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COMO NO DECIR
LA MISA
DOSSIERS CPL
41
Publicado por Paulist Press (997 Macarthur Boulevard, Mahwah, New Jersey 07430, USA),
en 1986
SUMARIO
Prólogo del traductor 5
Nota preliminar del autor 9
La función del símbolo y la liturgia 11
Dejar que los símbolos hablen por sí mismos 18
El presidente 23
Algunos principios litúrgicos generales 30
El rito de entrada 37
La liturgia de la palabra 43
La liturgia de la eucaristía 52
El rito de la conclusión 65
La concelebración 67
Sugerencias finales 71
SIGLAS UTILIZADAS
IGM R "Institutio Genera lis"del Misal Romano
OLM Orno Lectionum Missae (edición de 1981)
OM .Ordinario de la Misa
SC Sacrosanctum Concilium, del Vaticano II
CE Ceremoniale Episcoporum
PROLOGO DEL TRADUCTOR
Trae Ortega y Gasset, en la Rebelión de las masas, una historieta que le da pie para disertar
sobre lo que llama "la quiebra de las normas europeas" en el mundo: "El gitano se fue a confesar;
pero el cura, precavido, comenzó por preguntarle si sabía los mandamientos de la ley de Dios. A lo
que el gitano respondió: "Misté, padre, yo loh iba a aprendé; pero he oído un runrún de que loh iban
a quitó." De lo cual saca el filósofo una inmediata conclusión: "Corre un runrún de que ya no rigen
los mandamientos europeos y, en vista de ello, las gentes - hombres y pueblos - aprovechan la
ocasión para vivir sin imperativos."
¿No pasa algo parecido en el campo de la liturgia? A raíz del Concilio Vaticano II, y ante sus
disposiciones generales para la reforma de los ritos litúrgicos, se extendió por la Iglesia el runrún de
que se iban a quitar las rúbricas del Concilio de Trento. Y, en efecto, en años posteriores, quedaron
sin vigor las estrictas rúbricas tridentinas del Misal y de los Rituales; con ellas cayeron también los
mil y un decretos de la antigua Sagrada Congregación de Ritos, así como los minuciosos
comentarios de Solans-Vendrell y Antoñana.
El pueblo de Dios, sin embargo, no quedó privado de los oportunos imperativos litúrgicos.
Con la progresiva reforma de los diversos ritos, se dieron otros imperativos nuevos. No son tan
inflexibles como los anteriores. Son menos mecánicos y más naturales y humanos. Más sobrios,
también. Pero son igualmente simbólicos y no necesariamente útiles. ¿Qué utilidad hay en besar el
altar o no besarlo, o en hacer la señal de la cruz o no hacerla? ¿Qué necesidad hay de elevar los
brazos, o de hacer una genuflexión o de revestirse la casulla? Hay, sin embargo, quienes piensan
que tales imperativos no existen; o que, si existen, no obligan a nada; o que, si obligan, a ellos les da
lo mismo. Glosando a Ortega y Gasset en el lugar citado, puede decirse que hay quienes "dando por
caducado el antiguo sistema de normas (rúbricas), no han aceptado el nuevo, y para llenar el vacío
se entregan a la cabriola" (en liturgia).
Son muchas, en efecto, las cabriolas que se han hecho y se siguen haciendo en el campo de
la liturgia, sobre todo en la Eucaristía. Unas se hacen por ignorancia, por no haberse enterado de lo
que la Iglesia, con su rica y sabia tradición litúrgica y cultural ha ordenado para los nuevos tiempos,
teniendo en cuenta la dignidad del culto a Dios, la santidad de los misterios y la condición humana
del pueblo de Dios. Otras cabriolas se hacen a impulsos de un individualismo "creativo" que
menosprecia las normas litúrgicas vigentes. Y ¡claro que no pasa nada! Sólo que el sufrido y callado
pueblo de Dios se ve manipulado y sometido a las arbitrariedades de cualquier celebrante
"inspirado" o de cualquier equipo litúrgico "creativo" que lo traen y lo llevan a su antojo haciendo
de sus gustos personales una ley más férrea e inflexible que las rúbricas del antiguo Misal.
Está claro que la mayor parte de las cabriolas litúrgicas no tienen otra transcendencia que la
de sustituir la unidad -no ya la uniformidad- por la arbitrariedad rayana a veces con el infantilismo o
la vulgaridad. De algunas pocas no se puede decir lo mismo. Por ejemplo las que afectan a la
plegaria eucarística. Guardo como pieza digna de una antología del disparate litúrgico una "plegaria
eucarística" redactada en un convento para la renovación de los votos. Además de ser un diálogo
entre el presidente y la asamblea, se llega en ella a modificar nada menos que la fórmula de la
consagración, es de suponer que por inadvertencia. Toda la plegaria se dirige no al Padre sino al
Hijo; y la consagración del vino se formula textualmente así: "Al final de la cena tomaste la copa de
vino, y se la pasaste diciéndoles: Tomad y bebed todos de ella, ésta es la copa de mi sangre, sangre
de la antigua y nueva alianza que será derramada...". Naturalmente el capellán se negó a recitar
semejante "plegaria" pues, entre otras cosas, le parecía que la sangre de toros y machos cabríos, la
de la antigua alianza, no se hace presente en la copa de la salvación. A las monjas en cuestión les
pareció poco flexible la actitud del capellán no queriendo secundar la cabriola litúrgica que les
había inspirado su creatividad y que habían fotocopiado esmeradamente para uso de toda la
asamblea.
Algo hay que hacer para evitar dislates como ése y otros menores. En este sentido, este
librito puede ser una ayuda eficaz. No se trata de volver a la mentalidad ni a las prácticas del
sistema anterior a la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Seria anacrónico y absurdo. Lo que
sí hay que hacer es imbuirse del espíritu de la liturgia que anima las normas y rúbricas vigentes,
conocerlas mejor y ejecutarlas con tanta fidelidad como naturalidad, valorando el reino de los
símbolos en que se mueven. Cuando esto se observa, se comprueba fácilmente que la sobriedad
misma del rito romano reformado, ordenando el proceder del pueblo de Dios -ministros y fieles
reunido en asamblea eucarística, da a la celebración un dinamismo y una vida que hacen de ella una
profunda experiencia cristiana.
Esta experiencia no se reduce a un estéril sentimentalismo piadoso. La misericordia del
Padre, celebrada en la fe con la acción de gracias por Jesucristo y en el Espíritu Santo, impulsa a los
participantes a "promover el progreso de los pueblos y a realizar en la caridad las exigencias de la
justicia" (Oración postcomunión de la Misa por el progreso de los pueblos), de modo que "el amor
con que nos alimenta (Dios) fortalezca nuestros corazones y nos mueva a servirle en los hermanos"
(Oración colecta del domingo 22).
No en vano afirma el Concilio Vaticano II que "la liturgia es la cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza... puesto que la
alianza de Dios con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante
caridad de Cristo". Dos condiciones pone el Concilio para asegurar esta "eficacia de la Eucaristía",
y son: que no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también que
los fieles participen en ella consciente, activa y lícitamente (SC 10-11).
La convicción de que este librito puede contribuir a mejorar nuestras celebraciones litúrgicas
en el espíritu del Concilio Vaticano II es lo que me ha movido a ofrecérselo a los amantes de la
liturgia traduciéndolo al castellano.
Alberto Román, C.M.
Este dossier es traducción del libro How not to say mass, publicado en los Estados Unidos
de América. Por ello, el lector observará de vez en cuando referencias a aspectos de la práctica
litúrgica y también de la vida norteamericana que no coinciden con los españoles. Y encontrará
también a menudo citas de autores norteamericanos de los que hemos preferido no dar referencia
bibliográfica, dado que se trata habitualmente de libros de divulgación que no se encuentran
publicados en castellano.
NOTA PRELIMINAR DEL AUTOR
Este libro no está destinado exclusivamente a los sacerdotes. Se dirige a todos los que de un
modo u otro desempeñan en la liturgia algún papel activo, es decir, obispos, sacerdotes, diáconos,
lectores, acólitos, músicos, equipos de liturgia y cristianos militantes. Por dirigirme a alguien en
concreto, decidí ofrecer mis observaciones directamente a los celebrantes que presiden la Eucaristía.
Pero en muchos casos, estas observaciones pueden tomarlas con provecho como dirigidas a ellos,
muchas otras personas, por ejemplo los miembros de los equipos litúrgicos. No pocas veces, un
equipo de liturgia prepara una celebración eucarística y el celebrante que la preside se limita
simplemente (y a veces erróneamente) a seguir a ciegas el guión preparado, diciéndose a sí mismo
que "los miembros del equipo litúrgico saben lo que se hacen."
Mi intención principal es despertar en las personas, particularmente en quienes presiden la
Eucaristía, el interés por la celebración auténtica según el Rito romano reformado. No trato, como
han hecho otros, de sugerir modos de "adaptar" el Rito romano a otras formas de celebración
"mejores". Por este motivo, las observaciones que siguen pueden parecer inútiles y hasta aburridas a
los lectores relacionados con algunos pequeños grupos o comunidades "progresistas", que tal vez se
extrañen de que haya puesto tanto esfuerzo en un proyecto de tan escasa utilidad.
Mi experiencia litúrgica es bastante distinta. La mayor parte de los cristianos, incluídos
muchos de los que presiden, parecen ignorar lamentablemente los principios básicos de la liturgia, a
juzgar por lo que se ve en las celebraciones de la Eucaristía "conforme al Misal romano". Las
observaciones que siguen tratan de ayudar primeramente a esos cristianos.
Pero mi experiencia me dice que también las Eucaristías "adaptadas" de pequeños grupos
pueden ser tan anti-litúrgicas como las celebraciones hechas conforme al Misal romano. Esto
sucede cuando los que presiden y sus ministros no tienen un verdadero sentido de la naturaleza
simbólica de la liturgia renovada ni un adecuado sentido del drama tal como esto se aplica al
ministerio y movimiento litúrgicos. Modificar oraciones, reordenar las partes de la liturgia,
redistribuir funciones litúrgicas, todas esas cosas por sí mismas no dan como resultado una liturgia
"mejor", si se ignoran los fundamentos de la liturgia y si los dirigentes de la celebración desconocen
los símbolos básicos y los gestos fundamentales integrados en la bimilenaria tradición del culto
cristiano.
Mi deseo es que este libro despierte en el lector o lectora un verdadero interés por esas cosas
fundamentales, sea cual sea el ambiente en que se mueva.
LA FUNCION DEL SIMBOLO
Y LA LITURGIA
En los "buenos tiempos pasados" (aunque muchos dudan de que fueran realmente buenos),
todos sabíamos bien, o pensábamos que sabíamos bien, de qué iba la Misa: era el misterio de la
transubstanciación; era el sacramento de la Comunión. Causaba sus efectos ex opere operato y,
como además se decía en latín, nadie tenía que preocuparse mayormente ni de la inteligibilidad ni
del "estilo".
El símbolo era sospechoso. Los protestantes hablaban de la presencia "simbólica" de Cristo
en los elementos eucarísticos. Pero los católicos nos interesábamos por su presencia "real".
Aunque el catecismo nos decía que "un sacramento es un signo sensible, instituído por
Cristo, para dar la gracia", realmente no muchos católicos tomaban bastante en serio lo del "signo
sensible". Los sacramentos eran signos por cuanto podían ser percibidos por los sentidos. Pero lo
importante en ellos (conforme a la metáfisica de Aristóteles, bautizada por Santo Tomás de Aquino
y canonizada en el siglo XV por el Concilio de Florencia) eran la "materia" y la "forma", es decir
los elementos aptos (el pan, el vino, el óleo santo, el agua bendita) y las palabras correctas. Con tal
de que las palabras correctas se dijeran sobre los elementos aptos o los sujetos capaces, el
sacramento "causaba su efecto", "agarraba", era "válido", y no había que repetirlo. La gracia estaba
garantizada, puesto que en eso precisamente consistía lo del ex opere operato.
1
En el Ritual de la Unción y Pastoral de Enfermos, los obispos españoles vienen a decir lo mismo, en el n. 71: La
unción debe hacerse "con cantidad suficiente de óleo para que aparezca visiblemente como una verdadera unción" (N.
del T.)
Recientes estudios de laboratorio han demostrado que sólo un 20% de la comunicación
humana es verbal, y un 80% es no verbal. Usar bien el símbolo es importante porque es el medio
con que mayormente se realiza la comunicación en nuestras celebraciones litúrgicas.
Desafortunadamente tratamos de liturgia, como tratamos otros asuntos en nuestro mundo cerebral y
tecnológico, con un racionalismo que amortigua el amor y seca el corazón. Tal actitud milita contra
la buena calidad de la liturgia en nuestro mundo de hoy. Como escribe el P. David Power: "Hay que
tener en cuenta la crisis contemporánea del símbolo, para entender mejor qué valores están en juego
en la renovación de la liturgia como un sistema de símbolos, y también para entender tal vez por
qué un tratamiento demasiado cerebral y organizativo del cambio litúrgico no ha producido los
frutos que aparentemente se pretendían".
El documento sobre Ambiente y Arte en el Culto Católico, publicado con la aprobación de
los obispos norteamericanos en 1978, dedica dos párrafos a la idea de la "apertura de los símbolos",
y vale la pena recordar lo que dice, especialmente porque estudia el problema del minimalismo
litúrgico, y porque es un documento litúrgico oficial de un grupo de jerarcas de la Iglesia:
14. "Cada palabra, cada gesto, movimiento, objeto y función debe ser auténtico en el sentido
de ser realmente nuestro. Debe proceder del más profundo conocimiento de nosotros mismos; no
debe ser descuidado, hipócrita, simulado, falso, pretencioso, exagerado, etc... La liturgia ha sufrido
históricamente de un cierto minimalismo y de una exagerada preocupación por la eficacia, debido
en parte a la acentuación de la causalidad y eficacia sacramental a expensas de la significación
sacramental. Conforme nuestros símbolos se iban reduciendo y petrificando en la práctica, se hacían
más manejables y eficaces. Todavía eran válidos; pero habían dejado de significar en su sentido
pleno y más rico.
15. La renovación exige la apertura de nuestros símbolos, especialmente los fundamentales
del pan y vino, agua, óleo, imposición de manos, hasta que podamos experimentarlos a todos ellos
como auténticos y apreciar su valor simbólico".
También el Boletín canadiense nos recuerda la importancia de lo simbólico en nuestras vidas
por encima de lo meramente legal: "La calidad de la celebración ejerce gran influencia en todos los
que participan en ella. Celebraciones flojas, descuidadas, apresuradas, verbosas, no preparadas o
anodinas debilitan la fe de todos los presentes. Celebraciones vigorosas, gozosas, cuidadosamente
preparadas y bien ejecutadas contribuyen a robustecer la fe y el amor de los participantes. Las
buenas celebraciones son signos de nuestra fe y pueden fortalecer la de todos los que participan en
el acontecimiento".
Las mismas ideas expresa con ligeras diferencias otro documento aprobado por los obispos
norteamericanos titulado La música en el culto católico: 4. "Los enamorados utilizan signos no sólo
para expresar su amor sino también para aumentarlo. El amor no expresado muere. El amor de los
cristianos a Cristo y a los hermanos, así como la fe en Cristo y los hermanos, deben ser expresados
con los signos y símbolos de la celebración o, de lo contrario, morirán".
Los criterios para juzgar si una celebración fue "buena" no pueden reducirse ya a comprobar
si se observaron correctamente las rúbricas. Prueba de ello es que las rúbricas vigentes no
prescriben taxativamente las acciones y opciones como lo hacían en el Misal tridentino.
No pocas rúbricas ofrecen varias alternativas. Véase, por ejemplo, la rúbrica 136 del rito
para la Unción de los enfermos: "Letanía: Puede recitarse ahora o después de la Unción, o también
en ambos momentos. El sacerdote puede abreviar o adaptar el formulario según aconsejen las
circunstancias". Difícilmente se podrá encontrar en ningún otro lugar una rúbrica más flexible.
Otras rúbricas enuncian principios generales subyacentes, dejando la ejecución concreta a la
sensibilidad del que preside. En el rito de la Penitencia, por ejemplo, leemos: "41. Cuando el
penitente se acerca a confesar sus pecados, el sacerdote lo acoge cordialmente y lo saluda con
amabilidad."
En nuestro mundo contemporáneo, nuestras liturgias contemporáneas deben ser juzgadas por
criterios contemporáneos basados en una visión contemporánea de la liturgia, del símbolo sagrado y
del ansia del hombre por el amor divino.
2
El autor hace aquí un juego de palabras con los términos "symbol" y "cymbal" que en inglés son homófonos. (N.del
T.)
resultó ver una de las Misas televisadas de Juan Pablo II. La causa de su irritación fue el reloj de
pulsera bastante moderno que usaba el Papa, y que era notablemente visible siempre que aparecía su
imagen en primer plano. Mi amigo, que a lo largo de muchos años se ha hecho muy sensible a las
formas subliminales de comunicación, al lenguaje corporal y a la fuerza de los símbolos, me dijo
que lo que le chocó grandemente fue ver al Papa, símbolo del cristianismo permanente, celebrar la
Eucaristía, símbolo del infinito amor de un Dios eterno a la raza humana, con aquel estridente
símbolo de la cultura moderna tan centrada en el tiempo. En vez de sentirse transportado más allá
de los límites de este mundo, mi amigo se sintió arrastrado a los peores aspectos de la vertiginosa
cultura de nuestra época.
He ahí un ejemplo de las estridencias de símbolos que pueden darse y se dan en la liturgia.
Pocas de ellas, si es que alguna lo hace, fomentan la vida de oración de la comunidad. Por eso
hemos de estar constantemente alerta contra esas posibles estridencias para eliminarlas si está a
nuestro alcance.
No te olvides de la asamblea
La liturgia no es algo que el presidente hace para el pueblo; es algo que hace toda la
asamblea de cristianos cuyos talentos coordina el presidente.
El documento Ambiente y Arte de la Conferencia Episcopal subraya esta idea con las
siguientes palabras: "Entre los símbolos de que se sirve la liturgia ninguno es tan importante como
la asamblea de los creyentes... La experiencia más rica de lo sagrado se da en la celebración y en las
personas que celebran, es decir, en la acción de la asamblea: palabras vivas, gestos vivos, comida
viva. Esto constituía el corazón de las liturgias primitivas".
No cantes si no puedes
Nadie tiene por qué abandonar la esperanza de cantar, aunque no sea un Plácido Domingo o
un Pavarotti; pero una de las mayores cruces en la Iglesia antes del Vaticano II era la de tener que
soportar los desentonados gorgoritos de un viejo párroco incapaz de cantar bien dos notas seguidas.
Puesto que en el Misal actual no hay nada en absoluto que deba ser cantado por el
presidente, éste no tiene que preocuparse de su inhabilidad para el canto. Ningún celebrante está
obligado a torturar a la asamblea con su falta de talento musical. Por otra parte el canto puede
realzar notablemente la liturgia cuando se hace aunque sea con un mínimo de competencia.
Si el presidente canta con voz pasable el prefacio y la doxología de la Plegaria eucarística,
puede contribuir a que muchos miembros de la asamblea, con voces igualmente pasables, canten la
alabanza de Dios: todo lo cual hará que la experiencia litúrgica sea más provechosa para todos los
presentes.
3
En la Introducción al Leccionario español de 1969 se lee a este propósito: "En el aleluya anterior al evangelio
predomina el sentido de la aclamación, de grito entusiasta a la palabra del Señor, que va a ser escuchada como
culminación de las lecturas. Recitado pierde sentido." (N. del T.)
No omitas los gestos del Evangelio
Puesto que el Evangelio es el punto culminante de la Liturgia de la Palabra, gestos y
posturas especiales se han utilizado desde antiguo para darle especial realce a esa Palabra especial.
La asamblea está en pie. El ministro y la asamblea se signan en la
frente, en los labios y en el corazón. El ministro venera el texto con un beso final. Entre los
rusos y griegos de Rito bizantino, y también en la liturgia papal, después .de la proclamación del
evangelio en griego, la asamblea es bendecida con el Evangeliario por el celebrante que preside.
Todos estos gestos ayudan a la asamblea a prestar atención a las particularidades del
Evangelio y, como se dijo antes, implican a la asamblea en el culto corporal y al mismo tiempo
espiritual. Por eso la omisión de esos gestos no debe considerarse cosa ligera.