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La literatura guatemalteca comienza mucho antes de Colón pisar América. La civilización Maya
ya se encontraba establecida por más de un milenio antes de aquel acontecimiento.
La literatura guatemalteca comienza mucho antes de Colón pisar América. La civilización Maya
ya se encontraba establecida por más de un milenio antes de aquel acontecimiento.
Estas obras, incluyendo el Popol-Vuh y el Rabinal Achí, han sido redactadas desde el inicio de la
influencia europea en el Nuevo Mundo hasta nuestros días. El otro camino, aun en su infancia,
es las traducciones de escrituras originales en los templos y estelas. A donde nos llevará esta
ruta, y a que profundidad, sólo el tiempo nos dirá.
Los españoles trajeron con ellos sus ilusiones de riquezas y evangelización. De acuerdo a la
práctica utilizada en el resto de las Américas, encontramos las crónicas y los catecismos de esa
época. Son pocas, muy pocas, las obras de aquella Guatemala que han logrado sobrevivir hasta
nuestros días. Fue muy común la redacción en latín durante aquel período.
Augusto Monterroso
Aunque nació en Tegucigalpa, capital de Honduras, su nacionalidad es la guatemalteca y desde
1944 su residencia habitual se halla en México, país al que se trasladó por motivos políticos.
Desde muy joven se implicó en la actividad política de su país, que compaginó con la temprana
actividad en el campo de la literatura. Ya había publicado algunos relatos cuando participó en
la fundación de la revista Acento, que sería uno de los núcleos intelectuales más inquietos de
Guatemala en una época de incesantes convulsiones sociales: la controvertida presidencia del
liberal Jorge Ubico Castañeda, los alzamientos populares de 1944, sucesivos cuartelazos y la
omnipresencia en todos los órdenes de la vida nacional de la compañía estadounidense United
Fruit Company, son algunos de los episodios más representativos de este periodo. En el exilio,
Augusto Monterroso comienza a publicar sus textos a partir de 1959, cuando entregó a la
imprenta Obras completas (y otros cuentos), colección de historias donde ya se prefiguran los
rasgos fundamentales de lo que será su personalísima narrativa. Una prosa concisa, sencilla,
accesible, donde siempre late la conciencia de los grandes hitos de la literatura y una abierta
inclinación hacia la parodia, la fábula y el ensayo, sienta los cimientos de un universo
inquietante, cuyo idioma oficial oscilaría entre el absurdo, el humor negro y la paradoja.
La estructura económica correspondiente a la primera etapa no era, por cierto, propicia para el
florecimiento del arte literario. Nobles o plebeyos, los americanos estaban más preocupados
por enriquecerse perfeccionar el sistema colonial de explotación que por dedicarse a la
creación literaria strictu sensu. Conforme este sistema se consolida, irán apareciendo potas o
narradores de mayor aliento. Pero, aún en el momento cuando la “voz guatemalense”
comience a afirmarse, y nuestras letras configuren un proceso de crecimiento cualitativo, será
posible advertir en ellas el rasgo colonial, la huella de la dependencia: habrá muchos caminos
que recorrer, antes de llegar hallazgo de una literatura que trasunte, en contenidos y signos,
rasgos esenciales de lo guatemalteco (y aún así, nuestras letras seguirán siendo la voz de una
élite culturalmente desarrollado, la expresión de unos pocos letrados en un país de
analfabetos).
Cuando llegue la Ilustración, nuestra literatura alcanzará un estilo más depurado y una mejor
consistencia temática, así como un “sabor” más americano, manifestado en la actitud hacia los
problemas de estas tierras y en el manejo de un idioma en el cual se advierte ya el mestizaje.
Pero el sentido didáctico o utilitario, tan manifiesto en cronistas o catequistas, aumentará en
vez de disminuir, sólo que ahora al servicio de otras doctrinas e ideologías, cuya presencia será
determinante en las luchas por la emancipación política. Estaremos, entonces, no tanto ante
una literatura de creación –novela, cuento, poema épico, poema lírico…- sino más bien ante
una literatura erudita, polémica combativa, de difusión científica, de propagación filosófica;
aun la lírica se verá subordinada a este tipo de intenciones.
Pero a diferencia de España, en donde la literatura de creación experimenta, después del Siglo
de Oro, concretamente desde la segunda mitad del siglo XVIII, notable descenso del cual no
empieza a recuperarse sino dos siglos más tarde, entre nosotros aquella etapa de la Ilustración
constituye un jalón en el progreso de la literatura nacional, Doctrinaria, didáctica,
ideologizante, esta nuestra literatura de la segunda mitad del XVIII y primeros decenios del XIX
constituirá, por una parte, un aspecto de la afirmación nacional y de la búsqueda de la
independencia, y por otra, una base sobre la cual se asentará el desarrollo de las letras
guatemaltecas posteriores a la emancipación política.