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Comentario del San Juan 20:19-31

Violeta Rocha Areas | 0 Comments

Esta sección del evangelio de Juan nos coloca frente a las reacciones de los discípulos ante el testimonio de la resurrección
que da María Magdalena. El relato coloca algunos elementos que nos permiten palpar el trauma y el drama que viven como
grupo. Al mismo tiempo es el desenlace después del anuncio de María Magdalena y nos presenta la tradición de las
apariciones de Jesús a sus discípulos, a quienes ahora llama “hermanos” (Jn 20:17), en dos momentos que nos permiten
profundizar en algunos elementos teológicos determinantes para Juan, y que nos abren la posibilidad de reinterpretarlos
hoy, a la luz de nuestras propias experiencias y contextos.
Los exegetas Mateos y Barreto1 han delimitado esta perícopa en tres partes: “La Nueva Pascua: Creación de la Comunidad
Mesiánica” (vv.19-23); “Tomás: La Fe de los que No Hayan Visto” (vv.24-29); y los versos del 30 al 31, como un “Colofón
de la Vida de Jesús.” Haremos uso de esta estructura para comentar el texto, porque varios elementos en la perícopa
anterior (vv.1-18) y en esta, nos dan señales de un nuevo comienzo, de una nueva creación. Es en realidad un tema
recurrente en el evangelio de Juan.
Comentario
Vv. 19-23: La temporalidad es un elemento que da continuidad respecto de la perícopa anterior. Se reitera el señalamiento
de que se trata del primer día de la semana (20:1.19), pero ya no es el amanecer, sino el fin de la tarde, el principio del
anochecer.2
El espacio es otro; es indeterminado y lo determinaremos como la “casa” a puertas cerradas (no sólo con llave, sino con
tranca), por temor a los judíos (v. 19). El indicio de las puertas bien cerradas (v. 19) nos hace pensar que era una casa;
esta situación se repetirá en el v. 26. El sentimiento de miedo ya lo encontramos en Jn 7:13 y Jn 19:38, lo que indica el
medio hostil en que viven el seguimiento. Estaban reunidos todos los discípulos, excepto Tomás. En esa primera aparición
o presencia del Resucitado a este grupo, él se coloca en medio de ellos. Este detalle es importante, porque es muestra de
una visibilidad total. El saludo de Jesús en el v. 19b "Paz a vosotros," que se repite en el v. 21, adquiere mucho sentido
para una comunidad agitada por la pérdida, el miedo y también por el anuncio de María Magdalena, que ha visto al Señor.
El Resucitado muestra sus manos y su costado herido, después del saludo de paz, y esto llena de alegría a los suyos
(echaresan es el verbo en el original griego del v. 20 que la versión Reina Valera 1995 traduce como “se regocijaron”). Esta
alegría ya ha sido anticipada en Jn 16:20-22 y Jn 17:13: la tristeza se volverá gozo y ese gozo será perfecto. Tres
acciones se destacan en este encuentro del Resucitado con sus discípulos: el doble saludo de paz, la muestra de las
marcas del crucificado, y el envío seguido del soplo para que reciban el Espíritu Santo (v. 22). De las palabras “a
quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (v. 23) destacamos
el uso en el original del verbo griego aphiémi que la versión Reina Valera 1995 traduce como “perdonar.” Este verbo, que
es usado en Juan en quince ocasiones, significa distanciamiento o separación de un lugar, de la actividad de otro, producir
una situación que deja solo a alguien, o dejar algo a alguien cuando uno toma distancia. En el caso de nuestro versículo
tiene el sentido de dejar libre a alguien, declararlo libre.
Vv. 24-29: La segunda aparición a sus hermanos se da ocho días después, o sea, en el siguiente domingo. Jesús aparece
en la casa, aunque las puertas están cerradas, y notemos que, a diferencia de la primera aparición de Jesús a los
discípulos, no se menciona que tengan miedo de los judíos como en v.19. Nuevamente Jesús se coloca en medio de ellos,
y les da la paz. Esta vez están todos, hasta Tomás llamado el Mellizo (“Dídimo” lo llama la versión Reina Valera 1995,
transliterando el original griego). Ya los otros discípulos han contado a Tomás que habían visto al Señor, coincidiendo
también con el testimonio de María Magdalena, que lo vio primero. El v. 25b nos cuenta lo que piensa Tomás, y por eso
es comprensible que Jesús le muestre sus manos y lo invite a tocar sus heridas y palpar su costado, diciéndole “no seas
incrédulo, sino creyente” (v. 27). Surge así la confesión de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (v. 28), que da lugar en boca
de Jesús a la bienaventuranza “bienaventurados los que no vieron y creyeron” (v. 29).
Es el evangelio de Juan que nos introduce a Tomás llamado el Mellizo, para llevarnos al punto crucial del testimonio y de
la fe. Marcos y Lucas apuntan más bien a la incredulidad de los discípulos al mensaje de las mujeres. ¿Por qué no cree
Tomás en el testimonio de sus hermanos? ¿Qué quiere representar la comunidad joanina a través de este personaje?
Wikenhauser responde a estas preguntas con una propuesta que nos parece acertada “Con esta solemne profesión de fe
de Tomás, el cuarto Evangelio alcanza su punto culminante en el aspecto teológico, y llega a lo que es su conclusión
primitiva.”3 Podríamos agregar que Tomás nos invita a comprender mejor la fe, a partir del testimonio del quehacer de
Jesús y de otros y otras que nos han precedido. Ya no como testigos oculares, sino por la fe y la experiencia con el
Resucitado. La bienaventuranza de Jesús al respecto de quienes no vieron y creyeron, nos alcanza a muchas y muchos.
Vv. 30-31: Este cierre de la perícopa que nos ocupa hace hincapié en las otras señales/signos que hizo Jesús en presencia
de los suyos (v. 30). Una clave de lectura para el evangelio de Juan son las señales, signos o “milagros” en este evangelio.
Se habla de siete señales/signos a través del libro, compuesto además por una serie de discursos de Jesús. No deja de
llamar la atención que encontramos expresiones parecidas a “muchas otras señales” (v. 30) en Jn 12:37 (“tantas señales”)
y en Jn 21:25 (“otras muchas cosas”).
Se pone énfasis en que podamos llegar a creer por las cosas “que se han escrito” (gegraptai en el original griego), y en
que unidos a Jesús podamos tener vida. El título cristológico que se da a Jesús como Mesías (“Cristo”) e Hijo de Dios tiene
mayor fuerza después del encuentro con Tomás y su confesión de fe. Para el autor del libro, este título tiene especial
importancia, y es confirmado en la relación filial tan íntima con el Padre.
Pistas Hermenéuticas para la Predicación
Nueva comunidad, que se constituye al colocarse Jesús en medio de ella. Si bien el dolor y el duelo les envuelven, la
cercanía de Jesús y su visibilidad en medio de ellos/as, genera cercanía, comunión y circularidad. Esta nueva comunidad
se verá totalmente conformada alrededor de Jesús vivo y presente, el que fue crucificado y ahora ha resucitado.
Saludo de la paz, ¡qué importantes y tan necesarias son las expresiones de paz! El saludo de Jesús, que es usual,
adquiere singular vitalidad en el contexto de la resurrección. Les comunica su paz, expresada también en Jn 14:27 y 16:33.
¡Cómo apreciamos la paz en situaciones en que el miedo y la desesperanza nos agobian!
La misión, es dada por Jesús con el soplo del Espíritu Santo. El envío es dado de una manera sencilla y práctica. Así
como él fue enviado por el Padre, el Resucitado envía a los discípulos. La nueva comunidad a la que nos ha llamado el
Resucitado, se alimenta y vive de la misión desarrollada en este mundo quebrado por el dolor.
Testimonio de fe, ver nos hace testigos; incluso el creer sin ver nos hace bienaventurados/as. La fe es sustentada en la
cotidianidad de la convivencia con el Resucitado y su amor por la justicia. Por eso la dimensión del perdón toca
profundamente la humanidad de mujeres y hombres. Pecar es constituirnos en partícipes de las injusticias, y cometerlas.
La fe pasa también por la posibilidad de la redención y de la transformación del entorno.
Domingo 8 de abril de 2018
2º Domingo de Pascua, Dionisio (s. II)
Dionisio, Constanza
Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda
tomar contra ella la institución judía. Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto
cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos
están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje
de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia
de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil. Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que
es el centro de la comunidad- aparece en medio, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.
Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son
ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían
miedo a la muerte que podrían infligirles "los judíos", ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica. El efecto
del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en alegría).
Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida
Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a
hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que
los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida,
o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la
sociedad.
Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16),
que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el
Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida.
Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos,
meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia
del pasado. Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en
mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión
evangélica de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban
Señor, siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar
al ser humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..
Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para
todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su
presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando
experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de
amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de
pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como
expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).
Comentario del San Juan 20:19-31

Gilberto Ruiz | 0 Comments

Pascua es la temporada más alegre en el calendario de la iglesia.


Las iglesias se adornan maravillosamente con flores y los servicios de adoración rebosan de alabanza, gratitud y música
muy animada. En medio del ambiente festivo de Pascua, es fácil olvidar lo difícil que puede ser tener fe. No todas las
temporadas de nuestras vidas están llenas de alegría y celebración.
Juan 20:19-31 ocurre dentro de un contexto pascual. El pasaje relata las experiencias de los discípulos en presencia de
Jesús resucitado, el Jesús a quien la iglesia celebra durante la Pascua. Pero la manera en que relata estas experiencias
evidencia que la fe en Jesús resucitado no significa solamente tener la fe en que Jesús ha resucitado durante la temporada
pascual. Significa también que debemos entender que esta fe es un proceso que se enfrenta a dificultades y que requiere
renovación continua por toda la vida de uno.
Al comienzo de este pasaje, encontramos a los discípulos encerrados en una habitación “por miedo de los judíos” (v. 19).
El evangelio de Juan presenta a los líderes judíos como los enemigos principales de Jesús durante su vida, pero no está
claro por qué razón los discípulos temían a estas autoridades ahora que Jesús ya no estaba. La atención de los líderes
judíos se centró en Jesús, y según ellos, ya no había que preocuparse por él. El detalle de que los discípulos están con
miedo parece estar dirigido más que nada a la comunidad joánica, que probablemente experimentó alguna persecución
por parte de vecinos judíos que no aceptaron a Jesús como el Mesías. Saber que también los discípulos tenían que tener
cuidado con las autoridades judías quizás les daba a los miembros de la comunidad joánica un sentido de solidaridad con
los discípulos y ánimo para mantener su fe.
A pesar de que las puertas están cerradas, Jesús revela su presencia entre los discípulos. Es una presencia marcada por
la paz (v. 19) y por vida nueva en el lugar de las marcas de la muerte en sus manos y su costado (v. 20). La presencia de
Jesús convierte el miedo de los discípulos en alegría. Como lo hacemos nosotros y nosotras hoy en día durante la
temporada de Pascua, los discípulos “se regocijaron” ante la presencia de Jesús resucitado (v. 20).
Pero en este momento vemos que Jesús entiende que este espíritu de alegría se puede desteñir. Él les ofrece la paz por
segunda vez (v. 21). La primera oferta de paz fue en respuesta al miedo de los discípulos. Esta segunda oferta se presenta
como una respuesta a la alegría de los discípulos. La implicación para los creyentes cristianos y las creyentes cristianas
es que la paz de Jesús penetra la vida entera del discípulo, tanto en los tiempos buenos como en los malos. No siempre
vamos a experimentar temporadas de alegría en nuestras vidas, y este relato del cuarto evangelio nos recuerda que la paz
de Jesús está ahí para nosotros y nosotras en todos los tiempos.
Jesús les otorga a los discípulos el Espíritu Santo (vv. 22-23). Para ser más precisos, Jesús sopla para darles el Espíritu,
recordándonos el acto de Dios cuando sopló “aliento de vida” en la nariz de Adán (Gn 2:7). La entrega del Espíritu a los
discípulos también nos recuerda la entrega que hizo Jesús de su espíritu desde la cruz (Jn 19:30). De nuevo, la imagen es
la de un Espíritu Santo que está presente en la comunidad cristiana en los momentos de la vida nueva (la creación de
Adán) y en los momentos de sufrimiento y muerte (la cruz). Es un Espíritu que puede acompañar a los miembros de la
comunidad durante todas las etapas de la vida.
El relato de la incredulidad de Tomás (vv. 24-28) es el incidente más conocido de este pasaje. Tomás no estaba presente
cuando Jesús se les apareció a los discípulos por primera vez según los vv. 19-23, y cuando se le dijo lo que había ocurrido,
él insistió en que no iba a creer hasta que no viera a Jesús por sí mismo y tocara las marcas de muerte que Jesús les
mostró a los otros discípulos.
Tenemos la tendencia de ver la demanda de Tomás negativamente, pero desde el punto de vista del cuarto evangelio,
querer ver no es en sí mismo algo malo, y de hecho puede ser parte del proceso para llegar a la fe en Jesús. 1 Según Juan,
la creencia basada únicamente en haber visto los milagros de Jesús es inferior (2:23-25), pero la creencia basada en haber
visto a Jesús en su gloria es una respuesta deseable al encuentro con Jesús (1:14, 34). Incluso aquí, en este pasaje,
vemos que cuando los discípulos le dicen a Tomás lo que ha sucedido, lo formulan en términos de haber visto al Señor (v.
25). El deseo de ver a Jesús que tiene Tomás es entendible y las palabras de Jesús en el v. 29 no necesariamente señalan
que Tomás haya hecho algo malo.
Además, después de ver a Jesús resucitado, Tomás realiza una confesión cristológica más completa que la de cualquier
otro personaje del Evangelio (aparte de Jesús) con su exclamación: “¡Señor mío y Dios mío!” (v. 28). En el prólogo del
cuarto evangelio, el narrador equipara a Jesús con Dios (1:1) y Jesús hace varias declaraciones que proclaman su igualdad
con Dios (p.ej. 5:17-18; 10:30). Pero aquí, al final del evangelio de Juan (muchos eruditos creen que el cuarto evangelio
originalmente se terminaba en 20:31), un seguidor de Jesús que ha visto y presenciado la obra de Jesús en el mundo
durante su ministerio, llega a la creencia completa en Jesús como Señor y Dios. Lo que esto nos muestra es que la creencia
en Jesús no significa sólo estar convencidos y convencidas de que Jesús es Señor en un cierto momento, sino que es un
proceso continuo que con el tiempo se puede expresar de manera más plena y completa.
El proceso de maduración en la fe también es el tema de los últimos versículos de este pasaje (vv. 30-31). El propósito del
evangelio de Juan se revela en el v. 31. Pero determinar el propósito preciso intentado por el v. 31 ha sido un tema de
mucho debate, a causa de que la evidencia textual nos da dos posibilidades para la frase en que se revela el objetivo del
Evangelio (“para que creáis,” dice la versión Reina Valera 1995). Una posibilidad es traducir que el Evangelio fue escrito
para que podamos “llegar a creer” y la otra posibilidad es traducir que el propósito del Evangelio es que podamos “seguir
creyendo.”
La primera opción presenta al evangelio como un folleto misional para convertir gente al cristianismo, mientras que la
segunda opción significa que la intención del Evangelio es mantener y reforzar la fe de los que ya creen en Jesús. Si la
segunda opción (“seguir creyendo”) señala la intención real del evangelio (y yo pienso que sí lo hace), entonces se nos
estaría mostrando que el evangelio entiende que la relación entre el creyente y Cristo es una relación que requiere una
continua renovación y edificación.
Así que está muy bien que celebremos nuestra fe en Jesús resucitado con gratitud y alegría durante esta temporada de
Pascua, pero debemos reconocer también que nuestra fe en la resurrección es un proceso que va más allá de la alegría
que sentimos en la Pascua. No sólo tenemos momentos de alegría en nuestra relación de fe con Dios. Como les pasó a
los discípulos, también nosotros y nosotras tenemos momentos de miedo, incredulidad y duda. Pero el poder de nuestra
fe en la resurrección es la insistencia en que la paz de Jesús y el don del Espíritu Santo permanecen con nosotros y
nosotras siempre y en todo momento y a pesar de todo.
Domingo 8 de abril de 2018
2º Domingo de Pascua, Dionisio (s. II)
Dionisio, Constanza
Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda
tomar contra ella la institución judía. Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto
cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos
están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje
de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia
de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil.
Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que es el centro de la comunidad- aparece en medio, como
punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.
Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son
ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían
miedo a la muerte que podrían infligirles "los judíos", ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica.
El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá
en alegría). Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para
dar vida
Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a
hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que
los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida,
o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la
sociedad.
Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16),
que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el
Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida.
Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos,
meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia
del pasado.
Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión evangélica
de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban Señor,
siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar al ser
humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..
Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para
todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su
presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando
experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de
amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de
pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como
expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).

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