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Como lo señala Buss (1975), las ciencias sociales en muchos aspectos, particularmente en su
metodología de investigación e intervención, se han ligado excesivamente a modelos empírico-positivistas que
destacan (a) la preeminencia de los hechos objetivos, (b) la exigencia de comprobación empírica de la teoría,
a través del uso del "método científico", queriendo decir métodos experimentales, (c) la "objetividad
científica", definida por medio de términos como neutralidad y abstinencia, que implícitamente sugieren que
es posible prescindir de valores, creencias y políticas en el proceso de aproximarse al conocimiento de la
realidad, y (d) la búsqueda de dogmas científicos sobre los que se fundamenten la ortodoxia y la ortopraxis.
Partiendo de la idea de Reiff (citado por Rappaport, 1977) de que el orden social de una
sociedad está dado por una serie de niveles de organización que se van progresivamentemente complejizando,
Seidman y Rapaport (En Rappaport, 1977) presentan un esquema metodológico-conceptual que resulta útil
para tomar en cuenta la variable nivel de intervención. Se propone que cada nivel puede representar un foco
para la intervención y evaluación de programas. Las intervenciones en un nivel pueden tener efectos sobre
otros niveles.
En el siguiente esquema, además de los seis niveles que incluye Rappaport, se añade un nivel
de pareja y familia entre los dos primeros. Así, quedan siete niveles de creciente complejidad organizacional:
1 - Nivel individual.
3 - Nivel grupal.
4 - Nivel organizacional.
5 - Nivel institucional.
6 - Nivel comunitario.
7 - Nivel social.
Desde el punto de vista de la teoría general de los sistemas (Von Bertalanffy, 1968), la
intervención en cualquier nivel tendrá repercusiones en alguno o varios de los demás niveles. Sin embargo
para que esto no ocurra de una manera espontánea y no controlada, es necesario dentro del proceso de
planeación considerar esta posible influencia y tomarla en cuenta antes de decidir intervenir. Los enfoques y
recursos tradicionales de la psicología son utilizables dentro de cualquier nivel siempre y cuando la perspectiva
de la intervención sea la comunitaria, es decir que la intervención considere de manera explícita la
interrelación de los diferentes subsistemas. Los principios, teorías, métodos y técnicas utilizados en cada nivel
deben seleccionarse cuidadosamente, ya que lo que puede ser adecuado para el nivel individual (por ejemplo
teorías de la personalidad, modificación de conducta, evaluación de personalidad, etc.), puede no serlo para
el nivel comunitario y viceversa.
Tercer nivel - Intervenciones en poblaciones. En este nivel se trata de tabajar con poblaciones
que no tienen o no tendrán en el futuro una relación armónica con el sistema. Como ejemplos se pueden
citar programas de prevención en el área de la salud mental, como la preparación para una crisis del
desarrollo, la preparación para el matrimonio y la paternidad, etc.
Cuarto nivel - Intervenciones en sistemas sociales. Con estos métodos se buscan cambios
permanentes en los sistemas sociales mismos para facilitar el manejo de la problemática individual. La
intervención tendrá un efecto más duradero en la medida en que se afecte la estructura del sistema social.
Dentro de las posibles intervenciones a nivel de sistemas sociales se pueden mencionar, (1) el cambio en
personas claves dentro del sistema mediante la capacitación y los programas de desarrollo, (2) el aumento en
la variedad de tareas y diversidad de roles que puede desempeñar una persona, (3) el diseño de sistemas
experimentales y (4) el establecimiento de canales permanentes de retroalimentación al sistema.
Quinto nivel - Intervenciones intersistémicas. Aquí los métodos abarcan dos o más sistemas
que por lo general tienen diferentes tareas y objetivos. Pueden orientarse hacia la reducción de conflictos o
hacia la facilitación de transiciones en individuos que se encuentran implicados simultáneamente en
diferentes sistemas. Como ejemplos se pueden citar, (1) los programas intersistémicos de asistencia, como la
integración de los padres de familia en el sistema escolar, la participación de las madres en el cuidado
postoperatorio de su hijo, etc. , (2) Programas de coordinación intersistémica, que intentan movilizar recursos
de diferentes sistemas sociales para la solución de un problema común que no es prioritario para ninguno de
ellos. Por ejemplo el apoyo de varios sistemas sociales para el desarrollo de un programa de prevención del
suicidio, y (3) Programas de acción comunitaria. La mayoría de estos programas son intersistémicos por
naturaleza y se centran en un segmento o en un aspecto de la comunidad más que en la comunidad como un
todo. Por lo general implican la organización de subgrupos que luchan por lograr cambios en insituciones o
agencias de servicios.
Sexto nivel - Intervenciones en cadena o red. Los esfuerzos se dirigen a la comunidad como
un todo. Un ejemplo sería el diseño de una nueva comunidad que mejorara la respuesta de la comunidad a
las necesidades psicosociales de sus integrantes.
Con los esquemas de Seidman y Rappaport, y de Murrell es suficiente para ilustrar la forma
en que se pueden clasificar los niveles de intervención para lograr una mayor claridad en la influencia de esta
variable en la formulación de los programas.
Considerado en la actualidad como una forma respetuosa y realista para entrar en contacto
con una comunidad e iniciar conjuntamente un trabajo comunitario, el proceso de detección y evaluación de
necesidades, por lo general tiene como objetivos: (1) la obtención de información acerca de los problemas
que se presentan en la comunidad, tanto desde el punto de vista de los residentes como de las personas
externas, (2) estimar, tanto la magnitud de la necesidad como su extensión, es decir la población o poblaciones
mayormente afectadas, (3) determinar el grado en que se prestan servicios encaminados a la satisfacción de
la necesidad, (4) señalar el grado en que los servicios deben ampliarse para dar respuesta a la necesidad, (5)
la obtención de información particular sobre los problemas que le interesan al grupo que va a intervenir en la
comunidad (por ejemplo información sobre problemas de salud mental), (6) detectar la existencia de grupos
de servicio en la comunidad para el desarrollo de una red de comunicación y trabajo, (7) La obtención de
información relativa a los recursos materiales y humanos con los que cuenta la comunidad, (8) presentar los
resultados a la comunidad, y (9) utilizar la información para planear la intervención.
Otros como Cooper y Kennedy (1989), Glass (1989) y Holtzman, Evans, Kennedy e Iscoe(1988),
enfocan el asunto de las necesidades desde la perspectiva de la prevención primaria y claramente indican que
la preferencia de los psicólogos por ciertos enfoques no es tan sólo cuestión de técnica. Por otra parte Yoak
(1985), Rosen (1987) y Ayers (1989), destacan la importancia de la consideración de las necesidades desde el
punto de vista de la ayuda no profesional y la autoayuda.
- El foro comunitario.
- Estudio de la población.
- Indicadores sociales.
Este enfoque de la investigación de las necesidades permite, desde las etapas iniciales,
establecer contactos con personas, grupos, centros y agencias de servicio que conviene integrar en los diversos
programas.
- El método del estudio de la población que recibe un servicio o tratamiento, analiza datos
concernientes a la frecuencia, duración y tipo de servicios a los que acuden los residentes, para predecir las
futuras necesidades de la población. Se examinan las características sociodemográficas de los usuarios así
como los problemas que presentan y el resultado de las intervenciones.
- El método de la investigación formal de campo, en mayor escala, pretende recolectar
datos que tengan más valor desde el punto de vista estadístico. Consiste en la aplicación de diversos
instrumentos de investigación formal como escalas y cuestionarios, a una muestra representativa de la
comunidad o a poblaciones específicas elegidas para el estudio. Este método es el indicado cuando se desean
datos más válidos, confiables y cuantificables.
Innes y Heflinger (1989) proponen un modelo mas amplio que aborda diferentes puntos de
interés en relación a la toma de decisiones sobre los servicios sociales a nivel comunitario: (a) la pertinencia
y la utilización del conocimiento derivado de las ciencias sociales, (b) el papel del científico social, (c) el
reconocimiento de los valores relacionados con la intervención y el servicio social, (d) la participación de
diversas instancias que intervienen en la toma de decisiones, y (e) las dificultades relacionadas con la
promoción del consenso y la cooperación entre las diferentes instancias. Innes y Heflinger incluyen estrategias
desarrolladas en campos afines como el análisis de políticas y la evaluación programática. Abajo se reproduce
el esquema del modelo (Innes y Heflinger, 1989).
Como puede apreciarse por el resumen, este modelo (Innes y Hefflinger, 1989), enriquece
notablemente el campo de estudio y detección de necesidades, dado que trasciende los niveles puramente
técnicos de otros enfoques y acentúa la importancia del establecimiento de políticas y valores para orientar
la planeación de programas de intervención, y para proporcionar la información necesaria para la toma de
decisiones.
(a) La necesidad normativa es la señalada por los expertos, los profesionistas, los
administradores o los científicos sociales, con base en normas deseables que ellos establecen. Por ejemplo
la Organización Mundial de la Salud establece niveles mínimos para que se considere que una población tiene
satisfechas las necesidades humanas básicas.
(b) La necesidad sentida es lo que la población quiere, lo que dice que necesita. Los ejemplos
de este tipo de necesidad se encuentran con frecuencia en las respuestas que la población proporciona en
encuestas y cuestionarios y son de naturaleza muy variada; algunos, por ejemplo, solicitan servicios en
áreas como salud y vivienda, mientras que otros pueden sentir como prioritarias las áreas de deporte y
recreación.
Desde luego que ninguno de estos criterios es suficiente por sí mismo para definir
adecuadamente la necesidad; la definición normativa de necesidad puede no coincidir con la formulada desde
otros puntos de vista, el acuerdo entre los expertos no es fácil de lograr y con frecuencia sus definiciones de
necesidad son contrarias y generan situaciones conflictivas, además de que influye la orientación valoral del
experto.
En el caso de la necesidad sentida, como parte de la percepción individual, puede ocurrir que
se solicite ayuda cuando en realidad no se necesite, o que exista una discrepancia entre la percepción del
individuo y la de la comunidad. La necesidad expresada como única medida, tiene la desventaja de que con
mucha frecuencia una necesidad sentida no llega a convertirse en demanda y las listas de espera tampoco
pueden considerarse como un indicador adecuado.
Bradshaw (1986, en J. Lafarga y J. Gómez del Campo, Eds.) propone una taxonomía que
considera los cuatro criterios para definir la necesidad. Mediante este método:
1) Se estudia una situación y se determina si desde cada uno de los criterios puede ser
clasificada como necesidad o no. Por ejemplo, al observar las consecuencias de un desastre natural, se aplica
cada una de las definiciones para estimar las necesidades de la comunidad afectada. Los expertos podrían
decir que se necesita implantar un programa de intervención en crisis, y aunque la población sienta que podría
ayudarle, no se organiza para solicitar el servicio, aún cuando éste se ofrezca en otra comunidad semejante,
2) se asigna un valor positivo o negativo si según ese criterio se considera necesidad o no. Por
ejemplo, ya que desde el punto de vista normativo existe la necesidad, se le asigna un valor positivo (+), al
existir también como necesidad sentida, se califica (+), como no existe demanda, se le asigna un valor negativo
(-) y dado que, según el criterio comparativo existe la necesidad, se califica (+). Así, después de haber
considerado los cuatro puntos de vista, tres coinciden en la definición de necesidad,
Los aspectos sociales del proceso de solicitar ayuda por parte de las personas que se
encuentran en situaciones de necesidad, han sido descuidados por los investigadores. En sociedades como la
nuestra, el recibir ayuda resulta problemático, puesto que este solo hecho acentúa el sentimiento de
incompetencia personal. La búsqueda de ayuda se asocia con debilidad, dependencia, pérdida y necesidad.
Las relaciones de ayuda en nuestra cultura provocan desigualdad y colocan al que la recibe en un rol pasivo-
dependiente, mientras que el que proporciona la ayuda tiene ganancias como el aumento de su autoestima,
prestigio, poder y en ocasiones también de dinero.
Por lo general la inadecuación del que busca ayuda, tiende a subrayarse con roles y etiquetas
que estigmatizan a la persona y la colocan en una situación de desventaja. Términos como desertor escolar,
débil mental, emocionalmente alterado o inmaduro, y otros semejantes disminuyen la autoestima de la
persona y su confianza para enfrentar responsablemente las dificultades. Además de los problemas inherentes
al rol del que busca ayuda, la persona que la recibe automáticamente se ve privada de los beneficios que
puede recibir el que ayuda:
b) Encontrarse en un rol activo que le permite ejercer poder y control sobre los demás.
d) Se siente más poderoso porque porque puede hacer algo por los demás.
1) No estigmatiza a la persona, puesto que la recibe todo un grupo. Por ejemplo, todos los
estudiantes, todas las mujeres, etc.
2) El que recibe la ayuda tiene el control directo sobre la ayuda. Por ejemplo en la ayuda
psicológica por teléfono.
5) Los que ayudan y los que son ayudados son semejantes, como en el caso de la ayuda entre
compañeros, los grupos de AA y otros grupos de “doce pasos”, los grupos de personas infectadas por el VIH,
etc.
6) La ayuda, la cooperación, el interés y el cuidado son parte de los valores del sistema o
institución que proporciona la ayuda. Por ejemplo, en los programas de comunidad terapéutica.
¿Qué son los grupos de autoayuda?. Son grupos que se autogobiernan cuyos miembros
comparten una inquietud común y se dan mutuamente apoyo emocional o ayuda material, sin cobrarse
honorarios (o que cobran una módica cuota por membresía). Estos grupos conceden un valor especial al
conocimiento que se deriva de la experiencia en la creencia de que proporciona una comprensión privilegiada
de una situación dada. Además de proporcionar apoyo para sus miembros, muchos de estos grupos se
encuentran comprometidos en tareas y programas de prevención primaria en sus comunidades. (Información,
educación, ayuda material, activismo social).
1) Porque en estos grupos las personas se ayudan mutuamente. De este modo el rol del que
ayuda se distribuye ampliamente y facilita el estar abierto a recibir ayuda. Tanto el que da la ayuda como el
que la recibe se reconocen como personas vulnerables, en ocasiones afectadas por un mismo problema o
situación, lo que les facilita alcanzar una mayor empatía y comprensión interna del problema, que a su vez
conduce a relaciones de ayuda más efectivas. (El problema es parte de la solución).
Numerosas investigaciones han reportado que los profesionales de la salud presentan una serie
de problemas personales, Mahoney (1997) realizó una investigación con 155 personas que se dedican a la
psicoterapia y encontró los siguientes problemas en números significativos de su población:
Sentimientos de aislamiento
Desilusión profesional
Ansiedad
Depresión
Reacciones somáticas
Abuso de substancias
Insomnio
Tal vez algunos de los problemas se acentúen más en unas profesiones qué en otras. Por
ejemplo se reportan mayores casos de adicciones (alcohol, drogas, tabaco) en los médicos, mientras que en
los trabajadores de la salud mental se han encontrado más problemas relacionados con el área emocional.
Dificultad para relacionarse, ansiedad, etc. aunque también se reportan casos de adicciones. En profesiones
de cuidado directo del paciente, como enfermería, se encuentra que predominan trastornos de tipo
psicosomático, así como la depresión y la ansiedad. No es difícil pensar que estos datos pueden generalizarse
al trabajador comunitario.
¿Qué nos dicen estos datos? En primer lugar, que el que proporciona ayuda es una persona
ante todo. Hecho que con seguridad el mismo profesional es el primero que lo olvida. ¿No podría ser esta
situación descrita de modo muy global, la que en parte explique la “frialdad”, “falta de humanidad”,
“dureza”, “insensibilidad” y actitudes y rasgos semejantes con los que los usuarios califican la actitud de los
profesionales de la salud?. ¿No suelen presentarse estos mismos rasgos en trabajadores comunitarios que no
cuidan de su propio bienestar?
Una de las primeras pérdidas que las personas experimentan al entrar a un ambiente de salud
es su dignidad personal. Desde el pedirle que se desvista y utilice una bata que ni siquiera le cubre
adecuadamente, hasta escuchar discusiones profesionales del personal a los pies de su cama. En el trabajo
comunitario los invadimos con encuestas y otros instrumentos para igualmente etiquetarlos y encasillar sus
neccesidades y sitaciones vitales.
Una de las hipótesis que se ha ofrecido como posible explicación de esta situación es que los
profesionales levantan una coraza para defenderse de la movilización de los afectos que le causaría el estar
en contacto real y personal con el dolor, las carencias y las necesidades de las personas. El escudarse tras la
máscara profesional, le mantiene distante, seguro, protegido y lo suficientemente lejano como para conservar
esa “objetividad” que parece considerar tan importante.
¿Qué alternativas existen, entonces? La investigación científica se ha interesado también por
examinar los Patrones de autocuidado en los trabajadores de la salud. Los estudios de Mahoney (1997) y de
Coster y Schwebel (1997) muestran que los psicoterapeutas razonablemente sanos presentaban los siguientes
recursos para atender sus propias necesidades. Nuevamente, considero que estos resultados pueden aplicarse
al caso del trabajador comunitario.
2) Relaciones interpersonales estables. Con la pareja, con los amigos, con la familia.
4) Equilibrio en su vida. No sólo dedicarse al trabajo, sino tener tiempo para distracciones,
descanso, vacaciones.
6) Psicoterapia personal.
13) Pertenecer a cualquier tipo de grupos de apoyo o autoayuda (Grupos de doce pasos como
AA, comedores compulsivos, etc.)
En el ambiente de las profesiones de la salud, parece que los grupos de autoayuda o de apoyo
mutuo deberían de ser un apoyo natural, dado que es parte de los recursos personales que se tratan de
desarrollar en estos profesionales.
Algunas experiencias en las que se puede ver con claridad los puntos arriba tratados, son por
ejemplo el trabajo con niños quemados y con sus familiares, por un lado y el apoyo a personas con
enfermedades terminales y sus familias, por otro.
El tratamiento del niño quemado pasa por tres fases definidas que suelen traslaparse: 1)
Período de emergencia, 2) fase aguda, y 3) fase de rehabilitación. Durante el período de emergencia, el
principal interés se centra en la estabilización del niño, en la regulación de sus funciones vitales, en salvarle
la vida.
El abordaje de los niños desde el punto de vista emocional, es fundamental, sobre todo en la
segunda y tercera fases. No porque no sea importante el apoyo emocional durante la primera, sino porque en
ocasiones los niños no están conscientes o se encuentran totalmente aislados para prevenir infecciones. Sin
embargo, si la situación lo amerita, el niño pude recibir el acompañamiento que se conoce como ayuda de
primer orden en el proceso de la intervención en crisis.
Desde la segunda fase se empiezan a advertir en los niños las secuelas emocionales y
psicológicas de las quemaduras. Pueden presentar pesadillas, falta de apetito, escoriación causada por ellos
mismos al rascarse, irritabilidad, llanto, autocompasión, disminución de la autoestima, actitud demandante
y sentimientos de temor al abandono.
En el caso del Hospital Pediátrico de Tacubaya, que es el lugar en el que se inició la práctica
de apoyo psicológico a niños quemados, con estudiantes y maestros de la Universidad Iberoamericana, además
de la atención individual que cada niño pueda recibir, es importante considerar los esfuerzos terapéuticos
dirigidos a la sala como un todo. Los niños son fácilmente influenciados por el estado de ánimo de los niños
que los rodean y por el ambiente de la sala en general. De aquí que con frecuencia se trabaje con técnicas y
actividades grupales, muchas de ellas de tipo educativo o recreativo.
Ahora bien, en la familia de los niños, sobre todo quienes los acompañan al hospital, se
presenta también un proceso:
No es difícil imaginar la angustia que los padres sienten durante la fase de emergencia. Se
preocupan por la supervivencia de su hijo, sienten la necesidad de ser escuchados, de compartir con otra
persona su “historia de horror” con todo detalle. A veces es posible que este compartir se de espontáneamente
entre los padres que se encuentran en la sala de espera. Pero también es posible convertir la sala de espera
en “Sala de Esperanza”, ofreciendo a los padres de familia la participación en grupo de apoyo facilitado por
algún voluntario, que funciona de acuerdo a los principios de la autoayuda. Los padres se reúnen y se escuchan
unos a otros, los que ya han superado la fase de emergencia, pueden dar un apoyo privilegiad a los recién
llegados pues pueden dar información que reconforte, pueden darles puntos de comparación con las
situaciones de otros niños, y sobre todo el apoyo que viene de sentirse profundamente ligados por una
experiencia común de dolor.
Sin embargo existe mayor coincidencia en los resultados que indican que los niños quemados
son por lo general rechazados, objeto de lástima, tratados cruelmente o simplemente ignorados. Estas
reacciones de la gente pueden explicar el comportamiento de lejanía social y alejamiento que se observa en
ellos y se puede prevenir a través del trabajo que se realice desde el punto de vista psicológico en la segunda
y tercera fases. Se puede ayudar al niño preparándolo para las reacciones que puede esperar de muchas
personas, se puede reforzar su autoestima y autoconcepto para que no generalice el rechazo de algunos a la
sociedad en general Por otro lado, la interacción con la familia debe dirigirse mucho hacia este punto. es
importante hacer notar a los familiares el papel que juegan en cuanto a la resocialización del niño quemado.
Hacia el final de la intervención con los familiares, durante la hospitalización del niño, es
importante formularles la pregunta: “¿Qué va a hacer usted para que este niño, ni ninguno de sus otros hijos
vuelva a quemarse?” y acompañarlos en la búsqueda de una respuesta. Ninguna intervención de este tipó está
completa si no contempla la parte preventiva a nivel secundario en el caso de las quemaduras, pero a nivel
primario en lo que se refiere a otros accidentes que puedan ocurrir en el hogar o en el ambiente cotidiano de
los niños.
Dediquemos ahora unas palabras al abordaje de los sentimiento en el trato con personas con
enfermedades terminales y sus familiares.
En al segunda etapa, la persona contacta su coraje por la pérdida y desea buscar algún
culpable, sus sentimientos predominantes son agresivos. La tercera etapa se caracteriza por afectos de tipo
depresivo, la persona se sumerge en el dolor de la pérdida. La cuarta, sería el cierre del proceso a traves de
la aceptación e integración de la pérdida dentro de nuestra experiencia global.
Una habilidad muy importante para poder trabajar facilitando procesos de muerte y duelo es
la de poder distinguir entre un duelo normal y patológico. El trabajo de Erich Lindemann (1944), sigue siendo
piedra angular en este punto (se desarrolla en el capítulo VIII).
Para Lindemann (1944) la duración de una reacción de duelo normal depende del éxito en la
“elaboración del duelo” cuyo objetivo es la liberación del vínculo con el finado, la readaptación al ambiente
en el que el ser querido está ausente, y el establecimiento de nuevas relaciones. Él desarrolló un método para
que el trabajo de elaboración del duelo pudiera lograrse en un promedio de ocho a diez entrevistas durante
un período de cuatro a seis semanas. Dado que en el proceso de elaboración del duelo normal podían intervenir
personas no profesionales, la aplicación del modelo se fué extendiendo a un amplio rango de problemas de
diverso grado de intensidad y gravedad.
Es evidente que al estar constantemente en contacto con personas que han experimentado
pérdidas y muertes, el trabajador de salud se ve expuesto al dolor y al sufrimiento en forma tal, que si no
tiene medios adecuados de integrarlos puede insensibilizarse o ser una víctima más del desgaste profesional
que afecta a más personas de las que creemos. Las alternativa para poder acompañar y preservar la propia
salud se discutieron en la sección sobre el autocuidado del profesional de la salud
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[1] Versión ampliada del trabajo “Consideraciones básicas acerca de la intervención comunitaria”, incluído en
“Desarrollo del Potencial Humano” Vol. IV. 1992, editado por Lafarga y Gómez del Campo, y publicado por
Editorial Trillas.