Ya es una epidemia. Católicos y evangélicos conservadores han decidido que sus
valores religiosos condicionen su voto y su activismo político. A nombre de la “lucha contra la ideología de género” tienen tres objetivos concretos: 1) se oponen a los derechos de las diversidades sexuales, 2) se oponen a la despenalización del aborto y 3) se oponen a una educación que apunte a la equidad de género.
Hasta el momento, esta vanguardia religiosa conservadora ha tenido varios éxitos.
En Brasil apuntalaron la destitución de Rousseff, en Colombia consolidaron la victoria del NO a los acuerdos de paz con las FARC. En este país, en Perú y en Centro América, lograron la cancelación de planes educativos orientados a la equidad de género. En Bolivia y en otros países, han retrasado o, incluso, revertido políticas de despenalización del aborto, y de derechos de diversidades sexuales. Han colocado a un presidente en Guatemala, lo están por lograr en Costa Rica, y algunos candidatos religiosos se perfilan en otros países como en Venezuela.
¿Qué es lo que buscan los religiosos conservadores?. Básicamente quieren
“defender” a la familia “tradicional” frente a los avances en la equidad de género. Esta “familia tradicional”, vista por ellos como “natural” y conforme al “modelo original” de Dios, es básicamente heterosexual, en la cual la esposa/madre dependiente del padre/proveedor, está privada de autonomía y de la posibilidad de controlar y regular su propia capacidad reproductiva. Es, en definitiva, la familia patriarcal la que defienden católicos y evangélicos conservadores. ¿Por qué lo hacen?. Porque este tipo de familia es la piedra angular, es el cimiento de su poder religioso. La jerarquía católica masculina, y los liderazgos evangélicos machistas, necesitan de la familia patriarcal para construir y reproducir su poder religioso y su influencia en las conciencias y en los cuerpos de las personas.
Detrás del discurso de “defensa de la vida y de la familia”, se esconde el interés en
consolidar los privilegios y el poder jerárquico de estos grupos fundamentalistas. Que los mismos prevalezcan o que, por el contrario, florezca una cultura democrática fundada en el ejercicio de derechos, depende de cada uno de nosotros y nosotras.