidas las noticias en esos
tiempos, en Guatemala se celebra su proclamación hasta el 25 de julio de 1760. Por esta razón en
1760, fueron acuñadas monedas tanto de Fernando VI, como de Carlos III.

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En 1771, se ordena cambiar las Columnas de Hércules, en las monedas de plata columnarias, por el
busto del rey. Cambiar, en secreto, el título de las monedas de oro a 0.90103 y el de las de plata a
0.90277. Y recoger la vieja moneda y macacos, ambos de mayor pureza, para ser cambiadas por
las nuevas monedas rebajadas. Según Kurt Prober, el cambio en el diseño de las monedas obedeció
a dos razones básicamente: para poder diferenciar fácilmente las monedas nuevas rebajadas; y, para
no desacreditar en el comercio de ultramar, al famoso "columnario" que era aceptado por cualquier
persona, en cualquier lugar. En Guatemala esta orden se cumplió parcialmente en 1772, año en
que son acuñados los primeros "bustos" en plata, con el nuevo grado de ley; pero debido al
terremoto de 1773, no se pudo realizar el cambio de los macacos y la vieja moneda y éstos
continuaron circulando.

Tras el terremoto que destruyó la ciudad de Santiago de Guatemala, hoy conocida como Antigua
Guatemala, la ciudad es trasladada al Valle de La Ermita. Durante los 2 años posteriores al
terremoto, 1774 y 1775, no se acuñaron monedas. La marca de ceca cambia a "NG", de Nueva
Guatemala, en todas las denominaciones en 1777. En 1776, se uso la “NG” únicamente en
rarísimas monedas de 8 reales.

El 26 de enero de 1784, fallece el ensayador Pedro Sánchez de Guzmán, razón por la cual durante
ese año tampoco se acuñan monedas. En su lugar, es nombrado primer ensayador su hijo Manuel
Eusebio Sánchez, quien usó la inicial "M" a partir de 1785, en todas las monedas acuñadas en
Guatemala en lo que resta del período “Colonial” y en gran parte del período de “La Federación”.

Por real cédula del 25 de febrero de 1786, se vuelve a cambiar, también en secreto, el título de las
monedas de oro a 0.8750 y de plata a 0.8958. Ley que es cumplida ese mismo año en Guatemala y
se conserva hasta el final del período “Colonial”.

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El 14 de diciembre de 1788, muere Carlos III y es su hijo Carlos IV quién ocupa su lugar en ese
mismo año. En Guatemala se celebra su proclamación hasta el 18 de noviembre de 1789. En 1789
y 1790, se acuñaron monedas con la leyenda de Carlos "IV" y el busto de Carlos III. El busto de
Carlos IV, es acuñado a partir de 1790, con la leyenda “Carlos IIII".

Por real orden del 30 de abril de 1789, se crea la moneda de plata de 1/4 de real "cuartillo", en la
serie de monedas americanas. En 1796, se acuña en Guatemala la primera pieza fechada de 1/4 de
real, con la marca de ceca "G" y sin inicial de ensayador ni cordoncillo por el tamaño tan reducido
de la moneda. Piezas anepígrafas (sin fecha, ni ceca) fueron acuñadas en Guatemala entre 1794 y
1795. Como se puede observar en las fotos de arriba, el tamaño y el diseño de los punzones del
castillo y del león, son idénticos a los utilizados posteriormente en las piezas ya fechadas de
Guatemala y distintos a los utilizados en otras piezas también anepígrafas de las demás cecas
americanas.

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El 19 de marzo de 1808, Carlos IV abdica al trono y asume el poder su hijo Fernando VII, pero éste
es obligado a renunciar al trono a favor de Napoleón Bonaparte y permanece preso en Francia
durante los seis años siguientes. Antes de renunciar, Fernando VII firma una orden en la que
manda que para efectos de la acuñación de moneda, se sustituya únicamente la leyenda en éstas y
que se siga usando el busto de su padre Carlos IV, mientras están listos los nuevos troqueles y que
llegados éstos, se hagan algunas acuñaciones con el busto de Fernando VII con fecha de
1808. Durante los años 1808, 1809 y 1810, se acuñaron monedas con la leyenda de Fernando VII
y el busto de Carlos IV. A partir de 1811, se empiezan a acuñar monedas ya con el busto de
Fernando VII y se hace la acuñación con fecha 1808, con el nuevo busto, como se había ordenado.

En Guatemala es celebrada la proclamación a Fernando VII, el 12 de diciembre de


1808. Las proclamas acuñadas para el efecto, que fueron varias, están catalogadas dentro del
Período Colonial, en las denominaciones o pesos a que pertenecen.

14
El 15 de septiembre de 1821, Centroamérica declara su independencia de España. El artículo 16
del Acta de Independencia, manda que se acuñe una medalla para perpetuar por los siglos la
memoria de ese día. El diseño estuvo a cargo del grabador José Casildo España (quien dejo
grabadas sus iniciales “JCE” en ella). Fue acuñada en oro, plata, cobre y en cobre con baño de oro
de 21 quilates (foto arriba). En el anverso se lee “GUATEMALA LIBRE E INDEPENDIENTE,
15 de Septiembre de 1821. Generl. Gainza”, y se encuentran representadas por obeliscos, las Casas
de Moneda de América, en su orden de fundación. Sobre el obelisco que representa Guatemala, el
escudo de la ciudad y en su base se está grabando la fecha de la independencia. En el reverso se lee
“EL LIBRE OFRECE PAZ PERO EL SIERVO JAMAS”. Se observa a un ángel armado con
flechas pisando las cadenas rotas que unían los dos mundos. Derramando abundancia, de la
cornucopia que tiene en su mano, sobre el continente americano. Y colocando una rama de laurel
sobre el viejo mundo. Con la independencia de Centroamérica termina el período colonial.

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