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Meditación en la tradición teosófica

Ricardo Llaves

A menudo me ha tocado oír, de parte de miembros de la Sociedad Teosófica, la


queja sobre la falta de orientación en la vida cotidiana de las logias sobre la meditación,
teniendo en cuenta que ésta, junto con el estudio doctrinal y el servicio, se presentan como
la triple vía del trabajo teosófico. Se habla harto de ella, pero no se enseña cómo
practicarla. Algo de cierto puede haber en el hecho de que muchas logias no implementan
un adecuado espacio para la instrucción y práctica meditativas, así como se hace por
ejemplo para el estudio doctrinal con los “cursos básicos de teosofía”, por lo que los
miembros interesados en la práctica de la meditación tienen que ir a buscar su enseñanza en
otras escuelas filosóficas, religiosas o esotéricas, en las que este asunto está más
formalizado, con lo que se corre el riesgo de que, si bien aprenden a meditar, lo hacen en
direcciones que a veces no son las más compatibles con la filosofía teosófica.
En esta el asunto de la meditación no es algo relativo solo a una técnica o conjunto
de técnicas (de respiración, de relajación, de concentración, de visualización, etc.), sino
sobre todo a un particular punto de partida, la intención con la que aquella ha de realizarse,
la “recta visión”, el por qué y el para qué, que en este caso tiene una motivación altruista:
contactar un estado superior de conciencia desde el cual la unidad de vida, piedra básica de
la teosofía, se experimenta, no solo como un concepto filosófico, sino como una realidad
vivencial. Por diversas técnicas que tienen como base el afinamiento de la percepción, se
accede a ese nivel profundo, unitario y dinámico del ser, desde el cual se derivan, en última
instancia, la visión y la ética teosóficas.
Una vez vislumbrado dicho nivel profundo, conceptos como Vida Una, Espacio o
Vacío, así como sus concomitantes éticos, como el desapego y la fraternidad universal, se
transforman, de ideas sublimes pero externas, en objetos de creciente experiencia personal.
La acción teosófica se cumple, no por imposición u obligatoriedad, no siguiendo un código
externo, por más sublime que sea él o su fuente, sino de forma natural, acorde con esa
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energía profunda que se ha contactado, y que en jerga teosófica denominamos el “Yo


Superior”1.
De este modo, cuando el teósofo medita no lo hace para sentirse bien, relajado,
aunque esto también ocurra, o para lograr un estado desde el cual pueda seguir la vida
mundana en mejores condiciones, sin tanto estrés, y tener logros personales, como ofrece
buena parte del supermercado espiritual contemporáneo, sino para activar un
autoconocimiento que se traduce en acción espontánea a favor de esa Vida Una que ha
logrado atisbar y cuya percepción debe continuar afinando para estabilizarla, una Vida Una
de expresión múltiple: humana, animal, vegetal, mineral, estelar… Se trata del cultivo de la
intuición, Buddhi, un principio impersonal, que junto con Atma, conforman, en la
presentación teosófica, ese llamado “Yo Superior”. Al decir de I.K. Taimni: “Su despertar
no es una cuestión de juntar o construir algo, sino de afinar el poder de percepción, para
que pueda derrumbar la selva de ilusiones que oscurecen nuestra visión espiritual” (Vida
espiritual y percepción).
Sobre este autoconocimiento, Blavatsky escribió: “La condición primera para
obtener auto-conocimiento es llegar a estar profundamente consciente de la ignorancia,
sentir con cada fibra de nuestro ser que uno está incesantemente autoengañado. El segundo
requisito es la aún más profunda convicción de que tal conocimiento –intuitivo y certero-
puede obtenerse por esfuerzo. El tercero y más importante es la indomable determinación
de obtener y enfrentar ese conocimiento. El autoconocimiento de esta clase es inalcanzable
por lo que los hombres llaman usualmente ‘autoanálisis’. No se alcanza por razonamiento
o por algún proceso cerebral, ya que es el despertar a la consciencia de la naturaleza divina
del hombre. Obtener este conocimiento es un logro mayor que dominar los elementos o que
conocer el futuro” (Lucifer, Vol. I, p. 83).
Nótese en esta cita que el punto de partida para el autoconocimiento es
aparentemente negativo: reconocer nuestro estado cotidiano de ignorancia, de autoengaño
en relación con nuestras condiciones habituales de vida, o, como lo presenta otro maestro
espiritual, G. I. Gurdjieff, comenzar a darnos cuenta de que vivimos “dormidos”, presos del

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Sé que la expresión “Higher Self”, traducida por los primeros teósofos españoles como “Yo Superior”, no
gusta mucho a nuevos traductores, que prefieren el “Sí-Mismo Superior”. Sin embargo, la expresión, aparte
de más simple e inteligible, ya se ha impuesto en el mundo hispánico, por lo que la adopto.
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mecanismo físico-emocional-mental que llamamos “yo”, con el que nos identificamos, y


que ahora ha de ser desarticulado por influjo del verdadero y atento Yo.
Tenemos entonces que despertar, activar el Buda que ya somos, pero que yace
dormido bajo el peso de la costumbre samsárica. Después de todo, ¿no significa la palabra
“buda” el despierto? Hay que siquiera atisbar, en un primer esfuerzo de distanciamiento, en
una aplicación inicial del discernimiento, el estado ilusorio (“mayávico”, diría H.P.B.) en
que nos movemos (o que nos mueve, pues creyéndonos titiriteros, casi siempre somos más
bien los títeres), y que tiene como consecuencia el sufrimiento constante que padecemos,
propio y ajeno. No en balde la primera “noble verdad” del budismo es justamente esta:
reconocer la condición sufriente de la vida cotidiana, no como producto de un castigo, de
un pecado original o de una caída metafísica, sino debido a la ignorancia de nuestra
naturaleza esencial, luminosa y vacía, “atma-búddhica”.
El reconocimiento de nuestra condición habitual de ignorancia y dolor no nos
paraliza ni nos deja inmersos en un mundo pesimista, sino que va acompañado, en un
segundo momento, de la convicción de que tal estado es superable, de que hay un camino
para ir más allá de él y lograr ese conocimiento cósmico que nos hermana con toda vida. Y
no solo que existe ese camino, sino además, y algo muy importante: que nosotros somos
capaces de recorrerlo. Esto corresponde a la cuarta verdad del budismo, tras reconocerse el
carácter sufriente de la vida ilusoria: hay un sendero para dejar atrás tal condición
engañosa. Aquí Blavatsky introduce el elemento, no de deseo, sino de voluntad, no
egocéntrica, sino descentrada, con vocación de totalidad, para iniciar la marcha liberadora.
En este sentido, como ella señala en otra parte: “La espiritualidad no es lo que
entendemos por palabras como ‘virtud’ o ‘bondad’. Es el poder de percibir las esencias
espirituales, sin formas”, y esto solo se logra por esa atención relajada y penetrante, tanto
que, paulatinamente, se logra acceder a dimensiones impersonales y sin forma, propias de
Buddhi, esto es, el ámbito de la intuición. El Yo Superior (Atma-Buddhi) no puede ser
conceptualizado mediante una forma o imagen, por más elevadas que sean, sino que
meditar en él significa el intento por elevar la mente a una dimensión sin forma, “arúpica”,
apenas compatible metafóricamente con el espacio o la luz o incluso la oscuridad. Por esto
es que nociones como “Consciencia Pura Absoluta”, “Espacio Abstracto Absoluto” o
“Totalidad Infinita” vienen al caso en las horas de meditación y pueden funcionar como
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trampolines para saltar al vacío de la plenitud sin forma, que personalizamos con la
expresión “Yo Superior”, pero que en realidad es un No-Yo, o un Nosotros Todos. En este
sentido, meditar no es reflexionar, pensar en ideas o conceptos sublimes, o favorecer
emociones grandiosas, o imaginar paisajes metafísicos (“No se alcanza por razonamiento o
por algún proceso cerebral”, al decir de HPB): hay que ir más allá de la sensación, de la
emoción, del pensamiento y de la imaginación y más bien activar la totalidad de un espacio
cognoscente sin forma.

Posterior a Blavatsky, hay toda una literatura teosófica relativa a la práctica de la


meditación, que puede resultar muy útil a los principiantes y no tan principiantes, como
libros y artículos de Clara Codd, de J.W. Wedgwood, de Geoffrey Hodson, de Katherine
Beechey, de Sri Ram o de I.K. Taimni, entre los más conocidos, aunque teniendo en cuenta
que no siempre coinciden con las propuestas originales de Blavastky sobre lo que es la
meditación, esto es, contacto con el espacio intuitivo y sin forma del Yo Superior, el “Dios
dentro de nosotros”, tal como lo llama en La clave de la teosofía. Recientemente Pablo
Sender ha intentado sistematizar estas diversas aproximaciones para caracterizar un
“sendero teosófico de meditación”, que incluiría diversos métodos, entre estos: sobre
conceptos espirituales, sobre virtudes, sobre la Vida Una, sobre cuerpos sutiles, etc. Lo
anterior muestra que hay toda una tradición meditativa y muy variada en la literatura
teosófica, adaptable a los distintos niveles de los practicantes, desde la que trabaja con
formas y conceptos, hasta la que favorece más bien lo no formal, lo unitario y lo espacial,
desde lo dualista (sujeto/objeto) hasta lo no dual (espacio unitario). Conocer (y practicar)
dicha tradición meditativa es parte del trabajo por realizar de las logias y de sus miembros
interesados, por lo menos de aquellos interesados en un verdadero trabajo espiritual, no
restringido al estudio o a la acción, sino asentado en la intuición, en la gnosis.
Si bien toda esta literatura es importante, en la propia obra de Blavatsky hay
indicaciones importantes sobre la meditación, aunque pensadas, no para principiantes, sino
para estudiantes más avanzados, como las de su famoso “Diagrama de Meditación”, que
empieza justamente con una meditación sobre el espacio (“Conciban primeramente la
unidad como una expansión del espacio, infinita en el tiempo, con o sin auto-
identificación”), concepto fundamental en La Doctrina Secreta; o las indicaciones que se
encuentran dispersas en sus “Instrucciones esotéricas”, por ejemplo: en la “Instrucción V”
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hay una larga sección, “The heart”, a veces traducida como “Meditación en el corazón”2, de
la cual traduzco y entresaco estos fragmentos iluminadores, que todo teósofo comprometido
debería poner en práctica para así generar gnosis, conocimiento directo e intuitivo,
fundamento último de cualquier apropiación intelectual o ética subsiguiente:

Concéntrate en la idea del Yo Superior, digamos por media hora al principio. No permitas
otros pensamientos. Gradualmente serás capaz de unir tu consciencia con el Yo Superior.
El Yo Superior siempre ha de ser buscado dentro. Buscarlo afuera es un error fatal.

El esfuerzo que ha de ser hecho es alcanzar el más alto estado posible del que seas capaz y
sostenerte ahí.

Al adquirir el poder de concentración el primer paso es uno de vacío. Sigue entonces,
gradualmente, la consciencia, y finalmente el pasaje entre los dos estados se hace tan
rápido y fácil que casi no se nota.

La gran dificultad que ha de ser superada es el registro del conocimiento del Yo Superior
en el plano físico. Para lograr esto, el cerebro físico debe estar completamente vacío a
todo lo que no sea la Consciencia Suprema.

Tu mejor método es concentrarte en el Maestro como un Hombre Viviente dentro de ti.
Crea su imagen en tu corazón y un foco de concentración tal como para soltar todo sentido
de existencia física en ese único pensamiento (fragmento atribuido por H.P.B. al Maestro
K.H.)
[Si bien en este texto H.P.B. favorece el chakra del corazón como área meditativa, en La
Voz del silencio también presenta la posibilidad de trabajar en la zona de la cabeza:
Aquieta tus pensamientos y fija la atención en tu Maestro, a quien todavía no ves, pero a
quien tú sientes. Funde tus sentidos en un solo sentido, si quieres estar seguro contra el
enemigo. Por medio de este sentido único, que está oculto en la concavidad de tu cerebro,
es como puede mostrarse ante los ofuscados ojos de tu alma el escarpado sendero que a tu
Maestro conduce.
El Maestro referido es por supuesto el Yo Superior, Atma-Buddhi. Igual que con la noción
de Dios, que Blavatsky impersonaliza con términos como Deidad o Principio Absoluto,

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Por ejemplo, el Hno. José Ramón Sordo tradujo dicha sección y la publicó en la revista Atma Vidya, por él
dirigida, en un número sin fecha dedicado a “¿Cómo meditar según las enseñanzas de H.P. Blavatsky y sus
Maestros”, que incluye el “Diagrama de meditación”. La fuente es el Volumen XII de los Collected Writings
de H.P.B., pp. 694-97. Tanto la traducción de Sordo como el volumen XII son accesibles en internet.
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también con la noción de Maestro evita centrarse en figuras personales, incluidos sus
propios maestros M. y K.H., y prefiere reforzar la idea del Yo Superior como el verdadero
maestro de cada buscador espiritual.]

Un sentido de libertad es una de las marcas de la Consciencia Superior y el esfuerzo de
voluntad que se necesitó para silenciar el cuerpo es el mismo que se necesita para olvidar
el dolor. Ningún hombre pasa por la misma experiencia que otro al efectuar la unión con
el Yo Superior.

El verdadero Yo Superior es “el Guerrero” aludido en Luz en el Sendero [el libro de
Mabel Collins]; él nunca actúa en este plano, donde el agente activo, el actor verdadero es
Manas. Esta unión con el Yo Superior es el mejor medio de matar el “sentido de
separatividad”, y por lo tanto el hombre debe volverse el esclavo del Yo Superior.

El Yo Superior es sin figura, sin sexo, sin forma. Es un estado de consciencia, un hálito, no
un cuerpo o forma.

Cada uno debe crear para sí mismo un Maestro. Háganlo nacer y denle forma objetiva
delante de ustedes en la Luz Astral. Si él es un Maestro real, enviará su Voz. Si no es un
Maestro real, entonces la Voz será la del Yo Superior. Cada quien recibirá de acuerdo con
sus propios méritos y desarrollo.

Finalicemos esta breve presentación de la meditación según la tradición teosófica


con unos cuantos señalamientos de W.Q. Judge en Cartas que me han ayudado, de Jasper
Niemand:

Usted ha aprendido, en un cierto grado, el poder de la concentración, y ahora la más


grande ayuda vendrá de la concentración en el Yo Superior, de la aspiración al Yo
Superior.


He aquí el consejo dado por muchos Adeptos: cada día y tan a menudo como puedas, al ir
a dormir o al despertar, piensa, piensa, piensa en la verdad de que tú no eres el cuerpo, el
cerebro, o el cuerpo astral, sino que tú eres ESO, y “ESO” es el Alma Suprema. Por medio
de esta práctica gradualmente matarás la falsa noción que nos acecha de que lo falso es
verdadero y que lo verdadero es falso. Por la persistencia en ella, por el sometimiento
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cada noche de tus pensamientos habituales al juicio de tu Yo Superior, finalmente ganarás


luz.

Al sacar un tiempo particular para la meditación se forma un hábito y con el tiempo la


mente se entrenará, con lo que la meditación en un tiempo determinado se volverá algo
natural. Así, en la medida de lo posible, será bueno para ti mantener la misma hora [de
meditación].


Despierta, despierta en ti el significado de “Tú eres Eso”. Tú eres el Yo [Superior]. Esta es
la cosa a pensar en la meditación, y si tú lo crees, entonces dile a los demás lo mismo. Tú
lo has leído antes, pero ahora trata de concretarlo más y más cada día y obtendrás la luz
que necesitas… Si buscas sabiduría seguramente la obtendrás, y eso es todo lo que
necesitas.

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