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Desde tiempos remotos el hombre se preocupó por orientarse correctamente durante sus
incursiones por tierra o mar para llegar a su destino sin extraviarse y después regresar al punto
de partida. Probablemente el método más antiguo y primitivo que utilizó para no perderse fue el
de colocar piedras en el camino o hacer marcas en los árboles, de forma tal que le permitieran
regresar después sobre sus pasos.
En los inicios de la navegación de largas travesías, los marinos seguían siempre la línea de la
costa para no extraviarse en el mar. Los fenicios fueron los primeros navegantes que se alejaron
de las costas adentrándose en el mar abierto con sus embarcaciones. Para no perder el rumbo
en las travesías por el Mar Mediterráneo en los viajes que hacían entre Egipto y la isla de Creta
se guiaban de día por el Sol y de noche por la Estrella Polar.
A partir del siglo XII se comenzó a utilizar la brújula o compás magnético para orientarse en las travesías
por mar. Por otra parte Cristóbal Colón empleó en 1492 un nuevo instrumento inventado en aquella época
para ayuda a la navegación: el astrolabio.
Este instrumento estaba compuesto por un disco metálico y un brazo móvil, y le sirvió de ayuda para
orientarse durante la travesía que le llevó al descubrimiento de América. Años después surgió el sextante,
instrumento de navegación más preciso que el astrolabio, pero que durante mucho tiempo estuvo limitado
a determinar solamente la latitud, una de las dos coordenadas necesarias para establecer un punto sobre
la Tierra o en el mar.