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ISSN: 2422-4707
De lecturas
y lectores
CUADERNOS DE LA LECTIO julio-diciembre · 2016 4
ISSN: 2422-4707
De lecturas
y lectores
issn: 2422-4707
Cuadernos de la Lectio, n.º 4
julio-diciembre · 2016
© Autora: Patricia Trujillo Montón
© Ediciones Universidad Central
Calle 21 n.º 5-84 (4.º piso). Bogotá, D. C., Colombia
pbx: 323 98 68, ext. 1556
Preparación editorial
Coordinación Editorial
Dirección: Héctor Sanabria Rivera
Coordinación editorial: Jorge Enrique Beltrán
Diseño y diagramación: Patricia Salinas Garzón
Revisión de textos: Jorge Enrique Beltrán
Sobre la lectura
(fragmentos escogidos)...................................... 33
Marcel Proust
Le diverse et artificiose machine del Capitano Agostino Ramelli Figure CLXXXVIII, 1588.
(Ilustración de una ‘rueda de lectura’).
Por lo general, los ensayos literarios tienen fuentes que brotan de dos
corrientes: una pública, que transcurre en superficies visibles y establece desde
su inicio diálogos con otros ensayos —allí se aumenta el caudal, se proponen
otros cursos o se hacen diques—; y otra que tiene su génesis en un destello de
la vida personal, algo: un sueño, un rito familiar, una observación de la calle.
Esta última rescata de la noria de los días lo que esconde la sombra de los
hábitos, ese machacar sin sorpresas entre el aburrimiento y una apariencia de
seguridad que estos ofrecen por ausencia de lo inesperado.
Así, un buen día, Patricia Trujillo recorrió uno de los senderos que ronda
la vida vivida. Allí apareció, en el álbum de casa, una fotografía de su padre
con la hermana mayor inclinados sobre un libro. Cuando indagó en la historia
de la familia, su madre le confió que el padre enseñó a leer a su hermana.
De lecturas y lectores
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De lecturas y lectores
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* * *
Entre 1909 y 1910, August Macke, pintó uno de los muchos retratos que
hizo de su esposa. El cuadro se titula Nuestra sala en Tegernsee. La habitación
está iluminada por una luz cálida. En un ángulo hay una cómoda. En la pa-
red, algunos cuadros. La mesa, en un cuarto que sirve tanto de sala como de
comedor, está cubierta por un mantel a rayas, y sobre ella, en desorden, hay
una botella y un vaso, un frutero, una tetera. Delante de Elisabeth, una taza
a medio llenar. Ella está arrellanada en el sofá, arropada por un chal, leyendo.
Sostiene el libro, de cubiertas azules, cerca de sus ojos. Una ligera sonrisa se
dibuja en su rostro. Se nota que está disfrutando del libro, del calor de la ha-
bitación, del silencio y, seguramente, del té, del que tomará un sorbo en un
instante, cuando levante la vista y le sonría al pintor del cuadro, que también
está disfrutando de la tarde junto con ella.
Un elogio de la lectura
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Pierre-Auguste Renoir, La lectora, 1900. Antonio López García, Josefina leyendo, 1953.
La hija del pintor alemán Fritz von Uhde ya no está leyendo. Acaba de
levantar la mirada del libro, en un momento de distracción. No obstante, su
relación con lo que lee no se ha quebrado del todo. El reflejo de la luz en la
página ilumina su mano y su rostro, y su mirada se proyecta hacia adelante,
quizá un poco perdida, hacia un horizonte que no existe. Su gesto contrasta
con el de las dos mujeres que están sentadas en el jardín, sonriendo y char-
lando. Mientras ellas están pendientes la una de la otra, volcadas hacia afuera,
la muchacha está reconcentrada sobre sí misma, y casi que podría decirse que
lo que ven sus ojos es pura mirada interior, parte de lo que acaba de leer, una
puerta abierta a un reino ajeno al aquí y al ahora.
Un elogio de la lectura
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* * *
En la primera mitad del siglo XIX, con el descubrimiento de la fotogra-
fía, la tradición del retrato de los lectores continuó. Escritores, intelectuales,
artistas, actores, políticos e innumerables personas comunes posaron con un
libro en las manos. Quizá la fotografía más famosa de alguien que lee en el
siglo veinte sea la fotografía que tomó Eve Arnold de Marilyn Monroe, en
1955. La actriz está sentada en una rueda, con los pies sobre el banco. Viste
una camiseta a rayas, sin mangas y unos shorts muy pequeños. La foto sugiere
un momento de descanso en medio del verano. El libro que lee Marilyn es una
lectura de vacaciones. Lo sorprendente de la fotografía, y la razón por la cual
esta imagen es tan famosa, es el libro. Se trata del Ulises de James Joyce, una
novela experimental, famosa por ser muy difícil de leer.
1 “We worked on a beach on Long Island. She was visiting Norman Rosten the
poet. As far as I remember (it is some thirty years ago) I asked her what she
was reading when I went to pick her up (I was trying to get an idea of how
she spent her time). She said she kept Ulysses in her car and had been reading
it for a long time. She said she loved the sound of it and would read it aloud
to herself to try to make sense of it —but she found it hard going. She couldn’t
read it consecutively. When we stopped at a local playground to photograph
she got out the book and started to read while I loaded the film. So, of course,
I photographed her.” (Citado en Richard Brown “Marilyn Monroe Reading
Ulysses” en Joyce and Popular Culture. R. B. Kershner, ed. Gainesville, University
Press of Florida, 1996, p. 174).
Un elogio de la lectura
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Un elogio de la lectura
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Lectores en la literatura
Un elogio de la lectura
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* * *
7 Ibid. p. 55.
8 Ibid. p. 56.
9 Ibid. p. 61.
10 Ibid. p. 62.
Un elogio de la lectura
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Todos los que intentan variar la conducta del Quijote fracasan, excepto
el ventero que lo arma caballero. Cuando este le pregunta que si trae dinero
y el Quijote le responde que no “porque él nunca había leído en las historias
de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído”, el ventero replica
que Don Quijote se engaña, que en estas historias no se escribía que los ca-
balleros llevaran dinero porque a los autores les había parecido que no había
que señalar una cosa tan necesaria; que todos los escuderos llevaban dinero,
camisas limpias, ungüentos y vendas para sus caballeros y que, en caso de que
el caballero no tuviera escudero ni un mago amigo que le enviase una princesa
o un enano con alguna poción mágica para curarlo, el caballero mismo llevaba
dichas alforjas, tan sutiles que casi no se notaban, en las ancas de su caballo11.
En este pasaje, el ventero no ahorra palabras ni retóricas para convencer al
Quijote de que lleve tres cosas necesarias en sus aventuras: dinero, camisas
limpias y remedios. Su consejo hace que este se devuelva a su casa y tome
como escudero a Sancho, sin el que la novela no habría sido la misma cosa.
En el Quijote, pues, la lectura no implica la entrada en un reino imaginativo
privado, íntimo y casi incomunicable, sino un pasatiempo compartido que,
medio en serio medio en broma, permite fantasear, imaginar, pensar la vida de
otra manera e, incluso, darle al loco algunos consejos prácticos.
Por supuesto, en las correrías del Quijote no todos los personajes entran
en el juego de los lectores que reinventan. Las más de las veces, el Quijote, Ro-
cinante, Sancho y hasta el burro salen apedreados o molidos a palos por atacar
curas y procesiones, conminar a mercaderes a que declaren la belleza sin par de
Dulcinea del Toboso, dispersar rebaños de ovejas y tajar odres de vino. Como
dice Jorge Luis Borges, la forma de esta novela contrapone un mundo imagi-
nario poético con un mundo real prosaico. En ella hay un choque, muchas
veces físico, entre la realidad y la literatura, y no siempre la realidad sale mejor
parada. Borges resalta, por ejemplo, el capítulo en el que el cura y el barbero
clasifican la biblioteca del Quijote y deciden qué libros son tan malos que me-
recen ser quemados y cuáles deben guardarse. Uno de los examinados es la Ga-
latea de Miguel de Cervantes. El cura del pueblo es amigo suyo, y no lo admira
demasiado. Dice que el libro tiene algo de buena invención, que propone algo
y no concluye nada. Que habrá que esperar a la segunda parte a ver si con ella
11 Ibid. p. 56.
12 Jorge Luis Borges. “Magias parciales del Quijote” en Obras completas, 1923-1972.
Buenos Aires, Emecé, 1974. p. 669.
13 Jorge Luis Borges. “Análisis del último capítulo del Quijote” en Textos recobrados
(1956-1986). Buenos Aires, Emecé, 2003.
Un elogio de la lectura
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Todos estos libros traen consigo una multitud de ideas nuevas, que los
jóvenes encuentran cada vez más seductoras. Y habrían permanecido así,
encerrados en casa y disfrutando de una existencia independiente de la so-
ciedad, si una noche no llega un desconocido francés que golpea cada una
de las puertas de la casa hasta que lo dejan entrar. La amistad de este desco-
nocido despierta en los jóvenes un deseo de participar en la vida de su época
que arrastra a dos de ellos, a Esteban y Sofía, lejos de su patria y los lleva a
presenciar y a participar de la corriente revolucionaria de finales del Siglo
de las Luces.
Un elogio de la lectura
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* * *
Un elogio de la lectura
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* * *
Hay dos lectores más de los que quisiera hablar antes de acabar. Están más
cerca temporalmente de nosotros que Bárbara, Esteban, Sofía, los señores Ramsay
y el Quijote. Felipe y Leonardo son dos muchachos, compañeros de colegio, que
hacen lo que todos los muchachos de su edad: juegan fútbol, toman del pelo, van
al colegio, prestan atención en algunas clases, en otras no tanto, y se enamoran.
Como sus compañeros, no leen mucho. Una de sus profesoras se queja de esto.
Dice que le gustaría que de vez en cuando se asomaran por un libro, y que tal vez
así descubrirían que en el mundo hay “dos o tres ideas más, aparte de las de ‘mi
mamá me mira’ y ‘el lápiz es mío’, que parecen ser las únicas que han leído algunos
por aquí”18. Pero, de vez en cuando, Leonardo y Felipe descubren un poema, o
una película, o un dibujo que despierta alguna fibra dormida en su interior. En
una clase de español, a la hora de hacer una exposición, Leonardo decide hablar
de un poema de Eliseo Diego, titulado “Lippi, Angélico, Leonardo”. Comienza
diciendo que él quiso hablar del poema porque, en primer lugar, le gusta la poesía
y que, como sabe que en la clase a nadie le gusta, quería contarles a sus compa-
ñeros su experiencia. Y, en segundo lugar, porque quería hablar del poema no en
Ambos consiguieron una reproducción del cuadro y entre los dos encon-
traron que las imágenes que no huelen ni sienten dolor son las dos mujeres y
los dos niños que aparecen en él, y que la fuente de agua que se ve al fondo
y que parece que estuviera quieta es las aguas que, en el poema, “no arrullan
muertes, sino que van de vida en vida”, y el oro que está en el aire del que
también hablaba el poema son los reflejos dorados del sol sobre los arbustos
que rodean la gruta. Pero los dos no se quedan solo descifrando las corres-
pondencias entre una y otra obra. La amiga de Leonardo comenta que en la
pintura, los reflejos dorados dan un poco de alegría a la tristeza de las rocas
oscuras, y que los cuerpos entre las rocas implican que hay vida en medio de
ellas, que son cosas muertas. Y Leonardo de repente siente que las imágenes,
aunque están entre unas rocas tristes, también están muy tranquilas, no tienen
miedo ni de estar solas, ni del hecho de que uno se va a morir, y les comenta
entonces a sus compañeros: “Yo creo que eso dice el poema: que un día yo me
voy a morir y ya no podré mirar más ese cuadro, pero las mujeres de las rocas
van a seguir ahí mirando a otros; entonces a uno le dan ganas de estarse otro
rato mirándolas, como si uno quisiera meterse en el cuadro, y estarse al lado
de ellas como están esos dos niños […]. Ese poema y ese cuadro a mí me han
hecho pensar que cuando uno se enamora es como estar en esa pintura, […]
en un lugar […] donde a uno lo alumbra el sol como a esas figuras de las rocas.
Y allí uno puede estar tranquilo y no sentir miedo…”20. Leonardo se siente
seducido por la serenidad que transmite el cuadro y de la que habla el poema:
frente al correr del tiempo, y la amenaza de la muerte y de la vida exterior, la
obra de arte promete una existencia intemporal, hecha por mano humana: un
19 Ibid. p. 94-95.
20 Ibid. p. 98.
Un elogio de la lectura
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Un elogio de la lectura
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Marcel Proust
[...].
Una vez leída la última página, el libro estaba acabado. Había que frenar
la loca carrera de lo ojos y de la voz que los seguía en silencio, deteniéndose
únicamente para volver a tomar aliento con un profundo suspiro. Entonces,
para conseguir con otros movimientos calmar los tumultos desencadenados
en mí desde hacía tanto tiempo, me levantaba, me ponía a andar a lo largo
de la cama, con los ojos todavía fijos en algún punto que en vano hubiéramos
buscado dentro de la habitación o fuera de ella pues estaba situado a una
distancia anímica, una de esas distancias que no se miden por metros o por
leguas, como las demás, y que es por otra parte imposible confundir con ellas
cuando se mira a los ojos “perdidos” de aquellos que están pensando “en otra
cosa”. Entonces, ¿qué es lo que pasaba? Aquel libro, ¿no significaba nada más?
Aquellos seres a los que habíamos prestado más atención y ternura que a las
personas de carne y hueso, no atreviéndonos nunca a confesar hasta qué pun-
Marcel Proust
35 CUADERNOS DE LA LECTIO, n.º 4
1 Confieso que cierto empleo del imperfecto de indicativo —de ese tiempo cruel
que nos presenta la vida como algo a la vez efímero y pasivo, que en el instante
mismo en que está describiendo nuestras acciones, rodeándolas de ilusión, las
hace desaparecer en el pasado sin dejarnos, como el perfecto, el consuelo de
su actividad— ha sido siempre para mí una fuente inagotable de misteriosas
tristezas. Todavía hoy, puedo haber estado pensando durante horas en la
muerte con calma; basta que abra un volumen de los Lundis de Sainte-Beuve y
tropezar por ejemplo con esta frase de Lamartine (está hablando de Madame de
Albany): “Nada recordaba en ella esta época... Era una mujercita cuya cintura
algo difuminada por su peso había perdido, etc.”, para sentirme rápidamente
invadido por la más profunda melancolía. —En las novelas, la intención de
provocar lástima es tan evidente en el autor, que uno se resiste un poco más.
2 Puede intentarse, mediante una especie de rodeo, con los libros que son de
imaginación pura y que contienen algún substrato histórico. Balzac, por ejemplo,
cuya obra en cierto modo impura es una mezcla de imaginación y de realidad
muy poco transformada, se presta a veces particularmente a este género de lectura.
O al menos ha encontrado al más admirable de esos “Iectores históricos” en el
señor Albert Sorel, que ha escrito sobre Une Ténébreuse Affaire sobre L’Envers de
l’Histoire Contemporaine incomparables ensayos. Por lo demás, cuán conveniente
parece la lectura, ese goce a la vez apasionado y sereno, al señor Sorel, un espíritu
inquisitivo, un cuerpo sosegado y vigoroso, la lectura, sí, durante la cual las mil
sensaciones de poesía y de confuso bienestar que favorecen felizmente una buena
salud, vienen a producir en torno a la ensoñación del lector el placer dulce y
dorado como la miel. —Por lo demás, este arte de encerrar tantas originales y
profundas meditaciones en la lectura, el señor Sorel solo ha podido realizarlo a la
perfección a propósito de obras que tienen algo de históricas. Siempre recordaré
y con cuánto agradecimiento que la traducción de La Biblia de Amiens le ha
inspirado las páginas más profundas que haya escrito nunca.
Sobre la lectura
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... Antes de intentar demostrar en el comienzo “De los tesoros de los Re-
yes”, por qué a mi parecer la Lectura no debe desempeñar en la vida el papel pre-
ponderante que le asigna Ruskin en esa obrita, debía poner fuera de toda duda
las fascinantes lecturas de la infancia cuyo recuerdo debe ser para cada uno de
nosotros una bendición. Sin duda he demostrado de sobra, por la longitud y
la forma de exposición que precede, lo que había ya anunciado de ellas: que lo
que dejan sobre todo en nosotros es la imagen de los lugares y los días en que
las hicimos. No he podido librarme de su sortilegio: queriendo hablar de ellas,
he hablado de cosas que nada tienen que ver con los libros porque no ha sido de
ellos de lo que ellas me han hablado. Pero tal vez los recuerdos que uno tras otro
me han restituido se habrán despertado también en el lector y le habrán con-
ducido, demorándose por sendas floridas y apartadas, a recrear en su mente el
acto psicológico original llamado Lectura, con fuerza suficiente como para
poder seguir ahora, como si se las hiciera él mismo, las pocas reflexiones que
me quedan por hacer.
Sabemos que “De los tesoros de los Reyes” es una conferencia sobre la lec-
tura que Ruskin dio en el Ayuntamiento de Rusholme, cerca de Manchester,
el 6 de diciembre de 1864 para contribuir a la creación de una biblioteca en
el Instituto de Rusholme. El 14 de diciembre pronunciaba una segunda, “De
los jardines de las Reinas”, sobre la función social de la mujer, para contribuir
a fundar escuelas de Ancoats. “Durante todo aquel año de 1864, dice Collin-
gwood en su admirable obra Life and Work of Ruskin, permaneció at home, y
solo salía para hacer frecuentes visitas a Carlyle. Y cuando en diciembre dio en
Manchester los cursos que, con el título de Sésamo y lirios, se convirtieron en su
obra más popular3, se hace patente su buen estado de salud, tanto física como
Marcel Proust
37 CUADERNOS DE LA LECTIO, n.º 4
Sobre la lectura
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Marcel Proust
39 CUADERNOS DE LA LECTIO, n.º 4
el ejemplo fuese más llamativo para el lector, reunir todas estas perlas en una,
puesto que hoy ya no siento por ellas, a decir verdad, ningún respeto religioso.
Todavía en otras parte del Capitaine Fracasse, aparece Homero con el calificativo
de poeta grecisco, y estoy seguro de que también esto me encantaba. A pesar
de todo, ya no me siento capaz de encontrar con exactitud estas joyas olvidadas
como para estar seguro de no haber cargado la nota y rebasado la medida al
acumular en una sola frase tantas maravillas. No lo creo, sin embargo. Y pienso,
lamentándolo, que la exaltación con la que repetía la frase del Capitaine Fracasse a
los lirios y a las vincapervincas inclinados a la orilla del río, mientras daba alguna
que otra patada a los guijarros de la avenida, habría sido más deliciosa todavía si
hubiera podido encontrar en una sola frase de Gautier tantas maravillas como mi
propio artificio reúne hoy día, sin conseguir, por cierto, producirme ya ningún
placer.
Sobre la lectura
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Observa, observa
perfumados de trébol y artermisa,
ceñidos por angostos arroyos de aguas vivas,
los paisajes del Aisne y del Oise.
Marcel Proust
41 CUADERNOS DE LA LECTIO, n.º 4
Sobre la lectura
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6 No necesito decir que sería inútil ir a buscar este convento cerca de Utrecht y
que todo este pasaje es puramente imaginativo; sin embargo, me lo han sugerido
las líneas siguientes que el señor León Séché escribe en su obra sobre Sainte-
Beuve: “Se le ocurrió un día (a Sainte-Beuve), mientras estaba en Liège, tomar
contacto con la pequeña iglesia de Utrecht. Era un poco tarde, pero Utrecht
se encontraba muy lejos de París y no sé si Volupté habría bastado para abrirle
de par en par los archivos de Amersfoort. Me extrañaría que así fuera, pues
incluso después de los primeros volúmenes de su Port-Royal, el piadoso sabio
que tenía entonces la custodia de estos archivos, etc. Sainte-Beuve obtuvo con
dificultad del bueno del señor Karsten el permiso de hojear apenas algunos
legajos... Abrid la segunda edición de Port-Royal y podréis leer las palabras de
agradecimiento que Sainte-Beuve dedica al señor Karsten” (León Séché, Sainte-
Beuve, tomo 1, página 229 y siguientes) por lo que respecta a los detalles del
viaje, se apoyan todos en impresiones verdaderas. No sé si se pasa por Dordrecht
para ir a Utrecht, pero es tal y como yo la he visto como he descrito Dordrecht.
No ha sido yendo a Utrecht, sino a Vollendam, cuando viajé en chalana por
entre las cañas. El canal que yo he situado en Utrecht está en Delft. He visto
en el hospital de Beaune un Van der Weyden con unas religiosa de una orden,
originaria creo de Flandes, que llevan todavía el mismo tocado, no el mismo
que en Roger Van der Weyden, pero sí que en otros cuadros que he visto en
Holanda.
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43 CUADERNOS DE LA LECTIO, n.º 4
Sobre la lectura
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Si la afición por los libros crece con la inteligencia, sus peligros, ya lo hemos
visto, disminuyen con ella. Una mente original sabe subordinar la lectura a su
actividad personal. No es para ella más que la más noble de las distracciones,
la más ennoblecedora, sobre todo, ya que únicamente la lectura y la sabidu-
ría proporcionan los “buenos modales” de la inteligencia. La fuerza de nuestra
sensibilidad y de nuestra inteligencia solo podemos desarrollarla en nosotros
mismos, en las profundidades de nuestra vida espiritual. Pero es en esa relación
contractual con otras mentes que es la lectura, donde se forja la educación de los
“modales” de la inteligencia. Los ilustrados siguen siendo, a pesar de todo, como
las personas de calidad de la inteligencia, e ignorar determinado libro, determi-
nada particularidad de la ciencia literaria, seguirá siendo, incluso en un hombre
de talento, una señal de vulgaridad intelectual. La distinción y la nobleza consis-
ten, también en el orden del pensamiento, en una especie de francmasonería de
las costumbres y en una herencia de tradiciones9.
Marcel Proust
45 CUADERNOS DE LA LECTIO, n.º 4
Sobre la lectura
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12 Predilección que ellos mismos creen por lo general fortuita; suponen que los
libros más hermosos casualmente han sido escritos por autores antiguos; y sin
duda esto es posible, ya que los libros antiguos que leemos son los que han
sobrevivido del pasado. Un tiempo inconmensurable comparado con la época
contemporánea. Pero una razón en cierto modo accidental no puede bastar para
explicar una actitud mental tan general.
Marcel Proust
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