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V Jornadas Estudiantiles de Filosofía – UNNE – 2004

Mesa Redonda “Filosofía, Política y Educación”


Política y Filosofía Prof. Guillermo A. Vega

Quisiera abordar, mediante esta charla con Uds., un tema que, creo, debiera interesarnos a
todos los que hacemos filosofía, a todos los que enseñamos esta disciplina e, incluso aún, a
quienes todavía, a pesar de haber egresado, la seguimos aprendiendo. Me refiero a la
cuestionada relación entre Filosofía y Política.
Desde ya que muchos podrán objetar que no existe tal relación, que intentar pensar un vínculo
de tales características implicaría un sinsentido, un absurdo, ya que ambas disciplinas son
irreconciliables entre sí. A los que así opinen sólo les pido un poco de paciencia, al término de
esta exposición todos podremos presentar las ideas que tenemos al respecto.
Les propongo pensar el problema del vínculo entre Filosofía y Política paso a paso. Antes que
nada aclaro que no tengo intenciones de concluir nada (más allá de que lo termine haciendo),
ni mucho menos de cerrar esta exposición con una respuesta (aunque tal vez lo haga con más
de una); tan solo pretendo plantear el tema que nos ha convocado y fundamentar, es decir,
explicar por qué, desde mi punto de vista, resulta conveniente pensar e interesarse por la
posible relación o entrecruzamiento entre Filosofía y Política.
Como primera medida convendría que nos preguntemos sobre el sentido de estas dos
expresiones. Coincidiremos todos, supongo, en que ambas palabras hacen alusión a dos
disciplinas que tienen características muy particulares. Quizá el rasgo distintivo más notable
resida en el carácter de ciencia social que tiene la Política. Como ciencia, ésta se diferencia de
la Filosofía en tanto cumple con una serie de requisitos que versan sobre la organización del
saber político; requisitos que, si bien son compartidos con otras disciplinas, como la
Sociología o la Economía, no atañen en lo más mínimo a la práctica de la Filosofía. Ahora
bien, si partimos de una caracterización meramente disciplinar y establecemos que Política y
Filosofía son cosas distintas porque una es ciencia y la otra no, pronto podemos dar por
cerrado el caso y afirmar que no existe ninguna relación entre ambos tipos de saberes. Sin
embargo, vale la pena destacar algunas particularidades que nos podrían hacer recobrar el
interés por ubicar los caminos en los que una y otra disciplina probablemente se crucen.
Primera cuestión. Si bien, como dijimos, Filosofía y Política son cosas distintas, acontece que
los filósofos consideran legítimo referirse filosóficamente a la Política. De hecho, los planes
de estudio de nuestra carrera en todas las Universidades del país cuentan con una materia
llamada “Filosofía Política”. Y qué decir sobre los Postgrados, Maestrías y Doctorados que se
ofrecen en esta área. La pregunta que quisiera proponer para la discusión es la siguiente:

¿Es posible afirmar la existencia de una relación entre Filosofía y Política a partir de la
institucionalización de un área del conocimiento filosófico denominada “Filosofía Política”?
En caso de ser positiva la respuesta, ¿de qué tipo sería esta relación?

Les propongo retener este interrogante para que lo charlemos entre todos. Mientras tanto
avanzo un poco más. Decía que para la Filosofía resulta completamente “normal” referirse a
la Política sin que eso conlleve el desconocimiento de que esta última es una disciplina
científica y la Filosofía no. Ahora bien, y aquí viene la segunda cuestión, ¿qué sucedería si
nos preguntamos por el revés de este asunto?, es decir,

¿Es legítimo pensar que la Política se refiera a la Filosofía?, es decir, ¿podemos concebir
una “Ciencia Política de la Filosofía”? Y ¿qué características tendría esta relación?

Quisiera dejar planteado también este interrogante para la discusión posterior. Ahora sigamos
con el tema y ahondemos un poco más. Hasta este momento, cuando hablábamos de Política,
lo hacíamos pensando en ella como en una de las tantas ciencias sociales. Sin embargo, este

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no es el único significado que guarda esta palabra. Con el mismo término se hace referencia
también a un estado de cosas. Así, decimos, por ejemplo, que un determinado tipo de relación
entre varios individuos es una “relación política”. Podemos aquí remitirnos al sentido
etimológico de la palabra y evocar entonces las “polis” griegas. Aristóteles concebía, hace dos
mil trescientos años, como propio de la Política el tener que ver con la manera en que los
hombres se agrupan entre sí en la ciudad, en vistas a lograr una vida buena. Cuestiones tales
como la forma de gobierno y el papel que deben desempeñar los ciudadanos en el Estado se
hacen presentes a partir de la impostergable convivencia humana. Así las cosas, la palabra
“política” nos conduce a pensar en las formas bajo las cuales los hombres se interrelacionan
entre sí y no sólo en una disciplina científica. Quizá sea éste el sentido que más nos interese
analizar para relacionarlo con la Filosofía. Pero, ¿cómo? Abundemos, entonces, un poco más
en el asunto.
Uno de los grandes problemas a resolver para los antiguos, me refiero particularmente a
Platón y Aristóteles, fue el de las formas de gobierno. Si por “política” entendían una
determinada manera de vincularse unos individuos con otros, el problema de quién y cómo
gobierna emergía casi sin pedir permiso en medio de las elucubraciones de los viejos
filósofos. Lo meramente “político” parecía entonces quedar estrechamente emparentado con
los temas relacionados a la forma de administrar la ciudad o el Estado. Pero…

¿qué significa que “lo político” quede definido a partir de la problemática del gobierno?

Convengamos que podemos arriesgar muchas respuestas a esta pregunta. La que yo propongo
aquí para seguir sólo será una de las tantas, ni más ni menos valiosa que las demás.
Mi contestación a este interrogante es la siguiente: que el ámbito de “lo político” quede
definido a partir de los problemas que surgen cuando unos hombres tienen que gobernar a
otros significa, o más bien implica, que lo que está en la base de las cuestiones relativas al
gobierno es el tema del poder y la forma en que éste se gestiona.
Una respuesta de estas características hace que ahora tengamos que introducir la cuestión del
poder para pensar todos aquellos problemas relacionados con lo político, con la cual la
relación entre Filosofía y Política se vuelve cada vez más compleja. Pero, pregunto:

¿Es que acaso la Filosofía se relacione con la Política a través de la problemática del
Poder?

Antes de que tratemos entre todos de contestar esta pregunta debo realizar algunas
aclaraciones previas. Casi a modo de síntesis: a) Con la palabra “Política” no sólo se hace
referencia a una ciencia social, sino también a una manera de relacionarse los hombres entre
sí caracterizada por el gobierno que ejercen unos sobre otros. b) El problema del gobierno nos
conduce directamente a la cuestión del poder, a partir de las siguientes preguntas: ¿quién tiene
el poder?, ¿qué implica que ese alguien tenga el poder? y ¿de qué manera le fue otorgado el
poder? o, en otras palabras, ¿es legítimo que quien tiene el poder lo posea?
Estos breves interrogantes marcan los límites de aquello que he denominado “relaciones
políticas entre individuos”, pero que, para ser más preciso, llamaré, de ahora en más,
“dimensión política”. La misma estará caracterizada por las tres (o cuatro) preguntas básicas
que formulé anteriormente.
Pero dejemos un poco la Política y pasemos a la Filosofía, no sin antes convenir en una cosa.
Si bien es harto problemático definir qué es la Filosofía, bien podemos estar de acuerdo en
que el término sólo se usa para denominar la actividad o el tipo de práctica social que realiza
un determinado grupo de personas que, para el caso, podríamos denominar “profesionales de
la filosofía” (estudiantes, profesores, licenciados, doctores, etc.). Ahora bien,

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¿en qué consiste esta práctica (o actividad) denominada Filosofía?

Pavada de pregunta. Dos mil seiscientos años de arduo pensamiento no han desembocado en
una única respuesta. Obviamente, no seré yo quien modifique esto. Pero, lamentablemente,
para el caso que venimos tratando necesitamos de una contestación provisoria. Podría decir,
entonces, que la actividad de los individuos que hacen Filosofía consiste básicamente en
producir conocimiento. Ahora bien, cómo se produce ese conocimiento, es decir, cuáles son
las estrategias propias de la labor filosófica (métodos y técnicas), es algo que no me interesa
tratar aquí. Por ello me disculpo y sigo.
Decía que la Filosofía se caracteriza por un tipo de práctica orientada a la producción de
conocimientos. Si esto es así, pronto nos toparemos también con una consecuencia de dicha
actividad: los productos logrados por el ejercicio de tal producción. Me refiero
específicamente a las diversas concepciones que existen sobre las diferentes problemáticas
filosóficas, llámense teorías, doctrinas, o como sea. Son ellas, y nada más que ellas, el
resultado (el producto) de la labor intelectual de investigación (la producción). Pero…

¿cómo se relaciona la cuestión del poder (que, como dije, define lo político) con la Filosofía
en tanto actividad productora de conocimientos?

Quizá el viejo Marx nos oriente un poco si lo que queremos es contestar esta pregunta.
Cuando este señor se dedicó a pensar cómo se estructuraba el sistema de producción
capitalista en el siglo XIX, descubrió algo muy interesante: lo que el obrero producía tras
largas horas en la fábrica, al final, no le pertenecía. Las herramientas que usaba, tampoco eran
de él. Mucho menos podía decidir acerca de la cantidad de tiempo que debía trabajar. Y como
si todo esto fuera poco, el monto del sueldo que le correspondía lo fijaba el mercado. En
pocas palabras, lo que Marx descubrió fue que el obrero era un simple peón al servicio de
intereses que lo trascendían cómodamente. Detrás de su inhumana actividad se ocultaban los
mercados, las compañías y los adinerados empresarios que hacían de él prácticamente lo que
querían. La forma de trabajo y lo producido por el mismo se encuentran, de esta manera,
determinados por las reglas del juego de la oferta y la demanda que trascienden el ámbito en
el que se mueve el obrero, y que fácilmente se podrían llamar “Mercado”.
Pero volvamos ahora a la Filosofía y tratemos de pensar la actividad de la producción de
conocimiento teniendo en cuenta lo señalado por Marx. Pero,

¿es posible que la práctica (actividad) de la Filosofía, consistente en la producción de


conocimiento, se encuentre condicionada por factores externos a la misma?

Voy a aventurar una respuesta que será, al fin y al cabo, mí respuesta. De esta manera, la
pregunta queda abierta a otras posibles soluciones que puedan ofrecer Uds. Lo que pretendo
señalar es que no se investiga ni se hace Filosofía en completa ausencia de condicionamientos
externos. Al contrario, un sinnúmero de elementos, que podríamos llamar “externos”, inciden
en la producción y determinan lo producido. Entre estos elementos podríamos mencionar,
grosso modo, a) los intereses del Mercado; b) los del Estado, que subvenciona la educación y
la investigación (muchas veces en función de los intereses del mercado); c) las reglas
formalizadas que encuadran lo que es un trabajo científico (aunque se trate de Filosofía), y
que marginan todo tipo de producción que no se enmarque en los patrones de conducta que
deben seguir los “profesionales de la Filosofía”; y por último, d) las ideologías que alcanzan
el carácter de “oficiales”, es decir, que hegemonizan el espacio de la producción de
conocimiento haciendo que el contenido -o la temática- de las investigaciones se oriente en un
sentido y no en otro. Pero pregunto,…

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¿cómo se articulan la condicionada producción de conocimientos filosóficos con la


problemática del poder y del gobierno, es decir, con la dimensión estrictamente política?

Si conseguimos responder a ésta pregunta, seguramente encontraremos el punto en donde la


Filosofía se entrecruza con la Política. Vayamos despacio entonces. Decía, al comienzo, que la
palabra “Política” hace alusión no sólo a una ciencia social, sino también a una determinada
manera de interrelacionarse los hombres entre sí, caracterizada por la sujeción de unos a otros
a través del “gobierno”. También señalé que la cuestión del gobierno nos remite directamente
a la problemática del poder. ¿Pero por qué digo “problemática del poder”? Pues, porque los
asuntos relativos al poder están atravesados permanentemente por interrogantes del tipo que
mencioné anteriormente. Se los recuerdo: a) ¿quién tiene el poder?; b) ¿qué implica que ese
alguien tenga el poder?; c) ¿es legítimo que quien tiene el poder lo posea? Podríamos añadirle
incluso una pregunta más: d) ¿a través de qué medios, mediante cuáles estrategias, se
conserva el poder? Dije también que estos interrogantes confeccionan una dimensión
claramente política. Pero, entonces ¿cómo y dónde encaja la Filosofía en todo esto?
No es mi intención responde a cada una de las preguntas propuestas. No sería yo la persona
más indicada para hacerlo. Sin embargo, quisiera que reparemos especialmente en una de
ellas. Pensemos en la última de las cuatro preguntitas. Aquella que interpela sobre los medios
-o las estrategias- por los cuales se mantiene el poder.
Vale hacer una aclaración antes. Los individuos que gobiernan una sociedad o un Estado no
siempre son los que “realmente” poseen el poder de gobernar. Es por esto que ocurre, por
ejemplo, un fenómeno que caracteriza a nuestro país y a gran parte de Latinoamérica. Es decir
que, teniendo gobiernos constitucionales, elegidos por el pueblo, quienes realmente ejercen el
poder son los organismos de crédito multinacionales. Con esto nada más quería graficar una
situación recurrente que genera grandes dificultades a la hora de tener que establecer quién, o
quiénes, son los que realmente gobiernan. Pero más allá de estas complejidades, podemos
pensar que el poder es algo que se anhela conservar. Para ello se precisan estrategias y
métodos de conservación. Una de las más viejas y usuales es aquella que tiende a desarticular
cualquier tipo de crítica que se pretenda realizar contra los dueños del gobierno. Borrando de
la faz de la tierra las críticas, los gobiernos se inmunizan y cobran una aparente “legitimidad”.
Ante la ausencia de disenso, todo parece consenso. Ahora bien, las estrategias utilizadas para
acabar con las críticas pasaron de ser expresas y alevosas, a convertirse en sutiles e
impersonales. Los gobiernos autoritarios expresan la primera forma. Basta sólo con recordar
el papel que jugó la censura durante la última dictadura militar en la Argentina. ¿Y qué decir
sobre la desaparición de personas? Con ello no sólo se acababa con la crítica, sino también
con su portador.
Si bien las infames épocas de las dictaduras militares en nuestro país parecen haber pasado,
aún existen múltiples maneras de acallar a los críticos del poder. Éstas podrían denominarse
“las estrategias sutiles”, pues pareciera que nadie las implementa, que son parte del orden
natural del mundo, sin embargo, sus contornos están muy bien definidos. Las menciono sin
más rodeos: a) Dinero para formación e investigación. Resulta claro que si la Filosofía se
caracteriza por producir conocimiento, dicha producción se logrará a través de profesionales
con altos niveles de formación que investiguen subvencionados por el Estado o por entidades
privadas. Pregunto, ¿quién de Uds. pagaría a una persona, o a un grupo de personas, para que
éstas puedan dedicarse, con todos los medios posibles, a reunir las pruebas que terminarían
por inculparlo de lo que sea? Ahora bien, Uds. me preguntarán: ¿cómo hace el Estado, o los
privados, para no caer en la grosera actitud de dejar de contribuir con la educación? Sería muy
sencillo que el Estado, o quienes nos gobiernan, a riesgo de verse acusados e investigados,
dijeran: “momento,… no hay más plata para las disciplinas humanísticas y sociales,… sólo
alcanza para las ciencias exactas y las ingenierías”. Bien, de hecho esto pasa en nuestro país.
Sólo alcanza con observar los números que expresan la cantidad de fondos destinados a las

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distintas áreas de investigación. ¿Adivinen qué disciplinas se llevan la mayor parte? Pero les
decía que, si bien esto pasa en nuestra realidad (sino pregunten en Ciencia y Técnica de la
UNNE ¿a qué facultades van a parar la mayor parte de las becas de investigación?), hay otras
maneras aún más sutiles de evitar el cuestionamiento del lugar de poder que ostentan quienes
gobiernan.
Una de ellas consiste en circunscribir el área problemática. Es decir, en establecer qué tipos de
problemas pueden ser abordados por una determinada disciplina y cuáles no. Si yo les dijera
que la Física Cuántica trata sobre los espasmos rítmicos del aparato digestivo del Cebú, tal
vez Uds. se irían del salón de la manera más discreta posible. La Física Cuántica es Física
Cuántica porque tiene un objeto de estudio bien definido: las partículas subatómicas y las
leyes que rigen sus interrelaciones. En el caso de otras disciplinas pasa algo parecido. Pero
con la Filosofía la cosa se complica. Sinceramente, creo que le ofrecería unos cien pesos a
quien me diga cuál es el campo específico de la Filosofía. Por supuesto que no va a faltar el
vivo que haciendo gala de un saber de manual me diga: “toda la realidad”. Sin embargo, es
este tipo de respuestas el que me interesa.
Formularé sólo una pregunta para poner en evidencia lo que quiero decir. Si la Filosofía tiene
como campo de estudio a “toda la realidad”, pues entonces ¿por qué nunca se ha ocupado de,
por ejemplo, la pobreza? Hace décadas que la pobreza y la marginación constituyen una
marca distintiva en las realidades de los países Latinoamericanos y, sin embargo, la Filosofía
nunca se ha encargado de abordarla. ¿Por qué? Un ejemplo más. Durante la década del ´70, la
prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México publicaba una revista de Filosofía
denominada Dianoia. Salía cada año y reunía a prestigiosos pensadores de toda América y
Europa. ¿Sobre qué se escribía? Mayoritariamente sobre Filosofía de la Ciencia, Análisis
lógico del lenguaje, Lógica y Fenomenología. Uds. se preguntarán se había alguna alusión o
algún articulito que se refiriera a los gobiernos de facto que asolaban Brasil, Chile y
Argentina. No, en absoluto. Pueden comprobar lo que digo mirando los números que están en
la Biblioteca de Filosofía.
Parece simple. Para que tratar problemas como la pobreza, la marginación, la opresión, si
estos no constituyen cuestiones estrictamente Filosóficas. Ahora, si Uds. me dicen “la ruptura
de la Crítica del Juicio con respecto a las dos Críticas anteriores en Kant”, “el consenso
dialógico en Habermas y Apel”, o, si me dicen, “el problema de la metáfora en Nietzsche y la
literaturización de la filosofía”, pues esos sí que son temas de la Filosofía y no cualquier
pavada. ¡Qué vamos a andar escribiendo sobre los indiecitos de acá a la vuelta!, ¡O sobre los
militares que, desde el fin de la dictadura, andan sueltos y ocupan cargos públicos! No… Así
¿quién nos va a tomar en serio?
Sería bueno que alguna vez nos preguntáramos (aunque sólo sea una vez)…

¿qué hacemos cuando hacemos Filosofía?, o, mejor aún, ¿a quién servimos cuando hacemos
eso que dimos en llamar Filosofía?

Tal vez sea ése el momento en el cuál podamos dar con el tramo en el que los caminos de la
Política y la Filosofía se cruzan. Quizá sea ése el momento en el que podamos comenzar a
tomar conciencia de que la Filosofía tiene mucho de Política, y de qué es bueno que lo tenga,
porque así como puede servir para sumirnos en el más perfecto autismo sobre todo lo que nos
pasa a nuestro alrededor, también nos puede permitir construir una gran herramienta crítica
que nos posibilite desmontar los mecanismos por los cuales determinadas corporaciones
ejercen, sistemáticamente, su poder al gobernar el destino de nuestras vidas.

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