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I.- Introducción:
Cuando se aborda el estudio del derecho romano, entendiendo a este –en sentido estricto-
como el conjunto de normas y principios jurídicos que rigieron la conducta del pueblo romano
desde la fundación de Roma (año 753 a.J.C.) hasta la muerte del emperador Justiniano (año
565 d.J.C.)1, resulta imprescindible adentrarse en la compilación de las leyes y jurisprudencia
romanas ordenada por este último gobernante bizantino, conocida como Corpus Iuris Civilis, no
solo por su notable trascendencia histórica y jurídica, sino porque constituye el antecedente por
antonomasia del derecho moderno universal.
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Esta monumental obra jurídica, realizada en tan solo seis años (527-535 d.J.C.) ha sido,
indudablemente, la que más ha influido en la configuración de las legislaciones modernas. En
sentido, el maestro LUIS RODOLFO ARGUELLO ha expresado con total acierto que “los
grandes preceptos que sirven de base al mundo jurídico moderno son siempre los que los
romanos establecieron y, con toda razón se ha sostenido, a nadie le es permitido repudiar esta
herencia sino al precio de romper con el pensamiento de los juristas, de reemplazar el derecho
por la arbitrariedad o la violencia”. 2
Ello, sin contar algunos principios y conceptos fundamentales, que configuran el basamento
básico de la cultura jurídica occidental, y que son motivo de innumerables citas, tanto en textos
jurídicos, como en reseñas y fallos jurisprudenciales. Así, entre otros, podemos referirnos a la
célebre definición del Derecho que brinda el jurisconsulto Celso como el “arts boni et aequi” (el
arte de lo bueno y equitativo), la bona fides (buena fe), la aequitas (equidad), sin olvidad, los
tres preceptos del derecho (tria iuris praecepta), esbozados por Ulpiano, que resumen los
deberes que el derecho objetivo impone a los individuos: “honeste vivere, alterum non laedere,
suum cuique tribuere” (“vivir honestamente, no dañar a otro, y dar a cada uno lo suyo”).
Probablemente, muchos abogados, juristas, y jueces, en determinado momento de la carrera
de Derecho, hayan visto o estudiado algunos de estos señeros conceptos.
Como ha dicho el romanista español ANTONIO FERNÁNDEZ DE BUJÁN, “el derecho romano,
sin duda, es el que ha alcanzado un mayor grado de perfección en la historia de la humanidad,
tanto desde el punto de vista de la justicia de sus contenidos como el de la técnica y la lógica
perenne de la argumentación jurídica”.4 La máxima expresión de ese derecho se encuentra
contenido en el Corpus de Justiniano. De allí, la importancia de su estudio.
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Nacido en el año 482, en Tauresium, una pequeña aldea ubicada en la región de Iliria (actual
República de Macedonia), en el seno de una familia muy humilde, Flavius Petrus Sabbatius
Justinianus, más conocido como Justiniano, gobernó en lo que se conoce como Imperio
Romano de Oriente entre los años 527 y 565 de nuestra era. Su tío materno, Justino I había
ascendido en el ejército hasta ser nombrado emperador en el 518, pero debido a su avanzada
edad y frágil salud, asoció a Justiniano en el trono en abril del 527, posiblemente luego de
haberlo adoptado –pues no tenía descendencia- para asegurar la sucesión imperial. Ambicioso,
laborioso, y, con talento, luego de unos meses de gobierno con su tío, tras la muerte de este,
finalmente Justiniano tomó en solitario las riendas del Imperio Romano de Oriente, el 1 de
agosto de 527.
Para obtener la reunificación territorial del Imperio, y tras asegurar la frontera oriental
conteniendo a los persas a través de la “Paz Perpetua” arribada en el 532, se lanzó a la
reconquista de los territorios perdidos del Imperio de Occidente, para unificarlo bajo la égida del
gobierno de Constantinopla (sede del Imperio Romano de Oriente), objetivo que logró solo en
parte, gracias a la ayuda de sus brillantes generales Belisario y Narsés. En efecto, el
emperador bizantino recuperó para el Imperio, el norte de África (arrebatado a los vándalos en
el año 534), Italia (de manos de los ostrogodos en el 540), y una parte del sur de España
(arrebatada a los visigodos en el 554), logrando de esta manera, reconquistar los territorios de
las riberas del Mediterráneo casi en su totalidad (a excepción de las costas Marruecos, la
Tarraconense, y la Galia).
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Pero, indudablemente, será en el ámbito del derecho donde Justiniano dejará su huella más
profunda y perenne, al haber ordenado la recopilación de las leyes y jurisprudencia romanas,
incorporándolas en un mismo cuerpo legislativo, el Corpus Iuris Civilis, gracias al cual hoy se
conoce, y se puede hablar de derecho romano.
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La primera parte de este programa compilador, que consistía en la idea de recopilar las leyes,
es decir, las constituciones imperiales entonces vigentes, posiblemente ya estaba en la mente
de Justiniano cuando todavía reinaba su tío Justino (518-527). Por ello, al año siguiente de
haber ascendido al poder, dicta el 13 de febrero de 528, una constitución conocida bajo el
nombre de Haec quae necessario, por ser estas las palabras iniciales de su texto. Por esta
constitución, el emperador designó una comisión presidida por Juan de Capadocia, ex cuestor
del Sacro Palacio8, y compuesta por diez miembros, entre los que figuraban Triboniano, por
entonces magister officiorum9, Teófilo, profesor de derecho en la Escuela de Constantinopla, y
dos abogados, Dioscoro y Presentino, a la que encomendó la tarea de redactar un Código
sobre la base de los precedentes –Códigos Gregoriano, Hermogeniano y Teodosiano10-, y de
las constituciones imperiales dictadas con posterioridad. Este nuevo codex debía eliminar el
uso de aquellos, conteniendo las constituciones que debían estimarse como vigentes. A tales
fines, se autorizó a los comisionados a modificar las constituciones que estuviesen
desactualizadas o faltas de vigencia, reuniendo inclusive varias en una sola, o dividiendo una
en varias, según las necesidades de la época, ya que la obra perseguía una finalidad
esencialmente práctica: facilitar la aplicación del derecho.11
Los comisionados realizaron la tarea asignada en muy poco tiempo, y la obra, conocida como
Novus Iustinianus Codex, o sea Nuevo Código Justiniano fue publicada el 9 de abril de 529,
mediante la constitución Summa rei publicae, que fijaba la entrada en vigor del nuevo código, el
16 de abril de 529. En realidad, fue “nuevo”, como su nombre lo indica, si tiene en cuenta a los
Códigos que les habían servido como antecedentes a la obra, pero dejará de serlo cuando
apenas un lustro más tarde, en el 534, Justiniano lo reemplace por una nueva edición
actualizada, siendo por tal motivo, que esta primera versión no haya llegado hasta nosotros.12
Afirma DE FRANCISCI13, que cuando Justiniano hizo compilar su primer código, no estaba en
sus planes realizar una colección de jurisprudencia, fallida aspiración de su predecesor,
Teodosio II, por lo que la idea de compilar los iura, debió nacer, hacia mediados del año 530, y
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Por la constitución Deo auctore, del 15 de diciembre del 530, Justiniano autorizaba a
Triboniano, ahora cuestor del Sacro Palacio14, a formar una comisión de juristas doctrinales y
prácticos (ya sea profesores de derecho como abogados que ejerciesen su profesión) para
realizar una compilación de los iura, es decir, agrupar en un cuerpo de doctrina jurídica, todas
las opiniones de los jurisconsultos clásicos. Para cumplir la labor encomendada, Triboniano
eligió para que formaran parte de la Comisión, de la que él no solo era su presidente, sino el
alma de la misma, a dieciséis colaboradores, entre los que se contaba a Constantino, que a la
sazón ocupaba el cargo de comes sacrarum largitionum15; dos profesores de derecho de la
escuela de Constantinopla, Teófilo y Cratino; dos de la escuela de Beirut: Doroteo e Isidoro; y
once abogados inscriptos ante el Tribunal supremo imperial, con los cuales se integró el
número de diecisiete miembros.
A esta comisión se le encargó examinar las obras de la juristas clásicos que hubiesen obtenido
el “ius publicae respondendi”, esto es, el derecho de evacuar públicamente consultas jurídicas
con fuerza de ley, privilegio del que gozaron algunos de ellos a partir de la época del Imperio.
Los compiladores tenían amplia libertad para elegir todos los pasajes, contenidos en las obras
de estos juristas, que estimaran necesarios para el conocimiento de las diversas instituciones,
evitando las repeticiones y las contradicciones. Gozaban también de plenas facultades para
retocar o enmendar los textos originales mediante agregados, supresiones, y sustituciones.
Estas alteraciones de los textos clásicos introducidas por Triboniano y sus compiladores, va a
recibir el nombre de interpolaciones, o emblema Triboniani.
Respecto a los juristas cuyas obras se recopilaron para la confección del Digesto, los
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comisionados justinianeos van a ir más allá del límite impuesto por el emperador, es decir,
valerse únicamente de aquellos que hubieran obtenido el ius respondendi, ya que encontramos
los nombres de juristas que no pertenecían a la época propiamente clásica, sino a la de la
República, como Quinto Mucio Scévola, Alfeno Varo y Elio Galo, y, fundamentalmente,
hallamos a un maestro como Gayo, quien probablemente no gozó de aquel privilegio.
Al decir de Justiniano, la obra comprendía nada menos que ciento cincuenta mil líneas, y los
fragmentos que la componían habían sido extraídos de 38 ó 39 juristas –tres de la República-,
según se compute como uno o como dos a los jurisconsultos Venuleio Saturnino y Claudio
Saturnino. Pero no todos los jurisconsultos han sido empleados del mismo en el Digesto, por
cuanto de los 9.142 fragmentos que lo componen, más de dos tercios (6.137) pertenecen a los
juristas cuyos nombres se mencionan en la “Ley de Citas” (Gayo, Paulo, Papiniano, Ulpiano y
Modestino); más de una cuarta parte (2.470) procede de otros siete juristas (Cervidio Scevola,
Pomponio, Juliano, Marciano, Iavoleno, Africano, y Marcelo), y los veintisiete juristas restantes,
solo proporcionaron 538 fragmentos.
Sobre los juristas recopilados, resulta particularmente llamativo, que un tercio de compilación
entera lleva la firma de Ulpiano, y un sexto, la de Paulo. Pero esto no sorprende, si se tiene en
cuenta la calidad, y prolífica obra de ambos juristas, que como se sabe, han sido autores de
comentarios enciclopédicos al derecho civil y honorario (ad Sabinum libri, ad Edictum libri)16.
Cumpliendo las indicaciones del emperador, el Digesto se distribuyó en cincuenta libros, que
siguen el orden del comentario de Ulpiano al Edictum, subdivididos en títulos, salvo los libros
30-32, que trataban sobre los legados y fideicomisos.
Cada título al iniciarse lleva una pequeña leyenda, denominada rúbrica, que indica el tema al
que se dedica (por ejemplo, el título primero del libro primero, la rúbrica dice “De la justicia y el
derecho”). Los títulos se dividen en fragmentos, siendo cada fragmento un texto extraído de la
obra de algún jurisconsulto, dispuestos en un orden que no siempre es rigurosamente
sistemático. Los fragmentos se inician con una inscriptio, breve anotación que señala el nombre
del autor, el título de la obra, y el número del libro de donde fue extraído el texto (por ejemplo,
Gaius libro vicensimo primo ad edictum provinciale = Gayo, en el libro vigésimo primero al
edicto provincial). Finalmente, si el fragmento es muy extenso se divide en párrafos o
parágrafos, numerados correlativamente con la particularidad de que el primero no lleva
número. El segundo es el párrafo uno, y así sucesivamente. El Digesto va precedido de un
Index en el cual figuran las distintas materias ordenadas por orden alfabético, lo cual facilita la
búsqueda.
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De acuerdo a las instrucciones de Justiniano, el Digesto fue dividido en siete partes, para servir
a fines didácticos, siguiendo el esquema de los comentarios al Edicto, a saber: Primera Parte:
Libros 1 a 4, que trata sobre las nociones generales del Derecho, y todo lo referente a la
jurisdicción e introducción a la instancia; Segunda Parte: abarca los libros 5 a 11, que versa
sobre la doctrina general de las acciones, la protección judicial de la propiedad, y de los demás
derechos reales; Tercera Parte: comprende los libros 12 a 19, reproduce las disposiciones del
edicto sobre las cosas; Cuarta Parte: libros 20 a 27, trata de instituciones complementarias de
los contratos, prendas e hipotecas, derecho de familia y tutela; Quinta Parte: abarca los libros
28 a 36, se ocupa de la herencia, legados y fideicomisos; Sexta Parte: libros 37 al 44, trata de
la posesión de los bienes, y el derecho de propiedad, sus limitaciones, y la posesión y acciones
posesorias; Séptima Parte: libros 45 a 50, se ocupa sobre las obligaciones verbales, fiadores,
delitos públicos y privados, penas y las apelaciones en juicio, derecho municipal. Cabe
mencionar que los dos últimos títulos del libro 50 del Digesto agrupan numerosos principios y
reglas de carácter general, bajo las rúbricas De verborum significatione (“Sobre el significado
de las palabras”), el título 16; y De diversis regulis iuris antiqui (“Sobre las diversas reglas del
derecho antiguo”), el título 17, a la sazón, el último del Digesto.
Ha sido siempre objeto de atención, la rapidez con que los compiladores justinianeos
redactaron la obra (menos de tres años). Ello suscitó, entre los estudiosos de principios del
siglo IXX, la duda en torno al orden en que se encuentran agrupados los títulos del Digesto, y
en particular, la duda sobre el método de trabajo seguido por los compiladores para la
ejecución de la obra. Estos interrogantes dieron lugar a la elaboración de diversas teorías,
siendo hoy en día la más aceptada, la publicada en 1818 por el romanista alemán Friedrich
Bluhme, amigo de Savigny.
El estudioso observó que en los títulos del Digesto, los fragmentos estaban distribuidos siempre
en un determinado orden, y que del análisis de ese orden se deduce la existencia de grupos
principales de obras (Bluhme las denomina “masas”) que serían tres, a la que se añadiría un
cuarto grupo de menor importancia. El romanista logró constatar que estos grupos se suceden
uno al otro en cada título, a excepción de algunos títulos, en que sólo figuraban algunos
grupos, o uno sólo.17
El primer grupo, al que llamó “masa sabiniana”, tiene por base los comentarios ad Sabinum de
Ulpiano, Paulo y Pomponio; el segundo, al que denominó “masa edictal”, se abre con los
comentarios ad Edictum de Ulpiano, de Paulo y de Gayo; el tercer grupo, al que llamó “masa
papinianea” tiene como núcleo principal las Quaestiones y las Responsa de Papiniano, a las
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que se agregan, las obras de igual título, de Cervidio Scaevola y de Paulo. Finalmente a estas
masas, sigue un cuarto grupo que comprende trece obras en total, entre ellas, los Digesta de
Scaevola, los varios epítomes de Labeón y algunos escritos de Pomponio; por estar colocado
este grupo al final de la “masa papinianea”, fue denominado “masa postpapinianea”,
llamándose simplemente “Appendice” en la actualidad (a partir del aporte del célebre romanista
Krüger).
Sobre esa división de las obras en grupos o “masas”, Bluhme dedujo que la comisión
compiladora del Digesto, debió dividirse en tres subcomisiones, a cada una de las cuales se
había asignado un grupo de obras correspondientes a cada una de las tres masas. La
subcomisión papinianea, que tenía un número más reducido de obras por examinar, se
ocuparía además de revisar la masa del “Appendice”.18
El manuscrito más antiguo que se conserva del Digesto, es el llamado “Pisano” o “Florentino”
–littera Pisana o Florentina-, denominado así por haber sido custodiado en Pisa hasta 1406, y
trasladado luego a Florencia, donde se halla conservado en la actualidad en la Biblioteca
Laurentina. Este manuscrito original corresponde a la segunda mitad del siglo VI o principios
del VII.
Para dar impulso a esta nueva iniciativa, antes de que los comisionados terminaran con la
compilación del Digesto, Justiniano ordenó a Triboniano, que junto a los maestros de derecho
de Constantinopla, Teófilo y Doroteo, procedieran a la redacción de esta obra, que se
denominaría Instituta o Institutiones, comúnmente llamada “Institutas”.
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Los compiladores dieron término a la obra rápidamente, y puso ser publicada antes que el
Digesto, el 21 de noviembre de 533, con la constitución “Imperatoriam maiestatem” (“De la
majestad imperial”). Según profesa la obra, la misma estaba dirigida a la “cupida legum
inventus”, esto es, a la juventud ávida del estudio de las leyes.
Compuesta la obra por cuatro libros, estos se dividen en títulos, cada uno de los cuales lleva
una rúbrica especial que señala su contenido. Los títulos se dividen, a su vez, en párrafos o
parágrafos. A diferencia de lo que se había practicado en el Código y en el Digesto, los
fragmentos de jurisprudencia clásica recogidos en las Institutas no llevan indicación alguna de
la fuente de donde proceden, y todos ellos fueron fusionados para darle a la obra la apariencia
de una exposición continuada, conforme lo deseado por el emperador.
Siguiendo el plan metódico de las Institutas de Gayo, el primer libro de las Institutas de
Justiniano trata de las personas; el segundo, de las cosas, de la propiedad, de los otros
derechos reales, y de la sucesión testamentaria; el tercero estudia la sucesión intestada, las
obligaciones nacidas de contratos, y la doctrina general de las obligaciones; el cuarto se ocupa
de las obligaciones que nacen de los delitos y de ciertos hechos ilícitos que no son delitos, a
los que la terminología de los comentaristas e intérpretes llamaría cuasidelitos, trata también
del proceso privado, y se cierra con un título sobre los juicios públicos.
Cabe advertir que si bien la finalidad de Justiniano era que sus Instituciones se transformaran
en un manual escolar, quiso también que fueran al mismo tiempo una fuente legislativa, pues
según lo dispuesto por la Constitución Tanta, fijaba su entrada en vigencia, el 30 de diciembre
de 533, al igual que el Digesto.
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En el período comprendido entre la entrada en vigor de la primera edición del Código, en el año
529, y la del Digesto, en el 533, la producción legislativa de Justiniano no mermó. En ese lapso
de cuatro años, se promulgaron numerosas constituciones, con lo que el Novus Iustinianus
Codex quedó desactualizado.
En efecto, antes de realizar la monumental compilación de los iura, que dio origen al Digesto,
en el año 530 publicó la constitución Quinquaginta decisiones, denominada así por ser una
colección oficial compuesta por cincuenta constituciones, con las que el emperador pensaba
resolver las diferencias de opiniones existentes entre los juristas clásicos sobre situaciones
controvertidas de derecho.
Otras constituciones fueron promulgadas para solucionar las incertidumbres surgidas entre los
comisionados durante la compilación del Digesto, y otras tantas para dar respuesta a las
distintas necesidades políticas y administrativas del momento.
Por ello, quiso Justiniano que el primitivo Código, ya atrasado, fuera reemplazado por otro, que
incluyera las nuevas constituciones. A tal efecto, a principios del año 534, luego de la entrada
en vigor el Digesto, encomendó a una nueva comisión, presidida por el inefable Triboniano, e
integrada por Doroteo y tres abogados más: Constantino, Menna y Juan, la redacción de un
nuevo Código, es decir, una nueva compilación de constituciones imperiales, que sobre la base
del anterior, eliminaría las constituciones superfluas o derogadas, corregiría las
contradicciones, y textos de otras para adecuarlos a los principios vigentes.
La nueva edición, realizada por los comisionados en menos de un año, fue publicada por medio
de la constitución Cordi nobis, del 17 de noviembre de 534, para que entrara en vigencia el 29
de diciembre del mismo año con el nombre de Codex Iustinianus repetitae praelectionis. Es
precisamente esta edición la única que nos ha llegado a nosotros, y la que actualmente figura
en las ediciones del Corpus Iuris Civilis.
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Este Código está divido en doce libros, que se subdividen en títulos, cada uno con su
respectiva rúbrica colocada al principio, que indica la materia o el contenido de que se trata.
Cada uno de estos títulos contiene un número determinado de leges o constituciones
imperiales, ordenadas cronológicamente. Cada constitución posee una inscriptio, con el
nombre del emperador que la produjo y del magistrado o persona a quien se dirige la ley, y una
subscriptio, relativa al lugar y fecha de su publicación. Cada ley o constitución imperial, cuando
es muy extensa, se la subdivide en párrafos, de los cuales el primero es el principio (principium)
y luego viene el párrafo 1, 2, etc.
Algunas constituciones están en griego, pero la mayor parte figuran en latín. La constitución
más antigua es del emperador Adriano, y la más reciente corresponde al mismo Justiniano, del
4 de noviembre de 534. Son numerosas las Constituciones de la dinastía de los Severos, y las
del emperador Diocleciano, en particular de los años 293-294.
Las materias del nuevo Código están distribuidas del siguiente modo: el libro I se ocupa del
derecho eclesiástico, de las fuentes del derecho, y de los officia, es decir de las funciones y
deberes de cada uno de los funcionarios imperiales; los libros II a VIII están dedicados al
derecho privado propiamente dicho; el libro IX trata del derecho y del proceso penal; finalmente
los libros X a XII, tratan sobre el derecho administrativo y financiero.
La actividad legislativa de Justiniano no finalizó con la sanción del Código, el Digesto y las
Institutas. En efecto, la labor de la compilación del Corpus Iuris Civilis concluyó oficialmente en
el año 534 d.C. con la publicación de la segunda edición del Código. Por el contrario, a partir
del 535 d.C. continuó legislando activamente hasta su muerte en 565 d.C. Durante este
extenso período el emperador promulgó nuevas constituciones, en un número considerable,
concentrándose la mayor cantidad entre el 535 y el 540 (acaso tuviera que ver esta última
fecha con la muerte de Triboniano, el notable ministro legislador y jurista, acaecida en el año
542), que se conocen con el nombre de Novellae Constitutiones (Nuevas Constituciones), o
simplemente Novellae.
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No obstante la incesante labor legislativa emprendida, el emperador había prohibido que las
nuevas constituciones publicadas se pudieran refundir con la compilación, o que modificaran la
estructura del nuevo Código, pensando en cambio en la posibilidad de publicar una colección
oficial de las Novellae, tarea que nunca se llevó a cabo. Las nuevas constituciones se
custodiaban en los archivos imperiales, siendo publicadas cada seis meses.
La mayor parte de las Novelas está redactada en griego; solo figuran en latín aquellas dirigidas
a las provincias del imperio donde se hablaba esta lengua, y las que trataban cuestiones
atinentes a la actividad de los órganos centrales imperiales. Otras sin embargo, estaban
redactadas tanto en latín como en griego. Al comienzo de toda Novela se indicaban las
circunstancias que habían dado origen a su publicación (proemium o praefatio); su contenido
se dividía generalmente en capítulos, y al final, se agregaban disposiciones que hacían alusión
a su entrada en vigor (epilogus).19
Las Novelas versan por lo general sobre derecho público, derecho eclesiástico, y cuestiones
relativas a los problemas sociales de la época. Algunas de ellas trataron temas de derecho
privado, innovando profundamente en algunas instituciones como el matrimonio (Novela 22), y
la sucesión ab intestato (Novelas 118 y 127).
Después de reconquistar Italia tras vencer a los godos en el año 554, Justiniano accedió a una
petición del Papa Vigilio, para que restaurara el derecho romano en toda la península, y a tal
fin, promulgó una Sanctio pragmática conocida con el nombre de Pro Petitione Vigilii, a través
de la cual estableció que debían tener vigor en toda Italia, no sólo el Digesto, el Código, y las
Institutas, sino también todas las novelas publicadas hasta esa fecha. Se trató de una medida
muy importante, porque habría sido el puntapié inicial para las primeras tentativas de
particulares de realizar colecciones con las nuevas constituciones.
La carencia de una colección oficial de las Novelas, dio pues origen a tres colecciones de
carácter privado. Una de ellas fue la conocida con el nombre de Epitome Iuliani, redactada por
Juliano, probablemente profesor de Constantinopla, y publicada alrededor del año 555, porque
de ese año pertenece la constitución más moderna que incluye la obra. La colección se
compone de resúmenes en latín de 124 constituciones, más precisamente 122, porque dos
aparecen repetidas. La redacción en latín demuestra que la obra estaba destinada a los
profesionales de Occidente.
Otra recopilación o repertorio de las Novelas de Justiniano, se conoció con el nombre de Liber
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La más completa colección de Novelas que se conoce actualmente fue realizada durante el
reinado de Tiberio II (578-582), y contiene 168 Novelas. Corresponden a Novelas redactadas
en griego, y otras en latín con resumen en griego, y 158 pertenecen a Justiniano, y el resto a
sus sucesores, entre ellos, Justino II y el mismo Tiberio II. Atento a que la mayoría de las
constituciones compiladas se encuentran en lengua griega, también se conoce a esta colección
como la de las Novelas griegas.
Según se ha señalado, las varias partes del Corpus Iuris Civilis se dividen del siguiente modo:
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Como también ya se apuntó, el párrafo primero de cada título (en las Institutas), de cada
fragmento (en el Digesto y en el Código) y de cada capítulo (en las Novelas) por lo general va
precedido de un principio o proemio (pr.).
Entre las variadas formas de citar el Corpus Iuris, en la actualidad predomina el modo llamado
“filológico”, que primero designa la obra citada, con abreviatura, y luego enumera las varias
partes de ella, siguiendo un orden correlativo, y de mayor a menor. Con esto se trata –como
bien apunta DI PIETRO20- de evitar los números romanos, más proclives a errores
tipográficos.
Las Institutas suelen abreviarse con una “I”, o con la abreviación Inst., seguida por el número
del libro, del título y del párrafo; ej. Inst. 1.1.pr. (= Institutas, libro primero, título primero, párrafo
o parágrafo del principio o proemio). Si se quisieran citar varios párrafos, se utilizarán comas,
por lo quedaría del siguiente modo: Inst. 1.1.pr., 1,2,3 (= Institutas, libro primero, título primero,
párrafos del principio, uno, dos, y tres).
El Digesto se puede abreviar con una “D”, o con la abreviación Dig., seguida por el número del
libro, del título, del fragmento, y del párrafo; ej. D. 41.2.1.3 (=Digesto, libro cuadragésimo
primero, título segundo, fragmento primero, párrafo tercero). Otro ejemplo: D.1.1.1.pr. (=
Digesto, libro primero, título primero, fragmento primero, párrafo del principio o proemio).
El Código se cita con la letra “C” mayúscula, indicando a continuación el número del libro, del
título, del fragmento (o constitución), y del párrafo; ej. C. 5.53.2.1 (= Código, libro quinto, título
quincuagésimo tercero, fragmento segundo, párrafo primero).
Finalmente, las Novelas se citan con la letra “N” mayúscula o con la abreviación Nov., seguida
del número de la novela en cuestión, del número del capítulo y el del párrafo; ej. Nov. 22.19.1
(= Novela veintidós, capítulo diecinueve, párrafo primero).
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Después de la muerte de Justiniano, el Corpus Iuris Civilis, su gran obra compiladora, no
quedaría relegada en el campo de la arqueología jurídica, sino que sobrevivió en Oriente, e
incluso en Occidente, después de la caída de Roma a mano del rey germánico Odoacro en el
año 476 d.C.
En Oriente, la vigencia de los principios del Derecho Romano contenidos en el Corpus Civilis,
se extenderá en Constantinopla, la Segunda Roma, hasta la caída de la ciudad en el año 1453
d.C. en poder de los turcos otomanos.
En Occidente, la caída de Roma no significó la desaparición del derecho romano. Los bárbaros
reconociendo las bondades de éste derecho lo incorporaron a sus propias costumbres a través
de las leyes romano-bárbaras elaboradas a partir del siglo V.
A partir del siglo XII se produjo un resurgimiento total de los estudios romanísticos, gracias al
redescubrimiento del texto completo del Corpus Iuris Civilis, cuyo epicentro se ubicó en el seno
de la Universidad de Bolonia, donde un grupo de profesores y juristas de abocaron a estudiar
con empeño y entusiasmo los textos de dicha recopilación, en base a un método exegético, lo
que dio origen a la Escuela de los Glosadores. La labor de estos estudiosos, continuará más
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tarde, en el siglo XIV, con otra pléyade de eruditos que se agruparon en la escuela conocida
como Comentaristas o Post-glosadores, entre los cuales brilló el gran Bartolo de Sassoferrato
(él sería el máximo artífice del Derecho Romano Común); pero el método empleado para el
análisis del Corpus ya no sería el exegético sino el escolástico.
Desde allí, el Derecho Romano, con el Corpus de Justiniano como emblema, transitó una
verdadera etapa de oro, que lo llevó a convertirse muy pronto en el derecho común europeo.
Sus principios serán tomados como base para las grandes leyes medievales europeas (basta
con citar las famosas Siete Partidas del siglo XIII, redactadas bajo la dirección personal de
Alfonso X el Sabio, rey de Castilla).
Existieron otras escuelas, como la de los humanistas franceses del siglo XVI (entre los que van
a descollar Jacques Cujas o Cujaccio, tan citado por Vélez Sarsfield en su Código, y Hugo
Doneau o Donelo), la de los iusnaturalistas de Grocio y Puffendorf, la llamada Escuela Histórica
fundada por Gustavo Hugo, profesor en la Universidad de Gotinga, movimiento en el que va a
imponerse la figura de Federico Carlos de Savigny, y la Pandectística alemana, que estudiaron
las fuentes jurídicas romanas pero desde ópticas diferentes y con modos de pensamiento
propios de cada una de ellas. Sin embargo, mención especial merecen las dos últimas que van
a prender con gran éxito en Alemania por factores que indefectiblemente así lo posibilitaron.
Uno de ellos, sino el más importante, fue que partir del año 1495 se produjo la recepción del
Derecho Romano en el imperio germano (“die Rezeption”) que va a triunfar frente al pobre y
desigual desarrollo del Derecho nacional. En virtud de esta recepción, el Corpus Iuris
justinianeo va a constituir el derecho positivo en los distintos estados germánicos, es decir, el
aplicado por todos los jueces para la solución de los litigios. Esto funcionó así hasta el año
1900, en que sancionó el Código Civil Alemán (el Bürgerliches Gesetzbuch, o de modo
abreviado el B.G.B.).
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La tradición jurídica romana no se detuvo allí, sino que siguió su extenso camino a pasos
agigantados transformándose a partir del siglo XVIII, y fundamentalmente en el XIX, en fuente
inagotable de numerosos Códigos civiles, no solo europeos, sino también latinoamericanos,
cuyos autores apreciaron de modo llamativo y en forma considerable su gusto y predilección
por las reglas, principios, e instituciones del Corpus de Justiniano. Cabe destacar que los
codificadores sudamericanos más representativos, como Andrés Bello, Augusto Teixeira de
Freitas, Dalmacio Vélez Sarsfield, fueron ínclitos romanistas, de allí, que los principios del
Derecho Romano se hayan mantenido vivos en los códigos de Chile, Brasil, Argentina, pero
también en los de Ecuador, Uruguay, Colombia, Paraguay, y prácticamente en todos los demás
códigos de Latinoamérica. En el caso nacional, Vélez Sarsfield cita profusamente la
compilación justinianea en su Código Civil, por cuanto la conocía perfectamente debido a su
notable formación romanista. Por otra parte, muchas de las fuentes materiales de las que se
valió nuestro codificador, se habían nutrido en forma considerable de la obra de Justiniano,
como es el caso de Savigny, autor del “Sistema del Derecho Romano actual”, y del brillante
jurista brasileño Teixeira de Freitas, conocedor profundo de las instituciones romanas.
El Corpus Iuris Civilis constituye indudablemente la obra jurídica más importante de Occidente,
y no en vano ha sido considerada la fuente de derecho por excelencia de todos los tiempos.
Definida la compilación de Justiniano como una gran obra de mosaico literario23, gracias a ella
conocemos en gran parte hoy en día el Derecho Romano. Su importancia se acrecienta por
cuanto la mayoría de las legislaciones positivas siguen nutriéndose de las enseñanzas jurídicas
romanas transmitidas por el Corpus Iuris. De esta monumental obra de derecho provienen los
términos más usuales como “persona”, “obligación”, “acreedor”, “deudor”, “contrato”,
“posesión”, propiedad”, “dominio”, “usucapión”, “usufructo”, y otros tantos, utilizados
cotidianamente en el tráfico jurídico actual.
Por ello, resta por decir que el Corpus Iuris Civilis ha logrado trascender y perdurar a través de
los siglos, transmitiendo un paradigma vivo en la formación legal y en la cultura jurídica actual.
Seguramente este sea, el legado más valioso y perenne que nos ha dejado Justiniano.
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1 Este sentido estricto del Derecho Romano no significó que finalizara luego de la muerte del
emperador Justiniano. En el Imperio Romano de Oriente continuará su vigencia a través
disposiciones legales, escritos doctrinarios o recopilaciones. Esta labor durará hasta la caída de
Constantinopla, su capital, en el año 1453 d.C. en manos de los turcos otomanos. Y también se
prolongará su vigencia en el mundo occidental, a pesar de la caída de Roma en el año 476 d.C.
en poder de las tribus germánicas, gracias a los nuevos estudios realizados por la escuela de
los glosadores (siglo XII) y post-glosadores o comentaristas (siglo XIV), convirtiéndose durante
mucho tiempo en el “Derecho Común” de las naciones europeas, e influyendo más tarde en la
tarea de codificación iniciada en el siglo XVIII, y continuada en los tiempos actuales. (DI
PIETRO, Alfredo, Derecho Romano Privado, Depalma, Buenos Aires, 1996, p. 17)
2 ARGUELLO, Luis Rodolfo, Manual de Derecho Romano, Editorial Astrea, Tercer Edición,
Buenos Aires, 2002, p. 5
4 FERNANDEZ DE BUJAN, Antonio, Derecho Público Romano, Editorial Civitas S.A., Madrid,
España 1996, p. 17
5 El monofisismo es una doctrina teológica que considera que Jesucristo sólo tiene una
naturaleza, la divina, en tanto que la humana se pierde, siendo absorbida por aquella. Por el
contrario la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa sostienen que en Jesucristo existen las dos
naturalezas, divina y humana, sin separación y sin confusión.
7 DE FRANCISCI, Pietro, Síntesis Histórica del Derecho Romano, Editorial Revista de Derecho
Privado, Madrid, 1954, p. 697
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8 El cuestor del Sacro Palacio (quaestor sacri palatii), era el consejero supremo en materia
jurídica del emperador, a quien asistía tanto en la creación de las leyes como en las sentencias
jurisdiccionales.
9 El magister officiorum era un alto funcionario dentro de la administración central del Bajo
Imperio Romano, cumpliendo funciones de Canciller o Secretario general, y gozando de los
amplios poderes en todas las cuestiones cercanas al emperador.
11 VOGEL, Carlos Alfredo, Historia del Derecho Romano, Editorial Perrot, Buenos Aires, 1977,
p. 273
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