Вы находитесь на странице: 1из 19

ASPECTOS BÁSICOS SOBRE LA INTERVENCIÓN COMUNITARIA [1]

José Fernando Gómez del Campo Estrada

Con mucha frecuencia la intervención comunitaria se ha orientado directamente a la acción y ha


descuidado el abordaje de aspectos como el papel de los valores, las políticas, los datos arrojados por las
encuestas de detección de necesidades, y la información proveniente de la investigación científica en la
formulación de objetivos y programas de intervención. Por lo general tampoco se toma en cuenta la incidencia
de los programas en los diferentes niveles de organización social, por lo que es difícil evaluar su verdadero
impacto como herramientas del cambio comunitario. El presente trabajo trata de aportar algunos elementos
para incluir estos en el diseño y evaluación de dichos programas.

POLÍTICAS Y VALORES EN LA INTERVENCIÓN COMUNITARIA.

Como lo señala Buss (1975), las ciencias sociales en muchos aspectos, particularmente en su
metodología de investigación e intervención, se han ligado excesivamente a modelos empírico-positivistas que
destacan (a) la preeminencia de los hechos objetivos, (b) la exigencia de comprobación empírica de la teoría,
a través del uso del "método científico", queriendo decir métodos experimentales, (c) la "objetividad
científica", definida por medio de términos como neutralidad y abstinencia, que implícitamente sugieren que
es posible prescindir de valores, creencias y políticas en el proceso de aproximarse al conocimiento de la
realidad, y (d) la búsqueda de dogmas científicos sobre los que se fundamenten la ortodoxia y la ortopraxis.

La práctica ha demostrado ampliamente la necesidad de ampliar estos puntos de vista para


sustituir, como dice Rappaport (1977), el interés por entender y controlar , por el deseo de servir. Es
importante abandorar los contextos profesionales tradicionales para centrarnos en la colaboración con la
comunidad en sus ambientes naturales. Además de la información empírica, y los métodos de análisis, la
intervención comunitaria debe considerar nuestras hipótesis acerca de la persona y de la sociedad, así como
los valores que guían nuestro trabajo de manera abierta o encubierta.

Innes y Heflinger (1989) al exponer su modelo de detección y evaluación de necesidades de


servicio social, pretenden promover el uso efectivo de los datos de la investigación social en la toma de
decisiones a nivel comunitario a través de una consideración directa de los valores implicados. Heflinger y
Dokecki (1985, 1989), al contrastar el enfoque de las ciencias sociales con el campo de la formulación de
políticas de salud mental, encuentran que en este último: (a) los hechos objetivos no necesariamente son la
única e indispensable base para la toma de decisiones, (b) la verificación o validación de una teoría no
necesariamente se logra mediante métodos cuantitativos, (c) la verdad científica no es eterna, sino que se
encuentra ligada a detalles históricos y de contexto, y (d) los valores y creencias están presentes, tanto en el
proceso de toma de decisiones como en otros aspectos del proceso científico en general.
NIVELES DE INTERVENCIÓN

Partiendo de la idea de Reiff (citado por Rappaport, 1977) de que el orden social de una
sociedad está dado por una serie de niveles de organización que se van progresivamentemente complejizando,
Seidman y Rapaport (En Rappaport, 1977) presentan un esquema metodológico-conceptual que resulta útil
para tomar en cuenta la variable nivel de intervención. Se propone que cada nivel puede representar un foco
para la intervención y evaluación de programas. Las intervenciones en un nivel pueden tener efectos sobre
otros niveles.

En el siguiente esquema, además de los seis niveles que incluye Rappaport, se añade un nivel
de pareja y familia entre los dos primeros. Así, quedan siete niveles de creciente complejidad organizacional:

1 - Nivel individual.

2 - Nivel de pareja y familia

3 - Nivel grupal.

4 - Nivel organizacional.

5 - Nivel institucional.

6 - Nivel comunitario.

7 - Nivel social.

Desde el punto de vista de la teoría general de los sistemas (Von Bertalanffy, 1968), la
intervención en cualquier nivel tendrá repercusiones en alguno o varios de los demás niveles. Sin embargo
para que esto no ocurra de una manera espontánea y no controlada, es necesario dentro del proceso de
planeación considerar esta posible influencia y tomarla en cuenta antes de decidir intervenir. Los enfoques y
recursos tradicionales de la psicología son utilizables dentro de cualquier nivel siempre y cuando la perspectiva
de la intervención sea la comunitaria, es decir que la intervención considere de manera explícita la
interrelación de los diferentes subsistemas. Los principios, teorías, métodos y técnicas utilizados en cada nivel
deben seleccionarse cuidadosamente, ya que lo que puede ser adecuado para el nivel individual (por ejemplo
teorías de la personalidad, modificación de conducta, evaluación de personalidad, etc.), puede no serlo para
el nivel comunitario y viceversa.

La comprensión del esquema puede facilitar la elaboración de programas de transición de


modelos tradicionales a modelos comunitarios propiamente dichos, es decir que enfaticen la prevención (sobre
todo primaria), la interdisciplinariedad, la desprofesionalización, la salud y el crecimiento, y la visión holística
de la realidad.
El esquema de Murrell (1973), aunque más antigüo, es importante porque enfoca la
intervención comunitaria desde la perspectiva de los sistemas sociales. El plantea seis niveles de intervención
que difieren en complejidad y grado de ambición en cuanto a sus propósitos, que se presentarán brevemente.

Primer nivel - Reubicación individual. Se refiere a la intervención en situaciones en las que la


relación individuo-sistema no es adecuada y no puede ser resuelta por limitaciones de una o ambas partes. En
estos casos se reubica la persona dentro de un sistema que sea mas propicio para el manejo de sus problemas.
Un ejemplo sería el cambio de un niño con problemas de aprendizaje, de un grupo regular a un grupo de
educación especial.

Segundo nivel - Intervenciones individuales. Aquí el esfuerzo se dirige hacia el fortalecimiento


de los recursos de la persona para aceptar y enfrentar su papel dentro del sistema, de manera que pueda
desenvolverse de una forma aceptable para el mismo sistema. Como ejemplos se pueden citar intervenciones
tradicionales como la psicoterapia individual, los programas de modificación de conducta, el entrenamiento
en habilidades técnicas y profesionales, el ejercicio, el cuidado de patrones de alimentación, etc.

Tercer nivel - Intervenciones en poblaciones. En este nivel se trata de tabajar con poblaciones
que no tienen o no tendrán en el futuro una relación armónica con el sistema. Como ejemplos se pueden
citar programas de prevención en el área de la salud mental, como la preparación para una crisis del
desarrollo, la preparación para el matrimonio y la paternidad, etc.

Cuarto nivel - Intervenciones en sistemas sociales. Con estos métodos se buscan cambios
permanentes en los sistemas sociales mismos para facilitar el manejo de la problemática individual. La
intervención tendrá un efecto más duradero en la medida en que se afecte la estructura del sistema social.
Dentro de las posibles intervenciones a nivel de sistemas sociales se pueden mencionar, (1) el cambio en
personas claves dentro del sistema mediante la capacitación y los programas de desarrollo, (2) el aumento en
la variedad de tareas y diversidad de roles que puede desempeñar una persona, (3) el diseño de sistemas
experimentales y (4) el establecimiento de canales permanentes de retroalimentación al sistema.

Quinto nivel - Intervenciones intersistémicas. Aquí los métodos abarcan dos o más sistemas
que por lo general tienen diferentes tareas y objetivos. Pueden orientarse hacia la reducción de conflictos o
hacia la facilitación de transiciones en individuos que se encuentran implicados simultáneamente en
diferentes sistemas. Como ejemplos se pueden citar, (1) los programas intersistémicos de asistencia, como la
integración de los padres de familia en el sistema escolar, la participación de las madres en el cuidado
postoperatorio de su hijo, etc. , (2) Programas de coordinación intersistémica, que intentan movilizar recursos
de diferentes sistemas sociales para la solución de un problema común que no es prioritario para ninguno de
ellos. Por ejemplo el apoyo de varios sistemas sociales para el desarrollo de un programa de prevención del
suicidio, y (3) Programas de acción comunitaria. La mayoría de estos programas son intersistémicos por
naturaleza y se centran en un segmento o en un aspecto de la comunidad más que en la comunidad como un
todo. Por lo general implican la organización de subgrupos que luchan por lograr cambios en insituciones o
agencias de servicios.
Sexto nivel - Intervenciones en cadena o red. Los esfuerzos se dirigen a la comunidad como
un todo. Un ejemplo sería el diseño de una nueva comunidad que mejorara la respuesta de la comunidad a
las necesidades psicosociales de sus integrantes.

Con los esquemas de Seidman y Rappaport, y de Murrell es suficiente para ilustrar la forma
en que se pueden clasificar los niveles de intervención para lograr una mayor claridad en la influencia de esta
variable en la formulación de los programas.

NECESIDADES SOCIALES E INTERVENCIÓN COMUNITARIA.

En la actualidad una práctica común en el trabajo comunitario es la detección de


necesidades de la población con la que se va a llevar a cabo un programa. Por lo general la intervención
comunitaria partía de las necesidades planteadas por los profesionales y en las estrategias que ellos
consideraban adecuadas para satisfacerlas. Este tipo de trabajo comunitario centrado en objetivos de tipo
asistencial, se basaba en actitudes filantrópicas paternalistas que, aunque bien intencionadas en el mejor de
los casos, no tomaban en cuenta los recursos de la comunidad ni propiciaban su participación responsable,
por lo que no llama la atención que la respuesta fuera desde la apatía, pasividad, y falta de interés, hasta la
agresión franca y directa y el rechazo de los programas. Durante las últimas dos décadas se ha acrecentado
el interés por el diseño de métodos para detectar y evaluar necesidades para el diseño de programas de
intervención y se han llevado a cabo investigaciones que los ponen a prueba. Inicialmente el método se
aplicaba a las necesidades en el área de salud mental, pero en los años ochenta se fué generalizando a otras
áreas del trabajo comunitario.

Considerado en la actualidad como una forma respetuosa y realista para entrar en contacto
con una comunidad e iniciar conjuntamente un trabajo comunitario, el proceso de detección y evaluación de
necesidades, por lo general tiene como objetivos: (1) la obtención de información acerca de los problemas
que se presentan en la comunidad, tanto desde el punto de vista de los residentes como de las personas
externas, (2) estimar, tanto la magnitud de la necesidad como su extensión, es decir la población o poblaciones
mayormente afectadas, (3) determinar el grado en que se prestan servicios encaminados a la satisfacción de
la necesidad, (4) señalar el grado en que los servicios deben ampliarse para dar respuesta a la necesidad, (5)
la obtención de información particular sobre los problemas que le interesan al grupo que va a intervenir en la
comunidad (por ejemplo información sobre problemas de salud mental), (6) detectar la existencia de grupos
de servicio en la comunidad para el desarrollo de una red de comunicación y trabajo, (7) La obtención de
información relativa a los recursos materiales y humanos con los que cuenta la comunidad, (8) presentar los
resultados a la comunidad, y (9) utilizar la información para planear la intervención.

MÉTODOS TRADICIONALES PARA LA DETECCIÓN DE NECESIDADES.

Warheit, Bell y Schwab (1976) desarrollaron un modelo ampliamente aceptado y utilizado


que describe cinco métodos básicos que han sido presentados de manera más detallada y sofisticada en
publicaciones recientes como las de Frumkin, Mckillip, Neuber, Reiger y otros (citadas por Innes y Heflinger,
1989) en el trabajo en el que proponen su propio modelo.

Otros como Cooper y Kennedy (1989), Glass (1989) y Holtzman, Evans, Kennedy e Iscoe(1988),
enfocan el asunto de las necesidades desde la perspectiva de la prevención primaria y claramente indican que
la preferencia de los psicólogos por ciertos enfoques no es tan sólo cuestión de técnica. Por otra parte Yoak
(1985), Rosen (1987) y Ayers (1989), destacan la importancia de la consideración de las necesidades desde el
punto de vista de la ayuda no profesional y la autoayuda.

A continuación se exponen brevemente los cinco métodos de Warheit y sus colaboradores y


más abajo el de Innes y Heflinger.

- Entrevista con informantes calificados.

- El foro comunitario.

- Estudio de la población.

- Investigación formal de campo.

- Indicadores sociales.

- El método de la entrevista con informantes calificados. Consiste en entrevistar o aplicar


cuestionarios a personas clave de la comunidad como trabajadores en oficinas de servicio público,
profesionales, administradores de diversas instituciones de la comunidad, dependientes de tiendas, farmacias,
etc.

Este enfoque de la investigación de las necesidades permite, desde las etapas iniciales,
establecer contactos con personas, grupos, centros y agencias de servicio que conviene integrar en los diversos
programas.

- El método del foro comunitario, opera a base de reuniones abiertas de la comunidad. Se


necesita un lugar amplio y suficientemente acondicionado para llevar a cabo reuniones en las que los
participantes expresen en forma directa y abierta sus diferentes opiniones, puntos de vista y expectativas,
en torno a temas de interés comunitario.

- El método del estudio de la población que recibe un servicio o tratamiento, analiza datos
concernientes a la frecuencia, duración y tipo de servicios a los que acuden los residentes, para predecir las
futuras necesidades de la población. Se examinan las características sociodemográficas de los usuarios así
como los problemas que presentan y el resultado de las intervenciones.
- El método de la investigación formal de campo, en mayor escala, pretende recolectar
datos que tengan más valor desde el punto de vista estadístico. Consiste en la aplicación de diversos
instrumentos de investigación formal como escalas y cuestionarios, a una muestra representativa de la
comunidad o a poblaciones específicas elegidas para el estudio. Este método es el indicado cuando se desean
datos más válidos, confiables y cuantificables.

- El enfoque de los indicadores sociales se basa en el análisis de datos sobre la población


que se encuentran disponibles en registros, archivos o crónicas, como por ejemplo información sobre edades,
raza, sexo, estado civil, escolaridad, educación, ingresos, fertilidad, natalidad, morbilidad, mortalidad,
densidad de población, vivienda, patrones de organización social, etc., para inferir los problemas y las
necesidades de los residentes de la comunidad. Se ha encontrado que todos estos factores tienen elevadas
correlaciones con las necesidades de la población tanto en el área de salud mental como en otros aspectos.

En México, además de los métodos señalados arriba se ha utilizado el modelo de


psicocomunidad (Cueli y Biro, 1974; Lartigue, 1980) que además de ser útil para detectar necesidades es
planteado como un modelo de intervención y de investigación.

REVISIÓN Y AMPLIACIÓN DE LOS MÉTODOS TRADICIONALES.

Innes y Heflinger (1989) proponen un modelo mas amplio que aborda diferentes puntos de
interés en relación a la toma de decisiones sobre los servicios sociales a nivel comunitario: (a) la pertinencia
y la utilización del conocimiento derivado de las ciencias sociales, (b) el papel del científico social, (c) el
reconocimiento de los valores relacionados con la intervención y el servicio social, (d) la participación de
diversas instancias que intervienen en la toma de decisiones, y (e) las dificultades relacionadas con la
promoción del consenso y la cooperación entre las diferentes instancias. Innes y Heflinger incluyen estrategias
desarrolladas en campos afines como el análisis de políticas y la evaluación programática. Abajo se reproduce
el esquema del modelo (Innes y Heflinger, 1989).

Fase 1: Definición de los parámetros y elementos constituyentes. Un elemento constituyente


es cualquier persona afectada por el programa o servicio que se ofrece o se evalúa, e incluye: (a) a aquellos
que deciden sobre los programas o su financiamiento, (b) aquellos que suministran el servicio, (c) los que lo
reciben, (d) la comunidad mayor que financia y recibe el beneficio general de los programas de intervención
social, y (e) la comunidad de los investigadores de las ciencias soaciales interesada en el desarrollo de métodos
y conocimientos que se apliquen a la solución de los problemas humanos.
Fase 2: Identificación de las necesidades de información y de valores comunes de los grupos
constituyentes. Esta segunda fase incluye (a) el descubrimiento y formulación explicita de los valores
subyacentes sostenidos por cada grupo constituyente, (b) el encuentro de puntos de concordancia con
respecto a los valores primordiales y a las prioridades de servicio social, y (c) estimar las necesidades de
información. En esta fase se destaca la importancia del papel que desempeña el científico social ya que tienen
que buscar la forma de establecer el enlace entre la investigación, la formulación de políticas y toma de
decisiones, al tiempo que son participantes y guías del proceso. Aborda también los aspectos valorales y
"traduce" e integra los conocimientos que provienen de la ciencia en los programas de intervención. Actúa
como facilitador de la comunicación entre los diferentes grupos constituyentes y, en caso necesario, es
también un mediador en el manejo y resolución de los conflictos.

Fase 3: Integración y traducción del conocimiento derivado de la investigación. Aquí se


persigue un enlace entre la información científica y los valores identificados en la fase anterior. Se recomienda
una revisión profunda de la literatura científica disponible, cuyos resultados se presentarán posteriormente
de manera clara y concisa a los diferentes grupos constituyentes.

Fase 4: Desarrollo de procedimientos para la obtención de información. En esta fase, la


información obtenida en las tres fases anteriores es utilizada para desarrollar métodos e instrumentos que
aporten información específica para la toma de decisiones acerca de los modos en que deben satisfacerse
las necesidades de servicio social. Es especialmente importante producir instrumentos utilizables que
organicen la información de manera más concisa y comprensible.

Fase 5: Recolección y organización de información a nivel comunitario. La quinta fase del


proceso de detección de necesidades proporciona información sobre servicios comunitarios específicos y sobre
necesidades de servicio. Esta información relaciona las prioridades establecidas en el proceso de planeación
con las carencias de servicios dentro de la comunidad.

Fase 6: Presentación de la información a los grupos constituyentes. La información se resume


y se presenta a los interesados. Es importante que la presentación sea lo mas clara y concisa posible y que
conserve una relación evidente entre la información y los valores compartidos por los integrantes. La
utilización de los datos se trata de optimizar mediante: (a) el mantenimiento de la pertinencia de la
información presentada a los grupos que tienen poder de decisión, (b) el establecimiento y mantenimiento de
la credibilidad de los que han coordinado el proceso de detección y evaluación de necesidades, (c) el
aprovechamiento de los canales de comunicación ya existentes, y (d) la presentación de productos utilizables.
Conviene apoyar las exposiciones verbales con material visual adecuado y con resúmenes escritos de buena
calidad.

Como puede apreciarse por el resumen, este modelo (Innes y Hefflinger, 1989), enriquece
notablemente el campo de estudio y detección de necesidades, dado que trasciende los niveles puramente
técnicos de otros enfoques y acentúa la importancia del establecimiento de políticas y valores para orientar
la planeación de programas de intervención, y para proporcionar la información necesaria para la toma de
decisiones.

TAXONOMÍA DE LAS NECESIDADES SOCIALES.

Un aspecto central del proceso de estimación de las necesidades lo constituye la definición y


la clasificación de las necesidades. Al discutir este tópico, Bradshaw(En Lafarga y Gómez del Campo, Eds.,
1986) propone criterios para la definición de cuatro tipos de necesidades en los que basa su sistema de
clasificación: (a) necesidad normativa, (b) necesidad sentida, (c) necesidad expresada, y (d) necesidad
comparativa.

(a) La necesidad normativa es la señalada por los expertos, los profesionistas, los
administradores o los científicos sociales, con base en normas deseables que ellos establecen. Por ejemplo
la Organización Mundial de la Salud establece niveles mínimos para que se considere que una población tiene
satisfechas las necesidades humanas básicas.

(b) La necesidad sentida es lo que la población quiere, lo que dice que necesita. Los ejemplos
de este tipo de necesidad se encuentran con frecuencia en las respuestas que la población proporciona en
encuestas y cuestionarios y son de naturaleza muy variada; algunos, por ejemplo, solicitan servicios en
áreas como salud y vivienda, mientras que otros pueden sentir como prioritarias las áreas de deporte y
recreación.

(c) La necesidad expresada equivale a la demanda, es la necesidad sentida convertida en


acción. Las personas o grupos se organizan para exigir un servicio. Ejemplos de esta definición de necesidad
serían las listas de espera, se consideran como una medida de necesidad exigida pero no satisfecha.

(d) La necesidad comparativa se establece cuando al contrastar dos poblaciones o individuos


semejantes, se encuentra que uno de ellos tiene acceso a satisfactores que no se encuentran al alcance del
otro. Por ejemplo, en el caso de dos comunidades rurales equidistantes de un poblado mayor de las cuales
sólo una de ellas cuenta con el servicio de transporte público, la que no dispone del servicio se encuentra en
estado de necesidad.

Desde luego que ninguno de estos criterios es suficiente por sí mismo para definir
adecuadamente la necesidad; la definición normativa de necesidad puede no coincidir con la formulada desde
otros puntos de vista, el acuerdo entre los expertos no es fácil de lograr y con frecuencia sus definiciones de
necesidad son contrarias y generan situaciones conflictivas, además de que influye la orientación valoral del
experto.
En el caso de la necesidad sentida, como parte de la percepción individual, puede ocurrir que
se solicite ayuda cuando en realidad no se necesite, o que exista una discrepancia entre la percepción del
individuo y la de la comunidad. La necesidad expresada como única medida, tiene la desventaja de que con
mucha frecuencia una necesidad sentida no llega a convertirse en demanda y las listas de espera tampoco
pueden considerarse como un indicador adecuado.

Bradshaw (1986, en J. Lafarga y J. Gómez del Campo, Eds.) propone una taxonomía que
considera los cuatro criterios para definir la necesidad. Mediante este método:

1) Se estudia una situación y se determina si desde cada uno de los criterios puede ser
clasificada como necesidad o no. Por ejemplo, al observar las consecuencias de un desastre natural, se aplica
cada una de las definiciones para estimar las necesidades de la comunidad afectada. Los expertos podrían
decir que se necesita implantar un programa de intervención en crisis, y aunque la población sienta que podría
ayudarle, no se organiza para solicitar el servicio, aún cuando éste se ofrezca en otra comunidad semejante,

2) se asigna un valor positivo o negativo si según ese criterio se considera necesidad o no. Por
ejemplo, ya que desde el punto de vista normativo existe la necesidad, se le asigna un valor positivo (+), al
existir también como necesidad sentida, se califica (+), como no existe demanda, se le asigna un valor negativo
(-) y dado que, según el criterio comparativo existe la necesidad, se califica (+). Así, después de haber
considerado los cuatro puntos de vista, tres coinciden en la definición de necesidad,

3) se sigue el mismo procedimiento con otras situaciones y,

4) se clasifican las necesidades y se establecen prioridades para la intervención.

LOS GRUPOS DE AUTOAYUDA EN LA INTERVENCION COMUNITARIA

Los aspectos sociales del proceso de solicitar ayuda por parte de las personas que se
encuentran en situaciones de necesidad, han sido descuidados por los investigadores. En sociedades como la
nuestra, el recibir ayuda resulta problemático, puesto que este solo hecho acentúa el sentimiento de
incompetencia personal. La búsqueda de ayuda se asocia con debilidad, dependencia, pérdida y necesidad.
Las relaciones de ayuda en nuestra cultura provocan desigualdad y colocan al que la recibe en un rol pasivo-
dependiente, mientras que el que proporciona la ayuda tiene ganancias como el aumento de su autoestima,
prestigio, poder y en ocasiones también de dinero.
Por lo general la inadecuación del que busca ayuda, tiende a subrayarse con roles y etiquetas
que estigmatizan a la persona y la colocan en una situación de desventaja. Términos como desertor escolar,
débil mental, emocionalmente alterado o inmaduro, y otros semejantes disminuyen la autoestima de la
persona y su confianza para enfrentar responsablemente las dificultades. Además de los problemas inherentes
al rol del que busca ayuda, la persona que la recibe automáticamente se ve privada de los beneficios que
puede recibir el que ayuda:

a) Sentirse bien porque tiene algo que dar.

b) Encontrarse en un rol activo que le permite ejercer poder y control sobre los demás.

c) Sentirse socialmente útil, y por lo general en un estatus más elevado.

d) Se siente más poderoso porque porque puede hacer algo por los demás.

e) Se siente abierto a nuevos aprendizajes para mantener e incrementar su capacidad para


ayudar efectivamente a las personas.

Condiciones deseables para recibir ayuda. La ayuda se acepta mejor cuando:

1) No estigmatiza a la persona, puesto que la recibe todo un grupo. Por ejemplo, todos los
estudiantes, todas las mujeres, etc.

2) El que recibe la ayuda tiene el control directo sobre la ayuda. Por ejemplo en la ayuda
psicológica por teléfono.

3) Cuando el participante es miembro de un grupo de ayuda mutua o de autoayuda. La ayuda


se acepta porque todos desempeñan ambos roles: prestar ayuda y recibir ayuda. Por ejemplo Alcohólicos
Anónimos, Comedores Compulsivos, etc.

4) Es parte de un programa de entrenamiento para proporcionar ayuda. Por ejemplo, los


Grupos de Crecimiento en los programas de desarrollo humano.

5) Los que ayudan y los que son ayudados son semejantes, como en el caso de la ayuda entre
compañeros, los grupos de AA y otros grupos de “doce pasos”, los grupos de personas infectadas por el VIH,
etc.

6) La ayuda, la cooperación, el interés y el cuidado son parte de los valores del sistema o
institución que proporciona la ayuda. Por ejemplo, en los programas de comunidad terapéutica.

¿Qué son los grupos de autoayuda?. Son grupos que se autogobiernan cuyos miembros
comparten una inquietud común y se dan mutuamente apoyo emocional o ayuda material, sin cobrarse
honorarios (o que cobran una módica cuota por membresía). Estos grupos conceden un valor especial al
conocimiento que se deriva de la experiencia en la creencia de que proporciona una comprensión privilegiada
de una situación dada. Además de proporcionar apoyo para sus miembros, muchos de estos grupos se
encuentran comprometidos en tareas y programas de prevención primaria en sus comunidades. (Información,
educación, ayuda material, activismo social).

¿Por qué son útiles e importantes?

1) Porque en estos grupos las personas se ayudan mutuamente. De este modo el rol del que
ayuda se distribuye ampliamente y facilita el estar abierto a recibir ayuda. Tanto el que da la ayuda como el
que la recibe se reconocen como personas vulnerables, en ocasiones afectadas por un mismo problema o
situación, lo que les facilita alcanzar una mayor empatía y comprensión interna del problema, que a su vez
conduce a relaciones de ayuda más efectivas. (El problema es parte de la solución).

2) Porque la ayuda se da y se recibe en un contexto favorable en el que se valoran la compañía,


el afecto, la cercanía y las relaciones interpersonales honestas y profundas.

EL AUTOCUIDADO DEL TRABAJADOR COMUNITARIO. ¿Quién ayuda a los que ayudan?

El profesional de la salud, así como el trabajador comunitario, profesional o no, se enfrentan


a la tarea de facilitar el buen manejo de las emociones de los usuarios de sus servicios. Tarea tan importante
como ésta, es la forma como el que está en el papel del que ayuda, enfrenta sus propias emociones y
necesidades. Una de las cuestiones que más inquieta en este aspecto es el enfrentamiento con el dolor propio
y ajeno sin tener que llegar a la despersonalización o a la insensibilización como defensa.

Numerosas investigaciones han reportado que los profesionales de la salud presentan una serie
de problemas personales, Mahoney (1997) realizó una investigación con 155 personas que se dedican a la
psicoterapia y encontró los siguientes problemas en números significativos de su población:

Cansancio y fatiga emocional

Dificultades en las relaciones interpersonales

Sentimientos de aislamiento

Desilusión profesional

Ansiedad

Depresión

Reacciones somáticas
Abuso de substancias

Insomnio

Tal vez algunos de los problemas se acentúen más en unas profesiones qué en otras. Por
ejemplo se reportan mayores casos de adicciones (alcohol, drogas, tabaco) en los médicos, mientras que en
los trabajadores de la salud mental se han encontrado más problemas relacionados con el área emocional.
Dificultad para relacionarse, ansiedad, etc. aunque también se reportan casos de adicciones. En profesiones
de cuidado directo del paciente, como enfermería, se encuentra que predominan trastornos de tipo
psicosomático, así como la depresión y la ansiedad. No es difícil pensar que estos datos pueden generalizarse
al trabajador comunitario.

¿Qué nos dicen estos datos? En primer lugar, que el que proporciona ayuda es una persona
ante todo. Hecho que con seguridad el mismo profesional es el primero que lo olvida. ¿No podría ser esta
situación descrita de modo muy global, la que en parte explique la “frialdad”, “falta de humanidad”,
“dureza”, “insensibilidad” y actitudes y rasgos semejantes con los que los usuarios califican la actitud de los
profesionales de la salud?. ¿No suelen presentarse estos mismos rasgos en trabajadores comunitarios que no
cuidan de su propio bienestar?

En general el entrenamiento de estos profesionales, no sólo no toma al estudiante como


persona, sino que parece haber un reconocimiento implícito de que la actitud profesional no es compatible
con los sentimientos. Podemos citar brevemente algunos de los mensajes que recibe el profesional durante su
entrenamiento: “No te involucres, no puedes estar sintiendo los problemas de cada persona”, “Trata las
situaciones con objetividad”, “Para trabajar en estas áreas se necesita tener sangre fría”. Es común también
hablar de las personas como si fueran sus diagnósticos: “El hígado cirrótico de la cama 36 de la sala...” “El
CA terminal de la sala de oncología”, “La deprimida de tal piso”, o simplemente “el enfermo” o “el paciente”,
y en el contexto comunitario referirnos a ellos como: “casos”, “los pobres”, “los marginados”, etc.

Una de las primeras pérdidas que las personas experimentan al entrar a un ambiente de salud
es su dignidad personal. Desde el pedirle que se desvista y utilice una bata que ni siquiera le cubre
adecuadamente, hasta escuchar discusiones profesionales del personal a los pies de su cama. En el trabajo
comunitario los invadimos con encuestas y otros instrumentos para igualmente etiquetarlos y encasillar sus
neccesidades y sitaciones vitales.

Una de las hipótesis que se ha ofrecido como posible explicación de esta situación es que los
profesionales levantan una coraza para defenderse de la movilización de los afectos que le causaría el estar
en contacto real y personal con el dolor, las carencias y las necesidades de las personas. El escudarse tras la
máscara profesional, le mantiene distante, seguro, protegido y lo suficientemente lejano como para conservar
esa “objetividad” que parece considerar tan importante.
¿Qué alternativas existen, entonces? La investigación científica se ha interesado también por
examinar los Patrones de autocuidado en los trabajadores de la salud. Los estudios de Mahoney (1997) y de
Coster y Schwebel (1997) muestran que los psicoterapeutas razonablemente sanos presentaban los siguientes
recursos para atender sus propias necesidades. Nuevamente, considero que estos resultados pueden aplicarse
al caso del trabajador comunitario.

1) Apoyo por parte de sus pares. (Colegas y otros profesionales).

2) Relaciones interpersonales estables. Con la pareja, con los amigos, con la familia.

3) Supervisión. Formal o informal. Permanente u ocasional. El tener la oportunidad de


enriquecerse con puntos de vista de personas experimentadas.

4) Equilibrio en su vida. No sólo dedicarse al trabajo, sino tener tiempo para distracciones,
descanso, vacaciones.

5) Contacto con algún programa académico.

6) Psicoterapia personal.

7) Educación contínua. Asistencia a cursos y congresos. Participar en diplomados y otros


programas de entrenamiento, etc.

8) Pertenencia al núcleo familiar básico.

9) Vida espiritual. Oración, meditación, prácticas religiosas en comunidad.

10) Ejercicio físico.

11) Sesiones de masaje o de cuidados quiroprácticos.

12) Llevar un diario personal.

13) Pertenecer a cualquier tipo de grupos de apoyo o autoayuda (Grupos de doce pasos como
AA, comedores compulsivos, etc.)

En el ambiente de las profesiones de la salud, parece que los grupos de autoayuda o de apoyo
mutuo deberían de ser un apoyo natural, dado que es parte de los recursos personales que se tratan de
desarrollar en estos profesionales.

Algunas experiencias en las que se puede ver con claridad los puntos arriba tratados, son por
ejemplo el trabajo con niños quemados y con sus familiares, por un lado y el apoyo a personas con
enfermedades terminales y sus familias, por otro.
El tratamiento del niño quemado pasa por tres fases definidas que suelen traslaparse: 1)
Período de emergencia, 2) fase aguda, y 3) fase de rehabilitación. Durante el período de emergencia, el
principal interés se centra en la estabilización del niño, en la regulación de sus funciones vitales, en salvarle
la vida.

Durante la fase aguda, se exacerba el dolor debido a la regeneración de las terminales


nerviosas dañadas, a los procesos de recibir injertos, y al tratamiento de hidroterapia que implica la vigorosa
remoción de los tejidos muertos mediante cepillos de cerdas, para prevenir la infección, y para que al quedar
la carne al rojo vivo , se reciba mejor el injerto. El cuidado de la alimentación y la ingestión de líquidos son
especialmente importantes en esta fase, así como la fisioterapia en muchos de los casos.

Durante la fase de rehabilitación, los niños tienen que aprender comportamientos de


autocuidado para favorecer mejor la cicatrización. Por ejemplo algunos tienen que usar mallas elásticas de
Lycra para evitar contracciones. En algunos casos será necesario volver a hospitalizarlos para cirugía
reconstructiva y seguimiento de su tratamiento.

El abordaje de los niños desde el punto de vista emocional, es fundamental, sobre todo en la
segunda y tercera fases. No porque no sea importante el apoyo emocional durante la primera, sino porque en
ocasiones los niños no están conscientes o se encuentran totalmente aislados para prevenir infecciones. Sin
embargo, si la situación lo amerita, el niño pude recibir el acompañamiento que se conoce como ayuda de
primer orden en el proceso de la intervención en crisis.

Desde la segunda fase se empiezan a advertir en los niños las secuelas emocionales y
psicológicas de las quemaduras. Pueden presentar pesadillas, falta de apetito, escoriación causada por ellos
mismos al rascarse, irritabilidad, llanto, autocompasión, disminución de la autoestima, actitud demandante
y sentimientos de temor al abandono.

En el caso del Hospital Pediátrico de Tacubaya, que es el lugar en el que se inició la práctica
de apoyo psicológico a niños quemados, con estudiantes y maestros de la Universidad Iberoamericana, además
de la atención individual que cada niño pueda recibir, es importante considerar los esfuerzos terapéuticos
dirigidos a la sala como un todo. Los niños son fácilmente influenciados por el estado de ánimo de los niños
que los rodean y por el ambiente de la sala en general. De aquí que con frecuencia se trabaje con técnicas y
actividades grupales, muchas de ellas de tipo educativo o recreativo.

Dentro de la atención individual un momento de especial importancia es el de la hidroterapia.


El papel del voluntario es muy importante, porque puede preparar al niño previamente, ayudándolo a aprender
formas de autocontrol del dolor, o apoyándolo en la expresión abierta de sus sentimientos (por ejemplo
tomándolo de las manos), para facilitar que la enfermera realice con prontitud y eficiencia su
tarea.
Cuando se hace la visita a las salas, los niños que pueden caminar, generalmente se “pegan”
a los voluntarios. Es importante aprovechar esta curiosidad natural del niño para convertirla en un recurso de
ayuda mutua. Si el niño se interesa en sus compañeros, sale un poco de sí mismo y puede empezar a cambiar
de actitud hacia sí mismo y hacia sus lesiones.

Ahora bien, en la familia de los niños, sobre todo quienes los acompañan al hospital, se
presenta también un proceso:

No es difícil imaginar la angustia que los padres sienten durante la fase de emergencia. Se
preocupan por la supervivencia de su hijo, sienten la necesidad de ser escuchados, de compartir con otra
persona su “historia de horror” con todo detalle. A veces es posible que este compartir se de espontáneamente
entre los padres que se encuentran en la sala de espera. Pero también es posible convertir la sala de espera
en “Sala de Esperanza”, ofreciendo a los padres de familia la participación en grupo de apoyo facilitado por
algún voluntario, que funciona de acuerdo a los principios de la autoayuda. Los padres se reúnen y se escuchan
unos a otros, los que ya han superado la fase de emergencia, pueden dar un apoyo privilegiad a los recién
llegados pues pueden dar información que reconforte, pueden darles puntos de comparación con las
situaciones de otros niños, y sobre todo el apoyo que viene de sentirse profundamente ligados por una
experiencia común de dolor.

La participación en los grupos de autoayuda, favorece la extensión del clima de confianza y


de apoyo mutuo que se genera, a las salas mismas. En este tipo de hospitales, la falta de personal conduce a
que los padres sean cuidadores o “enfermeros” de sus hijos. Pasan largas horas conviviendo con otros padres
y otros niños, por lo que la ayuda mutua entre ellos es un factor esencial en el proceso de recuperación de
los niños. En algunas ocasiones el niño es traído de alguna localidad destante, por ejemplo Michoacán, y la
madre no puede permanecer todo el tiempo acompañándolo por la necesidad de atender a otros miembros de
su familia. Así mediante la red de apoyo que puede generarse a través del grupo de autoayuda, otra persona
puede ayudarle a atender a su hijo hospitalizado mientras regresa a su lugar de origen para organizar el
cuidado y la marcha de su hogar.

La participación de los padres en la segunda y tercera fase es fundamental. El dolor de sus


hijos los hace presa fácil del desgaste emocional. Sin embargo, la experiencia nos ha demostrado que el
desarrollo de la red de autoayuda sirve para prevenir este desgaste y para mantener en el grupo (sala) un
espíritu optimista y agradable.

La literatura científica y de investigación (Holaday y McPhearson, 1996) dice que las


consecuencias psicológicas en los niños quemados incluyen problemas conductuales, disminución de las
habilidades deportivas y atléticas, problemas de interacción social, pobre desempeño académico, pobre
imagen corporal, baja autoestima, miedos excesivos, agresividad, quejas somáticas, profundas alteraciones
del sueño y pesadillas. Aunque todas estas reacciones dependen definitivamente del ajuste del niño antes de
la lesión, pues algunos estudios han reportado buena adaptación emocional y autoestima normal.

Sin embargo existe mayor coincidencia en los resultados que indican que los niños quemados
son por lo general rechazados, objeto de lástima, tratados cruelmente o simplemente ignorados. Estas
reacciones de la gente pueden explicar el comportamiento de lejanía social y alejamiento que se observa en
ellos y se puede prevenir a través del trabajo que se realice desde el punto de vista psicológico en la segunda
y tercera fases. Se puede ayudar al niño preparándolo para las reacciones que puede esperar de muchas
personas, se puede reforzar su autoestima y autoconcepto para que no generalice el rechazo de algunos a la
sociedad en general Por otro lado, la interacción con la familia debe dirigirse mucho hacia este punto. es
importante hacer notar a los familiares el papel que juegan en cuanto a la resocialización del niño quemado.

Hacia el final de la intervención con los familiares, durante la hospitalización del niño, es
importante formularles la pregunta: “¿Qué va a hacer usted para que este niño, ni ninguno de sus otros hijos
vuelva a quemarse?” y acompañarlos en la búsqueda de una respuesta. Ninguna intervención de este tipó está
completa si no contempla la parte preventiva a nivel secundario en el caso de las quemaduras, pero a nivel
primario en lo que se refiere a otros accidentes que puedan ocurrir en el hogar o en el ambiente cotidiano de
los niños.

Dediquemos ahora unas palabras al abordaje de los sentimiento en el trato con personas con
enfermedades terminales y sus familiares.

En el ambiente hospitalario, es difícil encontrar personas capaces para facilitar tanto en el


moribundo como en sus familiares, el proceso de elaboración del duelo. El marco teórico de referencia más
generalizado y aceptado es el de Elisabeth Kübler-Ross, que propone cuatro fases en el proceso de elaboracoón
del duelo: 1) negación, 2) coraje, 3) tristeza, y 4) aceptación. Con una actitud de regateo o negociación, que
facilita a la persona moverse de una etapa a otra.

Como el nombre sugiere, en la etapa de la negación, la persona no reconoce que la experiencia


haya ocurrido. Esta negación puede ser breve o prolongarse excediendo los límites de lo normal. Según la
mayoría de los autores un período de 2 a 6 semanas debe bastar para la elaboración sana del duelo, por lo
menos en un primer momento, y no se espera que una negación extrema dure más allá de este límite.

En al segunda etapa, la persona contacta su coraje por la pérdida y desea buscar algún
culpable, sus sentimientos predominantes son agresivos. La tercera etapa se caracteriza por afectos de tipo
depresivo, la persona se sumerge en el dolor de la pérdida. La cuarta, sería el cierre del proceso a traves de
la aceptación e integración de la pérdida dentro de nuestra experiencia global.
Una habilidad muy importante para poder trabajar facilitando procesos de muerte y duelo es
la de poder distinguir entre un duelo normal y patológico. El trabajo de Erich Lindemann (1944), sigue siendo
piedra angular en este punto (se desarrolla en el capítulo VIII).

Para Lindemann (1944) la duración de una reacción de duelo normal depende del éxito en la
“elaboración del duelo” cuyo objetivo es la liberación del vínculo con el finado, la readaptación al ambiente
en el que el ser querido está ausente, y el establecimiento de nuevas relaciones. Él desarrolló un método para
que el trabajo de elaboración del duelo pudiera lograrse en un promedio de ocho a diez entrevistas durante
un período de cuatro a seis semanas. Dado que en el proceso de elaboración del duelo normal podían intervenir
personas no profesionales, la aplicación del modelo se fué extendiendo a un amplio rango de problemas de
diverso grado de intensidad y gravedad.

Generalmente una de las pricipales dificultades para acompañar a otros en un proceso de


duelo, es la existencia de duelos no elaborados en nuestra propia experiencia. Por tanto un buen inicio para
prepararnos para esta tarea, es empezar reconociendo y trabajando nuestras propias pérdidas. El mismo
grupo en el que las personas se estén preparando para facilitar procesos terminales puede servir para
ayudarnos en este proceso. Puede servir también explorar cuáles son nuestras actitudes hacia la muerte...y
hacia la vida. Existen cuestionarios y escalas sobre el miedo a la muerte, sobre los eventos más críticos de
nuestra vida y sobre salud y adaptación general que nos permiten situarnos para aprovechar nuestra propia
experiencia en el trabajo con los demás.

Es evidente que al estar constantemente en contacto con personas que han experimentado
pérdidas y muertes, el trabajador de salud se ve expuesto al dolor y al sufrimiento en forma tal, que si no
tiene medios adecuados de integrarlos puede insensibilizarse o ser una víctima más del desgaste profesional
que afecta a más personas de las que creemos. Las alternativa para poder acompañar y preservar la propia
salud se discutieron en la sección sobre el autocuidado del profesional de la salud

El acompañar a una persona a lo largo de un proceso de elaboración de un duelo o de una


pérdida supone en la persona que lo haga, las actitudes y habilidades básicas para facilitar la comunicación
descritas por Rogers, (actitud positiva incondicional, empatía y congruencia), que también se tratan
brevemente en el capítulo VIII.

REFERENCIAS.

- Ayers, T. D. (1989). Dimensions and characteristics of lay helping. American Journal of Orthopsychiatry, 59,
2, 215-225.

- Bertalanffy, L. Von, (1968). Teoría general de los sistemas. México: Fondo de Cultura Económico.
- Bradshaw, J. (1986). Taxonomía de las necesidades sociales. En J. Lafarga y J. Gómez del Campo,
(Eds.) Desarrollo del Potencial Humano, Vol. IV. México: Trillas.

- Buss, A. R. (1975). The emerging field of the sociology of psychological knoweledge. American Psychologist,
30, 988-1022.

- Cooper, C. S. and Kennedy, R. D. (1989). An update for professionals working with neonates at risk. Topics
in Early Childhood Special Education, 9, 3, 32-50.

- Coster, J. S. ; Schwebel, M. (1997). Well-functioning in professional psychologists. Professional Psychology:


Research and Practice, 28 (1), 5-13.

- Cueli, J. y Biro, C. (1975). Psicocomunidad. México: Prentice Hall.

- Glass, D. C. (1989). Psychology and health: Obstacles and opportunities. Journal of Applied Social
Psychology, 19, 1145-1163.

- Heflinger, C. A. and Dokecki, P. R. (1989). A community psychology framework for participating in mental
health policy making. Journal of Community Psychology, 17, 2, 141-154.

- Holaday, M; McPhearson, R. (1996) Student attitudes toward children and adolescents with severe
burns. Journal of Counseling & Development, 75, 36-43

- Holtzman, W. H., Evans, R. I., Kennedy, S. e Iscoe, I. (1988). Psicología y salud. Contribuciones de la
psicología al mejoramiento de la salud y de la atención de la salud. Bol. Sanit. Panam. 105, 3, 245-281.

- Innes, R. B. and Heflinger, C. A. (1989). An expanded model of community assessment: A case study. Journal
of Community Psychology, 17, 3, 225-235.

- Lartigue T. (1980). Biopsicología Social. Un punto de vista global de la persona. México: Alhambra.

- Lindemann, E. (1944). Symptomatology and management of acute grief. American Journal of Psychiatry,
101, 141-148.

- Mahoney, M. J. (1997). Psychotherapists’ personal problems and self-care patterns. Professional Psychology:
Research and Practice, 28 (1), 1-46.

- Mann, P. A. (1978). Community psychology. Concepts and applications. New York: The Free Press.

- Murrell, S. A. (1973). Community psychology and social systems. A conceptual framework and intervention
guide. New York: Behavioral Publications.

- Rapaport, J. (1977). Community psychology. Values, research, and action. New York: Holt, Rinehart and
Winston.

- Rosen, G. M. (1987). Self-help treatment books and the commercialization of psychotherapy. American
Psychologist, 42, 46-51.

- Warheit, G. J., Bell, R. A. , & Schwab, J. J. (1976). Needs assessment approaches: Concepts and
methods. Washington, D. C.: National Institute of Mental Health.

- Yoak, M., & Chesler, M. A. (1985). Alternative professional roles in health care delivery: Leadership patterns
in self-help groups. Journal of Applied Behavioral Science, 21, 427-444.
[1] Versión ampliada del trabajo “Consideraciones básicas acerca de la intervención comunitaria”, incluído en
“Desarrollo del Potencial Humano” Vol. IV. 1992, editado por Lafarga y Gómez del Campo, y publicado por
Editorial Trillas.

Вам также может понравиться