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La economía cambia de ritmo.

Desde la crisis de 1873 la economía del mundo estaba marcada por “una perturbación y
depresión del comercio sin precedentes”. Su peculiaridad es su universalidad; afecta a
naciones que se han visto implicadas en la guerra, pero también a aquellas que se han
mantenido en paz.

En el período transcurrido entre 1873 y mediados del decenio de 1890, la producción mundial
lejos de asentarse, continuó aumentando de forma muy sustancial. Entre 1870 y 1890. El
comercio internacional continuó aumentando de forma importante, aunque es verdad que a
un ritmo menos vertiginoso que antes. Las economías industriales norteamericana y alemana
avanzaron y la revolución industrial se extendió preparando una crisis de deuda internacional
muy similar a la del decenio de 1980, era la prolongada “depresión de los precios, una
depresión del interés y una depresión de los beneficios”.

La agricultura fue la víctima más espectacular de esa disminución de los beneficios y de una
competencia exterior masiva. En algunas zonas, la situación empeoró al coincidir diversas
plagas en ese momento. La reacción de los agricultores varió desde la agitación electoral a la
rebelión, por no mencionar la muerte por hambre.

Las dos respuestas más habituales entre la población fueron la emigración masiva y la
cooperación. Mientras tanto se multiplicaron en varios países las sociedades para la compra
cooperativa de suministros, la comercialización en cooperativa y el procesamiento
cooperativo.

El mundo de los negocios tenía sus propios problemas. Una gran expansión del mercado
puede compensar esa situación pero los cierto es que el mercado no crecía con la suficiente
rapidez, en parte por el aumento del número de competidores en la producción y de las
economías industriales. En algunas partes del mundo, la situación se veía complicada aún
más por la caída gradual, del precio de la plata y de su tipo de cambio con el oro. Mientras,
ambos metales se mantuvieron estables, los pagos internacionales calculados en los metales
preciosos que constituían la base de la economía monetaria mundial eran bastante sencillos.
Pero cuando la tasa de cambio era inestable, las transacciones de negocios se complicaban
enormemente.

Una de las soluciones consistía en el “bimetalismo”, era sustentada por muchos que atribuían
el descenso de los precios fundamentalmente a la escasez de oro. Un sistema basado en el
oro y la plata, mineral cada vez más abundante podría elevar los precios a través de la
inflación monetaria. La banca, las grandes empresas y los gobiernos no tenían la menor
intención de abandonar la paridad fija del oro. En cualquier caso, sólo países como México,
China y la India, trabajaban fundamentalmente con la plata.

Los diferentes gobiernos mostraron una mejor disposición a proteger a los productores
nacionales de la competencia de los bienes importados. La gran depresión puso fin a la era
del liberalismo económico. Las tarifas proteccionistas, a finales del decenio de 1870, pasaron
a ser un elemento permanente en el escenario económico internacional.

De todos los grandes países industriales, sólo el Reino Unido defendía la libertad de comercio
sin restricciones. Las razones eran que el Reino Unido era el exportador más importante de
productos industriales, además era el mayor exportador de capital, de servicios financieros y
comerciales y de servicios de transporte.

El Reino Unido continuó mostrándose partidario del liberalismo económico y al actuar así
otorgó a los países proteccionistas la libertad de controlar sus mercados internos y de
impulsar sus exportaciones.

En el siglo XIX, el núcleo fundamental del capitalismo lo constituían las “economías


nacionales”: el Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, etc. Sean cuales fueren los orígenes
de la “economías nacionales” que constituían esos bloques las economías nacionales existían
por que existían las naciones-Estado.
Estas observaciones se refieren fundamentalmente al sector “desarrollado” del mundo, es
decir, a los Estados capaces de defender de la competencia a sus economías en proceso de
industrialización y no al resto del planeta, cuyas economías eran dependientes.

Pero el mundo desarrollado no era tan sólo un agregado de “economía nacionales”. La


industrialización y la depresión hicieron de ellas un grupo de economías rivales, donde los
beneficios de una parecían amenazar la posición de las otras.

Pero ¿Cuáles fueron las consecuencias de este proteccionismo? Podemos aceptar como cierto
que un exceso de proteccionismo es perjudicial para el crecimiento económico mundial. Pero
en 1880-1914, el proteccionismo no era general ni tampoco excesivamente riguroso, quedó
limitado a los bienes de consumo y no afectó al movimiento de mano de obra y a las
transacciones financieras internacionales. El proteccionismo agrícola funcionó en Francia,
fracasó en Italia. El proteccionismo industrial impulsó a las industrias nacionales a abastecer
los mercados domésticos.

Ante la depresión, la respuesta económica más significativa del capitalismo radicó en la


combinación de la concentración económica norteamericana, los “trusts” y “la gestión
científica”. Mediante la aplicación de estos dos tipos de medidas, se intentaba ampliar el
beneficio.

Entre las diferentes soluciones para solventar los problemas del capitalismo, caben destacar
las siguientes:

1.- El control del mercado y la eliminación de la competencia sólo eran un aspecto de un


proceso más general de concentración capitalista y no fueron ni universales ni
irreversibles. La concentración avanzó a expensas de la competencia de mercado, las
corporaciones a expensas de las empresas privadas, los grandes negocios y grandes empresas
a expensas de las más pequeñas y que esa concentración implicó una tendencia hacia el
oligopolio.
2.- La “gestión científica” fue fruto del período de la gran depresión. La presión sobre los
beneficios en el período de la depresión sugirió que los métodos tradicionales de organizar
las empresas y en especial la producción, no eran ya adecuados. Surgió la necesidad de una
forma “científica” de controlar y programar las empresas grandes, sacando mayor
rendimiento a los trabajadores. Ese objetivo se alcanzó mediante tres métodos
fundamentales: a) aislando a cada trabajador del resto del grupo y transfiriendo el control del
proceso productivo a los representantes de la dirección, b) descomponiendo cada proceso en
elementos componentes cronometrados y c) sistemas distintos de pago de salario que
supusieran para el trabajador un incentivo para producir más.

3.- Una tercera posibilidad para solucionar los problemas del capitalismo: el
imperialismo. La búsqueda de nuevos mercados, contribuyó a impulsar la política de
expansión, que incluía la conquista colonial.

Un resultado final, o efecto secundario, de la gran depresión fue la gran agitación social, no
sólo entre los agricultores, sino también entre las clases obreras. Desde finales del decenio
de 1880, la aparición de movimientos obreros y socialistas de masas en algunos de ellos. Los
modernos movimientos obreros son también hijos del período de la depresión.

Desde mediados del decenio de 1890 hasta la primera guerra mundial se conoce todavía en
el continente europeo como la belle époque. El paso de la preocupación a la euforia fue tan
súbito y dramático que buscaban alguna fuerza externa para explicarlo y que encontraron en
el descubrimiento de enormes depósitos de oro en Sudáfrica. El contraste entre la gran
depresión y el boom secular posterior constituyó la base de las primeras especulaciones sobre
las “ondas largas” en el desarrollo del capitalismo mundial.

Dos aspectos del período: la redistribución del poder y la iniciativa económica, estos
problemas, son secundarios desde el punto de vista de la economía mundial.

Como cuestión de principio, no es sorprendente que Alemania y los Estados Unidos,


superaran al Reino Unido. Las exportaciones alemanas de productos manufacturados
superaron a las del Reino Unido en toda la línea.

El rápido incremento de los salarios reales, característico del período de la gran depresión,
disminuyó notablemente. En Francia y el Reino Unido hubo incluso un descenso de los
salarios reales entre 1899 y 1913. Esto explica en parte el incremento de la tensión social y
de los estallidos de violencia anteriores a 1914.

El núcleo de países industriales constituían ahora una masa productiva ingente y en rápido
crecimiento y ampliación en el centro de la economía mundial. Incluían no sólo los núcleos
grandes sino también un nuevo conjunto de regiones en proceso de industrialización:
Escandinavia, los Países Bajos, el norte de Italia, Hungría, Rusia e incluso Japón. Constituían
también una masa cada vez más impresionante de compradores de los productos y servicios
del mundo: un conjunto que vivía cada vez más de las compras.
Además, gracias al descenso de los precios que se había producido durante el período de la
depresión, esos consumidores disponían de mucho más dinero que antes para gastar, incluso
entre los pobres. La industria de la publicidad, que se desarrolló en este período, los tomó
como punto de mira. La venta a plazos permitió que los sectores con escasos recursos
pudieran comprar productos de alto precio.

Así pues, estos países constituían el núcleo central de la economía mundial. En conjunto
formaban el 80% del mercado internacional. Más aún, determinaban el desarrollo del resto
del mundo.

¿Cómo resumir lo que fue la economía mundial durante la era del imperio?.

1.- En primer lugar, su base geográfica era mucho más amplia que antes. El sector industrial,
en proceso de industralización, se amplió, en Europa mediante la revolución industrial que
conocieron Rusia y otros países como Suecia y los Países Bajos, fuera de Europa, por los
acontecimientos que tenían lugar en Norteamérica y, en cierta medida, en Japón. El mercado
internacional de materias primas se amplió, lo cual implicó también el desarrollo de las zonas
dedicadas a su producción.

Como ya se ha señalado, la economía mundial era, pues, mucho más plural que antes. El
Reino Unido dejó de ser el único país totalmente industrializado y la única economía
industrial.

Esepluralismo creciente de la economía mundial quedo enmascarado hasta cierto punto por
la dependencia de los servicios financieros, comerciales y navieros con respecto al Reino
Unido. Por otra parte, la enorme importancia de las inversiones británicas en el extranjero y
su marina mercante, reforzaban aún más la posición central del país en una economía
mundial.

2.- Ese pluralismo reforzó por el momento la posición central del Reino Unido. Era el Reino
Unido el país que restablecía el equilibrio global importando mayor cantidad de productos
manufacturados de sus rivales. El relativo declive industrial del Reino Unido reforzó, pues,
su posición financiera y su riqueza.
3.- La tercera característica de la economía mundial es la revolución tecnológica. Fue en este
período cuando se incorporaron a la vida moderna el teléfono y la telegrafía sin hilos, el
fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano, y cuando se aplicaron a la vida doméstica la
ciencia y la alta tecnología. Para los contemporáneos, la gran innovación consistió en
actualizar la primera revolución industrial mediante una serie de perfeccionamientos en la
tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las turbinas.

4.- La cuarta característica es una doble transformación en la estructura y modus operandi


de la empresa capitalista. Se produjo la concentración de capital, el crecimiento en escala que
llevó a distinguir entre “empresa” y “gran empresa”, el retroceso del mercado de libre
competencia. Por otra parte, se llevó a cabo el intento aplicando “métodos científicos” no
sólo a la tecnología, sino a la organización y a los cálculos.
5.- La quinta característica, la transformación del mercado de los bienes de consumo. Con
el incremento de la población, el mercado de masas, limitado hasta entonces a los productos
alimenticios y al vestido, comenzó a dominar las industrias productoras de bienes de
consumo. Contribuyeron a la aparición de productos y servicios nuevos para el mercado de
masas, desde las cocinas de gas hasta la bicicleta, el cine y el modesto plátano.

Todo ello implicó la transformación no sólo de la producción, sino también de la distribución,


incluyendo la compra a crédito, fundamentalmente por medio de los plazos.

6.- El importante crecimiento del sector terciario de la economía: el aumento de puestos de


trabajo en las oficinas, tiendas y otros servicios.

7.- La última característica es la convergencia creciente entre la política y la economía, es


decir, el papel cada vez más importante del Gobierno y del sector público. Por una parte
impulsó a los gobiernos, muchas veces renuentes, a aplicar políticas de reforma y bienestar
social, así como a iniciar una acción política para la defensa de los intereses económicos de
determinados grupos de votantes.

Esta fue la fauna en que creció y se transformó la economía del mundo “desarrollado”. Pero
lo que impresionó a los contemporáneos en el mundo “desarrollado” e industrial, fue sin duda
que estaban viviendo una época floreciente. Incluso las masas trabajadoras se beneficiaron
de esa expansión. Esto permitió a la masa de europeos que emigraron a los Estados Unidos
integrarse en el mundo de la industria, pero en la clase obrera. Para éstas, la belle époque era
el paraíso, que se perdería después de 1914. Las perturbaciones anteriores al 1914 impidieron
el retorno al paraíso perdido.

La era del imperio

Un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países capitalistas
desarrollados tenía grandes probabilidades de convertirse en un mundo en el que los países
“avanzados” dominaran a los “atrasados”: en definitiva, en un mundo imperialista. Al
período transcurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era del imperio no sólo
porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también porque fue el período
de la historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se auto titulaban
oficialmente “emperadores”.

El período que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio
colonial. La supremacía económica y militar de los países capitalistas, entre 1880 y 1914,
intentó y realizó la conquista, anexión y administración formales de la mayor parte del mundo
ajeno a Europa que fue dividido, formalmente, en territorios que quedaron bajo el gobierno
formal o bajo el dominio político informal de uno u otro de una serie de Estados,
fundamentalmente el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los
Estados Unidos y Japón. Las víctimas de ese proceso fueron los antiguos imperios
sobrevivientes de España y Portugal. El único Estado no europeo que resistió con éxito la
conquista colonial formal fue Etiopía.

Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: África y el
Pacífico. No quedó ningún Estado independiente en el Pacífico, totalmente dividido entre
británicos, franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y japoneses. En
1914, África pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés, alemán, belga,
portugués y, de forma más marginal, español, con la excepción de Etiopía, en Asia existía
una zona amplia nominalmente independiente, aunque los imperios europeos redondearon
sus extensas posesiones. Se crearon dos imperios prácticamente nuevos: el primero, por la
conquista francesa de Indochina, el segundo, por parte de los japoneses a expensas de China,
en Corea y Taiwán. Estados Unidos, sus únicas anexiones directas fueron Puerto Rico y una
estrecha franja del canal de Panamá. En Latinoamérica, la dominación económica y las
presiones políticas necesarias se realizaban sin una conquista formal. Ciertamente, el
continente americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria
rivalidad entre las grandes potencias.
Ese reparto del mundo entre un número reducido de Estados era la expresión de la progresiva
división del globo en fuertes y débiles.

Para los observadores se abría una nueva era de expansión nacional en la que era imposible
separar elementos políticos y económicos y en la que el Estado desempeñaba un papel cada
vez más activo, tanto en los asuntos domésticos como en el exterior.

En efecto los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperialismo
era un fenómeno totalmente nuevo. Describir un fenómeno nuevo el “imperialismo”: es una
actividad que habitualmente desaprueba y que por tanto, ha sido siempre practicada por otros.
Definición algo peyorativa en el transcurrir del siglo.
Las causas del imperialismo, según el análisis leninista, era que el nuevo imperialismo tenía
sus raíces económicas en una nueva fase específica del capitalismo, que, entre otras cosas,
conducía a “la división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas” en una
serie de colonias formales e informales y de esferas de influencia. Las rivalidades existentes
entre los capitalistas, que fueron causa de esa división, engendraron también la primera
guerra mundial.
Los análisis no marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas a las de los
marxistas. Negaban la conexión específica entre el imperialismo de finales del siglo XIX y
del siglo XX con el capitalismo en general y con la fase concreta del capitalismo. Negaban
que el imperialismo tuviera raíces económicas importantes, que beneficiara económicamente
a los países imperialistas y, asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas fuera
fundamental para el capitalismo y que hubiera tenido efectos negativos sobre las economías
coloniales. Afirmaban que el imperialismo no desembocó en rivalidades insuperables entre
las potencias imperialistas y que no había tenido consecuencias decisivas sobre el origen de
la primera guerra mundial. Rechazando las explicaciones económicas, se concentraban en
los aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando
cuidadosamente el terreno resbaladizo de la política interna.

Con todo, si se puede establecer una conexión económica entre las tendencias del desarrollo
económico en el núcleo capitalista del planeta en ese período y su expansión a la periferia.
El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía global con
un tejido cada vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento
de productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con
el mundo subdesarrollado.
1.- Esta red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas
se incorporaran a la economía mundial.
2.- El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que por razones climáticas o por
los azares de la geología se encontraban exclusiva o muy abundantemente en lugares
remotos: el petróleo, el caucho, el estaño y la demanda de metales preciosos y diamantes.
3.- Completamente aparte de las demandas de la nueva tecnología el crecimiento del
consumo de masas en los países metropolitanos significó la rápida expansión del mercado de
productos alimenticios, el mercado estaba dominado por los productos básicos de la zona
templada, cereales y carne que se producían a muy bajo coste y en grandes cantidades. Pero
también transformó el mercado de productos conocidos desde hacía mucho tiempo como
productos coloniales: azúcar, té, café, cacao y sus derivados, frutas tropicales y subtropicales.
Las plantaciones, explotaciones y granjas eran el segundo pilar de las economías imperiales.
Los comerciantes y financieros metropolitanos eran el tercero.
Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países
industrializados aunque crearon nuevas ramas de grandes negocios. Pero transformaron el
resto del mundo en la medida en que lo convirtieron en un complejo de territorios coloniales
y semicoloniales que progresivamente se convirtieron en productores especializados de uno
o dos productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por
completo.

La función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las


economías de las metrópolis y no la de competir con ellas.
Los territorios dependientes no tuvieron tanto éxito. Su interés económico residía en la
combinación de recursos con una mano de obra barata y de coste muy bajo. Sin embargo, las
oligarquías de terratenientes y comerciantes se beneficiaron durante el período de expansión
secular de los productos de exportación de su región. No obstante, en tanto que la primera
guerra mundial perturbó algunos de sus mercados, los productores dependientes quedaron al
margen de ella.
La importancia económica creciente de esas zonas, no explica por que los principales Estados
industriales iniciaron una rápida carrera para dividir el mundo en colonias y esferas de
influencia. El análisis antiimperialista difiere argumentalmente:

1,- La presión del capital para encontrar inversiones más favorables que las que se podían
realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufrieran la competencia del capital
extranjero, es el menos convincente. Se suponía que eran inversiones seguras, aunque no
produjeran un elevado rendimiento.

2.- Un argumento general de más peso, la búsqueda de mercados. La convicción de que el


problema de la “superproducción” del período de la gran depresión podía solucionarse a
través de un gran impulso exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios
dirigían su mirada, naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una, mientras que África,
el continente desconocido, era otra.
Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie
de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de
encontrar nuevo: mercados. Intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las
empresas nacionales en una posición de monopolio. La consecuencia lógica fue el reparto de
las zonas no ocupadas del tercer mundo.

La motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el Reino Unido,


con colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar el acceso a diferentes
regiones terrestres y marítimas que se consideraban vitales para los intereses comerciales, o
que, con el desarrollo del barco de vapor, podían convertirse en puertos de aprovisionamiento
de carbón. Una vez que las potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de África u
Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva pudiera ir a parar a manos
de los demás, la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de status, con
independencia de su valor real.
En efecto, si las grandes potencias eran Estados que tenían colonias, los pequeños países, por
así decirlo, “no tenían derecho a ellas”.
3.- Algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta factores
fundamentalmente estratégicos. Han pretendido explicar la expansión británica en África
como consecuencia de la necesidad de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India
y sus glacis marítimos y terrestres. Pero estos argumentos no eximen de un análisis
económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este sentido
el caso más claro el de Sudáfrica. En segundo lugar, ignoran el hecho de que la India era la
pieza esencial de la estrategia británica global.En definitiva, es imposible separar la política
y la economía en una sociedad capitalista. La pretensión de explicar “el nuevo imperialismo”
desde una óptica no económica es poco realista.

En algunos casos, ante todo en Alemania, se ha apuntado como razón fundamental para el
desarrollo del imperialismo “la primacía de la política interior”. Una política imperialista
podía suponer beneficios, de forma directa o indirecta, para las masas descontentas, quizás
sea la menos relevante.

4.- Mucho más relevante nos parece la práctica habitual de ofrecer a los votantes gloria en
lugar de reformas costosas. De forma más general, el imperialismo estimuló a las masas y en
especial a los elementos potencialmente descontentos, a identificarse con el Estado.

Sin duda, en algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las nuevas
clases medias v de trabajadores administrativos. Es mucho menos evidente que los
trabajadores sintieran ningún tipo de entusiasmo.

5.- De todas formas, la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes
de piel oscura benefició a la política imperialista. Las diferentes iglesias se embarcaron en
un proceso de conversión de los paganos a las diferentes versiones de la auténtica fe cristiana.

Esta fue la época clásica de las actividades misioneras. El esfuerzo misionero en gran número
de ocasiones se oponía a las autoridades coloniales.
En cuanto al movimiento dedicado más apasionadamente a conseguir la igualdad de los
hombres, las actitudes en su seno se mostraron divididas. Aunque muchos líderes sindicales
consideraban que las discusiones sobre las colonias eran irrelevantes o veían a las gentes de
color ante todo como una mano de obra barata, en este sentido, es cierto que las presiones
para la expulsión de los inmigrantes de color fueron ejercidas sobre todo por las clases
obreras.
El análisis socialista del imperialismo, integraba el colonialismo en un concepto mucho más
amplio de una “nueva fase” del capitalismo, era un análisis que en ocasiones tendía a exagerar
la importancia económica de la expansión colonial para los países metropolitanos.

No obstante, todos los intentos de separa la explicación del imperialismo de los


acontecimientos específicos del capitalismo habrán de ser considerados.
2

Quedan todavía por responder las cuestiones sobre el impacto de la expansión occidental en
el resto del mundo.
El impacto económico del imperialismo fue importante, lo más destacable, la profunda
desigualdad, por cuanto las relaciones entre las metrópolis y sus colonias eran muy
asimétricas.

Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo tuvo más


importancia fue en el Reino Unido, porque la supremacía económica de este país siempre
había dependido de su relación especial con los mercados y fuentes de materias primas de
ultramar.

Para la economía británica era de todo punto esencial preservar en la mayor medida posible
su acceso privilegiado al mundo no europeo. El éxito del Reino Unido en ultramar fue
consecuencia de la explotación de las posesiones británicas ya existentes o de la posición
especial del país como principal importador e inversor en zonas tales como Sudamérica.

La gran depresión fue una prueba fundamental, desembocó en una gran crisis de deuda
externa internacional que hizo correr un gran riesgo a los bancos de la metrópoli

Naturalmente, el Reino Unido consiguió su parcela propia en las nuevas regiones colonizadas
del mundo, fue probablemente una parcela más extensa y más valiosa que la de ningún otro
Estado. Sin embargo, el objetivo británico, fuera la expansión o la defensa frente a otros, fue
alcanzado.

En resumen, el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad económico-
política entre economías nacionales competidoras, rivalidad intensificada por el
proteccionismo.

Pero la era imperialista fue un fenómeno también cultural. La conquista del mundo por la
minoría“desarrollada” transformó… por la fuerza y por las instituciones, mediante el ejemplo
y mediante la transformación social. En los países dependientes, esto apenas afectó a nadie
excepto a las elites indígenas. Excepto en África y Oceanía, la gran masa de la población
colonial apenas modificó su forma de vida, cuando podía evitarlo.
Lo que el imperialismo llevó a las elites potenciales del mundo dependiente fue
fundamentalmente la “occidentalización”.

En resumen, la época imperialista creó una serie de condiciones que determinaron la


aparición de líderes antiimperialistas. Pero es un error afirmar que la característica
fundamental de los pueblos y regiones sometidos a la dominación y a la influencia de las
metrópolis occidentales es la resistencia a Occidente, porque, los movimientos
antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor parte de los sitios con la primera
guerra mundial y la Revolución rusa.

¿Qué influencia ejerció el mundo dependiente sobre los dominadores?

La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general
se consideró a los pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables,
débiles y atrasados, incluso infantiles.

Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los otros


países, ya fuera directa o indirectamente, intensificó la confrontación y la mezcla de los
mundos occidental y exótico. En la era imperialista su número se vio incrementado por
aquellos escritores que deliberadamente decidieron convertirse en intermediarios entre
ambos mundos. Esas muestras de mundos extraños eran ideológicas, por lo general
reforzando el sentido de superioridad de los “civilizado” sobre lo “primitivo”.

Pero había un aspecto más positivo de ese exotismo. Administradores y soldados con
aficiones intelectuales meditaban profundamente sobre las diferencias entre sus sociedades
y las que gobernaban. Realizaron importantísimos estudios. Ese trabajo era fruto y se basaba
en buena medida en un firme sentimiento de superioridad. El imperialismo hizo que
aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentesformas de espiritualidad
derivadas de Oriente.
Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto sobre las
clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. Un puñado de hombres de las clases
media y alta de esos países ejercían ese dominio de forma efectiva.

El imperialismo también suscitó incertidumbres. En primer lugar enfrentó a una pequeña


minoría de blancos con las masas de los negros, los oscuros.

Estas eran las pesadillas que perturbaban el sueño de la belle époque. En ellas los ensueños
imperialistas se mezclaban con los temores de la democracia.

De la paz a la guerra

Desde agosto de 1914, las vidas de los europeos han estado rodeadas, impregnadas y
atormentadas por la guerra mundial.
Desde 1815 no había habido una guerra en la que estuvieran implicadas todas las potencias
europeas. Las grandes potencias elegían a sus víctimas entre los débiles y en el mundo no
europeo. Los Balcanes eran calificados como el polvorín de Europa y, ciertamente, fue allí
donde estalló la explosión global de 1914.

En los años 1900 la guerra se acercó notablemente y hacia 1910 todo el mundo era consciente
de su inminencia.

Sin embargo, su estallido no se esperaba realmente. En los últimos días de julio, después de
que Austria hubiera declarado ya la guerra a Servia, los líderes del socialismo internacional
se reunieron convencidos todavía de que una guerra general era imposible.

Para la mayor parte de los países occidentales la función fundamental de los ejércitos en sus
sociedades era de carácter civil. El servicio militar era obligatorio excepto en el Reino Unido
y los Estados Unidos.

En cuanto a los gobiernos y las clases dirigentes, los ejércitos sólo eran fuerzas que se
utilizaban contra los enemigos internos y externos, también era un medio de asegurarse la
lealtad de los ciudadanos.

Así pues, si exceptuamos la guerra que el Reino Unido libró en Sudáfrica, la vida del soldado
y el marinero de una gran potencia era bastante pacífica. Naturalmente, los estados mayores
generales se preparaban para la guerra, como era su obligación.

Mientras que sólo algunos civiles comprendían el carácter catastrófico de la guerra futura,
los gobiernos se lanzaron a la carrera de equiparse con el armamento. La tecnología para
matar progresó de forma extraordinaria no solo en potencia de fuego de las armas pequeñas
y de la artillería, sino también por la transformación de los barcos de guerra al dotarlos de
motores de turbina más eficaces, de un blindaje protector y de la capacidad de llevar un
número mucho mayor de cañones.

Una consecuencia de tan importante gasto fue la necesidad de recurrir a impuestos más
elevados. Más aún, los gobiernos necesitaban tanto la fabricación real de armas como la
capacidad para producirla para satisfacer las necesidades de tiempo de guerra.

Los estados se veían obligados a garantizar poderosas industrias nacionales de armamento

Pero lo que impulsó a Europa hacia la guerra no fue la carrera de armamentos en sí misma,
sino la situación internacional que lanzó a las potencias a iniciarla.
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Lo más que puede afirmarse es que la guerra pareció tan inevitable que algunos gobiernos
decidieron que era necesario elegir el momento más favorable. Se ha dicho que Alemania
buscaba ese momento desde 1912, pero no habría podido ser antes. Durante la crisis final de
1914, precipitada por el intrascendente asesinato de un archiduque austriaco a manos de un
estudiante terrorista en una ciudad de provincias de los Balcanes, Austria sabía que se
arriesgaba a que estallara un conflicto mundial al amenazar a Servia y Alemania con su
decisión de apoyar plenamente a su aliada. Pero como mostraron los acontecimientos, en el
verano de 1914, la paz fue rechazada por todas las potencias.

La situación nacional europea se encontró dividida en dos bloques opuestos de grandes


potencias. Naturalmente, era fácil determinar una serie de aliados y enemigos
potenciales: Alemania y Francia estarían en bandos opuestos. Tampoco era difícil predecir
el mantenimiento de la alianza entre Alemania y Austria-Hungría.
Era obvio que Austria, inmersa en una problemática situación en los Balcanes, estaba
enfrentada a Rusia. Aunque Bismarck intentó mantener estrechas relaciones con Rusia, no
era difícil prever que, antes o después, Alemania se vería obligada a elegir entre Viena y San
Petersburgo, y necesariamente habría de optar por Viena. Era lógico que Rusia y Francia se
aproximaran.
Tres acontecimientos convirtieron el sistema de alianzas en una bomba de tiempo: una
situación internacional de gran fluidez, desestabilizada por nuevos problemas, la
planificación militar que permitió un enfrentamiento permanente y la integración de la quinta
gran potencia, el Reino Unido en uno de los bloques.
El Reino Unido estableció un vínculo permanente con Francia y Rusia contra Alemania.
¿Cómo y por qué se produjo esa sorprendente transformación?

Estados Unidos, si bien evitaba todavía los conflictos europeos, desarrollaba una política
expansionista en el Pacífico, y Japón. La alianza del Reino Unido con Japón (1902) fue el
primer paso hacia la Triple Entente, pues la existencia de esa nueva potencia, que pronto
demostraría derrotar por las armas al Imperio zarista, redujo la amenaza Rusa hacia el Reino
Unido y fortaleció la posición británica. Eso posibilitó la superación de una serie de antiguos
enfrentamientos ruso-británicos.

Es cierto que el desarrollo del capitalismo condujo al mundo en la dirección de la rivalidad


entre los Estados, la expansión imperialista, el conflicto y la guerra.

El mundo económico ya no giraba en torno al Reino Unido. El Reino Unido había dejado de
ser el “taller del mundo” y su mercado de importación más importante había entrado en un
claro declive relativo. La primera consecuencia de ese hecho fue el nacimiento del
proteccionismo durante el período de la gran depresión.

El ascenso de Alemania cuyo extraordinario crecimiento industrial le otorgó un peso


internacional incomparablemente mayor que el que había poseído Prusia.

Lo que hizo tan peligrosa esa identificación del poder económico con el poder político-militar
fue la rivalidad nacional por conseguir los mercados mundiales, los recursos materiales y por
el control de determinadas regiones como el Próximo Oriente y el Oriente Medio, donde
tantas veces coincidían los intereses económicos y estratégicos. La penetración económica y
estratégica alemana en el Imperio otomano preocupaba a los británicos y contribuyó a que
Turquía se alineara junto a Alemania durante la guerra.

Mientras que el equilibrio y la estabilidad siguieron siendo los aspectos básicos de la relación
de las potencias europeas entre sí, fuera no dudaban en iniciar una guerra contra los más
débiles. Todas las potencias sin excepción mostraban una actitud expansionista y
conquistadora.

Pero lo que hacía que el mundo fuera un lugar aún más peligroso era le ecuación crecimiento
económico y poder político limitado.

Desde el punto de vista práctico, el peligro no radicaba en el hecho de que Alemania se


proponía ocupar el lugar del Reino Unido como potencia mundial. El peligro estribaba en
que una potencia mundial necesitaba una armada mundial y, en 1897, Alemania comenzó a
construir una gran armada. Las bases de la flota alemana estaban todas en el mar del Norte,
frente a las costas del Reino Unido. Su objetivo no podía ser otro que el conflicto con la
armada británica. Los intereses marítimos legítimos de Alemania eran claramente
marginales, mientras que el Imperio británico dependía por completo de sus rutas marítimas
y había dejado los continentes a los ejércitos de los Estados con vocación terrestre. Los barcos
de guerra alemanes inevitablemente inmovilizarían a los barcos británicos y dificultarían el
control naval británico sobre unas aguas como el Mediterráneo, el océano Índico y las rutas
del Atlántico. La flota alemana constituía una amenaza para las islas británicas y para la
posición general del Imperio británico. En estas circunstancias, El Reino Unido, era lógico
que tratara de aproximarse a Francia y también a Rusia. Este es el trasfondo de la sorprenderte
formación de la Triple Entente anglo-franco-rusa, (1907).

A partir de 1905 la desestabilización de la situación internacional, como consecuencia de


la nueva oleada de revoluciones ocurridas, añadieron nuevo material combustible a un
mundo que se preparaba ya para estallar en llamas. Se produjo la Revolución rusa en 1905,
incapacitó al Imperio zarista, estimulando a Alemania a plantear sus reivindicaciones en
Marruecos. Dos años después, la revolución turca dio al traste con todos los acuerdos
trabajosamente conseguidos para garantizar el equilibrio internacional, en el siempre
explosivo Próximo Oriente. Austria se anexiono formalmente Bosnia-Herzegovina
precipitando así una crisis con Rusia. La siguiente crisis balcánica se precipitó el 28 de junio
de 1914 cuando el heredero al trono de Austria, el archiduque Francisco Fernando, sitiaba la
capital de Bosnia, Sarajevo.

A partir de 1905 los mecanismos políticos que, permitían el gobierno estable de los
regímenes, comenzaron a crujir de forma perceptible. Comenzó a ser cada vez más difícil
controlar.

Sin embargo, había una potencia que no podía dejar de afirmar su presencia en el juego
militar, Austria-Hungría, desgarrada desde mediados del decenio de 1890 por problemas
nacionales cada vez más difíciles de manejar.

Ninguna cancillería esperaba un conflicto en junio de 1914. Tras el incidente de


Sarajevo, Alemania decidió prestar todo su apoyo a Austria, es decir no suavizar la situación.
A partir de ahí los acontecimientos se sucedieron. Estalló la guerra.

En resumen, las crisis internacionales y las crisis internas se conjugaron en los mismos años
anteriores a 1914. Rusia amenazada por la revolución social; Austria con el peligro de
desintegración; Alemania amenazada por el inmovilismo, como consecuencia de sus
divisiones políticas; Francia donde toda la población se mostraba renuente a pagar
impuestos, el dinero necesario para un rearme masivo y los británicos que preferían los
barcos de guerra a los soldados.

El Gobierno británico partidario de la paz, hasta el último momento, no podía plantearse la


posibilidad de permanecer al margen de la guerra. Por fortuna, la invasión de Bélgica por
parte de Alemania proporcionó a Londres la justificación moral a efectos diplomáticos y
militares.

La llamada de los gobiernos a las armas no encontró una resistencia eficaz. Pero los gobiernos
se equivocaban en un punto fundamental: fueron tomados totalmente por sorpresa. Las masas
avanzaron tras las banderas de sus Estados respectivos y abandonaron a los líderes que se
oponían a la guerra. Fueron muy pocos los que manifestaron esa oposición, al menos en
público.

A pesar de que en 1914 eran muchos los que esperaban una guerra corta esta implicó un
cambio total. La guerra ponía fin a una época especialmente fuerte en el mundo de la política.

Epílogo

Entre 1920 y 1929 los sistemas democráticos parlamentarios desaparecieron prácticamente


de la mayor parte de los Estados europeos, tanto comunistas como no comunistas. Este hecho
habla por si mismo. Durante una generación, el liberalismo parecía condenado a desaparecer
de la escena Europea.

Un tratado de paz irresponsable, impuesto por los vencedores, daría al traste con las
posibilidades de restablecer la estabilidad capitalista alemana y, por tanto, europea, sobre una
base liberal.

La crisis, primero política y luego económica, fue el fundamento del replanteamiento


keynesiano de las ortodoxias liberales. Se convirtió en adalid de una economía administrada
y controlada por el Estado, que a pesar de la evidente aceptación del capitalismo por parte de
Keynes, habría sido considerada como la antesala del socialismo por todos los ministros de
Economía de los países industriales desarrollados antes de 1914.
Keynes formuló que, la sociedad capitalista sólo podría sobrevivir si los Estados
capitalistas controlaban, administraban e incluso planificaban el diseño general de sus
economías, si era necesario convirtiéndose en economías mixtas públicas/privadas. La
lección de que el capitalismo según los términos liberales anteriores a 1914 estaba muerto
fue aprendida casi de forma universal en el período de entreguerras y de la crisis económica
mundial, incluso por aquellos que se negaron a adjudicarle nuevas etiquetas teóricas. Durante
cuarenta años, a partir de los inicios de la década de 1930, los defensores intelectuales de la
economía pura del libre mercado eran una minoría aislada, aparte de los hombres de negocios
cuyas perspectivas siempre hacen difícil reconocer los mejores intereses de su sistema como
un todo, en la medida en que centran sus mentes en los mejores intereses de su empresa o
industria particular.
Sin duda alguna, lo que se hundió era el sistema mundial liberal y la sociedad burguesa
decimonónica como norma a la que, por así decirlo, aspiraba cualquier tipo de “civilización”.
A la postre sería el fascismo el que se impondría como sistema político.
2

Sin duda alguna, en este período la sociedad burguesa decimonónica y todo lo que a ella
corresponde pertenecen a un pasado que no determina ya el presente de forma inmediata,
aunque, por supuesto, el siglo XIX y los años postreros del siglo XX forman parte del mismo
largo período de transformación revolucionaria de la humanidad –y de la naturaleza- cuyo
carácter revolucionario se apreció en el último cuarto del siglo XVIII.
Sin embargo, el mundo de finales del siglo XX está todavía modelado por la centuria
burguesa y en especial por la era imperialista, que ha sido el tema de este volumen. Modelado
en el sentido literal. Por ejemplo, los mecanismos financieros mundiales que constituirían el
marco internacional para el desarrollo global del tercer cuarto de este siglo se establecieron
a mediados del decenio de 1940 por parte de unos hombres que eran ya adultos en 1914 y
que estaban totalmente dominados por la experiencia de la desintegración de la era
imperialista durante los veinticinco años anteriores.

El elemento más evidente de ese legado es la división del mundo en países socialistas (o
países que afirman serlo) y el resto. Es indudable que los regímenes que afirman haber
cumplido los pronósticos de Karl Marx no podrían haber cumplimentado el futuro previsto
para ellos hasta la aparición de los movimientos obreros socialistas de masas, cuyo ejemplo
e ideología habían inspirado a su vez los movimientos revolucionarios de las regiones
atrasadas y dependientes o coloniales.

La herencia imperialista esta también presente en la transformación de las relaciones


familiares tradicionales occidentales y, sobre todo, en la emancipación de la mujer.

Además, como se ha intentado dejar claro en este libro, la era imperialista conoció el
nacimiento de casi todos aquellos rasgos que son todavía característicos de la sociedad
urbana moderna de la cultura de masas, desde las formas más internacionales de espectáculos
deportivos hasta la prensa y el cine.

No es difícil descubrir otras formas en que nuestras vidas están todavía formadas por –o son
continuaciones de- el siglo XIX en general y por la era imperialista en particular. Todavía es
difícil, sino imposible, contemplar desapasionadamente esa centuria que creó la historia
mundial porque cree la economía capitalista mundial moderna.

El burgués confiaba en una era de permanente perfeccionamiento material, intelectual y


moral a través del progreso liberador; los proletarios, o quienes consideraban que hablaban
en su nombre esperaban alcanzarla a través de la revolución.

Como este libro ha intentado mostrar, para algunos la era imperialista fue un período de
inquietudes y temores cada vez mayores. Para la mayor parte de los hombres y mujeres en el
mundo transformado por la burguesía era, sin duda, una época de esperanza.

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