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PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR

UNIDAD CULTURAL

UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA EQUINOCCIAL

TEMA: EL PALACIO DE CARONDELET, QUITO Y LOS

INCAS

JENNIFER MEZA

2014
OBJETIVOS

 Dar a conocer información acerca de la relación que tuvieron el Palacio de Carondelet y la

actual ciudad de Quito con los incas.

 Resaltar la influencia cultural, social y arquitectónica que tuvieron los aborígenes del actual

Ecuador bajo el dominio incásico y que han trascendido hasta nuestros días.

 Complementar las horas de prácticas pre-profesionales con un documento que garantice el

conocimiento histórico más profundo acerca del museo del Palacio de Gobierno.

 Fomentar el estudio analítico del museo en que se realizan las mediaciones turísticas.

INTRODUCCIÓN

El trabajo a continuación realizado, pretende resaltar la importancia del origen del Palacio de

Carondelet, sus primeros años de construcción y la influencia incásica en el mismo. Este

edificio es el corazón de Quito y encarna la vocación de unidad del Quito ancestral, constituye

factor esencial de su fisonomía y es clave neurálgica del poder gubernativo. Ha sido testigo de

toda nuestra historia y escenario de muchos de los más trascendentales episodios del devenir

político y social del Ecuador. Además es también este “hermoso edificio, principal ornamento

de la Plaza Mayor, hoy Plaza de la Independencia.” (Monge, Quito, 1916, p.101).

En este trabajo, también se pretende dar a conocer los rasgos que han persistido de la breve

presencia incásica en el territorio de la actual ciudad de Quito, principalmente en el centro

histórico, que fue uno de los núcleos político - administrativos del gran imperio del

Tahuantinsuyo en sus últimos períodos.

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DESARROLLO

Desde los tiempos primigenios, con la presencia de los clanes paleolíticos en la región

andino-ecuatorial, las laderas orientales del Pichincha donde se asienta Quito, fueron el

hábitat elegido por los cazadores recolectores, por su situación ecuatorial, donde el sol

calentaba más en la época de frío. La cercanía de lugares donde aun sobrevivía la megafauna

cuaternaria, así como de yacimientos de obsidiana para las puntas de sus armas, pudieron

haber sido otros motivos.

Lo cierto es que Quito y sus contornos fueron poblados ya sea por grupos de nómadas o

grupos en proceso de sedentarización. Varios de estos grupos se caracterizaron por la

construcción de tolas, túmulos de observación astronómica, rituales, habitacionales y

funerarios, los cuales son los que presentan mayor resistencia a la penetración imperialista de

los incas.

El padre Juan de Velasco en su Historia del Reino de Quito en la América Meridional, da

testimonio de la inmemorial presencia de los Quitus en estos lares, cuyo nombre perduró no

obstante su agregación al posterior dominio de los Caras e Incas. El “Reino de Quito”,

nombre dado desde comienzos de la penetración hispana a ese proceso de integración política

y cultural, aparece ya testimoniado por los cronistas hispanos. Varias de estas confirman la

existencia en Quito de un vigoroso señorío unificador de toda la comarca, que enfrenta

valerosa y eficazmente a los Incas, con cuya heredera Huayna Cápac se ve obligado a entablar

alianza matrimonial de la que nace Atahualpa, el último de los soberanos del Tahuantinsuyo

(Jaramillo Alvarado, Quito, 1958; Valcárcel, tomo III, Lima, 1964.)

El cronista Fernando de Montesinos, al señalar la subyugación por los Incas de los pueblos de

Quito y sus aledaños, recuerda que Túpac Yupanqui “dio orden de reedificar el Palacio para

su vivienda”: hay, pues, referencia escrita de la existencia de un palacio preinca de los reyes

quitus, que había venido a menos y que fue reedificado.

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Garcilaso, perteneciente a la privilegiada casta solar de los Incas, cuya historia oficial

memorizó en el Cuzco, recuerda que en Quito, Huayna Cápac, “luego como se aquietó la

guerra, con las acequias de agua y los demás beneficios ordinarios que se hazían para

fertilizar la tierras, mandó hazer templo para el Sol y casa de escogidas, con todo el

ornamento y riqueza que las demás casas y templos tenían”.

El padre Juan de Velasco, aunque no da noticia exacta sobre el edificio de los reyes Quitus,

señala minuciosamente la existencia de Templos del Sol, en el Panecillo y de la Luna en San

Juan, así como de los monasterios de escogidas. En todo caso queda clara la existencia en la

Quito preinca de un núcleo de poder civil y militar bien establecido, cabeza del llamado

“Reino de Quito”.

Según los cronistas y primeros historiadores castellanos, tanto Túpac Yupanqui como Huayna

Cápac, terminada la subyugación de los Quitus tras heroica y duradera resistencia, se

empeñaron en embellecer la ciudad. Aquí estableció Huayna Cápac su residencia, desde la

que gobernó el Tahuantinsuyo durante muchos de sus últimos años, y aquí murió. Aquí se

iniciaron grandes construcciones, tal como lo reconocen fuentes históricas de la primera hora,

y no solamente Gacilaso de la Vega. Pedro Cieza de León, por ejemplo, en la “tercera parte”

de su Descubrimiento y conquista del Perú, escrita hacia 1545 y recién encontrada y

publicada por la Dra. Francesa Cantú (Roma, 1979), señala reiteradamente la importancia de

las construcciones de la ciudad incaica de Quito al referirse a “albarradas, fuertes, templos,

aposentos, muchas casas principales y cavas hechas por mandato de los reyes inca”. También

da a conocer Betanzos el proyecto político de Atahualpa una vez vencido Huáscar: gobernar

el Tahuantinsuyo desde Quito, como ya lo había hecho su padre Huayna Cápac: “De

Caxamalca pienso ir al Quito donde pienso edificar nuevo Cuzco” (p. 151). (Salvador Lara,

1989).

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Por su parte el cronista de la Orden Franciscana fray Diego de Córdova y Salinas, basándose

en los documentos oficiales de la Orden a la que perteneció Fray Jodoco Ricke, presente en

Quito desde los días fundacionales (fines de 1534 y comienzos de 1535), precisa hacia

mediados del siglo XVII que el monasterio de San Francisco se construyó “en el sitio e lugar

donde solían vivir los capitanes más poderosos del inca” y cita el Arzobispo Gonzaga, quien

en 1537 escribía que el convento e Iglesia de San Francisco “entre los primeros y principales

edificios de la ciudad ocupa el mejor lugar” (Córdova y Salinas 1957, p.1033)

Cuando Sebastián de Benalcázar ordenó al teniente Juan de Ampudia y a su ejército de 10 000

indios no dejar piedra sobre piedra en la ciudad inca de Quito, con el propósito de encontrar el

tan anhelado tesoro de Atau Huallpa, una política de destrucción se puso en marcha desde

entonces. Los españoles consideraron probablemente como “la ciudad enemiga” por haber

servido de bastión a la resistencia indígena, liderada por Rumi Ñahui. Exigían la destrucción

para que no se recuerde la resistencia india. No obstante faltará algún especialista o

sabelotodo que diga que la destrucción del Quito incásico empezó con el mismo Rumi Ñahui,

cuando este decidió prender fuego a los depósitos de alimentos, ropa y utensilios, el momento

que supo que la caída de la ciudad en manos de los españoles era inminente, con el propósito

de no dejar medios ni provisiones que pueda aprovechar el enemigo pero jamás destruir la

ciudad, puesto que pensó recuperarla pronto, como en efecto lo intentó unos días después

cuando los españoles estaban ya instalados en ella. Rumi Ñahui estuvo a punto de lograrlo si

no hubiese sido por la aguerrida ayuda que los cañaris brindaron a los invasores europeos.

Una vez consolidada la presencia de los españoles, poco a poco y a medida que transcurría el

siglo XVI, los edificios incas fueron desmontados. Los sillares pulidos de los lienzos fueron

reutilizados en zócalos, atrios y pretiles, e incluso en el empedrado de patios. Ni siquiera las

piedras de las casas de la aristocracia incaica se salvaron. Presionados por las autoridades

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eclesiásticas, la misma nobleza indígena, como fue el caso del hijo de Atau Huallpa, Don

Francisco Tupac Atauchi llamado el “auqui”, tuvo que donar los sillares de sus aposentos

ubicados en el sector de San Diego para la construcción de los muros de la iglesia parroquial

de San Roque. Entretanto, otros elementos arquitectónicos que resultaron útiles donde

estaban, fueron disimulados o enmascarados, añadiéndoles ciertos elementos decorativos.

Hoy sabemos que tal medida fue parte de la estrategia del barroco.

Al finalizar la colonia, nada quedaba a la vista de lo que fue la ciudad inca, nada, excepto la

leve sospecha entre ciertos letrados e intelectuales, de que bajo los principales edificios

religiosos y civiles de la ciudad, así como de algunas casas señoriales, los basamentos y

cimientos incas sostenían las nuevas construcciones.

Además existe un gran testimonio en el Acta del Cabildo de 1537, que consta la entrega de

cuatro solares a la Virgen de la Merced para la construcción de su monasterio e iglesia. Este

se encuentra en el “Libro Verde” o “Libro Primero de Cabildos de la villa de San Francisco

de Quito” y señala que los alcaldes Gonzalo Díaz y Juan de Padilla y los regidores Sancho de

la Carrera, Diego de Torres, Francisco Londoño y Rodrigo Docampo, a pedido de Fray

Hernando de Granada, mercedario, recibieron la inscripción que dice asi:

A nuestra señora de la merced. En III días de abril de MDXXXVII años se le señaló e

proveyó dos fanegas de tierra en sembradura en la halda del cerro que está fron de las

casas que heran de placer de guaynacava lynde con pedro e joan del rrio como los midiere

pedro cortés fiel executor (Op. Cit., p.128)

Obviamente en el esplendor incaico de Quito “la principal edificación era, sin duda, el

Cápachuasi o Palacio de Inca, o “casas” de Huayna Cápac según las denomina Betanzos,

enorme complejo de edificaciones, canchas o patios, depósitos, aposentos militares, piscinas y

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jardines, que se extendía desde la gran explanada de acceso o Jatuncancha , la misma plaza

que hasta hoy existe delante de la Iglesia de San Francisco, hacia el Occidente, por los

declives del Pichincha, volcán sagrado y tutelar desde los orígenes. Los cuerpos principales

del Palacio se hallaban desde donde hoy se hallan los tanques de agua “El Placer”, topónimo

castellano que data de tiempos inmemoriales, hasta la parte alta de El Cebollar” (Salvador

Lara, Quito, 1992)

Las Casas Reales a comienzos de la Colonia

Las Casas del Cabildo ocuparon el lugar actual, en cuanto al Palacio Nacional, varias

circunstancias lograron que se estableciera en el sitio histórico donde se hallaban las Casas

Reales, sede de los presidentes coloniales, en el lugar del Palacio de Atahualpa, ultimo

soberano inca, de cara al sol naciente.

El edificio actual guarda en su construcción restos de los edificios pasados, tantas veces

restaurados. La muralla del atrio donde se encuentran las covachas, fue construida de bloques

de basalto rojizo que, según el arqueólogo P. Pedro Porras, formaban parte de una muralla en

la “cancha” del palacio del inca.

Jurado Noboa por su parte dice:

No cabe duda respecto a la ubicación del Palacio de Atahualpa, en el pretil del Palacio de

Carondelet existen 120 piedras poligonales incásicas reutilizadas, de una construcción in-situ,

ya que no pudieron haber sido trasladadas.

La Audiencia se creó el 29 de agosto de 1563 y tuvo como primer presidente a Hernando de

Santillán, a tres oidores, un fiscal y un canciller.

El presidente Santillán llegó a Quito desde España el 17 de septiembre de 1564 y estableció la

Audiencia y sus funciones en las primeras Casas Reales.

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Fray Antonio Vásquez de Espinosa, en su Compendio y descripción de las Indias Orientales

dice que en Quito “Topa Inca edificó algunas fortalezas famosas y una ciudad según la ciudad

asiento de su corte que después fue ennoblecida y embellecida con suntuosos edificios por su

hijo Huayna Cápac para su hijo Atahualpa a quien dejó aquel reino”.

El fray José María Vargas, al estudiar en 1970 Los Cacicazgos dio a conocer que Francisco

Patauchi Inga, hijo de Atahualpa, fue enviado por su padre a Quito desde Cajamarca, y ya en

nuestra ciudad “le pusieron en casa de Atabilpa su padre, que era donde agora son las casas

del Capitán Rodrigo de Salazar”, dato obtenido en la documentación lograda en el Archivo

General de Indias por el Padre Vacas Galindo.

Con este antecedente, Udo Oberem localizó el archivo en Sevilla, la Pobranza de la filiación

de Don Francisco Ynga, hijo legitimo de Atahualpa, último inca del Tahuantinsuyo, y de

Payco-Ocllo una de sus mujeres, bautizada como doña Catalina. En dicha Pobranza, el 17 de

agosto de 1556, el indio Nunamango, natural de Xauxa, declaró, entre otras cosas que:

Sabe y vido que estando Atabilpa en Caxamarca mandó a don Francisco, su hijo, lo

truxesen a esta provincia de Quito y viniesen con él quatro mil indios para que lo

guardasen, que él vendría después, y lo truxeron al dicho Don Francisco a esta ciudad y lo

pusieron en la casa de Atabilpa su padre, que hera donde agora son las casas del capitán

Rodrigo de Salazar.

Mientras que la india Margarita, natural de Maynas, manifestó:

Que el dicho Atabilpa lo tuvo por su hijo (a don Francisco) y lo trataba por tal y lo ymbió

con mucha gente desde Caxamalca a esta provincia de Quito para que estuviese acá en su

casa, y que quando lo embió no heran entrados en la tierra los españoles.

Se dice que las Casas Reales de 1556, labradas por Juan Larrea, estaban situadas a dos

cuadras de la plaza principal, en las cercanías del Monasterio de las Conceptas; pero los

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historiadores difieren al señalar el lugar preciso. En 1600 la rebelión de las Alcabalas dejó

mal sabor y se creía que este sitio era inseguro en caso de otra revuelta, de modo que se las

volvió a la plaza publica en 1609.

Hay constancia documental de la existencia en Quito de la casa de Atahualpa, donde vivió su

hijo Francisco; el Dr. Ricardo Descalzi, en el tomo I de La Real Audiencia de Quito, claustro

de los Andes, anota la convicción de que “el lugar donde se levantaba el palacio de

Atahualpa… estaba situado en la actual esquina formada por las calles Espejo y García

Moreno, frente a la Catedral y el Palacio de Gobierno. Para argumentarlo dice que era

costumbre del inca que el nuevo soberano construyese su mansión sin ocupar la dejada por su

padre, y en esta virtud el Inca quiteño debió hacerse edificar una morada “digna de su

jerarquía”, sin contentarse con las construcciones que para él había iniciado su padre Huayna

Cápac, sino aportando nuevas iniciativas para continuar embelleciendo Quito, entre ellas su

propio palacio”.

Para determinar el lugar exacto donde se encontraron estas casas, el arqueólogo Pedro Porras

con la colaboración del Dr. Fernando Jurado Noboa conocedor de las escrituras notariales de

los primeros años, trazaron un plano y se ubicaron en él los sitios adjudicados en los días de la

fundación castellana. Se pudieron así determinar los solares dados a Juan de Padilla, Pedro

Valverde, Diego de Tapia, Jorge Gutiérrez, Juan Díaz de Hidalgo, Juan de Ampudia, Juan

Díaz de las Cumbres, Diego de Ocampo, Isabel Gudiña, y Padre Juan Rodríguez, todos ellos

ubicados en el sector cuyos limites son las actuales calles Cuenca, Espejo, García Moreno y

Mejía. De esos lotes, el de Jorge Gutiérrez pasó a pertenecer a Rodrigo de Salazar. Se llegó a

conocer así donde habían estado la casa de Atahualpa en el Quito prehispánico,

confirmándose de ese modo la intuición del Dr. Descalzi.

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El Padre Porras había investigado las piedras de estilo incaico que se utilizaron en

construcciones del centro histórico de Quito:

Hace catorce años me llamó poderosamente la atención la presencia de varias piedras

poligonales de innegable estilo incásico en varios inmuebles del casco colonial de Quito,

dentro de un área casi trapezoidal encerrada por las actuales calles Rocafuerte, Mejía,

Flores y Cuenca, o sea en unas 33 cuadras o manzanas. Son, en total, 268 paramentos, de los

cuales 248, el 92,53%, están ubicados en el sector comprendido entre las calles García

Moreno y Cuenca, Mejía y Bolívar.

La observación le llevo entonces a comprobar que la mayor concentración de paramentos

poligonales, no usados por los españoles en sus construcciones, se hallaba precisamente en el

muro frontal del pretil del Palacio de Gobierno, lo que parecía sugerir que esas piedras, de

talla anterior a la construcción del Palacio, fueron reutilizadas al edificarlo. De este modo, el

Palacio de los Presidentes del Ecuador guardaría en su propia construcción vestigios de las

casas incaicas que habían existido en el sector, casas sometidas al fuego por la indomable

resistencia antiespañola de Rumiñahui y luego demolidas por los primeros conquistadores

hispanos, según testimonio de los historiadores, tras un minucioso estudio de aquellos

paramentos, el Padre Porras llegó a la conclusión de que: “la sillería empleada en la muralla

del Palacio de Gobierno en Quito, pertenece al más puro estilo incásico: poligonal, plano no

isódomo. Este estilo lo encontramos en el Cuzco en el Coricancha, en la casa de Garcilaso, en

el Palacio del Inca en Cajamarca. No hace presencia, sin embargo, en la casa del Inca en San

Agustín de El Callo, ni siquiera en Ingapirca o palacio de Hatum Cañar.

Los parámetros o aparejos sueltos; esto es, no trabajados con otros que podemos ver en el

pretil de la Catedral, de muy posterior construcción; en el atrio de la Iglesia de la Compañía,

etc. Probablemente fueron llevados ahí luego de las diferentes “reconstrucciones”, en varias

épocas, sufridas por el Palacio de Gobierno.

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No hay mayores evidencias sobre la calidad o composición del mortero empleado en la

muralla. Acaso fue el mismo empleado en los paramentos del Colegio Sagrados Corazones:

una mezcla de yeso quemado unida a una sustancia orgánica no identificada.

El Padre Porras examinó la vieja ciudad en busca de nuevas huellas del Quito incásico hasta

que las descubrió. Esta vez no necesitó realizar excavación alguna, muchas piedras incas y

algunos restos de los viejos muros, a pesar de permanecer a ojos vistas, no habían sido

notados. Entre otras razones porque permanecían en oscuros rincones, como las piedras que

encontró en el claustro inferior y la escalinata norte del atrio de San Francisco; porque estaban

en piedras interiores, tapadas con revestimientos modernos como los paramentos encontrados

en el Colegio de los Sagrados Corazones, ubicado en las calles Sucre y Guayaquil; o, porque

simplemente habían sido enmascaradas como las piedras del atrio de la Catedral y San

Francisco. Pues sobre la cara exterior de las mismas, se habrían labrado falsas junturas con un

afán decorativo y uniformizador, y que por supuesto, no encajaban con los ensambles

originales, hechos sin mortero alguno. Otras piedras en cambio permanecieron en sus muros

originales pero sin que se reparase en ellas porque estaban plenamente integradas a fachadas

de edificios relativamente modernos. Es el caso de las piedras del zócalo del Palacio de

Carondelet y la fachada del Colegio La Providencia, las evidencias más importantes de muros

incas por encima del suelo, sin duda.

A medida que se realizaban los trabajos de restauración del Quito colonial en las décadas de

los 80 y los 90, la imagen de un Quito incásico sepultado, quedó fuera de toda duda. En la

arquería norte del templo de San Francisco, se encontraron muros de una probable callanca.

En el piso de la capilla del hospital San Juan de Dios, la arqueóloga Agnés Rousseau encontró

grandes cimientos de construcciones incaicas. Así mismo en la restauración de la iglesia Santa

Clara afloró un muro inca. Todos estos descubrimientos fueron fortuitos, ninguna institución

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publica o privada estaba interesada en apoyar o financiar una prospección arqueológica seria

en el casco colonial.

Cuando los arqueólogos intentaban escarbar algo más de lo planificado, en busca de mayor

evidencia, las autoridades de los conventos lo impidieron o los patrocinadores les negaron

apoyo. Al mismo tiempo que se develaban evidencias físicas de la ciudad inca, los

etnnohistoriadores realizaron descubrimientos sorprendentes en la abundante documentación

colonial existente en los archivos del país y España. Gracias a las investigaciones de Udo

Oberem, Espinosa Soriano o Frank Salomon, empezamos a vislumbrar el rostro de los

habitantes y pobladores de la ciudad incaica, de esta manera comprendimos que las evidencias

del Quito incásico no sólo estaban en vasijas o piedras, sino fundamentalmente en la

identificación de la gente que alguna vez habitaron la histórica ciudad.

Esos mismos documentos coloniales, completaron la información que se tenía sobre las

construcciones incas ya identificadas a partir de ciertas evidencias físicas; además arrojaron

nuevas noticias sobre otros edificios de los que cuya existencia ni se sospechaba. Por ejemplo

la presencia de un templo en la Loma de San Juan llamado Pillco Cancha; la existencia de

andenes en el barrio de La Chilena o la presencia de una edificación inca llamada “bohío del

inca” en el sitio del edificio donde funcionó el Hotel Magestic, hoy Hotel Plaza Grande.

CONCLUSIONES

La destrucción colonial y el olvido republicano, en un periodo de mas de 400 años, fueron

desvaneciendo, desfigurando y sepultando la ciudad que los incas probablemente dedicaron al

sol recto y que Atau Huallpa planeó convertir en el principal centro residencial y

administrativo del Tahuantinsuyo.

El Quito incásico es, por tanto, una ciudad oficialmente inexistente, solo la tradición oral ha

sabido guardar, conservar y recrear noticas de la ciudad inca.

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ANEXOS

Paramentos incásicos en el Casco Colonial de Quito

13
Repartición de solares a la llegada hispana

14
Esquema del Palacio de Gobierno

Esquema de la Providencia – Paramentos incásicos en el Colegio La Providencia

Palacio de los Soberanos

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Detalle de piedras en construcciones del Centro de Quito

Detalle de piedras en construcciones del Cusco

Piedra incásica de doce ángulos, en la fachada del Colegio La Providencia

16
Palacio de Gobierno, fotografía muy antigua

Fotografía antigua y actual de las piedras poligonales en el pretil del Palacio de Gobierno

17
Palacio de Gobierno inicios del Siglo XX

Covachas del Palacio de Gobierno

Parecido arquitectónico entre construcción incásica de Perú y el Palacio de Carondelet

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GLOSARIO

Tolas: Tumba en forma de montículo, perteneciente a los antiguos aborígenes.

Quitus: Eran los ocupantes originarios del área del Pichincha, en Ecuador. Su existencia data

desde 500 d.C. hasta su asimilación por los quechuas antes y durante de la conquista española.

Caras: Antiguos pueblo indígena que habitaba el Ecuador en la zona de Manabí, de la costa

ecuatoriana en el primer milenio a. C. En el siglo X avanzan territorialmente, siguiendo el

curso del río Esmeraldas, lucharon con los quitus para establecerse en el lugar. Salieron

victoriosos y por esto se quedaron en la ciudad de Quito, morada de los quitus, produciendo

mestizaje en la región, formando la cultura pre-inca Quitucara.

Tahuantinsuyo: Es el nombre original dado por los incas y la historiografía andina al

conjunto de los territorios gobernados por la monarquía incaica. Hace referencia a la división

territorial del Imperio Inca en cuatro suyos o regiones, identificadas con los puntos cardinales

que confluían en la capital, Cusco. El término procede del quechua tahua que quiere decir

"cuatro" , al que se le antepone el sufijo -ntin (junto, conjunto) y suyo que quiere decir región.

Albarradas: Pared de mampuestos o piedra seca, sin labrar, unidas sin argamasa ni mortero.

Cavas: Foso, se refiere a la excavación realizada en torno de un fuerte.

Callanca: Se trata de un gran galpón de planta rectangular muy alargada con techos de dos

aguas sostenido por series de pilares hincados a lo largo del eje longitudinal. Uno de los lados

más largos, con varios vanos de entrada, da siempre sobre la plaza principal.

Cápachuasi: Palacio del Inca.

Isódomo: Sistema de disposición ordenada de los elementos pétreos de la arquitectura griega

clásica, en la que todos los sillares iguales se disponen en su dimensión más larga.

Andén: Acera de la calle.

Bohío: Cabaña circular o casa rústica americana, hecha de madera, ramas, cañas o pajas, sin

más abertura que la puerta.

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Kancha: Fue la unidad de composición arquitectónica más común, consistía en un cerco

rectangular que albergaba tres o más estructuras rectangulares dispuestas simétricamente

alrededor de un patio central. Las kanchas alojaban por lo general diferentes funciones ya que

conformaban la unidad básica tanto de viviendas como también de templos y palacios; varias

kanchas podían ser agrupadas para formar las manzanas de los asentamientos incas.

Cacicazgo: Ente político autóctono con un solo líder; cargo hereditario de dicho líder.

Fanegas: Medida de capacidad para áridos que varía según la región.

BIBLIOGRAFIA

Lara, J. (1996). El Palacio de Carondelet. Ecuador: La Academia Nacional de Historia.

Del Pino, I., Oberem, U., Espinosa, M., Espinosa, W., Porras, P. & Salomon, F. (2003). La

Ciudad Inca de Quito. Ecuador: Manuel Espinosa Apolo.

Salomon, F. (2010). Los señores étnicos de Quito en la época de los incas: Alonso Ortiz

Crespo.

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