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DIOS EN LA POLÍTICA

(Por Julio Córdova)

Ya es una epidemia. Católicos y evangélicos conservadores han decidido que sus


valores religiosos condicionen su voto y su activismo político. A nombre de la
“lucha contra la ideología de género” tienen tres objetivos concretos: 1) se oponen
a los derechos de las diversidades sexuales, 2) se oponen a la despenalización del
aborto y 3) se oponen a una educación que apunte a la equidad de género.

Hasta el momento, esta vanguardia religiosa conservadora ha tenido varios éxitos.


En Brasil apuntalaron la destitución de Rousseff, en Colombia consolidaron la
victoria del NO a los acuerdos de paz con las FARC. En este país, en Perú y en
Centro América, lograron la cancelación de planes educativos orientados a la
equidad de género. En Bolivia y en otros países, han retrasado o, incluso, revertido
políticas de despenalización del aborto, y de derechos de diversidades sexuales. Han
colocado a un presidente en Guatemala, lo están por lograr en Costa Rica, y algunos
candidatos religiosos se perfilan en otros países como en Venezuela.

¿Qué es lo que buscan los religiosos conservadores?. Básicamente quieren


“defender” a la familia “tradicional” frente a los avances en la equidad de género.
Esta “familia tradicional”, vista por ellos como “natural” y conforme al “modelo
original” de Dios, es básicamente heterosexual, en la cual la esposa/madre
dependiente del padre/proveedor, está privada de autonomía y de la posibilidad de
controlar y regular su propia capacidad reproductiva. Es, en definitiva, la familia
patriarcal la que defienden católicos y evangélicos conservadores. ¿Por qué lo
hacen?. Porque este tipo de familia es la piedra angular, es el cimiento de su poder
religioso. La jerarquía católica masculina, y los liderazgos evangélicos machistas,
necesitan de la familia patriarcal para construir y reproducir su poder religioso y su
influencia en las conciencias y en los cuerpos de las personas.

Detrás del discurso de “defensa de la vida y de la familia”, se esconde el interés en


consolidar los privilegios y el poder jerárquico de estos grupos fundamentalistas.
Que los mismos prevalezcan o que, por el contrario, florezca una cultura
democrática fundada en el ejercicio de derechos, depende de cada uno de nosotros
y nosotras.

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