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2
DESCAMPADO
Ensayos sobre las
contiendas universitarias

RAÚL RODRÍGUEZ FREIRE


ANDRÉS MAXIMILIANO TELLO
Editores

[Intervenciones]
3
Permitimos la reproducción completa o parcial de este libro
sin fines de lucro, para uso privado o colectivo, en cualquier
medio impreso o electrónico, con el debido reconocimiento de
la autoría y fuente de los textos, y sin alterarlos. Este permiso
corresponde a la licencia de Creative Commons BY-NC-ND.

International Standard Book Number: 978-956-8681-24-1

Sangría Editora, 2012


Las Torcazas 103, departamento 604, Las Condes, Santiago
de Chile
www.sangriaeditora.com
sangriaeditora@gmail.com

Aunque adopta la mayoría de los usos editoriales del ámbito


hispanoamericano, Sangría Editora no necesariamente se rige
por las convenciones de las instituciones normativas, pues
considera que –con su debida coherencia y fundamentos– la
edición es una labor de creación cuyos criterios deben intentar
comprender la vida y pluralidad de la lengua.

Edición al cuidado de Carlos Labbé, Pilar García, Mónica Ríos


y Martín Centeno.
Diagramó el libro Carlos Labbé.
El diseño de portada fue realizado por Joaquín Cociña.

Esta edición se terminó de imprimir digitalmente en abril de


2012 en Dimacofi Servicios, Santiago de Chile.
ÍNDICE
Descampado. Ensayos sobre las contiendas
universitarias es la segunda publicación
en Intervenciones, línea de batalla de
Sangría Editora que busca manifestar
aperturas, propuestas y disensos a eventos
donde nos parece necesario un acto de
participación editorial. En este caso, el
movimiento estudiantil chileno que se
expresa decisivamente a partir de 2011.

raúl rodríguez freire y


Andrés Maximiliano Tello
La universidad en ruinas.
A modo de presentación..........................9

Bill Readings
La idea de excelencia..............................29

Alejandra Castillo
Democracia elitista y educación..........79

raúl rodríguez freire


Notas sobre la inteligencia
precaria (o lo que los neoli-
berales llaman capital humano)...........101

Andrés Maximiliano Tello


Contra la educación
gubernamental. Fragmentos
para una crítica de los bienes..............157

Willy Thayer
Soberanía, cálculo
empresarial y excelencia....................201

Sergio Villalobos-Ruminott
El invierno chileno como
crisis del orden neoliberal..................223

Alberto de Nicola y Gigi Roggero


Ocho tesis sobre la
universidad, la jerarquización
y las instituciones del común.............255

Agradecimientos...................................267

Sobre los autores..................................269

6
En esa llamada acción estudiantil, los estudiantes
nunca actuaron como estudiantes, sino como
reveladores de una crisis de conjunto, como los
portadores de un poder de ruptura que ponía en
cuestión al régimen, al Estado, a la sociedad.
Maurice Blanchot

«El mercado está en la naturaleza humana», tal es la tesis


que no debe quedar sin cuestionamiento: en mi opinión, es
el terreno de lucha ideológica más crucial de nuestra época.
Fredric Jameson

7

8
LA UNIVERSIDAD EN RUINAS
A modo de presentación
raúl rodríguez freire y
Andrés Maximiliano Tello

La universidad, cenit de diversos proyectos


teleológicos de la modernidad occidental, alcanza
actualmente su universalĭtas en la metamorfosis
del impulso que llegó a concebirla como fuente del
conocimiento social, cuerpo propagador del saber
y sus luces, guía del espíritu del pueblo y motor del
progreso. Como lo indicó Bill Readings hace más
de una década, la globalización universitaria se
consuma en medio del arruinamiento de su misión
histórica: la institución moderna privilegiada de
la enseñanza superior se transmuta ahora en una
rentable corporación transnacional. De cierto
modo, sin embargo, la deriva contemporánea de
la universidad moderna estaba ya inscrita en

9

su proyección ilustrada, desde el siglo XVIII en


adelante11. En la introducción a La contienda entre
las facultades, Kant inserta una peculiar nota a pie
de página que, a la luz de las actuales contiendas
universitarias, resulta de sumo interés:

Cierto ministro francés convocó a algunos de


los comerciantes más reputados con objeto
de recabar sus propuestas respecto a cómo
restablecer el comercio, como si él fuera capaz
de elegir las mejores entre ellas. Después de
que varios hubieran emitido su parecer, un
viejo comerciante dijo: «Haga buenos caminos,
acuñe buena moneda, proporciónenos un de-
recho de cambio ágil y todo eso, pero respecto
a lo demás, ¡déjenos hacer!» [el famoso laissez-
faire, aunque Kant lo cita en su lengua: laßt uns
machen]. Una respuesta similar sería la que
habría de dar la Facultad de Filosofía cuando
el gobierno le pregunte sobre la doctrina que
prescribe al estudioso en general: «limitarse a

1 En «La verdad de la crisis», presentación del libro La crisis


no moderna de la universidad moderna, de Willy Thayer
(1996), Pablo Oyarzún señalaba: «No sólo pertenece la uni-
versidad a la crisis. No sólo queda circunscrita en ella, sino
también, y sobre todo, la ha premeditado sin cesar, nolens
volens, hasta verla consumada sin reservas» (90). Texto
publicado por Pablo Oyarzún en Rúbricas. Santiago: Facultad
de Artes, Universidad de Chile, 2010. Páginas 87 a 97.
10
no estorbar el progreso del conocimiento y de
las ciencias»2.

Esta anécdota apareció anónimamente en un


artículo publicado en el Journal Oeconomique de
1751, aunque hoy sabemos que fue el Marqués de
Argenson quien la refirió (Kant posiblemente la
tomó de «Principles of trade» (1774), un texto de
Benjamin Franklin)3. En un momento donde el
mercado tenía un lugar bastante marginal frente
al soberano Estado, no extraña que la libertad que
se solicitaba para él también se quisiera replicar
en el ámbito del pensamiento, y de la filosofía
en particular. En Kant la cita surge cuando está
planteando la necesidad de una facultad que opere
de manera «independiente de los mandatos del
gobierno [que] tenga libertad no de dar orden
alguna, pero sí de juzgar todo cuanto tenga que ver
con los intereses científicos, es decir, con la verdad,
terreno en el que la razón debe tener derecho a
expresarse públicamente»4. De acuerdo a la topogra-
fía kantiana, la Facultad Inferior, que es el nombre

2 Immanuel Kant. La contienda entre las facultades de filo-


sofía y teología. Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo.
Madrid: Trotta, 1999.
3 Vincent Paul Dolan, Kant’s public philosophy. Berlin: tesis
doctoral de la Freie Universität, 1980.
4 Immanuel Kant. La contienda. Obra citada. Página 4.
11

que le dio a la Facultad de Filosofía, corresponde


al lugar donde debería residir dicha libertad. Y si
bien es ella la que debe responder al gobierno, éste
no puede, por su propio bienestar, entrometerse
en su actuar. Debe dejarla hacer. Se trata, en
otras palabras, de limitar la razón gubernamental,
aquella razón que tenía la facultad de censurar
publicaciones, tal como le ocurrió al mismo Kant.
Por supuesto que el autor prusiano estaba lejos de
ver que su defensa de la Facultad Inferior frente a
las censuras del soberano se volvería, alrededor de
dos siglos más tarde, una forma de lucha contra el
modelo que blandió como ejemplo. Ese modelo es
el que hoy, de diferentes maneras, le ha quitado
fuerza a la crítica, coarta el pensamiento, impide
su libre circulación y la censura5.

II

Frente a un estado que impedía la autonomía


universitaria y que buscaba formar sus cuadros
gubernamentales (aquellos peritos del saber que
constituirían lo que Ángel Rama, quizá a partir del
mismo Kant, llamó la ciudad letrada), la crítica

5 Jacques Derrida, «Chaire vacante: censure, maîtrise, magis-


tralité», en Du droit à la philosophie. Paris: Galilée, 1990.
Páginas 343 a 370, especialmente de 347 a 348.
12
universitaria era imprescindible. Pero en Chile
estábamos lejos de su topografía, pues acá la fuerza
de la Facultad Inferior fue por décadas inexistente,
e incluso el modelo de Universidad humboldtiano
tardaría en aparecer. Bello fundó una Universidad
donde la filosofía y las humanidades, antes de
encargarse libremente de velar por «la verdad de
las doctrinas» que se debían admitir racional y
no gubernamentalmente6, tenían por cometido la
formación de un sujeto ad hoc a las políticas que
implantaba el emergente Estado chileno. Es posible
que Bello quisiera otra institución, pero en la
práctica es esa la que tuvo lugar, por lo menos en sus
inicios7. Por ello su labor prioritaria fue la vigilancia
de la política educativa nacional, que se realizaría
a través de una superintendencia8, distinta, claro,
a la que hoy se pide para regular el mercado
educacional. Además, la Facultad de Humanidades,

6 6 Immanuel Kant. La contienda. Obra citada. Página 4.


7 Grínor Rojo ha sostenido recientemente que Bello aceptaba,
aunque con distanciamiento –«miraba más lejos que todos»,
señala Rojo– esta política, debido a las «carencias que eran
comprensibles y justificables dado el breve plazo transcurrido
en el proceso de institucionalización de la joven república, y
como parte de un programa de actividades cuyo foco estaba,
tenía que estar, en otro lado», en Clásicos Latinoamericanos.
Para una relectura del canon. Santiago: Lom, 2011. Página 66.
8 Sol Serrano. Universidad y nación. Chile en el siglo XIX.
Santiago: Universitaria, 1993. Página 78.
13

al igual que las nacientes Facultades de Medicina,


Leyes y Ciencias Matemáticas y Físicas, tenía entre
sus cometidos generar las estadísticas nacionales
de sus respectivas áreas, y vale recordar que la
estadística, como herramienta, vendría a ocupar
un lugar central en la biopolítica decimonónica de
Occidente9. La Universidad de Chile era entonces
una universidad del Estado y para el Estado, que
debía encarar los problemas económicos y políticos
de la joven y creciente población chilena. Sí, Bello era
heredero de Condorcet y Talleyrand, pero también
de Mill y Bentham. No por nada Patricio Marchant
señaló hace casi treinta años que la Universidad de
Chile «fue posible porque la realidad misma la hacía
necesaria: los discursos en que fundaba su primacía
–el positivismo comtiano, primero y, luego, la
«filosofía de los valores»–, no eran meros discursos,
sino que constituían momentos esenciales de la

9 Ibid. Páginas 70 a 74. Ver también: Superintendencia de


Educación Pública. La superintendencia de Educación Públi-
ca. Santiago: Universitaria, 1954. Páginas 15 a 17. Este texto, de
carácter histórico, comienza así: «Cuando se estudia el origen
de nuestras instituciones educativas sorprende comprobar la
lúcida conciencia que los fundadores de la vida chilena parecen
haber tenido, desde el primer momento, sobre las estrechas
relaciones que existen entre la organización de la República
y la construcción de un sistema nacional de enseñanza» (9).
A nosotros nos sorprende que este nexo haya sido tan poco
estudiado (bio)políticamente.
14
realidad chilena»10. De manera que no fue el modelo
de Humboldt ni el de Kant, sino el de Napoleón el
que se instauró inicialmente en nuestro país, desde
donde además se tomó la idea de Superintendencia,
pues la enseñanza no era una prioridad ni una
política universitaria; para eso estaba el Instituto
Nacional. Las facultades, por lo tanto, se dedicaban
a la profundización utilitaria de sus respectivas
disciplinas, a promover la ideología del «progreso».
Si hubo una facultad superior, en el sentido kantiano,
fue paradójicamente la de Filosofía y Humanidades,
esa que hoy está cercada por todos lados y que muchos
buscamos defender. De manera que si en la Francia
napoleónica la educación superior «nunca fue una
universidad en el sentido normal, sino más bien una
aglomeración de cuerpos docentes proyectados para
establecer un monopolio estatal sobre la educación
pública»11, lo mismo podemos señalar de Chile12. De
este modo, la defensa de la Universidad –la defensa
de la Universidad de Chile en particular– implica y
necesita, urgentemente, su deconstrucción.

10 Patricio Marchant. Sobre árboles y madres. Buenos Aires:


La Cebra, 2009 [1984]. Página 135.
11 Geoffrey Ellis. Napoleón. Traducción de Pilar Placer Pero-
gordo. Madrid: Biblioteca Nueva, 2010.
12 Sol Serrano, «La revolución francesa y la formación del
sistema nacional de educación en Chile», en La revolución
francesa y Chile, Ricardo Krebs y Cristián Gazmuri, editores.
Santiago: Universitaria, 1990. Páginas 247 a 265.
15

III

Por mucho tiempo la afirmación de la autonomía


universitaria sirvió como garante de una contienda
en donde la facultad inferior, el pensamiento
crítico o el trabajo intelectual se encargaban de
poner en cuestión el saber instituido y utilitario
con sus doctrinas, que funcionaban en el resto del
cuerpo social. Pero las murallas de la universidad
fueron desbordadas no sólo por la expansión de sus
conocimientos, sino por el propio principio liberal
que propiciaba su campo de acción autónomo, su
laissez-faire. Así, en el capitalismo contemporáneo
la coincidencia entre los momentos de producción
y circulación –de cualquier mercancía, incluyendo
al conocimiento mismo, y a quienes portan
o encarnan dicho conocimiento– se traduce
también en la coincidencia entre universidad y
mercado –y también entre mercado y democracia.
Como efecto de esta convergencia se puede
entender el mercado global de la educación
surgido en las últimas décadas. Según esta nueva
condición desterritorializada, no sólo la labor de
investigación, formación y producción, así como
la circulación de conocimientos universitarios, se
rigen por el mercado, sino que además la propia
administración de las instituciones de educación
superior se realiza desde una lógica empresarial,

16
reterritorializando a la universidad en nuevos
procedimientos corporativos supeditados al mundo
de los negocios, del management.
La libertad de circulación de la cual goza
hoy la universidad flexible, para diseminarse en
sedes nacionales e internacionales, fragmentarse
en programas de investigación y en ofertas cu-
rriculares, presenciales y virtuales, se traduce
paradójicamente en la hipoteca de su autonomía, tal
como ésta fue pensada modernamente y por la que
se luchó en Chile durante décadas, puesto que la
coincidencia entre universidad y mercado de hecho
significa la reducción de la primera al segundo. Las
murallas reales y ficticias que otrora delimitaron el
espacio universitario, que le otorgaron su soberanía,
se han diluido, de manera que ya no existe un campo
de acción autónomo para la universidad, ni menos
un «campo cultural» que la cobije; habitamos un
descampado –un terreno baldío, parafraseando
a T. S. Eliot– que la universidad contribuye, y no
poco, a mantener. Una universidad líquida, en la
terminología de Zygmunt Bauman.

17

IV

Desde este punto de vista, es lógico que Marchant se


preguntara, poco tiempo después de que la Dictadu-
ra promulgara la Ley General de Universidades en
1981, por el sentido que podía tener la defensa de la
autonomía de las universidades, y de la Universidad
de Chile en particular. Lo cierto es que la universidad
moderna que servía al Estado, tanto en Francia como
en Chile y tantos otros países, no dejaría de verse
revolucionada una y otra vez por las estudiantes
y los estudiantes que la han habitado. Las luchas
estudiantiles hoy vuelven a impugnar una univer-
sidad que ya no sirve al Estado, sino al mercado;
una universidad que un althusseriano vería, con
desorientación tal vez, como un aparato ideológico
del mercado. Sin embargo, el escenario que vivimos
es más complejo. La ideología fue pensada en un
momento en que las relaciones de producción aún
no se encarnaban en nuestros propios cuerpos
hasta hacer indistinguibles las categorías con que
pensamos la universidad, el capital y el trabajo.
Por eso las contiendas actuales sobre aquello que
seguimos tozudamente llamando universidad –ha-
cerlo es parte de nuestra resistencia– no deberían
concentrarse en la recuperación de un modelo
universitario determinado, sino en la invención de
una universidad donde el saber opere sin censuras,

18
sean éstas estatales o neoliberales. Lyotard informó
sobre la condición mercantil del saber universitario
en 1979, veinte años más tarde Derrida pensaba la
(im)posibilidad de una universidad y de un saber
(por venir) sin condición, pues a pesar de que la
Universidad se rinde y muchas veces se vende,
su resistencia y su articulación con otras luchas
todavía es posible, dentro y fuera de los campus.
La universidad sin condición «tiene lugar, busca su
lugar en todas partes donde esa incondicionalidad
pueda anunciarse»13. Su apuesta tiene lugar cada
vez que distinguimos «entre una idea del saber y
un proyecto de utilización técnica»14, a pesar de las
limitaciones que a tal distinción se le impongan. Este
libro se suma a otros esfuerzos semejantes en esa
insistencia, precisamente.

La universidad no ha dejado de ser el sitio de


una contienda incluso en medio de su crisis, o tal
vez porque no es más que una coagulación de la
desigualdad y la explotación que rige al descampado
13 Jacques Derrida. La universidad sin condición. Traducción
de Cristina de Peretti y Paco Vidarte. Madrid: Trotta, 2002.
Página 76.
14 Jacques Derrida, «Chaire vacante: censure, maîtrise, ma-
gistralité». Páginas 364 y 365.
19

como escena sin centro de la libre circulación


educacional, donde irrumpen el descontento y la
agitación. Las movilizaciones estudiantiles y socia-
les que han recorrido el siglo pasado y el presente
son, en ese sentido, la contraparte de la deriva (neo)
liberal de la universidad que surge desde las propias
tensiones que ésta genera. Pero a diferencia de las
movilizaciones estudiantiles de los sesenta y los
setenta, que criticaron la estructura jerárquica de la
universidad y su función como espacio productivo
de poder y saber dentro del sistema capitalista, las
movilizaciones contemporáneas parecen oponerse
a la propia gubernamentalidad de los diversos
espacios de educación y formación profesional,
dispositivos con que se gobierna a estudiantes,
trabajadores y familias completas, donde el mercado
sería el nuevo Leviatán, uno que se viste con piel de
oveja15. El gobierno económico de las instituciones
de enseñanza no es sino una muestra privilegiada de
las nuevas formas de explotación, endeudamiento
y control cotidiano que se expanden en el también
llamado «capitalismo cognitivo»16.
La reactivación de la contienda actual de las
universidades, que apunta finalmente al cuestio-
15 Fredric Jameson, «Postmodernism and the Market», en So-
cialist Register 26, 1990. Páginas 95 a 110.
16 Olivier Blondeau et al. Capitalismo cognitivo, propiedad
intelectual y creación colectiva. Madrid: Traficantes de sueños,
2004.
20
namiento de la lógica neoliberal del gobierno sobre los
ciudadanos y la perpetuación de la desigualdad social y
la precarización de la vida, revitaliza a su vez el espacio
para una política surgida de la movilización ciudadana,
que no se asienta ya en las formas clásicas de la
representación ni en las de la soberanía, exigiendo tal
vez una reinvención de la propia idea de ser ciudadanos
y ciudadanas, y sobre todo de la universidad misma.
De igual manera, las movilizaciones y las tensiones
del conflicto universitario hacen resurgir la discusión
pública en torno a la noción de ideología, ya sea en
su utilización laxa desde el establishment político
y periodístico que acusa a los estudiantes de estar
«ideologizados», asumiéndose por su parte como es-
feras libres del accionar ideológico, o bien desde su uso
en ciertos grupos de izquierda que intentan apropiarse,
con viejas consignas y métodos, de un movimiento
social que trasciende su propia ideología partidista
en la apertura rizomática con la cual se manifiesta,
pues su estrategia –la coordinación– es un éxodo de
la política tradicional, y la invención de una política
singular, experimental, abierta al acontecimiento
y a la democracia por venir17. Lo cierto es que en
este panorama en el cual se cuajan los diferentes
momentos históricos de la deriva de la Universidad

17 Mauricio Lazzarato, «La forma política de la coordinación»,


en Arte, máquinas, trabajo inmaterial. Marcelo Expósito, co-
ordinador. Madrid: Brumaria, 2006. Páginas 341 a 350.
21

Occidental, las universidades en su accionar global


y local ya no pueden seguir siendo consideradas
simplemente espacios autónomos del saber, centros
privilegiados del progreso del pueblo, instituciones
hegemónicas de la clase dominante o aparatos
ideológicos del Estado. En su (co)incidencia con el
mercado, la crisis de la universidad es también la
crisis de nuestra capacidad analítica para definir
cuál debería ser su lugar, para determinar, de una
vez por todas, la resolución de la contienda18. Quizás
es por eso, porque se sostiene con dificultad en un
lugar que está siempre en disputa, que la universi-
dad adquiere una vez más valor político.

VI

Este libro, pensado a partir del auge del movimiento


estudiantil, es un conjunto de ensayos que busca
aportar materiales para el debate y la lucha
universitaria, e insistir en la relevancia de los
puntos referidos. Nos propusimos escribir e invitar
a otros a hacerlo. En conjunto, nos interesa abrir el
espectro de la discusión, centrado principalmente
en la recuperación de la educación pública, sin
considerar muchas veces las mutaciones –tanto

18 Willy Thayer. La crisis no moderna de la universidad


moderna. Santiago: Cuarto Propio, 1996.
22
locales como globales– que han acontecido en
los últimos treinta años, mutaciones que hacen
imposible el retorno a la universidad que conocieron
las generaciones anteriores. No pretendemos agotar
todas las dimensiones del debate, todas sus líneas,
sino visibilizar algunos posibles ejes de articulación
y contienda.
En ese sentido, el ya clásico ensayo de Bill
Readings que abre el volumen parte constatando
la obsolescencia de la universidad moderna
identificada con el Estado-nación y demuestra
cómo la idea de excelencia ha devenido principio
organizador de las universidades contemporáneas,
a pesar de que su vacuidad, su no-referencialidad,
la convierte en paradójica medida integral de
todo el quehacer universitario a través de índices
y rankings diversos, permitiendo la contabilidad
exhaustiva de las instituciones de educación superior
y su incorporación a una red internacional de
sistemas burocráticos. Así, la propia idea moderna
de Universidad se vacía, tomando la forma de una
corporación burocrática que no trabaja para nadie
más que para sí misma, y que mediante la noción de
excelencia se integra al mercado19.
19 Una rápida mirada a los lemas de algunas universidades
chilenas en sus páginas web nos arroja el siguiente muestrario:
Universidad Andrés Bello, «una universidad que ofrece, a quie-
nes aspiran a progresar, una experiencia educacional inte-
gradora y de excelencia»; Pontificia Universidad Católica de
23

El ensayo de Alejandra Castillo aborda la ins-


talación y el enmarque de la democracia elitista en
Chile, es decir, de un gobierno basado en la circularidad
de grupos dirigentes, principales detentadores y
proveedores del prestigio y los bienes políticos, que
cobijan además un sistema educacional dispensador
de mercancías para un mercado de consumidores.
Se observa, entonces, un traslado al léxico político
y educacional de términos provenientes del mundo
empresarial; el de excelencia es uno de los que más
resalta en las retóricas y prácticas del gobierno. De
esta manera olvidamos que a la democracia le es
propio un principio de igualdad y no de exclusión,
como sucede en nuestro marco constitucional.
Chile, «una institución que integra la excelencia académica y
una formación inspirada en la doctrina cristiana»; Universidad
de Chile, «una institución de educación superior de carácter
nacional y pública, que asume con compromiso y vocación
de excelencia la formación de personas»; Universidad Adolfo
Ibáñez, «único partner del CFA Institute Chile [que establece]
los más altos estándares éticos, educacionales y de excelencia
profesional»; Universidad Diego Portales, «consciente de los
grandes desafíos en el Ámbito de la educación y la excelencia»;
Universidad San Sebastián, «porque es conocida, con acadé-
micos de excelencia y posee una moderna infraestructura»;
Universidad del Desarrollo, «no sólo preocupada por formar
profesionales de excelencia, sino también por el desarrollo
integral de sus estudiantes» (mención aparte, su referencia
a «cifras de excelencia»); Universidad de Concepción, «que
potencia su capacidad competitiva al combinar la excelencia
de su educación con el importante apoyo a la excelencia en los
servicios entregados a los estudiantes».
24
Por su parte, raúl rodríguez freire [sic] traza
una genealogía de la noción de capital humano –en
Estados Unidos y en Chile–, y refiere su impacto en la
precarización del saber como también en las actuales
condiciones de vida, con un énfasis en aquellos y
aquellas que se dedican a la docencia universitaria.
Este ensayo describe el tránsito –con la reforma
universitaria de 1981– de una universidad centrada
en el género humano (Bello) a una centrada en el
capital humano (Friedman), donde trabajadores y
estudiantes han devenido pequeños capitalistas o,
en la lengua dominante, emprendedores. El título
pone el acento en las mutaciones del espacio del
saber, desde la idea de identidad de Alfonso Reyes
a la precarización como norma del existir.
El ensayo de Andrés Maximiliano Tello realiza
una genealogía de la noción de «bien» como crítica
a las tesis que ven en la contienda actual de las
universidades el efecto de la disolución limítrofe en-
tre bienes públicos y bienes privados en un mercado
autorregulado. El vínculo entre la consagración de
los bienes con las diferentes expresiones históricas
del paradigma político de la soberanía y del gobierno
demuestra que no es el Estado quien administra
aquello que llamamos comúnmente bienes, sino las
más amplias tecnologías gubernamentales. En su
reducción al registro económico y delimitando los
bienes funcionalmente en divisiones o mixturas de

25

lo público y lo privado, estas tecnologías configuran


el régimen político –o, mejor dicho, policial– en que
los bienes se disponen socialmente. No obstante,
el texto sostiene que los bienes no pre-existen a la
composición de su uso, y por ello no anteceden a
la intervención de la política que, en este caso, se
manifiesta en el movimiento estudiantil.
El ensayo de Willy Thayer aborda el desman-
telamiento perpetrado por el Golpe de Estado
en Chile y el marco de la Dictadura soberana
(Schmitt) de la Constitución del 80, que contiene la
transición al no marco neoliberal. Plantea entonces
que la Dictadura introduce soberanamente la
transición a un mercado sin encuadre: el gobierno
de poblaciones según el cálculo financiero. En este
sentido, la modernización del sistema educacional
impulsada durante las últimas décadas no sería
más que otra muestra de esa misma transición en
el ensamble soberano-empresarial, exhibiendo así
la educación bicentenaria del estado de excepción
como la regla con que vivimos. Para cerrar, Thayer
se refiere, justamente, a la insubordinación del
movimiento estudiantil en medio de dicho ensamble
de tecnologías, a su interrupción como momento
irreductible a ese ensamble.
El ensayo de Sergio Villalobos-Ruminott se
aboca, primero, a mostrar la complicidad estructural
entre reformismos progresistas y neoliberales, los

26
cuales, basados en el mismo modelo de moderni-
zación, desarrollismo, y temporalidad histórica –el
historicismo–, tienden a fundamentar el diseño
biopolítico de la sociedad con reformas cons-
titucionales, laborales y educacionales orientadas
por idénticos presupuestos normativos. Una vez
establecido este horizonte, el texto interroga la crisis
educacional chilena como sinécdoque de la crisis del
patrón de acumulación global, y resalta la política
reveladora del movimiento estudiantil, que vendría a
desocultar ese proceso de modernización que entraña
la precarización de la vida.
Finalmente, Alberto de Nicola y Gigi Roggero
plantean en sus ocho tesis la necesidad de enfrentar
el arruinamiento de la universidad moderna sin
nostalgias. Describen su nuevo estado como sitio
de control, jerarquización flexible e inclusión dife-
rencial del «trabajo y conocimiento vivo» en el capi-
talismo global contemporáneo. Si bien la institución
universitaria ya no ocupa un lugar central en la pro-
ducción del conocimiento, desbordado por las redes
de información, sigue siendo importante como espacio
de luchas políticas, como sitio del potencial exceso,
expresado en las manifestaciones de estudiantes y
trabajadores precarios que demuestran la posibilidad
de crear agencias antagónicas y de abrir nuevas
alternativas para pensar instituciones orientadas a la
cooperación social y a la construcción común.

27

El conjunto de ensayos que aquí proponemos no


cruzan sólo la política, sino también –y de manera
fundamental– la economía política que cataliza
las contiendas universitarias del siglo XXI. Es de
esperar entonces que esta reunión contribuya a los
debates y luchas que hoy se dan en el ámbito de la
educación. Serán debates y luchas que pasan por
la Universidad sin detenerse en ella.

raúl rodríguez freire y


Andrés Maximiliano Tello
Santiago y Berlín, noviembre de 2011

28
LA IDEA DE EXCELENCIA
Bill Readings1

Lo relevante de hacer una distinción entre la


Universidad moderna como brazo ideológico del
Estado-Nación y la Universidad contemporánea
como corporación burocrática es que permite
observar un importante fenómeno. La excelencia
se convierte rápidamente en la consigna de la
Universidad, y para alcanzar una comprensión de
la Universidad como institución contemporánea
es necesaria una reflexión sobre lo que puede o no
significar este recurso a la excelencia.
Un par de meses después de mi primera charla
sobre lo significativo del concepto de excelencia, la
principal revista semanal de noticias de Canadá,
Maclean’s, publicó su tercera edición especial
anual sobre las universidades canadienses, similar

1 Este ensayo corresponde al segundo capítulo del libro de Bill


Readings The University in Ruins. Cambridge: Harvard UP,
1996. Fue publicado originalmente en el segundo número de
Papel máquina. Revista de Cultura durante 2009. Traducción
de Pablo Abufom.
29

al tipo de ránking producido por U. S. News and


World Report. La edición de Maclean’s del 15
de noviembre de 1993, que se proponía hacer un
ránking de todas las universidades según diversos
criterios, fue titulada, para mi sorpresa, Un índice
de excelencia2. Esto me sugiere que la excelencia no
es tan sólo el equivalente de la gestión de calidad
total (GCT). No es simplemente algo que fue
importado a la Universidad desde la empresa como
un intento de administrar la Universidad como
si fuera un empresa. Ese tipo de importaciones
implican, después de todo, que la Universidad no
es realmente una empresa, sino que es como una
empresa sólo en algunos aspectos.
Cuando la Ford Motors firma un «acuerdo
de cooperación» con la Ohio State University
para desarrollar «una gestión de calidad total
en todas las áreas de la vida del campus», este
acuerdo se basa en el supuesto de que «la misión
de la universidad y la de la corporación no son
tan diferentes», como señala Janet Pichette,
vicepresidenta de negocios y administración en
la Ohio State3. No «tan diferentes» quizás, pero
tampoco idénticas. La Universidad está camino
a convertirse en una corporación, pero todavía

2 Maclean’s, 106, Nº 46. 15 de Noviembre de 1993.


3 Citado en Aruna Jagtiani, «Ford Lends Support to Ohio
State», Ohio State Lantern, 14 de Julio de 1994. Página 1.
30
tiene que aplicar la GCT a todos los aspectos de
su experiencia, aunque el hecho de que E. Gordon
Gee, presidente de la Ohio State, pueda referirse a
«la universidad y a los clientes que ésta sirve» es un
signo de que la Ohio State está bien encaminada.
La invocación de la «calidad» es el medio para
lograr esa transformación, puesto que la «calidad»
puede hacer referencia a «todas las áreas de vida
del campus» indistintamente, y puede ponerlas
juntas en una misma escala de evaluación. Tal
como informa el periódico del campus, el Ohio State
Lantern, «la calidad es el asunto principal para la
universidad y los clientes que ésta sirve, expresó
Gee, refiriéndose a los académicos, los estudiantes,
sus padres y los ex alumnos»4. La necesidad que
tuvo el autor de este artículo de especificar a quién
se refería el presidente al hablar de los «clientes»
de la Universidad es un signo conmovedor de una
visión casi arcaica de la educación, una que imagina
que todavía podría surgir alguna confusión sobre
este asunto.
Podríamos entonces sugerir una clarificación
al presidente Gee: si la calidad no es la cuestión
principal, pronto lo será la excelencia, porque es
el reconocimiento de que la Universidad no es
como una corporación; es una corporación. Los
estudiantes de la Universidad de la Excelencia
4 Ibid.
31

no son como clientes; son clientes. Porque la


excelencia implica un salto cuántico: se desarrolla
en la Universidad como la idea en torno de la cual
gira la Universidad y a través de la que se vuelve
comprensible al mundo exterior (en el caso de
Maclean’s, las clases media y alta de Canadá).
En general escuchamos a los administradores
universitarios hablar mucho sobre la excelencia,
porque se ha convertido en el principio unificador
de la Universidad contemporánea. Las «dos cul-
turas» de C. P. Snow se han convertido en las
«dos excelencias», la humanista y la científica5.
Como principio integrador, la excelencia tiene la
ventaja singular de no tener sentido alguno o, para
decirlo más precisamente, de ser no-referencial.
He aquí, como ejemplo del modo en que la
excelencia socava la referencia lingüística, una
carta de William Sirignano, ex decano de ingeniería
de la Universidad de California en Irvine, a los
académicos y funcionarios. Se trata de una queja
sobre su destitución por parte del canciller Laurel
Wilkening reseñada en el periódico del campus:

«La Oficina del Presidente y la administración


central del campus de la UCI están demasiado
enfrascados en el manejo de crisis, el autoservicio

5 C. P. Snow. Two Cultures and a Second Look. Cambridge:


Cambridge University Press, 1969.
32
y la controversia como para impulsar la
excelencia en los programas académicos»,
escribió Sirignano en un memorándum del
22 de marzo. Alentó al nuevo decano, a los
miembros del departamento y los académicos,
a «crear presiones en pos de la excelencia para
la escuela». La transición del liderazgo «será
un desafío para la búsqueda de excelencia y de
movilidad social para la Escuela de Ingeniería»,
dijo. «No va a ser fácil reclutar a un decano
excelente en este tiempo de crisis fiscal»6.

En una situación de estrés máximo, y con el fin


de oponerse al presidente de la universidad, el
decano apela al lenguaje de la excelencia con
una regularidad que es más destacable en la
medida que pasa desapercibida por el autor del
artículo7. En efecto, éste ha seleccionado aquellas
frases que incluyen la palabra «excelencia» como
las que resumen más precisamente el sentido de

6 Phat X. Chem, «Dean of Engineering Forced Out», en New


University. University de California en Irvine. 4 de Abril,
1994. Las cursivas son mías.
7 Se puede percibir con cierta evidencia la distancia que
hemos viajado al notar la ironía histórica en el hecho de que
esta es una carta redactada un día 22 de marzo para criticar a
una universidad, la misma fecha utilizada para darle nombre
al movimiento revolucionario en las universidades francesas
en 1968, el «Movimiento 22 de marzo». Sic transit.
33

la carta. La excelencia aparece aquí como una


base incontestable, el arma retórica que más
posibilidades tiene de recibir aprobación general.
Regresando al ejemplo del acuerdo entre la Ford y
la Ohio State, podríamos suponer que un número
considerable de académicos pudieron darse cuenta
de la imposición exterior de la «gestión de calidad
total», pudieron resistir la ideología implícita en la
noción de calidad y plantear que la Universidad no
era análoga a una empresa, como afirmaba la Ford.
Pero Sirignano es un académico que le escribe a un
académico para una audiencia de académicos. Y su
recurso a la excelencia no está encubierto ni aparece
mitigado, no parece requerir explicación. Muy por
el contrario. La necesidad de la excelencia es algo
en lo que todos estamos de acuerdo. Y estamos de
acuerdo sobre ella porque no es una ideología, en
el sentido de que no tiene un referente externo o
un contenido interno.
Hoy en día, todos los departamentos de la
Universidad pueden ser instados a esforzarse por la
excelencia, puesto que la aplicabilidad general de la
noción es directamente proporcional a su vacuidad.
Así, por ejemplo, la Oficina de Investigación y
Estudios de Grado de la Universidad de Indiana en
Bloomington explica que en su programa de Becas
de Verano para Académicos «la excelencia de la
propuesta de investigación es el principal criterio

34
empleado en el procedimiento de evaluación»8. Esta
frase, por supuesto, no tiene sentido alguno, y aun
así se supone que la invocación de la excelencia va
más allá del problema de la cuestión del valor entre
disciplinas, ya que la excelencia es el denominador
común de una buena investigación en todos los
campos. Aunque así fuere, significaría que la
excelencia no podría invocarse como un criterio,
porque no es un estándar fijo para juzgar, sino
un calificador cuyo significado se fija en relación
a algo más. Un bote excelente no es excelente por
los mismos criterios que un avión excelente. De ese
modo, decir que la excelencia es un criterio no dice
absolutamente nada más que el hecho de que el
comité no revelará los criterios usados para juzgar
las postulaciones.
Y el uso del término «excelencia» no se limita
a las disciplinas académicas en la Universidad.
Por ejemplo, Jonathan Culler me ha informado
que los Servicios de Estacionamiento de la Cornell
University recibieron recientemente un premio
por «excelencia en estacionamientos». Esto
significa que han logrado un nivel destacable
de eficiencia en restringir el acceso de vehículos
motorizados. Tal como me señaló, la excelencia
podría haber significado también que se facilitara

8 «Summer Faculty Fellowships: Information and Guidelines»,


Indiana University, Bloomington Campus, mayo de 1994.
35

la vida de las personas aumentando la cantidad de


estacionamientos disponibles para el profesorado. El
asunto aquí no son los méritos de una u otra opción,
sino el hecho de que la excelencia puede funcionar
igual de bien como criterio evaluativo para ambos
lados del problema de lo que constituye la «excelencia
en estacionamientos», porque la excelencia no tiene
un contenido propio. No importa que sea una cues-
tión de aumentar el número de autos en el campus (en
aras de la eficiencia del empleado –menos minutos
perdidos en caminar) o de disminuir el número
de autos (en aras del medioambiente); el trabajo
de los funcionarios de estacionamientos puede ser
descrito en términos de excelencia en ambos casos9.
Es precisamente la falta de referencia lo que permite
a la excelencia funcionar como un principio de
traducibilidad entre idiomas radicalmente diferentes;
tanto los servicios de estacionamiento como las
becas de investigación pueden ser excelentes, y su
excelencia no depende de ninguna cualidad o efecto
específico que ambos compartan.
Este es claramente el caso en el artículo de
Maclean’s, donde la excelencia es la divisa común
para el ránking. Categorías tan diversas como la
9 Como unidad de valor puramente interna, la excelencia com-
parte con la virtù de Maquiavelo la ventaja de que permite
que el cálculo sea hecho según una escala homogénea. Sobre
la virtù, véase Maquiavelo. The Prince. Wdición y traducción
de Robert M. Adams. Nueva York: Norton, 1977.
36
composición del cuerpo estudiantil, el tamaño de
los cursos, los financiamientos y las existencias en
biblioteca pueden reunirse en una misma escala
de excelencia. A estos ránkings no se ingresa
fácilmente. Con unos escrúpulos de los que la
comunidad académica podría enorgullecerse, la
revista dedica dos páginas completas a presentar
la manera en que produjo las evaluaciones. Así,
el cuerpo estudiantil es medido en términos de
notas de ingreso (mientras más altas, mejor), el
promedio de notas durante el estudio (mientras
más alto, mejor), el número de estudiantes «de
otras provincias» (más es mejor), y los índices de
graduación dentro de límites estándar de tiempo
(lograr la normalización es una buena cosa). El
tamaño y la calidad de los cursos son medidos
en términos de la proporción entre estudiantes y
profesores (que debiera ser baja) y la proporción
entre profesores contratados y profesores part-
time o ayudantes de posgrado (que debiera ser
alta). El profesorado es evaluado en términos de
la cantidad de Ph.D., la cantidad de ganadores de
premios, y la cantidad y montos de becas federales
obtenidas, aspectos que son considerados como
índices de mérito. La categoría «finanzas» evalúa
la salud fiscal de una universidad en términos del
balance del presupuesto operativo disponible para
gastos, servicios estudiantiles y becas. El fondo de

37

biblioteca es analizado en términos de volúmenes


por estudiante y el porcentaje del presupuesto
universitario dedicado a la biblioteca, así como el
porcentaje del presupuesto de biblioteca dedicado
a nuevas adquisiciones. Una categoría final, la
«reputación», combina el número de ex alumnos
que hacen donaciones a la universidad con los
resultados de una «encuesta realizada a altos
funcionarios universitarios y directores ejecutivos
de importantes corporaciones a lo largo de Canadá»
(40). El resultado es un «índice de excelencia», al
que se llega combinando las cifras en una propor-
ción de 20% por estudiantes, 18% por tamaño de los
cursos, 20% por el profesorado, 10% por finanzas,
12% por bibliotecas y 20% por «reputación».
Varias cosas son obvias en este ejercicio. De
manera inmediata, la arbitrariedad de la ponde-
ración de los factores y el carácter dudoso de estos
indicadores cuantitativos de calidad. Junto con
cuestionar la relativa ponderación atribuida a cada
una de las categorías, podemos hacer una serie de
preguntas acerca de lo que constituye la calidad
en educación. ¿Son las notas la única medida para
los logros de los estudiantes? ¿Por qué se privilegia
la eficiencia de modo tal de asumir que graduarse
«a tiempo» es algo bueno? ¿Cuánto tiempo toma
educarse? La encuesta supone que el mejor profe-
sor es aquel que posee los grados universitarios más

38
altos y la mayor cantidad de becas, ese profesor
que es la reproducción más fiel del sistema. Pero,
¿quién dice que eso define a un buen profesor? ¿Es
la universidad más rica necesariamente la mejor?
¿Cuál es la relación que se tiene con el conocimiento
cuando se ve a la biblioteca como el lugar en que
éste es acopiado? ¿Es la cantidad la mejor medida
de relevancia para el fondo de una biblioteca? ¿Es
el conocimiento sólo algo que debe reproducirse
desde la bodega o es algo que se produce en la
enseñanza? ¿Por qué habrían de ser los altos funcio-
narios universitarios y los directores ejecutivos de
importantes corporaciones los mejores jueces de
la «reputación»? ¿Qué tienen en común, y no es
acaso preocupante esta compatibilidad? La idea
de reputación, ¿no eleva acaso el prejuicio al nivel
de un índice de valor? ¿Cómo fueron escogidos los
individuos? ¿Por qué se incluye la «encuesta de
reputación» en un ránking diseñado para establecer
reputaciones?
La mayoría de estas preguntas son abstractas, en
el sentido de que son sistemáticamente incapaces de
producir certeza cognitiva o respuestas definitivas.
Preguntas como estas necesariamente darán origen
a un debate mayor, ya que están radicalmente en
conflicto con la lógica de la cuantificación. En efecto,
se han hecho críticas a las categorías usadas (y a
la manera en que son definidas) en el estudio de

39

Maclean’s, así como a su equivalente de U.S. News


and World Report. Esta debe ser la razón por la
que Maclean’s incluye un artículo adicional de
tres páginas titulado «La batalla por los hechos»,
que relata la heroica lucha de sus periodistas en la
búsqueda de la verdad, pese a los intentos de las
universidades por esconderla. Este ensayo detalla
también las dudas expresadas por una serie de
universidades, por ejemplo la queja del presidente
de la Universidad Brandon de Manitoba de que
«muchas de las fortalezas de las universidades
no son recogidas en este ránking de Maclean’s»
(46). Una vez más, el presidente discute sólo con
los criterios particulares, no con la lógica de la
excelencia ni con el ránking que ésta permite. Y
cuando los autores del artículo señalan que «el
debate arroja luz sobre un profundo malestar con
respecto a la rendición de cuentas» no se refieren a
una crítica a la lógica de la contabilidad. Lejos de eso.
Cualquier cuestionamiento de dichos indicadores
de desempeño es considerado como una resistencia
a la rendición pública de cuentas, un rechazo a
ser interrogado según la lógica del capitalismo
contemporáneo, que requiere «índices claros para
establecer el desempeño universitario» (48).
Dada esta situación, es necesario cuestionar
los criterios. Sin embargo hay que decir algo más
general con respecto a la amplia conformidad de

40
las universidades con la lógica de la contabilidad.
La Universidad y Maclean’s parecen hablar el
mismo lenguaje, por decirlo de alguna manera:
el lenguaje de la excelencia. Pero esto de «hablar
el mismo lenguaje» es un asunto espinoso en
Canadá. Esta encuesta se realiza en un país que es
bilingüe, donde las diferentes universidades hablan,
literalmente, distintas lenguas. Y tras el hecho de
que los criterios están altamente sesgados en favor
de las instituciones anglófonas reside el supuesto
fundamental de que hay un estándar único, un
índice de excelencia, según el cual pueden ser
juzgadas las universidades. Y es la excelencia lo que
permite la combinación de rasgos completamente
heterogéneos, como las finanzas y la composición
del cuerpo estudiantil, en una sola escala. Un indicio
de la flexibilidad de la excelencia es que permite la
inclusión de la reputación como una categoría entre
otras en un ránking que está hecho para definir la
reputación. La metalepsis que hace posible que la
reputación sea el 20% de sí misma es permitida por
la intensa flexibilidad de la excelencia: posibilita
que el error categorial se haga pasar por objetividad
científica.
Sobre todo, la excelencia opera como la divisa
de un campo cerrado. La encuesta permite la
exclusión a priori de todos los asuntos referenciales,
esto es, cualquier pregunta sobre lo que pueda

41

ser la excelencia en la Universidad, sobre lo que


el término pueda significar. La excelencia es, y
la encuesta es bastante explícita en este punto,
un medio de clasificación comparativa entre
elementos de un sistema enteramente cerrado: «A
las universidades, en tanto, la encuesta les da la
oportunidad de clarificar sus propias visiones –y
medirse contra sus pares» (40). La excelencia es
claramente una unidad de valor puramente interna
que efectivamente pone entre paréntesis todas
las cuestiones de referencia o función, creando
así un mercado interno. De aquí en adelante, la
pregunta por la Universidad es sólo la pregunta
por la relación entre calidad y precio, pregunta a la
que se enfrenta un estudiante plenamente situado
como consumidor y no como alguien que quiere
pensar (regresaré más adelante al asunto de lo que
significa pensar).
La imagen de estudiantes hojeando catálogos,
con todo el mundo a su disposición, es una imagen
notablemente difundida que ha generado pocos
comentarios. Aunque no quisiera dar a entender
que los estudiantes no debieran tener la opción de
escoger, pienso que vale la pena reflexionar sobre
lo que supone esta imagen. Lo más obvio es que
supone la capacidad de pagar. El asunto del acceso
a la educación terciaria es puesto entre paréntesis.
La educación terciaria es percibida simplemente

42
como otro bien durable, de modo que la capacidad
de acceder a ella o la relación calidad-precio se
vuelven unas categorías entre otras que influyen
la opción individual. Pensemos en las reseñas de
usuarios sobre qué auto comprar. El precio es un
factor entre otros, y el efecto de la integración de
categorías heterogéneas de clasificación en un único
cociente de excelencia se hace obvio. Escoger una
determinada universidad y no otra se presenta
como algo que no difiere mucho de la evaluación
de los costos y los beneficios de un Honda Civic
contra los de un Lincoln Continental en un año o
periodo dado.
En su edición del 3 de octubre de 1994, el
U.S. News and World Report incluso aprovecha
esta comparación potencial entre la industria
automotriz y la Universidad10. Un artículo dere-
chamente titulado «Cómo pagar la universidad» es
seguido por una serie de cuadros que evalúan las
«escuelas más eficientes» y las «mejores ofertas»,

10 «News You Can Use», U.S. News and World Report 117.13,
3 de octubre, 1994. Páginas 70 a 91. El U.S. News and World
Report no ha limitado su enfoque a la educación de pregrado,
como pareciera sugerir esta edición en particular. Antes, ese
mismo año, publicó una edición especial dedicada enteramente
a «Las Mejores Escuelas de Posgrado de Estados Unidos». Que
dicha edición haya sido patrocinada por una compañía de autos
–específicamente un auto, el Neon de Plymouth y Dodge– es
una ironía que no hay que perder de vista aquí.
43

comparando «precios de etiqueta» (aranceles


promocionados) y «aranceles de descuento» (el
arancel efectivo una vez que se contabilizan las
becas y subsidios). Se les recuerda a los estudiantes
y padres consumidores que, igual que cuando
compran un auto, especialmente en los años en
que la industria automotriz estadounidense lucha
por conseguir clientes, el primer precio que ven
no es el que se espera que paguen. El U.S. News
and World Report informa a sus lectores que
hay descuentos ocultos similares en la educación
universitaria, y que los consumidores sabios –que
ahora ocupan toda la gama de niveles de ingreso
(la lógica del consumismo ya no influye sólo a los
«menos afortunados»)– debieran poner atención a
la relación entre calidad y precio. La eficiencia del
combustible, sea calculada en kilómetros por litro
o en gasto por estudiante, es una preocupación
creciente cuando se trata de medir la excelencia11.
11 Que el vínculo entre consumismo y retórica de la excelencia
apunta a una vasta audiencia es ciertamente un hecho con que
estas revistas cuentan, no sólo para vender copias individuales
de una edición, sino también para hacer que los lectores
vuelvan por más información y más revistas en el futuro. Es
bastante interesante notar que los índices de excelencia y de
calidad-precio en las universidades parecen cambiar año a
año, a diferencia de los índices de la industria automotriz.
Para estar al día con estos cambios, los consumidores sabios
deben comprar cada año el U.S. News and World Report o
Maclean’s si quieren recibir la información lo más actualizada
44
Pese a lo mucho que esta perspectiva pueda
asustarnos, o por más que algunos de nosotros
pensemos que podemos resistirnos a la lógica
del consumismo cuando se trata de la educación
terciaria, todos parecen estar a favor de la exce-
lencia12. Opera no sólo como el estándar de la
posible. Por ejemplo, aunque McGill alcanzó el primer lugar
en la categoría «Médico/Doctoral» en Maclean’s el año 1993,
ya en 1994 había descendido hasta una menos impresionante
tercera posición general (Maclean’s 107.46, 14 de noviembre
de 1994). Asimismo, el lector que quiera estar completamente
informado sobre los criterios del U.S. News and World Report
usados para estimar las universidades «Más eficientes» y de
«Mejor oferta» debiera también comprar la edición anterior
de la revista porque, como se nos dice en el artículo que
acompaña a los cuadros, «Sólo las escuelas que quedaron
en la mitad superior de nuestros ránkings de universidades
nacionales y escuelas nacionales de artes liberales, publicados
la semana pasada, fueron consideradas como potenciales
mejores ofertas» (3 de octubre de 1993, página 75. Cursivas
mías). Presumiblemente, estar plenamente informado requie-
re al menos dos ediciones del U.S. News and World Report.
12 Obviamente no todas las universidades reciben con agrado
la idea de que se parecen a la venta de autos. Así lo señala
Edwin Below, director de ayuda financiera en la Wesleyan
University: «Es mucho más probable que vea si pasamos algo
por alto [en la oferta de ayuda financiera] cuando las familias
son honestas acerca de sus problemas financieros que cuando
tratan el proceso como si fueran a comprar un auto usado»
(citado en el U.S. News and World Report, 3 de octubre de
1994, p. 72). Sin embargo, no todos los funcionarios de la
Universidad parecen preocuparse por las similitudes, aun
45

evaluación externa, sino también como la unidad de


valor en cuyos términos la Universidad se describe a
sí misma, en cuyos términos la Universidad alcanza
la autoconciencia que supuestamente es garantía de
autonomía intelectual en la modernidad. Dado esto,
¿quién podría estar contra la excelencia? Así, por
ejemplo, la Facultad de Estudios de Posgrados de la
Université de Montréal se describe de la siguiente
manera:

Creada en 1972, a la Facultad de Estudios de


Posgrado [Faculté des études supérieures] se le
ha confiado la misión de mantener y promover
estándares de excelencia en el nivel de los estu-
dios de magíster y de doctorado; de coordinar
la enseñanza y estandarización [normalisation]
de programas de posgrado; de estimular el
desarrollo y la coordinación de la investigación
en asociación con los departamentos de in-
vestigación de la universidad; de favorecer la

cuando no están dispuestos a hacer el paralelo. De acuerdo a la


misma edición del U.S. News and World Report, «un creciente
número de escuelas, como la Carnegie Mellon University en
Pittsburgh, están haciéndole saber a las familias que allí se
aceptan peticiones [de ayuda financiera]. En cartas enviadas
esta primavera a todos los futuros estudiantes a los que se
les ofreció ayuda, el mensaje de la universidad fue claro:
«Envíanos una copia de tus otras ofertas –queremos ser
competitivos»» (72).
46
creación de programas interdisciplinarios y
multidisciplinarios13.

Notemos aquí la intersección de la excelencia con


la «integración y estandarización» y el recurso
a lo «interdisciplinario». El término francés
«normalisation» permite captar con fuerza lo
que está en juego en la «estandarización» –espe-
cialmente a aquellos familiarizados con la obra
de Michel Foucault. ¿Es sorprendente que las
corporaciones se parezcan a las universidades, a los
centros de atención médica, y a las organizaciones
internacionales, que se parecen todas a las corpo-
raciones? Vigilar y castigar, de Foucault, explora
la reorganización en el siglo XVIII y XIX de los
mecanismos de poder estatal, especialmente
del sistema judicial, en torno a la vigilancia y la
normalización de delincuentes, en lugar de su pu-
nición ejemplar mediante la tortura y la ejecución.

13 Folleto publicitario publicado por la Direction des Commu-


nications de la Université de Montréal el 1 de octubre de 1992,
traducción mía. El original dice así: «Créée en 1972, la Faculté
des études supérieures a pour mission de maintenir et de
promouvoir des standards d’excellence au niveau des études
de maîtrise et de doctorat; de coordonner l’enseignement et
la normalisation des programmes d’études supérieures; de
stimuler le développement et la coordination de la recherche
en liaison avec les unités de recherche de l’Université; de
favoriser la création de programmes interdisciplinaires ou
multidisciplinaires».
47

Los criminales son tratados en vez de destruidos,


pero esta aparente liberalización es también un
modo de dominación más terrible en la medida
que no deja espacio alguno para la transgresión.
El crimen ya no es más un acto de libertad, un
resto que la sociedad no puede manejar y debe
expulsar. Ocurre más bien que el crimen viene a
ser considerado como una desviación patológica
respecto de las normas sociales que debe curarse.
El capítulo de Foucault sobre el «Panoptismo»
termina con estas resonantes preguntas retóricas:

El sometimiento a «observación» prolonga


naturalmente una justicia invadida por los
métodos disciplinarios y los procedimientos
de examen. ¿Puede extrañar que la prisión
celular con sus cronologías ritmadas, su trabajo
obligatorio, sus instancias de vigilancia y de
notación, con sus maestros de normalidad, que
relevan y multiplican las funciones del juez, se
haya convertido en el instrumento moderno de
la penalidad? ¿Puede extrañar que la prisión
se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los
cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se
asemejan a las prisiones?14

14 Michel Foucault. Discipline and Punish. Traducción de Alan


Sheridan. New York: Vintage, 1979; Vigilar y castigar. Traduc-
ción de Aurelio Garzón. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.
48
La noción de excelencia, que opera menos para
permitir la observación visual que para posibilitar
la contabilidad exhaustiva, cumple la función de
hacer ingresar a la Universidad en una red similar
de instituciones burocráticas. Es decir que la
«excelencia» tiene la función de permitir que la
Universidad se entienda a sí misma exclusivamente
en términos de estructura de administración
corporativa. Por ello, como mencioné brevemente
en el capítulo 1 [del libro al que pertenece este
artículo], al escribir para la UNESCO el informe «La
Universidad como una institución hoy», Alfonso
Borrero Cabal construye deliberadamente su visión
de la Universidad en términos de administración:
«La primera parte –la introducción– se ocupa de
la administración en términos de organización ins-
titucional interna y la idea externa o proyectiva de
servicio [...]. La segunda parte se enfoca en el primer
significado de administración: la organización y
funcionamiento interno de la Universidad [...].
La tercera parte aborda el sentido externo de la
administración, el del servicio a la sociedad»15.
Esta perspectiva principalmente administrativa es
ubicada de modo explícito como resultado del afán
de la Universidad por «convertirse en parte de la

15 Alfonso Borrero Cabal. The University as an Institution


Today. Paris y Ottawa: UNESCO y IDRC, 1993.
49

escena internacional» (19). La globalización exige


que «se le dé mayor atención a la administración»
para permitir que se integre de mejor manera el
mercado del conocimiento, que Borrero Cabal
ubica en directa relación con la necesidad del
«desarrollo». Con el fin de la Guerra Fría, como se-
ñala Marco Antonio Rodrigues Días en su prefacio a
este informe, «el problema central en el mundo es
el «subdesarrollo»» (xv). En realidad esto significa
que el lenguaje en que se deben dar las discusiones
globales no es el del conflicto cultural, sino el de la
gestión económica. Y es el lenguaje de la gestión
económica lo que da forma al análisis de Borrero
Cabal sobre la Universidad en todo el mundo. Así
es como sostiene, por ejemplo: «Planificación,
ejecución, evaluación: las acciones naturales de
personas e instituciones responsables conforman
las tres importantes etapas que completan el
ciclo del proceso administrativo. En orden lógico,
la planificación precede a la ejecución y a la
evaluación, pero toda planificación debe comenzar
con una evaluación» (192).
La idea de que los procesos secuenciales de la
gestión empresarial son las «acciones naturales»
de «personas responsables» puede parecer sor-
prendente para algunos de nosotros. ¿Qué tipo
de responsabilidad es esta? Claramente no es la
de un padre ante un hijo, por ejemplo. La única

50
responsabilidad en juego aquí es la responsabilidad
de proporcionar informes administrativos para
grandes corporaciones, algo que se vuelve claro
cuando Borrero Cabal comienza a desarrollar lo
que quiere decir con planificación: «Ya que la
«planificación estratégica» [...] la «administración
por objetivos» [...] y los sistemas de «calidad total»
son debatidos con frecuencia, es natural adoptar
estos medios de planificación que son tan anti-
guos como la humanidad aun cuando no fueran
formalizados hasta finales del siglo XVIII» (197).
Una vez más, se invoca lo «natural». Borrero
Cabal cita una serie de autoridades con el fin de
sugerir que los antiguos cazadores-recolectores
estaban, en efecto, involucrados en una reflexión
sobre la gestión de calidad total, un argumento que
nos recuerda una de las sutiles burlas que Marx
deja caer sobre Ricardo:

Tampoco en Ricardo falta la consabida es-


tampa robinsoniana. Al pescador y al cazador
primitivos nos los describe inmediatamente
cambiando su pescado y su caza como posee-
dores de mercancías, con arreglo a la propor-
ción del tiempo de trabajo materializado
en estos valores de cambio. E incurre en el
anacronismo de presentar a su cazador y pes-
cador primitivos calculando el valor de sus

51

instrumentos de trabajo sobre las tablas de


anualidades que solían utilizarse en 1817 en la
Bolsa de Londres16.

El recurso de Borrero Cabal al anacronismo es,


por supuesto, producto de un deseo de hacer que
la autoridad exclusiva de la gestión empresarial
no parezca discontinua con el rol previo de la
Universidad. Aunque sí admite que los criterios
económicos y el desarrollo cultural están enfren-
tados, simplemente señala este hecho y luego
sigue entregando esquemas para la gestión de la
administración universitaria análogos a los de la
gestión de una gran corporación. Así pues, admite
que ha omitido «el ingrediente sumamente esencial
de la cultura» en su análisis de la relación entre «la
universidad y el mundo del trabajo». Y agrega: «por
consiguiente, a menudo se percibe que los criterios
económicos tienen prioridad por sobre el desarrollo
cultural de los pueblos y las naciones. Esto reduce
el trabajo profesional a metas cuantitativas: la
profesión no es concebida como «la elevación cul-
tural y moral de los pueblos y las naciones» (García
Corrido, 1992), sino que se reduce a eso que es
16 Karl Marx. Capital: A Critique of Political Economy, vol. 1.
Traducción de Ben Fowkes. Harmondsworth: Penguin, 1976;
El Capital. Crítica de la economía política, vol. 1. Traducción
de Wenceslao Roces. México: Fondo de Cultura Económica,
1973.
52
necesario aunque no suficiente; esto es, producción
tangible e ingreso per cápita» (161).
Luego de haber admitido el conflicto entre
una racionalidad estrictamente económica y la
misión cultural tradicional, Borrero Cabal presenta
una descripción estrictamente económica del
funcionamiento de la Universidad en términos de
costo y beneficio. Aunque señala ocasionalmente
que no debiéramos olvidarnos de la cultura, no
parece muy seguro acerca del lugar que ésta habría
de ocupar. Por ello, y no es algo que sorprenda, se
siente más a gusto con la invocación a la excelencia.
Cita con aprobación al Director General de la
UNESCO: «Federico Mayor (1991) presenta los
siguientes términos de calificación: es imposible
garantizar la calidad de la educación sin tener el
objetivo de la excelencia apoyado sobre el dominio
de la investigación, la enseñanza, la preparación
y el aprendizaje... La búsqueda de la excelencia
reafirma su pertinencia y la vincula estrechamente
con la calidad» (212). El objetivo de la excelencia
sirve para sintetizar la investigación, la enseñanza, la
preparación y el aprendizaje, todas las actividades
de la Universidad si agregamos la administración (y
una de las pocas recomendaciones concretas de Bo-
rrero Cabal es que la administración universitaria
debiera ser un programa de estudios). Lo destacable
es cómo Borrero Cabal puede, para comprender lo que

53

sea la «calidad institucional» en la Universidad,


sugerir que estos son «términos de calificación».
Se invoca aquí la excelencia, como siempre, para
decir precisamente nada: desvía la atención de las
preguntas acerca de lo que podrían ser la calidad y
la pertinencia, acerca de quiénes son en realidad los
jueces de una universidad buena o relevante, y por
qué autoridad se han convertido en jueces de esto.
Lo que Borrero Cabal sugiere para la Universi-
dad es un proceso de autoevaluación constante,
en relación a «indicadores de desempeño», que
nos permiten juzgar «la calidad, la excelencia,
la efectividad y la pertinencia» (212). Reconoce
que todos estos términos están «tomados de la
jerga económica» (213) y que permiten que la
autoevaluación de la Universidad sea un asunto
de contabilidad, tanto interna como externa.
Para Borrero Cabal la rendición de cuentas es
estrictamente un asunto de contabilidad: «en
síntesis, si el concepto de rendición de cuentas
es aceptado como parte del léxico académico, es
equivalente a la capacidad que tiene la Universidad
de rendirse cuentas de sus roles, su misión y sus
funciones, y rendir cuentas a la sociedad de la
manera en que se traducen en un servicio eficiente»
(213). Hay que observar el uso de la traducción en
este pasaje; aunque la «contabilidad» pueda exceder
al hecho de llevar las cuentas, en el sentido de que

54
no es sólo un asunto de dinero, es el principio del
costo y el beneficio el que actúa como principio
de traducción. El análisis de costo y beneficio
le da forma no sólo a la contabilidad interna de
la Universidad, sino también a su desempeño
académico (en términos de consecución de metas)
y al lazo social con la Universidad en general. La
responsabilidad social de la Universidad, su ren-
dición de cuentas ante la sociedad, es únicamente
un asunto de servicios prestados a cambio de una
tarifa. La rendición de cuentas es sinónimo de
contabilidad, según el léxico académico.
En este contexto, la excelencia responde
muy bien a las necesidades de producción y pro-
cesamiento de información del capitalismo tec-
nológico, en el sentido de que hace posible una
creciente integración de todas las actividades en
un mercado generalizado, permitiendo a la vez
un mayor grado de flexibilidad e innovación a
nivel local. La excelencia es el principio integrador
que posibilita que la diversidad (la otra consigna
del prospecto de la Universidad) sea tolerada sin
amenazar la unidad del sistema.
El punto no es que nadie sepa lo que es la ex-
celencia, sino que todo el mundo tiene su propia
idea de lo que es. Y una vez que la excelencia ha sido
aceptada de manera generalizada como principio
organizador, no hay necesidad de discutir sobre

55

las definiciones divergentes. Todo el mundo es


excelente a su manera, y todo el mundo está más
interesado en que lo dejen ser excelente que en
intervenir en el proceso administrativo. Aquí hay
un claro paralelo con la condición del sujeto político
bajo el capitalismo contemporáneo. La excelencia
marca una sola frontera: la frontera que protege
al irrestricto poder de la burocracia. Y si el tipo
de excelencia de un departamento en particular
no se ajusta, entonces ese departamento puede
ser eliminado sin riesgo aparente para el sistema.
Este ha sido, por ejemplo, el destino de muchos
departamentos de estudios y lenguas clásicas. Está
comenzando a ocurrir en filosofía.
Las razones de la decadencia de los departamen-
tos de estudios y lenguas clásicas son, por supuesto,
complejas, pero me parece que tienen que ver con
el hecho de que el estudio de los clásicos presupone
tradicionalmente un sujeto de cultura: el sujeto que
hace el vínculo entre los Griegos y la Alemania del
siglo XIX, y que legitima el Estado Nación como la
reconstrucción moderna, racional, de la transparen-
te comunidad comunicacional de la antigua polis.
Aquella ficción de transparencia comunicacional
es evidente a partir de las suposiciones erróneas
de los historiadores decimonónicos (todavía eviden-
te en representaciones de la cultura de masas) de
que la antigua Grecia era un mundo de blancura

56
total (gentes, estatuas y edificios de mármol
deslumbrantes), un origen transparente y puro.
Que el rol ideológico de este sujeto ya no sea per-
tinente es por sí mismo un síntoma primario de la
decadencia de la cultura como idea reguladora del
Estado Nación. Por ello los textos clásicos seguirán
siendo leídos, pero los supuestos que requerían un
Departamento de Clásicos para este propósito (la
necesidad de probar que Pericles y Bismarck eran
del mismo tipo de hombres) ya no se sostienen, y
por lo tanto ya no hay necesidad de dar empleo a
un tremendo aparato institucional designado para
convertir a los Griegos antiguos en Etonios ideales
o en Jóvenes Americanos avant la lettre17.
17 Así, los textos antiguos pueden leerse hoy en día de formas
considerablemente más extrañas, formas que reconocen la
discontinuidad histórica sin recuperarla inmediatamente en
términos de una Caída Narrativa como «la gloria que hemos
perdido». Uno de los ejemplos más chocantes de esto es el
reconocimiento contemporáneo por parte de pensadores
como Lyotard de que la noción de Aristóteles de «dorado
punto medio» y de phronesis no tienen nada que ver con los
supuestos del centrismo democrático –produciendo así una
descripción mucho más políticamente radical de la demanda
de Aristóteles del juicio prudente caso a caso. El punto de
Aristóteles en la Ética nicomaquea es que el punto medio se
resiste al individuo y que ninguna regla de cálculo permitirá al
juez arribar a él, ya que lo que constituye un comportamiento
prudente difiere radicalmente caso a caso. He hablado sobre
las implicancias políticas de esta prudencia revolucionaria
en «PseudoEthica Epidemica: How Pagans Talk to the Gods»,
Philosophy Today 36. 4. Invierno de 1992.
57

Este cambio disciplinario es más evidente en


los Estados Unidos, donde la Universidad siempre
ha tenido una relación ambigua con el Estado.
Esto es porque la sociedad civil norteamericana
está estructurada por el tropo de la promesa o del
contrato y no sobre la base de una etnicidad nacional
única. Por eso mientras el proyecto universitario de
Fichte, como veremos, se ofrece a realizar la esencia
de un Volk al revelar su naturaleza oculta en la forma
del Estado Nación, la Universidad Nortemericana
se ofrece a cumplir la promesa de una sociedad
civil racional –como en la visionaria conclusión
del discurso de T. H. Huxley en la inauguración
de la John Hopkins University. Vale la pena citar
largamente la extendida oposición entre pasado
y futuro, entre esencia y promesa que caracteriza
la descripción de Huxley de la especificidad de la
sociedad norteamericana y su Universidad para ver
exactamente cómo puede hablar de Norteamérica
como una promesa aún incumplida en el centenario
de su Declaración de Independencia:

Constantemente oigo a los norteamericanos


hablar del encanto que nuestra antigua madre
patria tiene para ellos [...] Pero la anticipación
no tiene menos encanto que la retrospectiva, y
para un inglés que arriba a vuestras costas por
primera vez, viajando cientos de millas a través

58
de una serie de grandiosas y ordenadas ciudades,
viendo vuestro enorme presente y su potencial
casi infinito, la riqueza de todo tipo de bienes
así como la energía y la habilidad que hacen de
la riqueza algo ventajoso, hay algo sublime en
la perspectiva de futuro. No crean que estoy
apelando de manera complaciente a lo que se
entiende comúnmente como orgullo nacional...
El tamaño no es la grandeza, y no es el territorio
lo que constituye a una nación. Hay una gran
pregunta que sostiene la verdadera sublimidad
y el terror de un destino sobresaliente: ¿qué es
lo que van a hacer con todas estas cosas? ¿Cuál
será el fin del que ellas serán el medio? ¿Están
realizando un experimento nuevo en política a
la escala más grande que el mundo haya visto
hasta ahora?18

Huxley mismo, como rector de Aberdeen, jugó un


rol importante en el desarrollo de la Universidad
Escocesa a finales del siglo XIX, cuya independencia
del modelo Oxbridge estuvo marcada por una
apertura a las ciencias naturales y a la medicina
como disciplinas, y por el hecho de que no estaba

18 «1876 Address on University Education (Delivered at


the opening of the Johns Hopkins University, Baltimore)»,
en T.H. Huxley. Science and Education, volumen 3 de sus
Collected Essays. Londres: Macmillan, 1902.
59

controlada por la iglesia anglicana. Estos dos


rasgos hacen que la Universidad Escocesa sea más
claramente «moderna», es decir, más cercana al
modelo norteamericano19. Y el discurso de Huxley
recoge el rasgo crucial que define la modernidad
de John Hopkins: el hecho de que los Estados
Unidos como nación no tienen un contenido
cultural intrínseco. Es decir, Huxley entiende la
idea nacional norteamericana como una promesa,
un experimento científico. Y el rol de la Universidad
Norteamericana no es sacar a la luz el contenido de
su cultura, realizar un sentido nacional; es más bien
cumplir una promesa nacional, un contrato20. Como
19 Como señala Giner de los Ríos, la Universidad Escocesa com-
parte con la norteamericana una gran influencia de la Universidad
Alemana de investigación: «El tipo británico es visto en su forma
pura en Oxford y Cambridge, o modificada hacia el tipo alemán
o latino en Escocia o Irlanda, en nuevas universidades, y en los
Estados Unidos». La universidad española: obras completas
de Francisco Giner de los Ríos, vol. 2. Madrid: Universidad de
Madrid, 1916, 108; citado por Borrero Cabal, The University as
an Institution Today.
20 Ronald Judy, en la corta historia de la Universidad Norte-
americana que presenta como prefacio de su (Dis)Forming the
American Canon: African-Arabic Slave Narratives and the
Vernacular también ubica la fundación de la John Hopkins
como un punto de quiebre crucial que define la especificidad de
la Universidad Norteamericana: «Estos movimientos hacia la
profesionalización académica y el conocimiento instrumental
alcanzaron su culminación con la incorporación de la John Hopkins
University en 1870, o más precisamente con la designación de
Daniel Coit Gilman como su presidente en 1876. Gilman hizo de la
60
explicaré más adelante, esta estructura promisoria
es lo que hace que el debate sobre el canon sea un
fenómeno particularmente norteamericano, ya
que el establecimiento del contenido cultural no es
la realización de una esencia cultural inmanente,
sino un acto de voluntad republicana: la paradójica
elección contractual de una tradición. De este modo
John Hopkins un modelo de institución de investigación en la que
las ciencias humanas y físicas (Naturwissenschaften) florecieron
como metodologías disciplinadas» (15). La exposición de Judy
difiere levemente de la mía en que asocia a la fundación de la
John Hopkins la misma ideología burocrática de la especificidad
metodológica que socava la posibilidad de una cultura general –el
desplazamiento de la cultura por el conocimiento administrado
burocráticamente que sitúo como rasgo distintivo de la Univer-
sidad contemporánea de la Excelencia. Por ello afirma que la
especificidad disciplinaria de humanidades surge al final del siglo
XIX, «precisamente en el momento en que ya no se requería que
las humanidades respondieran a las demandas de relevancia»,
haciendo mención a la creación del primer Grado de Inglés, ins-
tituido por David S. Jordan en la Indiana University en 1885 (16).
Judy lo llama «profesionalización de las ciencias humanas» y lo
vincula con el desarrollo de una predominante «cultura de la
burocracia» que une las ciencias humanas y las naturales bajo
una rúbrica general de profesionalización (17). Judy cuenta así
una historia bastante comparable a la mía sobre el reemplazo
de la idea general de cultura por una burocracia generalizada,
excepto que él lo sitúa en la segunda mitad del siglo XIX y no en
la última parte del XX. Este desacuerdo es, creo, menos histórico
que cartográfico. Me importa introducir un paso transicional en
el pasaje desde la Universidad Alemana moderna de la cultura
nacional a la Universidad burocrática de la Excelencia, que ponga
a la Universidad Norteamericana como la Universidad de una
cultura nacional sin contenido.
61

la forma de la idea europea de cultura se preserva


en las humanidades de los Estados Unidos, pero
la forma cultural no tiene un contenido inherente.
El contenido del canon se basa en el momento de
un contrato social más que en la continuidad de
una tradición histórica, y por lo tanto está siempre
abierto a revisión.
Esta visión contractual de la sociedad es lo
que le permite a Harvard ofrecerse «al servicio
de la nación» o a la Universidad de Nueva York
denominarse a sí misma como una «universidad
privada al servicio público». Lo que este servicio
pueda significar no está determinado precisamente
por un centro cultural unitario. La idea nacional
será siempre una abstracción en Norteamérica,
basada más en la promesa que en la tradición. Por
ello es que la excelencia puede ganar terreno más
fácilmente en los Estados Unidos; está más abierta
a la futuridad de la promesa que la cultura, y la
cuestión del contenido cultural ya fue puesta entre
paréntesis en la Universidad Norteamericana a
finales del siglo XIX, como señala Ronald Judy. Por
esto, el advenimiento contemporáneo de la excelencia
puede ser comprendido como la representación del
abandono del origen formal de la cultura como modo
de autorrealizarse por parte de un pueblo republicano
compuesto por ciudadanos de un Estado Nación –la
abdicación del rol de la Universidad como modelo

62
incluso del vínculo social contractual, a favor de una
estructura de corporación burocrática autónoma.
En el mismo sentido, uno puede entender el
argumento que ya he planteado con respecto al
estatus de la globalización como un tipo de nor-
teamericanización. La norteamericanización
global de hoy (a diferencia del período de la Guerra
Fría, de las guerras de Corea y de Vietnam) no sig-
nifica predominio nacional norteamericano, sino
un descubrimiento global de la falta de contenido
que hay en la idea nacional norteamericana, la
cual comparte la vacuidad de sus relaciones de
transacción monetaria y de excelencia. A pesar
de la enorme energía invertida en intentos por
aislar y definir una norteamericanidad en los
programas de Estudios Americanos, uno podría
leer estos esfuerzos nada más que como intentos de
enmascarar la ansiedad fundamental que produce
el hecho de que en cierto sentido ser estadounidense
no significa nada, que la cultura norteamericana se
convierte cada vez más en un oxímoron estructural.
Me parece significativo en esta tendencia el hecho
de que una institución tan prestigiosa y central en
lo que respecta a la idea de cultura norteamericana
como la Universidad de Pennsylvania haya decidido
recientemente eliminar su programa de Estudios
Americanos. En una nación que se define por una
cierta desconfianza hacia la intervención estatal

63

en la vida simbólica, tal como se expresa en la


separación de las iglesias y el Estado, no debiera
sorprender mucho que sus universidades hayan
sido las más veloces en abandonar las trampas
implicadas en la justificación por referencia a la
cultura nacional.
Sin embargo, los Estados Unidos no están para
nada solos en este movimiento. El giro británico
hacia los indicadores de desempeño debiera enten-
derse también como un paso más rumbo al discurso
de la excelencia que está reemplazando el recurso
a la cultura en la Universidad Norteamericana21.
El indicador de desempeño es, claro, un índice de
excelencia, un estándar inventado que reclama la
capacidad de clasificar todos los departamentos
de todas las universidades británicas según una
escala de cinco puntos. Este rating puede luego
ser utilizado para determinar el monto del finan-
ciamiento destinado por el gobierno central para ese
departamento en cuestión. Ya que este proceso está
diseñado para introducir un mercado competitivo
en el mundo académico, al éxito le sigue la
inversión, y entonces el gobierno interviene para
acentuar las diferencias percibidas en la calidad
más que para reducirlas. Así es como se le entrega
21 Para un relato del debate sobre los indicadores de desem-
peño véase Michael Peters, «Performance and Accountability
in “Post-Industrial Society”: The Crisis of British Universities»,
en Studies in Higher Education 17. 2. 1992.
64
más dinero a los departamentos universitarios
con mayor puntuación, mientras que los más
pobres, en vez de ser desarrollados, son privados
de dinero –obviamente bajo el régimen de Tatcher
esto se entendía como un estímulo para que esos
departamentos se levantaran tirando de los cordo-
nes de sus propios zapatos. Esta tendencia a largo
plazo va a permitir la concentración de recursos en
centros de alto desempeño y alentar la desaparición
de departamentos, e incluso universidades, que son
percibidas como más débiles.
Así, por ejemplo, la Universidad de Oxford ha
llegado a concebir la construcción de un Centro
de Investigación en Humanidades, a pesar de la
tradicional desconfianza local con respecto a la
noción misma de proyecto de investigación como
algo que sólo los alemanes y los norteamericanos
podrían pensar en aplicar a las humanidades. Se
supone que Benjamin Jowett, el reformista de
Oxford, señaló con respecto a la investigación:
«no habrá nada de eso en mi universidad». Estos
cambios son aplaudidos por los conservadores como
una exposición a las fuerzas del mercado, mientras
en realidad ocurre que se crea muy artificialmente
un mercado ficcional que presume un control exclu-
sivamente gubernamental del financiamiento. Sin
embargo, la propia artificialidad del proceso por el
cual se imita una versión del mercado capitalista

65

pone de manifiesto la necesidad preliminar de un


mecanismo de contabilidad unificado y virtual. Esto
se complementa con la introducción estructural
de la amenaza de crisis en el funcionamiento de la
institución. Y su resultado es nada menos que la
doble lógica de la excelencia obrando en su mejor
momento.
En efecto, una crisis en la Universidad parece
ser uno de los rasgos distintivos de Occidente, tal
como se evidencia en el movimiento de estudiantes
italianos en 1993 o en los repetidos intentos
franceses de modernización. Es cierto que el plan
Faure para la modernización de la Universidad
produjo los eventos de 1968 en Francia. Sin embargo
estos intentos de modernización han continuado,
y los argumentos presentados recientemente
por Claude Allègre en L’Age des Savoirs: Pour
une Renaissance de l’Université muestran una
consonancia impresionante con los desarrollos en
los Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña que he
referido. Allègre fue el consejero especial de Lionel
Jospin en el Ministerio de Educación desde 1988
a 1992, y su libro es básicamente una exposición
de los razonamientos que guiaron su reformas a la
Universidad Francesa, percibida como un lugar de
estancamiento y resistencia al cambio (un argumento
con el que pocos podrían estar en desacuerdo). De
manera interesante, Allègre sostiene que este impulso

66
a la reforma es «sobre todo, un resurgimiento de las
aspiraciones del 68... Pero un resurgimiento discreto
y calmo»22. Nunca se especifica de quién son esas
aspiraciones a las que se refiere, pero resulta que
1968 significaba, sobre todas las cosas, apertura. Y
las dos características de esta nueva apertura son
–el lector estará poco sorprendido de saberlo– la
integración y la excelencia:

Intentamos desarrollar [reformas] abriendo una


Universidad que estaba plegada en sí misma y
acercándola a la ciudad.
Abriendo la Universidad a la ciudad: ésta es
su adaptación a las necesidades profesionales.
Abriendo la Universidad a los saberes: ésta
es la iniciativa para renovar la investigación y
otorgar reconocimiento a la excelencia.
Integración de la Universidad a su ciudad:
esta es la Universidad 2000 en el corazón de la
planificación urbana, es la política de asociación
con grupos locales.
Integración de la Universidad Francesa en
un conjunto europeo: este es el sentido de la
evaluación europea23.

22 Claude Allègre. L’age des savoirs: pour une renaissance


de l’Université. Paris: Gallimard, 1993. La traducción es mía.
23 Ibíd. Las cursivas son mías.
67

La política interna de la Universidad en Francia


va a ser resuelta recurriendo a la excelencia, que
sirve como el término que reagrupa e integra todas
las actividades relativas al conocimiento. Esto, a
su vez, permite la integración más amplia de la
Universidad como una burocracia corporativa
entre otras, tanto en dirección a la ciudad como
en dirección a la Comunidad Europea. La ciudad
ya no son las calles, ni siquiera una imagen de la
vida cívica (la ciudad-estado del Renacimiento que
el título de Allègre podría hacernos esperar). Más
bien es un aglomerado de corporaciones capitalistas
profesional-burocráticas cuyas necesidades se
centran en torno al abastecimiento de una clase
técnico-administrativa. La ciudad le da a la
Universidad su forma comercial de expresión. Y
la Comunidad Europea suplanta al Estado Nación
como la entidad que proporciona a la Universidad
su forma política de expresión, una expresión
que está explícitamente vinculada al problema
de cómo evaluar. La Universidad producirá exce-
lencia en los saberes, y como tal se integrará sin
dificultad a los circuitos del capital global y las
políticas trasnacionales. Esto ocurre porque no hay
contenido cultural en la noción de excelencia, nada
específicamente francés, por ejemplo, excepto en la
medida que la francesidad sea una mercancía en el
mercado global.

68
La excelencia expone las tradiciones premoder-
nas de la Universidad a las fuerzas del capitalismo
de mercado. Son eliminadas las barreras puestas
al libre intercambio. Un ejemplo interesante de esto
es la decisión del gobierno británico de permitir
que los politécnicos puedan cambiar su nombre a
universidades. El Oxford Polytechnic se convierte
en la Brooks University, así sucesivamente. Esta
clásica maniobra libremercadista garantiza que el
único criterio de excelencia sea la performatividad en
un mercado expandido. Sin embargo, sería un error
pensar que esta es una movida ideológica por parte del
gobierno conservador. La decisión no fue motivada
primariamente por un interés en el contenido de lo
que se enseña en las universidades o los politécnicos.
Aun cuando pareciera que la tendencia de los
politécnicos a formar lazos con las empresas –con
el interés de incorporar entrenamiento práctico
en los grados académicos– aviva la corriente de
anti intelectualismo pequeñoburgués en el partido
conservador británico, también es cierto que el trabajo
de la Escuela de Estudios Culturales de Birmingham
tuvo su mayor impacto en los politécnicos. Por esto
la repentina redenominación de los politécnicos
como universidades se comprende mejor como una
movida administrativa: la ruptura de una barrera
a la circulación y a la expansión mercantil, análoga
a la derogación de leyes suntuarias que permitió la

69

capitalización del comercio textil en la Inglaterra de


principios de la Modernidad.
Una de las formas de dicha expansión mercantil
es el desarrollo de los programas interdisciplinarios,
que a menudo aparecen como el punto en torno
del cual los radicales y los conservadores pueden
hacer causa común en la reforma universitaria.
Esto ocurre en parte porque la interdisciplinariedad
no tiene una orientación política inherente, como
muestra el ejemplo de la Escuela de Chicago24.
También ocurre porque la mayor flexibilidad que
estos programas ofrecen suele ser atractiva para
los administradores como un modo de superar
las prácticas atrincheradas de demarcación, los
antiguos privilegios, y los feudos en la estructura
de las universidades. Los beneficios de la apertura
24 Esta afirmación podría sonar demasiado relativista. Por
supuesto es cierto que, como asevera Julie Thompson Klein
en Interdisciplinarity (Detroit: Wayne State University Press,
1990), «todas las actividades interdisciplinarias tienen su raíz
en las ideas de unidad y síntesis, que evocan una epistemología
común de convergencia» (11). Dicha idea podría ser apoyada por
la derecha y la izquierda, quienes sólo discreparían con respecto a
la ubicación del punto de convergencia. De hecho, la descripción
de lo interdisciplinario que da Klein es un argumento convincente
de una cierta sospecha hacia la convergencia armónica implícita
en el trabajo interdisciplinario. Uno de mis objetivos principales
en este libro es sugerir que al pensar sobre la Universidad de-
biéramos dejar de lado el privilegio automático de la unidad y la
síntesis, sin convertir la disonancia y el conflicto, no obstante, en
una meta negativa.
70
interdisciplinaria son numerosos –como trabajo
en un departamento interdisciplinario, estoy par-
ticularmente consciente de ellos– pero no debieran
cegarnos a los riesgos institucionales que implican.
Actualmente, los programas interdisciplinarios
tienden a complementar las disciplinas existentes;
no está lejos el tiempo en el que se instalarán para
reemplazar grupos enteros de disciplinas.
En efecto, esta es una razón para ser cuidadosos
al considerar la pretensión institucional de inter-
disciplinariedad por la que apuestan los Estudios
Culturales cuando reemplazan el viejo orden de
disciplinas en las humanidades con un campo
más general que combina la historia, la historia
del arte, la literatura, los estudios de medios, la
sociología, etcétera. Al decir esto, quiero sumarme
al cuestionamiento que hace Rey Chow –desde
un punto de vista favorable– de la aceptación in-
condicional tanto de la actividad interdisciplinaria
como de los Estudios Culturales que ha sido bastante
común entre radicales académicos25. Podemos ser
25 Rey Chow, en «The Politics and Pedagogy of Asian Lite-
ratures in American Universities» (differences 2. 3, 1990) ha
proporcionado algunos útiles recordatorios de cómo el giro
hacia los Estudios Culturales en la enseñanza de la literatura
asiática puede funcionar como una estrategia conservadora:
«Cuando los investigadores son separados por departamentos
simplemente porque están todos trabajando en China, Japón
o India lo que ocurre en realidad es la afirmación de la así
llamada interdisciplinariedad sobre el modelo del territorio
71

interdisciplinarios en nombre de la excelencia, porque


la excelencia sólo preserva las fronteras disciplinarias
preexistentes en la medida que ya no reclamen la
totalidad del sistema y ya no significen un obstáculo
a su crecimiento e integración.
Para decirlo de otro modo, el recurso a la exce-
lencia señala el hecho de que ya no hay una idea de
la Universidad o, mejor dicho, el hecho de que la
idea ha perdido todo contenido. En cuanto unidad
no referencial de valor, completamente interna a un
sistema, la excelencia no indica más que el momento
autorreflexivo de la tecnología. Todo lo que requiere
el sistema es que haya actividad, y la noción vacía
de excelencia no refiere a otra cosa que la óptima
proporción entre entradas y salidas en materia de
información26. Quizás este sea un rol mucho menos
colonial y el Estado Nación» (40). Chow argumenta de manera
convincente que la consideración de la literatura asiática
en términos de cultura general es un gesto marginador que
ubica lo asiático «sólo en el lenguaje universalista de la
interdisciplinariedad, la pluralidad intercultural, etcétera,
en el cual se vuelve un ornamento localizado de la narrativa
general» (36). Al igual que yo, Chow no está sencillamente
desechando la interdisciplinariedad o los Estudios Culturales;
lo que hace es dar un fuerte ejemplo de cómo la organización
de las humanidades es parte de un proceso que ella llama,
siguiendo a Edward Said, informacionalización.
26 Sobre la informacionalización del conocimiento cultural,
véase Edward Said, «Opponents, Audiences, Constituencies
and Community». The Anti-Aesthetic: Essays on Postmodern
72
heroico que el que estamos acostumbrados a reivin-
dicar para la Universidad, aunque sí resuelve la
cuestión del parasitismo. La Universidad ya no es
una fuga parasitaria de recursos, no más de lo que
la bolsa de comercio o las compañías de seguros son
para la producción industrial. Al igual que la bolsa,
la Universidad es un punto de autoconocimiento
del capital, de la capacidad del capital no sólo de
administrar el riesgo o la diversidad, sino también de
extraer plusvalía de esa administración. En el caso de
la Universidad, esta extracción se da como resultado de
la especulación sobre diferenciales de información.
Este cambio en la función implica que el análisis
de la Universidad como un Aparato Ideológico del
Estado, en los términos de Althusser, ya no se aplica,
en la medida que la Universidad ya no es en primer
lugar un arma ideológica del Estado Nación, sino una
corporación burocrática autónoma. Para tomar otro
ejemplo, quizás uno menos ponderado, podemos
hacer una comparación entre la Universidad y la
Asociación Nacional de Básquetbol. Ambos son
sistemas burocráticos que gobiernan un área de
actividad cuyo funcionamiento sistémico y efectos
externos no dependen de una referencia externa. El
juego de básquetbol tiene sus reglas, y esas reglas
Culture, edición de Hal Foster. Port Townsend: Bay Press,
1983. También, Jean François Lyotard, «New Technologies»
en Political Writings, traducción de Bill Readings y Kevin-Paul
Geiman. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1993.
73

permiten que surjan diferencias que son objetos


de especulación. Mientras las victorias de los 76ers
de Philadelphia tienen efectos sobre sus fans, y los
fans tienen efectos sobre las victorias de los 76ers
(como hinchas y como financistas), aquellas victorias
o derrotas no están directamente relacionadas al
significado esencial de la ciudad de Philadelphia.
Los resultados tienen significado, pero se dan dentro
del sistema del básquetbol y no en relación a un
referente externo.
Para que la Universidad se convierta en un
sistema como el recién descrito es necesario un gran
cambio en la manera en que se ha entendido que
produce significado institucional. Como mostraré,
Schiller le dio a la Universidad de la Cultura el lugar
de una cuasi iglesia apropiada para el Estado racional,
al afirmar que la Universidad prestaría al Estado
los mismos servicios que la Iglesia había prestado
al monarca feudal o absolutista. Sin embargo, la
Universidad contemporánea de la Excelencia debiera
entenderse ahora como un sistema burocrático cuya
regulación interna está interesada sólo en sí misma,
sin consideración de imperativos ideológicos más
amplios. Igualmente el mercado bursátil busca la
máxima volatilidad, con el interés de intensificar
las ganancias que acompañan al flujo del capital,
más que una estabilidad de intercambio que pueda
defender intereses estrictamente nacionales.

74
El corolario de esto es que debemos analizar la
Universidad como un sistema burocrático más que
como un aparato ideológico, que es el modo en que
la izquierda la ha considerado tradicionalmente.
Como sistema autónomo más que como instrumen-
to ideológico, la Universidad ya no debiera pensarse
como una herramienta que la izquierda puede usar
para otros propósitos que los del Estado capitalista.
Esto explica la facilidad con que los ex Alemanes
Occidentales han colonizado las universidades de
lo que fue alguna vez la República Democrática
Alemana (RDA) desde la reunificación. Las univer-
sidades de la antigua RDA han sido purgadas de
aquellos considerados aparatchiks políticos del
régimen de Honecker. No han ocurrido, sin embar-
go, purgas similares en las universidades de la ex
Bundesrepublik, pese a que no se suponía que la
reunificación fuera una conquista del Este por parte
del Oeste. Es decir, el problema no se presenta como
un conflicto entre dos ideologías –que hubieran
necesitado purgas en ambos lados–, sino como un
conflicto entre el Este, donde la Universidad solía
estar bajo control ideológico, y el Oeste, donde se
suponía que la Universidad era no ideológica.
Por supuesto, las universidades occidentales
tenían un enorme rol ideológico que cumplir durante
la Guerra Fría, y hay mucho que decir sobre los
casos particulares. Pero en general a uno le choca

75

el silencio y la velocidad de este reemplazo, y el


hecho de que los contraargumentos que pudie-
ron plantearse en favor del proyecto intelectual
de la antigua Alemania Oriental simplemente ya
no pueden ser escuchados. Esto, porque la caída
del Muro significa que la Universidad ya no es en
primer lugar una institución ideológica; también,
que aquellos que son del Oeste están en una mejor
posición para jugar los nuevos roles requeridos. Si
los puestos de quienes fueron purgados han sido
entregados en muchos casos a jóvenes académicos
del antiguo Oeste, no es porque sean sobre todo
agentes de una ideología competidora, sino por una
cuestión de eficiencia burocrática. Los jóvenes de
la ex Alemania Occidental no son necesariamente
más inteligentes o más cultos que esos a quienes
reemplazan; son simplemente más limpios, lo que
significa que son menos fácilmente identificables
como agentes de su Estado. Este es un síntoma
primario de la decadencia del Estado Nación como
contrasignatario del contrato por el cual fue fundada
la Universidad moderna, la Universidad de la
Cultura. Como ya he sugerido con mis indicaciones
a la invocación que hace Allègre de la Comunidad
Europea, la emergencia de la Universidad de la
Excelencia en lugar de la Universidad de la Cultura
sólo puede comprenderse desde el punto de vista
de la decadencia del Estado Nación.

76
Puede que la exigencia de manos limpias en
las universidades alemanas o en la política italiana
sea presentada como un deseo de renovar el apa-
rato estatal, pero pienso que se entiende mejor
como producto de una incertidumbre general con
respecto al rol del Estado: un llamado a sacar las
manos. Un deseo como este –complejo y a menudo
contradictorio– puede producir, como en Italia,
alianzas tan paradójicas como la de los Fascistas
Integracionistas (el MSI) con los separatistas (la Liga
Norte). Es notable que esta alianza haya tenido lugar
bajo el paraguas de la organización curiosamente
transparente de Berlusconi, Forza Italia, cuyo
nacionalismo es la evocación de un cántico del fútbol,
y cuya pretensión de gobernar se basa en una dudosa
afirmación de éxito comercial. Si puedo ofrecer un
extraño diagnóstico de esta evidente paradoja, sería
que la alianza se da entre aquellos que desean que
la pregunta por la comunidad en Italia ya no sea
planteada –ya sea porque el Duce podría regresar
con una respuesta sobre lo que significa ser italiano
e imponerla con violencia brutal (la Lega le dirá a la
gente que «sea regional»)– o porque Berlusconi nos
dará la confianza de que esa no es una pregunta, de
que la respuesta es tan transparente y obvia como la
bruma que emana del televisor o como la camiseta
celeste usada por un futbolista. Berlusconi no ofrece
un nacionalismo renovado –como podría llevarnos

77

a temer su alianza con el MSI–, sino una nostalgia


nacionalista esterilizada, que oculta y suprime todas
las preguntas sobre la naturaleza de la comunidad.
En lugar de la pregunta por la comunidad, que
fue alguna vez planteada tanto a favor como en con-
tra de los términos del nacionalismo, nos queda un
nacionalismo general pero sin significado, que ignora
las preguntas que se le hacen. Esto quiere decir que
la cuestión nacional es aceptada simplemente como
un problema de nostalgia generalizada, sea por los
males del fascismo (Fini, el actual líder del MSI, ni
en sus sueños es un Duce) o por los colores celestes
de la Casa Real de Saboya. Y al gobierno debe irle
bien en el asunto de conducir el Estado como una
empresa.
La nación se entiende a sí misma como su pro-
pio parque temático, y esto resuelve la pregunta de
lo que significa vivir en Italia: haber sido italiano
alguna vez. Mientras tanto, el Estado es meramente
una gran corporación que debe serle confiada a
los empresarios, una corporación que facilita cada
vez más la penetración del capital trasnacional. La
estructura gubernamental del Estado Nación ya no
es el centro organizador de la existencia común de los
pueblos a lo largo del planeta, y la Universidad de la
Excelencia no trabaja para nadie más que sí misma.
Es otra corporación más en un mundo de capitales
trasnacionalmente intercambiados.

78
DEMOCRACIA
ELITISTA Y EDUCACIÓN
Alejandra Castillo1

Toda política implica una política estética, entendi-


da como el conjunto de formas que organizan la
representación y los modos propios de visibilidad
de los que tienen parte en lo común. Habría que
insistir, y en esto seguimos a Jacques Rancière, que
esta política estética genera una arquitectónica de
la mirada para hacer visibles, pero también invi-
sibles, a sujetos, funciones y espacios2. Si esto es así,
cabría preguntarse cuál es la forma que ha tomado
esta representación de lo común en Chile durante
los últimos veinte años. Bien podría decirse que

1 Una versión preliminar de este artículo fue leída el 5 de julio


de 2011 en el seminario «¿Por qué está en crisis la educación
en Chile?», organizado por el Departamento de Filosofía de
la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación y
la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de
Chile .
2 Jacques Rancière. Le partage du sensible. Esthétique et
politique. Paris: La Fabrique éditions, 2000.
79

esta forma no es otra que la de una democracia


elitista. En este punto me gustaría afirmar que a
este encuadre elitista le es afín y complementario un
sistema educacional altamente segmentado que no
sólo genera desigualdad sino que la presupone.

Democracia elitista

Revisaré este primer encuadre: la democracia


elitista. Es preciso señalar que la formalización de
la teoría de la democracia elitista –con antecedentes
en la teoría social de Weber y las teorías elitistas de
la política de Mosca y Pareto– aparece en el libro
Capitalismo, socialismo y democracia de Joseph
Schumpeter, del año 1942. Sin preámbulos y desde
las primeras páginas, Schumpeter enmarca la
democracia en los signos y retóricas del mercado,
describiéndola como un sistema de partidos polí-
ticos empresariales que brindan series surtidas
y diferentes de mercaderías políticas, bienes de
entre los cuales los votantes eligen por mayoría.
Así se produce un gobierno estable, que equilibra
la oferta y la demanda. Schumpeter aclara que «la
democracia no significa y no puede significar que
el pueblo gobierne realmente en cualquier sentido
manifiesto de «pueblo» y «gobernar». Democracia
significa que el pueblo tiene la oportunidad de

80
aceptar o rechazar a las personas que pueden
gobernarle. Ahora bien, un aspecto de esto puede
expresarse diciendo que la democracia es el go-
bierno del político»1.
En este encuadre, la democracia anuda su
significado a tres adjetivos: pluralista, elitista y
equilibrada. Pluralista en la medida que funciona
en una sociedad de sujetos con diversos intereses
(consumidores y empresarios); elitista debido a que
el papel principal en el proceso político es asignado
a los grupos dirigentes que se escogen a sí mismos;
equilibrada porque debe estar atenta a contrape-
sar la oferta y la demanda de las mercaderías
políticas2.
Lejos de la retórica de los derechos y la igualdad
con que habitualmente se asocia a la democracia, la
democracia elitista es un mecanismo para elegir y
autorizar gobiernos. ¿Quiénes participan? Las elites
(grupos autoelegidos de políticos) organizadas en
partidos políticos. Como señala David Held, la
democracia elitista es «un arreglo institucional
para llegar a decisiones políticas –legislativas y
administrativas–, confiriendo a ciertos individuos
1 Joseph Schumpeter. Capitalismo, socialismo y democracia.
Barcelona: Ediciones Folio, 1976. Páginas 284 a 285.
2 Lenguaje híbrido entre política y mercado de las democracias
elitistas que en Chile puede ser revisado, por ejemplo, en un
libro como el de Eugenio Tironi. Radiografía de una derrota.
Santiago: Uqbar Editores, 2010.
81

el poder de decidir en todos los asuntos, como


consecuencia de su éxito en la búsqueda del voto
de las personas. [...] Lejos de ser una forma de
vida caracterizada por la promesa de la igualdad
y de las mejores condiciones para el desarrollo
humano es, sencillamente, el derecho periódico a
escoger y autorizar a un gobierno para que actúe
en su nombre»3. La democracia, así entendida,
busca en último término legitimar el resultado
de las elecciones periódicas entre elites políticas
rivales4.
A pesar de las ventajas esgrimidas por los
defensores de este modelo de democracia, ya para
el año 1970 eran evidentes las dificultades que
generaba el elitismo político5. Prontamente fue
observado que el equilibrio que genera esta idea
de democracia es un equilibrio en la desigualdad.
El secreto bajo el mecanismo parece ser sencillo:
el presupuesto de la soberanía del consumidor
es ilusorio. Explicitando el equívoco y asumiendo
3 David Held. Modelos de la democracia. Madrid: Alianza,
2007. Página 206.
4 Ibid. Página 206.
5 Para una crítica a este modelo de democracia, véase Carole
Pateman. Participation and Democratic Theory. Cambrid-
ge: Cambridge University Press, 1970. También Carlos Ruiz
Schneider. «Concepciones de la democracia en la transición
chilena» en Seis ensayos sobre teoría de la democracia. San-
tiago: Universidad Andrés Bello, 1993. Páginas 161 a 197.
82
la analogía entre democracia y mercado, C. B.
Macpherson sostiene que si el mercado político es lo
bastante competitivo como para producir la oferta
y la distribución óptima de mercaderías políticas
–óptima en relación a la demanda– lo que hace es,
generalmente, registrar la demanda efectiva, es
decir, las demandas que cuentan con una capacidad
adquisitiva suficiente como para respaldarlas. En
el mercado económico esto significa sencillamente
dinero. De igual modo, en el mercado político la
capacidad adquisitiva es en gran medida, aunque
no exclusivamente, dinero6.
En sociedades tan desiguales como la nuestra,
este modelo sólo reproduce la desigualdad. Las dis-
tintas elites harían circular entre ellas el prestigio,
el poder y los bienes económicos. Esta forma de
entender la política –que concentra en sí mercado
y poder político– desincentiva la participación y
genera apatía. En este sentido, se ha dicho que
«quienes por su educación y su ocupación expe-
rimentan muchas más dificultades que otros
para adquirir, dominar y sopesar la información
necesaria para una participación efectiva se
hallan en clara desventaja: una hora de su tiempo
consagrada a la participación política no tendrá
tanto efecto como una hora de alguno de los otros.

6 C. B. Macpherson. La democracia liberal y su época. Madrid:


Alianza, 2003. Página 114.
83

Lo saben, y por eso son apáticos. Así, la desigualdad


económica crea la apatía política. La apatía no es
un dato independiente»7.
Críticos de la democracia elitista han señalado
que el supuesto de baja participación atentaría
contra las bases del pensamiento liberal: la
idea de individuo. De este modo y desde la
propia perspectiva liberal, la democracia elitista
no sería tan sólo antiliberal sino que también
antidemocrática. Por último, cabe destacar que el
elemento competitivo generaría, por el contrario,
un modelo oligopolista: esto es, un modelo donde
los pocos vendedores o proveedores de bienes
políticos no necesitan responder, y no lo hacen, a
las demandas de los compradores, como tendrían
que hacerlo en un sistema competitivo. Más aun,
podrían hasta cierto punto crear sus propias de-
mandas8.

La excelencia y las políticas


de la Concertación

En afinidad con este modelo elitista de la demo-


cracia, el sistema educacional chileno a partir
de los años noventa de manera progresiva se fue
7 Ibid. Página 115.
8 Ibid. Página 225.
84
describiendo principalmente como proveedor
de mercancías de acuerdo al nivel adquisitivo de
diversos consumidores. Es un encuadre republica-
no de la política, sin duda, pero con una variación:
se desplaza el concepto de virtud cívica por el de
excelencia, variación sutil pero de importantes
consecuencias. En el vocabulario republicano se
suele entender la virtud cívica como el conjunto
de aquellas capacidades que los ciudadanos deben
poseer para servir al bien público por voluntad
propia9. Estas capacidades tienen que ver con el
hecho de ser libres y autónomos para participar
de la cosa pública sirviendo al bien común a la vez
que defienden la libertad de la comunidad en su
conjunto y rechazan la coerción y la dominación.
Asimismo, la virtud cívica ha sido definida como
el conjunto de las relaciones de igualdad entre ciu-
dadanos comprometidos en el hecho de gobernar
y ser gobernados10.
En síntesis, la virtud en el vocabulario republi-
cano podría significar en primer lugar una devoción
hacia lo público, en segundo lugar la práctica igua-
litaria de ciudadanos en el espacio de las cosas
9 Quentin Skinner, «Las paradojas de la libertad política»,
en Félix Ovejero et al. Nuevas ideas republicanas. Buenos
Aires: Paidós, 2003. Página 106.
10 John G. A. Pocock, «Virtudes, derechos y manners», en
Historia e Ilustración. Madrid: Marcial Pons, 2002. Página
325.
85

comunes y, en tercer lugar, el ejercicio de la vida


activa: actuar en política desinteresadamente.
Es importarte destacar que la idea republicana
de virtud cívica se instala en centro de lo político
y desplaza la idea de fortuna. La discusión con-
temporánea en torno a lo político ha establecido
que la virtud cívica no puede ser entendida como
fortuna o como suerte (moral luck) –así ha sido
actualmente redefinida– en la medida que la
acción en política virtuosa (republicana) no puede
depender únicamente del lugar privilegiado de
quien participa en política. Entender la virtud
cívica como fortuna o suerte es hacer caso omiso
a las profundas desigualdades existentes en las
sociedades contemporáneas –especialmente las
latinoamericanas– en materias de distribución de
bienes o riquezas, como también de las condiciones
y posibilidades de igualdad de género y raza11.
Para evitar este calce entre privilegio, política
y representación, la política de corte republicana
intenta volver posible aquello de la virtud cívica
a través de un sistema educacional público y de
calidad, desplazando así la idea de excelencia por la
de mérito. Sólo en ese contexto es posible esgrimir
la idea de mérito. Por el contrario, pensar el mérito

11 Martha Nussbaum, «Educación para la renta, educación


para la democracia», en Sin fines de lucro. Por qué la democracia
necesita de las humanidades. Barcelona: Katz, 2010. Página 35.
86
sin instituciones republicanas –sin educación–
significa asumir en términos retóricos el léxico
republicano de lo político, pero en la práctica avalar
una forma de democracia elitista que no cuestiona,
sino más bien cuenta con la desigualdad de clase
y los privilegios de ahí derivados. No está de más
recordar que un elemento relevante a la hora de
narrar la biografía de Michelle Bachelet durante su
campaña presidencial fue, sin duda, su destacado
paso por el sistema educacional público, el Liceo
Nº 1 y la Universidad de Chile.
El mérito o la virtud cívica nada dicen de exce-
lencia. La política republicana de los mejores debe
ser entendida en el sentido antes referido, esto es,
la capacidad de participar del espacio de la política
sin que esa participación se vea motivada por el
interés privado.
¿De dónde arranca, entonces, esta vinculación
entre política y excelencia? Desde hace algún tiem-
po se viene advirtiendo de la transformación del
léxico de la democracia. Junto al uso más bien
nominal de las palabras de igualdad, libertad y
autonomía se han venido imponiendo con fuerza las
de gestión, calidad y excelencia. Tres palabras, entre
otras, que comenzaron a circular desde el mundo del
empresariado al de la política sin restricciones.
Es relevante destacar que esta transformación
del léxico de lo político ocurrió de forma paralela

87

tanto en el espacio de la política como en el


espacio de la educación superior12. De ahí que sea
útil detenernos brevemente en la incorporación
de la idea de excelencia, de modo más notorio
y con anterioridad, de parte de los planteles
universitarios. Bill Readings, en su importante
texto The University in Ruins, afirma que la
universidad contemporánea es más bien una
«corporación burocrática» cuya palabra maestra
será la «excelencia» 13. Esta redefinición de la
universidad implicaría primero el reconocimiento
de que la universidad es una empresa y sus
estudiantes, clientes; segundo, que al evaluar a las
universidades según el recurso de la excelencia se
fija un criterio que evoca algo más, un «calificador
cuyo significado se fija en relación a otra cosa»14
y, tercero, que a la idea de excelencia le sería
consustancial la idea de la exclusión. La causa de
esta exclusión es simple: para invocar la idea de

12 En cuanto a esta transformación del vínculo entre Estado,


educación y mercado en Chile, véase Willy Thayer. La crisis
no moderna de la universidad moderna. Santiago: Cuarto
Propio, 1996. Del mismo autor, también «Crisis soberana y
crisis destructiva» en Papel Máquina. Revista de cultura, año
2, Nº 5, Santiago: 2010. Páginas 113 a 131.
13 Justamente es el ensayo que abre este libro, publicado por
primera vez en Papel Máquina. Revista de Cultura, año 1, Nº
2. Santiago: 2009. Páginas 81 a 103.
14 Ibid. Página 83.
88
excelencia se debe presuponer, de antemano, un
grupo cerrado.
¿Qué efectos tendría para la democracia, o
para la política en general, definirse a partir de la
excelencia? Como ha ocurrido en el ámbito de la
educación, el traspaso del léxico empresarial de la
excelencia al campo de la política ha comenzado a
definir, lenta pero progresivamente, a la democra-
cia en términos corporativos. En este punto el
teórico político Sheldon Wolin ha señalado que
la democracia se ha vuelto cada vez más una
«democracia de los accionistas», metamorfosis de
la política que crea «una sensación de participación
sin exigencias ni responsabilidades» 15 . Esta
transformación en el ámbito de lo político –que en
Chile fue asumida desde el Gobierno de Ricardo
Lagos y entronizada sin disimulos en el Gobierno
de Sebastián Piñera– tendría implicaciones.
Primero, se refuerza cierta idea elitista de la política.
De ahí que se legitime la idea de que los cargos
elevados, que no necesitan aprobación popular,
deben ser reservados para quienes demuestren
tener trayectorias de excelencia. En esta línea de
argumentación Sheldon Wolin afirma que «los
pocos deberían más o menos monopolizar el poder,
el elitismo político muestra su afinidad electiva con

15 Sheldon Wolin, «Las elites intelectuales contra la democra-


cia» en Democracia S.A. Madrid: Katz, 2008. Página 228.
89

el capitalismo. Ambos creen que los poderes de un


cargo elevado, ya sea en el gobierno o en el mundo
empresarial, deben quedar reservados para quienes
se los ganan por sus cualidades personales y talen-
tos excepcionales –demostrados en condiciones
sumamente competitivas– más que para quienes
llegan al poder en virtud de la aprobación popular.
En un mundo perfecto, a las élites políticas se les
confiaría el poder y se las recompensaría con poder
y riqueza. [Éstas] tienen, según esta concepción,
derecho al poder y a la recompensa».
En el mundo perfecto de las democracias
contemporáneas, según la expresión de Wolin,
esta concentración del poder tiene lugar en el
poder Ejecutivo donde los cargos por designación
no necesitan ser sancionados electoralmente. Este
desplazamiento del poder implica la pérdida de
centralidad de los partidos políticos, la marginación
del Parlamento como un actor relevante más
la transformación de las biografías políticas y
militantes por biografías académicas y profesiona-
les. Por causa de este último punto la composición
del Ejecutivo está marcada por profesionales
apolíticos y sin interés en ser parte de elecciones
populares. Sin embargo, esta redefinición de lo
político –en términos de lo que ha sido llamado
democracia invertida– no sólo administra a la
distancia el poder y distribuye recursos de mejor

90
modo, sino que produce lo que es entendido
como política. Esta transformación de la idea de
democracia pasa también por la incorporación de
los medios de comunicación masiva, que estarán
centrados en las acciones de ministros y ministras.
De ahí que sea casi obligatorio pasar por el Ejecuti-
vo para tener alguna posibilidad de llegar a ser
Presidente o Presidenta de la República, a pesar
de que no se tenga experiencia en política, que se
perciba su cargo como técnico y no se milite.
En Chile esta transformación elitista de la
democracia comenzó a tener lugar durante el
gobierno de Ricardo Lagos, entre 2000 y 2006. Al
entender la política desde estas coordenadas, no
podemos dejar de mencionar el gesto presidencial
de nombrar a cinco ministras, respondiendo «a
un compromiso suscrito durante su campaña»16.
Asimismo fue relevante la nominación de Michelle
Bachelet, primero como Ministra de Salud, para
que luego pasara a la cabeza del Ministerio de
Defensa. ¿Qué hubiese pasado si Ricardo Lagos,
obedeciendo a algún otro ejercicio de contrapeso,
no hubiera vuelto a nombrar a Michelle Bachelet
como ministra, esta vez en la cartera de Defensa?
¿Hubiera ella llegado a ser Presidenta? Son pregun-
tas que nos llevan a la política de ficción, sin duda.

16 Clarisa Hardy. Eliterazgo. Liderazgos femeninos en Chile.


Santiago: Catalonia, 2005. Página 182.
91

Lo que sabemos con certeza es que la insistencia de


Lagos, su decisión de nominarla nuevamente como
ministra, es uno de los hechos que hizo posible que
Michelle Bachelet fuera la primera Presidenta de la
República en Chile. Luego los medios cumplieron su
tarea. Al gesto de la nominación viene la generación
del hecho político que hará de Bachelet una
candidata presidencial. Patricia Politzer lo narra
del siguiente modo: «Junto al Secretario de Guerra,
Gabriel Gaspar, Bachelet se unió a los militares e
inició su recorrido (en un Mowag) en medio del
fuerte temporal. Los medios de comunicación
abandonaron otras coberturas para perseguir con
sus cámaras a la Ministra de Defensa. Era la noticia
descollante en la televisión y en las portadas de los
diarios. ¡Una doctora arriba de un tanque! Qué más
notable que la salud y la defensa unidas»17.
La segunda implicación del hecho de vincular la
democracia con la idea de excelencia es que dicho
vínculo tiende a clausurar el debate de lo político,
al menos en términos públicos y ciudadanos. Esta
clausura se debe principalmente a que la idea de
excelencia opera como un significante apolítico
que pareciera definirse a sí mismo sólo al ser
enunciado: ¿quién en su sano juicio podría oponerse
a un gobierno de excelencia? Sólo con el hecho de

17 Patricia Politzer. Bachelet en tierra de hombres. Santiago:


Debate, 2010. Página 61.
92
enunciar en contigüidad democracia y excelencia
se da por sentado que lo propuesto obedece a lo
mejor y lo más deseable. De algún modo, cada cual
tiene una definición relativamente clara de lo que
quiere decir excelencia, de ahí que no sea necesaria
ninguna explicación ni discusión del sentido de
la palabra. En esta línea de argumentación, la
excelencia sería uno más entre aquellos conceptos
que parecen estar lejanos de cualquier ideología, ya
que no tiene referente externo definido ni contenido
interno unívoco18. No obstante la aparente claridad
conceptual de la idea de excelencia, a pesar del
convencimiento subjetivo que nos lleva a creer que
conocemos bien su significado, ésta necesita siempre
de un criterio externo –que no conocemos– para
definirse. En este punto se ha dicho que la «excelencia
no es un estándar fijo para juzgar, sino un calificador
cuyo significado se fija en relación a algo más»19.
La frase de la misma Michelle Bachelet al
iniciar su gobierno puede ser leída desde esta unión
entre democracia y empresa que ha avanzado
discretamente: «mi gobierno será de excelencia, de
talento, de caras nuevas y experiencias. Elegiré a la
mejor gente porque Chile lo merece». De esta tímida
transformación del léxico y de la práctica de la política
se pasará a una exacerbación sin disimulos por parte
18 Readings. «La idea de excelencia». Página 83.
19 Ibid. Página 83.
93

del gobierno de derecha que sucederá a Bachelet.


Pongamos atención ahora a la frase que cierra esta
cita a la Presidenta: «Chile lo merece». Sin duda
es un eslogan conocido, habitual para nosotros
como consumidores; su énfasis pasivo hace de la
ciudadanía una entidad apolítica, de espectadores,
que desdibuja el límite entre la soberanía política
y la de quienes consumen, despojando a nuestra
participación de toda exigencia y responsabilidad.
¿No nos recuerda acaso a ese porque usted lo
merece (o porque yo lo merezco) tan usual en
las ofertas de las multitiendas y el comercio en
general? ¿No hay aquí un discreto desplazamiento
desde un ciudadano político a un consumidor
pasivo merecedor de buenas ofertas? Por último,
¿no estamos en presencia de los inicios de una
redefinición de la democracia invertida hacia al
Ejecutivo y dirigida en términos corporativos? La
idea de excelencia –como las de calidad y eficiencia
que le son complementarias– hace olvidar que la
democracia, como señala Jacques Rancière, es
principalmente un modo de subjetivación política,
el nombre de una interrupción singular del orden de
las distribuciones, una de las formas irruptivas que
toma el «eficiente funcionamiento» de ese orden
que sin duda ha naturalizado la exclusión20. Esta

20 Jacques Rancière. La mésentente. Politique et philosophie.


París: Galileé, 1995. Páginas 43 a 67.
94
definición de la democracia en tanto interrupción
busca explicitar lo más propio de esta forma de go-
bierno: la igualdad.
Desde el marco político guiado por la idea de
excelencia que propuso Michelle Bachelet se avanza
un paso desde una forma política republicana ancla-
da en la idea de virtud cívica) hacia una de orden
liberal (anclada en la excelencia). Este paso, a tientas
y hasta incierto a veces, producirá la superposición
inconexa de diversos regímenes argumentativos
de lo político, a veces de corte socialista, a veces de
corte republicano y otras tantas de corte liberal;
también, la confusión y mezcla de retóricas venidas
del campo de la política con otras venidas del campo
empresarial, además de la descripción y narración
de las militancias como trayectorias político
partidarias o bien como trayectorias universitarias
y también profesionales21.

La educación de la excelencia

Podríamos hacernos una pregunta y reiterar con


una variación la fórmula antes descrita: ¿qué efectos
21 Clarisa Hardy hará explícito este vínculo entre excelencia,
liderazgo y política de mujeres en el sugerente neologismo
«eliterazgo». Para el desarrollo de esta idea véase Clarisa
Hardy. Eliterazgo. Liderazgos femeninos en Chile. Santiago:
Catalonia, 2005.
95

tiene para la educación que se la defina según la


excelencia?
Comencemos por destacar que para el sistema
universitario chileno la idea de excelencia se ha
definido como una práctica de fiscalización y
certificación continua. También en la adopción,
por parte de la Comisión Nacional de Investigación,
Ciencia y Tecnología (CONICYT), de un modelo
productivo de conocimiento basado en la eficiencia
y la cuantificación. La mencionada fiscalización
ha tomado la forma de la acreditación, que
busca certificar si una institución universitaria
es confiable o no a la hora de otorgar créditos
(¿y becas?). Esta búsqueda de la confianza como
efecto esperado tiende a estandarizar estructuras,
funcionamientos y programas. En este punto cabe
una pregunta: ¿alguna universidad se arriesgaría a
pensar estructuras, funcionamientos y programas
fuera del marco establecido por la acreditación?
Por otro lado, la educación de la excelencia
clausura todo debate en torno a la triada Estado-
universidad-conocimiento. Aquí es necesario
recordar que la mayoría de los libros chilenos que
vale la pena leer para el área de las humanidades
–sino todos– han sido escritos fuera del espacio de
la universidad y sin apoyo financiero del Estado.
Me gustaría enfatizar que la acreditación no
es más que una forma de asegurar el capital, no la

96
calidad de la educación. Al adoptarse un modelo
productivo de conocimiento basado en la eficiencia
y la cuantificación se termina por eliminar todo
vínculo entre el espacio universitario y el espacio
público y político. Esta desvinculación se da
por dos razones: la primera tiene que ver con el
sistema de control externo, centrado en la eficiencia
administrativa con que son evaluados los distintos
planteles universitarios. Este sistema de control es
avalado por el Estado y promovido por las distintas
agencias acreditadoras, instituciones privadas que,
en afinidad con un modelo democrático elitista,
delegan a una minoría de profesores funcionarios
la fiscalización y el control de la mayoría de los
docentes que conforman el sistema universitario
chileno. En relación a esta forma de control sobre
las universidades y la manera en que es concebido
el rol de los docentes se ha determinado que «las
competencias sitúan a los docentes en un plano
técnico, es decir, los descalifican profesionalmente,
al traducir en formas transparentes –medibles,
cuantificables y acumulables– las habilidades
profesionales»22.
Si tuviera que indicar algunas de las consecuen-
cias que trae consigo la adopción de este modelo de
22 F. Angulo Raco y S. Rendón Pantoja. Competencias y conte-
nidos: cada uno en su sitio en la formación docente (2011),
citado en José Carlos Bermejo. La maquinación y el privilegio.
El gobierno de las universidades. Madrid: Akal, 2011. Página 13.
97

acreditación universitaria, enumeraría tres: genera


una tecnocracia pedagógica, que termina esta-
bleciendo los marcos evaluativos de la docencia
y de la investigación según criterios objetivos,
medibles y cuantificables (aquí cabe preguntarse
cuál es lugar que ahí ocuparían las humanidades);
produce hiperactividad del estamento docente a
la hora de ser sometido acríticamente a todos los
procesos de evaluación y control propuestos por
las agencias acreditadoras, sometimiento –como
todo sometimiento– que se recompensa con bonos
e incentivos; produce, por último, un evidente
debilitamiento de la autonomía institucional de los
centros universitarios.
Una segunda causa para la desconexión de
la universidad chilena con lo público y político
es el sistema adoptado por CONICYT para eva-
luar la productividad de sus investigadores e
investigadoras, que privilegia la circulación del
conocimiento en redes de revistas indexadas,
preferentemente ISI. Como ha sido ya establecido,
esta forma de entender la producción y circulación
del conocimiento termina por dar el control a las
universidades norteamericanas sobre qué y cómo
se escribe en América Latina. En este sentido
se ha dicho que «el peso de las universidades
[norte]americanas en el mundo es aplastante, lo
mismo que en el control de las publicaciones

98
científicas, cuyo único idioma ya es prácticamente
el inglés»23. Bien se puede afirmar que esta forma de
entender la producción de conocimiento es afín al
neoliberalismo, puesto que sanciona negativamente
cualquier otra forma de generación de conocimiento
exterior a las universidades y el circuito de las
revistas estandarizadas.
Para terminar no está demás retomar el inicio
de este texto: toda política implica una estética que
visibiliza sujetos, funciones y tiempos. Nuestra polí-
tica estética se enmarca en una democracia elitista
instituida en Chile con la Constitución de 1980,
puesta en marcha por los expertos y técnicos de
los gobiernos de la Concertación, y hecha explícita
con todos sus contornos durante este gobierno
de derecha. Si políticos, expertos y técnicos han
generado una sociedad cada vez más injusta y una
educación de clases, quizás sea necesario cambiar
el marco: cambiar la Constitución.

23 Ibid. Página 20.


99

100
Notas sobre la
inteligencia precaria
(o sobre lo que los
neoliberales llaman
capital humano)1
raúl rodríguez freire

a Miguel Valderrama

–¿Cree que el modelo de libre mercado es a estas


alturas una verdad instalada en el mundo?
–He viajado por casi todo el mundo y no veo
ningún cuestionamiento al modelo.
Gary Becker, entrevistado
por la revista Capital en 2007
1 En gran parte, el presente texto fue catalizado por las últi-
mas movilizaciones estudiantiles, que han involucrado no só-
lo a secundarios y universitarios de pregrado, sino también a
estudiantes, investigadores, investigadoras y trabajadores y tra-
bajadoras de postgrado. En este contexto, amigas y amigos han
leído y comentado distintos borradores, lo que ha permitido
que este ensayo alcance de alguna forma una cierta potencia
colectiva, pero también una precisión mayor, de manera que
les agradezco su tiempo. Sí debo nombrar a Claudio Barrientos,
por su constante apoyo y amistad. Los errores son únicamente
responsabilidad del autor.
101

Huelga decir que una cultura que deja insatisfechos


a un número tan grande de sus miembros y los
empuja a la revuelta no tiene perspectivas de
conservarse de manera duradera ni lo merece.
Sigmund Freud

Lo que una vez fue la fábrica hoy es la universidad.


Edu-Factory, Manifesto

Mis observaciones se limitan a lo que llamaremos


inteligencia precaria. La necesidad de abreviar me
obliga a ser ligero, confuso y exagerado hasta la
caricatura. Solo me corresponde desatar o provocar
una conversación, sin pretender agotar el planteo de
los problemas que se me ofrecen ni mucho menos
aportar soluciones. Tengo la impresión de que,
así como Alfonso Reyes lo hizo respecto de una
preocupación que llamó «inteligencia americana»1,
con el pretexto de precari(ad)o no hago más que
rozar al paso algunos temas globales.

1 Alfonso Reyes. «Notas sobre la inteligencia americana»,


en Obras completas, volumen XI. México: Fondo de Cultura
Económica, 1997. Páginas 82 a 90.
102
2

Hablar de precarización laboral sería, para el


caso, restrictivo; nos conduciría hacia regiones
arqueológicas (fordistas) y/o temporales (la
relación entre trabajo y ocio) que no dan cuenta
cabalmente de nuestro asunto. Hablar de cultura
precaria sería algo equívoco; nos haría pensar
solamente en términos acotados un problema que
traspasa los ámbitos tradicionales (materiales) de la
precarización, pues en todo trabajo la precarización
es la norma. En cambio, podemos hablar de inte-
ligencia precaria, de su lugar en una economía que
ha colocado en su centro el saber (el capitalismo
cognitivo, también llamado académico), y de su
relevancia para la gubernamentalidad neoliberal
en curso, que ha transformado a las personas en
self-entrepreneurs dispuestos a competir por
un lugar en el mercado del saber. La base de ese
mercado es una universidad que reemplazó a
Humboldt por Friedman, y al trabajo académico (la
investigación y la enseñanza) por la gestión laboral
propia del managment. Esto nos permitirá definir
la complejidad de esta precariedad. Aunque sea una
definición provisoria, también nos permite entrever
su potencia transformadora.

103

Nuestro drama tiene un escenario, un coro y un


personaje. Por escenario no quiero ahora entender
sólo un espacio, sino también un tiempo. Un tiempo
que tiene su propia condición, llámenla postmoderna
si quieren. A diferencia de la de Alfonso Reyes –a
quien estoy aquí descaradamente plagiando–, mi
generación no ha llegado tarde al banquete de la
civilización europea: ha llegado tarde al pleno empleo.
Nacimos postfordistas, a pesar de que el fordismo aún
prevalece. Asumimos que el vivir saltando etapas es
nuestra forma de encarar el mundo y hacemos de esa
supuesta debilidad una fortaleza, ya que develamos
el lugar de la ignorancia bien pensante del primer
mundo, que no tiene puta idea de quién es Mariátegui
mientras nosotros no podemos, por ejemplo, ignorar
a Gramsci; pues bien, conocemos a ambos (y a otras
tantas referencias, de todos lados). Nuestra condición
liminal nos entrega ciertas ventajas. El problema está
en saber cuán plástica es esta condición, cuánto de
modernidad tiene, pero también cuánto de colonial.
El tiempo es heterogéneo, de manera que heredamos
y vivimos la ingenuidad de Colón, la inmortalidad de
Homero y la poesía de Sor Juana, la resistencia de
Túpac Amaru II y del Che, las experimentaciones de
Newton y Einstein, los indeseables deseos de Hitler

104
y Pinochet, los descubrimientos de Freud y Darwin,
la constitución de Jaime Guzmán y la reforma de
Harvard, pero también la radicalidad sesentaiochista,
los muchos mayos. Como acertó a decir E. B. Tylor, «el
presente está tejido de múltiples pasados», de manera
que nuestro tiempo está dominado por la heterocronía
y nuestro futuro depende de la capacidad que tengamos
de recuperar la radicalidad de tiempos anacrónicos, de
hacerlos supervivir2, de articular históricamente el
pasado en la búsqueda de la democracia por venir.

El coro es el precariado, que se recluta principal-


mente entre los millones que entregan su saber a las
empresas (la Universidad es una de ellas, y de las más
relevantes), en conjunto con aquellos que componen la
fuerza de trabajo fordista, también con los inmigrantes
tercermundistas cuyos flujos van en todas direcciones,
ya no solo hacia el Norte. El precariado lo conforman
también los miles de estudiantes endeudados, que
se han visto en la necesidad de vender una parte de
sus futuros ingresos para estudiar hoy. El precariado
somos el mayor porcentaje de aquello que los
economistas neoliberales y sus acólitos llaman stock de
capital humano3. Somos la minoría más grande. Las
2 Georges Didi-Huberman. La imagen superviviente. Traduc-
ción de Juan Calatraba. Madrid: Abada, 2009.
3 En un libro clave sobre la ideología del capital humano, lee-
105

mutaciones del capital y sus formas de acumulación


así nos lo indican.

El escenario es también espacio, actualidad ahora


virtual o artefactual, como señalaría Derrida, pues
está activamente producido y, peor aún, mono-
polizado. De manera que lo público de hoy no es
lo público de ayer, y el público tampoco: Ariel
no habla mi lengua. Es cierto, hay choques de
saberes, problemas de comprensión, esfuerzos
para adaptarse y ser absorbidos, pero no sentimos
nostalgia por esa publicidad que cobijaba a la
Universidad moderna. Más que lamentarnos,
debemos prepararnos para producir la Universidad
que deseamos. El trabajo es arduo, pues la acu-
mulación global es una pirámide: en la base se
encuentran las vastas manchas de la esclavitud
de otros siglos –que recuerdan las antiguas admi-
nistraciones coloniales– o simplemente lo que
Bertrand Ogilvie llama, mirando hacia África, «los
mos: «Stock de capital humano avanzado. La proporción de la
población adulta (entre 25 y 64 años de edad) con educación
secundaria completa y, sobre todo, con calificación técnica o
profesional constituye el stock de capital humano intermedio
y avanzado, respectivamente, de una sociedad», Brunner et al.
Guiar el mercado. Informe sobre la Educación Superior en
Chile. Santiago: Universidad Adolfo Ibáñez, 2005. Página 85.
106
hombres desechables»; luego domina el taylorismo,
el fordismo –según las regiones–, a lo que le sigue el
gris de la terciarización, mientras en la cima domina
el supuesto blanco del freelance, el supuesto trabajo
autónomo. El futuro admite todos los tonos, pero
los jerarquiza: arriba, el capital (humano) obliga
a deshacerse del saber común, proletarizando a
los trabajadores del knowledge. Pero nada se ha
cerrado aún y la laboriosa entraña del precariado
poco a poco puede ir deshaciéndose de su capital
independiente para ponerlo al servicio del común.
El actor o personaje, entonces, para nuestro
argumento viene aquí a ser la inteligencia, ese saber
que se intenta domesticar y usufructuar al llamarlo
capital humano.

Crecí en un ambiente donde se hacían notar


fuertemente los golpes que la dictadura daba
a aquello que por comodidad y pereza se sigue
llamando campo cultural. Los libros que quedaban
en casa eran pocos (muchos se vendieron para pa-
liar diversas crisis) y la posibilidad de comprarlos,
aún menores. Las bibliotecas de la ciudad donde
nací al postfordimo, la misma que dio nacimiento
a Violeta Parra, estaban completamente en ruinas

107

(la idea es de Hugo Achugar). Por otra parte, la


enseñanza de la lectura, para no hablar de la lite-
ratura en particular, eran desmotivantes. ¿Cómo
comprender el Quijote, si ni siquiera los profesores
lo habían leído completo y, quienes lo habían hecho,
eran los espectros del profesor poetizado por Parra?
Recuerdo haber leído sólo dos cantos de la Divina
comedia, en pésima traducción por supuesto, pero
eso no importaba. De Ternura, así como de Veinte
poemas de amor y una canción desesperada, tuve la
obligación de aprender de memoria varios poemas.
Del primer libro, como corresponde, entre los siete
y nueve años. Del segundo, entre los once y los trece.
Afortunadamente en mi casa había una enciclopedia,
remedo de la Encyclopaedia Britannica, donde leí
con entusiasmo sobre la vida del joven Rousseau
–aunque más me cautivó su muerte, llorada
durante más de un siglo según esa semblanza;
después de todo se trataba de uno de los padres del
romanticismo. Esta enciclopedia era pequeña y no
contenía términos como «Uqbar», pero para un niño
de diez años se abría ahí un mundo, no cualquier
mundo sino uno bastante particular: el saber y su
relación con la(o) política(o). Entonces fue cuando
conocí a Diderot y a sus colegas, pero también a
Danton y los jacobinos. Los intelectuales –conocí ahí
esa palabra– sobre los que ahí leía no diferenciaban
su quehacer en campos semiautónomos. El siglo

108
XIX sí, y son muchos los que aún viven en ese
tiempo, de ese tiempo. Pero el mundo de Rousseau,
Diderot, Danton –comprendería años después– ya
no era el mío. No sólo porque ellos habían vivido
en un continente distinto y hace casi dos siglos. No
era una cuestión solamente de tiempo y espacio.
No lo era simplemente porque el mundo que ellos
forjaron e iluminaron –y que algunos aún llaman
modernidad (errada o incompleta, lo mismo da)–
dejó de existir hace unas décadas. De ese mundo
hoy tan solo quedan unas ruinas que avanzan sobre
todo aquello a que dieron lugar, incluido el modelo
de la Universidad moderna, que emergió de las
entrañas de la Revolución Francesa4. Corolario: ya
no hay Universidad moderna, ya no hay profesores ni
estudiantes, únicamente empresas y trabajadores.

¿Qué implica entonces dedicarse al placer de la


lectura y su discusión en un presente cada vez más
etéreo? ¿Quién es esa persona que se place con el
saber? Intentaremos discutir eso en estas páginas, así
sea remotamente. Hablaré a partir de mi propio lugar
en la constelación del pensar: como estudiante de un

4 Alessandro Russo, «Destinies of the University» en Polygraph


21 (2009). Páginas 51 a 85.
109

doctorado en literatura y, contra mí, como capital


humano avanzado, que es la forma en que CONICYT
se relacionó conmigo mientras estuve becado.
Pero también hablaré como trabajador docente
flexibilizado, que es mi actual forma contractual (y
quizá no llegue a tener otra). Esto implica partir de
un radical desencanto con lo que las generaciones que
han nacido a partir de la segunda mitad del siglo XX
hemos heredado, un desencanto que también arras-
tra el lugar que me ha tocado: el de un intelectual
sin lugar, a la deriva de toda posición –no por propio
deseo, claro está– y para el cual la precarización es
la norma. Las notas que siguen llevan la marca de
este aciago lugar desde el que tratamos de imaginar
espacios y posibilidades de interrupción.

La inteligencia precaria va operando sobre una serie


de disyuntivas. Nací en 1979. Ese año se publicaron
varios textos que se encarnarían en nuestros cuerpos,
entre ellos el mayor manifiesto neoliberal que hemos
conocido: Libertad de elegir5, de Milton y Rose
Friedman, panfleto que contiene el famoso capítulo
«¿Qué falla en nuestras escuelas?», en el cual la

5 Milton Friedman y Rose Friedman. La libertad de elegir.


Traducción de Carlos Rojas Pujol. Barcelona: Grijalbo, 1980.
110
educación deviene bien de consumo y los estudiantes,
supuestos clientes. Cientosetenta años después de
que Humbolt redactara su «Solicitud de institución
de la Universidad de Berlín»6, Lyotard entregaba a la
prensa su informe sobre el saber, en el cual concluía
que las ideas y la reflexión que dieron lugar a la
universidad de la investigación y su diseminación
habían claudicado a favor de las «competencias»
y habilidades requeridas por el mercado7. El saber
había dejado de centrarse en el acto de liberar y
había comenzado a concentrarse en la acumulación.
Mientras tanto, la elite dictatorial chilena no se
quedaba atrás y retomaba la discusión reformista
que dos años más tarde, en 1981, proclamaría
una nueva Ley General de Universidades. Esa ley
indicaba que, por el bien del país y sobre todo por la
calidad de la educación, era necesario una «libertad
de enseñanza», libertad que por supuesto no tenía
relación con cátedra alguna, sino con la facultad de
crear «unidades básicas y superiores productoras
de servicios educacionales»; en otras palabras,
permitía privatizar la educación. Se trata de una
ley esquizofrénica, producto del trabajo conjunto

6 Alexander von Humbolt, «Solicitud de institución de la Uni-


versidad de Berlín (Mayo 1809)» en Logos. Anales del Semi-
nario de Metafísica 38 (2005). Páginas 293 a 299.
7 Jean-François Lyotard. La condición postmoderna. Traducción
de Mariano Antolín Rato. Madrid: Cátedra, 2008 [1979].
111

entre un nacionalista conservador como Pinochet


y los mejores discípulos de la Escuela de Chicago.
Se trata de la misma esquizofrenia que el actual
gobierno intenta remediar. En todo caso, privatizar
la educación fue posible única y exclusivamente
dentro de una estrategia mayor de privatización
de la vida en todos sus ámbitos. Esa estrategia es
el tan aclamado capital humano.

De manera que nací no solo en medio de la dictadu.


ra, sino además bajo un modelo educativo que
ya no me consideraría estudiante, sino parte de
un stock sobre el cual invertir. A pesar de que
la nueva ley no lo mencione, el descubrimiento
neoliberal de que el saber es un capital susceptible
de ser usado productivamente por quien lo porta
es una de las formas –quizá la principal– en que la
ciencia económica generada en la Universidad de
Chicago contribuyó a la llamada Nueva Legislación
Universitaria Chilena. Así se desprende de algunas
notas y artículos que circularon en la prensa antes
y después de la publicación de las «Normas sobre
derecho a la educación y libertad de enseñanza
contenidas en la nueva constitución política del
Estado», las cuales entrarían a dinamizar el mercado

112
educacional a partir de marzo de 1981. El debate
sobre la educación como bien de consumo había
sido instalado en Chile cinco años antes: Rolf Lüders,
uno de los alumnos más destacados de Chicago,
señalaba en la revista Qué Pasa del 25 de marzo de
1976 que «la educación es el caso típico de un servicio
que debiera ser financiado por los que perciben
beneficios de él. De hecho, la educación universitaria
se puede concebir como un proceso de inversión»8.
Lüders reiteraría sus dichos el año de la reforma,
ahora a través de La Tercera del 14 de abril de 1981; a
su juicio, las universidades «ofrecen ciertos servicios
docentes, de investigación y de difusión. Existen,
por cierto, personas que demandan esos servicios, y
por lo mismo, se crea el mercado correspondiente».
Un mes antes, Jaime Guzmán y Hernán Larraín
salían en defensa de la nueva ley y de esta norma
en particular. Señalaron que se justificaba en virtud
de un presupuesto ético, pues terminaba con la

8 Paralelamente, el contralmirante Luis Niemann Nuñez, por


entonces Ministro de Educación, señalaba en El Mercurio
del 14 de septiembre de 1976 que se estaba planeando una
reforma al financiamiento universitario que «en líneas gene-
rales, [debiera crear] un sistema mixto que permita allegar
fondos tanto de los mismos beneficiarios de la enseñanza uni-
versitaria como del Estado. Sobre los primeros recaerían los
gastos asignables a la docencia, que se pagaría con un sistema
de crédito a largo plazo, mientras que el segundo financiaría
inversiones de capital, de investigación, de extensión y de
comunicaciones».
113

injusticia en que se había caído con la gratuidad,


ya que personas de bajos ingresos terminaban
financiando a los estudiantes que podían ingresar a
la universidad, los cuales precisamente no provenían
de los hogares más vulnerables. Sin embargo, había
otro motivo para favorecer el pago de la universidad:
una nueva concepción de la educación que ve dicho
pago literalmente como una inversión de capital que
aumentará considerablemente el «previsible ingreso
económico futuro que posibilitará cada profesión a
quien la ejerza»9, proposición que indica a las claras
que la educación universitaria es una inversión
económica y que quien más gana es quien más
invierte; en este caso ese inversor es el estudiante,
ahora convertido en una Pequeña y Mediana Empresa
(PYME) individual que deberá entrar a competir, al
igual que las universidades, en el naciente mercado
del saber donde será, a la vez, cliente y trabajador. La
nueva ley buscaba así acercarse a los dichos de Milton
y Rose Friedman, pues el interés por la educación
para los neoliberales pasa por el hecho de que en
los países desarrollados «el recurso productivo más
importante es la capacidad de producción personal,
lo que los economistas llaman capital humano»10.

9 Jaime Guzmán y Hernán Larraín, «Debate sobre nueva legis-


lación universitaria» en Realidad 22, 1981. Páginas 19 a 32,
cita en página 30.
10 Milton y Rose Friedman. La libertad de elegir. Página 40.
114
La justicia social de esta ley sería verdaderamente
inmensa si en efecto, como afirman Guzmán y
Larraín, «la competencia constituye un poderoso
estímulo de superación personal en el ser humano»
(26). No hay mejor promesa para ello que el mer-
cado académico, donde el saber se cruza con el
ego y la vanidad de sus portadores. Vamos viendo
entonces que la transición del Estado al mercado
bien descrita por Willy Thayer (1995, 2006)11 tuvo
lugar debido a que la universidad centrada en el gé-
nero humano de Andrés Bello fue reemplazada por
una que apostó por el capital humano, pues antes de
privatizar era necesario mercantilizar y capitalizar el
saber: Jaime Guzmán, lector de Mater et Magistra12
11 Willy Thayer. La crisis no moderna de la universidad mo-
derna (epílogo del conflicto de las facultades). Santiago:
Cuarto Propio, 1996; «La crisis no moderna de la universidad
moderna» en El fragmento repetido. Escritos en estado de
excepción. Santiago: Metales pesados, 2006. Páginas 95 a 133.
12 Un católico ortodoxo como Guzmán encontró coincidencias
entre la libertad propuesta por el neoliberalismo y esta encí-
clica papal, para la cual «el derecho de propiedad privada de
los bienes, aun de los de producción, tiene valor permanen-
te, precisamente porque es derecho natural fundado sobre la
prioridad ontológica y de finalidad de los seres humanos par-
ticulares respecto de la sociedad. Por otra parte, en vano se
insistiría en la libre iniciativa privada en el campo económico
si a dicha iniciativa no le fuese permitido disponer libremente
de los medios indispensables para su afirmación. Además,
la historia y la experiencia atestiguan que, en los regímenes
políticos que no reconocen el derecho de propiedad privada de
los bienes incluso de producción, son oprimidas y sofocadas
115

de Juan XXIII y Los fundamentos de la libertad de


Hayek13, abrió la Universidad Empresa que hoy los
ex alumnos y los ex profesores habitamos.

10

Genealogía neoliberal I. A propósito de la inmi-


nente reforma educacional a inicios de los años
ochenta, Sebastián Piñera –uno de los principales
economistas y expertos en capital humano de
Chile– señalaba:

La educación constituye, en forma simultánea,


un bien de consumo cuyos beneficios se dan en
forma directa e inmediata y un bien de inversión
cuyos beneficios se dan en forma indirecta
y diferida a través del aumento en el capital
humano y del impacto de este incremento en
la capacidad futura de generación de ingresos.
Por lo tanto, la demanda por la educación de-
pende al mismo tiempo de su utilidad como

las expresiones fundamentales de la libertad; por eso es le-


gítimo deducir que éstas encuentran garantía y estímulo en
aquel derecho». Guzmán dixit: a Dios y el mercado, no al Es-
tado. Después de todo, la salvación y la vida eterna siempre es
individual, no social.
13 Renato Cristi. El pensamiento político de Jaime Guzmán.
Santiago: Lom, 2000. Páginas 59 y 60.
116
bien de consumo y de su utilidad como bien
de inversión.14

Piñera venía trabajando en la educación desde hace


un par de años antes de publicar sus «Orientaciones
para una Reforma al Sector Educacional Chileno».
Su tesis doctoral de 1976, financiada por el Banco
Mundial, fue titulada La economía de la educación
en países en desarrollo: una colección de ensayos15.
A grosso modo, podríamos señalar que el primer
ensayo, derivado de un trabajo previo realizado con
su director de tesis Marcelo Selowsky, trata de la
inversión en educación. El segundo ensayo aborda
el lugar del ingreso –preocupación de todo buen
neoliberal–, mientras el tercer ensayo, coescrito
con Selowsky, trata de lo que llaman «el desperdicio
de cerebros»; es decir, una «mala asignación de
talentos o habilidades [o] una mala asignación de
las inversiones educacionales»16. En otras palabras,
14 Sebastián Piñera, «Orientaciones para una Reforma al Sector
Educacional Chileno» en Cuadernos de Economía 50, 1980,
páginas 61 a 90. Cita en página 71. También «Orientaciones
de políticas en el sector educacional» en Realidad 11, 1980.
Páginas 33 a 40.
15 Sebastián Piñera. The Economics of Education in De-
veloping Countries. Tesis de Doctorado, Departamento de
Economía de la Universidad de Harvard, 1976. Agradezco a
Roberto Castillo Sandoval por haber compartido este material.
16 Dos tercios de la tesis de Piñera fueron realizados con su
profesor. Este capítulo fue publicado en castellano con el
117

expone que en Chile hay subinversión de capital


humano. Resulta más que relevante señalar que
el tutor de Piñera se formó con Arnold Harberger
en la Universidad de Chicago. Recordemos que
Harberger fue el maestro de los Chicago Boys y
que con el propio Selowsky publicó en 1966 un
texto titulado «Fuentes del crecimiento económico
chileno» (1966) donde se señala: «el concepto clave
envuelto es el de de “stock de capital educacional”
(Ke). Cada año los nuevos componentes de la fuer-
za de trabajo aportan a ésta un cierto monto de
capital educacional, el cual está incorporado en
ellos»17. Durante la principal década del mundo
universitario tiene lugar una de las mutaciones
más radicales de la educación en Chile, aquella
que transformará el saber en un capital. Aunque
se trata de un capital diferente, pues es inseparable
de quien lo porta; está incorporado. Estamos en
el inicio de la transformación del capitalismo,
quizá en el primer paso hacia el postfordismo y el
título de «El costo económico del «desperdicio» de cerebros»
en Cuadernos de Economía 46, 1978. Páginas 349 a 405. La
cita está extraída de la página 350. Del primer ensayo deriva
el artículo de Piñera y Selowsky «El precio social del trabajo
y el retorno social de inversiones en educación en mercados
laborales segmentados», en Cuadernos de Economía, 1976.
Páginas 3 a 36. Este ensayo también fue publicado en inglés.
17 Arnold Harberger y Marcelo Selowsky, «Fuentes del creci-
miento económico chileno» en Cuadernos de Economía 10,
1966. Páginas 1a 16, cita en página 5. El énfasis es mío.
118
capitalismo cognitivo, que comienzan a su vez a dar
sus primeros pasos hacia el establecimiento de la
llamada era de la información. Para eso ya se ha
transformado al sujeto en empresario de sí mismo,
cuyo capital (el saber) debe ser posicionado para un
mercado altamente competitivo. Para los chilean
boys de Chicago y Harvard, entonces, el capital
humano es «la contribución del mejoramiento de
la calidad de la fuerza de trabajo al crecimiento
económico»18. Y su teorización es la base de la Ley
General de Universidades del año 1981.

11

Genealogía neoliberal II. La preocupación del


neoliberalismo no solo está en el mercado, sino
también en la educación o, con mayor propiedad,
en aquello que algunos llamamos saber y los
economistas capital humano (avanzado). Hoy
esos términos están más entrelazados que nunca,

18 En su tesis doctoral, Piñera no señala ninguna novedad


al respecto. Más bien se atiene a la aplicación –the chilean
way– de las variables que aprendió a cruzar en Harvard. Se-
lowsky ya había publicado en 1971 un paper relevante en la
senda del capital humano: «Desnutrición infantil y formación
de capital humano», cuyas conclusiones se repetirán en las
propuestas de Piñera a la hora de considerar la enseñanza bá-
sica como un bien público, no así la universitaria.
119

y juntos dominan el actual modo de acumulación


capitalista. Como concepto, capital humano fue
definido por primera vez en 1958, aunque ya había
sido puesto en circulación por Milton Friedman.
Pero fue Jacob Mincer19, precisamente en los años
que realizaba un postdoctorado en la Universidad de
Chicago (1958), quien lo puso al centro de la reflexión
sobre los ingresos que los economistas neoliberales
estaban llevando a cabo. La preocupación de Mincer
se abocaba a la posibilidad de medir el efecto de
la experiencia laboral y el «entrenamiento formal
en el aumento de los ingresos»20, ya que éste se
relacionaría socialmente con el estatus ocupacional,
algo que complicaba la medición21. Tenía, por tanto,
que reemplazarse lo social por lo económico. Y
así se hizo. La solución que planteó Mincer fue
«ordenar los grupos profesionales de un modo
“muy vertical”», pues así se podría «emplear sus
filas como los índices de la cantidad de educación
formal»22. Es decir, aplicar la dictadura de la medida
con el fin de estimar valores para la formación
educacional:
19 Jacob Mincer, «Investment in Human Capital and Personal
Income Distribution» en Journal of Political Economy 66.4,
1958. Páginas 281 a 302.
20 Ibid. Página 291.
21 Milton y Rose Friedman. La tiranía del statu quo. Traducción
de José Manuel Álvarez. Barcelona: Ariel, 1984.
22 Mincer, «Investment in Human Capital». Página 292.
120
Podemos pensar en el conjunto de las ocupa-
ciones entre las que se divide la mano de obra
en tanto constituye un rango jerárquico que
va desde las ocupaciones que requieren poca
educación hasta las ocupaciones altamente
especializadas, cuya práctica presupone una
gran inversión en capital humano.23

Mincer fue entonces quien primero logró establecer


desde un punto de vista económico una relación es-
trecha entre la distribución de los ingresos y eso que
se comenzaba a llamar, casi sin cuestionamientos,
capital humano. Muy luego el concepto sería
retrabajado por Theodore Schultz24 y masificado
por Gary Becker25, dos de los líderes de la Escuela
de Chicago y dos premios Nobel de Economía. Es
más, hacia fines de 1961 se llevó a cabo un gran
encuentro cuyo título no puede indicar otra cosa
23 Ibid. Páginas 291 a 292.
24 Theodore Schultz, «Investment in Human Capital» en
The American Economics Review 55.1, 1961. Páginas 1 a
17. También Theodore Schultz, «Capital Formation by Edu-
cation» en Journal of Political Economy 68.6, 1960. Páginas
571 a 583.
25 Gary Becker, «Investment in Human Capital: A Theoretical
Analysis» en Journal of Political Economy 70.5, 1962. Páginas
9 a 49. También Gary Becker, Human Capital. A Theoretical
and Empirical Analysis with Special Reference to Education.
New York: National Bureau of Economic Research, 1975.
121

que un verdadero experimento: «Conferencia


exploratoria sobre inversión en seres humanos»26.
En él participaron, entre los más famosos, Jacob
Mincer, Theodore Schultz, Gary Becker y George
Stigler. Los resultados fueron publicados durante
1962 en el Journal of Political Economy, la revista
del Departamento de Economía de la Universidad
de Chicago, del cual Schultz era director. Sin lugar
a dudas fue el momento en que se fundó la noción
de capital humano y su teoría, como se desprende
de los mutuos agradecimientos que aparecen a pie
de página en los respectivos textos.

12

Genealogía neoliberal III. La primera vez que


Schultz visitó Chile fue en su calidad de director
del U.S. Technical Assistance in Latin America
(Asistencia técnica estadounidense para América
Latina), organización financiada por la Fundación
Ford durante su mayor momento de compromiso
con la Guerra Fría y que entraba de lleno en la
política gringa del bueno vecino y su énfasis en
el intercambio cultural27. Schultz ocupó el cargo
26 «Exploratory Conference on Capital Investment in Human
Beings», New York, 1961.
27 Sofía Correa, «Algunos antecedentes históricos del pro-
yecto neoliberal en Chile (1955-1958)» en Opciones 6, 1985.
122
entre 1953 y 1957. Por cuatro años viajó extensi-
vamente por América Latina, acumulando así una
experiencia fundamental para sus posteriores ideas
sobre el capital humano y el lugar de éste en el
desarrollo del tercer mundo28. Le tocó ir a Chile en
1955 y, acompañado por Arnold Harberger (cuya
esposa, Anita, desgraciadamente era chilena),
vino a estudiar el acuerdo que se firmaría entre la
Universidad Católica de Chile y la United States
Foreign Operation Administration (FOA) para
determinar si la Universidad de Chicago también
participaría de la cooperación. Todos y todas
conocemos (y sufrimos) el sí de Schultz, quien
volvería a visitar nuestro país en 1962 con motivo de
la Conferencia sobre desarrollo económico y social
en América Latina, organizada por la UNESCO y
la CEPAL, que por cierto contó con apoyo de la
Fundación Ford. La conferencia de Schultz en este
encuentro se tituló «La educación como fuente de
desarrollo económico»29, y parece que tuvo tanto
Páginas. 106 a 146.
28 Marc Nerlove, «Transforming Economics: Theodore Schultz,
1902-1998. In memoriam», The Economic Journal 109.459,
1999. Páginas 726 a 748.
29 Theodore Schultz ,«La educación como fuente de desarrollo
económico», en Conferencia sobre desarrollo económico y
social en América Latina. Santiago: UNESCO, CEPAL, OEA,
OIT, FAO, 1962. También «La educación como fuente de
desarrollo económico» en Revista de Educación 91-92, 1963.
Páginas 33 a 53.
123

éxito que sería publicada también por el Ministerio


de Educación de Chile dos años antes de que el
presidente Frei Montalva anunciara su gran refor-
ma y nos hablara –él también– de la importancia
del capital humano. El texto de Schultz revisa y
presenta un texto previo titulado ni más ni menos
que «Investment in Human Capital», de 1961. Tal
vez se trate de su texto más conocido, pues ha tenido
más de treinta publicaciones en más de una docena
de lenguas. Durante su presentación en Chile,
Schultz propuso «tratar a la escuela (la educación
organizada) como una industria productora de
instrucción que a su vez represente una inversión
en capital humano»30. El eco de este economista
resonará fuertemente en la reforma de 1965, pues
para el Presidente de aquellos años la educación «es
un capital humano, el más valioso que pueda poseer
una nación». O sea que la reforma de 1981 tiene
un largo antecedente: Frei ya instalaba los pilares
de una educación neoliberal que quedaría intocada
incluso durante el gobierno de Salvador Allende31.
Para Schultz las escuelas o las universidades son
«medios de producción de producción», y lo que
producen es un bien de consumo por el cual hay

30 Theodore Schultz. «La educación como fuente de desarrollo


económico». Página 36.
31 Carlos Ruiz. De la República al mercado. Santiago: Lom,
2010. Página 99.
124
que pagar. De lo contrario «la gente la consumiría
hasta saciarse e invertiría en ella misma hasta que
el rendimiento en educación fuera nulo»32. A pesar
de estas aseveraciones, Schultz no es tan radical
como Friedman. A su juicio hay lugares a los cuales
no debe aplicarse la economía privada. En 1982, tres
años después de haber recibido el Premio Nobel de
Economía y la entrega del título de Doctor Scientiae
et Honoris Causa por la Universidad Católica de
Chile33, señalaba que la investigación científica es
un bien colectivo y que sus resultados no se pueden
patentar, ya que son de «dominio público y quedan
a disposición de cualquiera. Esto es particularmente
evidente en el campo de la genética, de la biología»34.
¿Un neoliberal a favor del creative commons? No.
Solo un neoliberal anticuado.

13

Luego de leer los textos fundacionales del triunvira-


to del capital humano (Mincer, Schultz y Becker),
32 Theodore Schultz, «La educación como fuente de desarro-
llo económico», página 43.
33 Juan Ignacio Varas, «Discurso de entrega Doctor Scientiae et
Honoris Causa Profesor Theodore W. Schultz» en Cuadernos
de Economía 49, 1979. Páginas 267 a 268.
34 Theodore Schultz, «Pobreza y Economía de Mercado» en
Estudios Públicos 3, 1981. Páginas 27 a 38, cita en 35.
125

instantáneamente aparece un nombre: Karl Marx.


«El capital», señala, «tiende a conquistar toda la
tierra como su mercado», así que su tendencia
universal debe ser entendida literalmente35. Hoy
el capital es como una sombra que no descansará
hasta haber abrazado todo lo existente, todo lo
material y lo inmaterial, todo lo vivo y también
todo lo muerto. Esto lo hace «desafiando las
categorías marxistas tradicionales al hacer colapsar
la distinción entre capital fijo y capital variable»36,
al hacerlas análogas de la misma manera que
borra también las tradicionales divisiones de la
fuerza laboral: el capital es adicto a sí mismo, y
lo único que produce es más capital. Como señala
Cesare Casarino, «Marx descubrió la repetición
sin diferencia: el capital es la repetición infinita
de lo mismo»37. Durante su presentación en Chile,
Schultz dio a conocer los puntos centrales del
experimento neoliberal de Mincer. Primero señaló
que el desarrollo económico, es decir el desarrollo
35 Karl Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la eco-
nomía política (borrador) 1857-1858, volumen 2. Traducción de
Pedro Scaron. Buenos Aires: Siglo XXI, 1972. Páginas 30 a 31.
36 Morgan Adamson, «The Human Capital Strategy» en ephe-
mera 9.4, 2009. Páginas 271 a 284, cita en 275.
37 Cesare Casarino, «Surplus Common: A preface», en In praise
of the common: a conversation on philosophy and politics,
Cesare Casarino y Toni Negri. Minneapolis: University of Mi-
nnesota Press, 2008. Páginas 1 a 40, cita en 31.
126
del capital, «tiene que adquirir fuentes de ingreso
adicional»38, expandirse por vocación. A su juicio
el problema es que la ciencia económica creyó por
mucho tiempo que esas fuentes eran solo tres: la
tierra, el trabajo y el capital mismo (el circulante).
Pero la relación entre ellas parecía muy floja, nos
dice Schultz. Y en sus viajes por Latinoamérica
–como Donald visitando a Panchito Pistolero, el
Gauchito y Pepe Carioca– se dio cuenta de que
había algo así como una cuarta fuente: el saber. Su
descubrimiento no se dio por el éxito de esta fuente
al sur del río Bravo, sino precisamente porque
la solución a su rezago «podría constituir una de
las principales fuentes de desarrollo en América
Latina»39. Traduciendo: si el conocimiento tuviera
el lugar preponderante que tiene en algunos cen-
tros progresistas, Panchito no carretearía todo el
día, Pepe no se la pasaría de carnaval todo el año (e
imitando al norte de vez en cuando) y el otro sería
un gaucho exitoso. Su solución fue «la inversión en
capital humano»40.
El segundo punto central del experimento de
Mincer dado a conocer por Schultz era «el hecho de
que los economistas descuidaran por tanto tiempo

38 Schultz. «La educación como fuente de desarrollo econó-


mico». Página 35.
39 Ibid. Página 36.
40 Ibid. Página 36.
127

la inversión humana según el concepto clásico de


trabajo»41. (Para Friedman se trataba de un error
del mercado42 que derivó en una inversión muy
baja en educación durante demasiado tiempo.) El
tercer punto era que «la inversión tiene como objeto
aumentar el ingreso futuro»43. Tenemos aquí los
elementos principales del experimento neoliberal:
una nueva fuente de capital (la educación), una
nueva concepción del trabajo y la cuestión del
ingreso como preocupación fundamental. El
experimento es el resultado de una inversión, del
rendimiento de un capital, y así es como el círculo
se cierra... en una misma persona. En conjunto,
con el análisis estadístico y la fórmula matemática
apropiados, esta nueva mirada ha permitido «que
los trabajadores se transformen en capitalistas»44.
Así de sencillo, así de radical45.
41 Ibid. Página 42.
42 Milton Friedman. Capitalism and Freedom. Chicago: The
University of Chicago, 1982 [1962]. Página 104.
43 Theodore Schultz. «La educación como fuente de desarrollo
económico». Página 42.
44 Theodore Schultz. «Investment in Human Capital». Página 3.
45 Mincer señalaba en 1981, décadas después, sobre la relevancia
de la teoría del capital humano: «El desarrollo de la teoría del
capital humano fue una respuesta a dos idénticos desafíos. Esta
respuesta no requirió de una revolución en la teoría económica
o un recurso a las explicaciones extraeconómicas. Simplemente
implicó la abolición de dos simplificaciones. Primero, la res-
tricción del concepto de capital a capital físico. Segundo, la
128
14

Fue Michel Foucault uno de los primeros en reparar


en este devenir capitalista de los trabajadores. En
sus clases de 197946 –el mismo año que Milton y
Rose Friedman publicaban su panfleto– podemos
encontrar uno de los mejores análisis de la economía
política propiciada por el anarquismo neoliberal y
su gubernamentalidad. Como el mismo Schultz
nos señaló cuando estuvo en Chile, los neoliberales
llevaron sus análisis hacia «un dominio que,
hasta entonces, podía considerarse y de hecho se
consideraba como no económico»47, contribuyendo
así a la expansión de la sombra capitalista. Gracias
a la teoría del rational choise, pensaron el trabajo
no como un proceso, sino como una actividad, una
que cuando entra en acción obtiene utilidades. De
esta manera introdujeron de nuevo el trabajo en el
análisis económico y lo desdoblaron en una renta

suposición de que el trabajo homogéneo se encuentra en la base


del concepto de distribución funcional del ingreso, como también
de la medida del trabajo en horas laborales», en «Human Capital
and Economic Growth», Cambridge: National Bureau of Eco-
nomic Research, Working Paper 803. 1981. Páginas 1 y 2.
46 Reunidas y publicadas en Michel Foucault. El nacimiento
de la biopolítica. Traducción de Horacio Pons. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica, 2007.
47 Ibid. Página 255.
129

y un capital: un sueldo es de este modo la renta de


un capital y un capital es lo que permitirá recibir
ingresos a futuro48; un capital que se pondrá en
juego a la hora de entrar al mercado, un capital
que no solo incorpora el saber, sino también la
idoneidad que se tiene para invertir el propio
capital, las competencias o habilidades o talentos
de las chilenas y los chilenos, como diría Sebastián
Piñera. El capital humano bien puede ser la zurda
del Chino Ríos, la destreza de Nadia Comăneci, el
trasero de Jennifer Lopez, la voz de Sara Vivas –que
interpreta el personaje televisivo de Bart Simpson
en castellano– o las piernas de Fred Astaire. Si
el capital humano en su relación con el saber ha
cobrado tanta importancia durante las últimas
décadas es porque el saber está hoy al centro de la
acumulación capitalista. Recordemos lo que Milton
y Rose Friedman señalaban en 1979: «alrededor de
las tres cuartas partes de la renta total generada
en Estados Unidos a través de las transacciones
del mercado toman la forma de rentas salariales.
[Son transacciones en las cuales] el recurso más
productivo es la capacidad de producción personal,
lo que los economistas denominan «capital
humano»»49. Como señalamos antes, este capital es
inseparable de quien lo porta. El trabajador ya no
48 Ibid. Página 262.
49 Milton y Rose Friedman. La libertad de elegir. Página 40.
130
es el símil de una máquina; ahora el humano es una
máquina. «La naturaleza no construye máquinas,
ni locomotoras», señaló Marx a propósito del saber
colectivo y su lugar en la producción, «pues éstas son
productos de la industria humana»50. Sin embargo,
mientras Marx se preocupa por la forma en que el
saber se cristaliza en las capacidades productivas
de la máquina, los neoliberales se preocupan por
la forma en que el capital se encarna en el ser
humano hasta volverlo indistinguible. Esta es «la
tendencia hacia la real subsunción de la vida en el
capital»51, que transforma al hombre en máquina
y analoga su valor al del capital fijo. Milton y Rose
Friedman lo explican: «la enseñanza profesional y
vocacional [es] una forma de inversión en capital
humano, análoga a la inversión en maquinaria,
construcción y otras formas de capital no humano.
Su función es elevar la productividad económica
de las personas»52. Como la máquina, de ahora en
adelante el trabajador tendrá un tiempo de vida útil,
y sus ingresos serán flujos sometidos a los vaivenes
del mercado:

Flujos de ingreso y no ingreso, justamente


porque, en cierto sentido, la máquina constituida
50 Karl Marx. Elementos fundamentales. Página 231.
51 Morgan Adamson. «The Human capital strategy». Página 274.
52 Milton y Rose Friedman. La libertad de elegir. Página 100.
131

por la idoneidad del trabajador no se vende de


manera puntual en el mercado del trabajo a
cambio de un salario determinado. De hecho, esa
máquina tiene su vida útil, su periodo de utilidad,
su obsolescencia, su envejecimiento53.

Jennifer Lopez lo sabe muy bien, por eso aseguró


su trasero en seis millones de dólares, aunque
eso no es nada frente a los más de cien millones
de dólares en que David Beckham tasó su rostro
ante la compañía de seguros. Por supuesto que
bajo el imperio de los talentos y habilidades las
empresas de genómica personalizada aumentarán
nuestros capitales individuales, al permitirnos ser
los verdaderos actores de nuestra propia salud.
Al detectar nuestros riesgos patológicos no sólo
seremos los clientes potenciales de las farmacias,
sino también los únicos responsables de nuestros
cuerpos. Empresas como deCODEme54 radicalizan
«la individualización de las prácticas de salud»55.
53 Michel Foucault. El nacimiento de la biopolítica. Página 263.
54 Corporación islandesa que ofrece servicios de decodificación
de ADN a cualquier persona que quiera pagar para conocer
sus riesgos de salud heredados.
55 Catherine Bourgain, «ADN al gusto de todos», en Entre
ciencia y comercio. Genética ADN. Santiago: Aún creemos en
los sueños, 2009. Páginas 7 a 13. También Kaushik Sunder
Rajan. Biocapital: The Constitution of Postgenomic Life. Dur-
ham: Duke University Press, 2006. Páginas 138 a 181.
132
Gracias a la teoría del capital humano cada uno
es responsable de su mente y de su cuerpo. Y no
depende de nadie más que de uno mismo cuánto
estemos dispuestos a invertir en ellos. En un extenso
ensayo sobre el neoliberalismo en Chile, Sofía Correa
postula que la formación de un nuevo empresariado
a través de la modernización de los estudios de
economía –que los volvieron científicos– fue el
objetivo de la primera visita de los profesores de
Chicago a Chile56. Estaba en lo cierto, por supuesto,
sólo que recién estamos advirtiendo los alcances de
esa transformación empresarial; Schultz y la Escuela
de Chicago no vinieron solamente a formar a Sergio
de Castro, a Sebastián Piñera o a Joaquín Lavín, sino
también a ustedes y a mí.

15

Es sorprendente que la teoría y la práctica del


capital humano hayan pasado casi desapercibidas
para la crítica –de izquierda en particular–, pues
se ha convertido en un concepto hegemónico57
incontestable, y desde su emergencia a fines de la
década de 1950 recién hoy estamos asistiendo a los

56 Sofía Correa, «Algunos antecedentes históricos del proyec-


to neoliberal». Páginas 106 a 146.
57 Morgan Adamson, «The Human Capital Strategy». Página 275.
133

primeros avances de su develación58. Una excepción


la encontramos en el trabajo de Carlos Ruiz59. Sin
embargo, a pesar de que el texto de Ruiz ha re-
sultado relevante en el actual escenario y para este
mismo ensayo, creo que no logra dar cuenta del real
impacto que tiene la estrategia del capital humano
para el actual modo de acumulación capitalista. Ruiz
continúa pensando, en su lectura de Karl Polanyi,
que el problema radica en la transformación del
trabajo humano en mercancía, particularmente una
mercancía ficticia, en términos del autor austriaco,
quien ve en ello una mentira y, todavía más, un
problema moral: «La dignidad del hombre es la de
un ser moral [...] La razón y la humanidad imponen
un límite al trabajo a destajo; la emulación y la
ganancia deben ceder ante ellas»60. Por lo visto,
58 Además de la de Adamson, destaca la crítica a la estrategia
del capital humano en los siguientes libros: Santiago Castro-
Gómez, Historia de la gubernamentalidad. Razón de Estado,
liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault (Bogotá: Siglo
del Hombre Editores/ Pontificia Universidad Javeriana-Instituto
Pensar/ Universidad Santo Tomás de Aquino, 2010); Thomas
Lemke, Biopolitics. An advanced introduction (New York: New
York University Press, 2011; Jason Read, «A Genealogy of Homo-
Economicus: Neoliberalism and the Production of Subjectivity» en
Foucault Studies 6, 2009; Damián Pierbattisti «La teoría del Capital
Humano en el tránsito del liberalismo al neoliberalismo: por una
articulación Marx-Foucault» en Realidad Económica, 2007.
59 Su ensayo de 1994 «Educación, desarrollo y modernización»
está compilado en su De la República al mercado de 2010. .
60 Karl Polanyi. La gran transformación. Los orígenes polí-
134
Polanyi no creía en la capacidad del mercado para
apoderarse del campo social, pues eso nos llevaría
al borde de un precipicio. Qué duda cabe: hoy
habitamos ese borde, hemos sido arrastrados ahí.
En 1938, dos años antes de que Polanyi redactara
La gran transformación, su más importante libro,
se reunía en París un conjunto de economistas que
terminarían conformando el Centro Internacional
de Estudios para la Renovación del Liberalismo.
Entre los que participaron de dicha reunión se
encontraban los ordoliberales alemanes Wilhelm
Röpke y Alexander Rüstow, los liberales vieneses
Ludwig Heinrich Edler von Mises y Friedrich August
von Hayek y el hermano menor de Karl, Michael
Polanyi. Solo faltaría Milton Friedman, quien por
esos años comenzaba a estudiar la importancia de
los ingresos de profesionales en el National Bureau of
Economic Research. Digamos, con Foucault, que los
ticos y económicos de nuestro tiempo. Ciudad de México:
Fondo de Cultura Económica, 2011. Página 166. El argumento
de Polanyi recuerda otro del mismo Schultz, cuando en la
Revista de Educación insistía en que los seres humanos
no debían ser condiserados bienes de capital: «El hecho de
pensar [así] de los seres humanos es ofensivo para algunos
de nosotros. Nuestros valores y convicciones no nos permiten
considerar a los seres humanos como bienes de capital, salvo
en un régimen de esclavitud, el cual abominamos» (37). Si
consideramos literalmente sus palabras, el precipicio que
habitamos tiene un nombre: esclavitud. Aunque podríamos
precisar que se trata de una forma contemporánea e indirecta
de esclavitud, de la cual pocos abominan.
135

participantes de la reunión parisina de 1938 –sobre


todo los alemanes– trabajaron por un «retorno a
la empresa» que tuvo como consecuencia «una
política económica o una política de economización
de la totalidad del campo social, de viraje hacia
la economía de todo el campo social»61, aunque
le dejaron un lugar al Estado, que para ellos
debía hacerse cargo de lo que podríamos llamar
los efectos colaterales del mercado: salud, des-
empleo, vivienda. Por eso al Centro Internacional
de Estudios para la Renovación del Liberalismo se
le considera el forjador de la economía social de
mercado. Von Mises y Von Hayek, por su parte,
vía Chicago llevarían la racionalidad del mercado a
ámbitos no considerados por la economía, aunque
restando la asistencia social pregonada por sus
colegas. De manera que pasamos de un mercado
con cierta planificación estatal a un mercado donde
la planificación es individual. Es la aparición de
aquello que algunos llaman autogestión. Si bien
podemos reconocer la lucidez con que Polanyi
vislumbró la expansión del mercado luego de
la Segunda Guerra, La gran transformación
sostiene, en el punto que aquí nos interesa, no
solo un argumento moral con el que finalmente
no podemos concordar –porque lo moral no es
el lugar adecuado para la crítica–, sino también
61 Foucault. El nacimiento de la biopolítica. Página 278.
136
cierto límite de comprensión del trabajo impuesto
por su propia época, puesto que la mutación
epistemológica neoliberal aún no había entrado
en escena. Eso de alguna manera lo libra. Pero
las personas de mi generación y de las posteriores
debemos reconocer la gran transformación que
está realizando en nuestros cuerpos, cerebros y
genes la estrategia del capital humano, desde que
éste logró interceptar y anular la diferencia entre
trabajo y capital. Para Polanyi, como para Marx,
el trabajo es la explotación de hombres y mujeres
en una fábrica, mientras para los anarcoliberales
–que ya ni siquiera hablan de trabajo– se trata de
cualquier actividad desterritorializada (fábrica,
hogar, vacaciones, etcétera) que se realiza en pos
de una satisfacción personal62. En suma, quieren
hacer indistinguible el trabajo del capital63 y lo están
logrando. Hoy no son pocos los que consideran
el trabajo no como una fuerza que se vende, sino
como un capital inicial del complejo mundo de
las transacciones64. Todas, pero absolutamente
todas nuestras decisiones ahora «se convierten en
estrategias económicas orientadas a la optimización
de sí mismo como máquina [capitalista] productora
62 Ibid. Página 265.
63 Jason Read, «A Genealogy of Homo-Economicus: Neolibe-
ralism and the Production of Subjectivity». Página 31.
64 Santiago Castro-Gómez. Historia de la gubernamentalidad.
Páginas 204 y 205.
137

de [mayor] capital»65. Este es el quid que una mira-


da tradicional del trabajo no ve. Y mientras no lo
veamos, Schultz, Becker, Friedman y su pandilla
chilena seguirán haciendo de las suyas con nuestras
propias vidas.

16

Mientras tanto la OCDE, el Banco Mundial, la


OMC, el FMI, el BID66, CONICYT y el Gobierno de
Chile vienen presentando el capital humano hace
décadas como si se tratase del descubrimiento de
la pólvora. Tal vez lo sea. Por primera vez se está
explotando radicalmente nuestros cuerpos, mentes
y genes a la vez, con inusitada e imperceptible
violencia. El capital humano requiere de la máxima
libertad para operar, y de esa libertad gozamos
desde que dejamos de lado la sociedad fordista.
Capital humano: cómo moldea tu vida lo que sabes67
65 Ibid. Página 208.
66 Para el BID, «los Contratos de Capital Humano son un ins-
trumento complementario muy innovador –no únicamente
para ALC si no que también a nivel global», Nuevo esquema
de financiación 8. Este banco está impulsando una política
de financiarización de la educación superior para América
Latina a través de un convenio con Lumni Inc. llamado suge-
rentemente Convenio Andrés Bello.
67 OCDE. Human Capital: How what you know shapes your
life. París: 2007.
138
es el título de uno de los libros más publicitados de la
OCDE. Si «son los trabajadores “con conocimientos”
quienes resultan clave para el éxito económico en
los países desarrollados» (es decir crecimiento, no
redistribución), la ideología correspondiente hará
todo lo posible para que los países metropolitanos
produzcan mayores contingentes de neoproletarios
microcapitalistas, lo mismo los países en vías de
desarrollo. De esta manera sólo debe quedar una
cantidad estrictamente necesaria de población
para las obras de manufactura. Respecto a la
miseria subdesarrollada, que no alcanza siquiera
a integrarse al fordismo, quedará condenada a la
«producción de hombres desechables», inutiliza-
bles para la era del capitalismo informacional68.
En los países que han abrazado el capital humano
como estrategia de desarrollo, en estos países
que privatizan su educación, el problema ya no
es la exclusión, sino las formas de inclusión. «Un
mercado se conquista cuando se adquiere su
control», señala Deleuze; es decir, cuando se hace
con el poder de su gestión. Para esto, la deuda de
las estudiantes y los estudiantes se ha convertido
en el gran dispositivo. No se trata únicamente de
una forma de financiación, sino también de una

68 Étienne Balibar. Violencias, identidades y civilidad. Para


una política global. Traducido por Luciano Padilla. Barcelo-
na: Gedisa, 2005. Página 116.
139

forma de pedagogía. En primer lugar enseña que la


educación es un bien de consumo, que por lo tanto
el mercado es el orden del mundo y el Estado tan
solo su catalizador. La democracia, por su parte,
es la libertad de elegir el producto que buscamos,
de donde se desprende el estrecho vínculo entre
democracia representativa y mercado. La deuda
es, de este modo, la naturalización del mercado69.
Y ya el neoliberalismo está desarrollando un
nuevo experimento: Contratos de Capital Humano
(CCHs). A Miguel Palacios Lleras, un neoliberal
emprendedor, se le ocurrió hacer realidad un sueño
del mismo Friedman allá por la década de 1940:
comprar una parte del stock de capital humano de
un individuo70. El obstáculo para hacer realidad el
sueño neoliberal radicaba, como se desprende del
tercer capítulo de Ingresos a partir de la práctica
profesional independiente71, en que la idea de capital
69 Jeffrey Williams, «La pedagogía de la deuda». La uni-
versidad en conflicto. Edu-factory / Universidad Nómade.
Madrid: Traficantes de sueños, 2010. Páginas 71 a 81.
70 Miguel Palacio Lleras. Investing in Human Capital: A
Ca-pital Markets Approach to Student Funding. Cambridge:
Cambridge University Press, 2004.
71 Se trata de «Incomes in the Professions and in Other Pur-
suits», cuya base inicial ya había sido publicada en 1939 con
el título «Income from Independent Professional Practice,
1929-36», en National Bureau of Economic Research Bulletin
72-73, 1939. También Friedman y Simon Kuznetsm. Income
from Independent Professional Practice. New York: National
140
humano aún no había sido formulada, lo que
dificultaba la comprensión de las ganancias que
se podían obtener al invertir en la formación de
extraños, quienes a su vez tampoco «venderían una
proporción fija de su futuro ingreso»72 de manera
tan simple; efectivamente el cálculo entre ganancias
y pérdidas resultaba difícil de medir, y esa dificultad
es la que el neoliberalismo se aprestaba a superar.
Friedman realiza esta discusión en una nota a pie
de página (lo que da cuenta de la marginalidad de
la incipiente idea y su rápido desplazamiento hacia
el centro), luego de citar el trabajo precursor de J.
R. Walsh titulado «El concepto de capital aplicado
al hombre»73. El entusiasmo por solucionar el
problema de la medición es notorio: «el argumento
puede ser puesto de una manera diferente, usando
una analogía que al principio puede ruborizar, pues
parece fantástica« (90)74. Tal fantasía no evitó que el
Bureau of Economic Research, 1945 [1955].
72 Friedman y Kuznetsm. Income from Independent Profe-
ssional Practice. Página 90.
73 J. R. Walsh, «Capital Concept Applied to Man» en The Quar-
terly Journal of Economics 49.2, 1935. Páginas 255 a 285.
74 Friedman retomará su discusión en Capitalism and Free-
dom: «El dispositivo adoptado para encontrar el problema
correspondiente a las inversiones riesgosas es la inversión
equitativa [equity investment], más la responsabilidad li-
mitada de parte de los accionistas. La contraparte para la
educación [el inversionista] debería «comprar» una parte de
las perspectivas de ganancia de un individuo; para facilitarle
141

sueño de Friedman se hiciera realidad: desde hace


décadas el capital es, también, humano.

17
El hombre ya no está encerrado, sino endeudado
Gilles Deleuze

Una manera diferente de ver la relación entre estu-


diante e inversor consiste en analogar máquina y
ser humano, aplicarle el concepto de capital con tal
de que hoy un estudiante pueda vender una parte
de sus futuros ingresos al financista. Lumni Inc.
se encarga de reunir el comprador (inversor) con
el vendedor (estudiante)75. Lumni surgió cuando
Miguel Palacios Lleras conoce a Felipe Vergara,
mientras ambos se encontraban estudiando en
los Estados Unidos. Ambos leen rigurosamente
a Friedman. Terminados los estudios, deciden
buscar trabajo; como la economía chilena funciona
de maravilla, ambos se instalan en Santiago y
«comienzan los estudios legales y tributarios del
negocio, fundando finalmente Lumni Chile S.A.
en 2002». Su visión es «convertirse en el líder de
los fondos necesarios para financiar su formación en condición
que el estudiante esté de acuerdo con pagar al prestamista una
fracción especificada de sus futuros ingresos». Página 103.
75 Toda la información citada se encuentra en www.lumni.cl
142
la naciente industria del financiamiento de Capital
Humano». Su modus operandi consiste en crear un
fondo de financiamiento –en la jerga económica,
levantar capital– dirigido al pago de una parte o la
totalidad de determinadas carreras universitarias
–en la jerga, una cartera de estudiantes– a cambio
de que los beneficiarios se comprometan «a pagar
un porcentaje fijo de su ingreso futuro durante un
número determinado de meses de trabajo», que en
realidad son años, muchos años. ¿Cómo llamar a
esto? David Harvey afirmaría que se trata de una
«acumulación por desposesión», acumulación que
opera fundamental aunque no únicamente con
la mercantilización y privatización de los bienes
comunes (tierra, agua, semillas, plantas, formas y
saberes culturales, creatividad intelectual, etcétera)
que se realiza a través del sistema de crédito y el
sistema financiero76. Morgan Adamson, que hizo
76 «La promoción de niveles de endeudamiento que aun en los
países capitalistas avanzados reduce a la servidumbre por deudas
a poblaciones enteras, por no mencionar el fraude corporativo,
la desposesión de activos (el ataque de los fondos de pensión
y su liquidación por los colapsos accionarios y corporativos)
mediante la manipulación de crédito y acciones, todos estos son
rasgos centrales de lo que es el capitalismo contemporáneo. Pero,
sobre todo, debemos prestar atención a los ataques llevados a
cabo por los fondos especulativos de cobertura y otras grandes
instituciones del capital financiero como la punta de lanza de la
acumulación por desposesión en los últimos años». David Harvey,
«El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión», en
Socialist Register, 2004. Páginas 99 a 129, cita en 104.
143

una crítica pionera al respecto, señala que este


contrato es una deuda encubierta aunque amparada
legalmente. Según esta crítica, su diferencia con
otros tipos de deudas o préstamos es que implica
«la propiedad [...] de una parte real del «capital
humano», del conocimiento y de las habilidades
adquiridas mediante la educación», y que si bien
aún estamos en los inicios de este tipo de «prácticas
prestamistas predatorias, el Contrato de Capital
Humano (CCH) es la expresión más brutal de usur-
pación por parte de las instituciones financieras
sobre la vida del estudiante»77. La financiarización
–la financiarización de la educación en particular–
es la forma en que se adquiere el control del
mercado y de sus integrantes, pues implica una
sujeción radical de la vida a eso que todavía llama-
mos trabajo, independientemente de las formas
que éste adquiera: aunque la deuda es inquebrable,
los financistas señalan que provoca «equidad de
la inversión», pues tanto el vendedor como el
comprador estarían asumiendo los riesgos del
contrato78 al momento de firmar. Insisto: en países
77 Morgan Adamson, «The Financialization of Student Life:
Five Propositions on Student Debt» en Polygraph 21, 2009.
Páginas 107 a 120, cita en 112.
78 «El producto que ofrece Lumni no es una deuda con pagos
y plazos fijos, sino una financiación contingente al ingreso
que participa de los beneficios del «emprendimiento», que
en este caso es el salario percibido. De este modo Lumni y el
144
como el nuestro, donde la educación universitaria
ha sido señalada como la clave para alcanzar el
desarrollo –es decir, la acumulación capitalista
y no la redistribución–, el problema no es lograr
«que todo estudiante con méritos pueda ingresar
a la educación superior, sin que la condición
socioeconómica constituya una barrera»79, como
ha enfatizado el actual gobierno, sino las formas
que adquiere la inclusión universitaria: la deuda
y su pedagogía del mundo, una deuda que además
generará un nuevo proletariado, acorde a las
condiciones de acumulación postfordista; un
proletariado del saber que además verá dificultadas
sus opciones de seguir estudios de postgrado, pues
a éstos solo podrán acceder aquellos que no hayan
tenido que someterse a algún CCHs. La deuda no
es simplemente una obligación financiera, sino la
estructura del futuro de los estudiantes de hoy80.
estudiante tienen alineados sus respectivos intereses al com-
partir tanto el riesgo como los beneficios.»
79 Ministerio de Educación de Chile. Políticas y propuestas de
acción para el desarrollo de la educación chilena. Santiago,
agosto de 2011. Página 3.
80 Para una mayor comprensión de los estudiantes endeu-
dados, ver Morgan Adamson, «The Financialization of Student
Life», texto fundamental para este ensayo. En una entrevista
aparecida en el diario argentino Página 12 del 5 de agosto de
2011, Marcel Claude señalaba que «toda la educación chilena
está ordenada en torno de la lógica del lucro, ése es su eje
central. El Banco Mundial señaló que cuando un estudiante se
145

18

He escuchado a académicos y también a estudiantes


de postgrado llamarse, orgullosamente a sí mismos,
capital humano avanzado de Humanidades y
Ciencias. Personalmente siempre he desconfiado de
la palabra capital, incluso del capital cultural, que
esconde la lógica neoliberal que aquí hemos venido
develando. No hay capital que no esté al servicio de
la acumulación81. ¿Por qué su uso seduce, entonces?

gradúa y sale al mercado laboral carga con un endeudamiento


equivalente al 174% de su sueldo anual. Eso es una locura.
Aunque un estudiante trabaje un año completo, todo el in-
greso que gana tendrá que dejarlo en el banco. Se estima
que cada estudiante se gradúa con una deuda promedio de
40.000 dólares».
81 En 1979, Pierre Bourdieu definía el capital cultural de
una manera asombrosamente similar al capital humano que
hemos venido revisando: «la mayor parte de las propiedades
del capital cultural se puede deducir del hecho de que, en
su estado fundamental, se encuentra ligado al cuerpo y su-
pone la incorporación. La acumulación de capital cultural
exige una incorporación que, en tanto supone un trabajo
de inculcación y de asimilación, cuesta tiempo, tiempo que
debe ser invertido personalmente por el inversionista [...] El
trabajo personal, el trabajo de adquisición, es un trabajo del
«sujeto» sobre sí mismo (se habla de «cultivarse»). El capital
cultural es un tener devenido ser, una propiedad hecha cuerpo
que se vuelve parte integrante de la «persona», un habitus».
«Les trois états du capital culturel» en Actes de la recherche
en sciences sociales 30, 1979. Páginas 3 a 6, cita en 3 y 4. Se
146
¿Por qué su crítica ha demorado tanto? Una posible
respuesta está en el deseo de libertad y autonomía,
que nos permitiría ser dueños de nuestras vidas, ya
no tener que marcar tarjeta, trabajar desde nuestra
casa y sin jefe, sin horarios, en flexibilidad total
y autogobierno. Todo esto y más permitiría este
dispositivo que nos transformó en capitalistas, pues
además nos habría librado de las instituciones de
encierro que tan bien describiera Foucault. La lucha
en la década de 1960 fue a favor de la flexibilización y la
precarización consciente, aunque implicara menores
sueldos. Era una lucha contra el sistema, contra la
disciplina, contra Ford y contra Taylor. La sociedad
disciplinaria aún existe, dirán algunos, pero está
en vías de extinción en aquellos países que asuman
al capital humano como destino. La permanencia
de la disciplina no le haría bien a nuestro trabajo
ni a las actuales condiciones de producción, pues
el postfordismo vive –como veremos– de nuestras
libertades y autonomías, que paradójicamente
resultan fundamentales para quienes nos encontramos

supone que Bourdieu trabajó la noción de capital cultural para


distanciarse de determinismos económicos, pero la verdad es
que, tal como aquí ha sido definido por el sociólogo francés,
el capital cultural y capital humano son intercambiables,
si no indistinguibles. No por nada se habla en su pequeño
artículo de un marché scolaire (mercado escolar), que refiere
a la «tasa de convertibilidad entre capital escolar y capital
económico» (6).
147

operando al interior de las Humanidades y que


componemos la clase creativa. La precarización pasó
de ser una condición crítica y marginal a una norma;
el empresario de sí mismo le resultó al capitalismo
más productivo que el confinamiento. Habrá quien
desconfíe de esta tesis. A esa desconfianza opongo
un ejemplo, hoy bastante común: en Estados Unidos
más del 40% de la planta docente se compone de
quienes los gringos llaman Contingent Teacher, es
decir nuestros profesores part time. En verdad no
sé cuál es la proporción de profesores taxi en Chile
–creo que alrededor del 60%–, pero sé que por
lo menos en el principal mercado donde quienes
actualmente realizamos doctorados en Humanidades
colocaremos nuestro capital, las universidades
privadas complejas –aquellas que tienen docencia,
investigación y extensión–, entre el 70% y 80% de
los profesores son part time, sin considerar que una
gran parte de las jornadas completas se ocupa de
funciones administrativas. En las universidades de
retail, como las ha llamado Víctor Pérez, rector de la
Universidad de Chile, debe ser menor el porcentaje,
bastante menor. Al mismo tiempo, la matrícula en las
universidades privadas aumenta año a año y supera
a las de las universidades del Consejo de Rectores: el
55% de los estudiantes se matriculan en las privadas
cada año82. Como yo me desempeño en el ámbito
82 Consejo Nacional de la Educación. Proceso Matrícula 2011.
148
de las Humanidades, restringiré un poco las cifras:
en 2011, las Humanidades representan el 1% de la
matrícula de pregrado. Se trata de una variación de
-2% en comparación con el año anterior. El postgrado
en Humanidades, por su parte, representó para
2010 el 5,5% del total de la matrícula. ¿Qué dicen
estos números? Que el mercado para la colocación
del capital humano humanista es muy competitivo,
así que debemos agradecerle a Jaime Guzmán y
Hernán Larraín el gran estímulo que nos han dado
para la superación personal. Si miramos la matrícula
de pregrado en 2011 del área de Administración
y Comercio –la fuerza de trabajo comercial–,
corresponde al 19% del total, con una variación de
10%, mientras el postgrado tiene una matrícula de
alrededor de 20%. Lo siento por ellos: a diferencia de
quienes nos movemos al interior de las Humanidades
–la fuerza de trabajo humanista–, la superación co-
mercial de ellos será menor, aunque en proporción
inversa a la de sus sueldos y al revés de la nuestra. Es
poco probable que el aumento de nuestra superación
personal se refleje en las rentabilidades de nuestro
capital. Posiblemente no todos los estudiantes
de doctorado de Administración y Comercio se
dediquen a la enseñanza, pero su densidad es de
todas maneras proporcional.
Santiago, 2011. También: Consejo Nacional de la Educación.
Evolución matrícula total postgrado última década. Santia-
go, 2011.
149

19

La mayoría de mis amigos que estudia postgrado


o ya postgraduados da clases por lo menos en tres
universidades. Algunos han llegado a cinco. Hay
quien da clases en una sola universidad: ocho,
incluso diez cursos. Y cuando llega el proceso de
acreditación de la universidad en que trabajamos, el
currículum vitae personal contará para cada una de
las universidades donde enseñamos, sin que ninguna
haya invertido en nuestro capital más que con los
honorarios relativos a las horas de clase. Cuando
llegue el próximo semestre se nos pedirá un nuevo
programa, cuyo trabajo de preparación jamás será
remunerado. Lo peor es cuando se nos otorga un
curso extra a condición de que publiques a propósito
del curso, ojalá artículos ISI o, con menos suerte,
artículos SciELO. No todas las universidades operan
así –por lo menos no las universidades privadas
complejas–, pero la gran mayoría exigirá que
continuemos (auto) formándonos para sus clases,
incluso las universidades públicas, cuyo porcentaje
de profes taxis va en acelerado aumento.Esta (auto)
formación será cuando queramos y a la hora que
podamos, pero se nos exigirá hacerlo si queremos
seguir trabajando, así sea sólo por horas. Además,
no es que nos dedicamos a lo que más queríamos
hacer. Las consecuencias de esta flexibilización de

150
la fuerza de trabajo académica conllevan que una
gran mayoría de estudiantes están siendo formados
por trabajadores del saber superexplotados, que
en total llegan a enseñar hasta diez cursos por
semestre con tal de armarse un ingreso mensual, y
no siempre por doce meses continuos. Ya no tenemos
ingresos, sino flujos de ingresos, sin posibilidades
de investigar ni de diferenciar el tiempo de ocio y
el tiempo de trabajo –esta división correspondía al
fordismo–, enseñando con un cuerpo y una mente
poco activos, repitiendo un mismo programa en
varias universidades para así encontrar algún tiempo
que permita leer y seguir lubricando la máquina; sin
oficina, sin salud, sin seguridad. La Universidad-
empresa es por tanto la degradación de la enseñanza
y del aprendizaje83, el fin del estudiante y el fin de esa
figura del profesor que nuestras lecturas imaginaron
y que no llegamos a conocer. La deuda convierte al
estudiante en trabajador desde el momento en que
firma su Contrato de Capital Humano avanzado –u
otro similar–, y lo mismo ocurre con el académico,
convertido ahora en un capitalista de sí mismo que
se mueve en el mercado ultraflexibilizado a la caza
de sus rentas: un lumpen-profesorado al que se le
precarizó la vida y la inteligencia84.
83 Marc Bousquet. How the University Works. Higher Edu-
cation and the Low-Wage Nation. New York / London: New
York University Press, 2008. Página 8.
84 Cary Nelson y Stephen Watt. Academic Keywords: A Devil’s
151

20

Sí, vivimos en la ambivalencia: «gobernarse,


controlarse, disciplinarse y regularse significa al
mismo tiempo fabricarse, formarse y empoderarse,
lo que, en este sentido, significa ser libre. Sólo
mediante esta paradoja pueden los sujetos so-
beranos ser gobernados. Y esto es precisamente
porque las técnicas de gobierno de sí surgen de la
simultaneidad de sujeción y empoderamiento, de
compulsión y libertad»85. Tengo la impresión de que
el capital humano fue el dispositivo que permitió el
destravamiento del fordismo, y su salida espe(cta)-
cular hacia la especialización flexible. Fue el trabajo
intelectual creativo y libre –ese que antes luchó por
la flexibilidad– el que presentó al neoliberalismo
un modelo apropiado. O bien el neoliberalismo se
apropió del trabajo intelectual creativo y libre y
lo está llevando a todos los rincones, al punto de
obligarnos a ser libres competidores: «el nuevo
sujeto trabajador debe ser tan flexible y contingente
como el mercado mismo»86. Nuestra libertad debe
Dictionary for Higher Education. New York: Routledge, 1999.
Página 208.
85 Isabell Lorey, «Gubernamentalidad y precarización de sí.
Sobre la normalización de los productores y las productoras
culturales», en Producción cultural y prácticas instituyentes.
Madrid: Traficantes de sueños, 2008. Páginas 57 a 78, cita en 68.
86 Marion von Osten, «Salidas incalculables», en Producción
152
ir paralela a la libertad de elegir pregonada por
el neoliberalismo 87. En realidad, esta libertad
asusta. El futuro no es auspicioso si consideramos
las recomendaciones de la OCDE en 2009 para
lo que queda de universidad pública en Chile:
nos recomiendan, como José Joaquín Brunner,
seguir el desastroso Plan Bolonia: flexibilidad
curricular, flexibilidad operativa, flexibilidad en los
programas académicos, flexibilidad en el sistema
de acreditación, flexibilidad en recursos humanos
(sobre todo de académicos), flexibilidad salarial. Los
futuros trabajadores académicos enfrentaremos no
sólo una mayor inseguridad laboral, sino también
una universidad con una increíble descualificación,
curricular y estudiantil, (pero rica en competencias),
altamente competitiva (pero eso eleva la calidad), con
malos sueldos (pero eso mejora la gestión de recursos),
cultural y prácticas instituyentes. Madrid: Traficantes de
sueños, 2008. Páginas 79 a 99, cita en 85.
87 El mejor escenario para la formación de microempren-
dedores radicales se produce mediante la instalación de una
inseguridad generalizada, que a su vez se logra a través de
la privatización de lo público, de lo común. Se trata de «una
racionalidad que busca producir un ambiente de riesgo en el
que las personas se vean obligadas a vérselas por sí mismas,
pues la inseguridad es el mejor ambiente para estimular la
competitividad y el autogobierno» (Castro-Gómez, Historia
de la gubernamentalidad, página 209) y propulsar así la li-
bertad de elegir ante el gran stock de ofertas que nos entrega
el mercado.
153

con dificultades para un trabajo estable (pero eso


favorece la rotación laboral y, por tanto, las nuevas
experiencias como también la autogestión)88. En
otras palabras, el plan es la precarización radical de
la universidad y de quienes la habitan, así sea por
horas: la Universidad Moderna está definitivamente
en ruinas –siguiendo una vez más a Bill Readings– y
sobre ella se intenta construir la Universidad de la
Excelencia, que opera sin ninguna otra referencia
que la del mercado. Esto es lo que estuvo en el
centro de la reforma de 1981 y esto es lo que las
propuestas educacionales del gobierno de Sebastián
Piñera intentan radicalizar, gracias al trabajo que
hizo y le heredó la Concertación. En conjunto,
nuestros gobernantes no han estado haciendo otra
cosa que poniendo en prácticas las propuestas que
Milton y Rose Friedman compartían con el mundo
en 1979: el refuerzo de la discontinuidad, el fin del
saber moderno y sus instituciones, y el advenimiento
88 «Las normas del servicio público, especialmente en lo que
respecta a políticas de recursos humanos, administración
financiera y abastecimiento de bienes y servicios, no entregan
la flexibilidad necesaria para usar los recursos disponibles de
la manera más eficiente y efectiva. Todas las universidades
públicas deberían tener la posibilidad de manejar sus re-
cursos humanos de manera de poder atraer, remunerar y
recompensar docentes y personal administrativo calificados
estrictamente en base a criterios de desempeño». OCDE/
Banco Mundial. La educación superior en Chile. Santiago:
Mineduc, 2009. Páginas 276 a 280.
154
del precariado como nueva clase política del saber.
Estas notas no han tenido como foco una deter-
minada institución o un nombre en particular, sino
la develación de una nueva técnica de gobierno
llamada capital humano.

¡Precarios y precarias del mundo, uníos!

Santiago, junio a septiembre de 2011

155

156
Contra la educación
gubernamental.
Fragmentos para una
crítica de los bienes
Andrés Maximiliano Tello

«La educación es un bien de consumo». «La


educación es un bien público y un derecho hu-
mano del que nadie puede quedar excluido».
«La educación, como bien público, contiene la
posibilidad de optar entre los distintos y diversos
sistemas que de ella el país puede ofrecer».
«La educación es un bien público que debe ser
garantizado a todos por igual». «La educación es un
bien privado, es un capital que reciben las personas
y el Estado, como garante del bien común, tiene que
dar la oportunidad para que exista una diversidad
enorme». «La educación es un bien colectivo». Las
variaciones de estas frases sobre el carácter de la
educación prosiguen. El traqueteo se hace notar,

157

pero la pirotecnia discursiva no encandila el fondo


remecido. De ahí la importancia del movimiento
que han impulsado los estudiantes, de su amplitud
insospechada y de la singularidad de su propaga-
ción rizomática entre los estratos, los agentes y
los establecimientos de todo tipo. Se ha intentado
sucesivamente ignorar a este movimiento, reducirlo
a minoría porcentual, invisibilizarlo en la trivialidad
informativa, calificarlo como mero ruido carente de
argumento, mostrarlo anómico y delictual, catalogar
de pueriles sus lemas, cercenarlo en el caudillismo,
ahogarlo en la represión, denunciarlo como reflejo
de ideologías, caricaturizarlo como marioneta
de partidos, aquietarlo en la lógica de un diálogo
pantomímico, condenarlo como fundamentalista;
en fin, se ha querido agotarlo. Sin embargo, la
agitación que provoca –más allá de los reformismos
y los nuevos cálculos presupuestarios detonados–
ha hecho tartamudear el habla del cuerpo político
y ha dejado ver, en todas las variaciones y rear-
ticulaciones con que se intenta definir lo que
condiciona la educación, la puja de un deseo
reprimido: la consagración del bien y, por lo tanto,
de los bienes mismos. La metonimia desplegada para
referirse a las añadiduras de este bien (de consumo,
público, privado, colectivo, etcétera) no altera,
empero, la ordenación de los bienes que delimita
y establece como propiedades inmutables. Sólo el

158
cuestionamiento de ese orden fáctico y la distorsión
de la nominación de los bienes como tales puede
afectar la jerarquía de los órganos, que se mantiene
gracias a la expulsión de todo movimiento que, al
igual que el de los estudiantes, sea en realidad una
manifestación de la política. Se trata de una curiosa
consecuencia de las metáforas de cuerpo político,
órganos institucionales u organismos económicos
internacionales, que refieren principalmente a
la administración de los bienes y sin embargo a
la vez rechazan su problematización política. El
movimiento, entonces, nos da la oportunidad de
volver a cuestionar la ordenación y la definición de
los bienes que se lleva a cabo en el cuerpo político
y en los organismos institucionales, y nos permite
ver cómo (re)aparece la política.

Una tesis que ha cobrado cierta robustez sobre


la contienda actual de las universidades –mejor
dicho, la emergencia del movimiento– señala
que en realidad es un conflicto de carácter mayor:
la complejidad en que se dan hoy las relaciones
entre lo público y lo privado1. Los voceros de esta

1 Véase la reciente publicación de José Joaquín Brunner y Car-


los Peña (editores). El conflicto de las universidades: entre lo
159

tesis apuntan a una transformación general de la


Universidad que ya había sido advertida por Bill
Readings2: la globalización del arruinamiento de
su anhelo histórico, sea bajo el modelo napoleónico
o humboldtiano; es decir, el abandono del ideal
asignado a la Universidad Moderna como motor del
progreso o eje del proyecto cultural nacional y su
actual reconfiguración en la forma de corporaciones
transnacionales. Tales voceros aluden también,
involuntariamente, a la mutación universitario-
estatal que, con otro timbre claro, Willy Thayer
denomina «el big bang de la globalización», que
estalló en Chile con el golpe militar: «el desplaza-
miento del Estado como centro-sujeto de la historia
nacional al mercado ex-céntrico post-estatal y
post-nacional»3. Los paladines de esta nueva tesis
añaden que si hoy la idea misma de Universidad
se encuentra en crisis es por la caducidad de su
rol como instrumento privilegiado del Estado
Nación durante los últimos dos siglos y, por lo

público y lo privado. Santiago: Universidad Diego Portales,


2011. En su introducción, los editores comparten criterios
con Enders y Jongbloed, responsables del libro citado más
adelante.
2 Ver el ensayo de Bill Readings que abre este libro, «La uni-
versidad en ruinas».
3 Willy Thayer. La crisis no moderna de la universidad mo-
derna. Epílogo del conflicto de las facultades. Santiago: Cuarto
Propio, 1996. Página 127.
160
tanto, del tradicional carácter público que de esa
forma adquiriera. Así, para José Joaquín Brunner
y Carlos Peña la actual globalización de sistemas
de comunicación y mercados autorregulados
que exceden el control estatal transforma todas
las instituciones con base nacional, lo que para las
universidades implica el ingreso a un mercado
mundial del saber4. La dificultad para mantener las
fuentes de financiamiento estatal y la proliferación
de instituciones privadas de educación superior en
diversos países ha llevado a que las universidades
tradicionales adopten dinámicas de management
empresarial en su labor académica y de inves-
tigación, para prevalecer de este modo en un mer-
cado global donde no sólo compiten entre sí por la
captación de estudiantes, académicos y recursos,
sino también por el prestigio que otorgan los
nuevos estándares de acreditación y los ránkings
internacionales. Este nuevo panorama determina
que los atributos de lo público y lo privado se
vuelvan ambiguos en la educación superior;
comienza a primar cierta desconfianza sobre la
eficiencia de lo público y lo privado cada vez está
más presente. A partir de un diagnóstico como
este, Jürgen Enders y Ben Jongbloed sostienen que
tales transformaciones ponen en juego «la manera

4 Brunner y Peña. El conflicto de las universidades. Páginas


40 a 50.
161

en que la educación superior y la investigación


son gobernadas, financiadas y provistas», y que
«también se cuestionan las cambiantes creencias
sobre la educación superior y la investigación como
un bien público o un bien privado, o como un bien
que tiene elementos de ambos»5. Se configura así la
tesis de que una transformación en las dimensiones
de lo público y lo privado es el verdadero trasfondo
de la contienda actual de la universidad, lo cual
apunta incluso a una inevitable suerte de mixtura
de los bienes. Sin embargo, como suele ocurrir
muchas veces con las tesis que se pretenden
robustas, el piso en que se apoya resulta frágil. Más
allá de los análisis sobre el carácter público o pri-
vado de estos bienes, sigue ausente una reflexión
sobre ellos en su condición de bien.

En un breve texto publicado en 1954, Paul Sa-


muelson definía el concepto de bien público
como aquel que puede ser disfrutado en común
sólo si su consumo por parte de un individuo

5 Jürgen Enders y Ben Jongbloed, «The Public, the Private and


the Good in Higher Education and Research: An Introduction»
en Public-Private Dynamics in Higher Education. Jürgen Enders
y Ben Jongbloed (editores). Bielefeld: Transcript, 2007. Página 11.
162
no conduce a una sustracción al consumo de
ese bien por parte de cualquier otro individuo6.
Samuelson planteaba de esta manera la distinción
entre collective consumption goods y private
consumption goods. Podríamos decir que el
conocimiento, considerado como un bien, se ajusta
a esta definición, pues mi acceso a éste no impide
el acceso de otros. Si además la escuela neoclásica
señala que un bien público debe ser no excluyente,
y el conocimiento se distingue principalmente
por su transmisión, éste es un claro ejemplo de lo
que algunos economistas llaman un bien público
puro. Pero si seguimos a fondo este argumento
nos encontramos con que el conocimiento, por
sus particularidades, se acomoda con dificultad a
la noción de bien propia de la economía clásica. Al
comienzo de sus Principles of Political Economy
and Taxation de 1817, David Ricardo señala que
«por poseer utilidad, los bienes obtienen su valor
de cambio de dos fuentes: su escasez y la cantidad
de trabajo requerida para obtenerlos»7. Ricardo
se ocupa principalmente de la segunda fuente,
puesto que la cantidad de trabajo necesaria para la
producción de cualquier bien resulta determinante

6 Paul Samuelson, «The Pure Theory of Public Expenditure»


en The Review of Economics and Statistics 36.4, 1954. Página 387.
7 David Ricardo. Principios de economía política y tributación.
Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1993. Página 9.
163

en su valor. No obstante, también apunta que hay


algunos «bienes cuyo valor está determinado tan
sólo por su escasez», entre los cuales menciona
las obras de arte y ciertos libros, aunque les resta
importancia al considerarlos una parte mínima y
marginal de los bienes que se intercambian en el
mercado. Casi dos siglos después, la articulación
entre la economía mundial y las nuevas tecnolo-
gías de la información vuelve casi pueriles esas
observaciones: por su multiplicación, los llamados
bienes culturales y bienes inmateriales se han
vuelto uno de los polos más activos del mercado.
La paradoja de esta valorización económica
encierra tal vez las propias tensiones en que se
encuentra inscrita históricamente la noción de
bien; además vuelve problemáticas otras premisas
clásicas de la economía, como el mismo proceso
de producción y circulación de las mercancías. De
acuerdo con Maurizio Lazzarato, la producción
de conocimientos excede el molde interpretativo
de la economía política, al surgir necesariamente
de la «cooperación libre de cerebros» y no de
la propiedad exclusiva de las ideas. A partir
de ello, Lazzarato intenta demostrar que «el
conocimiento puede ser asimilado a un bien
no escaso, porque es indivisible, imposible de
intercambiar, no consumible, inconmensurable y
por lo tanto no es rival de otros bienes; de ahí que,

164
por derecho, escape a las reglas de la economía»8.
No obstante, la administración fáctica del acceso9
8 Maurizio Lazzarato. Por una política menor. Madrid: Trafi-
cantes de sueños, 2006. Página 132.
9 La noción de acceso resulta clave no sólo en el conflicto edu-
cacional –donde la retórica del gobierno repite una y otra vez
que su objetivo es «garantizar el acceso a una educación de
calidad»–, sino también en la mutación de los bienes inma-
teriales y culturales en el capitalismo contemporáneo. En su
libro La era del acceso. La revolución de la nueva economía
(Barcelona: Paidós, 2000), Jeremy Rifkin sostiene que el aco-
plamiento de tecnologías de la información y la comunicación
en una economía-red transforma gran parte de las nociones
y formas tradicionales del capitalismo, porque desmaterializa
sus bienes en el despliegue de una economía ingrávida, lo cual
volvería obsoletas ideas clásicas como la propiedad privada, sus-
tituyéndolas por producciones sociales y expresiones culturales
redefinidas mediante relaciones de acceso. No obstante, para
desazón del diagnóstico sociológico, lo cierto es que la figura del
acceso no surge de forma espontánea en medio de una revolución
económico-tecnológica a fines del siglo XX, ni tampoco es una
novedad histórica, puesto que de una u otra forma ha recorrido
un camino adyacente con la administración y la consagración
de los bienes en Occidente. Esta figura revela ya en su propia
etimología esa problemática más compleja y de larga data como
accessus –entrada a un lugar o acción de acercarse a una cosa
u objeto (accĕdere)–, pero también en la subacepción jurídica
de accessĭo (accesión), un modo de dominio –según la antigua
jurisprudencia romana– que al ser aplicado como principio reco-
noce un derecho de propiedad amplio al dueño de un bien sobre
la cosa en cuestión y sobre lo que ésta produce o se le adjunta;
los romanos no elaboraron una diferencia sistemática entre
occupatio y accessĭo, de modo que los glosadores en el Medioevo
la ensayarían y luego, por su uso en los siglos siguientes, llegaría
a su forma actual. Por otro lado, y en relación a su papel en la
165

a los conocimientos –y también de la producción


de cultura– vertebra las tecnologías de control del
cuerpo social. La universidad se puede compren-
der en este sentido. Si el espíritu ilustrado del
Estado Nación primero y las políticas del Welfare
State después consideraron que el dispositivo
universitario era el encargado de fomentar la
reproducción de las elites cultas y de controlar
el acceso de una parte de las clases medias a una
educación superior, hoy la reconfiguración de ese
mismo dispositivo universitario busca posicionar el
conocimiento como un bien escaso en el mercado
global de la educación10. Para los defensores de la tesis
nueva economía de bienes inmateriales, se encuentra la deri-
vación conceptual en informática de access como lectura y
registro de datos en un soporte artificial de memoria o alma-
cenamiento tecnológico. Finalmente, y esto sólo a modo de
hipótesis, se deslinda la acepción médica de accessĭo (accesión)
para los malestares o ataques de fiebre intermitentes que sufre
un cuerpo. Si este último sentido del término, forzando un poco
las cosas, se intentara relacionar con los anteriores en torno a
la administración de los bienes, coincidiríamos con Deleuze al
señalar que, así como las máquinas energéticas de las sociedades
disciplinarias estaban expuestas al riesgo activo del sabotaje, las
sociedades de control y sus máquinas informáticas confieren el
lugar de mayor riesgo a la inoculación de virus y la piratería. Sobre
estos elementos me he ocupado antes en Andrés Maximiliano
Tello, «El acceso a las imágenes de archivo como problema esté-
tico y político» en Umbrales Filosóficos. Posicionamientos y
perspectivas del pensamiento contemporáneo, Alicia Bermejo et
al. (editores). Murcia: Editum, 2011. Páginas 305 a 324.
10 Sin duda existen otros dispositivos que apuntan en esa misma
166
robusta, la privatización de la educación superior
responde al aumento de la demanda y a la necesidad
de integrar a los sectores hasta ahora marginados
del sistema que los fondos públicos del Estado
no habrían sido capaces de solventar durante las
últimas décadas. Así, el papel de las entidades
no gubernamentales –las instituciones privadas
con y sin fines de lucro– sería complementar esa
falencia del sistema de educación pública. Según
esta tesis la naturaleza de la educación superior y
de la investigación universitaria como bien público
debería ser relativizada. A pesar de que en términos
económicos esta inversión permitiría retornos
colectivos –una ciudadanía más informada, mejor
salud pública, mayor cohesión social, entre otros–
que la acercarían a la idea de un bien público, la
educación superior sería a su vez un bien privado
porque tendría como resultado beneficios laborales
individuales, mejora en salarios y estátus social,
etcétera. Desde esta perspectiva, si el Estado
interviniera en el destino de la educación tendría
que hacerlo sólo en su rol de garante del bien común.
En los términos de Enders y Jongbloed, resultaría
imposible cuantificar y evaluar los beneficiarios del

dirección. Por ejemplo, la contraofensiva de los derechos de


propiedad intelectual sobre la posibilidades abiertas por las
nuevas tecnologías de la información. De todos modos aludo
indirectamente a esto en la nota anterior.
167

bien público a escala nacional11. En el mercado


global, según ellos, el bien público se diluye.
Volvemos al comienzo.

El término economía política es acuñado en 1615


por Antoyne de Montchrétien en su Traicté de
l’oeconomie politique12. Este texto parece no haber
tenido gran influencia, aunque resulta interesante
que el autor se refiera al objeto de su tratado como
la «ciencia de adquirir los bienes», situándose en
la estela de la idea griega de oikonomia, aunque
precisando que ésta es común a todas las repúblicas
y familias. Montchrétien define entonces la
economía política –siguiendo el lenguaje de su
época– como la administración [menagerie] públi-
ca de las necesidades y los cargos del Estado13. Más
de un siglo después, en 1755, aparece el tomo quinto
de L’Encyclopédie de Diderot y D’Alembert con la
definición de «Économie ou Oeconomie (Morale
et Politique)», firmada por Rousseau y publicada

11 Enders y Jongbloed, «The Public, the Private and the Good


in Higher Education and Research». Páginas 13 a 23.
12 Antoyne de Montchrétien. Traicté de l’oeconomie politique.
Genève: Librairie Droz, 1999.
13 Ibid. Página 67.
168
un par de años más tarde como libro con el título
de Discours sur l’Économie politique. Rousseau
ratifica el vínculo entre oikonomia, tal cual como la
entendían los griegos en la Antigüedad –«el sabio y
legítimo gobierno de la casa en pro del bien común
de toda la familia»– y su versión moderna más
amplia, concebida como «el gobierno de la gran
familia que es el Estado»14. Para distinguir ambas
nociones Rousseau reserva a la primera el nombre
de economía doméstica o particular y a la segunda
el de economía general o política, y también el de
economía pública. A su vez, plantea la necesidad
de equiparar esta última con la noción de gobierno,
que ejerce el derecho legislativo y tiene en ciertos
casos la facultad de obligar al cuerpo mismo de la
nación; de esa manera, se diferencia también de la
autoridad suprema, de una noción de soberanía
que conserva el poder ejecutor y solamente puede
obligar a los particulares (por lo tanto, ambos
conceptos son presentados de un modo extraño al
de su uso contemporáneo). Sobre tal escisión en
el núcleo mismo del poder político institucional
habrá que volver más tarde, por ahora lo importante
será destacar que la noción de economía política
en Rousseau se refiere no sólo a la gestión general
de los bienes, sino también a la administración de

14 Jean-Jacques Rousseau. Discurso sobre la Economía política.


Madrid: Tecnos, 1985. Página 3.
169

éstos y del conjunto de prácticas cotidianas que


involucran, sea en su dimensión pública o privada.
Y esto es así porque en los Discours sur l’Économie
politique se presenta como principio de la economía
política la volonté générale, «tendente siempre
a la conservación y bienestar del todo y de cada
parte» del cuerpo político y que, por lo tanto, «es
el origen de las leyes y la regla de lo justo y de lo
injusto para todos los miembros del Estado, en
relación con éste y con aquéllos»15. Para Rousseau
la regla fundamental y primera del gobierno es ceñir
la economía pública al dictado de las leyes, cuya
determinación proviene de una voluntad general
que no es sino la expresión del bien común. De
tal modo, los Discours sur l’Économie politique
circunscriben el funcionamiento del gobierno –es
decir, de la economía general– a la teoría de la
soberanía que más tarde se desarrollará con mayor
precisión en el Contract social. Sin embargo, el
concepto de una ciencia de la administración de los
bienes que intenta describir Rousseau se aleja del
que sus contemporáneos franceses Quesnay y los
fisiócratas esbozan paralelamente, y más aun del
que poco después concibe Adam Smith; de estos
últimos dependerá la configuración del discurso y del
funcionamiento de la economía política moderna.

15 Ibid. Página 9.
170
5

La noción de bien está anudada con el surgimiento


del pensamiento político. En la Grecia clásica
la propia idea de polis sería impensable sin la
asociación de los hombres en vista del bien común.
Así lo señala Aristóteles al comienzo de su Política:
«Puesto que vemos que toda ciudad es una cierta
comunidad y que toda comunidad está constituida
con miras a algún bien […], es evidente que todas
tienden a un cierto bien»16; y más lo es en el caso
de la polis, fin de las comunidades primeras. Luego,
ya que la ciudad se compone de casas (oikos),
Aristóteles se ocupa de describir en qué consiste
la oikonomia, administración doméstica de las
diferentes relaciones que se dan entre los miembros
de la familia –entre amo y esclavo, marido y esposa,
padre e hijos– y también de la posesión de sus
bienes. Aristóteles distingue así entre el quehacer
del ámbito del oikos y el de la polis puesto que –al
contrario de Platón o Jenofonte– plantea que las
formas del gobierno doméstico y del gobierno de
la ciudad no serían equiparables. Sin embargo,
Giorgio Agamben ha resaltado el hecho de que, por
ocuparse de las relaciones familiares y de los modos
en que se administra la casa, el término oikonomia
16 Aristóteles. La Política. Madrid: Gredos, 1988. Página 1252 a.
171

expresa principalmente un paradigma de gestión


que «implica decisiones y disposiciones que hacen
frente a problemas específicos en cada momento,
que se refieren al orden funcional (taxis) de las
diversas partes del oikos»17; según esa condición
habría sido posible ampliar su aplicación a otros
ámbitos. Agamben demuestra cómo este sentido
del término oikonomia se traslada y toma un
lugar central durante el surgimiento de la teología
cristiana –principalmente entre los siglos II y V– en
los debates sobre la naturaleza del poder divino y
la constitución del dogma trinitario defendido por
Tertuliano, Hipólito e Irineo. Con esa genealogía
Agamben busca demostrar que desde la teología
cristiana emergen «dos paradigmas políticos en
sentido amplio, antinómicos pero funcionalmente
conexos: la teología política, que funda en el Dios
único la trascendencia del poder soberano, y la
teología económica, que la sustituye con la idea de
una oikonomia, concebida como un orden inmanen-
te […] tanto en la vida divina como en la humana.
Del primero proceden la filosofía política y la teoría
moderna de la soberanía; del segundo, la biopolítica
moderna hasta el triunfo actual de la economía y
del gobierno sobre cualquier otro aspecto de la vida

17 Giorgio Agamben. El reino y la gloria. Para una genealogía


teológica de la economía y del gobierno. Valencia: Pre-Textos,
2008. Página 33.
172
social»18. Esta tesis, a su vez, amplifica la conocida
sentencia que Schmitt pronuncia en 1922: «todos
los conceptos decisivos de la doctrina moderna del
Estado son conceptos teológicos secularizados»19.
En un gesto lustroso, Agamben no sólo rescata las
diferencias entre la singular secularización observada
por Schmitt y el sentido más convencional atribuido a
esta noción por Weber, sino que además añade –con
su interpretación de la signatura de oikonomia– que
la secularización de la economía no apunta tanto a su
íntima relación con la teología como a la retroacción
de la primera sobre la segunda; es decir, al hecho de
que la teología ha sido desde siempre económica,
y económicas también sus concepciones del ser
viviente, de la historia y del orden del mundo.

En su curso de 1977 y 1978 en el Collège de France,


Michel Foucault menciona y plantea por primera vez
la noción de gubernamentalidad, que en primer lugar
abarcaría «el conjunto constituido por las institucio-
nes, los procedimientos, análisis y reflexiones, los

18 Ibid. Página 17.


19 Carl Schmitt, «Teología política» en Carl Schmitt, teólogo
de la política. Héctor Orestes Aguilar (compilador). México
DF: Fondo de Cultura Económica, 2001. Página 43.
173

cálculos y las tácticas que permiten ejercer esa forma


bien específica aunque muy compleja de poder,
que tiene por blanco principal la población, por
forma mayor de saber la economía política y por
instrumento técnico esencial los dispositivos de
seguridad»20. En segundo lugar, esta noción implica
un predominio paulatino en Occidente –a partir del
siglo XVI, ya consolidado en el XVIII– de la forma
de poder que llamamos gobierno. Foucault constata
un proceso de gubernamentalización del ejercicio
del poder en las sociedades modernas que relativiza
la preeminencia del poder soberano y las técnicas
del poder disciplinario. A la hora de mencionar las
influencias que determinan esta emergencia de la
gubernamentalidad, Foucault identifica como el
modelo más antiguo el poder pastoral cristiano. Si
bien la metáfora del pastor y su rebaño acompaña
a gran parte de las primeras civilizaciones de la
Antigüedad, sólo con el Cristianismo ésta se convierte
en matriz de una forma específica de gobierno
entre los hombres –especialmente desde que se
consagra, en el Imperio Romano– que implica una
intervención permanente en la conducta cotidiana de
los gobernados y en la dirección de sus vidas. Entre
los rasgos esenciales de la pastoral cristiana resalta
la preocupación por los vivientes, a quienes gobierna

20 Michel Foucault. Seguridad, Territorio y Población. Bue-


nos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004. Página 136.
174
omnes et singulatim; es decir, se trata de un poder a
la vez totalizante e individualizador, naturaleza que
comparte con las tecnologías modernas de gobierno
de la población. Ahora bien, la descripción general
más precisa de estas técnicas del poder pastoral
–proemios de la gubernamentalidad moderna– se
encuentra para Foucault en el nombre que les diera
San Gregorio de Nacianceno: oikonomia psychon
(economía de las almas)21 que transforma, expande
y profundiza el campo de aquella administración de
los habitantes como también de las cosas relativas
al oikos descrita por Aristóteles. No obstante, el
alcance de esta genealogía de la gubernamentalidad
ha sido recientemente corregido, al menos en lo que
respecta a su profundidad, por Giorgio Agamben. Al
no ahondar en la dimensión histórico-teológica, la
genealogía foucaultiana no sería capaz de mostrar
la emergencia de un doble paradigma político en
las antiguas discusiones sobre oikonomia cristiana:
la división entre reino y gobierno, entre el poder
soberano de Dios y la administración efectiva del
mundo. Para Foucault, el continuum entre soberanía
y gobierno prevalecería sin mayores alteraciones
hasta los siglos XVI y XVII22, cuando las cuestiones
sobre el arte de gobernar y la ratio status se co-
mienzan a plantear con fuerza; este continuum habría
21 Ibid. Páginas 222 y 223.
22 Ibid. Página 273.
175

sido ya completamente desbaratado en el siglo


XVIII con el afianzamiento de la economía política.
Según Agamben, por el contrario, el germen de esa
división está ya contenido en la oikonomia trinitaria,
mediante la cual los Padres de la Iglesia gestionaron
una cesura alojada en el plano mismo de la divinidad
con el fin de apaciguar la amenaza politeísta: una
fractura entre el ser y el actuar, entre la sustancia y
la praxis, entre el Padre y el Hijo; en definitiva, entre
Dios y su gobierno del mundo. La escisión en el ser
entre orden trascendente y orden inmanente habría
sido enfrentada dentro del sistema de la teología
cristiana a través de la noción de Providencia, o sea
que la acción providencial de Dios sobre el mundo
sería una máquina rearticuladora del gubernatio
dei. La modernidad hereda esta suerte de paradigma
epistemológico para el gobierno: mediante «la
distinción entre poder legislativo o soberano y
poder ejecutivo o de gobierno, el Estado moderno
asume sobre sí la doble estructura de la máquina
gubernamental». Así también mantiene el objetivo
de la máquina en su conjunto: «la oikonomia, es
decir el gobierno de los hombres y de las cosas»23. Y
en esa misma línea, para Agamben, el surgimiento
de la economía política a partir de Adam Smith
no sería más que una racionalización social de la
oikonomia providencial.
23 Agamben. El reino y la gloria. Páginas 158 y 159.
176
7

Lo cierto es que la oikonomia nunca ha dejado de


ser un paradigma de gestión de los bienes. No es
sólo un gobierno de la familia –sea la del oikos,
de la gran familia de la Iglesia Cristiana o de la
República–, sino también un management de sus
bienes. Así por ejemplo Clemente de Alejandría,
uno de los primeros Padres de la Iglesia que fusiona
el paradigma económico-gestor y el providencial,
mostrando con ello su reciprocidad esencial, escribe
de este modo contra quienes veían en la Providencia
un aspecto naturalista o involuntario: «Dios no es
bueno involuntariamente, a la manera en que el
fuego está dotado del poder de calentar: voluntaria
es en él la distribución de los bienes […]. No hace el
bien por necesidad, sino que dispensa sus benefi-
cios según una libre elección»24. La imagen de Dios
como dispensador de los bienes del mundo está
reformulada también en la polémica de Agustín de
Hipona con el Maniqueísmo, donde éste sostiene
que Dios es el Summun Bonum, inmutable y
esencialmente eterno, y todos los bienes naturales
provienen de él aunque no tengan su misma
naturaleza y por lo tanto sean corruptibles. De esta
forma, «toda naturaleza, en sí misma considerada,
24 Ibid. Citado en página 63.
177

es siempre un bien: no puede provenir más que


del supremo y verdadero Dios, porque todos los
bienes, los que por su excelencia se aproximan
al sumo Bien y los que por su simplicidad se
alejan de él, todos tienen su principio en el Bien
supremo» 25 . Mediante argumentos similares
los teólogos cristianos posteriores tratarían de
hacer coincidir eso que para los antiguos griegos
era el bien común de la polis con los bienes del
oikos, el bien supremo con el orden inmanente
de las criaturas o siervos de Dios que gozan de
los bienes dispensados en el mundo. Ese doble
registro del bien se manifiesta con claridad en la
Summa Theologiae de Tomás de Aquino, cuando
a propósito de la cuestión del fin del gobierno del
mundo y su exterioridad o interioridad a éste señala
que «ciertamente es fin del universo algo que está
en él, esto es, el orden del universo mismo. Pero
semejante bien no es fin último, sino fin ordenado
a otro bien extrínseco como fin último»26. Para
Tomás de Aquino el bien extrínseco se presenta
como orden del universo mismo por derivación; a
la manera del motor inmóvil aristotélico todas las
cosas del universo son atraídas al bien y, con ello,

25 San Agustín, «De la naturaleza del bien» en Obras de San


Agustín III. Madrid: Editorial Católica, 1947. Páginas 773 a 774.
26 Tomás de Aquino. Suma de Teología I. Madrid: BAC, 2001.
C 103 a página.3.
178
se disponen en un cierto orden. El desarrollo del
concepto de orden se convierte en un elemento
epistemológico fundamental para el pensamiento
medieval y su poder pastoral, constituyéndose
no como una sustancia sino como una noción
relacional que puede calibrar trascendencia e
inmanencia, soberanía y gobierno del mundo27. Lo
cierto es que esta fuerte atadura entre metafísica,
moral y oikonomia para la concepción de los bienes
durante el Medioevo –que los supeditaba a un bien
común teleológico– se manifestó en las conocidas
aprehensiones escolásticas contra la usura, los
monopolios y ciertas actividades comerciales que
se vieron atenuadas entre los siglos XII y XIV.
Sin duda la relectura de Aristóteles por parte de
Averroes y Tomás de Aquino contribuyó a cambiar
esta condición, hasta que el teólogo Martín de
Azpilicueta desarrolló en 1556 la primera teoría
cuantitativa del dinero en su Tratado resolutorio
de cambios. Por entonces la oikonomia ya estaba
inserta en el mercantilismo, y con ello los teólogos
cristianos son relevados de la reflexión sobre los
bienes por los fundadores de la nueva ciencia
económica.

27 Agamben. El reino y la gloria. Página 99 y siguientes.


179

Suele indicarse que el hito fundacional de la


economía política es la publicación en 1776 de An
Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth
of Nations, de Adam Smith. Paradójicamente
aquí la noción de bien resulta casi marginal. Los
bienes son concebidos de facto como resultados
de la producción del trabajo humano y, al mismo
tiempo, como objetos de interés individual que
están destinados naturalmente a su intercambio
en el mercado mediante el dinero. Para Smith el
buen gobierno es el que permite este intercambio
y con ello difunde una abundancia general de los
bienes en el mercado, suerte de fondo común de
los bienes donde cada cual puede obtener lo que
necesita o, mejor dicho, lo que es de su interés.
Pero esta convergencia entre bienes e interés no
podría ser apreciada sin las reflexiones anteriores
de David Hume en A Treatise of Human Nature,
de 1735, donde se propone que los seres humanos
son poseedores de al menos tres tipos de bienes
diferentes: «la satisfacción interna de nuestra
mente, la buena disposición externa de nuestro
cuerpo y el disfrute de las posesiones adquiridas por
nuestra laboriosidad y fortuna». No obstante, si la
ventaja principal de la constitución de la sociedad es

180
el fomento de estos últimos bienes, «la inestabilidad
de su posesión», el riesgo de que éstos sean
violentados o usurpados y «su escasez constituyen
el principal impedimento de esta [ventaja]»28. Para
Hume, tales contrariedades son imposibles de
solucionar con un recurso a la idea de justicia ni a
su consideración como principio natural capaz de
inspirar en los individuos el respeto mutuo; la única
salida sería un artificio: una convención en la que
todos los miembros de la sociedad participen, que
asegure la estabilidad de la posesión de los bienes
y su goce en paz. Pero este artificio funciona no en
virtud de una promesa, sino «en un sentimiento
general de interés común»; es decir que cada
uno deja gozar a otros de sus bienes sólo si esto
redunda en su propio interés, al reportarle un
beneficio similar29. La instalación discursiva de
este sujeto de interés a comienzos del siglo XVIII
es entonces clave para la nueva gubernamentalidad
liberal, que encuentra su formulación más conocida
en la mano invisible que promueve el interés
público como el fin de las actividades económicas
individuales, que inicialmente no lo consideraban.
Consecuentemente, «al perseguir su propio interés,
[el sujeto económico] promueve el de la sociedad

28 David Hume. Tratado de la naturaleza humana. Madrid:


Tecnos, 1998. Página 656.
29 Ibid. Páginas 658 y 659.
181

de una manera más efectiva que si esto entrara en


sus designios»30. Mediante esta reformulación del
cariz teológico y moralista del bien público o bien
común medieval se constituye el modelo de sujeto
para un nuevo arte de gobernar: ya no una criatura
o un siervo que disfruta de los bienes dispensados
por Dios, sino un homo oeconomicus, un «átomo
irremplazable e irreductible de interés»31.

Los defensores de la tesis robusta sobre el conflicto


de las universidades se empeñan en señalar que
la nueva condición de la educación superior
torna ambigua la diferencia entre lo público y lo
privado. Quieren demostrar que en la modernidad
tal oposición ha tendido hacia un vértice estatal,
es decir que se puede distinguir entre lo público
y lo privado a partir del vínculo o exterioridad
de los bienes respecto al Estado. En oposición a
esto, sostienen que una universidad estatal tiene
derecho a financiación por parte del Estado sólo
en base a su producción de bienes públicos, mas
30 Adam Smith. Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones. México, DF: Fondo de Cultura
Económica, 1982. Página 402.
31 Michel Foucault. El nacimiento de la biopolítica. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008. Página 331.
182
no por la razón misma de ser estatal; así, abogan
por el abandono de una definición de lo público y lo
privado que identifica al primero con el Estado, pe-
ro sin cuestionar finalmente las relaciones de poder
que actúan en esa distinción. Lo cierto es que ese
par conceptual que Norberto Bobbio llama la «gran
dicotomía»32 se incuba en la tradición misma del
pensamiento occidental; al menos aparece en una de
las primeras menciones a la diferencia establecida
entre Quod ad statum rei romanae spectat y Quod
ad singulorum utilitatem (Lo que concierne al
Estado romano y Lo que se refiere a la utilidad del
individuo). Del Imperio Romano se hereda también
la primacía de lo público sobre lo privado, al menos
en los términos de la clásica formulación de Cicerón
res publica res populi, donde populus es el objeto y
a la vez el sujeto de la gestión pública, definido por el
derecho común (consensus juris) y la utilidad común
(communio utilitatis), las cuales «contrastarán con
la res privata, situada in commercio e in patrimonio,
y relacionadas con un poder diferente, el pater
familias ubicado en el ámbito cerrado, replegado
sobre sí mismo en el domus, la casa»33. Sin embargo,
32 Norberto Bobbio. Estado, gobierno y sociedad. Por una
teoría general de la política. México DF: Fondo de Cultura
Económica, 1989, Páginas 11 a 38.
33 Nora Rabotnikof, «El espacio público: caracterizaciones
teóricas y expectativas políticas» en Fernando Quesada (editor).
Filosofía política I. Ideas políticas y movimientos sociales.
183

en el Medioevo resulta ya difícil encontrar con


claridad las categorías jurídicas romanas de lo
público y lo privado, que quedan entregadas más
bien a la ambigüedad e incluso a la comprensión
homogénea. Señala Bobbio que con el surgimiento
del Estado moderno sobreviene una multiplicación
de aquella dicotomía entre lo público y lo privado,
ahora en forma de esfera pública y esfera privada,
sociedad política y sociedad económica, citoyen
y bourgeois, entre otras. En esta multiplicación
se lleva a cabo de modo constante el despliegue
de dos procesos que se acompañan, se tensionan
e incluso se compenetran: la «publicitación de lo
privado» y la «privatización de lo público»34. El
primero se refiere al sometimiento de los intereses
individuales al interés colectivo que representa el
Estado; en otras palabras, una subordinación de
la sociedad civil al Estado, cual epifanía hegeliana.
El segundo proceso trata de cómo se consuman
los intereses privados mediante una proliferación
de relaciones contractuales en las esferas más
influyentes del Estado, en su constitución interna
y política, de manera que el aparato público se
orienta a los objetivos particulares. El Estado
entonces se presenta como pivote o palenque del
desenvolvimiento de ambos procesos. De hecho,
Madrid: Trotta, CSIC, 1997. Páginas 136 y 137.
34 Bobbio. Estado, gobierno y sociedad. Páginas 30 y 32.
184
fue ese el objeto de delirio del pensamiento
político durante el siglo XX, y tanto la derecha
más recalcitrante como la izquierda más ortodoxa
convirtieron al Estado en el chivo expiatorio de su
acción. Sin embargo, como bien ha demostrado
Foucault, las relaciones de poder son administradas
en la sociedad a través de una gubernamentalidad en
la cual el Estado es sólo un apéndice. Por lo tanto no
hay un centro gravitacional del Estado en ninguna
dicotomía entre lo público y lo privado, «porque
son las tácticas de gobierno las que permiten definir
en todo momento lo que debe y no debe estar en
la órbita del Estado, lo que es público y lo que es
privado, lo que es estatal y lo que no lo es. Por lo
tanto, el Estado en su supervivencia y el Estado en
sus límites sólo deben comprenderse sobre la base de
las tácticas generales de la gubernamentalidad»35.

10

En el derecho romano res publica y res privata no


constituían las únicas dimensiones de los bienes
(bona). Importante resultaba también en tal sentido
la res nullis, noción que abarcaba a aquellas cosas
o criaturas vivas no domesticadas que podían ser
tomadas en posesión (occupatio) porque a nadie
35 Foucault. Seguridad, territorio y población. Página 137.
185

pertenecían, porque eran encontradas en estado


natural o porque formaban parte de un botín obteni-
do en guerra. Asimismo existían nociones de bien
que limitaban la institución de la propiedad privada,
como la res extra nostrum patrimonium y la res
communes. De tal modo, bona eran principalmente
aquellas cosas susceptibles de una apropiación
o titularidad patrimonial privada. Esa diferencia
implícita entre la possessio y la proprietas romana
siglos después sería fundamental en el proyecto
utópico de Proudhon, elaborado en 1840 en su
clásico Qu’est-ce que la propriété?, sugerentemente
subtitulado Recherche sur le principe du Droit
et du Gouvernement. Este libro lanza una crítica
destructiva a los fundamentos del gobierno liberal,
no sólo cuando parte afirmando que «la propiedad
es un robo», sino sobre todo cuando demuestra que
incrustado ya en la Declaración de los derechos
del hombre y el ciudadano está el contrasentido de
afirmar como absolutos los derechos de libertad,
igualdad y seguridad mientras se le otorga el mismo
estatus al derecho de propiedad, «pues es evidente
que si los bienes de propiedad particular fuesen
bienes sociales, las condiciones serían iguales
para todos y supondría una contradicción decir:
la propiedad es el derecho que tiene el hombre
de disponer de la manera más absoluta de unos
bienes que son sociales». De eso se concluye que «si

186
la propiedad es un derecho natural, este derecho
natural no es social, sino antisocial»36. A pesar
de estos razonamientos, la propiedad y los bienes
privados se habían convertido en el principio
intocable del gobierno desde mucho antes, a tal
punto que ya Rousseau reconocía, preocupado por
el problema de la recaudación de fondos públicos,
la existencia de una alternativa amarga: «entre
dejar que el Estado perezca o tocar el sagrado
derecho de propiedad consiste la dificultad de una
justa y sabia economía»37. Durante el siglo XX
esta disyuntiva se intentaría resolver probando de
diversos modos ambos extremos. Reconociendo
ese límite sagrado y tal vez a disgusto, el filósofo
de la soberanía del pueblo no podía ir más allá de
eso que John Locke fijara por primera vez en el
horizonte de la gubernamentalidad: la preeminencia
de la propiedad privada. En su Second Treatise, de
1690, Locke establece que la propiedad referida
al individuo está integrada por tres elementos: su
vida, su libertad y sus bienes; es decir que naturaliza
la propiedad subsumiendo en ella al propio ser
viviente. Asimismo, con su hipotético modelo del
estado de naturaleza, Locke dio a entender que los

36 Pierre Joseph Proudhon. ¿Qué es la propiedad? Investi-


gaciones sobre el principio del derecho y el gobierno. Buenos
Aires: Libros de Anarres, 2005. Página 51.
37 Rousseau. Discurso sobre la Economía política. Página 37.
187

bienes comunes son un oxímoron, pues Dios habría


entregado a los hombres un mundo en común para
que sacaran beneficio de él y éstos, mediante el
trabajo, adquirieron su derecho de propiedad sobre
lo que antes les era común38. En ese marco, «el poder
político es el derecho de dictar leyes bajo pena de
muerte y, en consecuencia, de dictar también otras
bajo penas menos graves a fin de regular y preservar
la propiedad, así como de ampliar la fuerza de la
comunidad en la ejecución de dichas leyes y en la
defensa del Estado frente a injurias extranjeras. Y
todo ello con la única intención de lograr el bien
público»39. De esta forma, supeditando la dimensión
jurídica a la económica, para Locke –tal vez sea esta
su mayor influencia en las tecnologías del gobierno
liberal– el bien público encuentra su confín en
los bienes privados; más aun, el bien público no
es otra cosa que el conjunto de técnicas y tácticas
desplegadas por el poder político para resguardar
y conservar los bienes privados. Esos últimos son,
a su vez, el fundamento del derecho público que
limita el poder soberano y pone el marco para la
acción del gobierno.

38 John Locke. Segundo tratado sobre el gobierno civil.


Madrid: Alianza, 1990. Página 61.
39 Ibid. Página 61.
188
11

Si los acólitos de la tesis robusta no cuestionan


las estrategias de poder que transforman las
dimensiones de lo público y lo privado, tampoco lo
hacen en su constatación de la preponderancia de lo
que ellos llaman «mercados autorregulados», cuya
diferencia con los mercados de hace tres siglos, nos
dicen, no es más que su escala global40. Eso requiere
más de una revisión. El siglo XVIII está marcado
por el surgimiento de la economía política, que
inserta un nuevo principio de racionalidad y cálculo
gubernamental que ya no se basa en el derecho del
soberano ni en las leyes morales o divinas, sino en
el liberalismo, que apela a la naturaleza de las cosas
que se gobiernan y a no gobernarlas demasiado: es el
famoso laissez-faire. El mercado se investirá ahora
como nuevo lugar de veridicción –en términos
foucaultianos– y con ello va a reconocerse «la
necesidad de dejarlo actuar con la menor cantidad
posible de intervenciones para que, justamente,
pueda formular su verdad y proponerla como regla
y norma de la práctica gubernamental»41. En este
sentido se puede leer la mano invisible de Smith y

40 Brunner y Peña. El conflicto de las universidades. Páginas


40 y 41.
41 Foucault. Seguridad, Territorio y Población. Página 46.
189

su transformación de los intereses individuales en


intereses públicos, como también los mecanismos
naturales que forman los buenos precios, defendi-
dos por los fisiócratas. Estos supuestos básicos,
junto a la asignación del valor mismo de los
bienes, son garantizados por el gobierno del libre
mercado. A esto, claro, se le suele llamar mercado
autorregulado; en otras palabras, una supuesta
necesidad de respetar los mecanismos intrínsecos
del mercado que por generación espontánea
recala en el bien público (y por ello tanto Foucault
como Agamben no dejaron de observar aquí los
residuos del dogma de la Divina Providencia). Con
su genealogía del (neo)liberalismo, sin embargo,
Foucault ha demostrado que esta autorregulación
del mercado resulta un eufemismo para nombrar
la consolidación del gobierno de los intereses
económicos y el hecho de que la diferencia entre
el mercado global actual y el del siglo XVIII no
pasa por sus extensiones, sino por la función
diferente que esos mercados ocupan respecto a la
soberanía. El surgimiento de la economía política
significó la consolidación moderna del doble
paradigma político de la soberanía y el gobierno.
Este nuevo marco implica la redirección del poder
soberano a los sujetos de derecho, mientras que
la sociedad civil no es más que el sostén –en un
gesto lockeano– del correcto gobierno del homo

190
oeconomicus. Tal emplazamiento gubernamental
consiste en una administración económica de las
poblaciones que abandona los procedimientos
imperantes hasta el siglo XVII. A partir de esto
se puede diferenciar también el liberalismo
dieciochesco de la reconfiguración neoliberal del
gobierno durante el siglo XX, donde la cuestión
fundamental ya no es el laissez-faire del Estado
hacia el mercado, para convertirse en un principio
activo de formalización de la competencia, aunque
también de formalización del propio Estado y
su legitimidad. Los principios formales de una
economía de mercado se vuelven entonces el índice
de un arte general para gobernar la sociedad.
En ese sentido, si la Escuela de Friburgo tuvo su
oportunidad de poner en práctica dicho principio
de formalización en el llamado milagro económico
alemán, podríamos decir que la Escuela de Chicago
tuvo la suya en el llamado milagro económico
chileno.

12

Los teóricos de la economía política clásica redujeron


la oikonomia de los bienes al análisis del producto
del trabajo humano. Esto se aprecia con claridad
en Smith cuando define la economía a partir de los

191

productos intercambiados en el mercado. También


en Ricardo, para quien los bienes son tales si están
dotados de utilidad y de una doble fuente de valor:
su escasez y la cantidad necesaria de trabajo para
su producción. Incluso Marx se decanta por relegar
la problematización de la noción de bienes (Güter)
en pos de la de mercancía (Ware), aunque reconoce
que, como valor de uso, el cuerpo de la mercancía
es un bien42. Mucho tiempo después reaparece
la noción de bien en la reflexión gubernamental,
justamente en la primera mitad del siglo XX,
cuando la economía clásica es reformulada por la
escuela keynesiana y la tradición del liberalismo
es resignificada por la escuela austriaca y la
escuela de Friburgo. Aquí tenemos por un lado el
desarrollo de la economía de bienestar y el New
Deal, que apuestan por una política fiscal fuerte y
por el incremento del gasto público; en palabras de
Keynes, que apuntan a«construir una organización
social que sea lo más eficiente posible sin contrariar
nuestra idea de un modo de vida satisfactorio»43.
Desde la otra palestra, en cambio, el neoliberalismo
se opone a la intervención y expansión del Estado en
forma de planificación central de la economía con
42 Karl Marx. El capital. Tomo I, Volumen I. México DF: Siglo
XXI, 2005. Página 44.
43 John Maynard Keynes. «El fin del laissez-faire». Confe-
rencia pronunciada en Oxford el año 1924. En http://www.
eumed.net/cursecon/textos/keynes/final.htm
192
vistas al objetivo vago y abstracto del bien común o
el bienestar general. En 1944 Friedrich von Hayek
plasma esa posición en The road to serfdom, donde
sostiene que los diversos «sistemas colectivistas»
(comunismo, socialismo y fascismo) coinciden
en su conflicto con la autonomía individual al
pretender organizar toda la sociedad en vistas a un
fin unitario, pese a la imposibilidad de medir una
escala de valores que comprenda a cada individuo
o trazar una jerarquía de fines general, y que por
eso tienden al totalitarismo44. Para desgracia del
welfare state, esa visión del intervencionismo
estatal acabó por imponerse en el último medio
siglo, reconfigurando el capitalismo ya no como un
estado de bienestar general, una sociedad de masas
o una sociedad mercantil, sino como una sociedad
constituida bajo la forma empresa y, de acuerdo con
Foucault, con leyes y un llamado Estado de derecho
que «formalizan la acción del gobierno como un
prestador de reglas para un juego económico cuyos
únicos participantes, y cuyos únicos agentes reales,
tienen que ser los individuos o, digamos, si lo pre-
fieren, las empresas»45. El gobierno pone el marco
institucional para el juego económico sin intervenir
en su fin; sólo define cuáles son las condiciones

44 Friedrich von Hayek. Camino de servidumbre. Madrid:


Alianza, 2007. Páginas 88 a 92.
45 Foucault. Seguridad, Territorio y Población. Página 209.
193

de explotación de los recursos existentes. Los


sujetos pueden ser concebidos de esta manera
como unidades empresas y sus relaciones con los
medios que los rodean pasan exclusivamente por
el hecho de considerar que son bienes económicos
a administrar. Así, como sentencia la praxeología
de Ludwig von Mises, «sólo los bienes económicos
constituyen el fundamento de la acción»46.

13

A la pregunta de qué es un bien pocos han respon-


dido con la suspicacia del griego Jenofonte en
su Oikonomikos: llamamos bienes –señala–
únicamente a las cosas que nos son provechosas,
que son aquellas que sabemos usar. Así, «una flauta
será Bien para el que sepa tañerla con perfección,
pero para el que no sepa equivale lo mismo que a una
piedra despreciable, a no ser que la venda»; aunque,
a su vez, «ni los dineros son Bienes si no se sabe hacer
uso de ellos»47. Esta definición considera los bienes
como singularidades irreductibles, puesto que no
hay una esencia de los bienes más que la derivación

46 Ludwig von Mises. La acción humana. Tratado de econo-


mía. Madrid: Unión Editorial, 1986. Página 155.
47 Jenofonte. La economía y los medios de aumentar las rentas
públicas de Atenas. Madrid: Benito Cano, 1886. Páginas 7 y 8.
194
contingencial de su uso; es decir, la variación de
su buen uso. En ese sentido –y nos alejamos ahora
de Jenofonte–, no hay un telos en las cosas que
las consagre como bienes en sí mismas, no hay un
provecho más allá del que las cosas otorgan en su
uso, ni una necesidad real de ellas que no responda
igualmente a este último. Así pensamos que un
bien no puede definirse por ningún objeto que pre-
exista a la relación en que se da su uso. Por otra
parte, Agamben nos ha mostrado que entre usar
y profanar hay un vínculo particular, pues la res
sacrae romana se refería a las cosas restringidas a
fines sagrados o religiosos, y por eso separadas del
resto. De este modo, si «consagrar (sacrare) era el
término que designaba la salida de las cosas de la
esfera del derecho humano, profanar significaba
por el contrario restituirlos al libre uso de los
hombres»48. Agamben nos recuerda igualmente que
religio no es lo que congrega lo divino y lo humano
sino lo que se encarga de mantenerlos distantes,
de modo que si consideramos el capitalismo
como religión (Benjamin) lo que se observa es un
persistente y heterogéneo proceso de separación de
objetos, lugares, actividades y cuerpos, que tiende
a la generación de un Improfanable absoluto y
continuo donde el uso duradero se vuelve imposible.

48 Giorgio Agamben. Profanaciones. Buenos Aires: Adriana


Hidalgo, 2005. Página 97.
195

Así podemos entender el consumo de las mercancías


y la sociedad del espectáculo. Y sin embargo, remata
Agamben, siguen existiendo formas capaces de
profanación, pues ésta no restaura un uso natural
o preexistente a lo consagrado sino que lo desactiva
para abrirlo a un nuevo uso49. El uso de los bienes
al que nosotros nos referimos, no obstante, podría
ser considerado en una dimensión muy diferente: si
asumimos que los bienes no se convierten en tales
más que al momento mismo en que son bien usados,
el desacuerdo a propósito de ese momento nos lleva
inmediatamente a la emergencia de la política, sobre
todo cuando el uso de los bienes es por definición
colectivo. De la misma manera, ese uso de los bienes
nos remite a nuestra condición social pues, al decir
de Aristóteles, es lo propio de esta condición «el
sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto»,
cuando «la participación comunitaria de estas cosas
constituye la casa y la ciudad»50. Valga entonces para
la composición social de los bienes como tales lo
que Jacques Rancière señala sobre la justicia: «sólo
comienza donde el quid es lo que los ciudadanos
poseen en común y donde éstos se interesan en la
manera que son repartidas las formas de ejercicio
y control del ejercicio de ese poder común»51. Lo
49 Ibid. Páginas 111 y 112.
50 Aristóteles. La Política. Página 1253a
51 Jacques Rancière. El desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos
196
característico de la democracia –mejor dicho, de la
política– es justamente el cuestionamiento constante
de eso que se posee en común y, con ello, de los
bienes sociales; esa problematización es el conflicto
sobre su uso, e implica entonces la reconfiguración
de los bienes mismos. Las clasificaciones de los
bienes en públicos o privados –y su asimetría– se
corresponden de este modo con las tecnologías y
los discursos que despliega la gubernamentalidad
por su entramado económico-institucional, cuya
distribución jerárquica y sistemas de legitimación,
así como su mantenimiento en orden, pueden
identificarse con aquello que Rancière propone
llamar «policía»52, y que entra en conflicto con la
política. De tal manera, los bienes existen como tales
no en la competencia de intereses individuales por
bienes económicos o en la divergencia de opiniones
respecto al bien público, sino en el dissensus como
conflicto sobre la configuración misma de los bienes,
sobre las formas de su uso. Parafraseando a Rancière,
este conflicto no es sino la manifestación de una
parte de los que tienen parte en el uso de los bienes
y, por lo tanto, en su composición misma. Ellos son
expresión de la cuenta errónea de las apelaciones
al bien común del poder soberano, de aquello
que excede a la demostración de la igualdad del
Aires: Nueva Visión, 1996. Página 17.
52 Ibid. Página 43.
197

gobierno. La irrupción de aquella parte de los que


no tienen parte en el fundamento de la proporción
del cuerpo político soberano o en la organización
de los órganos gubernamentales es, finalmente, la
expresión de la política. Y si soberanía y gobierno
buscan –cada uno por su lado– consagrar el bien,
ya sea como estipulación del bien común o como
regulación de los bienes individuales, la profanación
del uso resulta insuficiente porque no se presenta
más que como un movimiento casi dialéctico en el
mundo de lo sagrado. Por el contrario, la irrupción
de la política y su composición del bien como uso es
posible «simplemente porque ningún orden social
se funda en la naturaleza» y «ninguna ley divina
ordena las sociedades humanas»53.

Glosa

En un breve texto de Jaime Guzmán y Hernán


Larraín publicado en 1981, que versaba sobre la
promulgación de la Ley de Universidades, aprobada
ese mismo año por la dictadura militar, se estipulaba
lo siguiente: «En general, todas las resoluciones
de bien común requieren de una autoridad inde-
pendiente que las adopte, y ello se presenta como
tanto más imperioso cuanto más honda sea la
53 Ibid. Página 31.
198
transformación que desea impulsarse en cualquier
ámbito de la vida nacional»54. Sin duda, la alusión al
bien común adoptado por una autoridad puede ser
interpretada como un respaldo al ejercicio soberano
del estado de excepción, tal como lo planteara
Carl Schmitt, más aun si se considera la conocida
afición de Guzmán por el jurista alemán. Desde esa
perspectiva y sus posibles derivaciones se ha leído
también el Golpe de Estado en Chile. Incluso aquellas
voces que reclaman hoy el ejercicio de la soberanía
popular son deudoras de este paradigma teológico-
político, al no lograr comprender que la operación
jugada por la dictadura apuntó más bien a aquella
«honda transformación» impulsada en el «ámbito
de la vida nacional» que a un despojo de la soberanía
del pueblo. De hecho, la vuelta a la democracia no se
tradujo ni en el retorno del poder soberano al pueblo
–o a cualquier otro soberano– ni en la vuelta de la
política. La «honda transformación» de la dictadura
fue entonces la instalación de los principios formales
de la gubernamentalidad actual. Si el movimiento
estudiantil ha sido la manifestación de la política,
no se debe entonces al reclamo de soberanía que
ha lanzado –en cualquier caso ese reclamo es
un efecto secundario de su manifestación–, sino
al desplazamiento que provoca el hecho mismo

54 Jaime Guzmán y Hernán Larraín, «Debate sobre nueva le-


gislación universitaria» en Realidad 22, 1981. Página 20.
199

de manifestarse en contra de la administración


gubernamental de los bienes, introduciendo
el conflicto en el órganum de la distribución
y la legitimidad del gobierno: el mercado. El
cuestionamiento que los estudiantes han expresado
sobre la propia condición de la educación como un
bien ha remecido entonces la hechura económica
del cuerpo nacional, su vital constitución. Por
eso el movimiento ha sido considerado como una
amenaza a erradicar por todos los medios. Sin
embargo, por más que la reconfiguración de los
bienes sea sopesada con el reacomodamiento del
orden gubernamental, la música de su desajuste
sonará de nuevo, como la de una flauta que se tañe
a la perfección.

Berlín, noviembre de 2011

200
Soberanía, cálculo
empresarial y excelencia
Willy Thayer

Los guerreros que chocan entre sí tejiendo una red


humana de banderas y heráldicas antagónicas
abastecen, sin saberlo, el estilo de la
tela en que están pintados.
Walter Benjamin

En el año 2005 María Olivia Mönckeberg publi-


có una investigación periodística titulada La
privatización de las universidades1. Ese libro
testifica (que no es lo mismo que testimonia), a
través de la información detallada de su relato
compacto, varias cosas según intensidades distin-
tas. Testifica, en primer lugar, el Golpe de Estado
como una refundación dictatorial soberana2 de
1 María Olivia Mönckeberg. La privatización de las univer-
sidades. Santiago: Copa Rota, 2005.
2 El concepto de «dictadura soberana» remite a Carl Schmitt,
específicamente su libro La dictadura (1921). La referencia
a este concepto schmittiano de soberanía es imprescindible
toda vez que, junto a Donoso Cortés y Vásquez de Mella, forma
201

la universidad. Esta refundación la constituiría


un doble movimiento continuo: el movimiento
de retirar la regla y abrir la excepción, por una
parte, movimiento que tiene lugar entre 1973
y 1979 con el golpe de Estado y las políticas
de shock de la Dictadura; y, por otra parte, el
movimiento de reponer la regla, movimiento que
tiene lugar entre 1979 y 1981 con la publicación
de las Directivas Presidenciales Sobre Educación
(1979), la Constitución Política plebiscitada sin
registros electorales (1980) y la nueva ley de
universidades de la Dictadura (1981) que subordina
el derecho a la educación al principio de la libertad
de enseñanza, con todo lo que se ha visibilizado
sobre esto en la irrupción del movimiento estudian-
til durante 2011: de ello destaco lo siguiente:
a) que en Chile no se crearon cincuenta o más
industrias universitarias nuevas, sino empresas
postindustriales que bajo el nombre jurídico-
publicitario de universidades son, antes que nada,
instancias de rentabilidad crediticia; b) que en los
sistemas de becas de educación el becario es un
medio indirecto para el enriquecimiento bancario;
c) que la Dictadura, Concertación mediante, creó
parte de la bibliografía primordial del pensamiento político
de Jaime Guzmán y de la discusión constitucional previa
a la Constitución de 1980. Al respecto, ver: Renato Cristi y
Pablo Ruiz Tagle. La república en Chile. Teoría y Práctica del
Constitucionalismo Republicano. Santiago: Lom, 2006.
202
un sistema de colegios subvencionados que, salvo
excepciones ideológicas o confesionales, obtienen
la mayor ganancia cuantitativa con el menor costo
cualitativo.
El libro de Mönckeberg testifica, entonces,
el gesto soberano de retirar y reponer la regla;
testifica una transición de la regla. Testifica
también, voluntaria o involuntariamente, como
toda testificación, que esta transición ocurre al
interior de un marco que no transita, a saber:
el marco soberano policial bicentenario al que
pertenece la democracia republicana, al que
pertenecen las vanguardias críticas educacionales
(Reforma y Escuela Nacional Unificada), también
fundacionales, y al que pertenece la dictadura
soberana. El libro de Mönckeberg testifica, a pesar
suyo tal vez, la consolidación y fomento efectivo del
tránsito de la regla operado por la dictadura durante
los gobiernos de la Concertación.
En los gobiernos de la Concertación el régimen
universitario fundado por la Dictadura fue demo-
cráticamente productivizado y normalizado,
ganando familiaridad en la consolidación de más de
cincuenta universidades SA (como también en las
AFP y las Isapres), universidades indiscerniblemente
pacientes y agentes de la rentabilidad bancaria, co-
mo lo terminan siendo también, de modo paulatino,
las universidades tradicionales del CRUCH.

203

El libro de Mönckeberg puede leerse, así, como


un informe de la transición o de la refundación de
la universidad en Chile operada por la Dictadura,
informe que describe con bastante detalle lo
que Schmitt llama el reparto del botín que sigue
inmediatamente a la apropiación-expropiadora.
Todo esto ocurriría, sin embargo –al menos en una
primera mirada, como lo sugeríamos–, al interior
del paradigma soberano, paradigma que no transita,
sino que contiene a la transición.

Pero el libro de Mönckeberg testifica también, otro


plano de la transición. Un plano que enfoca ya
no lo que transita al interior del marco soberano,
sino la metamorfosis del marco soberano mismo
en el proceso de convertirse en otra cosa, en
otro paradigma de gobierno, o en el proceso
de ensamblarse a otro paradigma de gobierno,
alterándose la soberanía misma en ese ensamble.
El libro de Mönckeberg testificaría también,
entonces, una transición de paradigmas. Creo que
es a esta transición de paradigmas lo que tanto José
Joaquín Brunner como Gonzalo Vial Correa, Gabriel
Salazar como Manuel Garretón, Joaquín Lavín
como Eugenio Tironi, y muchos otros más, entre

204
ellos Tomás Moulian y Eduardo Sabrovsky, han
denominado revolución, ya sea militar, capitalista,
o silenciosa.
Lo que transita o muta mediante la dictadura
soberana sería también la soberanía misma. Ese
tránsito o mutación de la soberanía lo sería, dicho
esquemáticamemente en la nomenclatura técnica
propia de la filosofía política contemporánea o de
las pragmáticas deconstructivas del biopoder, un
tránsito desde el paradigma soberano de gobierno
según la decisión y la excepción al paradigma
gestional-empresarial-transnacional de gobierno
de poblaciones según el cálculo financiero.
Creo que esta testificación del libro de Möncke-
berg hay que asociarla a otra de sus investigaciones
periodísticas, específicamente una publicada en
2001, que tiene por título El saqueo de los grupos
económicos al Estado chileno3.

Habría una paradoja, entonces, conjugándose


en este tránsito de paradigmas. Y me refiero a lo
siguiente: el paradigma gestional-empresarial de
gobierno de poblaciones según el cálculo financiero

3 Mönckeberg. El saqueo de los grupos económicos al Estado


chileno. Santiago: Ediciones B, 2001.
205

sería un límite del paradigma soberano de gobierno.


Pero es el propio paradigma soberano el que bajo
una de sus expresiones características, la de la
dictadura soberana, lleva a la soberanía a su límite,
a su muerte; es como si la soberanía que muere en
la gestión y la burocracia empresarial buscara su
extenuación bajo la hipérbole dictatorial. Sería,
entonces, el paradigma soberano el que hace morir
a la soberanía mediante una dictadura soberana.
La hace morir pero dejándola vivir ensamblada
y subordinada al cálculo gestional empresarial
neoliberal.

Si el paradigma de la soberanía es un paradigma


orgánico de gobierno o de contención (Katekhon)
de la multiplicidad de la vida, un paradigma según
la ley y la excepción, lo privado y lo público, el
amigo y el enemigo, la guerra y la paz, el soberano
y el comisario o policía, lo que debe morir y lo que
se deja vivir, el paradigma gestional-empresarial,
en cambio, es un paradigma de gobierno de la
multiplicidad de la vida según el cálculo financiero
y la gestión empresarial de poblaciones, paradigma
que subordina la decisión al cálculo empresarial,
borroneando las diferencias fuertes, orgánicas,

206
soberanas entre lo público y lo privado, el amigo y
el enemigo, la excepción y la ley, la paz, la guerra y
el terror, el soberano y el comisario, etcétera; a la
vez, desata lo que el ala schmittiana de la Alianza
por Chile que hoy gobierna llamaría el Anticristo...
o postmodernidad, como dice la izquierda dogmá-
tica, reaccionando conservadoramente al resque-
brajamiento homogeneizante del Katekhon o
contención organicista, y al arribo del Skhaton,
la incontinencia, la nihilización neoliberal de la
soberanía y la organicidad de las oposiciones
binarias representacionales, jerarquizantes.

La dictadura soberana fundaría, entonces, una


Constitución que redistribuye la contención
(Katekhon), los fuertes antagonismos público-
privado, amigo-enemigo, paz-guerra, phisis-nomos,
derecho-excepción, etcétera, en los territorios
incontinentes del cálculo financiero empresarial
del gobierno de poblaciones.
La redistribución y subordinación de la sobera-
nía en el cálculo y la gestión empresarial financiera,
dictadura mediante, no sólo nos enseña que la
dictadura fue una especie de metamorfosis. Nos
enseñaría también algo indispensable de visibilizar

207

y discutir, a saber: que la consigna nacional


chauvinista de la larga tradición democrática
era una eufemización de lo que la larga tradición
de los oprimidos nos enseña: que el paradigma
soberano, la historia bicentenaria de la soberanía
y sus democracias, vanguardias y dictaduras, no
es otra cosa que el estado de excepción como regla
bicentenaria en que vivimos bajo el emblema
del progreso y las modernizaciones como norma
histórica; estado de excepción como regla en que
vivimos bicentenariamente, que se ensambla ahora
con el paradigma gestional-empresarial.

El gobierno popular de Salvador Allende ya había


operado una desfetichización de esa larga tradición
soberano-republicana, haciéndola visible como
régimen policial, opresivo y violento. Violento no
porque uno de sus recursos a la mano sea el uso
ocasional de las armas, de la fuerza de las armas o
de las fuerzas armadas, sino porque la violencia y
el uso de las armas es, en la democracia soberana,
constitutivo y permanente. El uso de las armas en
ella no se define por un disparo o dos, sino por la
tenencia de las armas. Y esto es inevitablemente así
cuando se cae en la cuenta de ello, porque en tanto

208
violencia fundadora la democracia soberana tiene
que conservar lo fundado, lo apropiado, resguardar
su acumulación originaria, la propiedad producida,
distribuida y fomentada, propiedad que incluye
como botín suyo, también, lo que excluye en su
inclusión.

Ahora bien, la democracia soberana se nos presenta,


a través de las infinitas liturgias massmediáticas,
como la no violencia, como aquello que se opone
y que resiste a la violencia. Se nos repite a diario
por todos los medios que «donde impera la
democracia, donde impera el orden y el derecho
establecidos democráticamente la violencia
termina; que, en definitiva, allí donde impera el
derecho democrático prescribe la violencia»4. Y
claro, vemos que la democracia es parlamentaria,
dialogadora, consensual, representativa, sujeta a
derecho. Pero parlamenta, dialoga y consensua
siempre con las armas, no digamos en la mano, pero
sí a la mano. Y no puede ser de otro modo que el
policial, en la medida en que su fundamento es la

4 Elizabeth Collingwood-Selby, «Al filo de la historia. Para la


crítica de la violencia de Walter Benjamin», en Archivos de
filosofía 2/3. Santiago, 2007 y 2008. Páginas 65 a 74-.
209

expropiación-apropiación, el reparto del botín y el


fomento de la desigualdad esencial que va en ello,
en toda fundacionalidad.

Es imprescindible deconstruir pragmáticamente


el régimen soberano-empresarial y, en esa decons-
trucción de la soberanía, pensar una democracia
a contrapelo de la soberanía y de la democracia
soberana, una igualdad que no sea un producto
al que se aspira repartiendo, distribuyendo más
igualitariamente el botín o haciéndolo chorrear
como proponen los ministros-empresarios, sino una
igualdad previa a la propiedad soberano-empresarial,
igualdad que sólo tiene lugar como interrupción de la
apropiación, reparto y fomento de las propiedades.

La política de masas de la Unidad Popular, la


puesta en circulación masiva de los excluidos en
la inclusión de la democracia soberana hizo visible
la democracia soberano-parlamentaria como un
orden naturalizado de apropiación y que incluía por
exclusión la expropiación de muchos.

210
La vanguardia popular puso a circular en demo-
cracia, como democracia de masas, a las masas
oprimidas por la democracia, radicalizando la
democracia; esto es, haciendo visible su principio
policial de gobierno sin romper su verosímil
constitucional. Aunque, cabe consignarlo, entre
la multiplicidad de vectores heterogéneos que se
desplegaban como vanguardia popular no todos ni
necesariamente los menos se dejaban contener en
dicho verosímil constitucional, y más bien buscaban
excederlo. Excederlo, pero siempre en términos
soberanos, fundacionalistas, ya sea afirmando un
mundo de productores libres trabajando en un
taller sin amos o enarbolando la dictadura soberana
del pueblo.
La Unidad Popular, en su multiplicidad de
vectores parlamentarios y vanguardistas, averió
rotundamente el fetiche de la democracia soberana,
la exhibió como régimen violento. Hizo visible que
la paz democrática se sustentaba principalmente, si
bien no exclusivamente, en la tenencia de las armas,
es decir, en la tenencia del poder de fuego; hizo
visible que el que tiene el poder de fuego tiene la
paz, es propietario de la paz, propietario del fetiche
de la democracia como paz. Pero lo que no se hizo
visible, lo que no se erosionó, creo, con la Unidad
Popular – y esta es una hipótesis mucho más que un
juicio categórico– es el paradigma de la soberanía,

211

al interior del cual se movieron sus vectores parla-


mentarios y vanguardistas revolucionarios.

10

Cuando las ciencias sociales propusieron que el


Golpe de Estado no era una más de las tantas crisis
democráticas de la democracia, que el Golpe de
Estado era la irrupción de una crisis no democrática
de la democracia, crisis que implicaba su derrumbe,
como dice Manuel Antonio Garretón; cuando
entonces las ciencias sociales metonimizadas
en Garretón afirman eso, es necesario resaltar a
contrapelo que el derrumbe de la larga tradición
democrática consistió, más que en la instauración
de una dictadura o gobierno autoritario, en
la visibilización del fetiche de la democracia
republicana como una máquina soberana de
expropiación-apropiación y autoconservación
mediante la excepción. Leer el Golpe como una
crisis no democrática de la democracia soberana,
como su derrumbe, es invisibilizar que la tradición
bicentenaria de la soberanía chilena en que se
inscribe la democracia no es sino la excepción
como regla.

212
11

Si en alguna parte se experimenta privilegiadamente


la visibilización del estado de excepción como
democracia en que se vive es en la nihilización
del régimen de categorías, doxas y liturgias que
comprendían a la universidad, al parlamento,
al lenguaje, las estructuras cotidianas de reco-
nocimiento bajo el régimen democrático soberano.
Así, cuando la Concertación o la Alianza por Chile
hablan del parlamento, de la universidad, de la
democracia, del país y de su soberanía, hablan
en una lengua siniestrada, nihilizada por dicha
visibilización y por la misma realidad que con dicha
lengua pretenden referir. Y la Concertación, lejos
de asumir esa visibilización o nihilización como
estado de cosas a partir del cual debía ejercer su
posibilidad, entrecomillando sus bibliografías para
introducirles un suspenso, ha reesteetizado con
las mismas categorías soberano-republicanas un
parlamento y una universidad ya no soberanos, o
al menos no cabalmente soberanos, en la medida
que el parlamento y la universidad fundados por
la dictadura introducen soberanamente el para-
digma financiero-gestional-empresarial SA, cuyo
principio primero reduce la vida, las potencias de la
vida, a una actividad que busca la máxima ganancia
cuantitativa al menor costo cualitativo. Este

213

principio es la clave del concepto de excelencia5 que


rige al parlamento, al gobierno y a la universidad
empresarial, a la salud, las pensiones, el agua, los
alimentos que consumimos diariamente, etcétera.
Es excelente lo que obtiene la mayor ganancia al
menor costo.
De cualquier modo, la nihilización de las
categorías soberanas no consiste en su simple de-
saparición, sino en su desvanecimiento en cuanto
valores de uso soberanos, junto con su supervivencia
estatizada bajo el nihil del valor de cambio6.
5 Ver el ensayo de Bill Readings que abre este libro, «La idea
de excelencia».
6 El libro de María Olivia Mönckeberg, El saqueo de los grupos
económicos al Estado chileno, con todas las obturaciones de
escenas que lo constituyen expone también el pasaje de la
Dictadura a la Concertación. Y en este pasaje no hay crisis,
no hay ruptura, no hay refundación, no hay transición. Lo
que hay es reajuste burocrático, comisarial, de aseo y ornato,
conservación y fomento de lo expropiado, distribuido, fundado
por la Dictadura; de lo firmado soberanamente por Pinochet,
firma que continúa firmando. ¿Firmando qué? El ensamble
entre el Estado soberano nacional y la gestión empresarial
transnacional; firma Pinochet que continuó firmando el plano
en que se desenvolvieron los gobiernos soberano-gestionales
de la Concertación, y en que se desempeña ahora el gobierno
de la Alianza por Chile, que asume el relevo concertacionista de
lo firmado por Pinochet. Las doxas cientistas sociales (salvan-
do aquí las firmas de Lechner y de Moulian) camuflaron la
transición pinochetista y le endosaron la transición a la Con-
certación ocultando que la firma de Pinochet, más allá de las
intenciones del personaje, signó el marco constitucional de
214
los Gobiernos de la Concertación. Esto es algo que piensan y
dicen los pinochetistas cuando exigen que se reconozca que
fue Pinochet el que cambió el país, y ahí no se equivocan, salvo
que piensan en la persona, en el señor Pinochet, cuya pelleja
salió del escenario. Salió del escenario para endosarnos la fir-
ma, la firma de muerto que sigue firmando.
Y no fue difícil que la Concertación se plegara a la doxa
cientista-social, que en gran medida le donó la lengua que
la hace comparecer activa y agente de la recuperación de la
democracia. Pero, ¿qué democracia recuperó la Concertación?
En cualquier caso no recuperó ninguna, ni mucho menos la
democracia republicana. Lo que hizo la Concertación fue poner
en ejercicio la máquina gestional empresarial transnacional de
gobierno de poblaciones firmado acá por Pinochet; poner en
ejercicio también, un parlamento PYME y de corporaciones SA
que decide no por soberanía, sino según indicadores de riesgo,
de seguridad y vulnerabilidad empresarial, oportunistamente
gestionando ideologías y liturgias republicanas como un recur-
so mediático de glorificación, estetización y fetichización del
nuevo modo de producción, de este modo de producción sin
modo que constituye el paradigma gestional que ensambla a
su burocracia el paradigma soberano.
En cualquier caso el prefijo trans, puesto cotidianamente
en juego en sintagmas comunes como transnacional, trans-
cultural, transdiciplinar, transexual, transversal, transformer,
travesti, etcétera, no nombra de suyo un movimiento decons-
tructivo de la identidad –nacional, cultural, disciplinar, sexual.
Es decir, no nombra de suyo un movimiento que ni viene de
una identidad ni va hacia otra identidad, y que sólo tendría
lugar erosionando por doquier la identidad, las topologías, sin
fundar nuevas ni devastar viejas. El prefijo trans que se pone
en curso cuando decimos paradigma gestional empresarial
transnacional es esencialmente identitario, homogeneizador,
taxonómico, regularizador, catastrófico en este sentido como el
valor de cambio que, si bien puede metaforizarse infinitamente
y es la metaforicidad infinita a distintas velocidades y tiempos,
215

12

En relación al uso filosófico de las nociones de


acontecimiento, catástrofe, desobrimiento, des-
representación, irrupción de lo impresentable,
excepción, destrucción, etcétera, que sobrevuelan
el Golpe de Estado, parece necesario añadir algo a
las dialécticas que fomentan, queriéndolo o no, este-
tizaciones con estos filosofemas. Estas nociones, to-
das ellas, tienen diversos regímenes de enunciación
y escritura. Pese a esto, se aplican a menudo como
si fueran transparentes, universales, sin régimen de
sonoridad, generando fetichizaciones. Y me referiré
escuetamente a dos de estos regímenes.

13

El primero de ellos es el régimen soberano. Y en éste,


cuando se habla del Golpe como acontecimiento,
como catástrofe, excepción, violencia expropiadora,
lo es en términos dialécticos de capitalización y gobierno,
de Katekhon o contención a lo satélite universal que como
el viejo sol artesanal es siempre el mismo y no se pierde,
no se descapitaliza en la variedad que ilumina. De ahí,
como dice Sergio Villalobos-Ruminott, «el riesgo y a la vez
el éxito académico de las identity politics, y de ahí también
la flexibilidad curricular de la Universidad neoliberal, ya
desujetada del pesado canon humanista occidental» (Papel
Máquina 5, Santiago de Chile, 2011).
216
quiebre, corte de la palabra, presentación de lo
impresentable o desrepresentación, se lo hace
referenciando no sólo el carácter traumático del
Golpe, sino también aludiendo al carácter fun-
dacional o refundacional, propio del régimen so-
berano. Soberanamente, entonces, estas palabras
catedralicias, aplicadas al Golpe, estarían estruc-
turalmente cautivas del círculo de hierro de la so-
beranía, donde la excepción mantiene una relación
de consubstancialidad (homoousia) con la regla: o,
dicho de otra manera, en donde la excepcionalidad,
la interrupción, la suspensión dialéctica es función
de conservación o refundación de la regla.

14

Estas mismas nociones, bajo un régimen decons-


tructivo, no apuntan ya a conservación, fundación,
refundación de gobierno de la vida alguno, y pien-
san la excepción, la interrupción, el quiebre, como
erosión no fundante, en la medida de lo posible; y
desde ese desobramiento, en medio de los contratos
con los que se rompe y difiere, abren instantes de
legibilidad en que se avizora la constelación de
intenciones y decisiones, máquinas semióticas y
de gusto, en las cuales se habita cotidianamente en
diversos ámbitos. Ese instante de legibilidad es lo que

217

deconstructivamente se llama política, política que


toma distancia con cualquier forma de gobierno o de
dialéctica organizacional, sea esta soberana por la
decisión (dictatorial o parlamentaria o directamente
popular), sea esta gestional-empresarial por el
cálculo, o bien por el ensamble de ambas.

15

La interrupción deconstructiva de las tecnologías


de gobierno y de representación no ocurre, sin
embargo, fuera de las máquinas de gobierno y de
representación, sino que es inmanente a ellas, y
sólo tiene lugar crispándose pragmáticamente en
medio de ellas, lejos de cualquiera, pero en el cruce
de muchas, en la zona de contacto, en el entre de un
paradigma y otro.

16

Esto que suena abstruso es a la vez perfectamente


cotidiano. Nada es más abstruso que lo cotidiano,
sobre todo cuando lo cotidiano, en su propia
inmanencia, se desdobla como subversión e inu-
tilización de los dispositivos y máquinas que
regulan la cotidianeidad, tal como irrumpió, en plena

218
cotidianeidad, el movimiento estudiantil. Y a ello
quería referirme para cerrar.

17

Según el diccionario de la Real Academia Española,


subversivo es «todo lo que altera el orden público,
que destruye la estabilidad política o social de un
país». Eso dice la Rae 2011 online, y nada más. En
esto la RAE es escuálida y conservadora. La memoria
de la palabra da para mucho. Pero la RAE es un dic-
cionario según la lengua viva en cada caso. Se trataría,
entonces, de una escualidez de la lengua viva.
Considero importante, sí, aclarar que lo que
irrumpe tiene que tener, al menos, la potencia de lo
que interrumpe en su irrupción. Que el movimiento
estudiantil tiene esa potencia se prueba en que ha
hecho visible el ensamble neoliberal de soberanía y
gestión empresarial, un ensamble que subordina la
soberanía a la gestión empresarial post-industrial,
es decir, de la rentabilidad bancaria.

18

Cuando la movilización en su vocería de secundarios


y universitarios rechaza las propuestas del Mineduc,

219

las rechaza porque para esas vocerías no se trata de


hacer ajustes al modelo, sino de cambiar el modelo.
No se trata de alimentar y fomentar la Constitución
de 1980 y la ley de 1981, la firma de Pinochet, como
quiere el Ministerio, sino de subvertir esa firma,
ese legado, inutilizarlo. Este es el rango básico
del conflicto planteado por el movimiento que se
empezó a abrir cuando los secundarios insistieron
en que había que cambiar la Constitución7: que no
se trataba de un conflicto al interior de la firma
Pinochet, o del modelo, sino de un conflicto con el
modelo mismo. No más educación (salud, pensiones,
agua, electricidad, telefonía) del tipo que desde 1981
se fomenta.

19

Pero, ¿no nos dice el movimiento también algo


más, que excede el conflicto con la metamorfosis
neoliberal y que plantea un conflicto con la educación
que se viene dando en Chile desde su fundación como
república soberana? ¿No será un conflicto con la edu-
cación soberana al mismo tiempo que un conflicto
con la educación empresarial, y con el ensamble de

7 Hicieron oír la regla en la que desde hace treinta años se


escuchaba; hicieron visible, audible, el tímpano en que se es-
cuchaba y comprendía: la Constitución Política de 1980.
220
ambos paradigmas, exigencia abierta –no formulada
aún por lo mismo– no sólo de subvertir la educación
pinochetista-concertacionista-aliancista, sino de
subvertir la educación bicentenaria, cuya verdad
tal vez sea la educación pinochetista en su fomento
concertacionista y aliancista?

20

Con el movimiento estudiantil súbitamente pare-


cimos recuperar la inteligencia. Nos volvimos inte-
ligentes en movilización, tal vez porque nos toco
la varita de la política, es decir de la subversión,
del instante de legibilidad. Esta inteligencia es
transversal y también igualitaria. Igualitaria no
porque se reparta en trozos iguales, sino porque
interrumpe todo reparto; en otras palabras, sin
reparto hace visible el reparto. Ese momento no es
de nadie, no tiene propietario, no tiene disciplina, ni
partido, ni gramática, ni género, ni identidad alguna.
No es soberano, ni empresarial, ni un ensamble de
ellos. Ese es un momento irreductible a las dialécti-
cas gubernamentales, el momento político ejemplar,
a contrapelo del principio dialéctico de gobierno. La
política no se confunde con la dialéctica, y la policía
se muestra en su potencia más o menos plástica de
reducir la multiplicidad.

221

222
El invierno chileno
como crisis del
orden neoliberal
Sergio Villalobos-Ruminott

Desde comienzos de 2011, las movilizaciones


estudiantiles en Chile han ocupado el centro
del debate público. Por un lado, la mayoría de
la población, junto con los partidos políticos
actualmente en la oposición al gobierno de
Sebastián Piñera, están de acuerdo en torno a la
crisis curricular, administrativa y financiera de la
educación secundaria y post-secundaria en un país
que ha sido ampliamente elogiado por sus procesos
de democratización y consagración del modelo
económico tras las oscuras décadas del régimen de
Pinochet. Por otro lado, parece haber escaso acuerdo
en lo que esta crisis significa realmente, sobre todo
cuando el mismo gobierno reconoce la necesidad
de realizar cambios sustanciales en la relación
entre el Estado y el sistema general de educación.
Al mismo tiempo, esta nueva serie de protestas
complementa y radicaliza aquellas que ocurrieron
223

el año 2006 y se asociaron a la llamada Revolu-


ción Pingüina, en referencia a los estudiantes
secundarios que tuvieron un rol fundamental en
esas demostraciones. Lo que aparece como una
novedad en la actual coyuntura es, sin embargo,
el plegamiento generalizado de estudiantes pro-
venientes del sector público y del privado, así
como del nivel secundario y del post-secundario.
El alcance y la profundidad de su participación es
una indicación clara de la naturaleza de esta crisis,
que no debe ser confundida con un asunto puntual
o meramente administrativo.
El actual ciclo de protestas comenzó en mayo
de 2011, cuando estudiantes de las universidades
tradicionales mostraron su insatisfacción con el
anuncio del gobierno sobre el incremento de ayuda
financiera a instituciones privadas, considerando
que el Ministro de Educación de entonces, Joaquín
Lavín, tenía intereses económicos relacionados con
la Universidad del Desarrollo. Sin embargo, cuando
la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech)
decidió intervenir, transformando las demandas
acotadas en reivindicaciones generalizadas al
conjunto de estudiantes universitarios, el conflicto
dejó ipso facto de ser un asunto puntual y se ex-
tendió a las demás casas de estudios. Abogaron,
entre otras cosas, por mejoras sustantivas en los
planes financieros del gobierno, cambios en el

224
sistema de asignación de becas, beneficios sociales
alternativos y pases para transporte público
gratuito y permanente. La Confech representa a las
federaciones de estudiantes de las universidades
tradicionales agrupadas en el Consejo de Rectores
de las Universidades Chilenas (CRUCH), entre las
cuales están la Federación de Estudiantes de la
Pontificia Universidad Católica de Chile (FEUC),
la Federación de estudiantes de la Universidad de
Chile (FECH) y la Federación de estudiantes de la
Universidad de Concepción (FEC) como las más
importantes. Rápidamente las demás universi-
dades participantes en el CRUCH, junto a diversas
instituciones privadas de educación superior, se
plegaron a dichas demandas, que subsecuente-
mente se expandieron también a las reivindicacio-
nes específicas de los estudiantes secundarios,
tanto del sector público como del privado. En
este sentido, el asunto en cuestión no es y nunca
fue de carácter técnico o administrativo, sino que
compete a la problemática misma de la educación
en general y a su condición estratégica para la
sociedad. Tanto así, que acá intentaré mostrar
cómo las diversas manifestaciones estudiantiles
del año 2011 no solo se inscriben, a nivel mundial,
en las protestas contra la globalización neoliberal
que se han desarrollado desde el Medio Oriente
hasta el mismo corazón de Europa, desde El Cairo

225

hasta Londres, desde Madrid hasta Wall Street,


sino también que, de acuerdo a sus condiciones
específicas, estas manifestaciones estudiantiles
suponen una crítica radical a los mecanismos de
apropiación y acumulación propios del capitalismo
contemporáneo, y de paso vuelven a poner en
cuestión los criterios del desarrollismo y la
modernización irreflexivamente abrazados por las
distintas agendas políticas en Chile.
Las acciones de la Confech fueron inmediata-
mente seguidas por las protestas y tomas organiza-
das por las federaciones de estudiantes secundarios,
la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secun-
darios (Cones) y la Asamblea Coordinadora de Es-
tudiantes Secundarios (ACES). En el mes de junio el
sistema educacional completo se había detenido. El
invierno chileno había comenzado. Camila Vallejo,
militante comunista, junto a Giorgio Jackson,
socialista, se constituyeron como los líderes más
visibles de un movimiento que, en cualquier caso,
desafía las estructuras jerárquicas de los partidos
políticos y de otras organizaciones gremiales
e insiste en un proceso de toma de decisiones
horizontal, que consulta permanentemente a las
bases y se compromete con lo que podríamos
llamar un des-centralismo democrático. En ese
sentido, estas protestas también se relacionan con
las demandas ciudadanas por mayor participación

226
social en la toma de decisiones estratégicas, tales
como las nuevas políticas de energía del gobierno.

La magnitud y el impacto de las protestas difí-


cilmente pueden ser exageradas. Los estudiantes
se han parapetado en cientos de establecimientos
educacionales, impidiendo el acceso a profesores
y a personal administrativo1. Paralelamente, han
realizado múltiples demostraciones masivas, que
han incorporado elaboradas coreografías donde
participan miles de personas; las manifestaciones
más numerosas –entre el 10 y el 25 de agosto– llega-
ron a reunir de cien mil a un millón de participantes,
progresivamente2. Esta serie de demostraciones
está lejos de terminar, y en la actualidad comienza
a interceptarse con otras movilizaciones regionales,
1 Gideon Long, «Chile’s student protests show little sign of
abating» en BBC News, 25 de octubre de 2011 (http://www.
bbc.co.uk/news/world-latin-america-15431829)
2 Ver, por ejemplo «Bajo una intensa lluvia y mucho frío, miles
de estudiantes marcharon por Santiago» en Clarin.com, 18
de agosto de 2011 (http://www.clarin.com/mundo/intensa-
estudiantes-marchan-capital-chilena_0_538146385.html).
También «Dozen injured after clashes on day two of Chilean
strike» en The Guardian, 25 de agosto de 2011 (http://www.
guardian.co.uk/world/2011/aug/26/two-chile-nationwide-
strike-violence) y «Chile strike: Clashes mark anti-goverment
protest» en BBC News, 26 de agosto de 2011 (http://www.
bbc.co.uk/news/world-latin-america-14677953).
227

notoriamente en Brasil y Colombia. Todo un


capítulo sobre creatividad y performance en las
protestas chilenas debe ser escrito, destacando
el carácter jovial y dinámico de un movimiento
que se resiste a ser etiquetado fácilmente y que se
desmarca de la permanente producción de estigmas
por parte de los discursos del Estado y de los medios
de comunicación de masas, que los califican como
anarquistas, terroristas, delincuentes, rebeldes,
adolescentes o desadaptados, entre otros.
Después de variados intentos por invalidar las
reivindicaciones y la misma legitimidad del mo-
vimiento, el 19 de julio el gobierno reemplazó a su
Ministro de Educación –el ya mencionado Joaquín
Lavín, ex candidato presidencial y representante
de la derecha neoliberal– por el parco Ministro de
Justicia de entonces, Felipe Bulnes, y lanzó una se-
rie de mesas de diálogo, de las cuales nada concreto
emergió. En los últimos meses se ha hecho evidente
que dicha iniciativa fue una estrategia del gobierno
para dilatar y congelar las presiones del movimiento
estudiantil más que para buscar acuerdos, y así
dieron paso –luego de que las mesas fracasaran–
a las conversaciones de camarillas entre políticos
profesionales y expertos. En cualquier caso, el
rápido crecimiento del movimiento de protesta,
así como la multiplicación de las manifestaciones
públicas y de las innovadoras acciones colectivas,

228
junto con la presión internacional, han reabierto
las heridas dejadas por la inconclusa transición a la
democracia en el país; también han producido una
reacción caracterizada por el revival de la agresiva
retórica anticomunista propia de una derecha
dura y militarizada, esa que todavía considera a
Pinochet como un salvador providencial. Esta re-
politización del debate público, con su anacronismo
distintivo, ha despabilado la memoria colectiva de
las luchas contra la dictadura militar en las jornadas
de protestas nacionales en la década de 1980. Sin
embargo, los estudiantes parecen entender de
mejor forma la complicidad estructural entre el
gobierno y los principales partidos de oposición, y
se muestran profundamente escépticos con respec-
to a los procedimientos de la política formal, más
aun después de la domesticación de la marcha de
los pingüinos en 2006, por parte del gobierno de
Michelle Bachelet.
La tarea más urgente para el gobierno como
para la oposición, por lo tanto, no es encontrar una
solución adecuada a las demandas estudiantiles,
sino neutralizar su protagonismo político, por
medio de la redirección del debate hacia las ins-
tituciones democrático-formales enmarcadas en
el orden constitucional fundado por el régimen de
Pinochet y puesto a funcionar durante la transición.
Repitiendo el principio sagrado de la seguridad

229

que caracteriza a los regímenes neoliberales urbi et


orbi, los actores políticos tradicionales y el Estado
insisten en que es en el Congreso Nacional –y entre
los políticos profesionales– donde el debate debe
acaecer y circunscribirse, no en las calles ni menos
entre jóvenes anómicos y proto delincuentes. Para
usar la expresión de Jacques Rancière, lo que está
en juego acá es un desacuerdo entre la naturaleza
política del movimiento estudiantil y el carácter
policial del Estado3.
Efectivamente, las manifestaciones estudian-
tiles expresan un desacuerdo con la complicidad
estructural entre el reformismo progresista de
la Concertación y la ingeniería neoliberal del
gobierno, complicidad que se debe al hecho de que
ambos comparten la misma concepción vulgar de
temporalidad como modernización, desarrollo y
globalización. Gracias a esta asunción irreflexiva y
no problematizada de los indicadores del progreso
social y de los estándares de calidad educativa,
por ejemplo, los dispositivos de intervención del
gobierno y de la oposición tienden a confirmar
el diseño biopolítico de la sociedad con reformas
constitucionales, laborales y educacionales orienta-
das por los mismos supuestos normativos y des-
tinadas, más que a cambiar las cosas, a consagrarlas

3 Jacques Rancière. Disagreement. Politics and Philosophy.


Minneapolis: University of Minnesota Press, 1999.
230
en su naturalidad. En este sentido, la crisis
educacional es una sinécdoque de la crisis general
del patrón de acumulación contemporáneo; sin
embargo, no sabemos si dicha crisis es terminal
o simplemente un mecanismo inherente a su
lógica axiomática. Mejor dicho, para subvertir la
capacidad adaptativa de la acumulación flexible
es necesario transformar este desacuerdo en una
lógica antagónica generalizada. Por de pronto, lo
que las manifestaciones han traído consigo no es
menor: la explosión heterocrónica de las diversas
temporalidades que habitan al interior del tiempo
vacío de la globalización; en otras palabras, la
desocultación del carácter ritual y confirmatorio
de las celebraciones del bicentenario nacional
(con sus retóricas recuperativas, republicanas,
patrimonialistas, etcétera). Con esto han puesto en
escena la distribución de lo sensible que caracteriza
el campo de las políticas públicas (policiales) en el
país.
El hecho de que sean estudiantes los que
encarnen esta lógica del desacuerdo tampoco es
un asunto menor, precisamente porque como tales
responden a un cruce de circunstancias que hace
imposible pensarlos en términos estrictamente
identitarios (edad, clase, ocupación, género, entre
otros); es decir, inscriben su racionalidad más allá de
cualquier identificación sociológicamente acotada.

231

Para seguir con Rancière, podríamos señalar que


en su condición de estudiantes, de jóvenes a medio
camino de acceder a la vida pública, de in-formes
materias en riesgo permanente de corrupción
–para repetir los prejuicios obvios de la paideia
metafísica occidental, que comprende la educación
como eruditio et institutio in bonas artes–, los
estudiantes son «aquella parte de los que no tienen
parte» ni lugar asignado en el foro público y por lo
tanto, como las figuras ubicuas que son, contaminan
las disposiciones policiales y organizativas del
Estado4.
Esta referencia a Rancière nos permite mos-
trar la estrechez característica de los análisis del
reformismo político y técnico, tanto de los expertos
representantes del gobierno como de aquellos que
representan a la oposición, desocultando a la vez
su incapacidad para pensar más allá de la lógica
administrativa del mercado y del Estado; es decir,
más allá de la política entendida como régimen de
administración y regulación ad hoc a los procesos

4 Rancière, Disagreement.
En este sentido, los estudiantes resultan ser una no-identidad
diseminada socialmente y cruzada por múltiples lógicas de po-
der. Más que pensar su direccionalidad estratégica según el
lugar que ocupan en la división social del trabajo, o según su
pretendida pertenencia de clases, expresan la proliferación de
formas transversales de la existencia en el plexo de un régimen
de acumulación axiomático.
232
de acumulación flexibles del capitalismo contem-
poráneo.
Esta referencia también nos ayuda a enfatizar
algunas características distintivas del llamado
invierno chileno. En primer lugar que, desde su
brutal inauguración hasta sus últimos días, fue
un régimen caracterizado por una refundación del
contrato social de la nación. En efecto, con la nueva
constitución de 1980 y con la implementación
sistemática de las prioridades neoliberales –priva-
tización del sector público, desregulación de
la economía, políticas impositivas liberales,
precarización del empleo, etcétera– era sólo
cuestión de tiempo para que algo similar ocurriera
en el sector educativo. Y así fue que, muy pronto
y de manera coherente, la privatización como
mecanismo para compensar la falta de recursos
financieros resultante de la nueva orientación no
intervencionista del Estado –característica distintiva
de la nueva economía política diseñada por los
Chicago Boys y entusiastamente implementada en
Chile en la década de 1980– se extendería hasta las
políticas educacionales5. El eufemismo utilizado
para dicho proceso fue una racionalización, pero
la supuesta racionalidad implicada partía de la

5 Ver el abarcador análisis de Carlos Ruiz en su libro De la re-


pública al mercado. Ideas educacionales y políticas en Chile
(Santiago: Lom, 2010).
233

ingenua asunción de las virtudes inherentes a las


fuerzas del mercado, como también al carácter
eficiente y dinámico del sector privado; esta asun-
ción determinó que este sector fuera elevado a una
posición directiva en un nuevo diagrama diseñado
para favorecer una educación orientada a la mejora
competitiva de sus estándares, entre ellos la calidad
de la enseñanza y de la investigación, pero también
la flexibilidad curricular y la promoción de egresa-
dos para engrosar la fuerza laboral cualificada.
Aun cuando en este mismo periodo la Ley Gene-
ral de Universidades no permitía –nominalmente–
los fines de lucro relacionados con la educación,
dejaba muchas ambigüedades, en torno a las
cuales la lógica corporativa característica de los
procesos de acumulación flexibles diseñaría sus
estrategias de obtención de renta extraordinaria
(sus ganancias). Esto, que ha ocurrido no sólo en
el ámbito educacional, demuestra la incompatibi-
lidad entre el derecho precariamente garantista
con que todavía opera el Estado y la emergencia de
nuevas positividades que lo trascienden de facto, y
que al hacerlo lo sobrecodifican según sus inte-
reses privados. Entre la emergencia de nuevas
positividades y las jurisprudencias generadas en
torno a éstas, se abre un capítulo fundamental,
relacionado con la necesidad de un nuevo contrato
social para las sociedades del capitalismo tardío;

234
un nuevo acuerdo basado en la definición política
del orden social, que puede ser efecto de procesos
colectivos instituyentes o, simplemente, fruto de
una fundación vanguardista –como en el caso de la
instauración del orden neoliberal en Chile– que se
legitima ex post facto, presentándose como proceso
de desarrollo necesario6.
A comienzos de la década de 1990, coinciden-
temente con el proceso transicional, esta tendencia
fue acentuada como resultado de lo que se presentó
como un nuevo contrato social entre el Estado, el
sector privado y la sociedad civil7. Si la proliferación
de instituciones de educación superior de carácter
privado fue una consecuencia directa de las políticas
educacionales de la dictadura, la desregulación
propuesta con anterioridad fue radicalizada por la
llamada ley Brunner en esos años, lo que explica
no solo el empobrecimiento de las universidades
públicas y tradicionales sino también la decadencia
6 La necesaria discusión sobre los procesos instituyentes
y la fundación de un nuevo contrato social se encuentra,
ejemplarmente, en el libro de Boaventura de Sousa Santos
Toward a New Legal Common Sense: Law, Globalization
and Emancipation (New York: Butherworths, 2004). Tiene
edición en castellano: Sociología Jurídica crítica: Para un
nuevo sentido común del derecho. Madrid: Trotta, 2009.
7 Por ejemplo: José Joaquín Brunner, Hernán Courard y
Cristián Cox. Estado, mercado y conocimientos: políticas
y resultados de la educación superior chilena 1960-1990.
Flacso: Santiago, 1992.
235

de la educación superior en general y la conversión


de los ya discutibles estándares de calidad en
indicadores superfluos e inespecíficos, cuestión que
se expresa estructuralmente en la depreciación de
la instrucción, de la infraestructura –bibliotecas,
laboratorios, entre otros– y en la precarización de
las carreras profesionales como de las posiciones
académicas en general. La intervención del sector
privado, contrariamente a las expectativas originales,
ha llegado a ser percibida ampliamente como causa
de la corrupción y del colapso de los estándares de
excelencia que caracterizan la situación actual. De
esta manera, tanto la reforma pinochetista como la
reforma modernizadora de la transición aparecen
como instancias complementarias en el presente
desconcierto.
La corrupción en cuestión aquí, sin embargo,
se refiere menos a un problema moral que a una
conspiración criminal que envuelve al Estado y
al sector privado. Es importante enfatizar esto ya
que el problema educacional chileno no tiene que
ver con fallas puntuales o corrupciones acotadas,
sino con la inviabilidad constitutiva del modelo.
Asimismo, las relaciones entre el Estado y las
corporaciones de interés privado, particularmente
los bancos, ponen de manifiesto la circulación
de las elites característica de las democracias
parlamentarias, para usar la noción de Alain

236
Badiou. En otras palabras, no debiera ser una
sorpresa que los mismos actores políticos respon-
sables de importantes decisiones en relación al
sistema educativo también pertenezcan o hayan
pertenecido a los directorios de corporaciones
financieras y educativas afectadas por tales políticas
–el mencionado caso Lavín es la punta del iceberg8.
A esto se suma la escandalosa situación relativa a
los acuerdos entre los bancos y el Estado que regula
los préstamos universitarios en el país: préstamos
con intereses desproporcionados y con una garantía
estatal llamada Crédito con Aval del Estado (CAE).
No sorprende que hoy tanto los intereses aplicados
a los préstamos como el costo de los aranceles
hagan de la educación chilena, proporcionalmente
hablando, la más cara en el mundo9.
8 Ver los monumentales trabajos de María Olivia Mönckeberg,
La privatización de las universidades en Chile. Una historia
de poder, dinero e influencias (Santiago: Copa Rota, 2005) y
El negocio de las universidades en Chile (Santiago: Ediciones
B, 2007).
9 «Datos de la Organización para la Cooperación y el Desa-
rrollo Económico (OCDE) consignan que, a precios relativos,
la Educación Superior (ES) en Chile es la más cara del orbe.
Con un valor promedio de US$3.400 anual, el arancel do-
méstico equivale al 22,7% del PIB per cápita, superior al
de naciones como Estados Unidos, Inglaterra, Australia
y Japón», en «Chile, la educación superior más cara del
mundo» (http://aquevedo.wordpress.com/2011/07/05/
chile-la-educacin-superior-ms-cara-del-mundo/). El va-
lor de la matrícula se ha incrementado en más del 100% en
237

De esta forma, los bancos –y otras instituciones


financieras de dudosa condición legal– adquieren
una preponderancia inusitada en el destino de
la educación y del país; mediante el mecanismo
de asignación de préstamos de fácil obtención
y libres de riesgo estas instituciones capitalizan
una forma extraordinaria de renta para la cual el
sistema legislativo no resulta un impedimento. Si
los potenciales deudores fallan en sus pagos, el
Estado interviene pagando dichos préstamos o, lo
que es lo mismo, transfiriendo recursos públicos al
sector privado, política que calza perfectamente con
la silenciada pero sistemática práctica de contratar
figuras políticas influyentes para los directorios de
estas corporaciones. Podríamos agregar a este ne-
gro panorama el hecho de que, según estimaciones
oficiales, más del 40% de la población estudiantil
no será capaz de concluir su proceso educativo,
cuestión que vuelve las posibilidades de pago aun
más remotas, sin mencionar la situación económica
agravada de esas familias10.
Para decirlo de manera más precisa, la confi-
guración total de la deuda estudiantil opera en la
el sector público y aun más en el privado durante la última
década.
10 Permítaseme referir las fundadas opiniones de Rafael Ga-
ray y Marcel Claude en el programa televisivo «Síganme los
buenos» del 4 de agosto de 2011 (http://www.youtube.com/
watch?v=bGIC-_35-Yg).
238
actualidad como un mecanismo donde los bancos
obtienen su ganancia a través de lo que David
Harvey llama acumulación por desposesión;
en otras palabras, la extensión sistemática de
la relación estudiante-deuda se ha convertido
en un mecanismo estructural del actual proceso
de acumulación capitalista11. En esto estriba la
operación distintiva del capitalismo financiero, en
el agotamiento de la soberanía estatal-territorial
y en la emergencia de una especialidad virtual
administrada por un tipo de soberanía bancaria
que sobrecodifica la soberanía moderna asociada
con la figura del Estado nacional. Si el Estado
moderno funcionaba como contención de los flujos
capitalistas, como Katechon –para usar la noción
de Carl Schmitt–, entonces la constitución de una
soberanía laxa y bancaria expone el agotamiento
histórico de dicha contención y la liberación de las
potencias de la acumulación sin fin (Eschaton)12. No
deja de ser irónico, entonces, que el orden soberano
bancario se reste del principio soberano territorial
y se afirme en una escatología que implica, por un
lado, la sobrexplotación de los cuerpos y, por otro, su

11 David Harvey. A Brief History of Neoliberalism. New York:


Oxford University Press, 2005.
12 Carl Schmitt. The Nomos of the Earth in the International
Law of Jus Publicum Europaeum. New York: Telos Publishing
Press, 2006.
239

resta o virtualización en el anonimato de las cifras


y las estadísticas.
En este sentido, dicha acumulación a través
de formas de endeudamiento excepcionalmente
punitivas puede ser interpretada como índice de
un agotamiento radical del viejo aparato liberal
de interpelación ideológica; esto es, de aquella
interpelación que bajo la lógica del diferimiento
del gasto prometía una distribución del ingreso
socialmente responsable y que se combinaba con
la promesa de la movilidad social a través de la
educación formal. En la medida que las posibilida-
des de tal movilidad social tienden a desvanecerse,
así también lo hace el argumento general de la
modernización, quedando así evidenciado en su
condición de relato que subsume enfáticamente
la heterogeneidad de los procesos sociales a la
temporalidad espacializada del capital. Todo ello
muestra que el orden neoliberal inherente al actual
proceso de globalización se funda en –y perpetúa a
la vez– los procesos de desposesión populares y de
concentración del capital (lo que solía identificarse
como pauperización progresiva de la población,
en una relación inversamente proporcional al
aumento de la tasa de ganancia). Consistentemente,
y a pesar de –o precisamente por– los elogios que
ha recibido Chile de parte del Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional durante las últimas

240
dos décadas, la distribución del ingreso en el país es
una de las más inequitativas en el mundo13.
De manera coherente con lo anterior, la reducción
de los seres humanos a la condición de recursos y
materiales productivos está obviamente en el eje
de la política neoliberal; es decir, constituye el
predominio sustantivo del Homo economicus y
de la consiguiente degradación de la existencia
a la condición de vida desnuda o precarizada14.
Para referir someramente al análisis de Foucault,
si bien la reducción de la vida a su condición de
recurso productivo caracteriza la lógica de acumu-
lación capitalista en el largo plazo, adquiere una
preponderancia indesmentible en la emergencia
del neoliberalismo, complementando la onto-
teología propia de la metafísica occidental con
una antropología que continúa y radicaliza el
humanismo constitutivo de esta tradición, cuya
manifestación palmaria estaría en la biopolítica
destinada al control total de la existencia y a la
administración del momento de la muerte15.
En ningún lugar este proceso se ha desarrollado
de manera tan explícita como en Chile, donde la

13 Ver el Factbook de la CIA en http://www.indexmundi.com/


chile/distribution_of_family_income_gini_index.html
14 Michel Foucault El nacimiento de la biopolítica. Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica, 2007.
15 Ibid.
241

conversión de los estudiantes en clientes y deudores


está virtualmente realizada16. Algo similar ocurre
con la precarización del trabajo académico y con
la emergencia de un régimen post-fordista de
contratación en el que dichas carreras aparecen re-
guladas por mecanismos profundamente flexibles y
explotadores, en una suerte de reconversión laboral
que transforma al profesor en un intermediario más
del proceso educativo. Esta cuestión complementa
el desplazamiento de los debates sustantivos y
de las formaciones orientadas republicanamente
hacia los debates técnicos de los economistas y los
expertos; una suerte de estupidización general del
trabajo, para usar la noción de Bernard Stiegler,
complementa al desmontaje de la Universidad
nacional cuya vocación era la formación virtuosa
del ciudadano17.
Si para Stiegler la estupidización es el resultado
de un proceso general que busca automatizar la
producción, donde el trabajador se desindividualiza
16 Particularmente sintomática es la tesis doctoral del actual
presidente de Chile, Sebastian Piñera: «The Economics of
Education in Developing Countries» (Department of Eco-
nomy, Harvard University, 1976). Parte de esta tesis está en
castellano: «El costo económico del «Desperdicio de cere-
bros»» (Cuadernos de Economía 15.46, 1978, páginas 349 a
405. Agradezco a raúl rodríguez freire por haberme indicado y
facilitado este material).
17 Bernard Stiegler. For a New Critique of Political Economy.
Londres: Polity Press, 2010.
242
y la población queda proletarizada en una relación
inversamente proporcional a la forma en que
disminuye la injerencia del trabajo creativo en el
ciclo de producción, su lectura no sólo se muestra
escéptica con respecto a la utopía tecnológica de
la automatización general (como cumplimiento
último de la modernización), sino también esta-
blece una cierta distancia con respecto a las
teorías de la autovaloración y de la cualificación
del trabajo manual como condiciones para la
emergencia de un nuevo sujeto social –el obrero
colectivo o la multitud– con capacidad de cambio.
La estupidización es una suerte de narcotización
general que se produce en la altamente sofis-
ticada división del trabajo contemporáneo, cuya
causa se encontraría en el desplazamiento desde el
capitalismo industrial al capitalismo tecnológico,
signo indesmentible de la decadencia de las demo-
cracias industriales18.

18 Ver The Decadence of Industrial Democracies (Londres:


Polity Press, 2011), primer volumen de la trilogía Disbelief
and Discredit de Bernard Stiegler; véase también Fin de
siglo, de Antonio Negri (Barcelona: Paidós, 1992). Habría
que tener en cuenta, sin embargo, que la noción de tecno-
logía utilizada por nosotros –siguiendo la línea que va de
Heidegger a Stiegler– no se intercepta con la representación
vulgar de lo tecnológico ni con la noción marcuseana de
alienación. La estupidización no es una condición errática
de la existencia social, sino una condición históricamen-
te producida por la subsunción del trabajo a la economía
243

Dicho desplazamiento no tiene que ver sólo con


la tecnologización directa de los medios de produ-
cción ni con la cualificación del capital variable,
sino –para recordar a Marx– con el paso desde la
subsunción formal a la subsunción real del trabajo al
capital. Dicho paso se realizaría hoy precisamente por
el agotamiento del Katechon estatal –del Estado de
bienestar– y por el predominio de la lógica soberana
del capitalismo financiero, cuya encarnación esencial
está en el ambiguo estatuto jurídico de los bancos. A
su vez, la subsunción real implica la diversificación
de la renta, cuya tendencia histórica muestra un
desplazamiento desde la tierra a la tecnología: si el
capitalismo histórico europeo obtenía su renta des-
de la tierra –de ahí la importancia del colonialismo
en la extracción de plusvalía–, el capitalismo con-
temporáneo, tendencialmente desde la Segunda
Guerra Mundial, obtiene su renta extraordinaria
desde la tecnología y desde la diversificación de las
relaciones de apropiación (y las nuevas formas de
propiedad privada). De ahí proviene la relevancia
de la deuda como un mecanismo de acumulación
por desposesión (junto a la privatización de las
carreteras, de los recursos hídricos y fluviales, de
la educación, etcétera). Sin embargo, el problema

libidinal del consumo. Se trata, en concreto, de una crítica a


la economía política contemporánea y no de una antropología
filosófica.
244
no termina acá, pues el predominio paulatino de la
subsunción real equivale al incremento ilimitado
(Eschaton) de la tasa de ganancia; es decir, a la
producción inmanente de un ejército industrial
de reserva que, a diferencia del modelo clásico
referido por Marx, no sólo cumple una función en la
mantención del salario socialmente necesario, sino
que expresa la correspondencia entre las lógicas de
la acumulación contemporánea y la subsecuente
proliferación de formas de vida precarizada19. Todo
esto significa que la vida desnuda (blosses Leben,
como la llamó Walter Benjamin) más que ser un
lamentable efecto acotado al Holocausto, el gulag o
los campos de concentración, es el reverso inheren-
te al despliegue de la acumulación capitalista.
Si esto es así, entonces el lugar estratégico de la
educación en la sociedad contemporánea no puede
ser, simplemente, la continuación irreflexiva de la
utopía de la modernización infinita, del progreso
técnico y de la absoluta subsunción de la naturaleza
–incluyendo la vida– al capital. Es necesario
elaborar una discusión radical sobre el sentido
y los objetivos de la educación que trascienda el
horizonte técnico sobre su administración y su
19 Esta cuestión es desarrollada por Marx en el capítulo 16 de El
capital (New York: Penguin, 1990), titulado «Plusvalía absoluta
y relativa». Y la vuelve a problematizar en el famoso capítulo VI,
inédito, del Libro 1 del mismo libro, «Resultados del proceso
inmediato de producción» (México: Siglo XXI, 2000).
245

excelencia; lejos de tratarse de un debate filosófico


abstracto, este es un debate totalmente político al
partir por cuestionar los presupuestos instalados
y confirmados por los diferentes sectores políticos
del país, todos ellos cómplices inadvertidos de la
misma concepción vulgar de la temporalidad como
desarrollo y progreso20.
Si los movimientos estudiantiles de protesta
en Chile tienen una importancia más allá de las
demandas gremiales, y más allá del horizonte técnico
(irreflexivo) en que se inscriben la mayoría de las
bienintencionadas intervenciones de intelectuales y
expertos, dicha importancia tiene que ver con haber
desocultado el proceso de modernización como
precarización de la existencia. Una vez evidenciada

20 En sus famosas tesis sobre el concepto de historia, Walter


Benjamin destaca al menos tres dimensiones complementa-
rias de esta concepción progresista: 1) la asunción de que el
progreso técnico implica automáticamente un progreso social
(cuando la historia de la acumulación muestra lo contrario); 2) la
asunción de que dicho progreso es lineal y coherente (cuestión
que el Trotsky historiador había criticado del materialismo
histórico vulgar con su famosa hipótesis acerca de la ley de
desarrollo desigual y combinado de los procesos sociales); 3)
que este progreso implica no sólo un cambio cualitativo de la
condición humana, sino una suerte de realización (cuestión
que inscribe esta representación vulgar de la temporalidad
en el corazón de la biopolítica contemporánea). Walter Ben-
jamin. La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre historia.
Santiago: Arcis-Lom, 1995.
246
la condición ideológica del argumento del chorreo
y de la movilidad social, una vez comprendida la
condición estructural de la relación entre deuda y
acumulación, entre precarización de la universidad
y flexibilidad post-fordista, pareciera ser que lo
que realmente está en juego acá es la discusión del
supuesto rol estratégico de la educación. Aquí es
donde deberíamos detenernos y no asumir irres-
ponsablemente los ambiguos estándares de calidad
referidos a la universidad contemporánea, ya
subsumida a la valoración generalizada. Junto con
una crítica al destino de la universidad en tiempos
de la subsunción del trabajo al capital, necesitamos
una crítica a la modernidad capitalista como
horizonte inescapable y como criterio que define los
intereses de la comunidad. En este sentido, no es
extraño que los gestores de la reforma educacional
chilena sean también los teóricos de la modernidad
tardía latinoamericana y, de una u otra forma, de
la transición a la democracia21.
En este sentido, lo que está en juego en las
movilizaciones estudiantiles hoy en día, mucho
más que una serie acotada de demandas (tasas
de interés más bajas para sus préstamos, mejores
programas de becas, etcétera), pareciera ser la
irrenunciable reivindicación de educación gratuita

21 Por ejemplo: José Joaquín Brunner. Bienvenidos a la mo-


dernidad. Santiago: Planeta, 1994.
247

para todos, una demanda que ha sido criticada


como poco realista e ingenua; sin embargo, en
cuanto tal, esta demanda va directo al corazón del
problema en la medida que trae consigo un llamado
a la reformulación del contrato social heredado del
régimen de Pinochet. Es decir, la única forma de
implementar esta educación libre para todos es a
través de una re-nacionalización de los recursos y de
la industria nacional –particularmente del cobre–
a través de reformas esenciales, tanto políticas
–específicamente la abolición del sistema bino-
minal, lo que cambiaría el equilibrio artificial en el
Congreso, permitiendo así que una agenda social
más democrática prevalezca– como económicas
–incluyendo la reforma tributaria, la que traería
consigo el aumento del presupuesto estatal para
implementar iniciativas de orden correctivo, entre
otras. Habría que enfatizar en cualquier caso que
una reforma tributaria, por más generosa que sea,
no resuelve los problemas estructurales asociados al
régimen de acumulación implementado en Chile, así
como los sacrificios mediáticos y las declaraciones
rimbombantes de solidaridad con los desposeídos
no resuelven el problema central: el capitalismo
como producción de vida precaria.
Sin embargo, sería contraproducente desde un
punto de vista político darse como objetivo una
abolición radical del capitalismo sin entender la

248
lógica oposicional que lleva a la posibilidad de
tales cambios históricos. El antagonismo, como
diría Ernesto Laclau, no es una condición natural
de las luchas sociales, sino el efecto de prácticas
históricas específicas de oposición contra hege-
mónica22. Por esto la reivindicación de educación
gratuita para todos es fundamental, no porque
con ella se resuelva el problema, sino porque en
ella se concentran la serie de determinaciones que
definen la particular situación nacional y, por lo
mismo, su implementación lleva directamente
al cuestionamiento del orden constitucional de
1980; es decir que reactiva los procesos sociales
constituyentes como una forma de oposición a
la lógica del capital, esto es, como recuperación
de lo político-público, hoy secuestrado por la
racionalidad económica y calculabilista, y por los
expertos.
No debiera sorprender entonces que la agenda
estudiantil se intercepte con los intereses de
otros sectores –la hasta hace poco denominada
izquierda extra parlamentaria, por ejemplo– y
coincida al menos en un punto común: el llamado
a una asamblea constituyente para producir una
nueva y más democrática constitución. Esta es la
22 Sin ir más lejos: Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hege-
monía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de
la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
2004).
249

razón de por qué las movilizaciones estudiantiles


son inherentemente políticas y subversivas: ellas
exponen la condición injusta de la distribución de
la riqueza y el propósito final de los mecanismos
de apropiación y acumulación que dan forma a
la actual configuración de clases de la sociedad
chilena. No importa cuán espectaculares hayan
sido las recientes celebraciones del Bicentenario
Nacional, éstas no pueden esconder que la histo-
ria del país está totalmente atravesada por la
temporalidad capitalista. En consistencia con
ello, el gobierno de Piñera no sólo ha hecho oídos
sordos a las reivindicaciones estudiantiles, sino que
las ha tergiversado sistemáticamente y de manera
inescrupulosa, cambiando por ejemplo la demanda
de educación gratuita por la abstracta noción de
calidad. Obviamente, dicha noción funciona en el
discurso de gobierno de manera asombrosamente
similar a como lo hace la noción de excelencia
en lo que Bill Readings llamó la universidad en
ruinas, esto es, como un dispositivo ideológico
que significa más o menos cualquier cosa, si es que
significa algo23.
Me gustaría concluir, sin embargo, con una
observación referida a lo que podríamos considerar
los límites de este movimiento. Por un lado, se puede

23 Ver el ensayo de Bill Readings que abre este libro, «La idea
de excelencia».
250
concebir las movilizaciones como la irrupción de
lo político en medio de la democracia neoliberal
chilena, es decir, en medio de un régimen organiza-
do en torno a un pequeño número de instituciones
financieras pertenecientes a unas cuantas familias
adineradas, trabajando en conjunto con unas
cuantas compañías extranjeras privilegiadas. De
esta forma, las movilizaciones sirven para hacer
visible lo que estaba formalmente invisibilizado por
los discursos de la transición y de la globalización:
que la injusta situación socioeconómica de la
mayoría del país en los últimos veinte años se
perpetuó y radicalizó, lejos de resolverse con los
simulacros simbólicos de reconciliación nacional.
Es en este sentido que hemos invocado a Rancière.
Pero, por otro lado, después de más de ocho meses
de demostraciones, las movilizaciones han caído
inevitablemente en una suerte de rutina. Su lideraz-
go carismático ha adquirido un lugar reconocible
–y por ello anticipable– en el debate político, y el
gobierno con la oposición parecen haber triunfado
en reorientar el debate hacia la configuración del
presupuesto fiscal para el año 2012, estrategia que
tiende a fracturar la encomiable unidad estudiantil,
dada las diferencias entre los más escépticos y los
más realistas. Obviamente, después de años de
gobiernos transicionales incapaces de resolver el en-
démico problema educacional, para no mencionar

251

otros asociados e incluso más urgentes, obviamente


los estudiantes tienen buenas razones para rechazar
las lógicas representativas y corporativas de los
partidos políticos, pero esto, sumado a su relativa
incapacidad para articular sus demandas con otros
sectores de la población, ha tenido como efecto
inesperado el aislamiento y el debilitamiento de sus
posiciones; el periodo de vacaciones que se avecina
también dispersará a muchos estudiantes, dándole
mayor margen de tiempo al gobierno para imponer
sus soluciones.
Sin embargo, he puesto al principio del párrafo
anterior la palabra límites en cursivas porque
la supuesta incapacidad de los estudiantes de
articularse como parte de un bloque contra hege-
mónico no es realmente una responsabilidad de
ellos, sino un síntoma del impasse que vive tanto la
izquierda global en su periodo post-comunista como
la izquierda chilena en la actualidad, balanceándose
indecisamente –como siempre– entre la necesidad
de un proceso constituyente y su participación
en la democracia neoliberal. Por supuesto que el
mío podría ser leído como un clásico argumento
anti-institucionalista –y lo es si nos referimos a
la institucionalidad heredada del régimen de Pi-
nochet–, pero la incapacidad estudiantil es un
indicador de la misma incapacidad generalizada de
pensar la política más allá de la dimensión policial

252
del orden. En este sentido, si la victoria real requiere
más que la mera interrupción de la distribución de
lo sensible, cualquier romantización de la multitud
se muestra también como insuficiente en la medida
que lo que está en juego acá es una concepción por
un lado crítica del capitalismo y por otro lado atenta
a las formas de auto-organización popular, no para
fetichizarlas sino para potenciarlas.
En tal caso, lo que Daniel Bensaïd llamó «el
retorno de la estrategia»24 no implica necesaria-
mente una elección entre alternativas mutuamente
excluyentes: o partidos políticos tradicionales
o una nueva organización política mesiánica; o
la auto-afirmación de la multitud o una forma
más tradicional de antagonismo de clases; o
la izquierda dogmática tradicional o el castizo
socialismo reformado del nuevo milenio. Resolver
estas tensiones e imaginar un horizonte distinto a
la administración biopolítica de la vida es menos
la responsabilidad de los estudiantes que de la
humanidad en general, y de una izquierda dispuesta
a reformularse para oponerse al salvajismo del
actual proceso de acumulación capitalista sin dejar
de imaginar un mundo mejor.
De alguna manera que no me cabe antici-
par, habría que combinar una crítica implacable

24 Daniel Bensaïd. Elogio de la política profana. Barcelona:


Península, 2009.
253

–destructiva– del capitalismo con una lógica de


producción de antagonismos capaces de tocar los
puntos sensibles del poder sin fantasear con su
invulnerabilidad, y sin conformarnos con reformas
acotadas. Entonces el mérito indesmentible de los
estudiantes es haber despabilado a una sociedad
entera que, víctima del crimen capitalista, podría
comenzar a reformular sus desacuerdos con la
marcha naturalizada de la historia. Después de
todo, nada está decidido; habitamos la dimensión
incalculable de un interregno.

Fayetteville, noviembre de 2011.

254
Ocho tesis sobre
la Universidad, la
jerarquización y las
instituciones DEL común
Alberto de Nicola y Gigi Roggero1

Bill Readings escribió La universidad en ruinas


a mediados de la década de los noventa 2. La
universidad estatal se encuentra en ruinas, la
universidad de masas está en ruinas y la universi-
dad como un lugar privilegiado de la cultura nacional
se halla en ruinas. La cultura nacional misma ha
quedado en ruinas. Nosotros leemos este proceso
desde la perspectiva de nuestra participación en

1 Texto cedido por Edu-Factory, colectivo transnacional que


promueve investigaciones, aproximaciones teóricas y reportes
comprometidos con la transformación de la universidad glo-
bal y con los conflictos de la producción del conocimiento.
Organiza debates y publicaciones que se difunden en su pá-
gina web, http://www.edu-factory.org/wp/
2 Ver el ensayo de Bill Readings que abre este libro, «La idea
de excelencia».
255

los movimientos del trabajo vivo (living labor


movements): este es el punto de vista desde el
cual situamos nuestro análisis. Y la crisis de la
universidad –como también la crisis de la cultura
nacional– estuvo influida primero que todo por
estos movimientos. Por lo tanto, no tenemos
nostalgia: este es el estilo con que nos acercamos a
nuestro análisis. De hecho, la corporativización y la
realización de una universidad global –para usar
las palabras de Andrew Ross– no son imposiciones
unilaterales. Son procesos basados en relaciones
sociales. Es decir, en relaciones de fuerza. No es
útil oponerse a este proceso en nombre del pasado,
porque hemos contribuido al quebrantamiento de
ese pasado. Más bien tenemos que transformar
estos procesos en un campo de conflicto. Debemos
asaltar estos procesos en una etapa avanzada: ese es
el problema. Necesitamos analizar estos procesos
para descubrir formas de resistencia y líneas de
fuga.

¿Qué es hoy la universidad? Desde el punto de vista


capitalista, es uno de los sitios para la jerarquiza-
ción de la fuerza de trabajo. Los mecanismos de
valorización, desvalorización, desclasamiento y

256
segmentación de la fuerza de trabajo se basan en el
conocimiento y en el control de la producción del
conocimiento. Pero la universidad no es el único
lugar de tal control, puesto que hay un desborde
de la producción de conocimiento desde las ins-
tituciones educativas: se extiende a las redes de
cooperación social. Estas redes son ambivalentes,
una combinación conflictiva de autonomía y
mandato capitalista, de luchas por la libertad y
de resultados mercantilizados. Por lo tanto, en
el amplio contexto metropolitano la universidad
se vuelve cada vez menos central dentro de las
jerarquías del capitalismo. Sin embargo, sigue
siendo un gran lugar de concentración espacio-
temporal de la fuerza de trabajo.

¿Cómo se produce el valor en la universidad?


Cuando el conocimiento se convierte en un medio
fundamental de la producción, el problema
capitalista es cómo medirlo. En la última ronda
de discusión de Edu-factory, señalamos que en
aquello que llamamos capitalismo cognitivo
también hay una cognitivización de la medida.
Es decir, la imposición de unidades artificiales
de medida para reducir el conocimiento vivo a

257

conocimiento abstracto. Los sistemas de patentes


y derechos de autor, los créditos estudiantiles, la
acumulación de capital social y humano, la escritura
de referencias para investigadores y profesores
–Matteo Pasquinelli habla de una suerte de
economía de la referencia– son ejemplos de tales
unidades artificiales. Estas son también unidades
artificiales para medir el valor de cada institución
en la jerarquía universitaria. El culto liberal de la
meritocracia ha muerto, y no lo lamentamos de
ninguna manera. Hoy la universidad corporativa
se basa en una renta parasitaria. Y, desde este
punto de vista, es un paradigma del capitalismo
contemporáneo.

La jerarquización de la universidad no está gober-


nada por una dialéctica de inclusión y exclusión.
En el capitalismo global contemporáneo ya no hay
exterior; no hay un afuera entre la universidad
y la metrópoli, sólo un adentro marcado por
relaciones de explotación. Inclusión diferencial
es la respuesta a los movimientos que en los años
sesenta y setenta desafiaron al gobierno de la
universidad. Por ejemplo, en Estados Unidos la
respuesta al movimiento Black Power y la creación

258
de instituciones autónomas de Black Studies fue
una acoplamiento de represión brutal e inclusión
diferencial. Esto es evidenciado –como lo demostró
Noliwe Rooks recientemente– por las estrategias
de la Fundación Ford y su selectiva financiación
de los programas de Black Studies, que favorece
a los moderados y margina a los radicales. Por lo
tanto, el gobierno contemporáneo de la universidad
reclama la inclusión con el fin de poder controlar.
Pero eso también implica que tal gobernabilidad
es un proceso que se abre continuamente a la
crisis y se funda en la imposibilidad de las formas
clásicas de gobierno del trabajo vivo. Como ha
sido espléndidamente descrito por Mezzadra y
Neilson, dentro de este marco la producción de
fronteras se convierte en el dispositivo principal
de la gobernabilidad y la multiplicación de los
regímenes del trabajo: las fronteras no son líneas
que dividen mediante procesos de inclusión y
exclusión, sino aéreas de jerarquización móviles,
flexibles y cambiantes.

Pero hay siempre un exceso dentro de esta in-


clusión: el trabajo como conocimiento vivo. Desde
este punto de vista, las fronteras son también

259

sitios de resistencia y líneas de fuga. Trabajadores


precarios y estudiantes –en su condición de
trabajadores, ya no mano de obra jerárquicamente
integrada en los procesos educativos– son sujetos
fronterizos (border subjects). Lo cual no implica que
ellos sean las figuras marginales y oprimidas que
no están completamente incluidas: son más bien
un exceso potencial en el proceso de jerarquización.
Aprendimos una enseñanza importante en la recien-
te movilización de los investigadores precarios
italianos: cuando los investigadores precarios
reclaman de manera exclusiva el reconocimiento
de su lugar en la jerarquía de la fuerza laboral y
su inclusión en la torre de marfil, este exceso está
políticamente cerrado. Desde este punto de vista, la
clase creativa o los trabajadores del conocimiento
no son simplemente categorías empleadas por las
teorías sociológicas. Son primero que todo con-
ceptos políticos. Por una parte, tal reclamo legitima
el anticuado e inutilizable concepto de división
internacional del trabajo y el de espectro correlati-
vo de trabajadores cualificados, semi-cualificados
y des-cualificados (Mezzadra y Neilson). La división
entre trabajo intelectual y trabajo manual –así
como la división sexual del trabajo, la división entre
trabajo productivo y reproductivo o entre trabajo
cognoscitivo y afectivo, etcétera– no es objetiva; es
más bien un dispositivo de jerarquización y control

260
del poder laboral. Por otra parte, los actores de la
clase creativa desean reclamar sus derechos legales
en el régimen de inclusión diferencial, pero lo hacen
sin ponerlo en cuestión.

La universidad no es central para la producción


capitalista. Pero es central en tanto constituye un
lugar político. En la última ronda de Edu-factory,
vimos que alrededor del mundo se estaban dando
grandes ejemplos de movilizaciones de estudiantes
de pregrado, de postgrado y de trabajadores preca-
rios: de China a Estados Unidos, de Grecia a Italia,
de Sudáfrica a Francia. Usamos los términos del
operaísmo italiano, la relación entre composición
de clase técnica –fundamentalmente basada en
la división capitalista del trabajo– y composición
de clase política, que indica la combinación entre
relaciones explotadoras y procesos de subjetiva-
ción, conflictos e identificación colectiva: los
trabajadores universitarios –es decir, los estu-
diantes y los trabajadores precarios– son ahora
centrales en la composición de la clase política,
no en la técnica. Al interior de las luchas de los
trabajadores y la composición de clase hay una
jerarquía, pero esta no se encuentra determinada

261

por la jerarquía capitalista; por el contrario, se basa


en la articulación entre posiciones en el sistema de
producción y la subjetividad, es decir en el rechazo
potencial a la jerarquía capitalista. Tal jerarquía
continuamente es puesta en cuestión por las
luchas propiamente tales [struggles themselves].
Hay una relación entre la composición técnica y
política, pero ninguna homología o simetría. La
pregunta que surge entonces es ¿cómo transformar
la universidad en un lugar político para la lucha y
el éxodo? Esa es la pregunta. De hecho, la metáfora
Edu-factory no significa que la universidad sea
lo mismo que una fábrica industrial. Más bien
quiere decir que tenemos que organizarnos, como
lo hicieron los trabajadores industriales, pero de
un modo diferente y con un tipo diferente de ins-
tituciones.

Esta es la base específica de la traducción. La


difusión de la universidad anglófona como un
modelo de universidad global pasa por la tra-
ducción continua: traducción homolingüe, para
usar una de las eficaces categorías propuestas
por Naoki Sakai y Jon Salomón. Por ejemplo, en
Italia el modelo de universidad corporativa no ha

262
sido completamente desarrollado, sino que se lo
ha mezclado con la conservación del poder feudal
académico. Sin embargo, esto no contrasta con la
tendencia a la corporativización. Por el contrario,
el poder feudal es la vía particular a través de
la cual el modelo corporativo es traducido en el
sistema universitario italiano. La interrupción de
la traducción capitalista en la universidad global
no significa volver a la universidad nacional de
cultura, sino plantear el problema de la traducción
–es decir, la traducción heterolingüe– desde el
punto de vista del trabajo como conocimiento
vivo. La traducción heterolingüe se refiere a la
relación entre la composición de clase técnica y
política, entre la singularidad y la producción del
común, y esto también se refiere a la comunicación
de las luchas. Esta traducción se mueve en una
dimensión del espacio-tiempo autónoma, que cruza
el avión global capitalista pero no coincide con él.
Quienquiera que hoy use el modelo historicista
y tradicional de centro-periferia no será capaz
de analizar el desarrollo global capitalista. Ante
todo, será incapaz de ver que este modelo fue roto
por las luchas y la irrupción de los márgenes en el
centro.

263

La vida en las ruinas, esa fue la cuestión planteada


por Readings. Esto implica vivir sin nostalgia. Pero,
también, vivir sin encerrarnos en guetos electivos.
La vida en las ruinas nos remite al problema
central: ¿cómo podemos organizar la liberación
del poder del trabajo como conocimiento vivo?
¿Cómo podemos romper los filtros y los porteros
de la inclusión diferencial, la gobernanza de la
universidad y su renta parasitaria? Tenemos
que distinguir entre el gueto y la autonomía. El
gueto es completamente funcional al régimen de
gobierno: es una forma particular de inclusión
diferencial. La autonomía es la liberación del poder
colectivo; esto es, luchas y éxodo, resistencia y
líneas de fuga, rechazo del conocimiento dominante
y producción de conocimiento vivo antagonista.
Chandra Talpade Mohanty dice que lo que consti-
tuye la segregación a partir de la mirada del poder
podría ser transformado en autonomía, con el fin de
crear conocimientos antagónicos desde el punto de
vista transformacional. Esta mirada se constituye
por minoritarias capacidades de decidir y actuar
[agencies], no marginales sino centrales. Tenemos
que abandonar el punto de vista mayoritario, es
decir, el universalismo y la exportación de modelos

264
universales. El gran tema de las instituciones
implica la necesidad de ir más allá de la dialéctica
entre acción institucional y acción anti-institucional.
Vivir en las ruinas implica desarrollar luchas y
resistencias contra la universidad corporativa,
contra las fronteras y contra la construcción
inmediata de las instituciones en común. Como ha
mostrado Edu-factory, en el mundo hay muchas
experiencias de autoformación, universidades
autónomas y redes organizadas de producción
de conocimiento antagónico. Ahora, el problema
principal es su organización y traducción en las
instituciones del común. Es decir, instituciones
continuamente abiertas a su propia subversión,
no universalistas sino basadas en singularidades
irreductibles, que apunten hacia la construcción
del común y del comando colectivo dentro de la
cooperación social.

Traducción de Andrés Maximiliano


Tello y raúl rodríguez freire

265

266
AGRADECIMIENTOS

Este libro se venía tramando desde hace


algún tiempo, aunque su materialización
se vio aplazada paradójicamente por los
propios acontecimientos que motivaron e
impulsaron su escritura: la lucha estudian-
til. Quisiéramos agradecer entonces,
en primer lugar, a quienes decidieron
participar de este proyecto cuando final-
mente comenzó a cristalizarse de manera
acelerada: Alejandra Castillo, Willy Thayer y
Sergio Villalobos-Ruminott, que aceptaron
inmediatamente nuestra invitación. A
Miguel Valderrama, por participar de esta
iniciativa desde el primer momento y por
ayudarnos a volver a publicar el texto de
Bill Readings con que inicia este libro. Las
tesis de Alberto de Nicola y Gigi Roggero
se publicaron bajo anti copyright, política
que agradecemos en todo momento. A
Mary Luz Estupiñán, a quien el tiempo le
impidió ser una de las autoras de este libro,
aunque nos apoyó en todo momento. A
267

Nicole Darat, por sus atentos comentarios


y sugerencias. A Gastón Molina, por las
discusiones de lo que aborda este libro.
Por último a Sangría Editora, en particular
a Pilar García, por aceptar este presuroso
libro y confiar en aquello que era tan solo
un proyecto.

268
Sobre los autores

Alejandra Castillo es doctora en Filosofía.


Es profesora del Magíster en Estudios
Culturales de la Universidad Arcis y del De-
partamento de Filosofía de la Universidad
Metropolitana de Ciencias de la Educación.
En 2008 y 2009 fue Visiting Research
del King’s College de la Universidad de
Londres. Es directora de la revista de
cultura Papel máquina. Entre otros libros
ha publicado Nudos feministas (2011),
Democracia, políticas de la presencia y
paridad (2011), Julieta Kirkwood. Políticas
del nombre propio (2007) y La república
masculina y la promesa igualitaria (2005).
Ha coeditado Reescrituras de José Martí
(2008), Nación, Estado y Cultura en
América Latina (2003) y además ha sido
editora de Martina Barros. Prólogo a la
esclavitud de la mujer (2009) y de La
nueva cuestión feminista (2005).

269

Alberto de Nicola es filósofo. Se desempeña


como investigador, ensayista y activista en
el ESC (Excede Sustrae Crea) Atelier.

Bill Readings era profesor de Literatura


Comparada en la Université de Montréal
hasta 1994, cuando falleció en un accidente.
Publicó Introducing Lyotard: Art and
Politics (1991) y The University in Ruins
(1996), libro póstumo a cargo de Diane
Elam. Coeditó Postmodernism Across the
Ages (1993), Vision and Textuality (1994)
y Political Writings, de Jean-François
Lyotard (1993), libro del cual también fue
uno de los traductores.

raúl rodríguez freire se encuentra termi-


nando su tesis doctoral en Literatura, dedi-
cada a la literatura latinoamericana del
siglo XXI. Ha compilado La (re)vuelta de
los Estudios Subalternos: una cartografía
a (des)tiempo (2011) y prepara para este
año la publicación del compilado Fuera
de quicio. Sobre Bolaño en el tiempo de
sus espectros (2012). Actualmente está
terminando la cotraducción de un conjunto
de ensayos del crítico brasileño Silviano
Santiago.

270
Gigi Roggero es investigador postdoctoral
en el Departamento de Política, Instituciones
e Historia en la Universidad de Bolonia,
Italia. Es un miembro del consejo editorial de
WorkingUSA y de los colectivos Edu-Factory
y Uninomade. También escribe regularmente
para Il Manifiesto. Ha publicado Intelligenze
fuggitive. Movimenti contro l’universit
à-azienda (2005), Introduzione all’archivio
postcoloniale (2008) y La produzione
del sapere vivo. Crisi dell’università e
trasformazione del lavoro tra le due sponde
dell’Atlantico (2009), publicado también
en inglés durante 2011. Es coautor de
Futuro anteriore: Dai «Quaderni Rossi»
ai movimenti globali. Ricchezze e limiti
dell’operaismo italiano (2002).

Andrés Maximiliano Tello es sociólogo,


magíster en Estudios Latinoamericanos
de la Universidad de Chile y máster en
Filosofía por la Universidad de Salamanca
y la Universidad de Valladolid. Actual-
mente realiza su investigación doctoral
en filosofía, titulada «Las tecnologías del
archivo». Ha publicado artículos sobre
estética, estudios culturales y filosofía
política en revistas y libros colectivos.

271

Willy Thayer es filósofo. Es profesor titu-


lar y director del Departamento de Filo-
sofía de la Universidad Metropolitana
de Ciencias de la Educación. Es también
profesor en el Magíster de Artes Visuales
de la Universidad de Chile. Ha publicado
los libros El barniz del esqueleto (2011),
Tecnologías de la crítica (2010), El frag-
mento repetido (2006) y La crisis no
moderna de la universidad moderna
(1996). Editó, junto a Pablo Oyarzún, los
escritos póstumos de Patricio Marchant con
el título de Escritura y temblor (2000).

Sergio Villalobos-Ruminott es sociólogo


y doctor en literatura por la University of
Pittsburgh. Actualmente se desempeña
como profesor de literatura latinoameri-
cana en la Universidad de Arkansas,
Fayetteville. Su trabajo trata sobre formas
históricas de imaginación y pensamiento
contemporáneo, artes visuales, cine y
procesos políticos latinoamericanos. Ha
traducido Subalternidad y representación,
de John Beverley, y Heidegger y la crisis
del humanismo contemporáneo, de Wi-
lliam Spanos. En 1997 editó el volumen

272
Hegemonía y Antagonismo. El imposible
fin de lo político, que reúne las conferencias
de Ernesto Laclau en Chile, y se encuentra
a punto de publicar su libro Soberanías
en suspenso.

273

274
SANGRÍA EDITORA
Narrativas contemporáneas
1. El arca (bestiario y ficciones de treintaiún narradores
hispanoamericanos), compilación de Cecilia Eudave
y Salvador Luis
2. Los perplejos, Cynthia Rimsky
3. Segundos, Mónica Ríos
4. Caracteres blancos, Carlos Labbé
5. Carne y jacintos, Antonio Gil
6. La risa del payaso, Luis Valenzuela Prado
7. El hacedor de camas, Alejandra Moffat
En preparación
8. Los extremistas, Gonzalo Ortiz Peña
9. Retrato del diablo, Antonio Gil
10. Alias el Rocío, Mónica Ríos
11. Ñache, Felipe Becerra

Intervenciones
1. Cuál es nuestro idioma, varios autores
2. Descampado. Sobre las contiendas universitarias.
raúl rodríguez freire y Andrés Maximiliano Tello, editores

Monumentos frágiles
1. La Cañadilla de Santiago. Su historia y tradiciones. 1541-
1887, Justo Abel Rosales.
Edición de Ariadna Biotti, Bernardita Eltit y Javiera Ruiz

Reserva de narrativa chilena


1. El rincón de los niños, Cristián Huneeus
2. Carta a Roque Dalton, Isidora Aguirre
3. La sombra del humo en el espejo, Augusto d’Halmar
4. Tres pasos en la oscuridad, Antonio Gil
5. El verano del ganadero, Cristián Huneeus
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6. Poste restante, Cynthia Rimsky [fuera de circulación]


7. Una escalera contra la pared, Cristián Huneeus
En preparación
8. Trilogía normalista, Carlos Sepúlveda Leyton
9. Escenas inéditas de Alicia en el país de las maravillas,
Jorge Millas
10. Nirvana, Augusto d’Halmar

Texto en acción
1. El cielo, la tierra y la lluvia, José Luis Torres Leiva
2. Johnny Deep (Juanito Profundo) y la vagina de Laura Ingalls,
Alejandro Moreno Jashés
3. Chile, logo y maquinaria, Andrés Kalawski
4. La amante fascista, Alejandro Moreno Jashés
5. Berlín no es tuyo, Alejandro Moreno Jashés
6. Loros negros, Alejandro Moreno Jashés
7. Chueca / Partir y renunciar, Amelia Bande
En preparación
8. Art Cards / Fichas de arte, Gordon Matta-Clark
9. Verano, José Luis Torres Leiva
10. Los clásicos, Andrés Kalawski
11. Norte, Alejandro Moreno Jashés
12. Into Onto, Annette Knol & Amelia Bande

Ensayo
1. Las novelas de la oligarquía chilena, Grínor Rojo
En preparación
2. El arte agotado, Sergio Rojas
3. Las novelas de aprendizaje chilenas, Grínor Rojo
4. Catástrofe y trascendencia en la narrativa
de Diamela Eltit, Sergio Rojas
5. Máquina vertida, Guadalupe Santa Cruz
6. Las novelas de la dictadura chilena, Grínor Rojo

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